NEHEMÍAS
La historia del Antiguo Testamento se cierra
con el libro de Nehemías en el cual se registran las obras
de su corazón en la administración de los
asuntos públicos, con muchas reflexiones devotas.
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CAPÍTULO I
La angustia de Nehemías por la
desgracia de Jerusalén—Su oración
Nehemías era el copero del rey de Persia.
Cuando Dios tiene una obra que realizar, nunca le faltarán
instrumentos para hacerla. Nehemías vivía
cómodamente y con honra, pero no olvida que es israelita y que
sus hermanos están angustiados. Estaba
dispuesto a utilizar sus buenos oficios para ayudarles en todo lo
que pudiera; y para saber cómo hacerlo
mejor, hace indagaciones al respecto. Nosotros tenemos que
explorar especialmente lo que se refiere al
estado de la iglesia y la religión. —Cada Jerusalén de este lado
de la celestial tendrá algún defecto que
requerirá la ayuda y los servicios de sus amigos. —La primera
apelación de Nehemías fue a Dios para tener
la plena confianza en su petición al rey. Nuestras mejores
argumentaciones en oración se toman de la
promesa de Dios, la palabra por la cual nos da esperanzas. Hay
que usar otros medios, pero la oración
eficaz del justo puede mucho. La comunión con Dios nos preparará
mejor para tratar con los hombres. Cuando
hayamos encomendado nuestras preocupaciones a Dios, la
mente queda libre; siente satisfacción y
compostura y se desvanecen las dificultades. Sabemos que si el
asunto fuera lesivo, Él podría impedirlo
fácilmente, y si es bueno para nosotros, Él puede hacerlo progresar
fácilmente.
CAPÍTULO II
Versículos 1—8. El pedido de Nehemías al rey. 9—18. Nehemías llega a Jerusalén. 19, 20. La oposición de
los adversarios.
Vv. 1—8. Nuestras oraciones deben ser secundadas con esfuerzos serios, de otro
modo nos burlamos de
Dios. No estamos limitados a ciertos
momentos en nuestras audiencia con el Rey de reyes; tenemos la
libertad de ir a Él en todo momento;
acercarse al trono de la gracia nunca pasa de moda. Pero la sensación
del desagrado de Dios y de las aflicciones
de su pueblo son causa de tristeza para los hijos de Dios, de las
cuales no los consuelan los placeres
terrenales. —El rey animó a Nehemías para que dijera que pensaba.
Esto le dio confianza para hablar; mucho más
puede animarnos la invitación que Cristo nos ha dado para
orar, y la promesa de que nos irá bien, para
ir directamente ante el trono de la gracia. —Nehemías oró al
Dios del cielo, infinitamente superior aun
de este monarca poderoso. Elevó su corazón al Dios que entiende
el lenguaje del corazón. Nunca debemos
buscar ni esperar la dirección, la asistencia ni la bendición divina
cuando emprendemos algo que es malo para
nosotros. Hubo una respuesta inmediata a su oración, porque
la simiente de Jacob nunca buscó en vano al
Dios de Jacob.
Vv. 9—18. Cuando Nehemías hubo considerado el asunto, dijo a los judíos que Dios
había puesto en su
corazón edificar los muros de Jerusalén. No
se pone a hacerlo sin ellos. Estimulándonos nosotros mismos y
unos a otros en lo bueno, nos fortalecemos
mutuamente. Somos débiles en nuestro deber cuando somos
fríos e indiferentes.
Vv. 19, 20. La enemistad de la simiente de la serpiente contra la causa de Cristo no
está limitada a una
época o nación. La aplicación para nosotros
es clara. La iglesia de Dios pide nuestra ayuda. ¿No está
desolada y expuesta a ataques? ¿Le causa
triteza considerar su bajo estado? Que ningún negocio, placer o
apoyo de un partido atrape tanto su atención
como para que Sion y su bienestar no le interesen.
CAPÍTULO III
La reconstrucción de los muros de
Jerusalén.
Repartieron el trabajo para que todos
supieran qué tenían que hacer y se dedicaran con el deseo de
alcanzar la excelencia, pero sin contender
ni dividir sus intereses. Ninguna discordia surge entre ellos, sino
la de hacer lo máximo por el bien público.
Cada israelita dio una mano para edificar Jerusalén. Ningún noble
debe pensar que algo es indigno de ellos, si
con ello fomentan el bien de su patria. Hasta las mujeres
ayudaron en el avance de la obra. —Esta
reparó sus casas y aquella reparó en su recámara. Cuando se
tiene que hacer una buena obra general, cada
uno debe dedicarse a la parte que esté dentro de su alcance.
Si cada uno barre delante de su puerta la
calle estará limpia; si cada uno repara algo, todos estará
reparado. Los que terminaron primero
ayudaron a sus compañeros. —Los muros de Jerusalén, en
montones de escombros, representan el estado
desesperado del mundo circundante; mientras la cantidad
de los que estorbaban la edificación y su
maldad da una débil idea de los enemigos con que tenemos que
contender mientras ejecutamos la obra de
Dios. Cada uno debe empezar por su casa, porque hacer
progresar la obra de Dios en nuestras almas
es lo mejor que podemos aportar para el bien de la iglesia de
Cristo. Que el Señor estimule así el corazón
de su pueblo, para que dejen de lado sus pequeñas disputas, y
desechen sus intereses mundanales, para
dedicarse a la construcción de los muros de Jerusalén y a la
defensa de la causa de la verdad y santidad
contra los asaltos de los enemigos declarados.
CAPÍTULO IV
Versículos 1—6. Oposición de Sanbalat y otros. 7—15. Los designios de los adversarios. 16—23. Las
precauciones de Nehemías.
Vv. 1—6. Más de una buena obra ha sido mirada con desdén por escarnecedores
orgullosos y altivos.
Personas que discrepan entre sí casi en
todo, se unen para la persecución. Nehemías no contestó a los
necios conforme a su necedad; antes bien
recurrió a Dios en oración. A menudo el pueblo de Dios ha sido
pueblo despreciado, pero Él oye todos los
dardos que se le arrojan y es para consuelo de ellos que así lo
haga. Nehemías tenía razón para pensar que
los corazones de esos pecadores estaban completamente
endurecidos, de lo contrario no hubiera
orado que sus pecados nunca fueran borrados. La buena obra sigue
adelante cuando la gente se preocupa de
ella. Los reproches de los enemigos debieran alentarnos en
nuestro deber, no alejarnos de él.
Vv. 7—15. los hombres malos procuran obstruir la buena obra, y se prometen
alcanzar el éxito en eso,
pero la buena obra es obra de Dios y
prosperará. Dios tiene muchas maneras de llevar la luz, y de esa
manera, reducir a nada las estratagemas y
designios de los enemigos de su iglesia. Si nuestros enemigos
no pueden asustarnos para apartarnos de
nuestro deber, ni engañarnos para que pequemos, no nos
pueden dañar. Nehemías se puso bajo la
protección divina él mismo y su causa. Fue el método de este
buen hombre y debiera ser el nuestro. Todas
sus preocupaciones, todas sus penas, todos sus temores puso
delante de Dios. Antes de usar un medio, él
lo presentaba en oración a Dios. —Habiendo orado, puso una
guardia contra el enemigo. Si pensamos
asegurarnos por medio de la oración, sin velar y estar alertas,
somos perezosos y tentamos a Dios; pero
velar alertas sin orar, es ser orgullosos e insolentes con Dios: de
cualquier manera abandonamos su protección.
El cuidado que Dios tiene de nuestra seguridad debiera
comprometernos y estimularnos a seguir
adelante con vigor cumpliendo nuestro deber. Tan pronto como
termine un peligro, retornemos a nuestra
obra y confiemos en Dios nuevamente.
Vv. 16—23. Siempre debemos estar en guardia contra los enemigos espirituales sin
esperar que
nuestra guerra termine cuando termine
nuestra obra. La palabra de Dios es la espada del Espíritu, la cual
siempre debemos tener en la mano, y nunca
tendremos que buscarla en nuestras labores y en nuestros
conflictos como cristianos. Todo cristiano
verdadero es trabajador y soldado que obra con una mano y lucha
con la otra. Probablemente la buena obra
siga adelante con éxito cuando los que trabajan en ella lo hagan
con diligencia. Satanás teme atacar al
cristiano alerta, porque, si es atacado, el Señor pelea por él. De esta
manera, tenemos que esperar el fin de la
vida, sin sacarnos la armadura hasta que terminen nuestra obra y
nuestra guerra; entonces seremos recibidos
en el reposo y en el gozo de nuestro Señor.
CAPÍTULO V
Versículos 1—5. Los judíos se quejan de penurias. 6—13. Nehemías vuelve a tratar las penurias. 14—19.
La paciencia de Nehemías.
Vv. 1—5. Los hombres depredan a sus congéneres: despreciando al pobre reprueban a
su Hacedor. Tal
conducta es una desgracia para cualquiera,
pero, ¿quién puede aborrecerla lo suficiente cuando la adoptan
los cristianos profesantes? Con compasión
por los oprimidos, tenemos que lamentar las penurias bajo las
cuales gimen muchos en el mundo, poniendo
nuestras almas en el lugar de las suyas y recordando en
nuestras oraciones y con nuestro socorro a
los que están cargados. Pero dejemos que los que no
demuestran misericordia esperen juicio sin
misericordia.
Vv. 6–13. Nehemías sabía que aunque edificara los muros de Jerusalén muy altos,
muy gruesos o muy
fuertes, la ciudad no podría estar a salvo
mientras hubiera abusos en ella. La manera correcta de reformar
la vida de los hombres es convencer de
pecado sus conciencias. Si usted anda en temor de Dios no será
codiciosos de ganancia mundana, ni será
cruel con sus hermanos. Nada expone al reproche a la religión
más que la mundanalidad y dureza de corazón
de los que la profesan. Quienes insisten rigurosamente en
sus derechos, tratan, con muy mala gracia,
de convencer a los demás que cedan los suyos. —Cuando se
razona con gente egoísta es bueno comparar
su conducta con las de los que son generosos, pero es mejor
aún apuntar al ejemplo de aquel que se hizo
pobre por nosotros aunque era rico, para que nosotros por su
pobreza fuésemos enriquecidos, 2 Corintios
viii, 9. Ellos hicieron conforme a la promesa. Las buenas
promesas son cosas buenas, pero son mejores
las buenas obras.
Vv. 14—19. Quienes verdaderamente temen a Dios no se atreven a hacer nada cruel o
injusto. Que los
que estén en cargos públicos se acuerden que
están allí para hacer el bien, no para enriquecerse.
Nehemías lo menciona a Dios orando no como
si él hubiera merecido algún favor de parte de Dios, sino
para mostrar que él dependía solamente de
Dios para que compensara lo que había perdido y dejado por su
honor. Nehemías habló y actuó evidentemente
como quién se sabía pecador. No pretendía reclamar un
premio como si se le debiera, sino de la
manera en que el Señor recompensa un vaso de agua dado a un
discípulo por amor a Él. El temor y el amor
de Dios en el corazón y el verdadero amor a los hermanos
llevarán a toda buena obra. Estas son
evidencias propias de la fe que justifica y nuestro Dios reconciliado
favorecerá a las personas de este carácter,
conforme a todo lo que hayan hecho por su pueblo.
CAPÍTULO VI
Versículos 1—9. El complot de Sanbalat para estorbar
a Nehemías. 10—14. Los falsos profetas tratan de
asustar a Nehemías. 15—19. Se terminan los muros—Traición de algunos judíos.
Vv. 1—9. Los que sean invitados al ocio en alegres reuniones por vanas compañías,
respondan así a la
tentación: Tenemos obra que hacer y no
debemos descuidarla. Nunca debemos dejarnos arrastrar por la
invitación reiterada a hacer algo pecaminoso
o imprudente; más bien, cuando seamos atacados por la
tentación, resistámosla con la misma razón y
decisión. Es común que lo deseado por los malos, sea
representado falsamente como algo deseable
para muchos. Pero Nehemías sabía a lo que apuntaban, y no
sólo negó que tales cosas fueran verdaderas,
sino que estaba informado al respecto; era mejor que lo
conocieran en su posición, y no que
sospecharan de él. Nunca debemos omitir un deber conocido por miedo
de ser mal entendido; confiemos a Dios
nuestro buen nombre mientras mantenemos una buena conciencia.
El pueblo de Dios, aunque cargado con
reproche, no ha caído tan bajo en su reputación como algunos
quisieran que se pensara. —Nehemías elevó su
corazón al Cielo en una oración corta. Cuando entramos en
un servicio o conflicto en la obra y en la
guerra cristianas, esta es una buena oración: tengo tal deber que
realizar, tal tentación que enfrentar,
ahora, oh Dios, fortalece mis manos. Toda tentación a desviarnos del
deber debe estimularnos más al deber.
Vv. 10—14. El mayor mal que pueden hacernos nuestros enemigos es asustarnos
alejándonos de
nuestro deber y llevarnos a hacer lo que es
pecaminoso. Nunca declinemos una buena obra, pero nunca
hagamos una mala. Debemos probar todo
consejo y rechazar lo que es contrario a la Palabra de Dios. Todo
hombre debe reflexionar para ser
consecuente: ¿Debo yo, cristiano profeso, llamado a ser santo, hijo de
Dios, miembro del cuerpo de Cristo, templo
del Espíritu Santo, ser codicioso, sensual, orgulloso o
envidioso? ¿Debo rendirme a la impaciencia,
al descontento o a la ira? ¿Debo ser perezoso, incrédulo o
despiadado? ¿Qué efectos tendrá tal conducta
en los demás? Todo lo que Dios ha hecho por nosotros o por
nuestro intermedio o todo lo que nos ha
dado, debe llevarnos a velar, a negarnos a nosotros mismos, y a la
diligencia.
Después de la pecaminosidad del pecado
debemos aborrecer el escándalo.
Vv. 15—19. El muro fue comenzado y terminado en cincuenta y dos días, a pesar de
que descansaron
en los días de reposo. Se puede hacer mucha
obra en poco tiempo si nos dedicamos con tesón y somos
perseverantes. —Véase la maldad de casarse
con extranjeras. Cuando los hombres se emparentaron con
Tobías, pronto estaban comprometidos con él.
Un amor pecaminosa conduce a uniones perversas. El
enemigo de las almas emplea muchos
instrumentos y forma muchos proyectos para reprochar a los siervos
activos de Dios o para sacarlos de sus
obras. Pero nosotros debemos seguir el ejemplo de Aquel que dio su
vida por las ovejas. Ellas sencillamente se
unen al Señor y su obra recibe apoyo.
CAPÍTULO VII
Versículos 1—4. La ciudad encargada a Hanani. 5—73. Registro de los que primero retornaron.
Vv. 1—4. Habiendo terminado los muros, Nehemías regresó a la corte persa y volvió
a Jerusalén con un
nuevo cometido. —La seguridad pública
depende del cuidado de cada uno para cuidarse él mismo y su
familia contra el pecado.
Vv. 5—73. Nehemías sabía que la seguridad de la ciudad, sometida a Dios, depende
más de los
habitantes que de los muros. —Toda buena
dádiva y toda buena obra vienen de lo alto. Dios da
conocimiento; Dios da gracia; todo es de Él y, por tanto, todo debe ser para Él. Lo hecho por la prudencia
humana debe ser atribuido a la dirección de
la Providencia Divina. Pero, ¡ay de quienes dan la espalda al
Señor amando el mundo presente! ¡Y
bienaventurados los que se consagran ellos y su fortuna a su servicio
y gloria!
CAPÍTULO VIII
Versículos 1—8. Lectura y exposición de la ley. 9—12. El pueblo es llamado a regocijarse. 13—18. La fiesta
de los tabernáculos—El gozo del
pueblo.
Vv. 1—8. Los sacrificios tenían que ofrecerse sólo en la puerta del Templo, pero
la oración y la predicación
eran y son servicios religiosos tan aceptablemente
realizados en un lugar como en otro. Los jefes de familia
deben llevar consigo a sus familias a la
adoración de Dios en público. Las mujeres y los niños tienen almas
que salvar, y por tanto, tienen que
familiarizarse con la palabra de Dios y asistir a los medios de gracia. Los
pequeñuelos deben ser educados en la
religión a medida que vayan entrando en razón. —Los ministros
deben llevar consigo sus Biblias cuando van
al púlpito; Esdras así lo hizo. De ahí deben ellos sacar su
conocimiento; deben hablar conforme a esa
regla y deben mostrar que así lo hacen. Leer las Escrituras en
las asambleas religiosas es una ordenanza de
Dios por la cual se le honra, y se edifica su iglesia. Quienes
oyen la palabra deben entenderla, de lo
contrario es para ellos sólo un sonido hueco de palabras. Por tanto
se requiere que haya maestros para que
expliquen la palabra y entreguen su sentido. Leer es bueno y
predicar es bueno, pero la exposición hace
la lectura más comprensible y más convincente la predicación.
—Quiso Dios levantar en casi toda edad de la
iglesia no sólo a quienes predican el evangelio, sino también
a los que escribieron sus puntos de vista de
la verdad divina; y aunque muchos han intentado explicar la
Escritura, habiendo oscurecido el consejo
con palabras sin conocimiento, hay excelente uso para los
trabajos de otros. Sin embargo, todo lo que
oímos debe pasar por la prueba de la Escritura. Ellos oyeron
con disposición y sopesaron cada palabra. La
palabra de Dios exige atención. Si por negligencia dejamos
que mucho se deslice en el oír, existe el
peligro de que por el olvido dejemos que todo se deslice luego de
oírlo.
Vv. 9—12. Fue buena señal que sus corazones estuvieran tiernos cuando oyeron las
palabras de la ley.
—El pueblo tenía que enviar porciones para
quienes nada tenían preparado. Deber de toda fiesta religiosa,
como también de todo ayuno religioso, es
acercar el alma al hambriento; la abundancia de Dios debiera
hacernos generosos. No sólo debemos dar a
quienes se ofrecen a sí mismos, sino enviar a los que están
fuera de la vista. Su fortaleza estaba en el
gozo del Señor. Mientras mejor comprendamos la palabra de
Dios, más consuelo hallamos en ella; la
oscuridad de la prueba surge de la oscuridad de la ignorancia.
Vv. 13—18. En la ley hallaron escrita la fiesta de los tabernáculos. Los que
escudriñan con diligencia las
Escrituras, encuentran cosas que han
olvidado. La fiesta de los tabernáculos era una representación del
estado del creyente como tabernáculo en este
mundo, y tipo del santo gozo de la iglesia en el evangelio. La
conversión de las naciones a la fe de Cristo
está anunciada bajo la figura de esta fiesta, Zacarías xiv, 16. La
religión verdadera nos hará extranjeros y
peregrinos en la tierra. Leemos y oímos aceptable y
provechosamente la palabra cuando hacemos
conforme a lo que está escrito en ella; cuando se revive lo
que demuestra ser nuestro deber, luego que
ha sido descuidado. A ellos les importaba la sustancia, de lo
contrario la ceremonia no hubiera servido.
Ellos lo hicieron, regocijándose en Dios y su bondad. Estos son
los medios con que el Espíritu de Dios
corona con éxito al hacer que los corazones de los pecadores
tiemblen y se vuelvan humildes ante Dios.
Pero son enemigos de su propio crecimiento en santidad quienes
siempren albergan tristeza, aun por el
pecado, y alejan de ellos las consolaciones que nos da la palabra y el
Espíritu de Dios.
CAPÍTULO IX
Versículos 1—3. Un ayuno solemne. 4—38. Oración y confesión de pecado.
Vv. 1—3. La palabra dirige y aviva la oración, porque por ella el Espíritu nos
ayuda en nuestras debilidades.
El estudio cuidadoso de la palabra de Dios
nos revela gradualmente nuestra pecaminosidad y la abundancia
de su salvación; de manera que esto nos
llama a dolernos por el pecado y a regocijarnos en Él. Todo
descubrimiento de la verdad de Dios debiera
hacernos más atentos a su santa palabra y dispuestos a
participar en su culto.
Vv. 4—38. Aquí tenemos registrado el resumen de sus oraciones. Indudablemente se
dijo mucho más.
Cualquiera sea la habilidad que tengamos
para hacer algo en la senda del deber, tenemos que servir y
glorificar a Dios conforme a lo mejor.
Cuando confesamos nuestros pecados, bueno es que notemos las
misericordias de Dios para sentirnos más
humillados y avergonzados. Los tratos del Señor demostraban su
bondad y paciencia, y la dureza de sus
corazones. El testimonio de los profetas era el testimonio del Espíritu
en los profetas, que es el Espíritu de
Cristo en ellos. Ellos hablaron movidos por el Espíritu Santo y lo que
dijeron debe recibirse en forma consecuente.
El resultado fue, maravillas por las misericordias del Señor, y
el sentimiento de que el pecado los había
llevado a su estado actual, del cual nada podría rescatarlos sino
el inmerecido amor. ¿No es su conducta una
muestra de la naturaleza humana? Estudiemos la historia de
nuestra patria y la nuestra. Recordemos
nuestras ventajas de la infancia y preguntemos, ¿cuáles fueron
nuestras primeras respuestas? Hagamos esto
con frecuncia para mantener la humildad, la gratitud y para
que velemos. Todos deben recordar que el
orgullo y la obstinación son pecados que destruyen el alma.
Pero, suele ser tan difícil convencer al
quebrantado de corazón que tenga esperanza, como antes costó
llevarlos a temer. ¿Es este tu caso? Mirad
esta dulce promesa: ¡Dios dispuesto a perdonar! En lugar de
mantenernos alejados de Dios por el sentido
de la propia indignidad, vamos directamente al trono de la
gracia para recibir misericordia y hallar
gracia para el oportuno socorro. Él es un Dios dispuesto a perdonar.
CAPÍTULO X
Versículos 1—31. El pacto—Aquellos que lo firmaron. 32—39. Su compromiso con los ritos sagrados.
Vv. 1—31. La conversión es separarse del curso y de las costumbres de este mundo,
y consagrarnos a la
conducta dirigida por la palabra de Dios.
Cuando nos comprometemos a cumplir los mandamientos de Dios,
es para hacer todos sus mandamientos, y para considerarlo a Él
como el Señor, y nuestro Señor.
Vv. 32—39. Habiendo pactado contra los pecados de los cuales eran culpables, se
obligaron a cumplir
los deberes que habían descuidado. No sólo
debemos cesar de hacer el mal, sino aprender a hacer el bien.
Que nadie espere la bendición de Dios a
menos que mantenga el culto público. Es probable que nos vaya
bien en nuestro hogar si cuidamos que ande
bien la obra en la casa de Dios. Cuando todos ayudan y dan
para una buena obra, aunque sea poco, el
total será una suma grande. Debemos hacer lo que podamos en
las obras de la piedad y la caridad; y
cualquiera que sea nuestra posición, ejecutemos con alegría nuestro
deber para con Dios, lo que será la vía más
segura a la tranquilidad y la libertad. Como las ordenanzas de
Dios son el medio designado para sostener nuestra
alma, el creyente no se queja por el gasto, aunque la
mayoría de la gente prefiere que su alma
pase hambre.
CAPÍTULO XI
Distribución de la gente
En toda época los hombres han preferido su
propia comodidad y sus ventajas antes que el bien público.
Hasta los profesores de religión buscan muy
corrientemente lo propio y no las cosas de Cristo. Pocos han
tenido tal apego a las cosas santas y a los
lugares santos como para renunciar al placer por amor a ellas.
Ciertamente nuestras almas debieran
deleitarse en habitar donde más abunden las personas santas y las
oportunidades de desarrollo espiritual. Si
no tenemos este amor por la ciudad de nuestro Dios, y por toda
cosa que ayude a nuestra comunión con el
Salvador, ¿cómo estaremos dispuestos a partir de aquí, a
ausentarnos del cuerpo para estar presentes
con el Señor? Para el de mente carnal será aún más duro
soportar la perfecta santidad de la Nueva
Jerusalén que la santidad de la iglesia de Dios en la tierra.
Busquemos primero el favor de Dios y su
gloria; reflexionemos para ser pacientes, contentos y útiles en
nuestras diversas condiciones sociales y
esperemos con alegría la entrada en la santa ciudad de Dios.
CAPÍTULO XII
Versículos 1—26. Los sacerdotes y los levitas que
regresaron. 27—43. La dedicación del muro. 44—47.
Servicio de los oficiales del
Templo.
Vv. 1—26. Estamos en deuda con los fieles ministros, de recordar a los guías que
nos han hablado la
palabra de Dios. Bueno es saber que fueron
nuestros santos predecesores para que podamos aprender lo
que debemos ser nosotros.
Vv. 27—43. Todas nuestras ciudades, todas nuestras casas, deben tener escritas
sobre ellas: Santidad
a Jehová. El creyente nada debe emprender
que no sea dedicado al Señor. Debemos preocuparnos de
lavarnos las manos y de purificarnos el
corazón, cuando cualquier obra para Dios tenga que pasar por ellas.
Quienes sean empleados para santificar a los
demás, deben santificarse a sí mismos y apartarse para Dios.
Para los santificados, todas las
consolaciones como criaturas y los goces son santos. —El pueblo se
regocijó grandemente. Todos los que
participan en las misericordias públicas, deben unirse a la acción de
gracias en público.
Vv. 44—47. Cuando las solemnidades de un día de acción de gracias dejan tales
impresiones en los
ministros y en el pueblo, que se hacen más
cuidadosos y sienten alegría en el cumplimiento de su deber,
indudablemente son aceptables para el Señor,
y les trae bendición. Y todo lo que hagamos debe ser
purificado por la sangre rociada y por la
gracia del Espíritu Santo, o no puede ser aceptable para Dios.
CAPÍTULO XIII
Versículos 1—9. Nehemías separa a la multitud
mezclada. 10—14. La reforma de Nehemías en la casa de
Dios. 15—22. Se restringe la infracción del día de reposo. 23—31. Expulsión de las esposas
extranjeras.
Versículos 1—9. Israel era un pueblo
peculiar que no debía mezclarse con los gentiles. Véase el beneficio
de la lectura pública de la palabra de Dios;
cuando se la atiende debidamente nos descubre el pecado y el
deber, el bien y el mal, y nos muestra donde
erramos. Ganamos cuando así somos llevados a separarnos
del mal. Quienes quieran expulsar el pecado
de sus corazones, los templos vivos, deben arrojar de su
familia todo lo que induce a tentación y
todas las provisiones hechas para el pecado; y deben dejar todo lo
que alimenta y sirve de combustible de la
lujuria; esto es mortificarlo. Cuando se expulsa el pecado del
corazón por medio del arrepentimiento, deje
que la sangre de Cristo se le aplique por fe, entonces adórnese
con las gracias del Espíritu de Dios para
toda buena obra.
Vv. 10—14. El carácter sagrado que no impide que los hombres den un mal ejemplo, no
debe disculpar
a nadie de la culpa y el castigo que merece.
Los levitas habían sido maltratados; sus porciones no les
habían sido entregadas. Tuvieron que salir a
ganarse la vida por sí mismos y para sus familias porque su
profesión no los mantenía. El mantenimiento
insuficiente empobrece el ministerio. La obra se descuida
porque los obreros están descuidados. —Nehemías
culpó a los gobernantes. Los ministros y el pueblo que
abandonan la religión y sus servicios, y los
magistrados que no hacen lo posible para mantenerlos en ella,
tienen mucho de qué dar cuenta. No tardó en
traer de regreso a los levitas a sus puestos y se ocupó de que
se les diera el justo pago. En toda ocasión
Nehemías miró a Dios y se encomendó a Él con todos sus
asuntos. Le agradaba pensar que había sido
útil para revivir y sostener la religión en su patria. Aquí se
refiere a Dios, no con orgullo, sino con una
súplica humilde acerca de su intención honesta en todo lo que
había hecho. Ora: “Acuérdate de mí”; no, “recompénsame”;
“no borres mis buenas obras”; y no “publícalas o
hazlas registrar”. Pero fue recompensado y
sus buenas obras quedaron escritas. Dios hace más de lo que
somos capaces de pedir.
Vv. 15—22. La santa observancia del día del Señor forma un objeto importante para
la atención de
quienes fomentan la verdadera piedad. La
religión nunca prospera cuando se pisotean los días de reposo.
No es de maravillarse que hubiera una
decadencia general de la fe, y una corrupción de las costumbres de
los judíos, cuando abandonaron el santuario
y profanaron el día de reposo. Los que profanan el día de
reposo poco consideran cuánto mal hacen.
Debemos responder por los pecados que otros cometen
llevados por nuestro ejemplo. Nehemías los
culpa a ellos como cosa mala, porque procede del desprecio a
Dios y a nuestras propias almas. Él muestra
que quebrantar el día de reposo fue uno de los pecados por los
cuales Dios trajo juicios contra ellos; y
que si no recibían la advertencia, sino que volvían a los mismos
pecados, tenían que esperar más juicios. El
valor, el celo y la prudencia de Nehemías en este asunto
quedan registrados para que nosotros hagamos
lo mismo; y tenemos razón para pensar que la cura que él
trajo fue duradera. Él se sintió y se
confesó pecador, que nada podía pedir de Dios en justicia, cuando así
clama a Él pidiendo misericordia.
Vv. 23—31. Si cada padre es impío y de naturaleza corrupta, inclinará a los hijos a
seguir su ejemplo;
esto es una razón fuerte por la cual los
cristianos no deben unirse en yugo desigual. Debe darse sumo
cuidado a la educación de los hijos en
cuanto al cuidado de la lengua para que no aprendan el lenguaje de
Asdod, ni la conversación impura o impía ni
la comunicación corrompida. —Nehemías mostró lo malo de
estos matrimonios. A algunos, más obstinados
que el resto, los azotó, esto es, mandó que fueran azotados
por los oficiales conforme a la ley,
Deuteronomio xxv, 2, 3. —Aquí están las oraciones de Nehemías en esta
ocasión. Él suplica: “Acuérdate de ellos,
Dios mío”. Señor, convéncelos de pecado y conviértelos; pon en
sus mentes lo que deben ser y hacer. Los
mejores servicios para el público han sido olvidados por aquellos
para quienes se hicieron, por tanto,
Nehemías se encomienda a Dios para que lo recompense. Esto bien
puede ser el resumen de nuestras peticiones;
no necesitamos más que esto para hacernos felices:
Acuérdate de mí, Dios mío, para bien.
Podemos esperar humildemente que el Señor se acuerde de
nosotros y de nuestros servicios aunque,
después de vidas de inagotable actividad y utilidad, aun veremos
causa para aborrecernos y arrepentirnos con
polvo y cenizas y clamar con Nehemías: ¡Sálvame Dios mío
conforme a la grandeza de tu misericordia!
Henry, Matthew