PRIMERA DE CRÓNICAS

PRIMERA DE CRÓNICAS
Los libros de las Crónicas son, en gran medida, repeticiones de lo que se relata en los libros de Samuel
y de los Reyes, aunque hay aquí algunas cosas excelentes y útiles que no hallamos en otra parte. El Primer
libro narra el origen del pueblo judío a partir de Adán y, luego, da cuenta del reino de David. La narración
continúa en el Segundo libro con el desarrollo y final del reino de Judá; también se comenta el regreso de
los judíos del cautiverio en Babilonia. Jerónimo dice que se engaña el que crea que conoce las Escrituras
sin estar familiarizado con los libros de las Crónicas, donde se hallan hechos históricos y nombres que, en
otras partes, se pasan por alto, y se encuentra la conexión de pasajes y se explican muchas preguntas
referentes al evangelio.
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CAPÍTULO I
Versículos 1—27. Genealogías—Adán a Abraham. 28—54. Los descendientes de Abraham.
Vv. 1—27. Este capítulo, y muchos que siguen, repiten las genealogías o listas de padres e hijos de la
historia bíblica, y los reúnen con muchos agregados. Cuando se compara con otros pasajes, se encuentran
algunas diferencias, pero no debemos por eso tropezar en la Palabra, sino bendecir a Dios que las cosas
necesarias para la salvación sean bastante claras. —Aquí el origen de la nación judía se remonta al primer
hombre que Dios creó y, por eso, se distingue de los orígenes oscuros, fabulosos y absurdos atribuidos a
otras naciones. Pero ahora todas las naciones está tan mezcladas entre sí, que ninguna nación, ni la mayor
de ellas traza su origen a ninguna de estas fuentes. Sólo de esto estamos seguros, que Dios creó de una
sangre a todas las razas de los hombres; todos son descendientes de un Adán, de un Noé. ¿No tienen
todos un padre? ¿No nos ha creado un Dios? Malaquías ii, 10.
Vv. 28—54. La genealogía de aquí en adelante se limita a la posteridad de Abraham. —Que tengamos
ocasión de pensar, al leer estas listas de nombres, en las multitudes que han pasado por este mundo, han
hecho su parte en él y luego se fueron. Cuando una generación, hasta de hombres pecadores, pasa y se va,
otra viene, Eclesiastés i, 4; Números xxxii, 14, y así será mientras permanezca la tierra. Corto es nuestro
paso por el tiempo hacia la eternidad. Que seamos distinguidos como pueblo del Señor.
CAPÍTULO II
Genealogías
Ahora llegamos al registro de los hijos de Israel, ese pueblo distinguido, que tenía que habitar solo y no ser
contado entre las naciones. Pero ahora, en Cristo, todos los que van a Él son bienvenidos a su salvación;
todos tienen iguales privilegios conforme a su fe en Él, y su amor y devoción a Él. Todo lo que es
verdaderamente valioso consiste del favor, la paz y la imagen de Dios, y una vida vivida para su gloria,
promoviendo el bienestar de nuestros congéneres.
CAPÍTULO III
Genealogías
De todas las familias de Israel ninguna fue tan ilustre como la de David: aquí tenemos la cuenta completa de
ella. De esta familia, en lo tocante a la carne, vino Cristo. El observador atento percibirá que los hijos del
justo disfrutan de muchas ventajas.
CAPÍTULO IV
Genealogías
En este capítulo tenemos un relato ulterior de Judá, la más numerosa y más famosa de todas las tribus;
también una cuenta de Simeón. —La persona más notable de este capítulo es Jabes. No se nos dice por
qué Jabes fue más honorable que sus hermanos, pero hallamos que era hombre de oración. El camino para
ser verdaderamente grande es el de buscar hacer la voluntad de Dios y orar fervorosamente. Aquí aparece
la oración que él hacía. Jabes oraba al Dios vivo y verdadero, que es el único que puede oír y responder la
oración; y, orando lo consideraba como Dios que tiene un pacto con su pueblo. Jabes no expresa promesa
alguna; la deja sobreentendida; temía prometer según su propia fuerza y resolvió dedicarse por entero a
Dios. ¡Oh, si me dieras bendición, y me guardaras! Haz lo que quieras conmigo; yo estaré a tus órdenes y a
tu disposición por siempre. Como dice el texto, este fue lenguaje del deseo más ardiente y afectuoso. ¡Oh, si
me dieras bendición! Jabes oró por cuatro cosas. —1. Que Dios verdaderamente le bendijera. Las
bendiciones espirituales son las mejores: Las bendiciones de Dios son cosas reales y producen efectos
reales. —2. Que ensanche su territorio. Que Dios ensanche nuestros corazones y, así, agrande nuestra
parte en Él, y en la Canaán celestial, tal debiera ser nuestro deseo y oración. —3. Que la mano de Dios
estuviera con él. La mano de Dios con nosotros, para guiarnos, protegernos, fortalecernos y hacer todas
nuestras obras en y para nosotros, es una mano absolutamente suficiente en todo. —4. Que le guardara del
mal, el mal del pecado, el mal del problema, todo los malos designios de sus enemigos, para que no lo
dañen, y no hicieran de Jabes un varón de dolores. —Dios le concedió lo que pidió. Dios siempre está listo
para oír la oración: Su oído hoy no está sordo.
CAPÍTULO V
Genealogías
Este capítulo da una cuenta de las dos y media tribus asentadas al lado oriental del Jordán. Ellas fueron
cautivadas por el rey de Asiria, porque habían abandonado al Señor. Sólo dos cosas se registran aquí
respecto de estas tribus. —1. Todos ellos participaron en una victoria. Felices las personas que viven juntos
en armonía, que se ayudan mutuamente con los enemigos comunes de su alma, confiando en el Señor e
invocándolo. —2. Ellos compartieron el cautiverio. Hubieran tenido la mejor de las tierras, sin considerar que
estaban demasiado expuestas. El deseo de objetos terrenales aleja de las ordenanzas de Dios, y prepara a
los hombres para la destrucción.
CAPÍTULO VI
Genealogías
En este capítulo tenemos un relato de Leví. Los sacerdotes y los levitas estaban más preocupados que
cualquier otro israelita por preservar clara su descendencia y ser capaces de probarlo, porque todos los
honores y los privilegios del oficio de ellos dependía de su genealogía. Ahora, el Espíritu de Dios llama
ministros a su obra, sin límite en cuanto a origen familiar; y, entonces como ahora, aunque los creyentes y
los ministros puedan ser muy útiles a la iglesia, nadie sino nuestro gran Sumo Sacerdote puede hacer
expiación por el pecado, y nadie puede ser aceptado sino a través de su expiación.
CAPÍTULO VII
Genealogías
No hay cuenta de Zabulón ni de Dan. No podemos encontrar razón por la cual solamente ellos se omitieron;
pero es la desgracia de la tribu de Dan que la idolatría empezara en esa colonia que se estableció en Lais y
la llamara Dan, Jueces xviii, y que ahí Jeroboam instalara uno de los becerros de oro. Dan es omitido,
Apocalipsis vii. Los hombres se vuelven abominables cuando abandonan la adoración del verdadero Dios
por cualquier objeto creado.
CAPÍTULO VIII
Genealogías
Aquí hay una lista más larga de la tribu de Benjamín. Podemos suponer que muchas cosas de estas
genealogías, que nos parecen difíciles, abruptas y confusas, eran sencillas y claras en la época, y
respondían plenamente a la intención para la cual fueron publicadas. —Muchas naciones grandes y
poderosas existían en aquel entonces en la tierra, y muchos hombres ilustres cuyos nombres están ahora
completamente olvidados; mientras que los nombres de multitudes del Israel de Dios se recuerdan aquí
eternamente. La memoria del justo es bendita.
CAPÍTULO IX
Genealogías
Este capítulo expresa que un fin de registrar todas estas genealogías era dirigir a los judíos cuando
volvieran del cautiverio, con quién unirse y dónde residir. —Aquí hay una cuenta del buen estado en que se
pusieron los asuntos de la religión al regreso de Babilonia. Cada uno conocía su oficio. Probablemente se
hace bien el trabajo cuando todos conocen el deber de su cargo, y hacen de ello una ocupación. Dios es
Dios de orden. Así, era el templo una figura del santuario celestial donde no descansan día y noche de
alabar a Dios, Apocalipsis iv, 8. Bendito sea su Nombre, pues los creyentes le alabarán día y noche sin
interrupción, y no por turno, sino todos juntos: que el Señor nos haga aptos a cada uno de nosotros para la
herencia de los santos en luz.
CAPÍTULO X
La muerte de Saúl
El designio principalmente en vista en los libros de las Crónicas parece ser el de preservar los registros de
la casa de David. Por tanto, el escrito no repite la historia del reino de Saúl sino solo la de su muerte, la cual
abrió para David el camino al trono. Y de la ruina de Saúl podemos aprender: —1. Que el pecado de los
pecadores ciertamente los alcanzará tarde o temprano; Saúl murió por su transgresión. —2. Que la
grandeza de ningún hombre puede exceptuarlo de los juicios de Dios. —3. La desobediencia es homicida.
Saúl murió por no guardar la Palabra del Señor. —Que seamos librados de la incredulidad, impaciencia y
desesperación. Esperando en el Señor obtendremos un reino inconmovible.
CAPÍTULO XI
Versículos 1—9. Ascensión de David al trono. 10—47. Lista de los valientes de David.
Vv. 1—9. David fue llevado a tomar posesión del trono de Israel después de reinar siete años en Hebrón,
sobre Judá solo. Los consejos de Dios se cumplen al fin, cualquiera sean las dificultades que haya en el
camino. La manera de ser verdaderamente grande es ser realmente útil, dedicar todos nuestros talentos al
Señor.
Vv. 10—47. Se da una cuenta de los valientes de David, los grandes hombres que le sirvieron. Pero
David reconoció que su éxito no era de los valientes que estaban con él, sino del poderoso Dios cuya
presencia es todo en todo. —Al fortalecerlo a él, ellos se fortalecían a sí mismos y sus propios intereses,
porque su progreso era el de ellos. Nosotros ganaremos por lo que hacemos en nuestros lugares por
sostener el reino del Hijo de David; y los que son fieles a Él, hallarán sus nombres registrados con mucho
más honra para ellos que los que están en los registros de la fama.
CAPÍTULO XII
Versículos 1—22. Los que fueron a ver a David en Siclag. 23—40. Los que vinieron a Hebrón.
Vv. 1—22. Aquí hay cuenta de los que vinieron y actuaron como sus amigos cuando David era perseguido.
Ninguna dificultad ni peligro debieran impedir al pecador llegar al Salvador, ni sacar al creyente de la senda
del deber. Los que avanzan y vencen en estos intentos encontrarán abundante recompensa. De las
palabras de Amasai podemos aprender a testificar nuestro afecto y lealtad al Señor Jesús; debemos ser
suyos por completo; a su lado debemos avanzar para ir y actuar. Si estamos bajo la influencia del Espíritu,
desearemos tener nuestra suerte entre ellos y declararnos de su lado; si con fe y amor abrazamos la causa
de Cristo, Él nos recibirá, empleará y prosperará.
Vv. 23—40. Cuando el trono de Cristo se establece en un alma, hay o debiera haber, gran gozo en esa
alma; y se hace provisión, no como aquí, para unos pocos días, sino para toda la vida y para la eternidad.
Dichosos los que entienden sabiamente que es su deber e interés someterse al Salvador Jesucristo, el Hijo
de David; los que renuncian por amor a Él a todo lo que no es coherente; aquellos cuyas empresas
fervorosas para hacer el bien están dirigidas por la sabiduría que da Dios, por medio de su familiarización
con la Palabra, por experiencia y observación. Si a alguien le falta sabiduría, pídala a Dios, que da
generosamente a todos los hombres, y que no zahiere, y le será dada.
CAPÍTULO XIII
Versículos 1—5. David consulta por el arca. 6—14. El traslado del arca.
Vv. 1—5. David no dijo: ¿qué cosa magnifica haré hoy? ni ¿qué cosa agradable? sino ¿qué cosa piadosa?
para que pudiera tener el consuelo y el beneficio del oráculo sagrado. Traigamos el arca a nosotros, para
que sea una bendición para nosotros. Los que honran a Dios, se benefician a sí mismos. Es sabiduría de
quienes salen al mundo llevar consigo el arca de Dios. Probablemente vayan con el favor de Dios los que
empiezan con el temor de Dios.
Vv. 6—14. Que el pecado de Uza advierta a todos para cuidarse de la presunción, el apuro y la
irreverencia al tratar las cosas sagradas; y que nadie piense que un buen fin justifica una mala acción. Que
el castigo de Uza nos enseñe a no atrevernos a jugar con Dios cuando nos acercamos a Él; pero que a
través de Cristo vayamos directamente al trono de gracia. Si el evangelio es para algunos sabor de muerte
para muerte, como el arca fue para Uza, que nosotros lo recibamos con amor por Él y sea para nosotros un
sabor de vida para vida.
CAPÍTULO XIV
Las victorias de David
En este capítulo tenemos un recuento de: —1. El establecimiento del reino de David. —2. Desarrollo de su
familia. —3. Derrota de sus enemigos. Esto se repite de 2 Samuel v. Que la fama de David sea mirada como
tipo y figura del excelso honor del Hijo de David.
CAPÍTULO XV
Versículos 1—24. Preparativos para el traslado del arca. 25—29. El traslado del arca.
Vv. 1—24. Los hombres sabios y los hombres buenos puede ser culpables de descuidos que corregirán tan
pronto como se den cuenta de ellos. David no trata de justificar lo que había hecho mal ni le echa la culpa a
los demás, sino que se reconoce culpable, con otros, de no buscar a Dios en el orden debido.
Vv. 25—29. Bueno es notar la ayuda de la Providencia Divina, aun en las cosas que caen dentro del
ámbito de nuestros poderes naturales; si Dios no nos ayudara, no podríamos dar ni un paso. Si hacemos
nuestros deberes religiosos bien en cierto grado, debemos reconocer que fue Dios quien nos ayudó; si eso
hubiera quedado librado a nosotros mismos, hubiéramos sido culpables de algunos errores fatales. Y toda
cosa que emprendamos, debe hacerse dependiendo de la misericordia de Dios a través del sacrificio del
Redentor.
CAPÍTULO XVI
Versículos 1—6. La solemnidad con que se colocó el arca. 7—36. El salmo de alabanza de David. 37—43.
Ordenamiento de la adoración de Dios.
Vv. 1—6. Aunque la Palabra y las ordenanzas de Dios puedan estar veladas y eclipsadas por un tiempo,
resplandecerán en la oscuridad. Esto no era sino una tienda, una humilde morada, pero este era el
tabernáculo del que David habla tan a menudo con tanto afecto en sus salmos. David se mostró generoso
con sus súbditos, como había hallado bondadoso a Dios con él. Aquellos cuyos corazones están
ensanchados de santo gozo, lo demostrarán con su mano abierta.
Vv. 7—36. Que Dios sea glorificado en nuestras alabanzas. Que otros sean edificados y enseñados,
que los extranjeros sean guiados a adorarle. Que nosotros mismos triunfemos y confiemos en Dios. Los que
dan gloria al Nombre de Dios tienen permiso para gloriarse en Él. Que el pacto eterno sea el gran tema de
nuestro gozo y alabanza. Sea cuidadoso con su pacto. Que las misericordias pasadas de Dios para su
pueblo antiguo, sean recordadas por nosotros con gratitud. Que muestre su salvación de día en día, su
salvación prometida por Cristo. Tenemos razón para celebrar eso cada día, pues diariamente recibimos su
beneficio y es tema que nunca puede agotarse. En medio de las alabanzas no dejar de orar por los siervos
de Dios en dificultades.
Vv. 37—43. La adoración de Dios debiera ser la obra de cada día. David lo ordenó. Asaf y sus
hermanos tenían que ministrar continuamente con cánticos de alabanza ante el arca que estaba en
Jerusalén. Ahí no se ofrecían sacrificios, no se quemaba incienso, porque no había altares, pero las
oraciones de David eran dirigidas como incienso, y alzar las manos era el sacrificio vespertino. La adoración
espiritual toma el lugar de la ceremonial tan temprano, aunque la adoración ceremonial, siendo instituida por
Dios, no debe ser en absoluto omitida. Por tanto, los sacerdotes atendían los altares en Gabaón puesto que
su tarea era sacrificar y quemar incienso, cosa que hacían continuamente, mañana y tarde, conforme a la
ley de Moisés. Como las ceremonias eran tipos de la mediación de Cristo, su observancia era de gran
importancia. La asistencia atenta de los ministros nombrados es justa en sí misma, y alienta al pueblo.
CAPÍTULO XVII
Los propósitos de David; las bondadosas promesas de Dios.
Este capítulo es el mismo que 2 Samuel vii. Véase que se dice allí del tema. —Es muy claro que lo
dicho en Samuel como “A causa de tu palabra” (v. 21), aquí es “por amor a tu siervo” (v. 19). Jesucristo es la
Palabra de Dios, Apocalipsis xix, 13, y el Siervo de Dios, Isaías xlii, 1; y es por amor a Él, por su mediación,
que se cumplen las promesas a todos los creyentes; es en Él que son sí y amén. Por amor a Él se hacen,
por amor a Él se dan a conocer; a Él debemos toda esta grandeza, de Él tenemos que esperar todas las
cosas grandiosas. Ellas son las inescrutables riquezas de Cristo que, si por fe las vemos en sí mismas y en
el Señor Jesús, no podemos menos que magnificarlo como la única grandeza verdadera y hablar
honrosamente de ellas. Porque esta bendición es la que podemos esperar en medio de las tribulaciones de
la vida, y cuando sintamos sobre nosotros la mano de la muerte; y la procuremos para nuestros hijos,
después de nosotros.
CAPÍTULO XVIII
Las victorias de David
Este capítulo es el mismo que 2 Samuel viii. Nuestra buena batalla de la fe, mandados por el Capitán de
nuestra salvación, terminará en el triunfo y la paz eternas. La felicidad de Israel, por medio de las victorias
de David y su justo gobierno, fueron una débil sombra de la dicha del redimido en los lugares celestiales.
CAPÍTULO XIX
Las guerras de David
Aquí se repite la historia que leemos en 2 Samuel x. —La única seguridad de los pecadores es someterse al
Señor, procurar la paz con Él y llegar a ser sus siervos. Ayudémonos unos a otros en la buena causa, pero
con temor, no sea que no alcancemos la salvación debido a la incredulidad y el pecado, aunque seamos
instrumentos para el bien del prójimo.
CAPÍTULO XX
Las guerras de David
Aunque el Señor corregirá severamente los pecados de su pueblo creyente, no los dejará en las manos de
sus enemigos. Su ayuda superará todas las ventajas en cantidad y fuerzas de los que desafíen a Israel.
Todos los que confíen en Cristo serán hechos más que vencedores por medio de Aquel que los ama.
CAPÍTULO XXI
David censa al pueblo
No se menciona en este libro el pecado de David en el caso de Urías, ni las tribulaciones que lo siguieron:
ellas no tenían una conexión necesaria con los temas aquí registrados. Pero se relata el pecado de David al
censar el pueblo: en la expiación efectuada por ese pecado hubo un anuncio del lugar donde se edificaría el
templo. —La orden dada a David de edificar un altar fue una bendita señal de reconciliación. Dios testificó
su aceptación de las ofrendas de David en este altar. Así, Cristo fue hecho pecado y maldición por nosotros;
plugo al Señor molerlo para que, a través de Él, Dios pudiera ser para nosotros, no un fuego consumidor,
sino un Dios reconciliado. Bueno es continuar la obediencia de las ordenanzas en que hayamos
experimentado las señales de la presencia de Dios, y hayamos comprobado que es verdad que Él está con
nosotros. Aquí Dios bondadosamente me halló, por lo cual yo seguiré esperando hallarlo.
CAPÍTULO XXII
Versículos 1—5. Los preparativos de David para el templo. 6—16. Las instrucciones de David a Salomón.
17—19. Se manda asistir a los príncipes.
Vv. 1—5. En ocasión del juicio terrible infligido a Israel por el pecado de David, Dios señaló donde quería
que se edificara el templo, por lo cual David se entusiasmó haciendo preparativos para la gran obra. David
no iba a edificar, pero iba a hacer todo lo que pudiera; hizo abundantes preparativos antes de morir. Lo que
nuestras manos hallen para hacer por Dios y nuestras almas, y por quienes nos rodean, hagámoslo con
toda nuestra fuerza antes de morir, porque después de la muerte no hay ciencia ni obra. Y cuando el Señor
rehuse ocuparnos en los servicios que deseamos, no debemos desanimarnos ni quedarnos ociosos, sino
hacer lo que podamos, aunque en una esfera más humilde.
Vv. 6—16. David da a Salomón la razón por la cual él deberá edificar el templo: porque Dios lo nombró
a él. Nada es más fuerte para comprometernos en cualquier servicio para Dios que saber que hemnos sido
nombrados para eso. Él tendría tiempo libre y oportunidad para hacerlo. Tendría paz y tranquilidad. Cuando
da reposo, Dios espera que trabajemos. Dios había prometido establecer su reino. Las promesas
bondadosas de Dios deben avivar y fortalecer nuestro servicio religioso. —David entregó a Salomón una
cuenta de los vastos preparativos que él había hecho para esta construcción; no por orgullo y vanagloria,
sino para animar a Salomón a comprometerse de buena gana en la gran obra. No se debe pensar que por
edificar el templo, se compra una dispensa para pecar; por el contrario, su obra no iba a ser aceptada si no
cuidaba de cumplir los estatutos del Señor. En nuestra obra espiritual y en nuestra guerra espiritual
necesitamos valor y decisión.
Vv. 17—19. Todo lo que se haga, en general, para que la Palabra de Dios sea conocida y atendida,
equivale a llevar una piedra o un lingote de oro para erigir el templo. Esto debe animarnos cuando nos
lamentamos por no ver más fruto de nuestras labores; después de nuestra muerte puede surgir mucho bien
en el que nunca pensamos. Entonces, no nos cansemos de hacer el bien. —La obra está en las manos del
Príncipe de paz. Como a Él, Autor y Consumador de la obra, le plazca emplearnos como instrumentos
suyos, levantémonos y hagamos, animándonos y ayudándonos mutuamente; obrando conforme a su
gobierno, según su ejemplo, dependiendo de su gracia, seguros de que Él estará con nosotros, y que
nuestro trabajo en el Señor no será en vano.
CAPÍTULO XXIII
Versículos 1—23. David nombra a Salomón como su sucesor. 24—32. El oficio de los levitas.
Vv. 1—23. Habiendo sido encargado de la edificación del templo, David establece el método para el servicio
del templo y ordena a sus oficiales. Cuando los de la misma familia sirven juntos, les corresponde amarse y
asistirse recíprocamente.
Vv. 24—32. Ahora el pueblo de Israel era tan numeroso que debía haber más personal en el servicio del
templo para que todo israelita que trajera una ofrenda pudiera hallar a un levita listo para servirle. Cuando
hay más obra por hacer, es una lástima que no haya más obreros. El nuevo corazón, la mente espiritual que
tiene gran deleite en los mandamientos de Dios y que puede hallar una fiesta renovadora en sus
ordenanzas, constituye la gran diferencia entre el cristiano verdadero y todos los demás hombres del
mundo. Todo servicio será satisfactorio para el hombre espiritual. Este siempre abundará en la obra del
Señor; no siendo nunca tan feliz como cuando está empleado para un Amo tan bueno en un servicio tan
grato. No considerará si es llamado a dirigir o a encargarse de los demás que están puestos por sobre él.
Que nosotros busquemos y sirvamos rectamente al Señor y dejemos todo lo demás a su disposición, por fe
en su palabra.
CAPÍTULO XXIV
Las divisiones de los sacerdotes y levitas
Cuando cada uno tiene, conoce y mantiene su lugar y trabajo, mientras más sean, mejor es. En el cuerpo
místico de Cristo cada miembro tiene su función para provecho de todos. Cristo es el Sumo Sacerdote sobre
la casa de Dios, al cual están sujetos todos los creyentes hechos sacerdotes. En Cristo no hay diferencia
entre esclavo y libre, anciano y joven. Los hermanos más jóvenes, si son fieles y sinceros, no serán menos
aceptables para Cristo que los padres. Que todos seamos hijos del Señor, preparados para cantar sus
alabanzas por siempre en su templo celestial.
CAPÍTULO XXV
Los cantores y los músicos
David organizó a los que fueron nombrados para cantores y músicos del templo. Profetizar en este lugar
significa alabar a Dios con gran fervor y afecto devoto, bajo la influencia del Espíritu Santo. Se empleaba
música y poesía para provocar estos afectos. Si el Espíritu de Dios no pone vida y fervor en nuestras
devociones, por ordenadas que sean, serán una forma inanimada e indigna.
CAPÍTULO XXVI
Los oficios de los levitas
Los porteros y tesoreros del templo tenían la ocasión de usar de fuerza y valor para oponerse a quienes
intentaban entrar al santuario en mala forma, y para custodiar los tesoros sagrados. Mucho se gastaba
diariamente en el altar: harina, vino, aceite, sal, combustible, además de las lámparas; se disponía
anticipadamente de buenas cantidades de esos elementos, además de los ropajes y utensilios sagrados.
Estos eran los tesoros de la casa de Dios. Estos tesoros tipificaban la abundancia que hay en la casa de
nuestro Padre celestial, suficiente y para guardar. Todas nuestras necesidades son satisfechas con los
tesoros sagrados, las inescrutables riquezas de Cristo; al recibir de su plenitud, debemos darle gloria y
disponer de nuestras habilidades y de nuestra sustancia conforme a su voluntad. —Tenemos una relación
de los empleados como oficiales y jueces. La magistratura es una ordenanza de Dios para bien de la iglesia,
tan verdaderamente como el ministerio, y no debe ser descuidada. Ninguno de los levitas que fueron
empleados en el servicio del santuario, ninguno de los cantores o porteros, se ocupó en un asunto externo;
un deber era suficiente para comprometer por completo al hombre. Para cada oficio son útiles y se requiere
sabiduría, valor, fe firme, afectos santos y decisión constante para cumplir nuestro deber.
CAPÍTULO XXVII
Versículos 1—15. La fuerza militar de David. 16—34. Príncipes y oficiales.
Vv. 1—15. En los reinos de este mundo la prontitud para la guerra asegura la paz; en forma semejante,
nada anima tanto los ataques de Satanás como estar descuidado. En la medida que estemos armados con
toda la armadura de Dios, en el ejercicio de nuestra fe y preparación del corazón, ciertamente estaremos a
salvo y probablemente disfrutemos de paz interior.
Vv. 16—34. Los oficiales de la corte, o los administradores de la fortuna del rey, tenían a su cargo la
supervisión y el cuidado de la labranza, los viñedos, las manadas y los rebaños del rey, cosas que
constituían la riqueza de los reyes orientales. Gran parte de la sabiduría de los príncipes se aprecia en la
elección de su gabinete, y las personas corrientes la demuestran en su elección de consejeros. Aunque
David tenía todo eso, prefería la Palabra de Dios a todos. Tus testimonios son mi deleite y mis consejeros.
CAPÍTULO XXVIII
Versículos 1—10. David exhorta al pueblo al temor del Señor. 11—21. Él da instrucciones para el templo.
Vv. 1—10. Durante la última enfermedad de David había muchos sumos sacerdotes y levitas en Jerusalén.
Encontrándose capaz, David habló de su propósito de edificar un templo para Dios, y que Dios había
desautorizado ese propósito. Les habló de los bondadosos propósitos de Dios acerca de Salomón. David
les encargó que se aferraran constantemente a Dios y su deber. No podemos hacer nuestra obra como
debemos, si no nos decidimos a buscar fortaleza en la gracia divina. —La religión o la piedad tiene dos
partes distintas. La primera es el conocimiento de Dios, la segunda es la adoración de Dios. David dice
conoce al Dios de tu padre y sírvele con corazón perfecto y voluntad dispuesta. Dios se da conocer por sus
obra y su Palabra. La sola revelación muestra todo el carácter de Dios en su providencia, su santa ley, su
condenación de los pecadores, su bendito evangelio y la ministración del Espíritu a todos los creyentes
verdaderos. El hombre natural no puede recibir este conocimiento de Dios, pero, así aprendemos a valorar
la expiación del Salvador y la santificación del Espíritu Santo, y somos influidos para andar en todos sus
mandamientos. Lleva al pecador a su lugar apropiado al pie de la cruz como pobre gusano culpable y
necesitado, que merece la ira, pero espera todo lo necesario de la misericordia y gracia gratuitas de nuestro
Padre Dios y del Señor Jesucristo. Habiéndosele perdonado mucho, el pecador perdonado aprende a amar
mucho.
Vv. 11—21. El templo debe ser cosa sagrada, y tipo de Cristo; debe estar encuadrado en la enseñanza
divina. Cristo es el templo verdadero, la iglesia es el templo del evangelio y el cielo es el templo eterno;
todos están dentro del marco de los consejos divinos y el plan establecido en la sabiduría divina, ordenada
delante del mundo, para la gloria de Dios y para nuestro bien. —David sentó este patrón para Salomón,
para que éste pudiera andar conforme a lo mandado. Se suministran materiales para los utensilios más
caros del templo. Se dan instrucciones acerca de donde buscar ayuda para esta gran empresa. No
desfallezcas: Dios te ayudará y tú debes mirarlo a Él primeramente. Podemos estar seguros de que Dios,
que reconoció a nuestros padres, y los llevó por los servicios de su época, de igual manera, nunca nos
dejará mientras tenga alguna obra que hacer en nosotros o por medio nuestro. Probablemente prosiga la
buena obra cuando todos los comprometidos estén dispuestos a hacerla avanzar. Esperemos en la
misericordia de Dios; si le buscamos, lo encontraremos.
CAPÍTULO XXIX
Versículos 1—9. David invita a príncipes y al pueblo que ofrenden de buena voluntad. 10—19. Su acción de
gracias y oración. 20—25. Salomón asciende al trono. 26—30. El reino y la muerte de David.
Vv. 1—9. Lo que se haga en obras de piedad y caridad debe realizarse voluntariamente y no por obligación,
porque Dios ama al dador alegre. David dio un buen ejemplo. David ofrendó, no por obligación ni para
exhibirse, sino porque había puesto su afecto en la casa de Dios y pensaba que nunca haría bastante para
fomentar esa buena obra. Quienes quieran atraer a otros al bien, deben ir adelante ellos mismos.
Vv. 10—19. No podemos formarnos una idea correcta de la magnificencia del templo y de los edificios
que lo rodeaban, en los cuales se usaron tales cantidades de oro y plata. Pero las inescrutables riquezas de
Cristo exceden el esplendor del templo, infinitamente más de lo que aquel superaba a la choza más pobre
de la tierra. En lugar de jactarse de óbolos tan grandes, David agradeció solemnemente a Dios. Todo lo que
ellos dieron para el templo del Señor, era de Él; si ellos intentaban retenerlo, la muerte los hubiera quitado
prontamente de eso. El único uso que podían hacer de eso para su beneficio real, era consagrarlo al
servicio de Aquel que lo dio.
Vv. 20—25. Esta gran asamblea se unió a David para adorar a Dios. Quienquiera sea la boca de la
congregación, quienes se le unan sólo se benefician, no tanto por inclinar la cabeza como por elevar el
alma. —Salomón se sentó en el trono del Señor. El reinado de Salomón tipifica el reinado del Mesías cuyo
trono es el trono del Señor.
Vv. 26—30. Cuando leímos el segundo libro de Samuel escasamente podíamos esperar que David
apareciera tan ilustre en su escena final. Pero su arrepentimiento había sido tan notable como su pecado; y
su conducta durante sus aflicciones, y hacia el final de su vida, parece haber tenido un buen efecto en sus
súbditos. Bendito sea Dios, porque hasta el principal de los pecadores puede esperar una partida gloriosa
cuando es llevado al arrepentimiento, y huye a refugiarse en la sangre expiadora del Salvador. Marquemos
la diferencia entre el espíritu y el carácter del hombre que era conforme al corazón de Dios, en la vida y en
la muerte, y los de los profesantes indignos que se le parecen sólo en sus pecados, y que tratan malamente
de justificar sus crímenes por los pecados de aquel. Velemos y oremos, para que no seamos vencidos por la
tentación, y tomados por el pecado para la deshonra de Dios y perjuicio de nuestra conciencia. Cuando
sintamos que hemos ofendido, sigamos el ejemplo del arrepentimiento y la paciencia de David, a la espera
de una resurrección gloriosa por medio de nuestro Señor Jesucristo.

Henry, Matthew.