SEGUNDA DE TESALONICENSES

SEGUNDA DE
TESALONICENSES
La segunda epístola a los tesalonicenses fue escrita poco después de la primera. Se le dijo al
apóstol que por algunas expresiones de su primera carta, muchos tenían la esperanza de que la
segunda venida de Cristo estaba muy cerca, y que el día del juicio llegaría en su tiempo. Algunos de
ellos descuidaron sus deberes mundanos. San Pablo volvió a escribir para corregir el error de ellos,
que obstaculizaba la difusión del evangelio. Había escrito conforme a las palabras de los profetas
del Antiguo Testamento, y les dice que había muchos consejos del Altísimo que aún debían
cumplirse antes que llegara el día del Señor, aunque había hablado de aquel momento como muy
cercano porque era inminente. El tema conduce a una notable predicción de algunos de los sucesos
futuros que iban a tener lugar en las épocas posteriores de la Iglesia cristiana, y que muestran el
espíritu profético que poseía el apóstol.
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CAPÍTULO I
Versículos 1—4. El apóstol bendice a Dios por el estado creciente del amor y la paciencia de los
tesalonicenses. 5—12. Les exhorta a perseverar sometidos a todos sus sufrimientos por Cristo,
considerando su venida como el gran día de la rendición de cuentas.
Vv. 1—4. Donde esté la verdad de la gracia, habrá un incremento de ella. La senda del justo es
como la luz de la aurora, que brilla y brilla más y más hasta el día perfecto. Y donde haya
incremento de la gracia, Dios debe tener toda la gloria. Donde crece la fe, el amor abundará, porque
la fe obra por amor. Se demuestra fe y paciencia, como las que puedan proponerse como pauta para
el prójimo, cuando las pruebas de parte de Dios y las persecuciones de parte de los hombres,
vivifican el ejercicio de esas gracias, porque la paciencia y la fe de la cual se gloriaba el apóstol, lo
sostenían y lo capacitaban para soportar todas sus tribulaciones.
Vv. 5—10. La religión, si vale algo, lo vale todo; los que no tienen religión, o nada digno de
tener, o no saben cómo valorarla, porque no pueden hallar en sus corazones una razón para sufrir
por ella. No podemos merecer el cielo por todos nuestros sufrimientos más que por nuestros
servicios, pero nuestra paciencia nos prepara para el gozo prometido para cuando estamos
sometidos a sufrimientos. Nada marca con más fuerza al hombre para la ruina eterna que el espíritu
de persecución y enemistad contra el nombre de Dios y su pueblo. Dios atribulará a los que
atribulan a su pueblo. Hay un reposo para el pueblo de Dios: un reposo del pecado y de la tristeza.
La certeza de la recompensa futura es probada por la justicia de Dios. Pensar en esto debe ser
terrible para los impíos, pero sustenta al justo. La fe, mirando hacia ese gran día, es capacitada
parcialmente para entender el libro de la providencia, que parece confuso a los incrédulos. —El
Señor Jesús se manifestará en aquel día desde el cielo. Vendrá en la gloria y en el poder del mundo
de lo alto. Su luz será penetrante y su poder consumidor, para todos los que en aquel día sean
contados como paja. Esta manifestación será terrible para los que no conocen a Dios, especialmente
para los que se rebelan contra la revelación y no obedecen el evangelio de nuestro Señor Jesucristo.
Este es el gran crimen de las multitudes, el evangelio es revelado y ellos no quieren creerlo, o si
pretenden creer, no quieren obedecerlo. Está establecido que creer las verdades del evangelio es
para obedecer sus preceptos. —Aunque los pecadores puedan ser tolerados por largo tiempo, al
final serán castigados. Hicieron la obra del pecado, y deben recibir la paga del pecado. Aquí Dios
castiga a los pecadores usando a las criaturas como instrumento, pero entonces habrá destrucción de
parte del Todopoderoso; ¿y quién conoce el poder de su ira? —Será un día de gozo para algunos,
para los santos, para los que creen y obedecen el evangelio. Cristo Jesús será glorificado y admirado
por sus santos en ese día brillante y bendito. Cristo será glorificado y admirado en ellos. Su gracia y
su poder serán demostrados cuando se manifieste lo que Él ha adquirido para los que creen en el
Señor, y ha obrado en ellos y les ha otorgado a ellos. Señor, si la gloria dada a tus santos será
admirada así, ¡cuánto más serás tú admirado, como el Dador de esa gloria! La gloria de tu justicia
en la condenación de los malos será admirada, pero no como la gloria de tu misericordia en la
salvación de los creyentes. ¡Cuánta admiración santa provocará esto a los ángeles adoradores, y
transportará a tus santos admiradores con arrebato eterno! El creyente más vil disfrutará más de lo
que pudiera imaginar el corazón más ensanchado mientras estemos aquí; Cristo será admirado en
todos los que creen, sin exceptuar al creyente más vil.
Vv. 11, 12. Los pensamientos de fe y de expectativa de la segunda venida de Cristo deben
llevarnos a orar más a Dios por nosotros y por el prójimo. Si hay algo bueno en nosotros se debe al
buen placer de su bondad, y por tanto, se llama gracia. Hay muchos propósitos de gracia y buena
voluntad en Dios para con su pueblo y el apóstol ora que Dios complete en ellos con poder la obra
de la fe. Esta es que hagan toda buena obra. El poder de Dios no sólo comienza sino que ejecuta la
obra de fe. Este es el gran fin y designio de la gracia de nuestro Dios y Señor Jesucristo, que nos es
dada a conocer y que obra en nosotros.
CAPÍTULO II
Versículos 1—4. Advertencias contra el error de que el tiempo de la venida de Cristo ya estaba
muy cerca. Primero habrá una apostasía general de la fe, y la manifestación del hombre de
pecado, el anticristo. 5—12. Su destrucción y la de los que le obedecen. 13—17. La seguridad
de los tesalonicenses contra la apostasía; una exhortación a la constancia y oración por ellos.
Vv. 1—4. Si surgen errores entre los cristianos debemos corregirlos; y los hombres buenos tendrán
cuidado para suprimir los errores que surgen de entender mal sus palabras y acciones. Tenemos un
adversario astuto que está velando para hacer el mal y fomentar errores hasta por las palabras de la
Escritura. Cualquiera sea la incertidumbre que tengamos o cualquiera sean los errores que surjan
sobre el tiempo de la venida de Cristo, la venida misma es inminente. Esta ha sido la fe y la
esperanza de todos los cristianos en todas las edades de la Iglesia; fue la fe y la esperanza de los
santos del Antiguo Testamento. Todos los creyentes serán reunidos en Cristo para estar con Él y ser
felices en su presencia para siempre. Debemos creer firmemente la segunda venida de Cristo, pero
los tesalonicenses estaban ante el peligro de cuestionar la verdad o certeza de la cosa misma por
estar equivocados en cuanto al tiempo. Las doctrinas falsas son como los vientos que mueven el
agua de aquí para allá e inquietan la mentes de los hombres que son tan inestables como el agua.
Basta con que nosotros sepamos que nuestro Señor vendrá y recogerá a todos sus santos a Él. —Se
da una razón del por qué ellos no debían esperar la venida de Cristo como inmediata. Primero
tendría que haber una gran caída, la que ocasionará el levantamiento del anticristo, el hombre de
pecado. Ha habido grandes debates sobre quién o qué se entiende por este hombre de pecado e hijo
de perdición. El hombre de pecado no sólo practica el pecado; también promueve y comanda el
pecado y la maldad en los demás; es el hijo de perdición, porque está dedicado a destrucción cierta,
y es el instrumento para destruir a muchos, de cuerpo y alma. Como Dios estuvo en el templo
antiguo y allí lo adoraban, ahora está en su Iglesia y con ella; de la misma manera el anticristo aquí
mencionado es un usurpador de la autoridad de Dios sobre la Iglesia cristiana, y reclama honores
divinos.
Vv. 5—12. Algo estorba o retiene al hombre de pecado. Se suponía que fuera el poder del
imperio romano, al que el apóstol no menciona claramente en esa época. La corrupción de la
doctrina y la adoración entraron por grados, y la usurpación del poder fue gradual; así prevaleció el
misterio de la iniquidad. La superstición y la idolatría fueron promovidas por una pretendida
devoción y se fomentaron el fanatismo y la persecución por el pretendido celo por Dios y su gloria.
Entonces el misterio de iniquidad sólo estaba empezando; cuando aun vivían los apóstoles, hubo
personas que pretendían celo por Cristo, pero realmente se le oponían. —La caída o ruina del estado
anticristiano está declarada. La pura palabra de Dios, con el Espíritu de Dios, denunciará a este
misterio de la iniquidad, y en su debido momento, será destruido por el resplandor de la venida de
Cristo. —Se falsifican señales y prodigios, visiones y milagros, pero son señales falsas que
sustentan doctrinas falsas; hacen prodigios mentirosos o sólo milagros simulados para engañar a la
gente; son notorias las obras diabólicas que el estado anticristiano ha estado sustentando. —Se
describe a las personas que son sus súbditos voluntarios. El pecado de ellos es éste: no amaron la
verdad, y por tanto, no la creyeron; se agradaron con nociones falsas. Dios los deja entregados a sí
mismos, entonces sigue el pecado por cierto, y los juicios espirituales aquí, y los castigos eternos en
el más allá. —Estas profecías han llegado a cumplirse, en gran medida, y confirman la verdad de las
Escrituras. Este pasaje concuerda exactamente con el sistema del papado que prevalece en la iglesia
romana, y bajo los papas romanos. Pero aunque el hijo de perdición haya sido revelado, aunque se
haya opuesto y exaltado por encima de todo lo que se llama Dios, o que es adorado, haya hablado y
actuado como si fuera un dios en la tierra, y haya proclamado su orgullo insolente, y respaldado sus
ilusiones con milagros mentirosos y toda clase de fraudes, aún el Señor no lo ha destruido por
completo con el fulgor de Su venida, porque aún quedan por cumplirse estas y otras profecías antes
que llegue el final.
Vv. 13—15. Cuando oímos de la apostasía de muchos es gran consuelo y gozo que haya un
remanente conforme a la elección de gracia que persevera y perseverará; debemos regocijarnos
especialmente si tenemos razón para esperar estar en ese número. La preservación de los santos se
debe a que Dios los ama con amor eterno desde el comienzo del mundo. El fin y los medios no
deben separarse. La fe y la santidad deben unirse así como la santidad y la felicidad. El llamamiento
externo de Dios es por el evangelio; y este es hecho efectivo por la obra interior del Espíritu. La
creencia en la verdad lleva al pecador a confiar en Cristo, y así a amarle y a obedecerle; están
sellados por el Espíritu Santo sobre su corazón. No tenemos prueba cierta de que algo más haya
sido entregado por los apóstoles fuera de lo que hallamos contenido en las Sagradas Escrituras.
Aferrémonos firmemente a las doctrinas enseñadas por los apóstoles y rechacemos todos los
agregados y las vanas tradiciones.
Vv. 16, 17. Podemos y debemos dirigir nuestras oraciones no sólo a Dios Padre por medio de
nuestro Señor Jesucristo, sino también a nuestro Señor Jesucristo mismo. Debemos orar en su
nombre a Dios, no sólo como su Padre sino como nuestro Padre en Él y por medio de Él. Manantial
y fuente de todo el bien que tenemos o esperamos es el amor de Dios en Cristo Jesús. Hay buenas
razones para grandes bendiciones, porque los santos tienen una buena esperanza por medio de la
gracia. La gracia y la misericordia gratuita de Dios son lo que ellos esperan y en las que fundan sus
esperanzas, y no algún valor o mérito propio de ellos. Mientras más placer tengamos en la palabra,
las obras y los caminos de Dios, más probablemente seremos preservados en ellas, pero si
vacilamos en la fe y si tenemos una mente que duda, vacilando y tropezando en nuestro deber, no es
raro que seamos extraños a los goces de la religión.
CAPÍTULO III
Versículos 1—5. El apóstol expresa confianza en los tesalonicenses, y ora por ellos. 6—15. Les
encarga que se aparten de los que andan desordenadamente, particularmente de los perezosos
e intrusos. 16—18. Concluye con una oración por ellos, y un saludo.
Vv. 1—5. Los que están muy alejados aún pueden reunirse ante el trono de la gracia; y los que no
pueden hacer ni recibir ninguna otra bondad, de este modo pueden hacer y recibir una bondad real y
muy grande. Los enemigos de la predicación del evangelio, y los perseguidores de los predicadores
fieles son hombres impíos e irracionales. Muchos no creen el evangelio; y no es de maravillarse si
no tienen quietud y muestran malicia en las acciones emprendidas para resistirlo. El mal del pecado
es el mal más grande, pero hay otros males de los que debemos ser preservados, y se nos exhorta
que dependamos de la gracia de Dios. Una vez que la promesa es hecha, su cumplimiento es seguro
y cierto. —El apóstol tenía confianza en ellos, pero se funda en su confianza en Dios; porque de
otro modo no hay confianza en el hombre. —Ora por ellos pidiendo bendiciones espirituales.
Nuestro pecado y nuestra miseria es que depositamos nuestros afectos en los objetos equivocados.
No hay verdadero amor de Dios sin fe en Jesucristo. Si por la gracia especial de Dios tenemos esa
fe, que multitudes no tienen, debemos orar fervorosamente que seamos capacitados sin reservas
para obedecer sus mandamientos y que el Señor Espíritu pueda dirigir nuestros corazones al amor
de Dios y a la paciencia de Cristo.
Vv. 6—15. Los que han recibido el evangelio tienen que vivir en forma coherente con el
evangelio. Los que pueden trabajar, y no lo hacen, no tienen que mantenerse ociosos. El
cristianismo no debe tolerar la pereza que consume lo que puede dar ánimo al laborioso y para
sustentar al enfermo y afligido. El trabajo en nuestra vocación de hombres es deber requerido por
nuestro llamamiento cristiano. Pero algunos esperaban ser mantenidos en la ociosidad y se
consentían un temperamento curioso y soberbio. Ellos se entrometían en las preocupaciones ajenas
y hacían mucho daño. Gran error y abuso de la religión es hacerla manto de la pereza o de cualquier
otro pecado. El siervo que espera la pronta llegada de su Señor, debe estar trabajando como manda
su Señor. Si estamos ociosos, el diablo y el corazón corrupto pronto nos darán algo que hacer. La
mente del hombre es dada a ocuparse; si no se la emplea en hacer el bien, estará haciendo el mal. —
Es una unión excelente aunque rara la de estar activo en nuestro propio negocio, pero tranquilo en
cuanto al de otros. Si alguien rehusa trabajar con tranquilidad, se le tiene que censurar y separarlo
de su compañía, pero se tiene que buscar su bien con amonestaciones hechas con amor. —El Señor
está contigo mientras tú estés con Él. Mantén tu camino y sosténte hasta el final. Nunca debemos
rendirnos ni cansarnos en nuestro trabajo. Habrá suficiente tiempo para reposar cuando lleguemos al
cielo.
Vv. 16—18. El apóstol ora por los tesalonicenses. Deseemos las mismas bendiciones para
nosotros y para nuestros amigos. Paz con Dios. Se les desea esta paz siempre o en todo. Paz por
todos los medios; en toda forma para que, al disfrutar de los medios de gracia, puedan usar todos los
métodos para asegurar la paz. Para sentirnos seguros y felices no necesitamos, ni podemos desear
algo mejor para nosotros y nuestros amigos, que tener por gracia la presencia de Dios con nosotros
y con ellos. No importa dónde estemos si Dios está con nosotros; ni quien está ausente si Dios está
presente. Por medio de la gracia de nuestro Señor Jesucristo esperamos tener paz con Dios y
disfrutar de la presencia de Dios. Esta gracia es todo lo que nos hace felices; aunque la deseemos
mucho para otras personas, es suficiente para nosotros