COLOSENSES
Esta epístola fue enviada por ciertas dificultades que surgieron entre
los colosenses, debido a
falsos maestros, a causa de lo cual recurrieron al apóstol. El alcance
de la epístola es demostrar que
toda la esperanza de redención del hombre se funda solo en Cristo, en el
cual están toda la plenitud,
las perfecciones y toda la suficiencia. Se advierte a los colosenses
contra las artimañas de los
maestros judaizantes y contra las nociones de sabiduría carnal e
invenciones y tradiciones humanas,
que no armonizan con la confianza total en Cristo. El apóstol usa los
dos primeros capítulos para
decirles qué deben creer y en los dos últimos qué deben hacer: la
doctrina de la fe y los preceptos de
la vida para salvación.
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CAPÍTULO I
Versículos 1—8. El apóstol Pablo
saluda a los colosenses y bendice a Dios por la fe, el amor y la
esperanza de ellos. 9—14. Ora para que lleven fruto en conocimiento espiritual. 15—23. Da
una visión gloriosa de Cristo. 24—29. Establece su propio carácter como apóstol de los
gentiles.
Vv. 1—8. Todos los cristianos verdaderos son
hermanos entre sí. La fidelidad va en todo aspecto y
relación de la vida cristiana. —La fe, la esperanza, y el amor son las
tres virtudes principales de la
vida cristiana, y el tema apropiado para orar y dar gracias. Mientras
más fijamos nuestras
esperanzas en la recompensa del otro mundo, más libres estaremos para
hacer el bien con nuestro
tesoro terrenal. Estaba reservado para ellos; ningún enemigo podía quitárselos. —El evangelio es la
palabra de verdad y podemos arriesgar nuestras almas sobre esta base,
con la seguridad de un buen
resultado. Todos los que oyen la palabra del evangelio, deben dar el
fruto del evangelio, obedecerla
y tener sus principios y vidas formados conforme a ello. El amor al
mundo surge de puntos de vista
interesados, o de similitud en modales; el amor carnal surge del apetito
de placeres. A estos siempre
se aferra algo corrupto, egoísta y bajo. Pero el amor cristiano surge
del Espíritu Santo y está lleno
de santidad.
Vv. 9—14. El apóstol era constante para orar que
los creyentes fueran llenos del conocimiento
de la voluntad de Dios con toda sabiduría. Las buenas palabras no sirven
sin buenas obras. El que
emprende el fortalecimiento de su pueblo es un Dios de poder, y de poder
glorioso. El bendito
Espíritu es el autor de esto. Al orar por fuerza espiritual, no somos
presionados ni confinados en las
promesas, y no debemos serlo en nuestras esperanzas y deseos. La gracia
de Dios en los corazones
de los creyentes es el poder de Dios y hay gloria en este poder. El uso
especial de esta fuerza era
para los sufrimientos. Hay obra que realizar aunque estemos sufriendo. —En
medio de todas sus
tribulaciones ellos daban gracias al Padre de nuestro Señor Jesucristo
cuya gracia especial los
preparaba para participar de la herencia provista para los santos. Para
ejecutar este cambio fueron
hechos súbditos de Cristo, los que eran esclavos de Satanás. Todos los
que están destinados para el
cielo en el más allá, están preparados ya para el cielo. Los que tienen
la herencia de hijos tienen la
educación de hijos, y la disposición de hijos. Por fe en Cristo
disfrutan esta redención, como la
compra de su sangre expiatoria mediante la cual se otorgan el perdón de
los pecados y todas las
demás bendiciones. Seguramente entonces consideraremos un favor el ser
liberados del reino de
Satanás y llevados al de Cristo, sabiendo que todas las tribulaciones
terminarán pronto y que cada
creyente será contado entre los salidos de la gran tribulación.
Vv. 15—23. Cristo en su naturaleza humana es la
revelación visible del Dios invisible y quien le
ha visto a Él ha visto al Padre. Adoremos estos misterios con fe humilde
y contemplemos la gloria
de Jehová en Cristo Jesús. Nació o fue engendrado antes de toda la
creación, antes que fuera hecha
la primera criatura; este el modo de la Escritura de representar la
eternidad, y por el cual la
eternidad de Dios nos es representada. Siendo todas las cosas creadas
por Él, fueron creadas para
Él; siendo hechas por su poder, fueron hechas conforme a su beneplácito
y para alabanza de su
gloria. No sólo las creó todas al principio; por la palabra de su poder
las sustenta. —Cristo como
Mediador es la Cabeza del cuerpo, la Iglesia; toda gracia y fuerza son
de Él; y la Iglesia es su
cuerpo. Toda plenitud habita en Él; la plenitud de mérito y justicia, de
fuerza y gracia para nosotros.
Dios mostró su justicia al requerir plena satisfacción. Este modo de
redimir a la humanidad por la
muerte de Cristo fue el más apto. Aquí se presenta ante nuestra visión
el método de ser reconciliado.
Pese al odio hacia el pecado por parte de Dios, plugo a Dios reconciliar
consigo al hombre caído. Si
estamos convencidos en nuestra mente de que éramos enemigos por las
malas obras, y que ahora
estamos reconciliados a Dios por el sacrificio y muerte de Cristo según
nuestra naturaleza, no
intentaremos explicar ni siquiera pensar en comprender plenamente estos
misterios, pero veremos la
gloria de este plan de redención y nos regocijaremos en la esperanza que
nos es puesta por delante.
Si el amor de Dios por nosotros es tan grande, ¿ahora qué podemos hacer
por Dios? Orar con
frecuencia y abundar en los deberes santos y no vivir más para sí mismo,
sino para Cristo, el que
murió por nosotros. Pero, ¿para qué? ¿para que sigamos viviendo en el
pecado? No, sino para que
muramos al pecado y vivamos entonces no para nosotros sino para Él.
Vv. 24—29. Los sufrimientos de la Cabeza y de los
miembros son llamados sufrimientos de
Cristo, y hechos, como si lo fueran, un cuerpo de sufrimientos. Pero Él
sufrió por la redención de la
Iglesia; nosotros sufrimos por otras cosas, porque sólo saboreamos
ligeramente esa copa de
aflicciones que Cristo bebió primero hasta las heces. Puede decirse que
el cristiano cumple lo que
falta de los sufrimientos de Cristo cuando toma su cruz, y según la
pauta de Cristo, sufre
pacientemente las aflicciones que Dios le asigna. —Seamos agradecidos
que Dios nos haya dado a
conocer los misterios ocultos por edades y generaciones y haya mostrado
las riquezas de su gloria
entre nosotros. Al predicarse a Cristo entre nosotros preguntemos
honestamente si Él habita y reina
en nosotros; porque sólo esto puede garantizar nuestra esperanza de su
gloria. Debemos ser fieles
hasta la muerte en medio de todas las pruebas para recibir la corona de
vida y alcanzar la meta de
nuestra fe: la salvación de nuestras almas.
CAPÍTULO II
Versículos 1—7. El apóstol expresa
su amor a los creyentes, y su gozo en ellos. 8—17.
Advierte
contra los errores de la filosofía pagana; también contra las
tradiciones y ritos judaicos que
fueron cumplidos en Cristo. 18—23. Contra adorar ángeles, y contra las ordenanzas legales.
Vv. 1—7. El alma prospera cuando conocemos
claramente la verdad en Jesús. Entonces creemos no
sólo con el corazón, sino que estamos dispuestos a confesar con la boca
cuando se nos pida. El
conocimiento y la fe enriquecen el alma. Mientras más fuerte es nuestra
fe, y más cálido nuestro
amor, más grande será nuestro consuelo. Los tesoros de la sabiduría
están ocultos, no de nosotros,
sino para nosotros
en Cristo. Fueron escondidos de los incrédulos orgullosos, pero exhibidos en la
persona y la redención de Cristo. —Nótese el peligro de las palabras
persuasivas: ¡cuántos se
destruyen con los disfraces falsos y las bellas apariencias de
principios malos y de las prácticas
impías! Estad vigilantes y temed a los que desean seducir para cualquier
mal, porque su propósito
es corromperos. Todos los cristianos han recibido al Señor Jesucristo;
al menos por profesión le
aceptaron y le tomaron como suyo. No podemos edificar ni crecer en
Cristo si primero, no estamos
arraigados o fundamentados en Él. Estando afirmados en la fe podemos
abundar y mejorar más y
más en ella. Dios quita con justicia este beneficio a quienes no lo
reciben con acción de gracias; con
justicia, Dios requiere gratitud por sus misericordias.
Vv. 8—17. Hay una filosofía que ejercita
correctamente nuestras facultades de raciocinio: el
estudio de las obras de Dios, que nos lleva al conocimiento de Dios y
confirma nuestra fe en Él.
Pero hay una filosofía que es vana y engañosa; y aunque complace las
fantasías de los hombres,
obstaculiza la fe de ellos: tales son las especulaciones curiosas sobre
cosas que no trascienden o no
nos interesan. Los que van por el camino del mundo se han apartado de
seguir a Cristo. En Él
tenemos la sustancia de todas las sombras de la ley ceremonial. Todos
los defectos de la ley están
compensados en el evangelio de Cristo por su sacrificio completo por el
pecado, y por la revelación
de la voluntad de Dios. Ser completo es estar equipado con todas las
cosas necesarias para la
salvación. Por esta sola palabra, “completo” se indica que tenemos todo
lo requerido en Cristo. “En
Él”, no cuando miramos a Cristo como si estuviese lejos de nosotros,
sino cuando tenemos a Cristo
habitando y permaneciendo en nosotros. Cristo está en nosotros y nosotros en Él cuando por el
poder del Espíritu, la fe obra en nuestros corazones por el Espíritu y
somos unidos a nuestra
Cabeza. La circuncisión del corazón, la crucifixión de la carne, la
muerte y sepultación al pecado y
al mundo, y la resurrección a la novedad de vida, simbolizadas en el
bautismo, y por fe obrada en
nuestros corazones, demuestran que nuestros pecados han sido perdonados,
y que estamos
completamente liberados de la maldición de la ley. —Por medio de Cristo
somos resucitados los
que estábamos muertos en el pecado. La muerte de Cristo fue la muerte de
nuestros pecados; la
resurrección de Cristo es la vivificación de nuestras almas. Cristo sacó
del camino la ley de las
ordenanzas que fue yugo para los judíos, y muro de separación para los
gentiles. Las sombras
huyeron cuando la sustancia se hizo presente. Como todo mortal es
culpable de muerte, por lo
escrito en la ley, ¡qué espantosa es la situación de los impíos réprobos
que pisotean la sangre del
Hijo de Dios, que es lo único con que puede borrarse esta sentencia! Que
nadie se perturbe con los
juicios fanáticos relacionados a la carne o a las solemnidades judías.
Apartar un tiempo para adorar
y servir a Dios es un deber ineludible que no depende necesariamente del
séptimo día de la semana,
el día de reposo de los judíos. El primer día de la semana o el día del
Señor es el tiempo que los
cristianos guardan santo en memoria de la resurrección de Cristo. Todos
los ritos judaicos eran
sombra de las bendiciones del evangelio.
Vv. 18—23. Parecía humildad recurrir a los ángeles,
como si los hombres tuviesen conciencia
de su indignidad para hablar directamente a Dios, pero eso no tiene
respaldo, porque toma la honra
debida sólo a Cristo y se la confiere a la criatura. En esta humildad
aparente había un verdadero
orgullo. Los que adoran ángeles desconocen a Cristo que es el único
Mediador entre Dios y el
hombre. Recurrir a otros mediadores fuera de Cristo es un insulto para
Él, que es la Cabeza de la
Iglesia. Cuando los hombres se apartan de Cristo, se asen de eso que no
les sirve. —El cuerpo de
Cristo es un cuerpo que crece. Los creyentes verdaderos no pueden vivir
según las modas del
mundo. La sabiduría verdadera es mantenerse apegado a los designios del
evangelio: por entero
sometidos a Cristo que es la única Cabeza de su Iglesia. Los
sufrimientos y los ayunos impuestos a
uno mismo pueden dar el espectáculo de rara espiritualidad y voluntad de
sufrir, pero no son
“ningún honor” para Dios. Todo tendía, erróneamente, a satisfacer la
mente carnal gratificando la
voluntad propia, la sabiduría propia, la justicia propia y despreciando
al prójimo. Siendo las cosas
como son, no tienen en sí mismas sólo la apariencia de la sabiduría o son
una simulación tan débil
que no le hacen bien al alma, ni proveen para la satisfacción de la
carne. Lo que el Señor ha
determninado que sea indiferente, considerémolo como tal, y permitamos
una libertad semejante al
prójimo; recordando la naturaleza pasajera de las cosas terrenales,
procuremos glorificar a Dios al
usarlas.
CAPÍTULO III
Versículos 1—4. Exhortación a los
colosenses para que miren al cielo, 5—11. a mortificar todos
los afectos corruptos, 12—17. a vivir en amor, tolerancia y perdón mutuos, 18—25. y a cumplir
los deberes de esposa y marido, hijos, padres y siervos.
Vv. 1—4. Puesto que los cristianos están libres
de la ley ceremonial deben andar más cerca de Dios
en la obediencia del evangelio. Como el cielo y la tierra son opuestos
entre sí, no pueden seguirse al
mismo tiempo; y el afecto por uno debilitará y abatirá el afecto por el
otro. Los que han nacido de
nuevo están muertos al pecado, porque su dominio está roto, su poder
paulatinamente vencido por
la operación de la gracia, y a la larga, será extinguido por la
perfección de la gloria. Entonces, estar
muertos significa esto: que quienes tienen el Espíritu Santo, que
mortifica en ellos las
concupiscencias de la carne, son capaces de despreciar las cosas
terrenales y desear las celestiales.
En el presente, Cristo es alguien a quien no hemos visto, pero nuestro
consuelo es que nuestra vida
está a salvo en Él. Las corrientes de esta agua viva fluyen al alma por
la influencia del Espíritu
Santo por la fe. Cristo vive en el creyente por su Espíritu, y el creyente vive para Él en todo lo que
hace. En la segunda venida de Cristo habrá una reunión general de todos
los redimidos; y aquellos
cuya vida está ahora escondida con Cristo, se manifestarán con Él en su
gloria. Esperamos esa
dicha, ¿no deberíamos poner nuestros afectos en aquel mundo y vivir por
encima de éste?
Vv. 5—11. Es nuestro deber mortificar nuestros
miembros que se inclinan a las cosas de este
mundo. Mortificarlos, matarlos, suprimirlos, como malezas o gusanos que
se desparraman y
destruyen todo a su alrededor. Debemos oponernos continuamente a todas
las obras corruptas sin
hacer provisión para los placeres carnales. Debemos evitar las ocasiones
de pecar: la concupiscencia
de la carne, y el amor al mundo; y la codicia que es idolatría; el amor
del bien actual y los placeres
externos. —Es necesario mortificar los pecados porque si no los matamos,
ellos nos matarán a
nosotros. El evangelio cambia las facultades superiores e inferiores del
alma, y sostiene la regla de
la recta razón y de la conciencia por sobre el apetito y la pasión. —Ahora
no hay diferencia de país,
de condición o de circunstancia de vida. Es deber de cada uno ser santo,
porque Cristo es el Todo
del cristiano, su único Señor y Salvador, y toda su esperanza y
felicidad.
Vv. 12—17. No sólo no debemos dañar a nadie;
debemos hacer todo el bien que podamos a
todos. Los que son escogidos de Dios, santos y amados, deben ser
humildes y compasivos con
todos. Mientras estemos en este mundo, donde hay tanta corrupción en
nuestros corazones, a veces
surgirán contiendas, pero nuestro deber es perdonarnos unos a otros
imitando el perdón por cual
somos salvados. Que la paz de Dios reine en vuestros corazones; es su
obra en todos los que le
pertenecen. La acción de gracias a Dios ayuda a hacernos agradables ante
todos los hombres. El
evangelio es la palabra de Cristo. Muchos tienen la palabra, pero habita
pobremente en ellos; no
tiene poder sobre ellos. El alma prospera cuando estamos llenos de las
Escrituras y de la gracia de
Cristo. Cuando cantamos salmos debemos ser afectados por lo que
cantamos. Hagamos todo en el
nombre del Señor Jesús, y dependiendo con fe en Él, sea lo que sea en
que estemos ocupados. A los
que hacen todo en el nombre de Cristo nunca les faltará tema para dar
gracias a Dios, al Padre.
Vv. 18—25. Las epístolas que se preocupan más en
exhibir la gloria de la gracia divina y a
magnificar al Señor Jesús, son las más detalladas al enfatizar los
deberes de la vida cristiana. Nunca
debemos separar los privilegios de los deberes del evangelio. —La
sumisión es el deber de las
esposas, pero no es someterse a un tirano austero o a un adusto señor,
sino a su marido que está
comprometido al deber afectuoso. Los maridos deben amar a sus esposas
con afecto fiel y tierno. —
Los hijos dóciles son los que más probablemente prosperen, como asimismo
los hijos obedientes.
—Los siervos tienen que cumplir su deber y obedecer las órdenes de sus
amos en todas las cosas
que corresponden al deber con Dios, su Amo celestial. Deben ser justos y
diligentes, sin intenciones
egoístas, hipocresías ni disfraces. Los que temen a Dios serán justos y
fieles cuando estén fuera de
la vista de sus amos, porque saben que están bajo el ojo de Dios. Hagan
todo con diligencia, no con
ocio ni pereza; alegremente, no descontentos con la providencia de Dios
que los puso en esa
relación. Y para estímulo de los siervos, sepan que sirven a Cristo
cuando sirven a sus amos
conforme al mandamiento de Cristo, y que al final, Él les dará una
recompensa gloriosa. Por otro
lado, el que hace el mal recibirá el mal que haya hecho. Dios castigará
al siervo injusto y premiará
al siervo justo; lo mismo si los amos hacen el mal a sus siervos. Porque
el Juez justo de la tierra
tratará con justicia a amo y siervo. Ambos estarán al mismo nivel en su
tribunal. ¡Qué feliz haría al
mundo la religión verdadera si prevaleciera por doquier influyendo en
todo estado de cosas y toda
relación de vida! Pero la profesión de las personas que descuidan los
deberes, y que dan causa justa
de quejas a quienes se relacionan con ellas, se engañan a sí mismas y
también acarrea reproches
para el evangelio.
CAPÍTULO IV
Versículos 1. Los amos cumplen su deber con sus
siervos. 2—6. Las
personas de todos los rangos
tienen que perseverar en la oración y en la prudencia cristiana. 7—9. El apóstol se refiere a
otros para dar cuenta de sus asuntos. 10—18.
Envía saludos y concluye con una bendición.
V. 1. El apóstol procede a tratar el deber de
los amos con sus siervos. No sólo se les pide justicia,
sino estricta equidad y bondad. Deben tratar a los siervos como esperan
que Dios los trate a ellos.
Vv. 2—6. No pueden desempeñarse rectamente los
deberes si no perseveramos en la oración
ferviente, y velamos con acción de gracias. La gente tiene que orar en
particular por sus ministros.
—Se exhorta a los creyentes a una conducta justa con los incrédulos.
Tened cuidado en todo lo que
converséis con ellos, en hacerles el bien, y dar prestigio a la religión
por todos los medios lícitos. La
diligencia para redimir el tiempo da buen testimonio de la religión ante
la buena opinión ajena. Aun
lo que sólo es un descuido puede causar un perjuicio duradero a la
verdad. —Todo discurso debe ser
discreto y oportuno, como corresponde a los cristianos. Aunque no
siempre sea de gracia, siempre
debe ser con gracia.
Aunque nuestro discurso sea sobre algo común, debe ser, sin embargo, de un
modo cristiano. La gracia es la sal que sazona nuestro discurso e impide
que se corrompa. No basta
con responder lo que se pregunta a menos que también respondamos
rectamente.
Vv. 7—9. Los ministros son siervos de Cristo y
consiervos unos de otros. Ellos tienen un Señor
aunque tengan diferentes puestos y poderes para el servicio. Gran
consuelo en los problemas y
dificultades de la vida es tener compañeros cristianos que se preocupen
por nosotros. —Las
circunstancias de la vida no hacen diferencia para la relación
espiritual entre los cristianos sinceros;
ellos participan de los mismos privilegios y tienen derecho a las mismas
consideraciones. ¡Qué
cambios sorprendentes hace la gracia divina! Los siervos infieles llegan
a ser hermanos amados y
fieles, y algunos que habían hecho el mal, llegan a ser colaboradores
del bien.
Vv. 10—18. Pablo tuvo diferencias con Bernabé
debido a Marcos, pero no sólo se reconciliaron,
sino que lo recomienda a las iglesias; un ejemplo del espíritu cristiano
que perdona verdaderamente.
Si los hombres han sido culpables de una falta, no siempre debe serles recordadas
en su contra.
Debemos olvidar y perdonar. —El apóstol tuvo el consuelo de la comunión
de santos y ministros.
Uno es su consiervo, otro es compañero de prisiones, y todos son sus
colaboradores, ocupados en su
salvación y dedicándose a promover la salvación de otros. —La oración
eficaz, ferviente, es la
oración que prevalece y sirve de mucho. Las sonrisas, los halagos o el
enojo del mundo, el espíritu
de error, o la obra del amor propio, conduce a muchos a un modo de
predicar y de vivir que dista
mucho de cumplir con el ministerio de ellos, pero los que predican la
misma doctrina que Pablo, y
siguen su ejemplo, pueden esperar el favor divino y su bendición.