SANTIAGO
La epístola de Santiago es uno de los escritos más instructivos del
Nuevo Testamento. Dirigida
principalmente contra errores particulares de la época producidos entre
los cristianos judíos, no
contiene las mismas declaraciones doctrinales completas de las otras
epístolas, pero presenta un
admirable resumen de los deberes prácticos de todos los creyentes. Aquí
están manifestadas las
verdades principales del cristianismo, y al considerárselas con
atención, se verá que coinciden por
entero con las declaraciones de San Pablo acerca de la gracia y la
justificación, abundando al mismo
tiempo en serias exhortaciones a la paciencia de la esperanza y la
obediencia de la fe y el amor,
mezcladas con advertencias, reprensiones y exhortaciones conforme a los
caracteres tratados. Las
verdades aquí expuestas son muy serias y es necesario que se sostengan y
se observen en todo
tiempo las reglas para su práctica. En Cristo no hay ramas muertas o sin
savia, la fe no es una gracia
ociosa; dondequiera que esté, lleva fruto en obras.
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CAPÍTULO I
Versículos 1—11. Cómo recurrir a
Dios en los problemas y cómo comportarse en las
circunstancias prósperas y adversas. 12—18.
Considerar que todo mal procede de nosotros, y
todo bien viene de Dios. 19—21. El deber de vigilar contra el temperamento ligero y el de
recibir con mansedumbre la palabra de Dios. 22—25. El deber de vivir conforme a eso. 26, 27.
La diferencia entre las pretensiones vanas y la verdadera religión.
Vv. 1-11. El cristianismo enseña a los hombres a
estar gozosos en las tribulaciones; tales ejercicios
vienen del amor de Dios; y las pruebas del camino del deber darán lustre
a nuestras virtudes ahora y
a nuestra corona al final. En los tiempos de prueba preocupémonos que la
paciencia actúe en
nosotros, y no la pasión; lo que se diga o haga, sea la paciencia la que
lo diga y haga. Todo lo
necesario para nuestra carrera y guerra cristiana será otorgada cuando
la obra de la paciencia esté
completa. No debemos orar pidiendo que la aflicción sea eliminada, tanto
como pidiendo sabiduría
para usarla correctamente. ¿Y quién no quiere sabiduría para que lo guíe
en las pruebas, regulando
su propio espíritu y administrando sus asuntos? He aquí algo como
respuesta a cada giro
desalentador de la mente, cuando vamos a Dios experimentando nuestra
propia debilidad y necedad.
Después de todo, si alguien dice, esto puede pasarle a algunos, pero me
temo que yo no triunfaré, la
promesa es: a todo aquel que pida, le será dado. —Una mente que se ocupe en considerar, de
manera única y dominante, su interés espiritual eterno, y que se
mantiene firme en sus propósitos
para Dios, crecerá sabia por las aflicciones, continuará ferviente en
sus devociones y se levantará
por sobre las pruebas y las oposiciones. Cuando nuestra fe y espíritu se
levantan y caen con las
causas secundarias, nuestras palabras y acciones serán inestables. Esto
no siempre expone a los
hombres al desprecio del mundo, pero esos caminos no pueden agradar a
Dios. Ninguna situación
de la vida es tal que impida regocijarse en Dios. Los de baja condición
pueden regocijarse si son
exaltados a ser ricos en fe y herederos del reino de Dios; y los ricos
pueden regocijarse con las
providencias humillantes que los llevan a una disposición mental humilde
y modesta. —La riqueza
mundana es cosa que se agota. Entonces, que el que es rico se regocije
en la gracia de Dios que lo
hace y mantiene humilde; y en las pruebas y ejercicios que le enseñan a
buscar la dicha en Dios y de
Él, no en los placeres perecederos.
Vv. 12-18. No todo hombre que sufre es el
bendecido; pero sí el que con paciencia y constancia
va por el camino del deber, a través de todas las dificultades. Las
aflicciones no nos pueden hacer
miserables si no son por nuestra propia falta. El cristiano probado será
un cristiano coronado. La
corona de la vida se promete a todos los que tienen el amor de Dios
reinando en sus corazones.
Toda alma que ama verdaderamente a Dios tendrá sus pruebas de este mundo
plenamente
recompensadas en ese mundo de lo alto, donde el amor es perfeccionado. —Los
mandamientos de
Dios, y los tratos de su providencia, prueban los corazones de los
hombres, y muestran la
disposición que prevalece en ellos. Pero nada pecaminoso del corazón y
la conducta puede ser
atribuido a Dios. Él no es el autor de la escoria, aunque su prueba de
fuego la deja al descubierto.
Los que culpan del pecado a su constitución o a su situación en el
mundo, o pretenden que no lo
pueden evitar, dejan mal a Dios como si Él fuese el autor del pecado.
Las aflicciones, como
enviados de Dios, están concebidas para sacar a relucir nuestras
virtudes, pero no nuestras
corrupciones. El origen del mal y de las tentaciones está en nuestros
propios corazones. —Detén los
comienzos del pecado o todos los males que sigan serán totalmente
cargados a tu cuenta. Dios no se
complace en la muerte de los hombres, como que no tiene mano en el
pecado de ellos, pero el
pecado y la miseria, se deben a ellos mismos. Así como el sol es el
mismo en la naturaleza e
influye, aunque a menudo se interpongan la tierra y las nubes, haciendo
lo que a nosotros nos
parece variable, así Dios es inmutable y nuestros cambios y sombras no
son cambios ni alteraciones
en Él. Lo que el sol es en la naturaleza es Dios en gracia, providencia
y gloria, e infinitamente más.
Como toda buena dádiva es de Dios, así, en particular, es que hayamos
nacido de nuevo, y todas sus
consecuencias santas y felices vienen de Él. Un cristiano verdadero
llega a ser una persona tan
diferente de la que era antes de las influencias renovadoras de la
gracia divina, que es como si fuera
formado de nuevo. Debemos dedicar todas nuestras facultades al servicio
de Dios, para que
podamos ser una especie de primicias de sus criaturas.
Vv. 19-21. En lugar de culpar a Dios cuando estamos
sometidos a pruebas, abramos nuestros
oídos y corazones para aprender lo que nos enseña por ellas. Si los
hombres desean gobernar sus
lenguas, deben gobernar sus pasiones. Lo peor que podemos aportar a
cualquier disputa es la ira. —
He aquí una exhortación a separar y echar como ropa sucia todas las
prácticas pecaminosas. Esto
debe alcanzar a los pecados del pensamiento y del afecto, y a los
pecados del hablar y del hacer; a
toda cosa corrupta y pecaminosa. Debemos rendirnos a la palabra de Dios
con mentes humildes y
dóciles a la enseñanza. Debemos estar dispuestos a oír de nuestros
defectos, y a tomarlos no sólo
con paciencia, sino con gratitud. El objetivo de la palabra de Dios es
hacernos sabios para salvación
y los que se proponen cualquier finalidad mala o baja al prestarle
atención, deshonran el evangelio y
desilusionan sus propias almas.
Vv. 22-25. Si oyéramos un sermón cada día de la
semana y un ángel del cielo fuera el
predicador, no nos llevaría nunca al cielo si nos apoyáramos solamente
en el oír. Los que son solo
oidores se engañan a sí mismos; y el engaño de sí mismo será hallado, al
final, como el peor
engaño. Si nos halagamos a nosotros mismos es nuestra propia falta. La
verdad no halaga a nadie,
tal como está en Jesús. La palabra de verdad debe ser cuidadosamente
escuchada con atención, y
expondrá ante nosotros la corrupción de nuestra naturaleza, los
desórdenes de nuestros corazones y
de nuestra vida; nos dirá claramente lo que somos. Nuestros pecados son
las manchas que la ley
deja al descubierto; la sangre de Cristo es el lavamiento que enseña el
evangelio, pero oímos en
vano la palabra de Dios y en vano miramos el espejo del evangelio si nos
vamos y olvidamos
nuestras manchas en lugar de sacarlas lavándolas, y olvidamos nuestro
remedio en lugar de recurrir
a este. Eso pasa con los que no oyen la palabra como debieran. Al oír la
palabra miramos dentro de
ella en busca de consejo y guía, y cuando la estudiamos, se vuelve
nuestra vida espiritual. Los que
se mantienen en la ley y la palabra de Dios son y serán bendecidos en
todos sus caminos. Su
recompensa de gracia en el más allá estará relacionada con su paz y
consuelo presente. —Cada
parte de la revelación divina tiene su uso, llevando al pecador a Cristo
para salvación, y guiándole y
exhortándole a andar en libertad por el Espíritu de adopción, conforme a
los santos mandamientos
de Dios. Nótese la distinción: el hombre no es bendecido por sus obras, sino en su obra. No es
hablar sino andar lo que nos llevará al cielo. Cristo se volverá más
precioso para el alma del
creyente, que por Su gracia, se volverá más idónea para la herencia de
los santos en luz.
Vv. 26, 27. Cuando los hombres se esfuerzan por
parecer más religiosos de lo que realmente
son, es una señal de que su religión es vana. No frenar la lengua, la
prontitud para hablar de las
faltas del prójimo, o para disminuir su sabiduría y piedad, son señales
de religión vana. El hombre
que tiene una lengua calumniadora, no puede tener un corazón
verdaderamente humilde y
bondadoso. —Las religiones falsas pueden conocerse por sus impurezas y
falta de caridad. La
religión verdadera nos enseña a hacer cada cosa como estando en la
presencia de Dios. Una vida
inmaculada debe ir unida al amor y la caridad no fingidas. Nuestra
religión verdadera es igual a la
medida en que estas cosas tengan lugar en nuestro corazón y conducta.
Recordemos que nada sirve
en Cristo Jesús salvo la fe que obra por amor, que purifica el corazón,
que somete las lujurias
carnales y que obedece los mandamientos de Dios.
CAPÍTULO II
Versículos 1—13. Todas las
profesiones de fe son vanas si no producen amor y justicia para los
demás. 14—26. Las
buenas obras son necesarias para demostrar la sinceridad de la fe que, de
otro modo, no será más ventajosa que la fe de los demonios.
Vv. 1-13. Los que profesan fe en Cristo como el
Señor de la gloria no deben hacer acepción de
personas por las solas circunstancias y apariencias externas, de una
manera que no concuerdan con
su profesión de ser discípulos del humilde Jesús. Aquí Santiago no anima
a la rudeza ni al desorden;
debe darse el respeto civil, pero nunca de tal modo que influya en los
procedimientos de los
cristianos para disponer de los oficios de la Iglesia de Cristo o para
pasar las censuras de la iglesia o
en alguna cuestión de la religión. El cuestionarnos es algo que sirve
mucho en cada parte de la vida
santa. Hagámoslo con más frecuencia y aprovechemos toda ocasión para
discurrir con nuestras
almas. —Como los lugares de adoración no pueden edificarse ni mantenerse
sin gastos, puede
resultar apropiado que los que contribuyen, sean acomodados de manera
concordante, pero si todos
fueran personas de mayor orientación espiritual, los pobres serían
tratados con más atención de lo
que suele ocurrir en las congregaciones. —El estado humilde es más
favorable para la paz interior y
el crecimiento en la santidad. Dios daría riquezas y honra de este mundo
a todos los creyentes si les
hicieran bien, considerando que Él los ha escogido para que sean ricos
en fe y los ha hecho
herederos de su reino, que prometió conceder a todos los que le aman.
Considérese cuán a menudo
las riquezas conducen al vicio y a la maldad, y qué grandes reproches se
hacen a Dios y a la religión
por parte de hombres ricos, poderosos y grandes en el mundo; eso hará que
este pecado parezca
muy grave y necio. —La Escritura da como ley amar al prójimo como a uno
mismo. Esta ley es una
ley real que viene del Rey de reyes; y si los cristianos actúan
injustamente son convictos de
transgresión por la ley. —Pensar que nuestras buenas obras expiarán
nuestras malas obras, es algo
que claramente nos lleva a buscar otra expiación. Conforme al pacto de
obras, transgredir cualquier
mandamiento pone al hombre bajo condenación, de la cual ninguna
obediencia lo puede librar, sea
pasada, presente o futura. —Esto nos muestra la dicha de los que están
en Cristo. Podemos servirle
sin miedo esclavizante. Pero Dios considera que es su gloria y dicha
perdonar y bendecir a los que
pudieran ser condenados con justicia en su tribunal; y su gracia enseña
que los que participan de su
misericordia, deben imitarla en su conducta.
Vv. 14–26. Se equivocan los que toman la sola
creencia de nociones del evangelio por el todo
de la religión evangélica, como hacen muchos ahora. Sin duda que la sola
fe verdadera, por la cual
los hombres participan en la justicia, expiación y gracia de Cristo,
salva sus almas; pero produce
frutos santos y se demuestra verdadera por sus efectos en las obras de
ellos, mientras el solo
asentimiento a cualquier forma de doctrina o creencia histórica de
hechos, difiere totalmente de la fe
salvadora. La sola profesión de fe puede obtener la buena opinión de la
gente piadosa, y en algunos
casos, puede procurar cosas mundanas buenas, pero ¿de qué aprovecha a
alguien si ganare todo el
mundo y perdiere su alma? ¿Puede esa fe salvarle? Todas las cosas deben
ser contadas como
provechosas o perjudiciales para nosotros, según tiendan a promover o a
estorbar la salvación de
nuestras almas. Este lugar de la Escritura muestra evidentemente que una
opinión o asentimiento al
evangelio, sin obras, no es fe. No hay manera de mostrar que creemos
realmente en Cristo, sino
siendo diligentes en buenas obras por motivo del evangelio y para
propósitos del evangelio. Los
hombres pueden jactarse los unos a los otros y enorgullecerse falsamente
de lo que no tienen en
realidad. —No se trata sólo de conformarse a la fe sino de acceder a ella; no sólo de asentir la
verdad de la palabra, sino del acceder a recibir a Cristo. Creer
verdaderamente no es sólo un acto
del entendimiento, sino una obra de todo el corazón. —Por dos ejemplos
se demuestra que la fe que
justifica no puede ser sin obras: Abraham y Rahab. Abraham creyó a Dios
y le fue contado por
justicia. La fe que produce tales obras le llevó a favores peculiares.
Entonces vemos, versículo 24,
cómo es justificado el hombre por las obras, no por la sola opinión o
declaración, o por creer sin
obedecer, sino teniendo la fe que produce buenas obras. Tener que negar
su propia razón, afectos e
intereses es una acción apta para probar a un creyente. —Nótese aquí, el
maravilloso poder de la fe
para cambiar a los pecadores. La conducta de Rahab probó que la fe de
ella era viva y tenía poder;
demostró que ella creía con su corazón y no solo por asentimiento
intelectual. —Entonces,
pongamos atención que las buenas obras sin fe son obras muertas,
carentes de raíz y principio. Todo
lo que hacemos por fe es realmente bueno, porque se hace en obediencia a
Dios y para su
aceptación: cuando no hay fruto es como si la raíz estuviera muerta. La
fe es la raíz, las buenas
obras son los frutos y debemos ocuparnos de tener ambas. Esta es la
gracia de Dios por la cual
resistimos y a la cual debemos defender. No hay estado intermedio. Cada
uno debe vivir como
amigo de Dios o como enemigo de Dios. Vivir para Dios, que es
consecuencia de la fe, que justifica
y salvará, nos obliga a no hacer nada en su contra sino a hacer todo por
Él y para Él.
CAPÍTULO III
Versículos 1—12. Advertencias contra
la conducta orgullosa y la maldad de la lengua
desenfrenada. 13—18. La
excelencia de la sabiduría celestial opuesta a la mundana.
Vv. 1-12. Se nos enseña a temer una lengua
desenfrenada, como uno de los males más grandes. Los
asuntos de la humanidad son arrojados a la confusión por la lengua de
los hombres. Cada edad del
mundo, y cada condición de vida, privada o pública, da ejemplos de esto.
El infierno tiene que ver
con el fomento del fuego de la lengua más de lo que piensan generalmente
los hombres; cada vez
que la lengua de los hombres son empleadas de manera pecaminosa, están
encendidas con fuego del
infierno. Nadie puede domar la lengua sin la asistencia y la gracia de
Dios. El apóstol no presenta
esto como un imposible, sino como extremadamente difícil. Otros pecados
decaen con el tiempo,
este empeora muchas veces; nos vamos poniendo más perversos y afanosos a
medida que se
deteriora la fuerza natural y llegan los días en que no tenemos placer.
Cuando se doman y someten
otros pecados por las enfermedades de la edad, el espíritu se vuelve, a
menudo, más cortante, la
naturaleza es arrastrada a las heces y las palabras usadas se vuelven
más apasionadas. —La lengua
del hombre se refuta a sí misma, porque en un momento pretende adorar
las perfecciones de Dios y
referir a Él todas las cosas, y en otro momento, condena aun a los
hombres buenos si no usan las
mismas palabras y expresiones. La religión verdadera no admite
contradicciones: ¡cuántos pecados
se evitarían si los hombres fueran siempre coherentes! El lenguaje
piadoso y edificante es el
producto genuino de un corazón santificado; y nadie que entienda el
cristianismo espera oír
maldiciones, mentiras, jactancias e improperios de la boca del creyente
más de lo que espera que un
árbol produzca el fruto de otro. Pero los hechos prueban que son más los
profesantes que logran
frenar sus sentidos y apetitos que refrenar debidamente sus lenguas.
Entonces, dependiendo de la
gracia divina, cuidémonos de bendecir y no maldecir; y apuntemos a ser
coherentes en nuestras
palabras y acciones.
Vv. 13-18. Estos versículos muestran la diferencia
entre los hombres que pretenden ser sabios y
los que realmente lo son. El que piensa o habla bien no es sabio en el
sentido de las Escrituras, si no
vive y actúa bien. La sabiduría verdadera puede conocerse por la
mansedumbre del espíritu y del
temperamento. Los que viven en maldad, envidia y contención, viven en
confusión; y están
obligados a ser provocados y precipitados a toda mala obra. Tal
sabiduría no viene de lo alto, sino
que brota de principios, actos o motivos terrenales y está dedicada a
servir propósitos terrenales.
Los que se jactan de una sabiduría así, deben caer en la condenación del
diablo. La sabiduría
celestial, descrita por el apóstol Santiago, es cercana al amor
cristiano, descrito por el apóstol Pablo;
y ambos son descritos así para que todo hombre pueda probar plenamente
la realidad de sus logros
en ellas. No tiene disfraz ni engaño. No puede caer en los manejos que
el mundo considera sabios,
que son astutos y mal intencionados, pero es sincera, abierta,
constante, uniforme, y coherente
consigo misma. Que la pureza, la paz, la bondad, la docilidad y la
misericordia se vean en todas
nuestras acciones, y que los frutos de la justicia abunden en nuestra
vida, probando que Dios nos ha
otorgado este excelente don.
CAPÍTULO IV
Versículos 1—10. Advertencias contra
los afectos corruptos, y el amor de este mundo, que es
enemistad con Dios. 11—17. Exhortaciones a no emprender ningún asunto en la vida sin la
consideración constante de la voluntad y la providencia de Dios.
Vv. 1–10. Puesto que todas las guerras y peleas
vienen de las corrupciones de nuestros propios
corazones, bueno es mortificar las concupiscencias que luchan en los
miembros. Las
concupiscencias mundanas y carnales son males que no permiten el
contento ni la satisfacción. Los
deseos y los afectos pecaminosos impiden la oración y la obra de
nuestros deseos para con Dios.
Pongámonos en guardia para no abusar o usar mal por la disposición del
corazón, las misericordias
recibidas cuando se conceden las oraciones. —Cuando los hombres piden
prosperidad a Dios,
suelen pedir con malas miras e intenciones. Si así buscamos las cosas de
este mundo, es justo que
Dios las niegue. Los deseos incrédulos y fríos oran negaciones; podemos
tener toda la seguridad de
que nuestras oraciones volverán vacías cuando responde al lenguaje de
las concupiscencias más que
al lenguaje de las virtudes. —He aquí una clara advertencia a evitar
todas las amistades criminales
con este mundo. La orientación del mundo es enemistad contra Dios. Un
enemigo puede ser
reconciliado, pero nunca la ‘enemistad’. El hombre puede tener una
porción grande de cosas de esta
vida y ser, no obstante, mantenido en el amor de Dios, pero el que pone
su corazón en el mundo, al
que se conformará en vez de soltar su amistad, es un enemigo para Dios.
Así, pues, cualquiera que
resuelva en todos los hechos estar en buenos términos con el mundo, debe
ser enemigo de Dios.
Entonces, los judíos o los profesantes relajados del cristianismo,
¿piensan que la Escritura habla en
vano contra esta orientación al mundo? O ¿el Espíritu Santo que habita
en todos los cristianos o en
la nueva naturaleza que Él crea, producen esa clase de fruto? —La
corrupción natural se muestra
envidiando. El espíritu del mundo nos enseña a acumular, a apilar para
nosotros conforme a
nuestras propias fantasías; Dios Espíritu Santo nos enseña a estar dispuestos
a hacer el bien a todos
los que nos rodean, según podamos. La gracia de Dios corregirá y curará
nuestro espíritu natural; y
donde Él da gracia, da otro espíritu que no es el del mundo. —El
orgulloso resiste a Dios; en su
entendimiento resisten las verdades de Dios; en su voluntad resisten las
leyes de Dios; en sus
pasiones resisten la providencia de Dios; por tanto, no es raro que Dios
resista al soberbio. ¡Qué
desgraciado el estado de los que hacen de Dios su enemigo! Dios dará más
gracia al humilde porque
ellos ven su necesidad de ella, oran por ella, son agradecidos de ella,
y ellos la tendrán. —Someteos
a Dios, versículo 7. Somete tu entendimiento a la verdad de Dios; somete
tu voluntad a la voluntad
de su precepto, la voluntad de su providencia. Someteos vosotros mismos
a Dios, porque Él está
dispuesto a hacerles el bien. Si nos rendimos a las tentaciones, el
diablo nos seguirá continuamente,
pero si nos ponemos toda la armadura de Dios, y le resistimos, nos
dejará. Entonces, sométanse a
Dios los pecadores y busquen su gracia y favor resistiendo al diablo.
Todo pecado debe lamentarse;
aquí con tristeza santa; en el más allá, con miseria eterna. El Señor no le
negará el consuelo al que
lamenta verdaderamente el pecado, y exaltará al que se humille ante Él.
Vv. 11-17. Nuestros labios deben estar gobernados
por la ley de la bondad, la verdad y la
justicia. Los cristianos son hermanos. Quebrantar los mandamientos de
Dios es hablar mal de ellos
y juzgarlos, como si nos pusieran una restricción demasiado grande.
Tenemos la ley de Dios, que es
regla para todo; no presumamos de poner nuestras propias nociones y
opiniones como regla a los
que nos rodean, y tengamos cuidado de no ser condenados por el Señor. —“Anda
ahora” es un
llamado a todo aquel que considera que su conducta es mala. ¡Qué dados
son los hombres
mundanos y astutos para dejar fuera de sus planes a Dios! ¡Qué vano es
buscar algo bueno sin la
bendición ni la dirección de Dios! La fragilidad, la brevedad y la
incertidumbre de la vida deben
frenar la confianza vana y presuntuosa de todos los proyectos para el
futuro. Podemos establecer la
hora y el minuto de la salida y la puesta del sol para mañana, pero no
podemos fijar la hora cierta en
que se disipará la niebla. Tan corta, tan irreal y dada a marchitarse es
la vida humana, y toda la
prosperidad y el placer que la acompañan; pero la bendición o el ay para
siempre serán conforme a
nuestra conducta en este momento pasajero. —Siempre tenemos que depender
de la voluntad de
Dios. Nuestros tiempos no están en nuestras manos sino a disposición de
Dios. Nuestra cabeza
puede estar llena de preocupaciones y pensamientos por nosotros mismos,
o por nuestras familias o
amistades, pero la providencia a menudo confunde nuestros planes. Todo
lo que pensemos y todo lo
que hagamos debe depender con sumisión de Dios. Necio y dañino es
jactarse de cosas mundanas y
proyectos futuros; producirá gran desengaño y resultará destructivo al
final. —Los pecados de
omisión y los de comisión serán llevados a juicio. Será condenado tanto
aquel que no hace el bien
que sabe debe hacer y el que hace el mal que sabe que no debe hacer.
¡Oh, qué fuésemos tan
cuidadosos para no omitir la oración y no descuidar la meditación y el
examen de nuestras
conciencias puesto que no hemos de cometer crasos vicios externos contra
la luz!
CAPÍTULO V
Versículos 1—6. Anuncio de los
juicios de Dios contra los ricos incrédulos. 7—11.
Exhortación a
la paciencia y la mansedumbre en las tribulaciones. 12—18. Advertencia contra los votos
apresurados.—La oración recomendada en las circunstancias aflictivas y
prósperas.—Los
cristianos tienen que confesarse sus faltas unos a otros. 19, 20. La felicidad de ser el medio
para la conversión de un pecador.
Vv. 1-6. Los trastornos públicos son los más
penosos para los que viven en el placer y son seguros y
sensuales aunque todos los rangos sufran profundamente en tales
momentos. Todos los tesoros
idolatrados perecerán pronto salvo que sean levantados en juicio contra
sus poseedores. Cuidaos de
defraudar y oprimir; y evitad hasta las apariencias de mal. Dios no nos
prohíbe usar el placer lícito,
pero vivir en el placer, especialmente en el placer pecaminoso, es un
pecado que provoca. ¿No daña
a la gente el no equiparse para preocuparse por los intereses de sus
almas, pero darse el gusto en los
apetitos carnales? —El justo puede ser condenado y muerto, pero cuando
el tal sufre por parte de
opresores, Dios lo nota. Por sobre todos sus otros delitos, los judíos
habían condenado y crucificado
al Justo que vino a ellos, a Jesucristo el Justo.
Vv. 7-11. Piénsese en el que espera una cosecha de
maíz, ¿y no esperarás una corona de gloria?
Si fueras llamado a esperar un poco más que el campesino, ¿no es que hay
algo más valioso que
esperar? En todo sentido se viene aproximando la venida del Señor y
todas las pérdidas, privaciones
y sufrimientos de su pueblo serán recompensados. Los hombres cuentan
como largo el tiempo
porque lo miden según sus propias vidas, pero todo el tiempo es como
nada para Dios; es como un
instante. Unos cuantos años parecen siglos a las criaturas de corta
vida; pero la Escritura que mide
todas las cosas por la existencia de Dios, reconoce que miles de años
son como algunos días. —
Dios hizo cosas en el caso de Job para mostrar claramente que Él es muy
compasivo y de tierna
misericordia. Esto no se ve durante sus problemas, pero se vio en el
resultado, y ahora los creyentes
encuentran un final feliz en sus pruebas. Sirvamos a nuestro Dios y
soportemos nuestras pruebas
como quienes creen que el final coronará todo. Nuestra dicha eterna está
segura si confiamos en Él:
todo lo demás es pura vanidad que pronto será terminada para siempre.
Vv. 12-18. Se condena el pecado de jurar; pero
¡cuántos toman a la ligera el jurar profano
corriente! Tales juramentos arrojan desprecio expreso contra el nombre y
la autoridad de Dios. Este
pecado no produce ganancia, placer ni fama, pero muestra una enemistad
contra Dios que no es
necesaria ni tiene provecho. Muestra que el hombre es enemigo de Dios,
por más que pretenda
llamarse con su nombre, o participar a veces en los actos de adoración.
Pero el Señor no considerará
inocentes a quienes toman su nombre en vano. —En el día de la aflicción
nada es más oportuno que
la oración. Entonces el espíritu está más humillado y el corazón,
quebrantado y blando. Es necesario
ejercer fe y esperanza en las aflicciones; y la oración es el medio
establecido para obtener e
incrementar esas gracias. —Fíjese que la salvación del enfermo no se
atribuye a la unción con
aceite, sino a la oración. En un momento de enfermedad no es la oración
fría y formal la que es
efectiva, sino la oración de fe. La gran cosa que debemos rogar de Dios
para nosotros y los demás
en el tiempo de enfermedad es el perdón de pecado. Que nada se haga para
estimular a nadie a
tardar, con la equivocada noción de que una confesión, una oración, la
absolución y la exhortación
de parte de un ministro, o el sacramento, arreglarán todo en el último
momento, cuando se han
descuidado los deberes de la vida piadosa. La confesión mutua de
nuestras faltas ayudará mucho a
la paz y al amor fraternal. Mucho sirve cuando una persona justa, un
creyente verdadero, justificado
en Cristo, y por su gracia, que anda delante de Dios en santa
obediencia, presenta una oración
ferviente eficaz, puesta en su corazón por el poder del Espíritu Santo,
la que produce afectos santos
y expectativas de fe, y así guía con fervor a pedir las promesas de Dios
en su trono de misericordia.
—El caso de Elías demuestra el poder de la oración. No debemos mirar al
mérito del hombre
cuando oramos, sino a la gracia de Dios. No basta decir una oración sino
debemos pedir en la
oración. Los pensamientos deben quedar fijos, los deseos deben ser
firmes y ardientes, y las gracias
deben ejercerse. Este caso del poder de la oración da ánimos a todo
cristiano para orar eficazmente.
Dios nunca dice a nadie de la simiente de Jacob: “Buscad en vano mi rostro”.
Donde pueda parecer
que no es un gran milagro de Dios al contestar nuestras oraciones, aún
hay mucha gracia.
Vv. 19, 20. No es característica del hombre piadoso
o sabio jactarse de estar libre de error o
negarse a reconocer un error. Hay un error doctrinal en el fondo de todo
error práctico.
Habitualmente nadie es malo si no se basa en un principio malo. —La
conversión es hacer volver al
pecador del error de su camino y no solo de una parte a otra o de una
noción a otra, ni de un modo
de pensar a otro. No hay forma de ocultar eficaz y definitivamente el
pecado, sino abandonarlo.
Muchos pecados son impedidos por un convertido; también puede hacer así
en otros sobre quienes
puede tener influencia. La salvación de un alma es de importancia
infinitamente mayor que
preservar la vida de multitudes o fomentar el bienestar de todo un
pueblo. Tengamos presente estas
cosas en nuestras diversas etapas, sin eludir el dolor al servicio de
Dios, y el tiempo probará que
nuestro trabajo en el Señor no es en vano. Él ha estado multiplicando el
perdón por seis mil años y
todavía su libre gracia no está cansada ni se ha agotado. Ciertamente la
misericordia divina es un
océano que siempre está lleno y siempre fluye. Que el Señor nos dé una
parte de esta abundante
misericordia por medio de la sangre de Cristo y de la santificación del
Espíritu.