PRIMERA DE TIMOTEO
El objetivo de esta epístola parece ser que, como Timoteo se quedó en
Éfeso, San Pablo le
escribió para darle instrucciones acerca de la elección de oficiales
apropiados para la iglesia, y para
el ejercicio del ministerio habitual. Además, para advertirle contra la
influencia de los falsos
maestros que corrompen la pureza y la sencillez del evangelio con distinciones
sutiles y disputas
interminables. Él le exhorta a tener un cuidado constante con la mayor
diligencia, fidelidad y celo.
Estos temas ocupan los cuatro primeros capítulos; el quinto instruye
sobre grupos en particular; en
la última parte, condena las polémicas y los debates, culpa al amor al
dinero y exhorta al rico a las
buenas obras.
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CAPÍTULO I
Versículos 1—4. El apóstol saluda a
Timoteo. 5—11. La
intención de la ley dada por Moisés. 12—
17. De su propia conversión y llamamiento al
apostolado. 18—20. La
obligación de mantener
la fe y la buena conciencia.
Vv. 1—4. Jesucristo es la esperanza del
cristiano; todas nuestras esperanzas de vida eterna están
edificadas en Él; Cristo es en nosotros la esperanza de gloria. El
apóstol parece haber sido el medio
para la conversión de Timoteo, que sirvió con él en su ministerio como
un hijo cumplido con un
padre amante. —Lo que suscita interrogantes no es edificante; porque da
ocasión a debates dudosos,
demuele la iglesia en vez de edificarla. La santidad de corazón y vida
puede mantenerse y
aumentarse sólo por el ejercicio de la fe en la verdad y las promesas de
Dios por medio de
Jesucristo.
Vv. 5—11. Todo lo que tiende a debilitar el amor a
Dios o el amor a los hermanos, tiende a
derrotar la finalidad del mandamiento. Se responde a la intencionalidad
del evangelio cuando los
pecadores, por el arrepentimiento para con Dios y la fe en Jesucristo,
son llevados a ejercer el amor
cristiano. La ley no está en contra de los creyentes que son personas
justas en la forma establecida
por Dios. Pero a menos que seamos hechos justos por la fe en Cristo, si
no nos arrepentimos
realmente y abandonamos el pecado, seguimos aún bajo la maldición de la
ley, aun conforme al
evangelio del bendito Dios, y somos ineptos para participar de la santa
dicha del cielo.
Vv. 12—17. El apóstol sabía que hubiese perecido
justamente si el Señor hubiera llegado al
extremo para señalar lo que estaba mal; y si su gracia y misericordia,
cuando estaba muerto en
pecado, no hubiesen abundado para él obrando la fe y amor a Cristo en su
corazón. Este es un dicho
fiel; estas son palabras verdaderas y fieles en las cuales se puede
confiar: que el Hijo de Dios vino
al mundo, voluntaria e intencionalmente, a salvar pecadores. Nadie, con
el ejemplo de Pablo ante sí,
puede cuestionar el amor y el poder de Cristo para salvarle, si
realmente desea confiarse a Él como
Hijo de Dios, que murió una vez en la cruz, y que ahora reina en el
trono de gloria, para salvar a
todos los que vayan a Dios por medio de Él. Entonces, admiremos y
alabemos la gracia de Dios
nuestro Salvador; y por todo lo hecho en nosotros, por nosotros, y para
nosotros, démosle la gloria
al Padre, Hijo y Espíritu Santo, tres Personas en la unidad de la
Deidad.
Vv. 18—20. El ministerio es una guerra contra el
pecado y contra Satanás, la cual es librada
bajo el mando del Señor Jesús que es el Capitán de nuestra salvación.
Las buenas esperanzas que
otras personas hayan tenido de nosotros, deben instarnos a cumplir el
deber. Seamos rectos en
nuestra conducta en todas las cosas. La intención de las censuras más
elevadas de la iglesia
primitiva fue prevenir más el pecado y reclamar al pecador. Todos los
que estén tentados a eliminar
la buena conciencia y a abusar del evangelio, recuerden también que este
fue el camino al naufragio
en la fe.
CAPÍTULO II
Versículos 1—7. Se debe orar por
todas las personas, puesto que la gracia del evangelio no
establece diferencias de rangos o posiciones. 8—15. Cómo deben comportarse hombres y
mujeres en su vida religiosa y en la corriente.
Vv. 1—7. Los discípulos de Cristo deben ser gente
que ora; todos, sin distinguir nación, secta,
rango o partido. Nuestro deber de cristianos está resumido en dos
palabras: piedad, esto es, la
adoración justa de Dios; y honestidad, esto es, buena conducta para con
todos los hombres. Estas
deben ir unidas; no somos verdaderamente honestos si no somos piadosos y
no rendimos a Dios lo
que le es debido; no somos verdaderamente piadosos si no somos honestos.
Debemos abundar en lo
que es aceptable ante los ojos de Dios nuestro Salvador. —Hay un solo
Mediador y ese Mediador se
dio como rescate por todos. Esta designación fue hecha para beneficio de
los judíos y los gentiles de
toda nación; para que todos los que lo quieran puedan ir por este camino
al trono de la misericordia
del Dios que perdona, a buscar reconciliación con Él. —El pecado había
puesto enemistad entre
Dios y nosotros; Jesucristo es el Mediador que hace la paz. Él es el
rescate que iba a ser conocido
en el tiempo establecido. En la época del Antiguo Testamento se habló de
sus sufrimientos y de la
gloria que seguiría, como de cosas que serían reveladas en los últimos
tiempos. Los que son
salvados deben llegar al conocimiento de la verdad, porque ese es el
camino designado por Dios
para salvar pecadores: si no conocemos la verdad no podemos ser
gobernados por ella.
Vv. 8—15. En los tiempos del evangelio la oración
no debe limitarse a una casa de oración en
particular, pero los hombres deben orar en todas partes. —Debemos orar
en nuestros cuartos, orar
en nuestras familias, orar cuando comemos, orar cuando viajamos, y orar
en las asambleas
solemnes, sean públicas o privadas. Debemos orar con amor; sin ira ni contienda,
sin enojo con
nadie. Debemos orar con fe, sin dudar y sin debatir. —Las mujeres que
profesan la religión cristiana
deben ser modestas para vestirse, sin demostrar un estilo
inadecuadamente elegante u ostentoso o de
alto costo. Las buenas obras son el mejor adorno, porque según el
criterio de Dios, son de elevado
precio. La modestia y la limpieza deben tomarse más en cuenta que la
elegancia y la moda en
cuanto a la ropa. Sería bueno que las que profesan una piedad seria
estén totalmente libres de
vanidad para vestirse. Deben gastar más tiempo y dinero en socorrer al
pobre y al angustiado que en
adornarse ellas mismas y sus hijos. Hacer esto en una forma inadecuada
para su rango en la vida, y
su profesión de piedad, es pecaminoso. Estas no son fruslerías, sino
mandatos divinos. Los mejores
adornos para quienes profesan la piedad son las buenas obras. —Según San
Pablo no se permite que
las mujeres enseñen públicamente en la iglesia, porque enseñar es un
oficio de autoridad. Pero las
buenas mujeres pueden y deben enseñar los principios de la religión
verdadera a sus hijos en casa.
Además, las mujeres no deben pensar que están excusadas de aprender lo
necesario para la
salvación, aunque no deben usurpar la autoridad. Como la mujer fue
última en la creación, que es
una razón para su sumisión, también fue primera en la transgresión. Pero
aquí hay una palabra de
consuelo; que las que permanezcan en modestia serán salvas al tener
hijos, o con tener hijos, por el
Mesías que nació de una mujer. La tristeza especial a que está sometido
el sexo femenino, debe
hacer que los hombres ejerzan su autoridad con mucha gentileza, ternura
y afecto.
CAPÍTULO III
Versículos 1—7. Las cualidades y la
conducta de los obispos del evangelio. 8—13. De los diáconos
y sus esposas. 14—16. La
razón para escribir sobre estos y otros asuntos de la iglesia.
Vv. 1—7. Si un hombre desea el oficio pastoral, y
por amor a Cristo y a los hombres, está dispuesto
a negarse a sí mismo, y pasar privaciones para dedicarse a ese servicio,
debiera tratar de dedicarse a
la buena obra, y su deseo debe ser aprobado, siempre y cuando estuviera
preparado para el oficio. El
ministro debe dar tan poca ocasión para ser culpado, para que su oficio
no sufra reproche. Debe ser
sobrio, prudente, decoroso en todos sus actos, y en el uso de todas las
bendiciones terrenales. La
sobriedad y la vigilancia van juntas en la Escritura, porque se asisten
una a la otra. Las familias de
los ministros deben ser ejemplos del bien para todas las demás familias.
Debemos cuidarnos del
orgullo; es un pecado que volvió en diablos a los ángeles. Debe tener
buena reputación entre sus
vecinos, y ser irreprensible en su vida anterior. —Para estimular a
todos los ministros fieles tenemos
la gracia de la promesa de Cristo: He aquí, yo estoy con vosotros todos
los días, hasta el fin del
mundo, Mateo xxviii, 20. Él equipará a sus ministros para su obra y los
hará pasar en medio de las
dificultades con consuelo y recompensará su fidelidad.
Vv. 8—13. Los diáconos fueron primeramente
nombrados para distribuir la caridad de la iglesia
y administrar sus intereses, aunque había entre ellos pastores y
evangelistas. Los diáconos tenían el
encargo de una tarea importante. Deben ser hombres serios, responsables,
prudentes. No es bueno
que la confianza pública sea depositada en las manos de cualquiera hasta
que sean hallados aptos
para el negocio que se les confiará. —Todos los emparentados con los
ministros deben poner gran
cuidado de andar como corresponde al evangelio de Cristo.
Vv. 14—16. La iglesia es la casa de Dios, Él habita
ahí. La iglesia sostiene la Escritura y la
doctrina de Cristo como una columna sostiene una proclama. Cuando la
iglesia deja de ser columna
y baluarte de la verdad, podemos y debemos abandonarla, porque nuestra
consideración por la
verdad debe estar primero y ser muy grande. El misterio de la piedad es
Cristo. Él es Dios que fue
hecho carne y fue manifestado en carne. Agradó a Dios manifestarse a los
hombres por su propio
Hijo que tomó la naturaleza humana. Aunque reprochado como pecador y se
dio la muerte de un
malhechor, Cristo resucitó por el Espíritu, y así fue justificado de
todas las acusaciones falsas con
que fue cargado. Los ángeles le atendieron, porque Él es el Señor de los
ángeles. Los gentiles
acogieron bien el evangelio que los judíos rechazaron. Recordemos que
Dios fue manifiesto en
carne para quitar nuestros pecados, para redimirnos de toda iniquidad y
purificar para sí un pueblo
peculiar, celoso de buenas obras. Estas doctrinas deben ser exhibidas
por el fruto del Espíritu en
nuestras vidas.
CAPÍTULO IV
Versículos 1—5. De los desvíos de
la fe que ya empezaban a surgir. 6—16. Varias instrucciones
con los motivos para el cumplimiento de los deberes.
Vv. 1—5. En el Antiguo Testamento y en el Nuevo
el Espíritu Santo habló de una apostasía general
de la fe en Cristo y de la pura adoración de Dios. Esto debería ocurrir
durante la dispensación
cristiana, porque es llamada los postreros tiempos. Los falsos maestros
prohíben por malo lo que
Dios ha permitido, y mandan como deber lo que Él dejó como indiferente.
Encontramos ocasión
para el ejercicio de la vigilancia y la negación de sí al atender los
requisitos de la ley de Dios, sin
ser cargados con deberes imaginarios que rechazan lo que Él ha
permitido. Pero nada justifica el
uso inmoderado o impropio de las cosas, y nada será bueno para nosotros
a menos que pidamos
orando la bendición del Señor para esas cosas.
Vv. 6—10. Poco aprovechan los actos externos de
abnegación. ¿De qué nos servirá mortificar el
cuerpo si no mortificamos el pecado? No puede servir de gran cosa la
diligencia aplicada a las cosas
puramente exteriores. El provecho de la piedad radica en gran parte en
la promesa; y las promesas
para la gente piadosa se relacionan parcialmente con la vida presente,
pero especialmente, con la
vida venidera: aunque perdamos por Cristo, no perderemos para Él. Si Cristo es el Salvador de
todos los hombres, entonces será, mucho más quien recompensa de quienes
le buscan y sirven; Él
proveerá bien para quienes Él haya hecho nuevas criaturas.
Vv. 11—16. No debe despreciarse la juventud de los
hombres si ellos se abstienen de vanidades
y necedades. Los que enseñan por su doctrina deben enseñar por su vida.
El discurso de ellos debe
ser edificante; la conversación de ellos debe ser santa; deben ser
ejemplo de amor a Dios y a todos
los hombres buenos, ejemplo de mentalidad espiritual. Los ministros
deben ocuparse de esas cosas
como obra y tarea principal de ellos. Por estos medios se manifestará su
provecho en todas las cosas
y a todas las personas; esta es la forma de ganar conocimiento y gracia,
y de ganar también a otros.
—La doctrina de un ministro de Cristo debe ser conforme a las
Escrituras, clara, evangélica y
práctica; bien expresada, explicada, defendida y aplicada. Pero estos
deberes no permiten tiempo
libre para los placeres mundanos, las visitas vanas o la conversación
ociosa, y muy poco, si lo
hubiera, para lo que es pura diversión y solo ornamental. Todo creyente
debe ser capacitado para
que su provecho sea evidente a todos los hombres; que procure
experimentar el poder del evangelio
en su alma y dar su fruto en su vida.
CAPÍTULO V
Versículos 1, 2. Instrucciones
acerca de los hombres y mujeres ancianos y de los más jóvenes. 3—8.
Las viudas pobres. 9—16. Acerca de las viudas. 17—25. El respeto que debe darse a los
ancianos.—Timoteo tiene que cuidar de reprender a los ofensores, de
ordenar ministros y de su
propia salud.
Vv. 1, 2. Se debe respeto a la dignidad de los
años y la posición. El más joven, si estuviera en falta,
debe ser reprendido, no con el deseo de hallarle faltas, sino con la
disposición a hacer lo mejor de
ellos. Se necesita mucha mansedumbre y cuidado para reprender a los que
merecen reproche.
Vv. 3—8. Honrar a las viudas que son
indudablemente viudas, socorrerlas y sustentarlas. Deber
de los hijos es hacer lo más que puedan cuando sus padres están en necesidad,
y ellos pueden
ayudarles. La viudez es un estado solitario; pero que las viudas confíen
en el Señor y continúen
orando. Todos los que viven en los placeres están muertos mientras
viven, muertos espiritualmente,
muertos en delitos y pecados. ¡Ay, qué cantidades de cristianos solo de
nombre encajan en esta
descripción, aun en el último tiempo de su vida! —Si los hombres o
mujeres no mantienen a sus
parientes pobres, efectivamente niegan la fe. Si gastan en sus
concupiscencias y placeres lo que
debiera sustentar a sus familiares, han negado la fe y son peores que
los infieles. Si los que profesan
el evangelio dan lugar a cualquier conducta o principio corruptos, son
peores que los que confiesan
no creer las doctrinas de la gracia.
Vv. 9—16. Todo aquel que sea puesto en un oficio
de la iglesia debe estar libre de justa censura;
y muchos que son objetos apropiados de caridad, pero no debieran ser
empleados en los servicios
públicos. Los que hallan misericordia cuando están angustiados, deben
mostrar misericordia cuando
están en prosperidad; los que muestran la mayor disposición para toda
buena obra, son los que más
probablemente sean fieles en todo lo que se les encargue. —Los ociosos
muy raramente son sólo
ociosos; hacen mal a su prójimo y siembran la discordia entre los
hermanos. A todos los creyentes
se les pide que alivien a quienes pertenecen a su familia y están
necesitados, para que no se impida
que la iglesia alivie a los que están verdaderamente pobres y sin
amigos.
Vv. 17—25. Debe ponerse cuidado en el sustento de
los ministros. Los que laboran en esta obra
son dignos de doble honra y estima. Es lo que les corresponde, como la
recompensa a un trabajador.
—El apóstol encarga solemnemente a Timoteo que se resguarde de la
parcialidad. Necesitamos
velar todo el tiempo para no participar en los pecados de los demás
hombres. Consérvate puro, no
sólo de hacer lo que te gusta, sino de considerarlo o, de alguna manera,
ayudar a los demás a
hacerlo. —El apóstol encarga también a Timoteo que cuide su salud. Como no
tenemos que hacer
del cuerpo nuestro amo, tampoco debemos hacerlo nuestro esclavo, sino
usarlo de modo que nos
sea muy útil al servicio de Dios. Hay pecados secretos y pecados
manifiestos: los pecados de
algunos hombres se dan a conocer de antemano, y van a juicio; otros,
vendrán después. Dios sacará
a la luz las cosas ocultas de las tinieblas y dará a conocer los
consejos de todos los corazones. —
Teniendo en cuenta el venidero día del juicio, todos debemos atender a
nuestro oficio en forma
apropiada, sean altos o bajos, teniendo en cuenta que el nombre y la
doctrina de Dios no sean
blasfemados por culpa de nosotros.
CAPÍTULO VI
Versículos 1—5. El deber de los
cristianos hacia sus amos sean creyentes o no. 6—10.
La ventaja
de la piedad con contentamiento. 11—16. El solemne encargo a Timoteo para que sea fiel. 17—
21. El apóstol repite su advertencia al rico
y termina con una bendición.
Vv. 1—5. Los cristianos no tenían que suponer que
el conocimiento religioso o los privilegios
cristianos les daban derecho a despreciar a los amos paganos o a
desobedecer las órdenes lícitas o a
exponer sus faltas a los demás. Los que disfrutaban el privilegio de
vivir con amos creyentes, no
debían dejar el respeto y la reverencia debidos porque fuesen iguales en
los privilegios religiosos;
más bien debían servir con doble diligencia y alegría por su fe en
Cristo y como participes de su
salvación gratuita. —No tenemos que reconocer como íntegras otras
palabras sino las de nuestro
Señor Jesucristo; a estas debemos dar consentimiento sincero.
Habitualmente los que menos saben
son los más orgullosos, porque no se conocen a sí mismos. De ahí vienen
la envidia, la discordia,
los improperios, las malas sospechas, las disputas sobre sutilezas y
cosas nada claras, entre los
hombres de mentes carnales corruptas, ignorantes de la verdad y de su
poder santificador, y que
procuran una ventaja mundana.
Vv. 6—10. Aquellos que hacen del cristianismo un
comercio para servir sus intereses en este
mundo, se desengañarán pero los que lo consideran como su vocación,
hallarán que tiene la
promesa de la vida presente, y de la venidera. El piadoso ciertamente
será feliz en el otro mundo; y
tiene suficiente si está contento con su condición en este mundo; toda
la gente verdaderamente
piadosa está contenta. Cuando estemos en los apremios más grandes, no
podemos estar más pobres
que cuando vinimos a este mundo; un sudario, un ataúd, y una tumba, es
todo lo que puede tener el
hombre más rico del mundo con toda su riqueza. Si la naturaleza se
contenta con poco, la gracia
debe contentarse con menos. Las cosas necesarias de la vida limitan los
deseos del cristiano
verdadero, y con ellas debe contentarse. —Aquí vemos el mal de la
codicia. No se dice que son
ricos, sino los que quieren enriquecerse, los que depositan su felicidad en la riqueza y están
ansiosos y decididos a obtenerla. Los que son así dan a Satanás la
oportunidad para tentarlos,
guiándolos a usar medios deshonestos y malas costumbres para aumentar
sus ganancias. Además,
los guía a tantas ocupaciones y a tal prisa de los negocios que no dejan
tiempo ni inclinación para la
religión espiritual; los guía a conexiones que los llevan al pecado y la
necedad. ¡A qué pecados son
llevados los hombres por amor al dinero! La gente puede tener dinero y
no amarlo, pero si lo aman
esto los empujará a todo mal. Toda clase de iniquidad y vicio, de una u
otra forma, nacen del amor
al dinero. No podemos mirar alrededor sin notar muchas pruebas de esto,
especialmente en una
época de prosperidad material, grandes gastos y profesión relajada.
Vv. 11—16. No conviene a los hombres, en especial a
los hombres de Dios, poner el corazón en
las cosas de este mundo; los hombres de Dios deben sentirse
transportados con las cosas de Dios.
Debe tener un conflicto con la corrupción, con las tentaciones y con las
potestades de las tinieblas.
La vida eterna es la corona propuesta para estimularnos. Somos llamados
a aferrarnos a eso. —
Debe señalarse especialmente al rico cuáles son los peligros y deberes
relacionados con el uso
apropiado de la riqueza, pero ¿quién puede tener esta clase de encargo
sin estar, él mismo, por
encima del amor a las cosas que puede comprar la riqueza? —La
manifestación de Cristo es segura
pero no nos corresponde saber la fecha. Los ojos mortales no toleran el
resplandor de la gloria
divina. Nadie puede acercarse a Él a menos que se dé a conocer a los
pecadores en Cristo y por
medio de Cristo. La Deidad es adorada aquí sin distinción de Personas,
porque todas las cosas se
dicen apropiadamente del Padre, del Hijo o del Espíritu Santo. Dios nos
es revelado sólo en la
naturaleza humana de Cristo y a través de ella, como el Unigénito Hijo
del Padre.
Vv. 17—21. Ser rico en este mundo es totalmente
diferente de ser rico para con Dios. Nada es
más incierto que la riqueza mundanal. Los ricos deben entender que Dios
les da sus riquezas y que
Él puede darlas sólo para disfrutarlas ricamente; porque muchos tienen
riquezas pero las disfrutan
malamente, por no tener corazón para usarlas. ¿Cuál es el mejor valor de
la fortuna aparte de dar la
oportunidad de hacer el bien mayor? Mostrando fe en Cristo por los
frutos del amor, echemos mano
de la vida eterna, cuando el descuidado, el codicioso y el impío alzan
sus ojos en los tormentos. El
conocimiento que se opone a la verdad del evangelio no es ciencia
verdadera ni conocimiento real,
o de serlo, aprobaría el evangelio y le daría su asentimiento. Los que
ponen la razón por encima de
la fe, corren el peligro de dejar la fe. La gracia incluye todo lo que
es bueno, y la gracia es una
primicia, un comienzo de la gloria; dondequiera que Dios dé gracia, dará
gloria.