LAMENTACIONES
Es evidente que Jeremías fue el autor de las Lamentaciones, que lleva su
nombre. El libro no fue
escrito sino después de la destrucción de Jerusalén por los caldeos. Que
seamos guiados a
considerar el pecado como la causa de todas nuestras calamidades, y
estando en pruebas, ejerzamos
sumisión, arrepentimiento, fe y oración, con la esperanza de la
liberación prometida por medio de la
misericordia de Dios.
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CAPÍTULO I
Versículos 1—11. El estado miserable
de Jerusalén, la consecuencia justa de sus pecados. 12—22.
Jerusalén representada como una mujer cautiva, que busca la misericordia
de Dios.
Vv. 1—11. A veces el profeta habla en primera
persona; otras, quien habla es Jerusalén, como mujer
angustiada, o algunos de los judíos. La descripción muestra las miserias
de la nación judía.
Jerusalén llegó a estar cautiva y esclava, debido a la grandeza de sus
pecados; y no tuvo reposo en
el sufrimiento. Si permitimos que el pecado, nuestro adversario más
grande, tenga dominio en
nosotros, justamente soportaremos que otros enemigos también nos
dominen. —El pueblo soportó
los extremos del hambre y la angustia. En esta triste condición
Jerusalén reconoció su pecado y
rogó al Señor que mirara su caso. Este es el único camino para
aliviarnos bajo la carga; porque es la
justa ira de Jehová por las transgresiones del hombre, que ha llenado la
tierra de tristeza, lamentos,
enfermedad y muerte.
Vv. 12—22. Jerusalén, sentada en el suelo,
deprimida, llama a los que pasan para que
consideren si su caso no les concierne. Sus sufrimientos externos eran
grandes, pero sus
sufrimientos internos eran más difíciles de soportar, por el sentido de
culpa. La tristeza por el
pecado debe ser pesar grande y debe afectar el alma. Aquí vemos el mal
del pecado y podemos ser
advertidos para huir de la ira venidera. Lo que se aprenda de los
sufrimientos de Jerusalén, puede
aprenderse mucho más de los sufrimientos de Cristo. ¿No nos habla Él
desde la cruz a cada uno de
nosotros? ¿No dice: Es nada para vosotros, todos los que pasáis? Que
todas nuestras penas nos
guíen a la cruz de Cristo, que nos guíen para notar su ejemplo y
seguirle alegremente.
CAPÍTULO II
Lamento por la miseria de Jerusalén.
Vv. 1—9. Aquí se hace una triste representación
del estado de la Iglesia de Dios, de Jacob e Israel;
pero la noticia parece referirse mayormente a la mano del Señor en sus
calamidades, aunque Dios
no es enemigo de su pueblo, cuando está airado con él y lo corrige.
Cuando Dios retira su
protección no hay puertas ni rejas que tomen su lugar. Es justo que Dios
derribe con juicios a los
que se rebajan a sí mismos por el pecado; y que prive del beneficio y
consuelo de los días de reposo
y de sus ordenanzas, a los que no los han valorado debidamente ni
obedecido. ¿Qué harán con las
Biblias los que no las aprovechan? Los que abusan de los profetas de
Dios los pierden con justicia.
—Se hace necesario, aunque doloroso, volver los pensamientos del
afligido a la mano de Dios
alzada contra ellos, y a sus pecados, como la fuente de sus miserias.
Vv. 10—22. Se describen causas para los lamentos.
Las multitudes perecen de hambre. Hasta
los pequeños murieron por mano de sus madres, y se los comieron, según
la amenaza de
Deuteronomio xxviii, 53. Multitudes caen a espada. Sus falsos profetas
los engañaron. Sus vecinos
se ríen de ellos. Gran pecado es burlarse de la desgracia de otros y
añade mucha aflicción al
afligido. Sus enemigos triunfaron sobre ellos. Los enemigos de la
Iglesia son dados a tomar sus
temores por ruina, pero se engañan a sí mismos. —Se hacen llamados a
lamentar; y se busca
consuelo para la cura de los lamentos. La oración es un bálsamo para
cada llaga, aún la más grave;
remedio para toda enfermedad, aún la más penosa. Nuestra actividad en
oración es referir nuestra
causa al Señor y dejarla en sus manos. Su voluntad sea hecha. Temamos a
Dios, y andemos
humildemente ante Él y obedezcamos, no sea que caigamos.
CAPÍTULO III
El fiel lamenta sus calamidades y tiene esperanza en las misericordias
de Dios.
Vv. 1—20. El profeta relata la parte más sombría y
desalentadora de su experiencia y cómo halló
apoyo y alivio. En el tiempo de su prueba el Señor se había vuelto
terrible con él. Fue una aflicción
que era la miseria misma; porque el pecado hace de la copa de aflicción
una copa amarga. La lucha
entre la incredulidad y la fe a menudo es severa. Pero el creyente más
débil se equivoca si piensa
que su fuerza y esperanza en el Señor se acabaron.
Vv. 21—36. Habiendo expresado su angustia y
tentación, el profeta muestra cómo fue levantado
por encima de ellas. Malas como son las cosas se debe a la misericordia
del Señor que no sean
peores. Debemos observar lo que hace por nosotros y en qué está contra
nosotros. Las misericordias
de Dios no fallan; de esto tenemos ejemplos frescos cada mañana. Las
porciones de la tierra son
cosas perecederas, pero Dios es porción eterna. —Nuestro deber es, y
será nuestro consuelo y
satisfacción, tener esperanza y esperar en silencio la salvación del
Señor. Las aflicciones obran y
obrarán mucho para el bien: muchos han hallado bueno haber llevado este
yugo en su juventud; ha
hecho humildes y serios a muchos y los ha destetado del mundo, porque,
de lo contrario, hubieran
sido orgullosos e ingobernables. Si la tribulación produce paciencia, la
paciencia, prueba y la
prueba, esperanza; la esperanza no avergüenza. Pensamientos adecuados
del mal del pecado y de
nuestra propia pecaminosidad, nos convencerán que es por la misericordia
de Jehová que no hemos
sido consumidos. Si no podemos decir con voz que no titubee: El Señor es
mi porción, ¿puede que
no digamos, deseo tenerlo a Él como mi porción y salvación y en su
palabra tengo esperanza?
Felices seremos si aprendemos a recibir la aflicción como que viene de
la mano de Dios.
Vv. 37—41. Mientras hay vida, hay esperanza; y, en
lugar de quejarse de que las cosas están
mal, debemos estimularnos unos a otros con la esperanza de que estarán
mejor. Somos pecadores y
de lo que nos quejamos es mucho menos de lo que merecen nuestros
pecados. Debemos quejarnos
a Dios, y no de Él. En tiempo de calamidad, somos dados
a reflexionar en los caminos de otras
personas y a echarles la culpa; pero nuestro deber es investigar y
examinar nuestros caminos, para
volvernos del mal a Dios. Nuestro corazón debe ir con nuestras
oraciones. Si las impresiones
internas no concuerdan con las externas, nos burlamos de Dios y nos
engañamos a nosotros
mismos.
Vv. 42—54. Mientras más miraba el profeta las
desolaciones, más se entristecía. —He aquí una
palabra de consuelo. Mientras seguían llorando, seguían esperando; y
ninguno esperaría socorro de
nadie sino del Señor.
Vv. 55—66. La fe viene como vencedora, porque en
estos versículos el profeta concluye con
algo de consuelo. La oración es el aliento del hombre nuevo, que inhala
el aire de la misericordia en
las peticiones y lo exhala en alabanzas; prueba y mantiene la vida
espiritual. Él silenció sus temores
y aquietó sus espíritus. Tú dijiste: No temas. Este fue el lenguaje de
la gracia de Dios, por el
testimonio de su Espíritu en sus espíritus. ¿Y qué son todas nuestras
penas comparadas con las del
Redentor? Él libra a su pueblo de todo problema, y revive a su Iglesia
de toda persecución. Él
salvará a los creyentes con salvación eterna, mientras sus enemigos
perecerán con destrucción
eterna.
CAPÍTULO IV
El estado deplorable de la nación en contraste con su antigua
prosperidad.
Vv. 1—12. ¡Qué cambio hay aquí! El pecado mancha
la belleza de las potestades más exaltadas y
de los dones más excelentes, pero el oro, probado en el fuego, que
Cristo concede, nunca nos será
quitado; su aspecto externo puede ser opacado, pero su valor real nunca
puede ser cambiado. —Los
horrores del sitio y de la destrucción de Jerusalén se describen otra
vez. Contemplando las tristes
consecuencias del pecado en la Iglesia de antes, consideremos seriamente
lo que las mismas causas
pueden acarrear justamente ahora a la Iglesia. Pero, Señor, aunque nos
alejamos de ti en rebelión,
aun vuelve a nosotros, y vuelve a ti nuestros corazones, para que
podamos temer tu nombre. Ven a
nosotros, bendícenos con despertar, conversión, renovación y gracia que
confirma.
Vv. 13—20. Nada madura más para su ruina a un
pueblo, ni llena más rápido su medida, que los
pecados de sacerdotes y profetas. El mismo rey no puede escapar, porque
la venganza divina lo
persigue. Nuestro único Rey ungido es la vida de nuestras almas; podemos
vivir a salvo bajo su
sombra, y regocijarnos en Él en medio de nuestros enemigos, porque Él es
el Dios verdadero y la
vida eterna.
Vv. 21, 22. Aquí se anuncia que se pondrá fin a los
trastornos de Sion. No de la plenitud del
castigo merecido, sino de lo que Dios ha determinado infligir. —Se
pondrá fin a los triunfos de
Edom. Todos los problemas de la Iglesia y del creyente pronto se
terminarán. Se acerca la
condenación de sus enemigos. El Señor sacará sus pecados a la luz y
ellos yacerán en pena eterna.
Aquí Edom representa a todos los enemigos de la Iglesia. La corrupción y
el pecado de Israel, lo
cual el profeta ha demostrado que es universal, justifica los juicios
del Señor. Muestra la necesidad
de la gracia en Cristo Jesús, que el pecado y la corrupción de toda la
humanidad hicieron tan
necesaria.
CAPÍTULO V
La nación judía suplica el favor divino.
Vv. 1—16. ¿Está alguno afligido? Que ore; y que en
oración derrame su queja ante Dios. El pueblo
de Dios hace eso aquí; se quejan, no de los males temidos, sino de los
males sentidos. Si nos
arrepentimos y tenemos paciencia por lo que sufrimos por los pecados de
nuestros padres, podemos
tener la expectativa de que Aquel que castiga, volverá a nosotros con
misericordia. —Ellos
reconocen: ¡Ay de nosotros que hemos pecado! Todos nuestros ayes se
deben a nuestro pecado y a
nuestra necedad. Aunque nuestros pecados y el justo descontento de Dios
causan nuestros
sufrimientos, podemos tener esperanza de su misericordia que perdona, su
gracia que santifica y su
buena providencia. Pero los pecados de toda la vida de un hombre serán
castigados con venganza al
final, a menos que ponga interés en Aquel que llevó nuestros pecados en
su cuerpo sobre el madero.
Vv. 17—22. El pueblo de Dios expresa profunda
preocupación por las ruinas del templo, más
que por cualquiera otra de sus calamidades. Pero sea lo que sea que
cambie aquí en la tierra, Dios es
aún el mismo y sigue siendo por siempre sabio y santo, justo y bueno; en
Él no hay cambio ni
sombra de variación. —Ellos oran con fervor a Dios por misericordia y
gracia, Vuélvenos a ti, oh
Señor. Dios nunca deja a nadie hasta que ellos lo dejan a Él primero; si
los hace volver a sí mismos
por el camino del deber, sin duda que Él se volverá a ellos con
prontitud por un camino de
misericordia. Si Dios por su gracia renueva nuestros corazones, renovará
por su favor nuestros días.
Los trastornos pueden hacer que nuestros corazones desfallezcan, y que
se nublen nuestros ojos,
pero está abierto el camino al trono de la gracia de nuestro Dios
reconciliado. En todas nuestras
pruebas pongamos toda nuestra confianza y fe en su misericordia;
confesemos nuestros pecados y
derramemos nuestros corazones ante Él. Velemos contra los afanes y el
desaliento; porque
seguramente sabemos que al final todo será bueno para todos los que
confían en el Señor, le temen,
le aman y le sirven. —¿No son los juicios del Señor en la tierra los
mismos que en la época de
Jeremías? Entonces, que Sion sea recordada por nosotros en nuestras
oraciones y su bienestar sea
buscado por encima de todo goce terrenal. Salva, Señor, salva a tu
pueblo, y no des tu herencia al
reproche para que el pagano no reine sobre ellos.
Henry, Matthew