PRIMERA DE
TESALONICENSES
En general se considera que esta epístola fue la primera que escribió
San Pablo. Parece que el
motivo fue el buen informe de la constancia de la iglesia de Tesalónica
en la fe del evangelio. Está
llena de afecto y confianza, y es más consoladora que práctica y menos
doctrinal que algunas de las
otras epístolas.
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CAPÍTULO I
Versículos 1—5. ¡La fe, el amor y
la paciencia de los tesalonisenses son señales evidentes de su
elección, la cual se manifiesta en el poder con que el evangelio vino a
ellos! 6—10. Sus efectos
poderosos y ejemplares en sus corazones y vidas.
Vv. 1—5. Como todo lo bueno viene de Dios no
puede esperarse nada bueno para los pecadores
sino de Dios en Cristo. El mejor bien puede esperarse de Dios, como
Padre nuestro, por amor de
Cristo. Debemos orar no sólo por nosotros mismos, sino también por el
prójimo, recordándolo sin
cesar. Dondequiera que hay una fe verdadera, obra afectando el corazón y
la vida. La fe obra en
amor: se demuestra en amor a Dios y amor a nuestro prójimo. Dondequiera
que haya una esperanza
de vida eterna bien fundada, se verá por el ejercicio de la paciencia; y
es señal de sinceridad, cuando
en todo lo que hacemos procuramos ser aprobados por Dios. Por esto
podemos conocer nuestra
elección si no sólo hablamos de las cosas de Dios con nuestros labios,
sino sentimos su poder en
nuestros corazones, mortificando nuestras concupiscencias, apartándonos
del mundo, y elevándonos
a las cosas celestiales. A menos que el Espíritu de Dios venga, la
palabra de Dios se nos volverá
letra muerta. Así la recibieron por el poder del Espíritu Santo. Ellos
estaban plenamente
convencidos de su verdad como para no ser perturbados en su mente por
objeciones y dudas, y
estaban dispuestos a dejar todo por Cristo, y a arriesgar sus almas y su
estado eterno en la verdad de
la revelación del evangelio.
Vv. 6—10. Cuando personas descuidadas, ignorantes
e indolentes son apartadas de sus
esfuerzos y conexiones carnales, para creer en el Señor Jesús y
obedecerle, para vivir con sobriedad,
rectitud y piedad, los hechos hablan por sí mismos. —Los creyentes del
Antiguo Testamento
esperaban la venida del Mesías y los creyentes esperan ahora su segunda
venida. Él tiene que venir
aún. Dios le levantó de entre los muertos, lo cual es la plena seguridad
para todos los hombres de
que Él vendrá a juzgar. Él vino a adquirir la salvación, y cuando vuelva
otra vez, traerá salvación
consigo, liberación plena y definitiva de la ira venidera. Todos, sin
demora, deben huir de la ira
venidera y buscar refugio en Cristo y su salvación.
CAPÍTULO II
Versículos 1—12. El apóstol recuerda
su predicación y conducta a los tesalonicenses. 13—16.
Ellos recibieron el evangelio como la palabra de Dios. 17—20. Su gozo por cuenta de ellos.
Vv. 1—6. El apóstol no tenía motivación mundana
para predicar. Sufrir en una buena causa debe
aguzar la santa resolución. El evangelio de Cristo encontró primero
mucha resistencia y fue
predicado con contención, con esfuerzo al predicar, y en contra de la
oposición. Como el tema de la
exhortación del apóstol era verdadero y puro, su manera de hablar era
sin maldad. El evangelio de
Cristo está concebido para mortificar los afectos corruptos, y para que
los hombres puedan ser
llevados a someterse al poder de la fe. Debemos recibir nuestra
recompensa de este Dios que prueba
nuestros corazones. Las pruebas de la sinceridad del apóstol era que él
evitaba el halago y la
codicia. Evitaba la ambición y la vanagloria.
Vv. 7—12. La suavidad y la ternura dan mucho
prestigio a la religión y están en armonía con el
trato bondadoso de Dios con los pecadores en el evangelio y por el
evangelio. Esta es la manera de
ganar gente. No sólo debemos ser fieles a nuestra vocación cristiana
sino a nuestros llamados y
relaciones particulares. Nuestro gran privilegio en el evangelio es que
Dios nos ha llamado a su
reino y gloria. El gran deber del evangelio es que andemos en forma
digna de Dios. Debemos vivir
como corresponde a los llamados con tan elevada y santa vocación.
Nuestra gran actividad es
honrar, servir y complacer a Dios y procurar ser dignos de Él.
Vv. 13—16. Debemos recibir la palabra de Dios con
afectos que armonicen con su santidad,
sabiduría, verdad y bondad. Las palabras de los hombres son frágiles y
perecederas, como ellos
mismos, y a veces, falsas, necias y triviales, pero la palabra de Dios
es santa, sabia, justa y fiel.
Recibámosla y considerémosla de manera concordante. —La palabra obró en
ellos para ser para los
demás ejemplo de fe y buenas obras, y de paciencia en los sufrimientos,
y en las pruebas por amor
del evangelio. —El asesinato y la persecución son odiosos para Dios y
ningún celo por nada de la
religión pueden excusarlos. Nada tiende más a que una persona o un
pueblo llene la medida de sus
pecados que oponerse al evangelio y obstaculizar la salvación de almas.
El puro evangelio de Cristo
es aborrecido por muchos y su predicación fiel es estorbada de muchas
maneras. Pero los que
prohíben que se le predique a los pecadores, a hombres muertos en
pecados, no complacen con esto
a Dios. Los que niegan la Biblia a la gente, tienen corazones crueles y
son enemigos de la gloria de
Dios, y de la salvación de su pueblo.
Vv. 17—20. Este mundo no es lugar donde estaremos
juntos para siempre o por mucho tiempo.
Las almas santas se encontrarán en el cielo y nunca más se separarán.
Aunque el apóstol no pudiera
ir a visitarlos aún, y aunque nunca pudiese ir, sin embargo, nuestro
Señor Jesucristo vendrá; nada lo
impedirá. Que Dios dé ministros fieles a todos los que le sirven con su
espíritu en el evangelio de su
Hijo, y los envíe a todos los que están en tinieblas.
CAPÍTULO III
Versículos 1—5. El apóstol envió a
Timoteo para confirmar y consolar a los tesalonicenses. 6—10.
Se regocija con la buena noticia de la fe y el amor de ellos. 11—13. Y por su crecimiento en
gracia.
Vv. 1—5. Mientras hallemos más placer en los
caminos de Dios más desearemos perseverar en
ellos. La intención del apóstol era confirmar y consolar a los
tesalonicenses en cuanto al objeto de
su fe, que Jesucristo era el Salvador del mundo; y acerca de la recompensa de la fe, que era más que
suficiente para compensar todas sus pérdidas y premiar todos sus
esfuerzos. Pero temía que sus
trabajos fueran en vano. Si no puede impedir que los ministros laboren
en la palabra y la doctrina, si
le es posible, el diablo estorbará el éxito de las labores de ellos.
Nadie quiere trabajar
voluntariamente en vano. La voluntad y el propósito de Dios es que
entremos en su reino a través de
muchas aflicciones. Los apóstoles, lejos de halagar a la gente con la
expectativa de prosperidad
mundana en la religión, les decían claramente que debían contar con los
problemas de la carne.
Aquí seguían el ejemplo de su gran Maestro, el Autor de nuestra fe. Los
cristianos corrían peligro y
había que advertirles; así serían mejor resguardados para no ser
conmovidos con algunas artimañas
del tentador.
Vv. 6—10. El agradecimiento a Dios es muy
imperfecto en el estado actual, pero una gran
finalidad del ministerio de la palabra es ayudar a que progrese la fe.
Lo que fue el instrumento para
obtener fe es también el medio para aumentarla y confirmarla, a saber,
las ordenanzas de Dios;
como la fe viene por el oír, así es también confirmada por el oír.
Vv. 11—13. La oración es culto religioso y todo
culto religioso se debe sólo a Dios. El culto hay
que ofrecerlo a Dios como nuestro Padre. La oración no sólo tiene que
ofrecerse en el nombre de
Cristo, pero ofrecerse a Cristo mismo como nuestro Señor y Salvador.
Reconozcamos a Dios en
todos nuestros caminos y Él dirigirá nuestras sendas. El amor mutuo es
requerido a todos los
cristianos. El amor es de Dios y cumple el evangelio y la ley.
Necesitamos la influencia del Espíritu
para nuestro crecimiento en gracia y la forma de obtenerlas es la
oración. La santidad es requerida a
todos los que van al cielo y debemos actuar de modo que no contradigamos
la profesión de santidad
que hacemos. Entonces, se manifestará la excelencia y la necesidad de
santidad y sin estas ningún
corazón será establecido en aquel día y ninguno evitará la condenación.
CAPÍTULO IV
Versículos 1—8. Exhortaciones a la
pureza y santidad. 9—12. Al
amor fraternal, la conducta
pacifica y la diligencia. 13—18. No a la pena indebida por la muerte de los parientes y amigos
santos, considerando la resurrección gloriosa de sus cuerpos en la
segunda venida de Cristo.
Vv. 1—8. No basta con permanecer en la fe del
evangelio, pero hemos de abundar en la obra de fe.
La regla por la cual debemos caminar y actuar todos es la de los
mandamientos dados por el Señor
Jesucristo. La santificación, que es la renovación de sus almas bajo la
influencia del Espíritu Santo
y la atención a los deberes asignados, constituía la voluntad de Dios
para ellos. Al aspirar a esta
renovación del alma para santidad, debe ponerse estricto freno a los
apetitos y sentidos del cuerpo y
a los pensamientos e inclinaciones de la voluntad, que conducen a su mal
uso. El Señor no llama a
nadie de su familia a que lleven vidas impías, sino a que puedan ser
educados y capacitados para
andar ante Él en santidad. Algunos toman a la ligera los preceptos de
santidad porque los oyen de
hombres, pero son los mandamientos de Dios, y quebrantarlos es
despreciar a Dios.
Vv. 9—12. Debemos notar en los demás lo que es
bueno de encomio, para que podamos
dedicarlos a abundar en ello más y más. Todos los que son enseñados por
Dios para salvación, son
enseñados a amarse unos a otros. La enseñanza del Espíritu excede a las
enseñanzas de los
hombres; y la enseñanza de los hombres es vana e inútil a menos que Dios
enseñe. Los que se
destacan por esta u otra gracia, necesitan crecer en ella y perseverar
hasta el fin. —Muy deseable es
tener un carácter calmo y callado, y ser de conducta pacífica y
tranquila. Satanás se ocupa en
perturbarnos; en nuestros corazones tenemos lo que nos dispone a ser
inquietos; por tanto,
contemplemos ser tranquilos. Los que son entremetidos, que se preocupan
de lo ajeno, tienen poca
quietud en sus mentes y causan grandes molestias a su prójimo. Rara vez
les importa la exhortación
del otro, ni ser diligentes en su propio llamado, ni trabajar con sus
propias manos. El cristianismo
no nos saca del trabajo y deber de nuestras vocaciones particulares,
pero nos enseña a ser diligentes.
—Debido a su pereza, la gente suele estar en grandes aprietos, y son
responsables de muchas
necesidades; mientras los diligentes en sus negocios se ganan el pan y
tienen gran placer en hacerlo
así.
Vv. 13—18. Aquí hay consuelo para los parientes y
amigos de los que mueren en el Señor. La
pena por la muerte de amigos es lícita; podemos llorar nuestra propia
pérdida, aunque sea ganancia
para ellos. El cristianismo no prohíbe nuestros afectos naturales y la
gracia no los elimina. Pero no
debemos exagerar nuestros pesares; esto es demasiado parecido a los que
no tienen esperanza de
una vida mejor. La muerte es desconocida y poco sabemos del estado
después de morir, pero las
doctrinas de la resurrección y de la segunda venida de Cristo son
remedio contra el temor a la
muerte, y contra la pena indebida por la muerte de nuestros amigos
cristianos; tenemos la plena
seguridad de estas doctrinas. —Será felicidad que todos los santos se
junten y permanezcan juntos
para siempre, pero la dicha principal del cielo es estar con el Señor,
verle, vivir con Él, y gozar de
Él para siempre. Debemos apoyarnos unos a otros en los momentos de
tristeza; sin mortificar los
espíritus unos a otros ni debilitarnos las manos de unos y otros. Esto
puede hacerse porque hay
muchas lecciones que aprender sobre la resurrección de los muertos y la
segunda venida de Cristo.
¡Qué consuelo para el hombre cuando se le diga que va a comparecer ante
el trono del juicio de
Dios! ¿Quién puede ser consolado con estas palabras? Sólo el hombre a
cuyo espíritu da testimonio
Dios que sus pecados han sido borrados y los pensamientos de su corazón
son purificados por el
Espíritu Santo, de modo que puede amar a Dios y magnificar dignamente su
nombre. No estamos
en estado seguro a menos que esto sea así en nosotros o que deseemos que
así sea.
CAPÍTULO V
Versículos 1—11. El apóstol exhorta
a estar siempre listos para la venida de Cristo a juzgar, la
cual será súbita y sorpresiva. 12—22. Da instrucciones sobre diversos deberes. 23—28.
Termina con oración, saludos y una bendición.
Vv. 1—5. Innecesario e inútil es preguntar la
fecha específica de la venida de Cristo. No lo reveló a
los apóstoles. Hay tiempos y sazones para que nosotros trabajemos, y es
nuestro deber y
preocupación conocerlos y observarlos, pero en cuanto al tiempo en que
debamos rendir cuentas, no
lo sabemos ni es necesario que lo sepamos. —La venida de Cristo será una
gran sorpresa para los
hombres. Nuestro mismo Señor lo dijo así. Como la hora de la muerte de
cada persona, así será el
juicio para la humanidad en general, así que el mismo comentario
responde para ambas. La venida
de Cristo será terrible para los impíos. Su destrucción les sobrevendrá
mientras sueñan con la
felicidad y se complacen con vanas entretenciones. No habrá medio para
eludir el terror del castigo
de ese día. —Ese día será de dicha para el justo. Ellos no están en
tinieblas; son hijos de la luz. Esta
es la feliz condición de todos los cristianos verdaderos. ¡Pero cuántos
dicen paz y seguridad,
mientras sobre sus cabezas pende la destrucción eterna! Despertémonos a
nosotros mismos y unos a
otros y cuidémonos de nuestros enemigos espirituales.
Vv. 6—11. La mayor parte de la humanidad no
considera las cosas del otro mundo porque están
dormidos; o no las consideran porque duermen y sueñan. Nuestra
moderación en cuanto a todas las
cosas terrenales debiera ser conocida de todos los hombres. Los
cristianos que tienen la luz del
evangelio bendito brillando en sus rostros, ¿pueden despreocuparse de
sus almas y ser indolentes
con el otro mundo? Necesitamos la armadura espiritual o las tres gracias
cristianas: fe, amor y
esperanza. Fe si creemos que el
ojo de Dios siempre está sobre nosotros, que hay otro mundo para
el cual prepararse, vemos razón de estar alertas y ser sobrios. El amor verdadero y fervoroso a Dios
y a las cosas de Dios, nos mantendrá alertas y sobrios. Si tenemos esperanza de salvación,
cuidémonos de toda cosa que haga vacilar nuestra confianza en el Señor.
Tenemos la base sobre la
cual construir una esperanza inconmovible cuando consideramos que la
salvación es por nuestro
Señor Jesucristo que murió por nosotros para expiar nuestros pecados y
para rescatar nuestras
almas. Debemos unirnos en oración y alabanza unos con otros. Debemos
darnos buen ejemplo unos
a otros y este es el mejor medio para responder a la finalidad de la
sociedad. Así aprenderemos a
vivir para Aquel con quien esperamos vivir para siempre.
Vv. 12—15. Los ministros del evangelio están
descritos por la obra de su oficio que es servir y
honrar al Señor. Deber de ellos no sólo es dar buen consejo, sino
también advertir al rebaño los
peligros y reprobar lo que estuviera mal. La gente debe honrar y amar a
sus ministros porque su
actividad es el bienestar de las almas de los hombres. —La gente debe
estar en paz consigo misma
haciendo todo lo que pueda para guardarse contra toda diferencia, aunque
el amor a la paz no debe
permitir que hagamos la vista gorda ante el pecado. Los espíritus temerosos
y pesarosos deben ser
animados, y una palabra amable puede hacer mucho bien. Debemos tolerar y
soportar. Debemos ser
pacientes y controlar el enojo, y esto con todos los hombres. Sean
cuales sean las cosas que nos
hagan los hombres, nosotros tenemos que hacer el bien al prójimo.
Vv. 16—22. Tenemos que regocijarnos en las
bendiciones de la criatura, como si no nos
regocijáramos, sin esperar vivir muchos años y gozándonos durante todos
ellos, pero si nos
regocijamos en Dios podemos hacerlo para siempre jamás. Una vida
verdaderamente religiosa es
una vida de gozo constante. Podemos regocijarnos más si oramos más. La
oración ayudará a llevar
adelante todo asunto lícito y toda buena obra. Si oramos sin cesar no
nos faltará tema para dar
gracias en todo. Veremos razones para dar gracias por perdonar y
prevenir, por las misericordias
comunes y las excepcionales, las pasadas y las presentes, las
espirituales y las temporales. No sólo
por las cosas prósperas y agradables, sino también por las providencias
aflictivas, por los castigos y
las correcciones, porque Dios designa todo para nuestro bien, aunque, en
la actualidad, no veamos
en qué nos ayuda. —No apaguéis al Espíritu. Se dice que los cristianos
son bautizados con el
Espíritu Santo y con fuego. Él obró como fuego, iluminando, avivando y
purificando las almas de
los hombres. Como el fuego se apaga quitándole el combustible, y se
sofoca echándole agua, o
poniéndole mucha tierra encima, así debemos tener cuidado de no apagar
al Espíritu Santo
consintiendo los afectos y concupiscencias carnales, preocupándonos sólo
de las cosas terrenales.
Los creyentes suelen impedir su crecimiento en la gracia al no darse a
los afectos espirituales
producidos en sus corazones por el Espíritu Santo. —Por profecía
entiéndase aquí la predicación de
la palabra, la interpretación y la aplicación de las Escrituras. No
debemos despreciar la predicación
aunque sea simple, y no nos diga más de lo que sabíamos antes. Debemos
escudriñar las Escrituras.
Si probamos todas las cosas, debemos retener lo que es bueno. Debemos
abstenernos de pecar, y de
todo lo que tenga apariencia de pecado, que conduzca o se aproxime al
pecado. El que no se refrena
de las apariencias del pecado, el que no elimina las ocasiones de pecar,
y no evita las tentaciones ni
el acercamiento al pecado, no se mantendrá por mucho tiempo sin pecar.
Vv. 23—28. El apóstol ora que ellos puedan ser
santificados con más perfección, porque los
mejores están santificados, pero en parte mientras estén en este mundo;
por tanto, debemos orar por
la santidad completa mientras seguimos adelante hacia ella. Y como vamos
a caer si Dios no sigue
haciendo su buena obra en el alma, debemos orar a Dios que perfeccione
su obra hasta que seamos
presentados sin falta ante el trono de su gloria. —Debemos orar unos por
otros, y los hermanos
deben expresar así su amor fraternal. —Esta epístola iba a ser leída a
todos los hermanos. No sólo
se permite a la gente corriente que lea las Escrituras, pero es su deber
y se les debe exhortar a que lo
hagan. La palabra de Dios no debe mantenerse en idioma desconocido, sino
traducirse, puesto que a
todos los hombres corresponde conocer las Escrituras, y para que todos
los hombres puedan leerlas.
Las Escrituras deben ser leídas en todas las congregaciones públicas,
especialmente, para el
beneficio de los indoctos. —No necesitamos más que conocer la gracia de
nuestro Señor Jesucristo
para hacernos dichosos. Él es una fuente de gracia que siempre fluye y
rebasa para suplir todas
nuestras carencias.