JEREMÍAS

JEREMÍAS
Jeremías era un sacerdote, nacido en Anatot, de la tribu de Benjamín. Fue llamado al oficio
profético siendo muy joven, unos setenta años después de la muerte de Isaías, y lo ejerció durante
unos cuarenta años con gran fidelidad, hasta que los pecados de la nación judía completaron su
medida y vino la destrucción. Las profecías de Jeremías no están ordenadas como fueron
entregadas. Blayney se ha propuesto arreglarlas en un orden más regular, a saber, los capítulos 1 al
20, 22, 23, 25, 26, 35, 36, 45, 24, 29, 30, 31, 27, 28, 21, 34, 37, 32, 33, 38, 39 (versículos 15—18;
versículos 1—14) 40 al 44, 46 al 52. El tema general de sus profecías es la idolatría y otros pecados
de los judíos; el juicio por el cual eran amenazados, con referencias a su futura restauración y
liberación, y promesas del Mesías. Son notables por las reprensiones fieles y sencillas, las
amonestaciones afectuosas y las advertencias solemnes.
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CAPÍTULO I
Versículos 1—10. El llamamiento de Jeremías al oficio profético. 11—19. La visión de un
almendro y la olla hirviendo.—Promesa de protección divina.
Vv. 1—10. Se declara el temprano llamamiento de Jeremías a la obra y oficio de profeta. Iba a ser
profeta, no sólo a los judíos; también a las naciones limítrofes. Sigue siendo profeta para todo el
mundo y es bueno atender a sus advertencias. El Señor que nos formó sabe para qué servicio y
propósito particular nos concibió. Sin embargo, a menos que nos santifique por su Espíritu que nos
crea de nuevo, no seremos aptos para su santo servicio en la tierra ni para la santa dicha del cielo.
—Nos conviene pensar con humildad de nosotros mismos. Los jóvenes deben considerar que ellos
son así y no aventurarse más allá de sus poderes. Aunque el sentido de nuestra propia debilidad e
insuficiencia debiera hacernos humildes acerca de nuestro trabajo, no debe hacernos retroceder
cuando Dios nos llama. Los que tienen mensajes que entregar de parte de Dios no deben temer el
rostro del hombre. Por una señal el Señor dio a Jeremías el don según era necesario. El mensaje de
Dios debe ser entregado en sus propias palabras. Sea lo que sea que piensen los sabios o políticos
del mundo, la seguridad del mundo se decide según el propósito y la palabra de Dios.
Vv. 11—19. Dios dio a Jeremías una visión de la destrucción de Judá y Jerusalén en manos de
los caldeos. El almendro, que está más maduro en la primavera que cualquier otro árbol, representa
el veloz acercamiento de los juicios. Dios mostró también de donde surgiría la ruina concebida.
Jeremías vio una olla hirviendo, que representaba a Jerusalén y Judá en gran conmoción. La boca o
cara del horno o fogón daba hacia el norte; desde donde iban a venir el fuego y el combustible. Las
potencias del norte se unirían. La causa de estos juicios era el pecado de Judá. Hay que declarar
todo el consejo de Dios. El temor de Dios es el mejor remedio contra el temor al hombre. Mejor es
tener por enemigos a todos los hombres y no a Dios; los que están seguros de tener a Dios consigo,
no temen, no deben temer no importa quién esté en contra. Oremos por disposición para ceder los
intereses personales y para que nada nos aparte de nuestro deber.
CAPÍTULO II
Versículos 1—8. Dios reprende amistosamente a su pueblo. 9—13. Rebelión sin precedentes. 14—
19. La culpa es la causa de los sufrimientos. 20—28. Los pecados de Judá. 29—37. La falsa
confianza de ellos.
Vv. 1—8. Los que empiezan bien pero no perseveran, serán justamente reconvenidos debido a sus
comienzos promisorios y esperanzadores. Los que desertan de la religión, corrientemente se oponen
más que quienes nunca la conocieron. Por eso no podían tener excusas. El Israel espiritual de Dios
debe reconocerse obligado con Él por su conducción a salvo a través del desierto de este mundo, tan
peligroso para el alma. ¡Sí, todos los que una vez parecían devotos del Señor, viven en forma tal que
su profesión de fe agrava sus delitos! Cuidémonos de no perder el celo y el fervor al ganar
conocimiento.
Vv. 9—13. Antes de castigar a los pecadores, Dios debate con ellos para llevarlos al
arrepentimiento. Él nos reclama lo que nosotros debiéramos reclamarnos a nosotros mismos. —
Tened temor al pensar en la ira y la maldición que será la porción de los que se apartan de la gracia
y el favor de Dios. La gracia en Cristo se compara con el agua de una fuente, fría y refrescante, que
limpia y fertiliza: al agua viva porque vivifica a los pecadores muertos, revive a los santos
desanimados, sostiene y mantiene la vida espiritual, y manda vida eterna y fluye para siempre.
Abandonar esta Fuente es el primer mal; se hace esto cuando el pueblo de Dios descuida su palabra
y sus ordenanzas. Excavaron para sí cisternas rotas, que no retienen el agua. Así son el mundo y sus
cosas; así son los inventos de los hombres si se les sigue y se confía en ellos. Con propósito de
corazón aferrémonos sólo del Señor: ¿adónde más iremos? ¡Qué dados somos a abandonar la
consolación del Espíritu Santo por el goce sin valor del entusiasta e hipócrita!
Vv. 14—19. ¿Es Israel un siervo? No, son la simiente de Abraham. Podemos aplicar esto
espiritualmente: ¿es el alma del hombre una esclava? No, pero ha vendido su libertad y se ha
esclavizado a diversas concupiscencias y pasiones. Los príncipes asirios, como leones, dominaron a
Israel. La gente del Egipto destruyó la gloria y la fuerza de ellos. Atrajeron esas calamidades al
alejarse del Señor. El uso y aplicación de esto es: Arrepiéntete de tu pecado para que tu corrección
no sea tu destrucción. ¿Qué tiene que hacer un cristiano en el camino de los placeres prohibidos o
de la vana alegría pecaminosa o con las búsquedas de la codicia y ambición?
Vv. 20—28. A pesar de todas sus ventajas, Israel se había vuelto como la vid silvestre que da
fruto venenoso. —A menudo, los hombres están tan sometidos al poder de sus deseos
desenfrenados y de su lujuria pecaminosa como los animales. Pero el Señor les advierte aquí que no
se fatiguen en una búsqueda que sólo les traerá angustias y miseria. Como no debemos desesperar
de la misericordia de Dios, sino creerla suficiente para el perdón de nuestros pecados, así tampoco
debemos desesperar de la gracia de Dios, sino creer que es capaz de vencer nuestras corrupciones,
aunque sean muy fuertes.
Vv. 29—37. La nación no había respondido a los juicios de Dios; buscaba justificarse a sí
misma. El mundo es un desierto y una tierra de tinieblas para los que lo hacen su hogar y porción,
pero los que habitan en Dios, tienen los límites fijados en lugares agradables. Este es el lenguaje de
los pecadores presuntuosos. —Los judíos habían dejado de pensar seriamente en Dios hacía mucho
tiempo. ¡Cuántos días de nuestras vidas pasan sin que nos acordemos de Él como corresponde! El
Señor estaba descontento con su forma de poner la confianza y no los iba a prosperar en ella. —Los
hombres emplean todo su ingenio, pero no pueden hallar la felicidad en el camino del pecado ni en
las excusas. Pueden ir de un pecado a otro, pero nadie que se haya endurecido contra Dios y lo haya
abandonado prospera.
CAPÍTULO III
Versículos 1—5. Exhortaciones al arrepentimiento. 6—11. Judá más culpable que Israel. 12—20.
Promesa de perdón. 21—25. Los hijos de Israel expresan su pena y arrepentimiento.
Vv. 1—5. En el arrepentimiento es bueno pensar en los pecados de que hemos sido culpables y los
lugares y compañía en que se cometieron. —¡Con qué suavidad los había corregido el Señor! En la
forma que recibe al arrepentido, Él es Dios y no hombre. ¿No importa qué hayas dicho o hecho
hasta ahora, no me llamarás a mí de ahora en adelante? ¿No te vence esta gracia de Dios? Ahora que
se proclama el perdón, ¿no recibirás el beneficio? Ellos esperarán hallar en Él las tiernas
compasiones de un Padre hacia un hijo pródigo que regresa. Irán a Él como el guiador de su
juventud: la juventud necesita dirección. Los pecadores arrepentidos pueden animarse con que Dios
no mantendrá su ira hasta el final. Todas las misericordias de Dios, en toda época, dan ánimo; ¿y
qué puede ser más deseable para el joven que tener al Señor como Padre y Guía de su juventud?
Padres, dirigid diariamente a vuestros hijos con fervor en la búsqueda de esta bendición.
Vv. 6—11. Si nos fijamos en los delitos de quienes quebrantan su profesión de fe, y sus
consecuencias, vemos que hay mucha razón para evitar los malos caminos. Espantoso es ser
declarado más criminal que los que perecieron realmente en sus pecados; pero en el castigo eterno
será poco consuelo para ellos saber que otros fueron más viles que ellos.
Vv. 12—20. Véase la prontitud de Dios para perdonar el pecado y las bendiciones reservadas
para los tiempos del evangelio. Estas palabras fueron proclamadas hacia el norte; hacia Israel, las
diez tribus cautivas en Asiria. Se les instruye cómo retornar. Si confesamos nuestros pecados, el
Señor es fiel y justo para perdonarlos. —Estas promesas se cumplirán plenamente con el regreso de
los judíos en épocas futuras. Dios recibirá con gracia a los que regresen a Él; y, por gracia, los
aparta del resto. —El arca del pacto no fue hallada después del cautiverio. Toda esta dispensación se
iba a terminar, lo que sucedió después de haber crecido mucho la multitud de creyentes por la
conversión de los gentiles y de los israelitas esparcidos entre ellos. —Se predice un estado feliz de
la Iglesia. Él puede enseñar a todos que lo llamen Padre; pero sin un cambio completo de corazón y
vida, nadie puede ser hijo de Dios y no tenemos seguridad para no apartarnos de Él.
Vv. 21—25. El pecado es apartarse a caminos torcidos. Olvidar al Señor nuestro Dios está en el
fondo de todo pecado. Por el pecado nos metemos en dificultades. La promesa para los que regresan
es: Dios sanará su rebelión por su misericordia que perdona, su paz que calma, y su gracia que
renueva. —Ellos vienen consagrándose a Dios. Vienen desechando toda expectativa de alivio y
socorro que no venga del Señor. Por tanto, vienen dependiendo sólo de Él. Él es el Señor y sólo Él
puede salvar. Señala a la gran salvación del pecado que Jesucristo obró por nosotros. Vienen
justificando a Dios en sus problemas y se condenan a sí mismos por sus pecados. Los verdaderos
arrepentidos aprenden a llamar vergüenza al pecado, aun aquel con que más se complacían. Los
verdaderos arrepentidos aprenden a llamar muerte y ruina al pecado y lo acusan de cuanto sufren.
Mientras los hombres se endurezcan en pecado, su porción será el desprecio y la miseria: porque no
prospera quien encubre su pecado; pero halla misericordia quien los confiesa y abandona.
CAPÍTULO IV
Versículos 1, 2. Exhortaciones y promesas. 3, 4. Exhortación a Judá para que se arrepienta. 5—18.
Denuncia de juicios. 19—31. La ruina próxima de Judá.
Vv. 1, 2. Los primeros dos versículos deben leerse con el capítulo anterior. —El pecado debe ser
quitado del corazón, de lo contrario no sale de la vista de Dios, porque el corazón está abierto
delante de Él.
Vv. 3, 4. Un corazón no humillado es como suelo sin arar. Es suelo que puede ser mejorado; es
nuestro suelo dejado a nosotros; pero es suelo sin cultivar; está cubierto de espinos y malezas,
producto natural del corazón corrupto. Roguemos al Señor que cree en nosotros un corazón limpio,
y renueve un espíritu recto dentro de nosotros, porque si el hombre no nace de nuevo, no puede
entrar en el reino del cielo.
Vv. 5—18. El fiero conquistador de las naciones vecinas iba a devastar a Judá. El profeta se
aflige al ver al pueblo adormecido por la seguridad dada por falsos profetas. —Se describe el
acercamiento del enemigo. Se hizo algo a la reforma externa en Jerusalén, pero era necesario que
sus corazones fuesen limpiados del amor y la contaminación del pecado, por medio del
arrepentimiento y la fe verdadera. —Cuando las calamidades menores no despiertan a los pecadores
y reforman a las naciones, la sentencia será dictada contra ellos. La voz del Señor declara que la
miseria se aproxima, especialmente contra los malos maestros del evangelio; cuando los alcance,
será claramente evidente que el fruto de la iniquidad es amargo y el final es fatal.
Vv. 19—31. El profeta no se complacía en dar mensajes de ira. Se le muestra en una visión a
toda la tierra en desorden. Comparado con lo que era, todo está fuera de orden, pero la ruina de la
nación judía no sería definitiva. Todo final de nuestros consuelos no es un final total. Aunque el
Señor pueda corregir con mucha severidad a su pueblo, sin embargo, no los echará fuera. Los
ornamentos y los colores falsos no sirven. Ningún privilegio o profesión externos evitará la
destrucción. ¡Cuán infeliz es el estado de los que son como niños necios acerca de la preocupación
por sus almas! Lo que sea que ignoremos, quiera el Señor darnos buen entendimiento en los
caminos de la santidad. Como el pecado halla al pecador, así, tarde o temprano, el pesar alcanza al
que se siente asegurado en sí mismo.
CAPÍTULO V
Versículos 1—9. La profesión de fe de los judíos era hipócrita. 10—18. Los procedimientos crueles
de sus enemigos. 19—31. Su apostasía e idolatría.
Vv. 1—9. No se pudo hallar a nadie que se condujera como hombre recto y piadoso. Pero el Señor
vio el carácter verdadero del pueblo a través de todos sus disfraces. Los pobres eran ignorantes y, en
consecuencia eran perversos. ¿Qué puede esperarse sino obras de tinieblas de la gente que nada
sabe de Dios y de la religión? No obstante, hay pobres de Dios que, a pesar de la pobreza, conocen
el camino del Señor, andan en él y cumplen su deber; pero éstos eran ignorantes por decisión
personal, y su ignorancia no tenía excusa. Los ricos eran insolentes y altivos y el abuso de los
favores de Dios empeoraba su pecado.
Vv. 10—18. Las multitudes son destruidas por creer que Dios no será tan estricto como su
palabra lo dice; por este artificio Satanás destruyó la humanidad. Los pecadores no quieren
reconocer como palabra de Dios lo que tienda a separarlos de sus pecados o intranquilizarlos
mientras están en ellos. Burlarse y abusar de los mensajeros del Señor llenó la medida de su
iniquidad. Dios puede traernos problemas desde lugares y causas muy remotas. Tiene reservada
misericordia para su pueblo; por tanto, pondrá límites a los juicios devastadores. No despreciemos
el “no obstante” del versículo 18. Este es el pacto del Señor con Israel, por el cual proclama su
santidad y su extremo desagrado con el pecado, mientras salva al pecador, Salmo lxxxix, 30–35.
Vv. 19—31. Los corazones no humillados están dispuestos a acusar de injusto a Dios en sus
aflicciones. Pero pueden leer su pecado en su castigo. Si los hombres quieren indagar por qué el
Señor les hace cosas duras, que piensen en sus pecados. —Las inquietas olas obedecen el decreto
divino de no traspasar las costas arenosas que eran freno tanto como montañas elevadas; pero ellos
quebrantaron todas las restricciones de la ley de Dios y se volcaron totalmente a la iniquidad. —
Tampoco consideraron su propio interés. Mientras el Señor, año tras año, nos reserve las semanas
destinadas a la cosecha, los hombres viven de su generosidad; pero pecaron contra Él. El pecado
nos priva de las bendiciones de Dios; hace los cielos como de bronce, y la tierra como de hierro.
Ciertamente las cosas de este mundo no son las mejores; y nosotros no tenemos que pensar que
debido a que los impíos prosperan, Dios respalda sus prácticas. Aunque la sentencia contra las
malas obras no se ejecute con prontitud, será ejecutada. ¿No visitaré yo estas cosas? Esto habla de
la certeza y la necesidad de los juicios de Dios. Que los que andan en malos caminos consideren
que vendrá el final, y que habrá amargura en el final postrero.
CAPÍTULO VI
Versículos 1—8. La invasión de Judea. 9—17. Los procedimientos de la justicia de Dios. 18—30.
Todos los métodos usados para corregirlos no habían tenido éxito.
Vv. 1—8. No importa qué métodos se usen es vano contender con los juicios de Dios. Mientras más
gusto nos demos en los placeres de esta vida, más ineptos nos hacemos para los trastornos de esta
vida. El ejército caldeo iba a entrar en la tierra de Judá y en poco tiempo devoraría todo. Llega el
día en que serán visitados los negligentes y seguros en los caminos del pecado. Necio es andar en
fruslerías, cuando tenemos una salvación eterna por obrar y enemigos de la salvación contra quienes
luchar. Pero estaban tan ansiosos, no de cumplir los consejos de Dios, sino de poder llenar sus
propios tesoros aunque con eso Dios sirvió sus propósitos. —El corazón corrupto del hombre en su
estado natural produce malos pensamientos, igual que la fuente produce agua. Siempre fluyendo
pero siempre llena. El Dios de misericordia se resiste a apartarse aun de un pueblo provocador y es
sincero con ellos, para que por el arrepentimiento y la reforma, eviten que las cosas lleguen a un
extremo.
Vv. 9—17. Cuando el Señor se levanta para vengarse, no escapa pecador alguno de ninguna
edad, rango o sexo. Fueron puestos en el mundo y se descarriaron totalmente por el amor al mundo.
Si juzgamos el pecado conforme a la palabra de Dios, encontramos multitudes en cada posición y
rango entregados a lo mismo. —Deben ser reconocidos como nuestros peores y más peligrosos
enemigos los que nos halagan pecaminosamente. ¡Oh, que los hombres fueran sabios con sus almas!
Preguntad por los caminos antiguos; el camino de la santidad y justicia siempre ha sido el camino
que Dios ha admitido y bendecido. Preguntad por los caminos antiguos establecidos por la palabra
escrita de Dios. Cuando hayáis encontrado el buen camino, seguidlo; encontraréis abundante
recompensa al final de vuestro viaje. Pero si los hombres no obedecen la voz de Dios ni huyen a su
Refugio, en el día del juicio se manifestará claramente que han sido destruidos porque rechazaron la
palabra de Dios.
Vv. 18—30. Dios rechaza sus servicios externos como nulos para expiar los pecados. El
sacrificio y el incienso debían conducirlos al Mediador, pero si se ofrendan para comprar permiso
para pecar, provocan a Dios. Los pecados del pueblo profesante de Dios los hace presa fácil de sus
enemigos. Ellos no se atreven a mostrarse. Los santos pueden regocijarse en la esperanza de la
misericordia de Dios, aunque las vean sólo en la promesa: los pecadores deben lamentar de miedo a
los juicios de Dios, aunque los vean sólo en las advertencias. —Son lo peor de los rebeldes, y todos
corruptores. Los pecadores pronto se convierten en tentadores. Son comparados con el fierro que se
supone de buen metal en sí, pero resulta ser todo escoria. Nada predominará para apartarlos de sus
pecados. Serán llamados plata rechazada, inútil y sin valor. Cuando las advertencias, las
correcciones, las reprensiones y todos los medios de gracia no renuevan a los hombres, éstos serán
dejados a la miseria eterna, rechazados por Dios. Entonces, roguemos orando que nosotros seamos
refinados por el Señor, como se refina la plata.
CAPÍTULO VII
Versículos 1—16. Vana es la confianza en el templo. 17—20. La provocación por persistir en la
idolatría. 21—28. Dios justifica sus tratos con ellos, 29—34. y amenaza venganza.
Vv. 1—16. No aprovecharán las observancias, las profesiones o las supuestas revelaciones si los
hombres no enmiendan sus caminos y sus hechos. Nadie puede pretender interés en la salvación
gratuita si se permite practicar un pecado conocido o vivir descuidando el deber conocido. Ellos
pensaban que el templo que profanaron sería su protección, pero todos los que siguen en pecado
porque la gracia ha abundado, o para que abunde la gracia, hacen de Cristo un ministro del pecado;
y la cruz de Cristo, correctamente entendida, es el remedio más eficaz contra tales sentimientos
venenosos. El Hijo de Dios se dio por nuestras transgresiones para mostrar la excelencia de la ley
divina, y el mal del pecado. Nunca pensemos que podemos hacer mal sin sufrir.
Vv. 17—20. Los judíos se enorgullecían en mostrar celo por sus ídolos. Aun de este mal
ejemplo aprendamos a ser fervientes en el servicio de nuestro Dios. Pensemos que es un honor ser
empleado por Dios en cualquier obra. Seamos tan diligentes y tan cuidadosos para enseñar a
nuestros hijos la verdad de Dios como muchos lo son para enseñar los misterios de la iniquidad. —
La tendencia directa de este pecado es la malicia contra Dios, pero se herirán a sí mismos. Y
hallarán que no hay escapatoria. La ira de Dios es fuego inextinguible.
Vv. 21—28. Dios muestra que requiere obediencia de ellos. Lo que Dios mandó fue: Escuchad
con diligencia la voz del Señor vuestro Dios. La promesa es muy alentadora. Dejad que la voluntad
de Dios sea vuestra regla, y su favor será vuestra dicha. Dios estaba desagradado con la
desobediencia. Nosotros entendemos el evangelio tan poco como los judíos entendieron la ley, si
pensamos que el sacrificio de Cristo disminuyó nuestra obligación de obedecer.
Vv. 29—34. Como señal de dolor y de esclavitud, Jerusalén debe ser degradada y separada de
Dios, como fue apartada para Dios. El corazón es el lugar donde Dios escogió poner su nombre,
pero si el pecado tiene allí el lugar supremo y más íntimo, contaminamos el templo del Señor. —La
destrucción de Jerusalén parece aquí muy terrible. Los muertos serán muchos; habiendo ellos hecho
de ella el lugar de su pecado. El mal persigue a los pecadores aun hasta la muerte. —Los que no
sean curados de la alegría vana por la gracia de Dios, serán privados de toda alegría por la justicia
de Dios. ¡Cuántos destruyen su salud y propiedad sin quejarse cuando están comprometidos en el
servicio de Satanás! Aprendamos a atesorar el gozo santo y a soltar todo lo demás aunque sea lícito.
CAPÍTULO VIII
Versículos 1—3. Los restos de los muertos son expuestos. 4—13. La estupidez de la gente
comparada con el instinto de la creación bruta. 14—22. La alarma de la invasión, y lamentos.
Vv. 1—3. Aunque a un cadáver no se le puede hacer daño real, la desgracia infligida a los restos de
personas malas puede alarmar a los vivos, y esto nos recuerda que la justicia y castigo divino se
extienden más allá de la tumba. Sea cual sea nuestra suerte aquí, humillémonos ante Dios y
busquemos su misericordia.
Vv. 4—13. ¿Qué produjo esta ruina? —1. La gente que no atendió razones; no quisieron actuar
en los asuntos de su alma con prudencia común. El pecado descarría; es pasarse del camino que
conduce a la vida al que lleva a la destrucción. —2. No quisieron escuchar las advertencias de la
conciencia. No dieron el primer paso hacia el arrepentimiento: éste empieza por una serie
indagatoria de lo que hemos hecho, de la convicción de que hicimos mal. —3. No quisieron atender
a los caminos de la providencia ni oír la voz de Dios en ellos, versículo 7. No supieron aprovechar
las temporadas de gracia que Dios concede. Muchos se jactan de su saber religioso, pero a menos
que les enseñe el Espíritu de Dios, el instinto de los brutos es una guía más segura que su supuesta
sabiduría. —4. No quisieron atender la palabra escrita. Muchos tienen los medios de gracia en
abundancia, tienen Biblias y ministros, pero los tienen en vano. Pronto se avergonzarán de sus
inventos. —Los simuladores de sabiduría eran los sacerdotes y los falsos profetas. Halagaban a la
gente en su pecado y los halagaron tanto que los llevaron a la destrucción silenciando sus temores y
lamentos con un: “Todo está bien”. Los maestros egoístas pueden prometer paz cuando no hay paz,
y así, los hombres se animan unos a otros a cometer mal; pero en el día de la visitación no tendrán
refugio adónde huir.
Vv. 14—22. A la larga ellos empiezan a ver que la mano de Dios se levanta. Y cuando Dios se
manifiesta contra nosotros, todo lo que está contra nosotros parece formidable. —Como la
salvación puede hallarse sólo en el Señor, así debe evaluarse el momento actual. ¿No hay medicina
apropiada para un reino enfermo y moribundo? ¿No hay mano fiel y diestra para aplicar la
medicina? Sí, Dios es capaz de ayudarlos y de sanarlos. Si los pecadores mueren de sus heridas, su
sangre está sobre sus propias cabezas. La sangre de Cristo es bálsamo en Galaad; su Espíritu es aquí
el Médico todo suficiente de modo que la gente puede ser sanada; pero no será. Así mueren los
hombres sin perdonar y sin cambiar, porque no quieren venir a Cristo para ser salvos.
CAPÍTULO IX
Versículos 1—11. El pueblo es corregido.—Jerusalén es destruida. 12—22. Los cautivos sufren en
tierra extranjera. 23—26. La tierna consideración de Dios.—Amenaza a los enemigos de su
pueblo.
Vv. 1—11. Jeremías lloraba mucho, pero quería llorar más para despertar en la gente la sensibilidad
hacia la mano de Dios. Pero aun el desierto, sin la comunión con Dios por medio de Cristo Jesús, y
sin la influencia del Espíritu Santo, debe ser un lugar de tentación y mal; sin embargo, con tales
bendiciones podemos vivir en santidad en una ciudades populosas. —La gente acostumbró sus
lenguas a la mentira. Tan falsos eran que no podían confiar en un hermano. En el comercio y en sus
negocios decían cualquier cosa para su propia ventaja, aunque supieran que era falso. Pero Dios
notó su pecado. ¿Qué bien puede esperarse donde no hay conocimiento de Dios? Él tiene muchas
formas de convertir una tierra fértil en esteril por la maldad de los que ahí habitan.
Vv. 12—22. En Sion se solía oír la voz de gozo y alabanza mientras el pueblo se mantuvo cerca
de Dios, pero el pecado lo cambió por voz de lamento. Los corazones sin humillar lamentan su
calamidad, pero no su pecado que es la causa de ella. —Aunque las puertas estén muy bien
cerradas, la muerte nos roba, porque entra a los palacios de los príncipes y de los grandes hombres,
aunque sean majestuosos, bien construidos y resguardados. Tampoco están más a salvo los que
están afuera; la muerte corta hasta los niños desde afuera, y a los jóvenes de las calles. Oíd la
palabra del Señor y lamentaos con santo dolor. Solo esto puede dar consuelo verdadero y puede
tornar las aflicciones más pesadas en misericordias preciosas.
Vv. 23—26. En este mundo de pecado y dolor, que termina pronto en muerte y juicio, ¡qué
necios los hombres que se glorían en su conocimiento, salud, fuerza, riqueza o en cualquier cosa
que los deja bajo el dominio del pecado y de la ira de Dios! Y de lo cual debe rendir cuenta en el
más allá. Esto sólo acrecenta su desgracia. —Son el Israel verdadero los que adoran a Dios en
Espíritu, se regocijan en Cristo Jesús y no tienen confianza en la carne. Estimemos la distinción que
viene de Dios y que durará por siempre. Busquémosla con diligencia.
CAPÍTULO X
Versículos 1—16. El absurdo de la idolatría. 17—25. Destrucción pronunciada contra Jerusalén.
Vv. 1—16. El profeta muestra la gloria del Dios de Israel y denuncia la necedad de los idólatras.
Los amuletos y otros intentos por obtener socorro sobrenatural o atisbar en el futuro son copiados
de las malas costumbres de los paganos. Temamos y no osemos provocar a Dios dando a otro la
gloria que a Él solo es debida. Él está listo para perdonar y salvar a todos los que se arrepienten y
creen en el nombre de su Hijo Jesucristo. La fe aprende estas verdades benditas de la palabra de
Dios, pero todo conocimiento que no sea de esa fuente, conduce a doctrinas de vanidad.
Vv. 17—25. Los judíos que siguieron en su tierra se sentían seguros, pero tarde o temprano, los
pecadores encontrarán que todas las cosas son como las declara la palabra de Dios y que sus
amenazas no son advertencias vanas. La sumisión sostendrá al creyente bajo toda pena que le
alcance, pero, ¿qué puede separar la carga de la venganza divina que deben soportar los que en
rencorosa desesperación caen bajo ella? No pueden esperar la prosperidad quienes, por fe y oración,
no llevan consigo a Dios en todos sus caminos. —El informe de la aproximación del enemigo era
muy espantoso. Pero los propósitos que los hombres consideran profundos y piensan bien fundados,
son despedazados en un momento. Y muchas veces son cambiados hasta ser completamente
contrarios a lo que concebimos y esperábamos. Si el Señor ha dirigido nuestros pasos por caminos
de paz y justicia, roguémosle que nos capacite para andar por ellos. No digas, Señor, no me
castigues, sino Señor, castígame, mas no con tu furor. Podemos soportar el golpe de la vara de Dios,
pero no podemos soportar el peso de su ira. —Los que restringen la oración muestran que no
conocen a Dios porque los que le conocen lo buscarán y procurarán su favor. Si hasta los
correctivos severos llevan a los pecadores a convencerse de verdades sanas, tendrán abundante
causa para estar agradecidos. Entonces, se humillarán ante el Señor.
CAPÍTULO XI
Versículos 1—10. Reprensión de los judíos desobedientes. 11—17. Su ruina total. 18—23. Será
destruido el pueblo que quiso quitar la vida del profeta.
Vv. 1—10. Dios nunca prometió conceder bendiciones a sus criaturas racionales mientras
persistieran en la desobediencia voluntaria. El perdón y la aceptación los promete generosamente a
todos los creyentes; pero ningún hombre puede ser salvado si no obedece el mandamiento de Dios
al arrepentimiento, a la fe en Cristo, a apartarse del pecado y del mundo, a elegir la abnegación y a
la nueva vida. En general, los hombres oyen a los que hablan de doctrinas, promesas y privilegios,
pero cuando se mencionan los deberes, no inclinan su oído.
Vv. 11—17. El mal persigue a los pecadores y los enreda en trampas de las cuales no se pueden
librar. Ahora, en su angustia sus muchos dioses y muchos altares de nada les sirven. No pueden
esperar beneficios de las oraciones ajenas aquellos cuyas oraciones personales no son oídas. Su
profesión religiosa no les servirá. Cuando llega la dificultad, depositan en esto su confianza, pero
Dios los ha rechazado. Su altar no les dará satisfacción. El recuerdo de los favores anteriores de
Dios, no será consuelo cuando estén en tribulación; y la memoria de ellos no será argumento para su
alivio. Todo pecado contra el Señor es pecado contra nosotros mismos y eso se verá tarde o
temprano.
Vv. 18—23. El profeta Jeremías dice mucho de sí, habiendo sido muy conflictiva la época en
que vivió. Los de su propia ciudad se confabularon para causarle la muerte. Pensaron poner fin a
sus días, pero él sobrevivió a la mayoría de sus enemigos; pensaron destruir su recuerdo, pero vive
hasta hoy y será bendecido mientras dure el tiempo. —Dios sabe todos los designios secretos de sus
enemigos y de los enemigos de su pueblo y cuando le plazca, puede darlos a conocer. La justicia de
Dios es terror para el impío, pero consuelo para el piadoso. Cuando nos hacen mal, tenemos a un
Dios a quien encomendarle nuestra causa y es nuestro deber encomendársela. Debemos también
mirar bien nuestros espíritus para que no ser vencidos por el mal, sino que por paciente continuidad
en el orar por nuestros enemigos, y con bondad para ellos, venzamos el mal con el bien.
CAPÍTULO XII
Versículos 1—6. Jeremías se queja de la prosperidad del impío. 7—13. Los juicios duros que
vienen a la nación. 14—17. La misericordia divina para con ellos, y hasta para las naciones de
alrededor.
Vv. 1—6. Cuando estemos más en tinieblas acerca de las dispensaciones de Dios, pensemos en
forma justa de Dios, creyendo que Él nunca hizo el menor mal a ninguna de sus criaturas. Cuando
encontramos difícil entender sus tratos con nosotros, u otros, debemos mirar las verdades generales
como nuestros primeros principios y permanecer en ellas: el Señor es justo. El Dios con quien
tenemos que ver, sabe cómo es nuestro corazón para con Él. Conoce la culpa del hipócrita y la
sinceridad del justo. —Los juicios divinos sacarán al impío de su prado como oveja al matadero. La
tierra fértil fue vuelta estéril por la maldad de los que ahí vivían. —El Señor reprende al profeta. La
oposición de los hombres de Anatot no fue tan formidable como la que debía esperar de los reyes de
Judá. Nuestra pena de que haya tanto mal suele estar mezclada con irritación por las pruebas que
nos ocasiona. Y en este día en que somos favorecidos, y en dificultades comunes, consideremos
cómo debiéramos comportarnos si fuésemos llamados a sufrir como los santos de otras épocas.
Vv. 7—13. El pueblo de Dios había sido el amado de su alma, precioso a sus ojos, pero actuó en
forma tal que los entregó a sus enemigos. Muchas iglesias profesantes se vuelven como pájaros
moteados, y presentan una mezcla de religión y mundo con sus vanas modas, esfuerzos y
contaminaciones. El pueblo de Dios es como los hombres fascinados, como ave manchada; pero
este pueblo se volvió así por su propia necedad; y las bestias y las aves son llamados a devorarlos.
—Toda la tierra sería devastada. Pero hasta que los juicios fueran realmente infligidos, ninguna de
las personas tomaría en serio las advertencias. Cuando Dios levanta la mano y los hombres no la
ven, les hará sentirla. La plata y el oro no aprovecharán en el día de la ira del Señor. Los esfuerzos
de los pecadores por escapar de la miseria, sin arrepentimiento, y sin responder por sus obras,
terminarán en confusión.
Vv. 14—17. El Señor abogará la causa de su pueblo contra sus malos vecinos. Pero después
mostrará misericordia a esas naciones, cuando ellas deban aprender la religión verdadera. Esto
parece mirar al futuro, a los tiempos en que se cumpla la plenitud de los gentiles. Los que tengan su
suerte con el pueblo de Dios y, al final como la de ellos, deben aprender sus caminos y andar en
ellos.
CAPÍTULO XIII
Versículos 1—11. La gloria de los judíos sería manchada. 12—17. Todos los rangos deben sufrir
miseria. 18—27. Un mensaje horroroso para Jerusalén y su rey.
Vv. 1—11. Era habitual que los profetas enseñaran por señales. Tenemos la explicación en los
versículos 9 al 11. Para Dios el pueblo de Israel había sido como este cinto. Hizo que se adhirieran a
Él por la ley que les dio, los profetas que les envió y los favores que les mostró. Ellos se habían
enterrado, por sus idolatrías y pecados, en tierra extranjera, mezclados entre las naciones y estaban
tan corrompidos que no eran buenos para nada. Si estamos orgullosos del saber, el poder y de los
privilegios externos, es justo que Dios los marchite. —La mente de los hombres debe ser
sensibilizada a su culpa y su peligro; pero nada será eficaz sin la influencia del Espíritu.
Vv. 12—17. Como la botella era buena para contener vino, así los pecados del pueblo los
hicieron vasos de ira, buenos para los juicios de Dios con los cuales deberían llenarse hasta que se
causaran la destrucción de unos a otros. El profeta los exhorta a dar gloria a Dios confesando sus
pecados, humillándose en arrepentimiento y retornando a su servicio. De lo contrario, serán
llevados a otros países a las tinieblas de la idolatría y la iniquidad. Toda miseria, presenciada o
prevista, afectará a una mente sensible, pero el corazón piadoso debe dolerse más por las aflicciones
del rebaño del Señor.
Vv. 18—27. Aquí hay un mensaje enviado al rey Joaquín y su reina. Sus dolores serían
indudablemente grandes. ¿Preguntan ellos de dónde nos sobrevienen estas cosas? Que sepan que es
por su obstinación en pecar. No podemos alterar el color natural de la piel y, así, es moralmente
imposible reclamar y reformar a estas personas. El pecado es la negrura del alma; es su
descoloración; somos formados en ello de modo que no podemos librarnos por ningún poder
propio, pero la gracia del Todopoderoso es capaz de cambiar la piel del etíope. Ni la depravación
natural ni los fuertes hábitos de pecado, constituyen obstáculo para la obra de Dios, el Espíritu que
hace nueva criatura. El Señor pregunta a Jerusalén si está decidida a no ser limpiada. Si un pobre
esclavo del pecado siente que bien podría cambiar su naturaleza, y dominar sus porfiadas lujurias,
que no desespere porque las cosas imposibles para el hombre son posibles para Dios. Entonces,
busquemos ayuda en Aquel que es poderoso para salvar.
CAPÍTULO XIV
Versículos 1—7. Sequía en la tierra de Judá. 8, 9. Confesión de pecado en nombre del pueblo. 10—
16. Declaración del propósito divino de castigar. 17—22. El pueblo suplica.
Vv. 1—7. El pueblo lloraba. Pero era más bien el llanto de su trastorno y de su pecado que el de su
oración. Seamos agradecidos por la misericordia del agua, para que no seamos enseñados a
valorarla sólo al sentir su escasez. Véase como dependen los agricultores de la providencia divina.
No pueden arar ni sembrar con esperanza a menos que Dios riegue sus surcos. Era muy lamentable
hasta el caso de las bestias salvajes. El pueblo no es dado a orar, pero el profeta ora por ellos. El
pecado lo confiesan con humildad. Nuestros pecados no sólo nos acusan; responden contra
nosotros. Nuestros mejores alegatos en oración son los tomados de la gloria del nombre de Dios.
Debemos temer la partida de Dios más que la de nuestro consuelo procedente de las criaturas. Él dio
a Israel su palabra para que tuvieran la esperanza en ella. En la oración nos corresponde mostrarnos
más interesados por la gloria de Dios que por nuestro propio consuelo. Y si ahora retornamos al
Señor, nos salvará para gloria de su gracia.
Vv. 10—16. El Señor llama a los judíos “este pueblo” no “su pueblo”. Habían abandonado su
servicio, por tanto, los castigaría conforme a sus pecados. Le prohibió a Jeremías que los
defendiera. Los profetas falsos eran los más criminales. El Señor pronuncia la condena de ellos,
pero como al pueblo le gustaba que así fueran, ellos no iban a escapar de los juicios. Los falsos
maestros alientan a los hombres a tener expectativas de paz y salvación sin arrepentimiento, fe,
conversión, ni santidad de vida. Pero los que creen una mentira no deben presentarla como excusa.
Ellos sentirán lo que dicen que no temerán.
Vv. 17—22. Jeremías reconoce sus propios pecados y los de su pueblo, pero pide al Señor que
recuerde su pacto. En su angustia ninguno de los ídolos de los gentiles pudo ayudarlos, ni pudieron
los cielos dar lluvia de sí mismos. —El Señor tendrá un pueblo que le rogará ante su trono de
gracia. Él sanará a todo pecador verdaderamente arrepentido. Si no le pareciera bien oír nuestras
oraciones por cuenta de nuestra tierra culpable, ciertamente bendecirá con salvación a todos los que
confiesen sus pecados y busquen su misericordia.
CAPÍTULO XV
Versículos 1—9. Descripción de la destrucción del impío. 10—14. El profeta lamenta tales
mensajes, y se le reprocha. 15—21. Suplica perdón y se le promete protección.
Vv. 1—9. El Señor declara que hasta Moisés y Samuel habrían rogado en vano por su pueblo.
Presentado así el caso, aunque ellos están delante de Él, indica que ellos no lo hicieron y que los
santos del cielo no oran por los santos de la tierra. Los judíos iban a ser condenados a diferentes
clases de miserias por el justo juicio de Dios, y el resto sería llevado, como paja, al cautiverio.
Entonces, fue desolada la populosa ciudad. Los malos ejemplos y los abusos de autoridad suelen
producir efectos fatales, aun después que hayan muerto los hombres, o que se hayan arrepentido de
sus delitos: esto debiera hacernos temer mucho ser ocasión de pecado para los demás.
Vv. 10—14. Jeremías encontró mucho desprecio y reproche cuando ellos debieron bendecirle a
él y a Dios por él. Sostén grande y suficiente para el pueblo de Dios es que, por difícil que sea su
camino, al final todo será bueno para ellos. —Dios convierte al pueblo. ¿Será capaz el más duro y
vigoroso de sus esfuerzos para contender con el consejo de Dios o con el ejército de los caldeos?
Que escuchen su condena. El enemigo tratará bien al profeta. Pero la gente que tenía grandes
patrimonios apenas será usada. Todas las partes del país habían sumado a la culpa nacional; y que
cada una se avergüence de sí misma.
Vv. 15—21. Es cuestión de consuelo que tengamos un Dios a cuyo conocimiento de todas las
cosas podemos apelar. Jeremías argumenta con Dios por misericordia y alivio contra sus enemigos,
perseguidores y calumniadores. —Será un consuelo para los ministros de Dios cuando los
desprecian los hombres, si tienen el testimonio de sus propias conciencias. Pero se queja el que
halla poco placer en su obra. Algunas personas buenas pierden mucho del placer de la religión por
el afán y la inquietud de sus temperamentos naturales, a los cuales consienten. El Señor llamó al
profeta a que dejara de desconfiar y regresara a su obra. Si él atendía a eso, podía tener la seguridad
de que el Señor lo libraría de sus enemigos. Dios librará de problemas o ayudará a través de ellos a
los que están con Él y le son fieles. Muchas cosas parecen temibles que en absoluto dañan a un
creyente real en Cristo.
CAPÍTULO XVI
Versículos 1—9. Prohibiciones dadas al profeta. 10—13. La justicia de Dios en estos juicios. 14—
21. La futura restauración de los judíos, y la conversión de los gentiles.
Vv. 1—9. El profeta debe conducirse como quien espera ver su país destruido en muy poco tiempo.
Con la perspectiva de una época triste, tiene que abstenerse del matrimonio, de lamentar los
muertos y del placer. Los que convencerán al prójimo de las verdades de Dios, deben hacer que por
su abnegación se manifieste que ellos las creen. Paz, interna y externa, familiar y pública, es la obra
total de Dios y de su benignidad y misericordia. Cuando quita su paz de cualquier persona, debe
seguir la angustia. Puede haber tiempos en que sea propio evitar cosas fuera de nuestro deber; y
siempre debemos soltar los placeres y las preocupaciones de esta vida.
Vv. 10—13. Aquí parece haber lenguaje de los que pelean por la palabra de Dios y, en lugar de
humillarse y condenarse a sí mismos, se justifican como si Dios les hiciera el mal. Una respuesta
clara y completa es dada. Eran más obstinados en el pecado que sus padres, andando cada uno en
pos de los inventos de su corazón. Puesto que no oirán, serán llevados con prisa a un país lejano, a
una tierra que no conocen. Si tuvieran el favor de Dios, este hubiese hecho agradable aun la tierra
de su cautiverio.
Vv. 14—21. La restauración desde el cautiverio babilónico sería recordada en lugar de la
liberación de Egipto; también era tipo de la redención espiritual y de la liberación futura de la
Iglesia de la opresión anticristiana. Pero ninguno de los pecados de los pecadores puede ser
ocultado a Dios que tampoco lo pasará por alto. Hallará y levantará instrumentos de su ira que
destruirán a los judíos, con anzuelo como los pescadores, por la fuerza como los cazadores. —El
profeta se dirige al Señor como su fortaleza y refugio, regocijándose en la esperanza de misericordia
venidera. La liberación del cautiverio será una figura de la gran salvación que iba a obrar el Mesías.
Las naciones han conocido a menudo el poder de Jehová en su ira, pero lo conocerán como la
fuerza de su pueblo y su refugio en tiempo de angustia.
CAPÍTULO XVII
Versículos 1—4. Las consecuencias fatales de la idolatría de los judíos. 5—11. La felicidad del
hombre que confía en Dios; el final del carácter opositor. 12—18. La malicia de los enemigos
del profeta. 19—27. La observancia del día de reposo.
Vv. 1—4. Los pecados que cometen los hombres poco impresionan su mente, pero cada pecado
queda anotado en el libro de Dios; todos están grabados en la tabla del corazón y todos serán
recordados por la conciencia. Lo que está grabado en el corazón se volverá evidente en la vida; las
acciones de los hombres demuestran los deseos y propósitos de sus corazones. ¡Cuánta necesidad
tenemos de humillarnos ante Dios, nosotros que somos tan viles ante sus ojos! ¡Cuánto debemos
confiar en su misericordia y su gracia, suplicando a Dios que nos examine y nos pruebe; que no
soportemos ser engañados por nuestro propio corazón sino que ponga en nosotros una naturaleza
limpia y santa por su Espíritu!
Vv. 5—11. El que deposita confianza en el hombre será como pasto del desierto, un árbol
desnudo, un triste arbusto, producto del suelo estéril, inútil y sin valor. Los que confían en su propia
justicia y poder, y piensan que pueden arreglarse sin Cristo, hacen de la carne su brazo, y sus almas
no pueden prosperar en gracias o consuelo. —Los que hacen de Dios su esperanza, florecerán como
árbol siempre verde, cuyo follaje no se marchita. Tendrán paz y satisfacción mental; no estarán
ansiosos en un año de sequía. Los que hacen de Dios su esperanza, tienen suficiente en Él para
compensar la falta de todos los consuelos provenientes de las criaturas. No cesarán de dar fruto en
santidad y buenas obras. —El corazón, la conciencia del hombre, en su estado corrupto y caído, es
engañoso por sobre todas las cosas. Llama bueno a lo malo y malo a lo bueno; y grita paz a lo que
no le corresponde. De ahí que el corazón sea perverso; está muerto; está desesperado.
Indudablemente que el caso es malo si la conciencia que debiera enderezar los errores de las otras
facultades, es líder del engaño. No podemos conocer nuestros propios corazones ni lo que harán en
una hora de tentación. ¿Quién puede entender sus errores? Mucho menos podemos entender el
corazón del prójimo o confiar en ellos. El que cree el testimonio de Dios en esta materia, y aprende
a vigilar su propio corazón, encontrará que esto es un retrato correcto aunque triste, y aprenderá
muchas lecciones para dirigir su conducta. Pero mucho de nuestros corazones y de los corazones
ajenos permanecerá desconocido. Sin embargo, Dios ve cualquier iniquidad que esté en el corazón.
Se puede defraudar al hombre, pero no se puede engañar a Dios. —El que obtiene riquezas y no
correctamente, aunque pueda hacerlas su esperanza, nunca tendrá el gozo de ellas. Esto muestra que
aflicción es para un hombre del mundo al morir tener que dejar atrás sus riquezas; pero aunque la
riqueza no sigan al otro mundo, la culpa seguirá y el tormento eterno. El hombre rico pasa penas por
obtener un patrimonio, y se pone a empollarlo, pero nunca tiene alguna satisfacción de eso; llega a
la nada por rumbos pecaminosos. Seamos sabios a tiempo; lo que obtengamos, obtengámoslo con
honestidad; y lo que tengamos, usémoslo con caridad, para que seamos sabios por la eternidad.
Vv. 12—18. El profeta reconoce el favor de Dios en el estableccimiento de la religión. Hay
plenitud de consuelo en Dios, plenitud rebosante que siempre fluye, como una fuente. Siempre es
fresca y clara, como agua de manantial, mientras los placeres del pecado son aguas cenagosas. Él
ora a Dios por misericordia sanadora, salvadora. —Apela a Dios del fiel cumplimiento del oficio al
cual fue llamado. Ruega humildemente que Dios lo reconozca y lo proteja en la obra a la cual lo
había claramente llamado. Sean cuales sean las heridas o enfermedades que hallemos en nuestros
corazones y conciencias, recurramos al Señor para sanarnos, salvarnos, de modo que nuestras almas
puedan alabar su nombre. Sus manos pueden afirmar la conciencia perturbada, y sanar el corazón
roto; Él puede curar las peores enfermedades de nuestra naturaleza.
Vv. 19—27. El profeta tenía que exponer ante los reyes y el pueblo de Judá, el mandamiento de
guardar santo el día de reposo. Que ellos observen estrictamente el cuarto mandamiento. Si
obedecían esta palabra, su prosperidad sería restaurada. Es un día de reposo y no debe ser hecho día
de trabajo, a menos que sea caso de necesidad. Obedeced, velad contra la profanación del día de
reposo. No se cargue al alma con las preocupaciones de este mundo en el día de reposo. Las
corrientes de la religión corren profundas o superficiales, conforme se obedezcan o se respeten las
márgenes del día de reposo. El grado de estrictez con que se obedezca esta ordenanza, o la
negligencia demostrada hacia ella, es un buen examen para detectar el estado de la religión
espiritual en cualquier tierra. Que todos, por su propio ejemplo, por atención a su familia, luchen
por refrenar este mal, para que la prosperidad nacional pueda ser preservada y, por sobre todo, que
las almas sean salvadas.
CAPÍTULO XVIII
Versículos 1—10. El poder de Dios sobre Sus criaturas está representado por el alfarero. 11—17.
Los judíos exhortados al arrepentimiento y se predicen juicios. 18—23. El profeta apela a Dios.
Vv. 1—10. Mientras Jeremías miraba el trabajo del alfarero, Dios les puso en su mente dos grandes
verdades. Dios tiene autoridad y poder para formar y moldear reinos y naciones como le plazca.
Puede disponer de nosotros como le plazca; y sería tan absurdo que nosotros disputáramos esto
como que el barro discutiera con el alfarero. Sin embargo, siempre sigue reglas fijas de justicia y
bondad. Cuando Dios viene en contra nosotros con juicios, podemos estar seguros que es por
nuestros pecados, pero la conversión sincera del mal del pecado evita el mal del castigo a personas,
familias y naciones.
Vv. 11—17. Los pecadores llaman libertad vivir sin restricción; aunque ser esclavo de sus
pasiones es la esclavitud peor del hombre. Abandonaron a Dios a cambio de los ídolos. Cuando los
hombres están resecos por el calor, y encuentran aguas frías y refrescantes, las usan. En esto los
hombres no dejan lo cierto por lo dudoso, pero Israel dejó los caminos antiguos designados por la
ley divina. Anduvieron, no por el camino real por el cual hubieran ido a salvo, sino por un camino
con tropiezos; tal fue el camino de la idolatría y tal es el camino de la iniquidad. Esto desoló su
tierra y los hizo miserables. Las calamidades pueden soportarse si Dios nos sonríe cuando estamos
sometidos a ellas, pero si está descontento y niega su ayuda, entonces estamos perdidos. Las
multitudes olvidan al Señor y su Cristo, y se desvían de los caminos antiguos para andar en los
caminos de su propia concepción, pero, ¿qué harán en el día del juicio?
Vv. 18—23. Cuando el profeta llamó al arrepentimiento, el pueblo inventó estratagemas contra
él, en lugar de obedecer el llamado. Así tratan los pecadores con el gran Intercesor, crucificándolo
de nuevo y hablando contra Él en la tierra, mientras su sangre habla por ellos en el cielo. Pero el
profeta había cumplido su deber con ellos; y lo mismo será nuestro regocijo en el día del mal.
CAPÍTULO XIX
Jeremías anuncia la destrucción de Judá con la figura de romper una vasija de alfarería.
Vv. 1—9. El profeta debe dar la noticia de la destrucción inminente de Judá y Jerusalén. Reyes y
súbditos deben escucharlo. El lugar que la santidad hizo gozo de toda la tierra, fue hecho reproche y
vergüenza de toda la tierra por el pecado. No hay escapatoria de la justicia de Dios, sino huyendo a
su misericordia.
Vv. 10—15. El vaso del alfarero, una vez endurecido, no se puede volver a armar si se quiebra.
Como se quiebra la vasija, así serán quebrados Judá y Jerusalén por los caldeos. Ninguna mano
humana puede repararlos, pero si regresan al Señor, Él sanará. Como llenaron Tofet con muertos
sacrificados a sus ídolos, así llenará Dios toda la ciudad con los muertos que caerán como sacrificio
a su justicia. Sea lo que fuere que piensen los hombres, Dios vendrá terrible contra el pecado y los
pecadores, como lo establecen las Escrituras; tampoco la incredulidad de los hombres hará que su
promesa o sus amenazas pierdan efecto. La obstinación de los pecadores en los caminos
pecaminosos es culpa de ellos; si son sordos a la palabra de Dios se debe a que se han taponeado los
oídos. Tenemos que orar a Dios, que por Su gracia, nos libre de la dureza de corazón, y del
desprecio por su palabra y sus mandamientos.
CAPÍTULO XX
Versículos 1—6. El sino de Pasur que maltrató al profeta. 7—13. Jeremías se queja del duro trato.
14—18. Lamenta hasta haber nacido.
Vv. 1—6. Pasur golpeó a Jeremías y lo puso en el cepo. Jeremías se quedó callado hasta que Dios le
puso palabra en su boca. Para confirmar esto, se le da un nombre a Pasur, “terror por todas partes”
(Magor-misabib). Habla de un hombre no sólo angustiado sino desesperado; no sólo en peligro sino
con terror por todas partes. Los impíos tienen mucho miedo cuando no hay temor, porque Dios
puede hacer del pecador más osado un terror para sí mismo. Los que no oyen de parte de los
profetas de Dios sus faltas, se oirán a sí mismos desde sus conciencias. Miserable es el hombre así
hecho terror para sí mismo. Sus amigos le fallarán. Dios lo deja vivir miserablemente para que sea
un monumento a la justicia divina.
Vv. 7—13. El profeta se queja de los insultos e injurias que sufrió, pero el versículo 7 puede
leerse: Tú me sedujiste y yo fui seducido. Tú fuiste más fuerte que yo y me venciste por la
influencia de tu Espíritu en mí. En la medida que nos veamos en el camino de Dios y del deber, es
debilidad y necedad desear no haber empezado por ahí cuando nos encontramos con dificultades y
desanimados. —El profeta halló que la gracia de Dios era poderosa en él para sostenerlo en su obrar
pese a la tentación en que se hallaba de dejarlo todo. Sean cuales sean las injurias que nos hagan,
debemos dejárselas a Dios a quien corresponde la venganza, y ha dicho: Yo pagaré. Tan lleno estaba
él del consuelo de la presencia de Dios, de la protección divina bajo la cual estaba, y de la promesa
divina de la cual tenía que depender, que se animó a sí mismo y a otros a dar la gloria a Dios. Que el
pueblo de Dios abra su causa delante Él, y Él lo capacitará para ver la liberación.
Vv. 14—18. Cuando la gracia tiene la victoria es bueno avergonzarse de nuestra necedad,
admirar la bondad de Dios y precaverse para resguardar nuestros espíritus en otra ocasión. Véase
cuán potente fue la tentación, sobre la cual tuvo victoria el profeta por la ayuda divina. Se enoja de
que su primer aliento no fuera el último. Mientras recordemos que estos deseos no se registran para
que nosotros digamos cosas parecidas, podemos aprender buenas lecciones de esto. Véase cuánto
piensan que resisten los que debieran obedecer so pena de caer, y orar diariamente, No nos metas en
tentación. ¡Cuán frágil, variable y pecador es el hombre! ¡Cuán necios y antinaturales son los
pensamientos y deseos de nuestros corazones cuando nos rendimos al descontento! Consideremos a
aquel que soportó tal contradicción de los pecadores contra sí mismo, no sea que en algún momento
nos fatiguemos y desfallezcamos en nuestras mentes, cuando somos sometidos a pruebas menores.
CAPÍTULO XXI
Versículos 1—10. El único camino de liberación es rindiéndose a los babilonios. 11—14. La
maldad del rey y de su casa.
Vv. 1—10. Cuando comenzó el sitio, Sedequías mandó a preguntar a Jeremías acerca del suceso. En
épocas de angustia y peligro, los hombres buscan a menudo a quienes los aconsejen y oren por ellos
en gente que, en otro momento, desprecian y contradicen, pero ellos sólo buscan liberación del
castigo. Cuando los que profesan la fe siguen en desobediencia, presumiendo de los privilegios
externos, que se les diga que el Señor prosperará a sus enemigos contra ellos. —Como el rey y sus
príncipes no se rendían, el pueblo les exhortó a hacerlo. Ningún pecador en la tierra queda sin
Refugio, si realmente desea uno, pero el camino de la vida es humillante, requiere abnegación y
expone a dificultades.
Vv. 11—14. La maldad del rey y su familia fue más grave por su relación con David. Se les
instó a actuar con justicia una vez, no fuera que la ira del Señor fuese inextinguible. —Si Dios está
por nosotros, ¿quién puede estar contra nosotros? Pero si Él está contra nosotros, ¿quién puede
hacer algo por nosotros?
CAPÍTULO XXII
Versículos 1—9. Se recomienda justicia y se amenaza destrucción en caso de desobediencia. 10—
19. El cautiverio de Joaquín y el final de Jeconías. 20—30. El sino de la familia real.
Vv. 1—9. Se le habla al rey de Judá, sentado en el trono de David, hombre según el corazón de
Dios. Que él siga su ejemplo para tener el beneficio de las promesas hechas. El modo de preservar
un gobierno es cumplir el deber, pero el pecado será la ruina de las casas de los príncipes y de los
hombres más viles. ¿Y quién puede contender con los destructores que prepara Dios? Dios no
destruye personas, ciudades y naciones sino por el pecado; hasta en este mundo a menudo deja claro
por qué crímenes manda castigo; y será claro en el día del juicio.
Vv. 10—19. He aquí la sentencia de muerte de dos reyes, los hijos impíos de un padre muy
santo. Se impidió que Josías viera venir el mal en este mundo y fue quitado, para ver el bien
venidero en el otro mundo; por tanto, no lloréis por él, sino por su hijo Salum, que probablemente
viva y muera como desgraciado cautivo. Los santos moribundos pueden ser envidiados justamente,
mientras a los pecadores vivos se les compadece con justicia. —He aquí también la condenación de
Joaquín. Sin duda es legal que los príncipes y los grandes hombres edifiquen, embellezcan y
decoren casas; pero los que agrandan sus casas haciéndolas suntuosas, tienen que velar muy
cuidadosamente contra las obras de la vanagloria. Edificó su casa por la injusticia, con dinero
obtenido injustamente. Y él defraudó a sus obreros en sus pagas. Dios nota el mal hecho por el más
grande a los pobres siervos y trabajadores, y pagará con justicia a los que no pagan con justicia a los
que emplean. El más grande de los hombres debe mirar como prójimo suyo al más vil y ser justo
con ellos de manera coherente. Joaquín fue injusto y no tomó conciencia del derramamiento de
sangre inocente. La codicia, que es la raíz de todo mal, estaba en el fondo de todo. Los hijos que
desprecian los modales anticuados de sus padres, corrientemente no alcanzan su excelencia real.
Joaquín sabía que su padre halló que el camino del deber era el camino del consuelo pero él no iba a
andar en sus huellas. Él morirá sin ser lamentado, odiado por oprimir y ser cruel.
Vv. 20—30. Se describe al estado judío bajo un concepto triple. Muy altivo en el día de paz y
seguridad. Muy temeroso ante la alarma de trastorno. Muy deprimido bajo la presión del trastorno.
Muchos no se avergüenzan nunca de sus pecados hasta que son llevados por ellos al último
extremo. —El rey terminará sus días en la esclavitud. Los que se piensan que son sellos de la diestra
de Dios no deben sentirse seguros, sino temer ser sacados de allí. —El rey judío y su familia serán
llevados a Babilonia. Sabemos dónde nacimos pero no sabemos dónde moriremos; basta con que lo
sepa nuestro Dios. Que sea nuestro afán morir en Cristo, entonces todo será bueno para nosotros
donde quiera que muramos, aunque sea en un país lejano. —El rey judío será despreciado. Hubo un
tiempo en que se deleitaban en él. Pero todos aquellos en quienes Dios no se complace, serán tan
menoscabados en uno u otro momento, que los hombres no se complacerán en ellos. —Quienquiera
que no tenga hijos, es el Señor quien lo ha establecido así; y los que no se cuidan de hacer el bien en
sus días, no pueden tener esperanzas de prosperar. —¡Qué poca es la grandeza terrenal para confiar
en ella, o la familia floreciente para regocijarse en ella! Pero los que oyen la voz de Cristo y le
siguen, tienen vida eterna y no perecerán jamás, ni habrá enemigo que los saque de sus manos
omnipotentes.
CAPÍTULO XXIII
Versículos 1—8. La restauración de los judíos a su propia tierra. 9—22. La maldad de sacerdotes
y profetas de Judá.—El pueblo llamado a no escuchar las falsas promesas. 28—32. Amenazas a
los que dicen ser inspirados. 33—40. También a los que se burlan de la profecía verdadera.
Vv. 1—8. ¡Ay de los que fueron puestos para apacentar al pueblo de Dios, pero no se interesan por
hacerles el bien! He aquí una palabra de consuelo para las ovejas descuidadas. Aunque sólo quede
un remanente del rebaño de Dios, los hallará y serán llevados a sus habitaciones anteriores. —Se
habla de Cristo como de renuevo de la familia de David. Él mismo es justo y, por medio de Él, todo
su pueblo es hecho justo. Cristo romperá el poder usurpado por Satanás. Toda la simiente espiritual
del creyente Abraham y de Jacob que oraba, será protegida y será salvada de la culpa y del dominio
del pecado. En los días del gobierno de Cristo en el alma, ésta vive tranquila. —Aquí se habla de Él
como Jehová justicia nuestra. Él es tan justicia nuestra como ninguna criatura puede serlo. Su
obediencia hasta la muerte es la justicia justificadora de los creyentes y de su derecho a la dicha
celestial. Su santificación, como fuente de toda su obediencia personal, es el efecto de su unión con
Él, y de la investidura del Espíritu. Por este nombre todo creyente verdadero lo llamará e invocará.
No tenemos nada que alegar sino esto, Cristo ha muerto, sí, más bien, ha resucitado; y lo hemos
tomado como nuestro Señor. —Esta justicia que ha obrado para la satisfacción de la ley y la justicia,
es nuestra; es una dádiva libre dada a nosotros, por medio del Espíritu de Dios, que la pone sobre
nosotros, que nos viste con ella, nos capacita para apropiárnosla y reclamar un interés en ella.
Jehová justicia nuestra es un nombre dulce para el pecador convicto; para quien ha sentido la culpa
del pecado en su conciencia; para quien ha visto la necesidad de esa justicia y el valor de ella. Esta
gran salvación es mucho más gloriosa que todas las liberaciones anteriores de su iglesia. Que
nuestra alma sea reunida a Él y hallada en Él.
Vv. 9—22. Los falsos profetas de Samaria habían seducido a los israelitas para la idolatría; sin
embargo, el Señor consideraba a los falsos profetas de Jerusalén como culpables de iniquidad más
horrible, por la cual la gente se había hecho más osada para pecar. Los falsos maestros serían
llevados a sufrir la parte más amarga de la ira del Señor. Los hicieron creer que no había daño en el
pecado y así lo practicaron; entonces, hicieron que los demás les creyeran. Los que resolvieron ir
por mal camino, serán justamente dados a creer enormes engaños, pero, ¿qué pasa con los que han
recibido revelación de Dios o han entendido algo de su palabra? Viene el día en que ellos
reflexionarán con remordimiento en su necedad e incredulidad. —La enseñanza y el ejemplo de los
profetas verdaderos condujo a los hombres al arrepentimiento, la fe y la justicia. Los falsos profetas
condujeron a los hombres a confiar en formas y nociones y a estar tranquilos en sus pecados.
Pongamos cuidado de no seguir la injusticia.
Vv. 23—32. Los hombres no pueden ocultarse del ojo de Dios, que todo lo ve. ¿Nunca verán los
juicios que se preparan contra ellos mismos? Que consideren la gran diferencia que hay entre estas
profecías y las entregadas por los verdaderos profetas del Señor. Que no llamen oráculos divinos a
sus necios sueños. Las promesas de paz que hacen estos profetas no deben ser comparadas con las
promesas de Dios más que la paja con el trigo. —El corazón sin humillar del hombre es como una
roca; si no es derretido por la palabra de Dios como fuego, será quebrantado por ella como martillo.
¿Cómo pueden estar a salvo por siempre o, en absoluto, tranquilos los que tienen un Dios de poder
omnipotente en su contra? La palabra de Dios no es un mensaje suave, arrullador ni engañoso. Y
por su fidelidad puede ser ciertamente distinguida de las doctrinas falsas.
Vv. 33—40. Son sin duda miserables los que son abandonados y olvidados por Dios; y los
hombres que escarnecen los juicios de Dios no los evitarán. Dios había tomado a Israel para que
fuera su pueblo cercano, pero ahora ellos serán echados de su presencia. —Es una marca de
impiedad atrevida y grande que los hombres se burlen de la palabra de Dios. Toda palabra profana y
ociosa se sumará a la carga del pecador en el día del juicio, cuando la vergüenza eterna sea su
porción.
CAPÍTULO XXIV
Los higos buenos y malos representan a los judíos en el cautiverio, y a los que permanecen en su
tierra.
El profeta vio dos cestas con higos delante del templo, como ofrenda de primicias. Los higos de un
canasto eran muy buenos, los del otro eran muy malos. ¿Qué criatura más vil que un hombre malo,
y qué más valioso que un hombre piadoso? Esta visión iba a levantar el espíritu de los llevados al
cautiverio, y les aseguraba un feliz retorno; y también iba a humillar y despertar los espíritus
orgullosos y confiados de los que aún estaban en Jerusalén, augurándoles un cautiverio miserable.
—Los higos buenos representan a los cautivos piadosos. No podemos decidir en cuanto al odio o
amor de Dios por lo que tenemos delante. A veces el sufrimiento temprano resulta para mejor.
Mientras más pronto se corrija al niño, mejor el efecto probable de la corrección. Aun este
cautiverio fue para bien de ellos, y los propósitos de Dios nunca son en vano. Por las aflicciones
fueron convictos de pecado, humillados bajo la mano de Dios, destetados del mundo, enseñados a
orar, y alejados de los pecados, en particular de la idolatría. Dios promete reconocerlos en la
cautividad. Reconocerá a los suyos en toda circunstancia. —Dios los protegerá en la prueba y los
liberará en forma gloriosa en el momento debido. Cuando para nosotros los problemas son
santificados, podemos estar seguros de su feliz resultado. Ellos volverán a Él con todo su corazón.
Así, ellos tendrán libertad para reconocerle como su Dios, para orar a Él, y esperar sus bendiciones.
—Sedequías y los de su partido aún en la tierra eran los higos malos. Estos serían eliminados por su
dolor y olvidados por toda la humanidad. Dios tiene muchos juicios y los que escapan de uno
pueden esperar otro, hasta que sean llevados al arrepentimiento. Indudablemente esta profecía tuvo
su cumplimiento en aquella época, pero el Espíritu de profecía puede aquí esperar la dispersión de
los judíos incrédulos en todas las naciones de la tierra. Que los que deseen bendiciones del Señor
rueguen que les dé un corazón para conocerlo.
CAPÍTULO XXV
Versículos 1—7. Los judíos son reprendidos por no obedecer los llamados al arrepentimiento. 8—
14. Se anuncia expresamente que la cautividad durará setenta años. 15—29. Se muestran las
desolaciones de las naciones por el emblema de la copa de la ira. 30—38. Los juicios son
nuevamente declarados.
Vv. 1—7. El llamado a volverse de los malos caminos hacia la adoración y el servicio de Dios, que
los pecadores confíen en Cristo y reciban su salvación, interesa a todos los hombres. Dios lleva la
cuenta de que tiempo poseemos los medios de gracia; y mientras más tiempo los tengamos, más
pesada será nuestra rendición de cuentas, si no los hemos aprovechado. Levantarse temprano señala
el deseo ferviente de que este pueblo se convierta y viva. —La reforma personal y particular debe
estimularse por ser tan necesaria para la salvación nacional; y cada uno debe volverse de su mal
camino. Sin embargo, no hubo resultado. No recibieron el único modo justo de alejar la ira de Dios.
Vv. 8—14. La fijación del tiempo que duraría el cautiverio judío no sólo confirma la profecía;
también consuela al pueblo de Dios y estimula la fe y la oración. Se predice la ruina de Babilonia: la
vara será arrojada al fuego una vez terminado el trabajo corrector. Cuando llegue el tiempo
designado para favorecer a Sion, Babilonia será castigada por su iniquidad, como las otras naciones
han sido castigadas por sus pecados. Toda amenaza de la Escritura ciertamente se cumplirá.
Vv. 15—29. Los acontecimientos buenos y malos de la vida suelen ser presentados en las
Escrituras como copas. Bajo esta figura se representa la desolación que, entonces, llegó a esa parte
del mundo, de la cual iba a ser instrumento Nabucodonosor, que había recién empezado a reinar y a
actuar; pero la espada destructora vendría de la mano de Dios. —Las devastaciones que infligiría la
espada en todos esos reinos están representadas por las consecuencias de las borracheras excesivas.
Esto puede hacernos odiar el pecado de la ebriedad, cuyas consecuencias son usadas para expresar
una condición tan lamentable. La ebriedad priva al hombre del uso de su razón, lo enloquece. Le
quita la salud, esa bendición valiosa; y es un pecado que en sí es un castigo. Esto también puede
hacernos temer los juicios de la guerra. Pronto llena de confusión a una nación. —Ellos se niegan a
tomar la copa de tu mano. No le creerán a Jeremías, pero él debe decirles que es la palabra del
Señor de los ejércitos, y que es en vano que luchen contra el Todopoderoso. Y si los juicios de Dios
empiezan por los que profesan la fe y se descarrían, que el impío no piense que escapará.
Vv. 30—38. El Señor tiene bases justas para litigar con toda persona y toda nación, y ejecutará
juicio contra todos los impíos. ¿Quién puede dejar de temblar cuando Dios habla con desagrado? —
Los días se han cumplido plenamente; el tiempo fijado en los consejos divinos desolará totalmente a
las naciones. El tierno y delicado compartirá la calamidad común. Aun los que solían vivir en paz,
sin hacer nada para provocar, no escaparán. Bendito sea Dios, en lo alto hay una morada de paz para
todos los hijos de paz. El Señor preservará a su Iglesia y a todos los creyentes en todos los cambios,
porque nada puede separarlos de su amor.
CAPÍTULO XXVI
Versículos 1—6. Anuncio de la destrucción del templo y la ciudad. 7—15. Amenaza sobre la vida
de Jeremías. 16—24. Defendido por los ancianos.
Vv. 1—6. Los embajadores de Dios no deben tratar de agradar a los hombres ni de salvarse del
daño. Véase cómo espera Dios mostrar su gracia. Si ellos persisten en su desobediencia, se
arruinaría su ciudad y templo. ¿Puede esperarse algo más? Los que no se someten a los
mandamientos de Dios se someten a la maldición de Dios.
Vv. 7—15. Los sacerdotes y los profetas acusaron a Jeremías de merecer la muerte y dieron
falso testimonio contra él. Los ancianos de Israel llegaron a indagar este asunto. Jeremías declara
que el Señor lo envió a profetizar. En la medida que los ministros se mantengan cerca de la palabra
del Señor, no deben temer. Son muy injustos los que se quejan de los ministros que predican del
infierno y la condenación, porque se debe al deseo de llevarlos al cielo y a la salvación. —Jeremías
les advierte el peligro si siguen en contra de él. Todo hombre debe saber que herir, matar u odiar a
quienes les reprenden fielmente, sólo acelerará y acrecentará su propio castigo.
Vv. 16—24. Cuando a los pecadores confiados se amenaza con quitar el Espíritu de Dios y el
reino de Dios, eso lo garantiza la palabra de Dios. Ezequías, que protegió a Miqueas, prosperó.
¿Prosperó Joaquín que mató a Urías? Los ejemplos de hombres malos y las malas consecuencias de
sus pecados debieran disuadir de hacer lo malo. Urías fue fiel al entregar su mensaje, pero falló al
abandonar su obra. El Señor se agradó en dejar que perdiera la vida, mientras Jeremías fue
protegido en el peligro. Los más seguros son los que más claramente confían en el Señor,
cualesquiera sean sus circunstancias externas; el que tiene los corazones de los hombres en su
mano, nos aliente para confiar en Él en el camino del deber. Honrará y recompensará a quienes
muestran bondad hacia los que son perseguidos por amor a Él.
CAPÍTULO XXVII
Versículos 1—11. Las naciones vecinas tienen que ser sometidas. 12—18. Se le advierte a
Sedequías que se rinda. 19—22. Los utensilios del templo llevados a Babilonia, pero después
serán devueltos.
Vv. 1—11. Jeremías tiene que preparar una señal de que todos los países vecinos tendrían que ser
sometidos al rey de Babilonia. Dios afirma su derecho de disponer de los reinos como le plazca. No
importa cuales sean las cosas buenas de este mundo que alguien tenga, es lo que a Dios le place dar;
por tanto, debemos contentarnos. Las cosas de este mundo no son las mejores cosas, porque el
Señor suele dar la parte más grande a los hombres malos. El dominio no se funda en la gracia. Los
que no sirven al Dios que los hizo, serán justamente puestos a servir a sus enemigos que procuran
destruirlos. —Jeremías los insta a evitar su destrucción sometiéndose. Un espíritu manso hace lo
mejor de lo malo, por medio de silenciosa sumisión a las duras vueltas de la providencia. Muchas
personas pueden escapar de las providencias destructoras sometiéndose a las providencias
humillantes. Mejor es portar una cruz liviana en nuestro camino que tirar una más pesada sobre
nuestras cabezas. El pobre de espíritu, el manso y humilde disfrutan consuelo y evitan muchas
desgracias a las cuales está expuesto el de mucho espíritu. En todos los casos debe interesarnos
obedecer la voluntad de Dios.
Vv. 12—18. Jeremías convence al rey de Judá que se rinda al rey de Babilonia. ¿Sabiduría de
ellos es someterse al pesado yugo de hierro de un tirano cruel para asegurar sus vidas; no será
mucho más sabio de nuestra parte someternos al yugo agradable y liviano de Jesucristo, nuestro
Señor y Maestro, para poder asegurar nuestra alma? Sería bueno que los pecadores temieran la
destrucción amenazada para todos los que no quieran que Cristo reine sobre ellos. ¿Por qué sufrir la
muerte segunda, infinitamente peor que la muerte por espada y hambre, cuando pueden someterse y
vivir? Los que animan a los pecadores a ir por caminos pecaminosos, perecerán con ellos.
Vv. 19—22. Jeremías les asegura que los utensilios de bronce irán después de los de oro. Todos
serán llevados a Babilonia, pero concluye con la promesa de gracia de que llegará el momento en
que sean traídos de vuelta. Aunque el retorno de la prosperidad de la Iglesia no llegue en nuestro
tiempo, no debemos perder la esperanza, porque llegará en el tiempo de Dios.
CAPÍTULO XXVIII
Versículos 1—9. Un profeta falso se opone a Jeremías. 10—17. Se advierte al profeta falso que se
aproxima su muerte.
Vv. 1—9. Ananías dijo una profecía falsa. Aquí no hay una palabra de consejo bueno que inste a los
judíos a arrepentirse y regresar a Dios. Él promete misericordias temporales en el nombre de Dios,
pero no menciona las misericordias espirituales que siempre ha prometido Dios con las bendiciones
terrenales. No era la primera vez que Jeremías oraba por el pueblo, aunque profetizaba contra ellos.
Apela al hecho para probar la falsedad de Ananías. El profeta que habló sólo de paz y prosperidad,
sin agregar que no deben detener con el pecado voluntario los favores de Dios, resulta ser un profeta
falso. Los que no declaran lo alarmante junto con lo alentador de la palabra de Dios, y no llaman a
los hombres al arrepentimiento, a la fe y la santidad, andan en las huellas de los falsos profetas. El
evangelio de Cristo anima a los hombres a hacer obras dignas de arrepentimiento, pero no anima
para seguir en pecado.
Vv. 10—17. Ananías es sentenciado a morir y, cuando recibe órdenes de Dios, Jeremías se lo
dice francamente; pero no antes de recibir esa misión. Mucho de qué responder tienen los que dicen
a los pecadores que tendrán paz aunque endurezcan sus corazones despreciando la palabra de Dios.
El siervo de Dios debe ser amable con todos los hombres. Hasta debe ceder su derecho y dejar que
el Señor defienda su causa. Todo intento de los impíos por hacer vanos los propósitos de Dios será
sumado a sus miserias.
CAPÍTULO XXIX
Versículos 1—19. Dos cartas a los cautivos de Babilonia. En la primera se les recomienda que
tengan paciencia y compostura. 20—32. Enla segunda, se denuncian juicios contra los profetas
falsos que los engañaron.
Vv. 1—19. La palabra escrita de Dios es tan verdaderamente dada por inspiración de Dios como su
palabra hablada. El siervo celoso del Señor usa todo medio para beneficiar a los que están lejos, y a
los que están cerca. El arte de escribir es muy provechoso para este fin; y por el arte de imprimir se
vuelve sumamente provechoso para difundir el conocimiento de la palabra de Dios. —El envío de
Dios a los cautivos por medio de esta carta les demostraba que no los había abandonado aunque
estaba descontento y los estaba corrigiendo. Si vivían en el temor de Dios podrían vivir bien en
Babilonia. En todas las condiciones de vida es sabio y es nuestro deber no desechar el consuelo de
lo que pudiéramos tener, porque no tenemos todo lo que quisiéramos tener. —Se les manda que
busquen el bien del país donde están cautivos. Mientras el rey de Babilonia los proteja, deben llevar
vidas tranquilas y pacíficas sometidos a él, con toda santidad y honestidad; dejando pacientemente
que Dios obre la liberación para ellos en el tiempo debido.
Vv. 8—19. Que los hombres se cuiden cuando invocan a estos profetas que eligen conforme a
sus propias fantasías, y consideran que sus imaginaciones y sueños son revelaciones de Dios. Los
falsos profetas halagan a la gente en sus pecados, porque a ellos le gusta que los halaguen; y hablan
con suavidad a sus profetas para que sus profetas les hablen suavemente. —Dios promete que ellos
regresarán cumplidos setenta años. Por esto parece que los setenta años de cautiverio no tienen que
ser contados desde el último cautiverio, sino desde el primero. —Será lo que la buena palabra de
Dios haga pasar. Esto formará propósitos de Dios. A menudo no conocemos nuestra mente, pero el
Señor nunca está en la incertidumbre. A veces estamos preparados para temer que todos los
designios de Dios estén contra nosotros, pero como pueblo suyo, hasta lo que parece malo, es para
bien. Les dará, no las expectativas de sus temores ni las expectativas de sus fantasías, sino las
expectativas de su fe; cuyo fin, ha prometido, será lo mejor para ellos. —Cuando el Señor derrama
un espíritu especial de oración, es buena señal de que está viniendo a nosotros con misericordia. Se
dan promesas de vivificar y estimular la oración. Él nunca dijo: Búsquenme en vano. Los que se
quedaron en Jerusalén serían totalmente destruidos aunque los falsos profetas dijeran lo contrario. A
menudo se ha dado la razón y justifica la ruina eterna de los pecadores impenitentes: Porque no
escucharon mis palabras, llamé pero me rechazaron.
Vv. 20—32. Jeremías predice juicios contra los falsos profetas que engañan a los judíos de
Babilonia. Mentir era malo; mentir al pueblo del Señor, ilusionarlos con una falsa esperanza era
peor, pero pretender que sus propias mentiras se apoyaban en el Dios de verdad, era lo peor de todo.
Ellos halagaban a los demás en sus pecados, porque no podían reprobarlos sin condenarse a sí
mismos. Los pecados más secretos son conocidos por Dios; y hay un día venidero en que sacará a la
luz todas las obras ocultas de las tinieblas. —Semaías insta a los sacerdotes a que persigan a
Jeremías. Tienen sus corazones miserablemente endurecidos los que justifican hacer el mal por
tener el poder de hacerlo. Ellos estaban miserablemente esclavizados por burlarse de los mensajeros
del Señor, y abusar de sus profetas; no obstante, en su angustia transgreden todavía más contra el
Señor. Las aflicciones en sí mismas no curan a los hombres de sus pecados, a menos que la gracia
de Dios obre con ellos. Los que, como Semaías, toman a la ligera las bendiciones merecen perder el
provecho de la palabra de Dios. Las acusaciones contra muchos cristianos activos, en toda época, no
son más que esto: que aconsejan con fervor a los hombres que atiendan su interés y deber verdadero
y esperen el cumplimiento de las promesas de Dios de la manera que Él ha establecido.
CAPÍTULO XXX
Versículos 1—11. Problemas que habrá antes de la restauración de Israel. 12—17. Exhortación a
confiar en las promesas divinas. 18—24. Las bendiciones con Cristo, y la ira para los malos.
Vv. 1—11. Jeremías tiene que escribir lo que Dios le ha hablado. Las palabras mismas son las que
enseña el Espíritu Santo. Estas son las palabras que Dios mandó se escribieran; y las promesas
escritas por orden suya son verdaderamente su palabra. Debe describir el problema en que ahora
está y, probablemente iba a estar, su pueblo. Debe darse un final feliz a estas calamidades. Aunque
las aflicciones de la Iglesia duren mucho tiempo no durarán siempre. Los judíos serán restaurados.
Obedecerán o escucharán al Mesías, el Cristo, el Hijo de David, su Rey. —La liberación de los
judíos de Babilonia es señalada en la profecía, pero se predice la restauración y el estado feliz de
Israel y Judá cuando se conviertan a Cristo su Rey; también, las desgracias de las naciones antes de
la venida de Cristo. —Todos los hombres deben honrar al Hijo como honran al Padre, y ponerse al
servicio y adoración de Dios por Él. Nuestro bondadoso Señor perdona los pecados del creyente y
rompe el yugo del pecado y de Satanás, para que aquel sirva sin miedo a Dios, con justicia y
verdadera santidad ante Él, todo el resto de sus días como súbdito redimido de Cristo nuestro Rey.
Vv. 12—17. Cuando Dios está contra un pueblo, ¿quién estará por ellos? ¿Quién puede estar por
ellos para hacerles un bien? Las penas incurables se deben a lujurias incurables. Sin embargo,
aunque los cautivos sufrían justamente, y no podían ayudarse a sí mismos, el Señor pensaba
aparecer a favor de ellos y castigar a sus opresores, y aún hará eso. Pero todo esfuerzo por sanarnos
a nosotros mismos debe resultar estéril en la medida que rechacemos al Abogado celestial y al
Espíritu santificador. Los tratos de su gracia para con todo convertido verdadero, y con cada
descarriado arrepentido, son los mismos efectivamente que sus procedimientos para con los judíos.
Vv. 18—24. Aquí tenemos nuevas intimaciones del favor de Dios para ellos después que
expiren los días de su calamidad. La obra y oficio propios de Cristo, como Mediador por nosotros,
es acercar a Dios como Sumo Sacerdote de nuestra profesión. Su empresa, cumpliendo la voluntad
de su Padre, y por compasión por el hombre caído, lo comprometió. Jesucristo fue verdaderamente
maravilloso en todo esto. —Volverán a entrar en el pacto del Señor, conforme al pacto hecho con
sus padres. “Yo seré vuestro Dios”: es su buena voluntad para nosotros, la cual es la síntesis de su
parte del pacto. —La ira de Dios contra el impío es muy terrible, como un torbellino. Todos los
propósitos de su ira, y los propósitos de Su amor, serán cumplidos. Dios consolará a todos los que
se vuelvan a Él, pero los que se acercan a Él deben tener sus corazones comprometidos para hacerlo
con reverencia, devoción y fe. ¿Cómo escaparán los que rechazan una salvación tan grande?
CAPÍTULO XXXI
Versículos 1—9. La restauración de Israel. 10—17. Promesas de dirección y felicidad.—Raquel se
lamenta. 18—20. Efraín lamenta sus errores. 27—34. El cuidado de Dios por la Iglesia. 35—
40. Paz y prosperidad en los tiempos del evangelio.
Vv. 1—9. Dios asegura a su pueblo que nuevamente entrará en relación con ellos por medio del
pacto. Cuando uno es muy humillado y pasa dificultades, es bueno acordarse que así fue antes con
la Iglesia, pero resulta difícil consolarse con antiguas sonrisas cuando se está sometido a una ira
presente; no obstante, es felicidad de los que, por gracia, están interesados en el amor de Dios, que
este sea un amor eterno, desde la eternidad del consejo, hasta la eternidad de la vida más allá. Dios
atraerá a sí por la influencia de su Espíritu en sus almas, a los que ama con este amor. Cuando
alabamos a Dios por lo que ha hecho, debemos invocarlo por los favores que su Iglesia necesita y
espera. —Cuando el Señor llama, no debemos alegar que no podemos ir, porque el que nos llama
nos ayudará, nos fortalecerá. La bondad de Dios los llevará al arrepentimiento. Ellos llorarán por su
pecado con más amargura y más ternura cuando sean librados de su cautiverio que cuando gemían
bajo éste. Si tomamos a Dios como nuestro Padre e ingresamos a la Iglesia del Primogénito, nada
nos faltará que sea bueno para nosotros. Sin duda estas predicciones se refieren también a una
futura reunión de los israelitas desde todos los rincones del mundo. Describen figuradamente la
conversión de los pecadores a Cristo, y el camino claro y seguro en que son guiados.
Vv. 10—17. El que esparció a Israel, sabe dónde encontrarlos. Consuela observar la bondad del
Señor en los dones de la providencia, pero nuestras almas nunca son valiosas como jardines a
menos que sean regadas con el rocío del Espíritu y gracia de Dios. —Sigue una promesa preciosa
que no se cumplirá plenamente sino en la Sion celestial. Que ellos se satisfagan de la bondad
amorosa de Dios, y serán satisfechos con ella, y no desearán más para ser felices. —Raquel se
representa saliendo de su sepulcro y negándose a ser consolada, suponiendo desarraigada a su prole.
El asesinato de niños en Belén, a manos de Herodes, Mateo ii, 16–18, cumplió esta profecía en
cierta medida, pero no puede ser su significado total. —Si tenemos esperanza en el final respecto de
la herencia eterna para nosotros y los que nos pertenecen, se puede soportar todas las aflicciones
temporales, y serán para nuestro bien.
Vv. 18—20. Efraín (las diez tribus) llora por el pecado. Está enojado consigo mismo por su
pecado, necedad, y esclavitud. Halla que no puede por su propia fuerza mantenerse cerca de Dios y,
mucho menos, devolverse cuando se rebela. Por tanto, ora, conviérteme y seré convertido. Su
voluntad fue doblegada por la voluntad de Dios. Cuando la enseñanza del Espíritu de Dios va unida
a las correcciones de su providencia, entonces se hace la obra. Este es nuestro consuelo en la
aflicción, que el Señor piensa en nosotros. Dios tiene reservada misericordia, rica misericordia,
segura misericordia, apropiada misericordia, para todos los que le buscan con sinceridad.
Vv. 21—26. El camino desde la esclavitud del pecado a la libertad de los hijos de Dios es una
autopista. Es recta, es segura; pero probablemente nadie camine por ahí a menos que pongan sus
corazones hacia Él. Se les estimula por la promesa de una cosa extraordinaria, nunca oída, nueva;
una creación, una obra del Todopoderoso; la naturaleza humana de Cristo, formada y preparada por
el poder del Espíritu Santo: y aquí se menciona esto como aliento para que los judíos retornen a su
tierra. Se les da la consoladora perspectiva de establecerse felices allá. Dios ha unido la santidad y
la honestidad: que nadie las separa o que una expíe la falta de la otra. El fatigado hallará reposo en
el amor y el favor de Dios, y el triste hallará gozo. ¿Y qué podemos ver con más satisfacción que el
bien de Jerusalén y la paz en Jerusalén?
Vv. 27—34. El pueblo de Dios se volverá numeroso y próspero. En Hebreos viii, 8, 9, se cita
este pasaje como el resumen del pacto de gracia hecho con los creyentes en Jesucristo. No les daré
una ley nueva; porque Cristo no vino a abolir la ley, sino a cumplirla, pero la ley será escrita en sus
corazones por el dedo del Espíritu, como antes fue escrita en las tablas de piedra. El Señor hará, por
su gracia, que su pueblo sea voluntario en el día de su poder. Todos conocerán al Señor; todos serán
bienvenidos al conocimiento de Dios, y tendrán los medios de ese conocimiento. Habrá
derramamiento del Espíritu Santo en el tiempo en que se publique el evangelio. Ningún hombre
perecerá finalmente, sino por sus propios pecados; nadie que esté dispuesto a aceptar la salvación de
Cristo.
Vv. 35—40. Con tanta seguridad como que los cuerpos celestiales continuarán su rumbo
establecido, conforme a la voluntad de su Creador, hasta el fin del tiempo, y como el mar rugiente le
obedece, así los judíos continuarán como pueblo apartado. Las palabras apenas puede expresar con
más fuerza la restauración de Israel. —La reconstrucción de Jerusalén, su crecimiento y
establecimiento, serán una primicia de las cosas grandes que Dios hará por la Iglesia del evangelio.
La felicidad personal de cada creyente, y la restauración futura de Israel, están aseguradas por su
promesa, su pacto, y su voto. Este amor divino sobrepasa el conocimiento; y para los que la captan,
toda misericordia presente es una primicia de salvación.
CAPÍTULO XXXII
Versículos 1—15. Jeremías compra un campo. 16—25. La oración del profeta. 26—44. Dios
declara que Él entregará a Su pueblo pero promete restaurarlo.
Vv. 1—15. Estando preso por profetizar, Jeremías compra un terreno. Esto era para significar que
aunque Jerusalén estuviera sitiada y, probablemente todo el país quedaría destruido, llegaría de
todos modos un momento en que de nuevo se tendría casas, campos y viñedos. Concierne a los
ministros demostrar a los demás que creen lo que predican. Bueno es administrar con fe hasta
nuestros asuntos mundanos; hacer los negocios comunes en dependencia de la providencia y de las
promesas de Dios.
Vv. 16—25. Jeremías adora al Señor y sus perfecciones infinitas. Cuando en cualquier momento
estemos confundidos por los métodos de la Providencia, bueno es mirar los primeros principios.
Consideremos que Dios es la fuente de todo ser, poder y vida; que con Él ninguna dificultad es tal
que sea insuperable; que es Dios de misericordia ilimitada; que es Dios de justicia estricta; y que
todo lo dirige para lo mejor. —Jeremías reconoce que Dios fue justo al hacer que les sobreviniera el
mal. Cualquiera sea el problema en que estemos metidos, personal o público, podemos consolarnos
con que el Señor lo ve, y sabe remediarlo. No debemos discutir con la voluntad de Dios, pero
podemos tratar de saber qué significa.
Vv. 26—44. La respuesta de Dios descubre los propósitos de su ira contra la generación de los
judíos y los propósitos de su gracia en cuanto a las generaciones futuras. El pecado, y nada más, es
lo que los destruye. Se promete la restauración de Judá y Jerusalén. Ahora, este pueblo fue llevado a
la gran desesperación. Pero Dios da esperanza de misericordia que tiene guardada para ellos
después de esto. Sin duda las promesas son seguras para todos los creyentes. Dios las reconocerá
como suyas y Él se mostrará que es de ellos. Les dará un corazón que tema. Todos los cristianos
verdaderos tendrán la disposición al amor mutuo. Aunque puedan tener diferentes puntos de vista
sobre cuestiones menores, todos serán uno en las cosas grandes de Dios; en sus criterios de lo malo
del pecado y del estado mísero del hombre caído, el camino de salvación por medio del Salvador, la
naturaleza de la piedad verdadera, la vanidad del mundo, y la importancia de las cosas eternas. A
quien Dios ama, lo ama hasta el fin. No tenemos razón para desconfiar de la fidelidad y constancia
de Dios, sino sólo de nuestro corazón. — Él los instalará de nuevo en Canaán. Con certeza las
promesas se cumplirán. La compra de Jeremías era prenda de muchas compras que se harían
después del cautiverio; y estas heredades sólo son débiles semejanzas de las posesiones de la
Canaán celestial, que están reservadas para todos los que tengan el temor de Dios en sus corazones
y no se alejan de Él. Entonces, soportemos nuestras pruebas, seguros de que obtendremos todo el
bien que Dios nos ha prometido.
CAPÍTULO XXXIII
Versículos 1—13. La restauración de los judíos. 14—26. El Mesías prometido; la dicha de sus
tiempos.
Vv. 1—13. Los que esperan recibir consuelo de Dios deben invocarlo. Se dan promesas no de
destruir, sino de vivificar y alentar la oración. Estas promesas nos guían al evangelio de Cristo; y en
él Dios ha revelado su verdad para dirigirnos, su paz para tranquilizarnos. Todos los que son
limpiados de la inmundicia del pecado por la gracia santificadora, por la misericordia perdonadora
son liberados de la culpa. Cuando los pecadores reciben la justicia, y son lavados y santificados en
el nombre del Señor Jesús, y por el Espíritu Santo, son capacitados para andar delante de Dios en
paz y pureza. Muchos son llevados a notar la diferencia real entre el pueblo de Dios y el mundo que
los rodea, y a temer la ira divina. —Se promete que el pueblo que estuvo entristecido por mucho
tiempo, de nuevo se llenará de gozo. Donde el Señor da justicia y paz, dará todo lo necesario para
las necesidades temporales; y todo lo que tenemos serán consolaciones como santificados por la
palabra y la oración.
Vv. 14—26. Para coronar las bendiciones que Dios tiene guardadas, he aquí una promesa del
Mesías. Él imparte justicia a su Iglesia, porque Él es hecho justicia nuestra por Dios; y los creyentes
son hechos justicia de Dios en Él. Cristo es nuestro Señor Dios, justicia nuestra, nuestra
santificación y nuestra redención. Su reino es reino eterno. Pero en este mundo la prosperidad y la
adversidad se suceden una a otra como la luz y las tinieblas, el día y la noche. —El pacto del
sacerdocio será asegurado. Todos los creyentes verdaderos son un sacerdocio santo, un sacerdocio
real, ellos ofrecen sacrificios espirituales, aceptables a Dios; ellos mismos, en primer lugar, como
sacrificios vivos. —Las promesas del pacto tendrán cumplimiento pleno en el Israel del evangelio.
En Gálatas vi, 16, todos los que andan conforme a la regla del evangelio son hechos Israel de Dios,
en quien habrá paz y misericordia. No despreciemos las familias que de antes fueron el pueblo
escogido de Dios, aunque por un tiempo parezcan desechados.
CAPÍTULO XXXIV
Versículos 1—7. Se predice la muerte de Sedequías en Babilonia. 8—22. Se reprueba a los
judíos por obligar a sus hermanos pobres a retornar a la esclavitud ilícita.
Vv. 1—7. Se dice a Sedequías que la ciudad será tomada y él morirá cautivo, pero de muerte
natural. Mejor es vivir y morir penitente en prisión que vivir y morir impenitente en un palacio.
Vv. 8—22. El judío no tenía que ser mantenido en servidumbre por más de siete años. Ellos y
sus padres habían quebrantado esta ley. Cuando hubo un atisbo de esperanza que se levantara el
sitio, ellos obligaron a los siervos que habían liberado, a que volvieran a su servicio. Los que
piensan que engañan a Dios con un arrepentimiento simulado y una reforma parcial, imponen el
caos más grande a sus almas. Esto demuestra que la libertad para pecar es real y sólo es libertad
para tener los juicios más severos. Justo es que Dios desilusione las esperanzas de misericordia
cuando desilusionamos las expectativas del deber. Cuando la reforma brota sólo del terror, rara vez
dura. Los votos solemnes así pronunciados, profanan las ordenanzas de Dios y los que más anhelan
atarse por las apelaciones a Dios, corrientemente son los más prestos a romperlas. Miremos nuestros
corazones para que nuestro arrepentimiento sea real y cuidemos que la ley de Dios regule nuestra
conducta.
CAPÍTULO XXXV
Versículos 1—11. La obediencia de los recabitas. 12—19. La desobediencia de los judíos para
con el Señor.
Vv. 1—11. Jonadab era famoso por su sabiduría y piedad. Vivió casi 300 años antes, 2 Reyes x, 15.
Jonadab encargó a su posteridad que no bebiera vino. También les pidió que vivieran en carpas o
habitaciones móviles: esto les enseñaría a no pensar en establecerse en ninguna parte de este
mundo. Mantenerse humilde sería la manera de continuar por mucho tiempo en la tierra donde eran
extranjeros. La humildad y el contento siempre son la mejor política y la protección más segura del
hombre. Además, para que no se metieran en placeres ilegales tenían que negarse hasta los deleites
lícitos. La consideración de que somos peregrinos y extranjeros debe obligarnos a abstenernos de
todas las lujurias carnales. Que tengan poco que perder y, entonces, los momentos en que se pierde
serán menos espantosos: que suelten lo que tengan y, entonces, pueden ser despojados de todo con
menos dolor. Están en el mejor marco referencial para enfrentar el sufrimiento los que viven una
vida de abnegación y desprecian las vanidades del mundo. La posteridad de Jonadab obedeció
estrictamente estas reglas sólo empleando los medios apropiados para la seguridad de ellos en una
época de sufrimiento general.
Vv. 12—19. La prueba de la constancia de los recabitas era una señal; hizo más marcada la
desobediencia de los judíos para con Dios. Los recabitas fueron obedientes a uno que no era sino
hombre como ellos; y Jonadab nunca hizo por su simiente lo que Dios ha hecho por su pueblo. —La
misericordia se promete a los recabitas. No se nos habla del cumplimiento de esta promesa, pero,
indudablemente, aconteció, y los viajeros dicen que los recabitas pueden ser hallados como pueblo
separado hasta la fecha. Sigamos los consejos de nuestros antepasados piadosos y hallaremos bien
al hacerlo.
CAPÍTULO XXXVI
Versículos 1—8. Baruc tiene que escribir las profecías de Jeremías. 9—19. Los príncipes le
aconsejan esconderse. 20—32. Habiendo oído una parte, el rey quema el rollo.
Vv. 1—8. Las Escrituras se hicieron por voluntad divina. La sabiduría divina la dirigió como un
medio apropiado; si fallaba, la casa de Judá tendría aún menos excusa. El Señor declara a los
pecadores el mal que se propone hacer contra ellos, para que puedan oír, temer, y volverse de sus
malos caminos; cuando alguien hace uso de las advertencias de Dios, dependiendo de su
misericordia prometida, hallará listo al Señor para perdonar sus pecados. Todos los demás quedarán
sin excusa; la consideración de que la ira de Dios declarada contra nosotros por el pecado es grande,
debiera vivificar nuestras oraciones y nuestros esfuerzos.
Vv. 9—19. Puede hallarse muestras de piedad y devoción aun entre los que, aunque mantienen
formas de piedad, son extraños y enemigos de su eficacia. Los príncipes asistieron pacientemente a
la lectura de todo el libro. Tuvieron gran temor. Pero aun los que se convencen de la verdad e
importancia de lo que oyen y se disponen a favorecer a los que la predican, suelen tener dificultades
y reservas sobre su seguridad, interés o preferencia, de modo que no actúan conforme a su
convicción y tratan de deshacerse de lo que encuentran conflictivo.
Vv. 20—32. Quienes desprecian la palabra de Dios muestran pronto, como este rey, que la odian
y, como él, desearán que sea destruida. Ved la enemistad contra Dios en la mente carnal, y
maravillaos de su paciencia. Los príncipes mostraron cierta preocupación hasta que vieron cuán a la
ligera lo tomaba el rey. ¡Cuidaos de tomar con liviandad la palabra de Dios!
CAPÍTULO XXXVII
Versículos 1—10. El ejército caldeo regresará. 11—21. Jeremías es apresado.
Versículos 1—10. Multitudes presencian los efectos fatales de los pecados de otros hombres, pero
sin pensar, se meten en sus huellas y siguen el mismo rumbo destructor. Cuando estemos
angustiados, debemos desear las oraciones de los ministros y amistades cristianas. Corriente es que
deseen se ore por ellos, los que no reciben el consejo; sin embargo, los pecadores suelen
endurecerse cuando se produce una pausa en sus juicios. Pero si Dios no nos ayuda, ninguna
criatura puede. No importa cuáles sean los instrumentos que Dios decide usar, aunque parezcan
improbables, deben hacer la obra.
Vv. 11—21. Hay momentos en que es sabiduría de los hombres buenos retirarse, entrar en sus
aposentos y cerrar la puerta, Isaías xxvi, 20. —Jeremías fue prendido por desertor y metido en la
prisión, pero no es nada nuevo que los mejores amigos de la Iglesia sean traicionados, por interés de
sus peores enemigos. Cuando somos así falsamente acusados, podemos negar la acusación y
encomendar nuestra causa al que juzga con justicia. —Jeremías obtuvo misericordia del Señor para
ser fiel y no quiso obtener misericordia del hombre para no ser infiel a Dios ni a su príncipe; él dice
toda la verdad al rey. Cuando Jeremías entregó el mensaje de Dios, habló con osadía, pero cuando
hizo su propio pedido, habló con sumisión. El león de la causa de Dios debe ser cordero de la suya.
Dios dio favor a Jeremías ante los ojos del rey. El Señor Dios puede hacer que hasta las celdas de
una cárcel se conviertan en pasturas para su pueblo, y levantará amigos que provean para ellos, de
modo que en los días de hambre serán satisfechos.
CAPÍTULO XXXVIII
Versículos 1—13. Jeremías es echado a un pozo del cual es liberado por un etíope. 14—28. El
aconseja al rey que se rinda a los caldeos.
Vv. 1—13. Jeremías siguió con su clara predicación. Los príncipes siguieron en su maldad.
Corriente es que la gente impía mire como enemigos a los fieles ministros de Dios porque ellos
muestran cuán enemigos de sí mismos son los impíos mientras no se arrepientan. Jeremías fue
echado en una cisterna. Muchos de los fieles testigos de Dios han sido secretamente puestos en
prisión. —Ebed-melec era un etíope, pero habló fielmente al rey. Estos hombres han hecho mal en
todo lo que han hecho a Jeremías. Véase cómo Dios puede levantar amigos para su pueblo
angustiado. —Se dan órdenes para la liberación del profeta y Ebed-melec vio que lo sacaran del
pozo. Que esto nos anime a comparecer osadamente por Dios. Se nota especialmente su ternura
hacia Jeremías. —¿Qué observamos entonces en los diferentes caracteres, sino lo mismo que vemos
en los diversos caracteres hoy, que los hijos del Señor se forman según el ejemplo del Señor, y los
hijos de Satanás se conforman a su amo?
Vv. 14—28. Jeremías no se inclinaba por repetir las advertencias que sólo parecían poner en
peligro su propia vida, y agregar culpa al rey, pero se le preguntó si temía hacer la voluntad de Dios.
Mientras menos teman a Dios los hombres, más temen a los hombres; a menudo, no se atreven a
actuar conforme a sus juicios y conciencias.
CAPÍTULO XXXIX
Versículos 1—10. La toma de Jerusalén. 11—14. Jeremías es bien tratado. 15—18. Promesas de
seguridad para Ebed-melec.
Vv. 1—10. Jerusalén era tan fuerte que sus habitantes creían que el enemigo nunca podría entrar.
Pero el pecado provocó a Dios para que retirara su protección y, entonces, fue tan débil como las
demás ciudades. A Sedequías le sacaron los ojos; así, fue condenado a las tinieblas el que había
cerrado sus ojos a la luz clara de la palabra de Dios. Los que no creen las palabras de Dios, serán
convencidos por el hecho. Obsérvese los cambios maravillosos de la Providencia, cuán inciertas son
las posesiones terrenales; y véase los tratos justos de la Providencia: pero si el Señor hace ricos o
pobres a los hombres, nada les aprovecha mientras se aferran a sus pecados.
Vv. 11—14. Solo los siervos de Dios están preparados para todos los sucesos; y son librados y
consolados mientras el impío sufre. Suelen encontrar más amabilidad del profano que de parte de
los hipócritas que profesan santidad. El Señor les levantará amigos, les hará bien, y cumplirá todas
sus promesas.
Vv. 15—18. He aquí un mensaje para asegurar a Ebed-melec una recompensa por su gran
bondad con Jeremías. Por cuanto pusiste tu confianza en mí, dice el Señor. Dios recompensa los
servicios de los hombres conforme a sus principios. Los que confían en Dios en el camino del
deber, como hizo este buen hombre, encuentran que su esperanza no les fallará en los momentos del
peligro más grande.
CAPÍTULO XL
Versículos 1—6. Se manda a Jeremías que vaya a Gedalías. 7—16. Una conspiración contra
Gedalías.
Vv. 1—6. El capitán de la guardia parece gloriarse en haber sido instrumento de Dios para cumplir
aquello para lo cual Jeremías fue el mensajero de Dios que lo predijo. Muchos pueden ver la justicia
y la verdad de Dios para otros siendo sordos y ciegos para consigo mismos y sus propios pecados.
Pero, tarde o temprano, todos los hombres serán hechos conscientes de que su pecado es la causa de
todas sus desgracias. —Jeremías tiene permiso para disponer de sí mismo, pero se le aconseja que
vaya a Gedalías, gobernador de la tierra sometida al rey de Babilonia. Dudoso es que Jeremías haya
actuado bien en esta decisión. Pero los que desean la salvación de los pecadores, y el bien de la
Iglesia, son dados a esperar mejores tiempos de señales leves, y prefieren la esperanza antes que ser
útiles en situaciones más seguras sin ella.
Vv. 7—16. Jeremías nunca en sus profecías habló que hubiera días buenos para los judíos
inmediatamente después del cautiverio; pero la Providencia parecía animar tal expectativa; ¡pero
cuán pronto se marchitó esta esperanzadora perspectiva! Cuando Dios empieza un juicio, lo
completa. Mientras el orgullo, la ambición o la venganza manden en el corazón, los hombres
formarán nuevos proyectos y estarán inquietos en la maldad, la cual corrientemente termina en su
propia ruina. ¿Quién hubiera pensado que, después de la destrucción de Jerusalén, tan pronto
brotaría la rebelión? No puede haber cambio cabal alguno sino el que hace la gracia. Y si se
permitiera a los desgraciados, que son mantenidos en cadenas eternas para el juicio del gran día,
volver a la tierra, el pecado y el mal de la naturaleza de ellos seguiría sin cambio. Señor, danos
corazones nuevos y la mente nueva en que consiste el nuevo nacimiento, puesto que tú has dicho
que no podemos sin ella ver tu reino celestial.
CAPÍTULO XLI
Versículos 1—10. Ismael asesina a Gedalías. 11—18. Johanán recupera a los cautivos y sepropone
retirarse a Egipto.
Vv. 1—10. Los que odian a los adoradores de Dios a menudo asumen apariencia de piedad para
poder herirlos mejor. Como la muerte frecuentemente halla a los hombres donde éstos menos la
esperan, debemos investigar continuamente si estamos en tal estado y ánimo en que deseamos ser
hallados cuando seamos llamados a comparecer ante nuestro Juez. —A veces el rescate de la vida
de un hombre son sus riquezas. Pero los que piensan sobornar a la muerte dicen: No nos mates
porque tenemos tesoros en el campo, desgraciadamente se verán engañados. Esta historia triste nos
advierte que nunca estamos seguros en este mundo. Nunca podemos estar seguros de la paz a este
lado del cielo.
Vv. 11—18. El éxito de la villanía debe ser breve, y nadie que endurezca su corazón contra Dios
puede prosperar. Los que justamente pierden consuelo en temores reales, son los que se excusan con
temores pretendidos para pecar. —La eliminación de un rey prudente y pacífico, y la sucesión de
otro recio y ambicioso, afecta el bienestar de muchos. Sólo son felices y constantes los que temen al
Señor y andan en sus caminos.
CAPÍTULO XLII
Versículos 1—6. Johanán desea que Jeremías pida consejo a Dios. 7—22. Se les asegura la
seguridad en Judea, pero la destrucción en Egipto.
Vv. 1—6. Jeremías es buscado para hacer un favor, y el capitán le pide ayuda. En todo caso difícil,
dudoso, debemos buscar la dirección de Dios; y aún con fe podemos pedir ser guiados por el
espíritu de sabiduría en nuestro corazón y la conducción de la Providencia. No deseamos
verdaderamente conocer la voluntad de Dios si no resolvemos completamente cumplirla en cuando
la conocemos. Muchos prometen hacer lo que pide el Señor, mientras esperan que se les halague el
orgullo y se salve su concupiscencia favorita. Pero algo traiciona el estado de sus corazones.
Vv. 7—22. Si queremos conocer la voluntad del Señor en los casos dudosos, debemos esperar y
orar. Dios siempre está preparado para volver con misericordia a los que ha afligido; nunca rechaza
a quien confía en sus promesas. Ha dicho bastante para silenciar hasta los temores que
descorazonan sin causa a su pueblo en el camino del deber. Sea cual sea la pérdida o sufrimiento
que podamos temer debido a la obediencia, lo contrarresta la palabra de Dios; Él protegerá y librará
a todos los que confían en Él y le sirven. Necedad es dejar nuestro lugar, especialmente dejar una
tierra santa, porque nos encontramos con problemas ahí. Los males de los que pensamos escapar
pecando, ciertamente nos los acarreamos nosotros mismos. Podemos aplicar esto a los problemas
corrientes de la vida; y los que creen evitarlos cambiando de lugar, hallarán que las molestias
corrientes a los hombres los alcanzan dondequiera que vayan. Los pecadores que se disfrazan para
Dios con profesiones solemnes de fe, deben ser especialmente reprendidos con agudeza, porque sus
acciones hablan más claramente que las palabras. No sabemos lo que es bueno para nosotros
mismos; y aquello a lo cual más nos aficionamos, y en que hemos puestos nuestro corazón, a
menudo resulta nocivo y, a veces, fatal.
CAPÍTULO XLIII
Versículos 1—7. Los líderes llevan al pueblo a Egipto. 8—13. Jeremías predice la conquista de
Egipto.
Vv. 1—7. Sólo por el orgullo viene la disputa con Dios y con el hombre. Ellos prefirieron su propia
sabiduría y no la voluntad revelada de Dios. Los hombres niegan que las Escrituras sean la palabra
de Dios porque están resueltos a no conformarse a lo que manda la Escritura. —Estos judíos
desertaron de su propia tierra, y se pusieron fuera de la protección de Dios. Necedad de los hombres
es que, a menudo, se destruyen por malas empresas pretendiendo arreglar su situación.
Vv. 8—13. Dios puede hallar a su pueblo donde esté. El Espíritu de profecía no estaba
confinado a la tierra de Israel. —Se predice que Nabucodonosor destruirá a los egipcios y llevará a
muchos de ellos al cautiverio. Así Dios hace un azote de un hombre malo o de una nación mala, que
es plaga para otra nación. Él castiga a los que engañan a su pueblo profesante o los tientan a la
rebelión.
CAPÍTULO XLIV
Versículos 1—14. Los judíos en Egipto siguen en la idolatría. 15—19. Rehúsan reformarse 20—30.
Jeremías denuncia entonces la destrucción de ellos.
Vv. 1—14. Dios recuerda a los judíos los pecados que llevaron desolaciones a Judá. Nos conviene
advertir a los hombres del peligro del pecado con toda seriedad: ¡Oh, no, no lo hagas! Si amas a
Dios no lo hagas, porque es provocarlo; si amas tu alma, no lo hagas porque es destructor para ella.
Que la conciencia haga esto por nosotros en la hora de la tentación. —Los judíos a quienes Dios
envió a la tierra de los caldeos estaban allá por el poder de la gracia de Dios, destetados de la
idolatría; pero los que fueron por su propia perversa voluntad a la tierra de los egipcios, se
aficionaron ahí, más que nunca, a sus idolatrías. Cuando vamos sin causa ni llamado a los lugares
de tentación, justo es que Dios nos abandone a nuestra suerte. Si andamos en contra de Dios, Él
andará contra nosotros. Las miserias más espantosas a que están expuestos los hombres las ocasiona
el rechazo de la salvación ofrecida.
Vv. 15—19. Estos atrevidos pecadores no se excusan, sino declaran que harán lo prohibido. Los
que desobedecen a Dios corrientemente van de mal en peor, y el corazón se endurece más por el
engaño del pecado. Aquí está el lenguaje real del corazón rebelde. Aun las aflicciones que debieron
alejarlos de sus pecados sirvieron para confirmar sus pecados. Triste es cuando los que debieran
despertarse unos a otros a lo bueno, y así ayudarse unos a otros en el camino al cielo, se endurecen
unos a otros en pecado y así se maduran unos a otros para el infierno. Mezclar idolatría con la
adoración divina y rechazar la mediación de Cristo son cosas que provocan a Dios, y ruinosas para
los hombres. Todos los que adoran imágenes u honran santos, ángeles, y a la reina del cielo, deben
recordar lo que pasó con las costumbres idólatras de los judíos.
Vv. 20—30. Cualquiera sea el mal que nos sobrevenga, se debe a que hemos pecado contra el
Señor; por tanto, debemos guardar reverencia y no pecar. Puesto que ellos estaban decididos a
persistir en su idolatría, Dios seguiría castigándolos. Lo poco que queda de religión en ellos se
perdería. El consuelo y la confianza en las criaturas, de los cuales esperamos mucho, pueden fallar
tan pronto como lo que menos esperamos; y todos son lo que Dios hace de ellos, no lo que nosotros
nos imaginamos que son. Las esperanzas bien fundamentadas de tener parte de la misericordia
divina, siempre están unidas con el arrepentimiento y la obediencia.
CAPÍTULO XLV
Exhortaciön enviada a Baruc.
Baruc fue empleado para escribir las profecías de Jeremías, y leerlas, ver capítulo xxxvi, y por ello
fue amenazado por el rey. Los principiantes jóvenes de la religión tienden a descorazonarse con las
primeras dificultades pequeñas que comúnmente encuentran en el servicio de Dios. Estas quejas y
temores vienen de sus corrupciones. Baruc había elevado demasiado alto sus expectativas de este
mundo, y eso hizo que la angustia y el problema en que estaba fueran más duros de soportar. El
enojo del mundo no nos inquietaría si no nos halagásemos neciamente a nosotros mismos con la
esperanza de sus sonrisas, y las cortejáramos y codiciáramos. ¡Qué necedad es, entonces, buscar
aquí grandes cosas para nosotros, donde todo es pequeño y nada cierto! El Señor sabe la causa real
de nuestro afán y depresión, mejor que nosotros, y debemos rogarle que examine nuestros
corazones y reprima en nosotros todo deseo malo.
CAPÍTULO XLVI
Versículos 1—12. La derrota de los egipcios. 13—26. Su descarte después del sitio de Tiro. 27, 28.
Una promesa de consuelo para los judíos.
Vv. 1—12. Toda la palabra de Dios es contra los que no obedecen el evangelio de Cristo, pero es
por aquellos, aun de los gentiles, que se vuelven a Él. —La profecía empieza con Egipto. Que se
fortalezcan a sí mismos con todo el arte e interés que tienen, pero todo será en vano. La herida que
Dios inflige a sus enemigos no puede ser sanada con remedios. El poder y la prosperidad pronto
pasan de uno a otro en este mundo cambiante.
Vv. 13—28. Los que fueron usurpadores de otros, ahora serán usurpados ellos mismos. Egipto
es ahora como novilla muy hermosa no acostumbrada al yugo del sometimiento, pero la destrucción
viene del norte: los caldeos llegarán. —Se habla de consuelo y paz al Israel de Dios, pensando
alentarlos cuando los juicios de Dios estén entre las naciones. Él estará con ellos y sólo los corregirá
proporcionadamente; y no los castigará con eterna destrucción sacándolos de su presencia.
CAPÍTULO XLVII
Las calamidades de los filisteos.
Los filisteos siempre habían sido enemigos de Israel, pero el ejército caldeo inundará su tierra como
diluvio. Aquellos a quienes Dios saquerá, deben ser saqueados. Porque cuando el Señor concibe
destruir al impío le quita toda ayuda. Tan deplorables son las desolaciones de la guerra que las
bendiciones de la paz son supremamente deseables. Pero debemos someternos a sus designios
porque Él ordena todo en perfecta sabiduría y justicia.
CAPÍTULO XLVIII
Versículos 1—13. Profecías contra Moab por el orgullo y la seguridad. 14—47. Por la confianza
carnal y el desprecio de Dios.
Vv. 1—13. Los caldeos están por destruir a los de Moab. Debemos agradecer que se nos requiera
procurar la salvación de la vida de los hombres, y la salvación de sus almas, no derramar su sangre,
pero quedaremos sin excusa si hacemos engañosamente esta obra agradable. —Las ciudades serán
dejadas en ruinas y el país, devastado. Habrá gran lamento. Habrá gran prisa. Si alguien pudiera dar
alas a los pecadores, ni siquiera podrían huir de la ira divina. Hay muchos que persisten en la
iniquidad sin arrepentirse, pero desean disfrutar prosperidad externa. De hace mucho tiempo
estaban corrompidos y sin reformar, seguros y sensuales en la prosperidad. Ellos no tienen cambios
de su paz y prosperidad, por tanto, sus corazones y sus vidas no cambian, Salmo lv, 19.
Vv. 14—47. Se sigue profetizando la destrucción de Moab para despertarlo al arrepentimiento y
la reforma nacional para evitar el trastorno o para prepararse para eso mediante el arrepentimiento y
reforma personal. —Al leer esta larga lista de amenazas y meditar en el terror, será más útil para
nosotros mantener a la vista el poder de la ira de Dios y el terror de sus juicios, y tener nuestros
corazones poseídos con santo temor de Dios y de su ira, que indagar en todas las figuras y
expresiones aquí usadas. —Pero no es destrucción perpetua. El capítulo termina con una promesa
de su regreso del cautiverio en los postreros días. Dios no contenderá por siempre aun con los de
Moab, ni siempre estará airado con ellos. Los judíos lo refieren a los días del Mesías; entonces los
cautivos de los gentiles, bajo el yugo del pecado y Satanás, serán traídos de vuelta por la gracia
divina, que los hará verdaderamente libres.
CAPÍTULO XLIX
Versículos 1—6. Profecías referidas a los hijos de Amón. 7—22. Los idumeos. 23—27. Los sirios.
28—33. Los de Cedar. 34—39. Los elamitas.
Vv. 1—6. La fuerza vence a menudo al derecho entre los hombres, pero esa fuerza será controlada
por el Todopoderoso que juzga con justicia; se hallarán equivocados los que, como los de Amón,
piensan que es suyo todo aquello sobre lo cual pueden poner sus manos. El Señor llamará a los
hombres a rendir cuentas por cada caso de deshonestidad, especialmente para con el pobre.
Vv. 7—22. Los idumeos eran antiguos enemigos del Israel de Dios, pero ahora, se acerca su día;
está anunciado, no sólo para advertirlos, sino por amor al Israel de Dios, cuyas aflicciones ellos
agravaron. —Así, los juicios divinos ruedan de nación en nación; la tierra está llena de conmoción,
y nada puede escapar de los ministros de la venganza divina. La justicia de Dios debe observarse en
medio de la violencia de los hombres.
Vv. 23—27. ¡Con cuánta facilidad Dios puede acobardar a las naciones que han sido más
celebradas por su valor! Damasco se derrite débil. Era una ciudad de placer teniendo todos los
deleites de los hijos de los hombres, pero se engañan los que ponen su felicidad en goces carnales.
Vv. 28—33. Nabucodonosor desolaría al pueblo de Cedar, que habitaba los desiertos de Arabia.
El que venció a tantas ciudades fuertes no dejaría sin vencer a los que habitaban en carpas. Hará
esto para gratificar su propia codicia y ambición, pero Dios lo manda para corregir a un pueblo
ingrato, y para advertencia de un mundo negligente que debe esperar trastorno cuando se cree más
seguro. Ellos huirán, llegarán lejos y habitarán en lo profundo de los desiertos; serán dispersados.
Pero la privacidad y la oscuridad no son siempre protección y seguridad.
Vv. 34—39. Los elamitas eran los persas; actuaron contra el Israel de Dios y deben ser tratados.
El mal persigue a los pecadores. Dios les hará saber que Él reina. Pero la destrucción de Elam no
será por siempre. Pero esta promesa iba a cumplirse plenamente en los días del Mesías. —Al leer la
certeza divina de la destrucción de todos los enemigos de la Iglesia, el creyente ve que el asunto de
la guerra santa no es dudoso. Es bendito recordar que el que está por nosotros, es más que todos los
que están en contra de nosotros. Él someterá a los enemigos de nuestras almas.
CAPÍTULO L
Versículos 1—3. 8—16; 21—32; y 35—46. La ruina de Babilonia. 4—7. 17—20; y 33, 34. La
redención del pueblo de Dios.
Vv. 1—7. El rey de Babilonia era amable con Jeremías, pero el profeta debe anunciar la ruina de su
reino. Si nuestros amigos son enemigos de Dios no nos atrevamos a hablar de paz para ellos. Aquí
se habla de la destrucción de Babilonia como completa. —Aquí hay una palabra de consuelo para
los judíos. Ellos regresarán a su Dios primero, luego a su propia tierra; la promesa de su conversión
y su reforma da lugar a las otras promesas. Sus lágrimas fluyen no de la pena del mundo, como
cuando se fueron al cautiverio, sino de la pena santa. Ellos buscan al Señor como su Dios, y no
tendrán nada más que ver con los ídolos. —Ellos pensarán en el regreso a su propio país. Esto
representa el retorno de las pobres almas a Dios. En los convertidos verdaderos hay deseos sinceros
de alcanzar el final y cuidado constantes por mantenerse en el camino. Su caso presente es
lamentado por muy triste. Los pecados de los cristianos profesantes nunca excusarán a los que se
regocijan en destruirlos.
Vv. 8—20. La desolación que sobrevendrá a Babilonia está expresada en una gama de
expresiones. La causa de esta destrucción es la ira del Señor. El pecado hace de los hombres un
blanco para las flechas del juicio de Dios. —La misericordia prometida al Israel de Dios no sólo
acompañará, sino surgirá de la destrucción de Babilonia. Estas ovejas serán reunidas de los
desiertos y puestas de nuevo en buenos prados. Todos los que regresen a Dios y a su deber,
encontrarán satisfacción de alma en hacerlo así. La liberación de los problemas son, sin duda,
consuelo si es fruto del perdón de pecados.
Vv. 21—32. Las fuerzas son dominadas y capacitadas para destruir a Babilonia. Que ellos hagan
lo que Dios demanda y harán que ocurra su amenaza. El orgullo del corazón de los hombres pone
en su contra a Dios y los madura rápido para la destrucción. El orgullo de Babilonia debe ser su
ruina; ha sido orgullosa contra el Santo de Israel; ¿quién puede sostener a los que Dios derribará?
Vv. 33—46. Consuelo de Israel en la angustia es que, pese a ser débiles, su Redentor es
poderoso. Esto puede aplicarse a los creyentes que se quejan del dominio del pecado y de la
corrupción, y de su propia debilidad y sus múltiples males. El Redentor de ellos es capaz de
conservar lo que ellos le encomiendan y el pecado no tendrá dominio sobre ellos. Él les dará el
reposo que queda para el pueblo de Dios. —También está aquí el pecado de Babilonia y el castigo
de ellos. Los pecados son idolatría y persecución. Él que no salva a su pueblo en sus pecados, nunca
tolerará la maldad de sus enemigos directos. Los juicios de Dios por estos pecados los devastarán.
En los juicios pronunciados contra la próspera Babilonia, y las misericordias prometidas al afligido
Israel, aprendemos a preferir la aflicción con el pueblo de Dios antes que gozar de los deleites
temporales del pecado.
CAPÍTULO LI
Versículos 1—58. El sino de Babilonia.—La controversia de Dios con ella; exhortaciones para el
Israel de Dios. 59—64. La confirmación de esto.
Vv. 1—58. Los detalles de esta profecía están dispersos y entrelazados, y las mismas cosas que se
dejaron, se vuelven a tomar. —Babilonia abunda en tesoros, pero ni sus aguas ni su riqueza la
asegurarán. La destrucción llega cuando no lo piensan. Donde quiera que estemos, en las
profundidades más grandes, a la mayor de las distancias, tenemos que recordar a Jehová nuestro
Dios; y en los momentos de los peores temores y de las esperanzas más grandes, lo más necesario
es recordar al Señor. —El sentir suscitado por la caída de Babilonia es el mismo de la Babilonia del
Nuevo Testamento, Apocalipsis xviii, 9, 19. La ruina de todos los que apoyan la idolatría, la
infidelidad y la superstición es necesaria para el despertar de la piedad verdadera; y desde este
punto de vista consuelan las profecías amenazadoras de la Escritura. La gran sede de la tiranía,
idolatría y superstición anticristiana, la perseguidora de los cristianos verdaderos está tan
ciertamente condenada a destrucción como la antigua Babilonia. —Entonces, vastas multitudes se
lamentarán por el pecado y buscarán al Señor. Entonces, las ovejas perdidas de la casa de Israel
serán llevadas de vuelta al redil del buen Pastor, y no se descarriarán más. Y el cumplimiento exacto
de estas antiguas profecías nos exhortan a tener fe en todas las promesas y profecías de las Sagradas
Escrituras.
Vv. 59—64. Esta profecía es enviada a Babilonia, a los cautivos, por Seraías, quien tiene que
leerla a sus compatriotas en el cautiverio. Que con fe vean el final de estas potencias amenazantes, y
se consuelen con esto. Cuando vemos lo que es este mundo, por refulgente que se muestre, por
halagadoras que sean sus propuestas, leamos en el libro del Señor que dentro de muy poco será
devastado. —El libro debe ser arrojado al río Éufrates. La caída de la Babilonia del Nuevo
Testamento está así representada, Apocalipsis xviii, 21. Los que se hunden bajo el peso de la ira y
maldición de Dios, se hunden para siempre. Babilonia y todo anticristo pronto se hundirán y no se
levantarán nunca más. Esperemos en la palabra de Dios y esperemos calladamente su salvación;
entonces veremos la destrucción del impío, pero no la compartiremos.
CAPÍTULO LII
Versículos 1—11. El destino de Sedequías. 12—23. La destrucción de Jerusalén. 24—30. Las
cautividades. 31—34. El avance de Joaquín.
Vv. 1—11. Por encima de cualquier cosa debemos orar contra este fruto de pecado: No me eches de
delante de ti, Salmo li, 11. Nadie es echado de la presencia de Dios sino los que, por su pecado,
primero se ponen fuera ellos mismos. —La fuga de Sedequías fue en vano, porque no hay
escapatoria de los juicios de Dios; ellos sobrevienen al pecador y lo vencen, dejándole huir
dondequiera.
Vv. 12—23. El ejército caldeo hizo mucha destrucción. Pero nada se relata con tanto detalle
aquí como el traslado de los utensilios del templo. El recuerdo de su belleza y valor hace resaltar la
maldad del pecado.
Vv. 24—30. Los líderes de los judíos les hicieron cometer yerros, pero ahora ellos son, en
particular, hechos monumentos de la justicia divina. —He aquí un relato de dos cautiverios
anteriores. Este pueblo fue a menudo prodigio de juicio y de misericordia.
Vv. 31—34. Véase la historia del rey Joaquín en 2 Reyes xxv, 27–30. Los que están bajo
opresión hallarán que no es en vano tener esperanza y esperar en silencio por la salvación del Señor.
Nuestros tiempos están en la mano de Dios, porque los corazones de todos con quienes tenemos que
tratar lo están. —Que seamos capacitados, más y más para reposar en la Roca de los siglos y esperar
con santa fe la hora en que el Señor restaurará a Sion, y vencerá a todos los enemigos de la Iglesia.

Henry, Matthew