EZEQUIEL
Ezequiel fue uno de los sacerdotes; fue llevado al cautiverio a Caldea
con Joaquín. Todas sus
profecías fueron entregadas en ese país, en alguna parte en el norte de
Babilonia. Su principal
objetivo era consolar a sus hermanos cautivos. Se le manda que advierta
de las calamidades
espantosas que vienen a Judea, particularmente a los profetas falsos y a
las naciones vecinas.
También, para anunciar la restauración futura de Israel y Judá de sus
varias dispersiones y su estado
de dicha en sus días postreros, bajo el Mesías. Hay mucho de Cristo en
este libro, especialmente en
la conclusión.
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CAPÍTULO I
Versículos 1—14. La visión de Dios y
de la hueste angélica que tiene Ezequiel. 15—25. La
conducta de la divina providencia. 26—28. Revelación del Hijo del hombre en su trono celestial.
Vv. 1—14. Misericordia es que nos traigan la
palabra de Dios y deber es atenderla con diligencia
cuando estamos afligidos. La voz de Dios vino con plenitud de luz y
poder por el Espíritu Santo.
Estas visiones parecen haber sido enviadas para poseer la mente del
profeta con pensamientos
grandes y elevados de Dios. Para golpear con terror a los pecadores.
Para hablar consuelo a los que
temían a Dios y se humillaban. —En los versículos 4—14 está la primera
parte de la visión;
representa a Dios atendido y servido por una vasta compañía de ángeles
que son, todos, sus
mensajeros, sus ministros que ejecutan sus mandamientos. Esta visión
impresionaría la mente con
arrobamiento y temor solemne del descontento divino aunque suscitando
expectativas de
bendiciones. —El fuego está rodeado de gloria. Aunque busquemos no
podemos hallar a Dios a la
perfección pero, de todos modos, vemos el fulgor que lo rodea. La
semejanza de los seres vivientes
sale del medio del fuego; los ángeles derivan su ser y poder de Dios.
Ellos tienen el entendimiento
del hombre y mucho más. Un león se destaca en fuerza y arrojo. Un buey
se destaca en diligencia y
paciencia, en el cumplimiento infatigable del trabajo que tiene que
hacer. El águila se destaca por la
rapidez y la vista muy aguda y por remontarse muy alto; y los ángeles
que superan al hombre en
todos esos aspectos, se presentan con ese aspecto. Los ángeles tienen
alas; y cualquier cosa que
Dios les mande, no pierden tiempo. Ellos están erguidos, firmes y
constantes. No sólo tenían alas
para moverse, sino manos para la acción. Muchas personas son rápidas,
pero no son activas, se
apresuran, pero sin hacer nada con propósito; tienen alas, pero no
manos. Sin embargo, donde
quiera que las alas de los ángeles los llevaran, tenían sus manos
consigo para hacer lo que el deber
requería. Cualesquiera fuera el servicio que los ocupaba, iban directo a
ellos cada vez. Cuando
vamos derecho, vamos adelante; cuando servimos a Dios con un solo
corazón, hacemos obra. Ellos
no se volvían cuando iban. Ellos no cometían errores y su obra no había
que volver a hacerla. Ellos
no retaceaban sus actividades para entretenerse con cualquier cosa.
Ellos iban donde el Espíritu de
Dios quería que fueran. —El profeta vio a estos seres vivientes por su
propia luz, porque su aspecto
era como de brasas de fuego; son serafines o “ardientes” lo cual denota
el ardor de su amor por Dios
y el ferviente celo a su servicio. —Nosotros podemos aprender lecciones
provechosas de los temas
en que podemos entrar o entender por completo. Pero atendamos a las
cosas que se relacionan a
nuestra paz y deber, y dejemos las cosas secretas al único Señor al cual
le pertenecen.
Vv. 15—25. La providencia, representada por las
ruedas, produce cambios. —A veces, un rayo
de la rueda está arriba, a veces otro; pero el movimiento de la rueda
sobre su propio eje es uniforme
y constante. No tenemos que desfallecer en la adversidad; las ruedas
giran y nos levantarán en el
momento debido, mientras quienes presumen de prosperidad, no saben cuán
pronto pueden ser
derribados. —La rueda está cerca de los seres vivientes; los ángeles son
empleados como ministros
de la providencia de Dios. El espíritu de los seres vivientes estaba en
las ruedas; la misma sabiduría,
poder, y santidad de Dios que guía y gobierna a los ángeles, ordena por
ellos todos los sucesos en
este mundo de abajo. La rueda tenía cuatro caras, denotando eso que la
providencia de Dios se
ejerce en todas sus partes. Mire de todas maneras la rueda de la
providencia, tiene una cara hacia
usted. Su aspecto y obra era como de una rueda en el medio de otra
rueda. Las disposiciones de la
Providencia nos parecen oscuras, confusas y son innumerables, pero todas
están sabiamente
ordenadas para lo mejor. —El movimiento de las ruedas era uniforme,
regular y constante. Iban
como mandaba el Espíritu, por tanto, no retornaban. No tenemos que
deshacer, por arrepentirnos, lo
que hicimos mal si seguimos la dirección del Espíritu. Los anillos o
bordes de las ruedas eran tan
vastos que, cuando se ponían en movimiento, el profeta temió mirarlos.
La consideración de la
altura y profundidad de los consejos de Dios debe arrobarnos con
asombro. Estaban llenas de ojos
en su contorno. Los movimientos de la Providencia son, todos, dirigidos
por la sabiduría infinita.
Todos los hechos están determinados por los ojos del Señor, que están en
todas partes contemplando
el mal y el bien; porque no existe cosa tal como la suerte o la fortuna.
—El firmamento de arriba era
como cristal, glorioso pero en forma terrible. Eso que nosotros
consideramos que es una nube negra
es claro como el cristal para Dios, a través del cual mira a todos los
habitantes de la tierra. Cuando
los ángeles despertaron a un mundo desconsiderado, ellos bajaron sus
alas, para que se oyera
claramente la voz de Dios. La voz de la providencia es para abrir los
oídos de los hombres a la voz
de la palabra. —Los sonidos de la tierra deben despertar nuestra
atención a la voz del cielo; porque
¿cómo escaparemos si nos alejamos de Aquel que habla desde allá?
Vv. 26—28. El Hijo eterno, la Segunda Persona de la
Trinidad, que después tomó la naturaleza
humana, se denota aquí. Lo primero que se observa es un trono. Es un
trono de gloria, un trono de
gracia, un trono de triunfo, un trono de gobierno, un trono de juicio.
Es buena nueva para los
hombres que el trono por encima del firmamento esté lleno con Uno que
parece, aun allí, semejanza
de hombre. El trono está rodeado con un arco iris, el bien conocido
sacramento del pacto, que
representa la misericordia y el amor pactado de Dios a su pueblo. El
fuego de la ira de Dios estaba
irrumpiendo contra Jerusalén, pero se le pondrían límites; Él miraría
por encima del arco y
recordaría el pacto. —Todo lo que el profeta vio fue solamente para
prepararlo para lo que iba a oír.
Cuando cayó postrado sobre su rostro, oyó la voz de Uno que habló. Dios
se deleita en enseñar al
humilde. Entonces, que los pecadores se humillen ante Él. Que los
creyentes piensen en su gloria,
para que paulatinamente sean cambiados a su imagen por el Espíritu del
Señor.
CAPÍTULO II
Versículos 1—5. Se manda al profeta
lo que tiene que hacer. 6—10. Se le exhorta a ser resuelto,
fiel y devoto.
Vv. 1—5. Para que Ezequiel no se envanezca con la
abundancia de las revelaciones, se le pone en la
mente que aún es un hijo de hombre, criatura débil y mortal. Como Cristo
habitualmente se llamaba
el Hijo del Hombre, también fue una distinción honrosa. —La postura de
Ezequiel muestra
reverencia, pero levantarse sería una postura de mayor disposición y
aptitud para entrar en acción.
Dios nos hablará cuando estemos listos para hacer lo que nos manda. Como
Ezequiel no tenía
fuerza propia, el Espíritu entró en él. Dios se complace en su gracia de
obrar en nosotros lo que sea
que requiera de nosotros. El Espíritu Santo nos pone de pie inclinando
nuestras voluntades a nuestro
deber. Así, pues, cuando el Señor llama al pecador que se despierte, y
atienda a los intereses de su
alma, el Espíritu de vida y gracia trae el llamamiento. —Ezequiel es
enviado con un mensaje a los
hijos de Israel. Muchos podrían tratar con desprecio este mensaje, pero
debieran saber por el
acontecimiento, que un profeta había sido enviado a ellos. Dios será
glorificado y su palabra
honrada, sea sabor de vida para vida o de muerte para muerte.
Vv. 6—10. Los que quieren hacer cualquier cosa con
el propósito del servicio de Dios, no deben
temer a los hombres. Los impíos son como cardos y espinos, pero están
para la maldición y su final
es ser quemados. El profeta debe ser fiel a las almas de aquellos a
quienes fue enviado. Todos los
que hablan de parte de Dios al prójimo, deben obedecer su voz. Los
descubrimientos del pecado y
las advertencias de la ira deben ser materia de lamento. Los que están
familiarizados con la palabra
de Dios percibirán claramente que está llena de ayes para los pecadores
no arrepentidos; y que todas
las promesas preciosas del evangelio son para los siervos creyentes y
arrepentidos del Señor.
CAPÍTULO III
Versículos 1—11. La preparación del
profeta para su obra. 12—21. Su
oficio, como el de un
atalaya o centinela. 22—27. La restricción y la restauración de su habla.
Vv. 1—11. Ezequiel iba a recibir las verdades de
Dios como alimento para su alma, iba a
alimentarse de ellas por fe y sería fortalecido. Las almas en la gracia
pueden recibir esas verdades
de Dios con deleite, aunque hablan terror al impío. Debe hablar todo lo
que Dios le habló, y sólo
eso. ¿Cómo podemos hablar mejor lo que piensa Dios que con sus palabras?
—Si estaba
desencantado con su gente, no debía estar ofendido. Los ninivitas fueron
alcanzados por la
predicación de Jonás, cuando Israel no se humillaba ni se reformaba.
Dejemos esto a la soberanía
divina y decir, Señor, insondables son tus juicios. Ellos no consideran
la palabra del profeta, porque
no consideran la vara de Dios. —Cristo promete fortalecerle. Él debe
seguir con fervor y predicar
sea cual sea el éxito.
Vv. 12—21. Esta misión hizo que se regocijaran los
santos ángeles. Todo esto era para
convencer a Ezequiel que el Dios que lo enviaba tenía poder para
sostenerlo en su obra. Estaba
sobrecogido de pena por los pecados y miserias de su pueblo, y abrumado
por la gloria de la visión
que había visto. Por dulce que sea el retiro, la meditación y la
comunión con Dios, el siervo del
Señor debe prepararse para servir a su generación. El Señor dijo al
profeta que lo había nombrado
como atalaya de la casa de Israel. Si se le advierte al impío, no se nos
cargará su destrucción. —
Aunque tales pasajes se refieren al pacto nacional con Israel, se
aplican por igual al estado final de
todos los hombres bajo cada dispensación. No sólo tenemos que alentar y
consolar a los que
parecen ser justos, sino advertirles porque muchos se han vuelto altivos
y seguros, han caído y hasta
muerto en sus pecados. Seguramente entonces que los oidores del
evangelio desearan advertencias y
hasta reproches.
Vv. 22—27. Admitamos nosotros mismos que estamos
por siempre endeudados a la mediación
de Cristo, para la bendecida interrelación entre Dios y el hombre; el
creyente verdadero dirá, nunca
estoy menos solo que cuando estoy solo. Cuando el Señor abrió la boca de
Ezequiel, él iba a
entregar directamente el mensaje, a exponer la vida y la muerte, la
bendición y la maldición, ante la
gente y dejarlos a su elección.
CAPÍTULO IV
Versículos 1—8. El sitio de
Jerusalén. 9—17. El
hambre que sufrirían los habitantes.
Vv. 1—8. El profeta iba a representar por señales
el sitio de Jerusalén. Tenía que yacer sobre su
costado izquierdo por una cantidad de días, que se suponía igual a los
años desde el establecimiento
de la idolatría. Todo lo que el profeta pone por delante de los hijos de
su pueblo, sobre la
destrucción de Jerusalén, es para mostrar que el pecado es la causa que
provoca la destrucción de la
antes floreciente ciudad.
Vv. 9—17. El pan que era el sustento de Ezequiel,
tenía que ser de una mezcla de grano grueso
y semillas de leguminosas, rara vez usada salvo en casos de escasez
urgente y, de esto, sólo tenía
que tomar una pequeña cantidad. Así se figuraba el extremo al cual iban
a ser reducidos los judíos
durante el sitio y el cautiverio. —Ezequiel no ruega, Señor, desde mi
juventud fui criado con
delicadeza y nunca he acostumbrado una cosa como esta, sino que había
sido criado
conscientemente, y que jamás había comido nada prohibido por la ley.
Será consuelo, cuando somos
llevados a sufrir dificultades, que nuestro corazón pueda testificar que
siempre hemos sido
cuidadosos para evitar aun la apariencia de mal. —Véase qué obra tan
lamentable hace el pecado, y
reconózcase la justicia de Dios aquí. Abusaron de su abundancia hasta el
lujo y el exceso, entonces
fueron justamente castigados con hambre. Cuando los hombres no sirven a
Dios con alegría en la
abundancia de todas las cosas, Dios los hará servir a sus enemigos en la
escasez de todas las cosas.
CAPÍTULO V
Versículos 1—4. Un tipo de pelo
muestra los juicios por sobrevenirles a los judíos. 5—17. Se
declaran juicios espantosos.
Vv. 1—4. El profeta debe afeitarse el pelo de la
cabeza y la barba, lo que significa el rechazo y
abandono absoluto de Dios al pueblo. Una parte debe quemarse en medio de
la ciudad, denotando
que las multitudes perecerán por hambre y pestilencia. Otra parte tenía
que ser cortada en trozos,
representando a los muchos que iban a morir a espada. Otra parte tenía
que tirarse al viento para
denotar el traslado de algunos a la tierra del conquistador, y la fuga
de otros a los países vecinos en
busca de refugio. Una pequeña cantidad de la tercera parte del pelo
tenía que atarla a la túnica del
profeta, como aquello que se cuida mucho. Pero pocos fueron reservados.
A cualquier refugio que
huyan los pecadores, el fuego y la espada de la ira de Dios los
consumirá.
Vv. 5—17. La sentencia dictaminada contra
Jerusalén es muy horrorosa, la manera de
expresarla la hace más aun. ¿Quién es capaz de estar ante la vista de
Dios cuando está airado? —
Los que viven y mueren sin arrepentimiento perecerán sin piedad para
siempre; llega el día en que
el Señor no salvará. —Que nadie, personas o iglesias, que cambien los
estatutos del Señor, tengan
esperanzas de escapar del sino de Jerusalén. Propongámonos adornar la
doctrina de Dios nuestro
Salvador en todas las cosas. Tarde o temprano la palabra de Dios se
demostrará verdadera.
CAPÍTULO VI
Versículos 1—7. Los juicios divinos
por la idolatría. 8—10. Un
remanente será salvado. 11—14.
Las calamidades para lamentar.
Vv. 1—7. La guerra destruye personas, lugares y
cosas que se estiman sumamente sagradas. Dios
destruye la idolatría aun por manos de los idólatras. Justo es que Dios
asuele lo que nosotros
hicimos ídolo. Las supersticiones en que confían muchos para estar
seguros, suele causarles la
ruina. Se acerca el día en que los ídolos y la idolatría serán tan
totalmente destruidos de entre la
iglesia que se profesa cristiana como lo fueron de entre los judíos.
Vv. 8—10. Un remanente de Israel deberá ser
dejado; en el largo plazo ellos recordarán al
Señor, sus obligaciones para con Él, y la rebelión contra Él. Los
penitentes verdaderos ven que el
pecado es esa cosa abominable que el Señor odia. Los que aborrecen el
pecado verdaderamente, se
odian a sí mismos debido al pecado. Dan la gloria a Dios por su
arrepentimiento. Lo que sea que
lleve a los hombres a recordar a Dios y los pecados en su contra, debe
ser considerado una
bendición.
Vv. 11—14. Nuestro deber es ser afectados no sólo
con nuestros propios pecados y
sufrimientos, sino mirar con compasión las miserias que se acarrean los
impíos. El pecado es cosa
desoladora; por tanto, temed y no pequéis. —Si conocemos el valor de las
almas, y el peligro al que
se exponen los incrédulos, consideraremos que todo pecador que se
refugie en Jesús de la ira
venidera, es abundante recompensa por todo el desprecio u oposición con
que podamos
encontrarnos.
CAPÍTULO VII
Versículos 1—15. La desolación de la
tierra. 16—22. La
angustia de los pocos que escaparán. 23
—27. El cautiverio.
Vv. 1—15. Lo abrupto de esta profecía y las muchas
repeticiones muestran que el profeta estaba
profundamente afectado por la perspectiva de estas calamidades. Tal será
la destrucción de los
pecadores, porque nadie puede evitarla. ¡Oh, que la iniquidad del impío
terminara antes que los
acabe a ellos! La angustia es para el impenitente sólo un mal, endurece
sus corazones y revuelve sus
corrupciones, pero existen aquellos para los cuales es santificada por
la gracia de Dios y un medio
de mucho bien. —El día de la angustia real está cerca, no es un simple
eco o rumor de problemas.
Cualquiera sea el fruto de los juicios de Dios, nuestro pecado es raíz
de ellos. Estos juicios serán
universales. Dios será glorificado en todo. Ahora es el día de la
paciencia y misericordia del Señor,
pero el tiempo de la angustia del pecador está cerca.
Vv. 16—22. Tarde o temprano el pecado causará
dolor; y los que no se arrepientan de su pecado
pueden en justicia ser dejados para destrozarse en ello. Hay muchos cuya
riqueza es su trampa y
destrucción; y ganar el mundo es la pérdida de sus almas. Las riquezas
no aprovechan en el día de la
ira. La riqueza de este mundo no tiene en ella lo que responderá los
deseos del alma o no será
satisfacción para ella en el día de angustia. —El templo de Dios no les
dará cabida. Son indignos de
ser honrados con la forma de la piedad los que no sean gobernados por su
poder.
Vv. 23—27. Quienquiera que quebrante los límites de
la ley de Dios, se encontrará atado y
retenido por las cadenas de sus juicios. Puesto que ellos se animan unos
a otros en el pecado, Dios
los desalentará. Todos deben estar angustiados cuando Dios venga a
juzgarlos conformes a sus
deserciones. Que el Señor nos capacite para buscar la buena parte que no
será quitada.
CAPÍTULO VIII
Versículos 1—6. Idolatrías
cometidas por los reyes judíos. 7—12. Las supersticiones a las cuales
los judíos eran devotos;—el egipcio. 13,
14. El fenicio. 15, 16. El persa. 17, 18. La
odiosidad del
pecado.
Vv. 1—6. El glorioso personaje que Ezequiel
contempló en visión, pareció tomarlo y fue llevado en
espíritu a Jerusalén. Ahí, en el patio interior del templo, había un
lugar preparado para un ídolo vil.
El todo fue presentado en visión al profeta. Si complace a Dios dar a un
hombre una vista clara de
su gloria y majestad, y de todas las abominaciones que se cometen en una
ciudad cualquiera,
entonces reconocerá la justicia de los castigos más severos que Dios
inflige allí.
Vv. 7—12. Se abrió una especie de lugar secreto,
donde el profeta vio criaturas pintadas en las
paredes y unos cuantos ancianos de Israel adorando ante ellas. Ninguna
superioridad en asuntos
mundanos preservará a los hombres de la lujuria o la idolatría, cuando
son entregados a sus
corazones engañosos; los que pronto se cansan al servicio de Dios,
suelen no reclamar por el
esfuerzo ni por los gastos originados por sus supersticiones. Cuando los
hipócritas se esconden
detrás del muro de una profesión de fe externa, hay uno u otro hoyo en
el muro, algo que los
traiciona ante los que miran con diligencia. Hay una gran cantidad de
iniquidad secreta en el
mundo. Creen estar fuera de la vista de Dios. Pero, sin duda, están maduros
para la destrucción, los
que culpan al Señor de sus pecados.
Vv. 13—18. El lamento anual por Tammuz era
acompañado de costumbres infames; y se supone
que los adoradores del sol aquí retratados, eran sacerdotes. El Señor
apela al profeta en cuanto a la
odiosidad del pecado; “he aquí que aplican el ramo a sus narices”
denotando con eso una costumbre
usada por los idólatras en honor a los ídolos que servían. —Mientras más
examinamos la naturaleza
humana y nuestros corazones, más abominaciones descubriremos; mientras
más tiempo se examine
el creyente, más se humillará ante Dios y más valorará la fuente abierta
para el pecado y procurará
lavarse en ella.
CAPÍTULO IX
Visión que denota la destrucción de los habitantes de Jerusalén, y la
partida del símbolo de la
presencia divina.
Vv. 1—4. Gran consuelo para los creyentes es que,
en medios de los destructores y de la
destrucción, haya un Mediador, un gran Sumo Sacerdote, que tiene sus
intereses en el cielo, y en el
que los santos de la tierra tienen sus intereses. La representación de
la gloria divina desde encima
del arca, puesta en el umbral, muestra que el Señor estaba por dejar su
trono de la gracia, para hacer
juicio al pueblo. —El carácter distintivo de este remanente que va a ser
salvado, es tal suspiro y
llanto a Dios en oración, debido a las abominaciones de Jerusalén. A los
que se mantienen puros en
épocas de iniquidad general, Dios los mantendrá a salvo en épocas de
trastorno y angustia general.
Vv. 5—11. La matanza debía empezar en el santuario
para que todos vean y sepan que el Señor
odia el pecado en forma suma en los que están más cerca de Él. El que
fue nombrado para proteger,
informa el asunto. Cristo es fiel al cometido que se le encargó. ¿Le
manda su Padre asegurar la vida
eterna del remanente escogido? Dice: A los que me diste, ninguno de
ellos se perdió. Si los demás
perecen y nosotros somos salvados, debemos atribuir la diferencia por
completo a la misericordia de
nuestro Dios, porque nosotros también merecimos la ira. Sigamos aún
pidiendo en favor de los
demás. Pero el Señor no hace injusticia si no muestra misericordia; Él
sólo recompensa los caminos
del hombre.
CAPÍTULO X
Versículos 1—7. Visión del incendio
de la ciudad. 8—22. La
gloria divina se va del templo.
Vv. 1—7. El fuego tomado de entre las ruedas,
debajo del querubín, capítulo i, 13, parece significar
la ira de Dios que caería sobre Jerusalén. Sugiere que el fuego de la
ira divina, que enciende juicio
para un pueblo, es justa y santa; y en el gran día, la tierra y todas
las obras que hay en ella, serán
quemadas.
Vv. 8—22. Ezequiel ve el obrar de la providencia
divina en el gobierno del mundo inferior y los
asuntos de este. Cuando Dios abandona a un pueblo con desagrado, los
ángeles arriba y todos los
hechos de abajo, ayudan en su partida. El Espíritu de vida, el Espíritu
de Dios, manda a todas las
criaturas, del cielo y la tierra, que sirvan el propósito divino. —Dios
se aleja paulatinamente de un
pueblo provocador y, cuando está listo para irse, podría regresar a ellos
si fuera un pueblo que se
arrepiente y ora. Que esto sirva de advertencia a los pecadores para
buscar al Señor mientras pueda
ser hallado, y a llamarlo en tanto esté cercano, y haga que todos
andemos humildes y despiertos con
nuestro Dios.
CAPÍTULO XI
Versículos 1—13. Los juicios divinos
contra el impío de Jerusalén. 14—21. El favor divino para
los del cautiverio. 22—25. La presencia divina abandona la ciudad.
Vv. 1—13. Donde Satanás no puede convencer a los
hombres para que consideren inciertos a los
juicios venideros, gana su argumento persuadiéndolos para que los
consideren lejanos. Estos reyes
perversos osan decir: Estamos tan seguros en esta ciudad como la carne
en una olla que hierve; los
muros de la ciudad serán para nosotros como muros de bronce, no
recibiremos más daño de los
sitiadores que el caldero del fuego. —Cuando los pecadores se halagan
para su propia destrucción,
es hora de decirles que no tendrán paz, si siguen así. Nadie tendrá
posesión de la ciudad sino los que
estén enterrados en ella. Los que se sienten más seguros son los menos a
salvo. —Dios suele
complacerse en apartar a unos pecadores para advertencia de otros.
Incierto es si Pelatías murió en
esa época en Jerusalén, o cuando se aproximaba el cumplimiento de la
profecía. Como Ezequiel,
nosotros debemos afectarnos mucho por la muerte súbita del prójimo al
punto de implorar al Señor
que tenga misericordia de los que quedan.
Vv. 14—21. Los cautivos piadosos de Babilonia
fueron insultados por los judíos que seguían en
Jerusalén, pero Dios les hizo promesas de gracia. Se les promete que
Dios les dará un corazón; un
corazón firmemente establecido en Dios y no fluctuante. Todos los que
son hechos santos tienen un
espíritu nuevo, un temperamento nuevo y una disposición nueva; ellos
actúan a partir de nuevo
principios, andan según reglas nuevas y apuntan a objetivos nuevos. Un
nombre nuevo o una cara
nueva no sirven sin un espíritu nuevo. Si un hombre está en Cristo,
nueva criatura es. No se puede
hacer sensible al corazón carnal, como de piedra. Los hombres viven
entre muertos y muriendo,
nunca se preocupan ni se humillan. Él hará tiernos sus corazones y aptos
para recibir nuevas
impresiones: esta es la obra de Dios, es su don por la promesa; y un
cambio feliz y maravilloso es
acarreado por ella, de muerte a vida. —Las costumbres de ellos serán
coherentes con esos
principios. Los dos deben ir, e irán, de acuerdo. Cuando el pecador
siente necesidad de esas
bendiciones, presente las promesas como oraciones en el nombre de Cristo,
y serán cumplidas.
Vv. 22—25. Aquí está la partida de la presencia de
Dios desde la ciudad y el templo. Fue desde
el Monte de los Olivos que la visión subió, tipificando la ascensión de
Cristo al cielo desde ese
mismo monte. Aunque el Señor no abandone a su pueblo puede, sin embargo,
alejarse de cualquier
parte de su iglesia visible por los pecados de ella, y el ¡ay! caerá
sobre ellos cuando retire su
presencia, gloria y protección.
CAPÍTULO XII
Versículos 1—16. El cautiverio que
se aproxima. 17—20. Un emblema
de la consternación de los
judíos. 21—28. Respuestas
a las objeciones de los burladores.
Vv. 1—16. Por los preparativos para irse y su
salida a través de la pared de su casa en el anochecer,
como quien está deseoso de escapar del enemigo, el profeta significó la
conducta y destino de
Sedequías. —Cuando Dios nos ha liberado, debemos glorificarle y edificar
al prójimo,
reconociendo nuestros pecados. Aquellos que por las aflicciones son
llevados a esto, se les hace
saber que Dios es el Señor, y pueden ayudar a llevar al prójimo para que
Le conozcan.
Vv. 17—20. El profeta debe comer y beber preocupado
y temeroso, temblando, para expresar la
condición de los de Jerusalén durante el sitio. Cuando los ministros
hablan de la destrucción que
viene para los pecadores, deben hablar como los que conocen los terrores
del Señor. Las aflicciones
son felices si nos mejoran en el conocimiento de Dios, por penosas que
sean para la carne y la
sangre.
Vv. 21—28. De esa paciencia de Dios, que debiera
haberlos llevado a arrepentirse, los judíos se
endurecieron en el pecado. No servirá de disculpa por hablar mal, alegar
que es un dicho común. —
No hay sino un paso entre nosotros y una eternidad espantosa; por tanto,
nos concierne prepararnos
para el estado futuro. Nadie será capaz de ponerse por sí mismo en el
día malo a menos que busque
la paz con el Señor.
CAPÍTULO XIII
Versículos 1—9. Juicios duros
contra los profetas mentirosos. 10—16. La insuficiencia de su obra.
17—23. Ayes contra las profetisas falsas.
Vv. 1—9. Cuando Dios da la garantía de hacer
algo, da sabiduría. Lo que ellos entregaban no era lo
que habían visto u oído, como es lo que entregan los ministros de
Cristo. No eran profetas que
oraran, no tenían relación con Dios; se ocupaban en agradar a la gente,
no de hacerles el bien; no
resistían el pecado. Halagaban a la gente con esperanzas vanas. Los
tales ensanchan la brecha,
haciendo que los hombres piensen que merecen la vida eterna, cuando la
ira de Dios está sobre
ellos.
Vv. 10—16. Un profeta falso edificó el muro, dio la
idea que Jerusalén triunfaría y con eso se
hizo aceptable. Otros hicieron aún más creíble y promisorio el asunto;
pintaron el muro que habían
edificado los primeros; pero se desengañarían antes de mucho tiempo
cuando su obra fuera
demolida por la tormenta de la justa ira de Dios, cuando el ejército
caldeo devastó la tierra. Las
esperanzas de paz y felicidad, no garantizadas por la palabra de Dios,
engañan a los hombres; como
un muro bien pintado, pero mal construido.
Vv. 17—23. Mal les va a los que prefieren oír
mentiras agradables en lugar de las verdades
desagradables. Las profetisas falsas trataron de hacer que la gente se
sintiera segura, cosa
representada por hacerlos sentir cómodos y enorgullecerse, cosa
significada por los velos finos
puestos en sus cabezas. —Ellas serán confundidas en sus intentos y el
pueblo de Dios será liberado
de sus manos. Corresponde a los cristianos mantenerse muy cerca de la
palabra de Dios y, en todo,
buscar la enseñanza del Espíritu Santo. Confiemos así en las promesas de
Dios, para obedecer sus
mandamientos.
CAPÍTULO XIV
Versículos 1—11. Amenazas contra los
hipócritas. 12—23. El
propósito de Dios al castigara los
judíos culpables, pero unos pocos serán salvados.
Vv. 1—11. Ninguna forma o reforma externa puede
ser aceptable para Dios, mientras haya un ídolo
en posesión del corazón; ¡pero cuántos prefieren sus propios inventos y
su propia justicia al camino
de salvación! Las corrupciones de los hombres son ídolos de sus
corazones, y son de su propia
creación. Dios dejará que ellos sigan su curso. El pecado hace odioso al
pecador a los ojos del Dios
puro y santo; y también a sus propios ojos, cuando la conciencia es vivificada.
Procuremos ser
lavados de la culpa y de la contaminación del pecado, en la fuente que
el Señor ha abierto.
Vv. 12—23. Los pecados nacionales acarrean juicios
nacionales. Aunque los pecadores escapen
de un juicio, hay otro esperándolos. Cuando el pueblo que profesa a Dios
se rebela contra Él,
pueden esperar justamente todos sus juicios. La fe, la obediencia, y las
oraciones de Noé
prevalecieron para salvar su casa, pero no al mundo antiguo. El
sacrificio y la oración de Job a favor
de sus amigos fueron aceptados, y Daniel prevaleció para la salvación de
sus compañeros y de los
sabios de Babilonia. Pero un pueblo que ha llenado la medida de sus
pecados no debe tener
esperanzas de escapar por amor a justos que vivan entre ellos; ni
siquiera de los santos más
eminentes, que pudieran ser aceptados por su propio caso sólo por medio
de los sufrimientos y la
justicia de Cristo. Pero aún cuando Dios hace las desolaciones más
grandes con sus juicios, salva a
algunos para que sean monumentos de su misericordia. Creyendo firmemente
que aprobaremos
todos los tratos de Dios con nosotros mismos, y con toda la humanidad,
acallemos todas las
murmuraciones y objeciones rebeldes.
CAPÍTULO XV
Jerusalén como vid estéril.
Si una vid da fruto, es valiosa. Pero si no da fruto, no vale nada y es
inútil, se arroja al fuego. Así,
pues, el hombre es capaz de producir un fruto precioso al vivir para
Dios; este es el propósito único
de su existencia, y si falla en esto, no sirve sino para ser destruido.
¡Qué ceguera entonces afecta a
los que viven rechazando totalmente a Dios y la verdadera religión! Esta
semejanza se aplica a
Jerusalén. Cuidémonos de una profesión de fe estéril. Vamos a Cristo y
procuremos permanecer en
Él, y que sus palabras permanezcan en nosotros.
CAPÍTULO XVI
Parábola que muestra el primer estado vil de la nación judía, su
prosperidad, idolatría y castigo.
Versículos 1—58. En este capítulo se describen los tratos de Dios con la
nación judía y la conducta
de ellos hacia Él, y el castigo de ellos por medio de las naciones
vecinas, aun de aquellas en que
más confiaban. Lo hace por medio de la parábola de la infanta abandonada
rescatada de la muerte,
educada, desposada y ricamente abastecida, pero, después, culpable de la
conducta más abyecta, y
castigada por ello; pero, al final, recibida con favor, y avergonzada de
su conducta vil. No tenemos
que juzgar estas expresiones según las ideas modernas, sino por las de
los tiempos y lugares en que
fueron usadas, donde muchas de ellas no sonarían como nos suenan a
nosotros. El designio era
suscitar odio hacia la idolatría y una parábola así era muy adecuada
para ese propósito.
Vv. 59—63. Después de una advertencia completa de
los juicios, se recuerda la misericordia, la
misericordia reservada. Estos versículos de cierre son una promesa
preciosa, en parte cumplida por
el retorno de los judíos arrepentidos y reformados desde Babilonia, pero
que tendrá cumplimiento
más pleno en el período del evangelio. —La misericordia divina debe ser
poderosa para derretir
nuestros corazones en santo dolor por el pecado. Tampoco Dios dejará
nunca que perezca el
pecador humillado por sus pecados, y que llega a confiar en su
misericordia y gracia por medio de
Jesucristo, antes bien, lo sostendrá por su poder por la fe para
salvación.
CAPÍTULO XVII
Versículos 1—10. Una parábola
relativa a la nación judía, 11—21. a la cual se agrega
unaexplicación. 22—24. Una promesa directa del Mesías.
Vv. 1—10. Los conquistadores fuertes son
comparados a los pájaros o bestias de presa, pero sus
pasiones destructoras se pasan por alto para progreso de los designios
de Dios. Los que se alejan de
Dios sólo varían sus delitos al cambiar una confianza carnal por otra, y
nunca prosperarán.
Vv. 11—21. Se explica la parábola y se pueden ver
los detalles de la historia particular de la
nación judía en esa época. Sedequías había sido ingrato con su
benefactor, lo que es pecado contra
Dios. En todo voto solemne, Dios es invocado como testigo de la
sinceridad del que jura. La verdad
es una deuda que se tiene con todos los hombres. Si los profesantes de
la verdadera religión tratan
traidoramente a los de una religión falsa, su profesión empeora su
pecado; Dios lo castigará
ciertamente con seguridad y mayor severidad. El Señor no considera
inocentes a los que toman su
nombre en vano; ningún hombre que muera culpable, sin arrepentimiento,
escapará del justo juicio
de Dios.
Vv. 22—24. La incredulidad del hombre no anulará el
efecto de la promesa de Dios. La
parábola de un árbol, usada en la amenaza, está aquí presentada en la
promesa. Parece aplicable
sólo a Jesús, el Hijo de David, el Mesías de Dios. El reino de Satanás,
que ha durado un tiempo
largo y extenso, será quebrantado y el reino de Cristo, mirado con
desprecio, será establecido.
Bendito sea Dios, nuestro Redentor es visto aun por los confines de la
tierra. Podemos hallar
refugio a su sombra de la ira venidera, y de todo enemigo y peligro;
todos los creyentes son
fructíferos en Él.
CAPÍTULO XVIII
Versículos 1—20. Dios no hace
acepción de personas. 21—29. La
providencia divina es
reivindicada. 30—32. Una
invitación de gracia al arrepentimiento.
Vv. 1—20. El alma que pecare morirá. En cuanto a
la eternidad, todo hombre era, es y será tratado
según su conducta demuestre que estuvo bajo el antiguo pacto de obras o
el nuevo pacto de gracia.
Cualquiera sea el sufrimiento externo que sobrevenga a los hombres por
los pecados del prójimo,
merecen todo lo que sufren por sus propios pecados; el Señor rechaza o
anula todo suceso para el
bien eterno de los creyentes. Todas las almas están en la mano del gran
Creador; Él las tratará con
justicia o misericordia; nadie perecerá por pecados ajenos, si no es en
algún sentido digno de muerte
por los propios. Todos hemos pecados, y nuestra alma debe perderse, si
Dios nos trata según su
santa ley; pero somos invitados a ir a Cristo.
Vv. 10—20. Si un hombre que hubiera mostrado su fe
por sus obras, tuviera un hijo impío, cuyo
carácter y conducta fueran el reverso de los de su padre, ¿podría
esperarse que escapara de la
venganza divina por la piedad de su padre? Seguro que no. Si un hombre
malo tuviera un hijo que
anduviera como es justo ante Dios, este hombre no perecería por los
pecados de su padre. Si el hijo
no estuvo libre de males en esta vida, aún así es partícipe de la
salvación. La cuestión aquí no es
sobre la base meritoria de la justificación, sino sobre los tratos del
Señor con el justo y el injusto.
Vv. 21—29. El hombre malo sería salvo si se
devolviera de sus malos caminos. El verdadero
arrepentido es un creyente verdadero. Ninguna de sus transgresiones
anteriores le será mencionada;
ciertamente vivirá por la justicia que haya hecho, como fruto de la fe y
efecto de la conversión. —
La cuestión no es si el justo verdadero alguna vez se vuelve apóstata.
Cierto es que así hacen
muchos que, por un tiempo, se creyeron justos, mientras los versículos
26 y 27 hablan de la plenitud
de la misericordia que perdona: cuando el pecado es perdonado, es
borrado, no se recuerda más. En
su justicia vivirán ellos; no por la justicia de ellos, como si eso fuera expiación por sus pecados,
sino en su justicia, que es
una de las bendiciones compradas por el Mediador. ¡Qué aliento tiene un
pecador arrepentido que se vuelve, para esperar el perdón y la vida
conforme a esta promesa! —En
el versículo 28 está el comienzo y el progreso del arrepentimiento. Los
creyentes verdaderos velan y
oran, y siguen hasta el fin, y son salvados. En todas nuestras disputas
con Dios, Él tiene la razón y
nosotros estamos equivocados.
Vv. 30—32. El Señor juzgará a cada uno de los
israelitas según sus caminos. En esto se basa
una exhortación a arrepentirse y a darles un corazón nuevo y un espíritu
nuevo. Dios no manda lo
que no puede hacerse; nos amonesta que hagamos lo que está en nuestro
poder y oremos por lo que
no podemos. Las ordenanzas y los medios están designados, se dan
promesas y órdenes, para que
los que deseen este cambio puedan buscarlo en Dios.
CAPÍTULO XIX
Versículos 1—9. Una parábola
lamentando la ruina de Joacaz y Joaquín. 10—14. Otra que
describe la desolación del pueblo.
Vv. 1—9. Ezequiel compara el reino de Judá con
una leona. Debe comparar los reyes de Judá con
los cachorros de león; fueron crueles y opresores de sus propios
súbditos. —La justicia de Dios
debe ser reconocida cuando los que aterrorizan y esclavizan al prójimo,
son ellos mismos
aterrorizados y esclavizados. —Cuando los profesantes de la religión
forman conexiones con
personas impías, sus hijos suelen crecer siguiendo las máximas y modas
del mundo impío. —La
llegada a una posición de autoridad descubre la ambición y egoísmo del
corazón de los hombres; y
los que pasan su vida en la maldad, generalmente la terminan por la
violencia.
Vv. 10—14. Jerusalén era una vid floreciente y
fructífera. Esta vid está ahora destruida, aunque
no arrancada de raíz. Ella se ha hecho, por la maldad, como yesca para
las chispas de la ira de Dios
de modo que sus propias ramas sirven de combustible para quemarla.
Bendito sea Dios, aquí se
alude a una Rama de la vid, que no sólo llegará a ser una vara fuerte
para el cetro de los que reinen,
sino Él mismo es la Vid viva y verdadera. Esto será para regocijo de
todo el pueblo escogido de
Dios a través de todas las generaciones.
CAPÍTULO XX
Versículos 1—9. Se recuerda a los
ancianos de Israel la idolatría en Egipto. 10—26.
En el
desierto. 27—32. En
Canaán. 33—44. Dios
promete perdonarlos y restaurarlos. 45—49.
Profecia contra Jerusalén.
Vv. 1—9. Miserablemente endurecidos están los
corazones que piden permiso a Dios para seguir en
pecado aun cuando sufren por eso; ver versículo 32. Dios está justamente
enojado con los que
resuelven seguir en sus transgresiones. Haz que la gente conozca las
malas obras de sus padres para
que vean cuán justo fue que Dios los cortara.
Vv. 10—26. En el Nuevo Testamento y en el Antiguo
Testamento se hace referencia a la historia
de Israel en el desierto, para advertencia. Dios hizo grandes cosas por
ellos. Les dio la ley, y revivió
la antigua obediencia del día de reposo. Los días de reposo son
privilegios; son señales de que
somos su pueblo. Si cumplimos el deber del día, para nuestro consuelo
encontramos, que el Señor
es quien nos hace santos, esto es, verdaderamente felices aquí; y nos
prepara para ser felices, esto
es, perfectamente santos, en el más allá. —Los israelitas se rebelaron y
fueron abandonados a los
juicios que se acarrearon a sí mismos. A veces Dios hace que el pecado
sea su propio castigo, sin
embargo, Él no es el Autor del pecado: para hacer miserables a los
hombres no se necesita más que
entregarlos a sus propios malos deseos y pasiones.
Vv. 27—32. Los judíos persistieron en la rebeldía
después que se instalaron en la tierra de
Canaán. Estos ancianos parecen haber pensado en unirse a los paganos.
Nada hacemos por nuestra
profesión, si es solo una profesión. Nada se logra por el cumplimiento
pecaminoso; y los proyectos
carnales de los hipócritas no tendrán cabida.
Vv. 33—44. Los malvados israelitas, a pesar de que
siguen los caminos pecaminosos de las
otras naciones, no se mezclan con ellos en su prosperidad, antes bien
serán separados de ellos para
destrucción. No hay forma de sacudirse el dominio de Dios, y los que no
se rinden al poder de su
gracia, se hundirán bajo el poder de su ira. Pero ninguna de las joyas
de Dios se perderá en el
desván de este mundo. —Él llevará de nuevo a los judíos a la tierra de
Israel y les dará
arrepentimiento verdadero. Ellos serán vencidos por su bondad: mientras
más conozcamos de la
santidad de Dios más vemos la odiosa naturaleza del pecado. Los que
permanecen sin ser afectados
entre los medios de gracia, y vivan sin Cristo, como el mundo que los
rodea, pueden estar seguros
de que ese es el camino a la destrucción.
Vv. 45—49. Judá y Jerusalén habían estado llenos de
gente, como un bosque de árboles, pero
vacíos de fruto. La palabra de Dios profetiza contra los que no dan
frutos de justicia. Cuando
arruina a una nación, ¿quién o qué puede salvarla? Las verdades más
claras eran como parábolas
para el pueblo. Es corriente que los que no son afectados por la
palabra, le echen la culpa.
CAPÍTULO XXI
Versículos 1—17. La ruina de Judá
bajo el emblema de una espada afilada. 18—27. Se describe el
acercamiento del rey de Babilonia. 28—32. La destrucción de los amonitas.
Vv. 1—7. He aquí una explicación de la parábola
del último capítulo. Se declara que el Señor estaba
por cortar a Jerusalén y toda la tierra, para que todos sepan de su
decreto contra un pueblo malo y
rebelde. Conviene que los que denuncian la espantosa ira de Dios contra
los pecadores, demuestren
que ellos no desean el día lamentable. El ejemplo de Cristo nos enseña a
lamentarnos por aquellos
cuya destrucción declaramos.
Vv. 8—17. No importa cuáles sean los instrumentos
que Dios use para ejecutar sus juicios, los
fortalecerá conforme al servicio en que están empleados. La espada
resplandece para terror de
aquellos contra los cuales se saca. Es una espada para otros, una vara
para el pueblo del Señor. Dios
dicta esta sentencia en serio, y el profeta debe mostrarse serio al
publicarla.
Vv. 18—27. Por el Espíritu de profecía, Ezequiel
prevé la marcha de Nabucodonosor de
Babilonia, la cual él determinaría por adivinación. —El Señor anularía
el gobierno de Judá hasta la
llegada de Aquel cuyo es el derecho. Esto parece anunciar los vuelcos de
la nación judía a la fecha,
y los trastornos de los estados y reinos que abrirán el camino para
establecer el reino del Mesías en
toda la tierra. —El Señor guía secretamente a todos para que adopten sus
sabios designios. En
medio de las advertencias más tremendas de la ira, aún oímos de la
misericordia, y alguna mención
de Aquel por el cual se muestra misericordia a los pecadores.
Vv. 28—32. Los adivinos de los amonitas hicieron
profecías de falsas victorias. Nunca
recuperarían su poder, pero, a su tiempo, serían totalmente olvidados. —Agradezcamos
ser
empleados como instrumentos de misericordia; usemos nuestro
entendimiento para hacer el bien; y
alejémonos de los hombres que son diestros sólo para destruir.
CAPÍTULO XXII
Versículos 1—16. Los pecados de
Jerusalén. 17—22. Israel
es condenado por escoria. 23—31.
Como la corrupción es general, así será el castigo.
Vv. 1—16. El profeta tiene que juzgar a la ciudad
sanguinaria; la ciudad de sangre. Jerusalén es
llamada así debido a sus crímenes. Los pecados de los cuales se la
acusa, son excesivamente
pecaminosos. Asesinato, idolatría, desobediencia a los padres, opresión
y extorsión, profanación del
día de reposo y de las cosas santas, los pecados del séptimo
mandamiento, lujuria y adulterio. El
rechazo de Dios estaba en el fondo de toda esta maldad. Los pecadores
provocaron a Dios porque lo
olvidaron. —Jerusalén ha llenado la medida de sus pecados. Los que se
entregan a ser mandados
por sus lujurias, serán justamente dados como porción de ellas. Los que
resuelven ser sus propios
amos, no tengan expectativas de otra felicidad que la que pueden proveer
sus propias manos; y
resultará ser una porción miserable.
Vv. 7—22. Israel, comparado con otras naciones,
había sido como el oro y la plata comparados
con metales más viles. Pero ahora son como la basura que se consume en
el horno, o que se arroja
cuando la plata ha sido refinada. Los pecadores, especialmente los
profesantes descarriados, son
inútiles y buenos para nada a criterio de Dios. Cuando mete a su propio
pueblo en el horno, se
sienta al lado de ellos como el refinador al lado del oro, para ver que
no sigan ahí más tiempo que el
apropiado y necesario. La escoria será totalmente separada, y purificado
el metal noble. Que los que
sufren dolores o enfermedad prolongada, y hallan que sus corazones
apenas pueden soportar las
aflicciones leves y momentáneas, sean advertidos para huir de la ira
venidera, porque si estas
pruebas no son santificadas por el poder del Espíritu Santo para
limpieza de sus corazones y manos
del pecado, cosas mucho peores les sobrevendrán.
Vv. 23—31. Todos los órdenes y grados de hombres
habían ayudado a llenar la medida de la
culpa de la nación. El pueblo que tenía algo de poder, abusó, y aun los
compradores y los
vendedores encuentran un modo de oprimirse unos a otros. —Mal le va al
pueblo cuando le caen
juicios y se restringe el espíritu de oración. Que todos los que temen a
Dios se unan para fomentar
su verdad y justicia, como los hombres malos de todo rango y profesión complotan
juntos para
atropellarlos.
CAPÍTULO XXIII
Una historia de la apostasía del pueblo de Dios y el agravamiento de
esta.
En esta parábola, Samaria e Israel llevan el nombre de Ahola, “su propio
tabernáculo”, porque los
lugares de adoración que tenían estos reinos eran de su propia
concepción. Jerusalén y Judá llevan
el nombre de Aholiba, “mi tabernáculo está en ella” porque su templo era
el lugar que el mismo
Dios había escogido para poner en él su nombre. —El lenguaje y las
figuras concuerdan con aquella
época. Estas humildes representaciones de la naturaleza, ¿no mantendrán
abiertos el
arrepentimiento y la tristeza perpetua en el alma, ocultando el orgullo
de nuestros ojos y sacándonos
de la justicia propia? ¿No prepararán también al alma para mirar
continuamente a Dios por gracia,
para que por su Espíritu Santo podamos mortificar las obras del cuerpo y
vivir en santa
conversación y bondad?
CAPÍTULO XXIV
Versículos 1—14. El sino de
Jerusalén. 15—27. La
extensión de los sufrimientos de los judíos.
Vv. 1—14. La olla al fuego representaba a
Jerusalén sitiada por los caldeos; todos los órdenes y
rangos estaban dentro de los muros, preparados como una presa para el
enemigo. —Tenían que
haber dejado sus transgresiones, como la espuma que sube por el calor
del fuego es sacada de la
parte de arriba de la olla. Pero se pusieron peores, y sus miserias
aumentaron. Jerusalén iba a ser
demolida a ras del suelo. El tiempo señalado para el castigo de los
impíos parece venir lentamente,
pero vendrá seguramente. Triste es pensar cuántos son aquellos en quienes se pierden todas las
ordenanzas y las providencias.
Vv. 15—27. Aunque llorar los muertos es un deber,
tiene, sin embargo, que mantenerse
sometido a la religión y recta razón: no debemos entristecernos como
hombres que no tienen
esperanza. Los creyentes no deben copiar el lenguaje y las expresiones
de los que no conocen a
Dios. El pueblo preguntó el significado de la señal. Dios toma de ellos
todo lo que les era más
querido. Como Ezequiel no lloró por su aflicción, así tampoco debían
ellos llorar por las suyas. —
Bendito sea Dios, nosotros no tenemos que desfallecer bajo nuestras
aflicciones; porque si fallan
todos los consuelos y se unen todas las penas, aún así el corazón roto y
la oración del doliente son
siempre aceptables ante Dios.
CAPÍTULO XXV
Versículos 1—7. Juicios contra los
amonitas. 8—17. Contra
los de Moab, edomitas y filisteos.
Vv. 1—7. Malo es contentarse por las calamidades
de alguien, especialmente del pueblo de Dios; es
pecado que ciertamente tendrá que confesar. Dios hará evidente que Él es
el Dios de Israel, aunque
tolere por un tiempo que ellos sean cautivos en Babilonia. Mejor es
conocerlo a Él y ser pobre que
ser rico e ignorante de Él.
Vv. 8—17. Aunque un mismo evento parece al justo y
al impío, es tremendamente diferente.
Aquellos que se glorían en cualquier otra defensa y protección que el
poder, la providencia y la
promesa divinas, tarde o temprano, serán avergonzados de su gloria. —Aquellos
que no le dejan a
Dios tomar la venganza por ellos, pueden esperar que Él se tome la venganza en ellos. La equidad
de los juicios del Señor debe observarse cuando Él no sólo venga las
injurias en los que las
perpetraron, sino por mano de aquellos contra los cuales fueron cometidas.
—Aquellos que atesoran
el viejo odio y esperan la oportunidad de manifestarlo, están atesorando
ira para ellos mismos en el
día de la ira.
CAPÍTULO XXVI
Una profecía contra Tiro.
Vv. 1—14. Complacerse en secreto con la muerte o
deterioro del prójimo cuando probablemente
nosotros seamos cogidos por ellos, o con su caída, cuando nosotros
podemos florecer con eso, es
pecado que fácilmente nos asalta, pero no es considerado tan malo como
realmente es. Pero sale de
un principio egoísta y ambicioso, y del amor del mundo en cuanto dicha
nuestra, que prohíbe
expresamente el amor de Dios. Él suele desbaratar los proyectos de
quienes se elevarían a sí
mismos pisando las ruinas del prójimo. —Las máximas más corrientes del
mundo del comercio se
oponen directamente a la ley de Dios. Pero se mostrará en contra de los
comerciantes egoístas y
amantes del dinero, cuyos corazones, como los de Tiro, están endurecidos
por el amor de las
riquezas. —Los hombres tienen poca causa para gloriarse en las cosas que
estimulan la envidia y
rapacidad de los demás, y que están continuamente cambiando de uno a
otro; y en obtener,
mantener y gastar las cuales los hombres provocan a ese Dios cuya ira
convierte en montones de
escombros a las ciudades jubilosas.
Vv. 15—21. Mírese cuán grande, cuán elevada había
sido Tiro. Véase a qué punto se rebaja
Tiro. La caída de otros debiera despertarnos y sacarnos de la falsa
seguridad. Todo descubrimiento
del cumplimiento de una profecía de la Escritura es como un milagro que
confirma nuestra fe. —
Todo lo que es terrenal es vanidad y aflicción. Los que ahora tienen la
prosperidad más estable,
pronto estarán fuera de la vista y olvidados.
CAPÍTULO XXVII
Versículos 1—25. La mercadería de
Tiro. 26—36. Su caída y ruina.
Vv. 1—25. Quienes viven cómodos tienen que
lamentarse, si no están preparados para los
problemas. Que nadie tome en cuenta más su hermosura que su
santificación. —En la cuenta del
comercio de Tiro sugiere que el ojo de Dios está sobre los hombres
cuando están ocupados en los
negocios del mundo. No sólo cuando está en la iglesia, orando y oyendo,
sino cuando están en los
mercados y las ferias, comprando y vendiendo. En todos nuestros tratos
debemos mantener la
conciencia limpia de ofensa. Dios, como Padre común de la humanidad,
hace que un país abunde en
un bien transable y otro en otro, de servicio para la necesidad o para
la comodidad y adorno de la
vida humana. Véase qué bendición son el comercio y las mercaderías para
la humanidad, cuando se
realizan en el temor de Dios. —Además de las necesidades, se da valor a
una abundancia de cosas
sólo por costumbre; pero Dios nos permite usarlas. Pero cuando aumentan
las riquezas, los hombres
tienden a poner su corazón en ellas y se olvidan del Señor que da poder
para obtener riqueza.
Vv. 26—36. Los reinos y estados más poderosos y
magníficos caen, tarde o temprano. Los que
hacen de las criaturas su confianza, y descansan sus esperanzas en
ellas, caerán con ellas: dichosos
los que tienen al Dios de Jacob como su ayuda, y cuya esperanza está en
el Señor su Dios, que vive
por siempre. Los que se meten en el comercio deben aprender a realizar
sus negocios conforme a la
palabra de Dios. Los que tienen riqueza deben recordar que son los
mayordomos del Señor y deben
usar sus bienes para hacer el bien a todos. Busquemos primero el reino
de Dios y su justicia.
CAPÍTULO XXVIII
Versículos 1—19. La sentencia contra
el príncipe o rey de Tiro. 20—23. La caída de Sion. 24—26.
La restauración de Israel.
Vv. 1—19. Etbaal o Itobal era el príncipe o rey de
Tiro; y habiéndose enaltecido con orgullo
excesivo, reclamó honores divinos. El orgullo es el pecado peculiar de
nuestra naturaleza caída.
Ninguna sabiduría puede guiar a la felicidad en este mundo o en el
venidero salvo la que da el
Señor. El altivo príncipe de Tiro pensó que era capaz de proteger a su
pueblo por su propio poder, y
se consideró como igual a los habitantes del cielo. Si fuera posible
habitar en el jardín de Edén, o
hasta entrar al cielo, ninguna felicidad sólida podría disfrutarse sin
una mente humilde, santa y
espiritual. Todo orgullo espiritual es especialmente del diablo. Los que
lo consienten deben tener la
expectativa de perecer.
Vv. 20—26. Los sidonios eran vecinos fronterizos
con la tierra de Israel y pudieron haber
aprendido a glorificar al Señor, pero, en cambio, atrajeron a Israel a
la adoración de sus ídolos. La
guerra y la pestilencia son los mensajeros de Dios, pero Él será
glorificado al restaurar a su pueblo a
su anterior seguridad y prosperidad. Dios los curará de sus pecados y
los aliviará de sus problemas.
Esta promesa llegará, en el largo plazo, a cumplirse plenamente en la
Canaán celestial: cuando
todos los santos sean reunidos, toda cosa que ofenda será eliminada,
todas las penas y temores por
siempre desaparecerán. Feliz, entonces, es la Iglesia de Dios, y todo
miembro vivo de ella, aunque
pobre, afligido y despreciado, porque el Señor desplegará su verdad,
poder y misericordia en la
salvación y felicidad de su pueblo redimido.
CAPÍTULO XXIX
Versículos 1—16. La desolación de
Egipto. 17—21. También
una promesa de misericordia para
Israel.
Vv. 1—16. Las mentes carnales y mundanas se
enorgullecen en su propiedad, olvidando que lo que
tenemos, lo recibimos de Dios y debemos usarlo para Dios. Entonces, ¿de
qué nos jactamos? El yo
es el gran ídolo que todo el mundo adora con desprecio de Dios y su
soberanía. —Dios puede forzar
a los hombres a que salgan de aquello en que estén más seguros y
cómodos. Los tales, y todos los
que se aferren a aquello, perecerán juntos. Así termina el orgullo, la
presunción y la seguridad
carnal del hombre. —El Señor está contra los que hacen daño a su pueblo
y aún más contra los que
les guían al pecado. Egipto será un reino de nuevo, pero será el más vil
de los reinos; tendrá poca
riqueza y poder. La historia muestra el cumplimiento pleno de esta
profecía. Dios, no sólo con
justicia, sino con sabiduría y bondad para con nosotros, rompe los
humanos sobre los cuales nos
apoyamos, para que no sean más nuestra confianza.
Vv. 17—21. Los sitiadores de Tiro obtuvieron poco
botín. Pero cuando emplea hombres
ambiciosos o codiciosos, Dios los recompensará conforme a los deseos de
sus corazones, porque
cada uno tendrá su recompensa. —Dios tenía misericordia guardada para la
casa de Israel poco
después. La historia de las naciones explica mejor las profecías
antiguas. Todos los sucesos
cumplen las Escrituras. —Así, en las escenas más profundas de
adversidad, el Señor siembra la
semilla de nuestra prosperidad futura. Dichosos los que desean su favor,
gracia e imagen; ellos se
deleitarán en su servicio y no codiciarán ninguna recompensa terrenal; y
las bendiciones que han
escogido serán seguras para ellos para siempre.
CAPÍTULO XXX
Versículos 1—19. Una profecía contra
Egipto. 20—26. Otra.
Vv. 1—19. La profecía de la destrucción de Egipto
es muy completa. Los que echan su suerte con
los enemigos de Dios, estarán con ellos en el castigo. El rey de
Babilonia y su ejército serán los
instrumentos de esta destrucción. Dios hace, a menudo, que un hombre
malo sea el azote de otro.
Ningún lugar de la tierra de Egipto escapará de la furia de los caldeos.
El Señor es conocido por los
juicios que ejecuta. Pero estos son sólo efectos presentes del
descontento divino, no dignos de
nuestro temor, comparados con la ira venidera de la cual Jesús libra a
su pueblo.
Vv. 20—26. Egipto se debilitará más y más. Si los
juicios menores no prevalecen para humillar
y reformar a los pecadores, Dios enviará otros mayores. Dios rompe
justamente el poder que se
abusa, sea echando males a la gente o poniendo engaños sobre ellos. —Babilonia
se fortalecerá. En
vano se proponen los hombres vendar el brazo que el Señor se complace en
quebrar, y fortalecer a
los que Él derribará. Los que rechazan los descubrimientos de su verdad
y su misericordia,
conocerán su poder y justicia en el castigo por sus pecados.
CAPÍTULO XXXI
Versículos 1—9. La gloria de
Asiria. 10—18. Su
caída, y lo mismo para Egipto.
Vv. 1—9. Las caídas de los demás en el pecado y
la ruina, nos advierten que no nos sintamos
seguros ni nos ensoberbezcamos. El profeta tiene que mostrar el caso de
uno a quien el rey de
Egipto se parecía en grandeza, el asirio, comparado a un cedro
majestuoso. Los que superan a los
demás se hacen objeto de envidia, pero las bendiciones del paraíso
celestial no son responsables de
tal mescolanza. —La seguridad máxima que puede dar una criatura no es
sino como la sombra de
un árbol, una protección escasa y magra. Pero huyamos a Dios en busca de
protección, ahí
estaremos a salvo. Su mano debe ser reconocida en el surgimiento de los
grandes hombres de la
tierra y no debemos envidiarlos. —Aunque la gente mundana pueda parecer
que tiene prosperidad
firme, sin embargo, tan sólo lo parece.
Vv. 10—18. El rey de Egipto recordaba al rey de
Asiria en su grandeza: aquí vemos que se le
parece en su orgullo. Y se le parecerá en su caída. Su pecado acarrea su
ruina. Ninguna de nuestras
consolaciones se pierde para siempre, sino aquellas a las cuales hemos
renunciado mil veces. —
Cuando caen los grandes hombres, muchos caen con ellos, como tantos han
caído ante ellos. La
caída de los hombres orgullosos es una advertencia para los demás, para
mantenerlos humildes. —
Véase cuán bajo está el faraón; y véase a qué llegó toda su pompa y
orgullo. Mejor es ser un
humilde árbol de justicia, que da fruto para gloria de Dios, y para bien
de los hombres. El impío a
menudo se ve floreciente como el cedro y se ensancha como la haya, pero
pronto muere y su lugar
no se halla más. Entonces, fijémonos en el hombre perfecto y
contemplemos al justo, porque el fin
de ese hombre es la paz.
CAPÍTULO XXXII
Versículos 1—16. La caída de Egipto.
17—32. Es como la de otras
naciones.
Vv. 1—16. Nos conviene llorar y temblar por los
que no lloran ni tiemblan por sí mismos. Son
grandes opresores, a criterio de Dios, no mejores que las bestias
feroces. Los que admiran la pompa
de este mundo se maravillarán ante la ruina de esa pompa; la cual no es
sorpresa para quienes
conocen la vanidad de todas las cosas de aquí abajo. Cuando el prójimo
es destruido por el pecado
tenemos que temer sabiéndonos culpables. —Los instrumentos de la
desolación son formidables. Y
los ejemplos de la desolación son terribles. Las aguas de Egipto
correrán como aceite lo que
significa que habrá tristeza y pesadumbre universal por toda la nación.
Dios puede vaciar pronto de
los bienes de este mundo a los que tienen la mayor abundancia de ellos.
Acrecentando las materias
de nuestro gozo aumentamos las ocasiones de nuestra tristeza. ¡Cuán
débiles e indefensos, en
cuanto a Dios, son los más poderosos de la humanidad! La destrucción de
Egipto fue un tipo de la
destrucción de los enemigos de Cristo.
Vv. 17—32. Se menciona a diversas naciones que
bajaron a la tumba antes que Egipto, las que
están listas para darle una recepción escarnecedora; estas naciones
habían sido finalmente
destruidas y extenuadas. Pero aunque Jerusalén y Judá estaban en esa
época destruidas y deshechas,
sin embargo, no se las menciona aquí. Aunque sufrieron la misma
aflicción y de la misma mano, no
obstante el designio bondadoso por el cual fueron afligidas, y la
misericordia que Dios reservaba
para ellas, cambiaba su naturaleza. No era para ellas bajar a la fosa
como lo era para el pagano. —
Faraón verá y será consolado; pero el consuelo que tienen los malos
después de la muerte es pobre
consuelo, no es real, sino solamente imaginario. —La visión que da esta
profecía de los estados
destruidos muestra algo de este mundo presente, y del imperio de la
muerte en este. Venid y ved el
estado calamitoso de la vida humana. Como si los hombres no murieran con
suficiente rapidez, son
ingeniosos para hallar maneras de destruirse unos a otros. También del
otro mundo; aunque la
destrucción de las naciones como tales parece ser la principal alusión,
aquí es una clara alusión a la
ruina eterna de los pecadores impenitentes. ¡Cómo son engañados los
hombres por Satanás! ¿Cuáles
son los objetos que persiguen a través del derramamiento de sangre y de
sus muchos pecados?
Ciertamente el hombre se inquieta en vano sea que persiga fama, riqueza,
poder o placer. Llega la
hora en que todos los que están en sus tumbas oirán la voz de Cristo y
saldrán; los que hicieron bien
a resurrección de vida, y los que hicieron mal a resurrección de
condenación.
CAPÍTULO XXXIII
Versículos 1—9. El deber de
Ezequiel como atalaya. 10—20. Él tiene que reivindicar al gobierno
divino. 21—29. La
desolación de Judea. 30—33. Juicios
a los que se burlan de los profetas.
Vv. 1—9. El profeta es un centinela de la casa de
Israel. Su trabajo es advertir a los pecadores la
desgracia y el peligro. Él debe advertir al impío para que se vuelva de
su camino para vivir. Si un
alma perece por su negligencia ante el deber, es su propia culpa.
Obsérvese por lo que tienen que
responder los que disculpan el pecado, halagan a los pecadores, y les
exhortan a creer que tendrán
paz aunque sigan en pecado. ¡Cuánto más sabios son los hombres en sus
preocupaciones temporales
que en las espirituales! Ponen atalayas para guardar sus casas y
centinelas para que les adviertan de
la aproximación del enemigo, pero cuando se juegan la felicidad o
miseria eterna del alma, se
ofenden si los ministros obedecen el mandamiento de su Amo y dan una
fiel advertencia; prefieren
perecer escuchando cosas dulces.
Vv. 10—20. Los que desesperan de hallar
misericordia en Dios, tienen respuesta en una
declaración solemne de la prontitud de Dios para mostrar misericordia.
Estaba decidida la ruina de
la ciudad y del estado, pero eso no se relacionaba con el estado final
de las personas. —Dios dice al
justo que ciertamente vivirá. Pero muchos que hicieron profesión de fe,
fueron destruidos por la
confianza orgullosa en sí mismos. El hombre que confía en su propia
justicia y presume de su
propia suficiencia, es llevado a cometer iniquidad. —Si los que han
llevado una vida impía, se
arrepienten y abandonan sus malos caminos, serán salvados. Muchos
cambios sorprendentes y
benditos han sido obrados por el poder de la gracia divina. Cuando se
establece una separación
entre el hombre y el pecado, no habrá más separación entre él y Dios.
Vv. 21—29. Sin duda no son enseñables los que no
aprenden su dependencia de Dios, cuando
fallan todos los consuelos humanos. Muchos reclaman participación en las
bendiciones peculiares
de los creyentes verdaderos, mientras su conducta demuestra que son
enemigos de Dios. Dicen que
su presunción sin fundamentos es una fe firme, cuando el testimonio de
Dios los declara
merecedores de sus amenazas y nada más.
Vv. 30—33. Motivos indignos y corruptos suelen
guiar a los hombres a los lugares donde se
predica fielmente la palabra de Dios. Muchos llegan para hallar algo a
que oponerse; muchos más
vienen por pura curiosidad o costumbre. Los hombres pueden complacer sus
fantasías con la
palabra, sin que sus conciencias sean tocadas ni cambiados sus
corazones. Pero sea que los hombres
oigan o se abstengan de oír, sabrán que un siervo de Dios estuvo entre
ellos. Todos los que no
quieren conocer el valor de las misericordias aprovechándolas, les será
dado a conocer su valor por
la falta de ellas.
CAPÍTULO XXXIV
Versículos 1—6. Los reyes son
reprobados. 7—16. El
pueblo tiene que ser restaurado a supropia
tierra. 17—31. El
reino de Cristo.
Vv. 1—6. El pueblo llegó a ser como ovejas sin
pastor, dados como presa a sus enemigos y la tierra
fue devastada hasta lo sumo. Ningún rango ni oficio puede eximir de las
reprensiones de la palabra
de Dios a los hombres que son negligentes en su deber y abusan de la
confianza depositada en ellos.
Vv. 7—16. El Señor declara que piensa ser
misericordioso con el rebaño esparcido. Sin duda
esto, en primer lugar, tiene referencia a la restauración de los judíos.
También representa el tierno
cuidado de las almas de su pueblo que hace el buen Pastor. Los encuentra
en su época de tinieblas e
ignorancia y los lleva a su redil. Llega a socorrerlos en tiempos de
persecución y tentación. Los guía
por los caminos de justicia y hace que ellos reposen en su amor y
fidelidad. El orgulloso y
autosuficiente es enemigo del evangelio verdadero y de los creyentes;
contra los tales debemos
resguardarnos. Él tiene reposo para los santos atribulados, y terror
para los pecadores presuntuosos.
Vv. 17—31. Toda la nación parecía ser rebaño del
Señor, pero eran caracteres muy diferentes;
pero Él sabía distinguir entre ellos. Por buenos pastos y aguas
profundas se representa la palabra
pura de Dios y la dispensación de justicia. —Los últimos versículos, 23—31,
profetizan de Cristo y
los tiempos más gloriosos de su Iglesia en la tierra. Bajo Él, como buen
Pastor, la Iglesia será una
bendición para todos los que la rodean. Cristo, aunque excelente en sí
mismo, era como una planta
tierna que brota en un suelo seco. Siendo el Árbol de la vida, que da
todos los frutos de salvación,
produce alimento espiritual para las almas de su pueblo. Nuestros deseo
y oración constantes debe
ser que haya lluvias de bendición en todo lugar donde se predique la
verdad de Cristo; y que todos
los que profesen el evangelio sean llenos con frutos de justicia.
CAPÍTULO XXXV
Una profecía contra Edom.
Versículos 1—9. Todos los que tienen a Dios en contra, tienen contra
ellos la palabra de Dios. Los
que tienen un odio constante por Dios y su pueblo, como la mente carnal,
sólo pueden esperar ser
desolados para siempre.
Vv. 10—15. Cuando vemos la vanidad del mundo en los
desengaños, las pérdidas, y las cruces
con que el prójimo se encuentra, en lugar de mostrarnos ambiciosos de
las cosas mundanas,
debemos soltarlas. —En la multitud de palabras, ninguna es desconocida
para Dios; ni siquiera la
palabra más ociosa; y la más osada no está exenta de su reproche. En la
destrucción de los enemigos
de la Iglesia, Dios busca su gloria; y podemos estar seguros que Él no
dejará de cumplir su
propósito. Y cuando llegue la plenitud de los judíos y de los gentiles a
la Iglesia, serán destruidos
todos los oponentes anticristianos.
CAPÍTULO XXXVI
Versículos 1—15. La tierra será
liberada de los paganos opresores. 16—24. Se le recuerda al
pueblo sus pecados anteriores y la liberación prometida. 25—38. También santidad y
bendiciones del evangelio.
Vv. 1—15. Los que dan desprecio y reproches al
pueblo de Dios, los recibirán de vuelta contra sí
mismos. Dios promete su favor a su Israel. No tenemos razón para
quejarnos si mientras más malos
son los hombres, más bondadoso es Dios. —Ellos volverán a sus propias
fronteras. Es un tipo de la
Canaán celestial de la cual todos los hijos de Dios son herederos, y a
la cual serán llevados todos
juntos. Cuando Dios retorna misericordia a un pueblo que regresa a Él
con su deber, todas sus
aflicciones se resuelven. El cumplimiento pleno de esta profecía debe
ser en un hecho futuro.
Vv. 16—24. La restauración de este pueblo es tipo
de nuestra redención por Cristo, lo que
muestra que el objetivo apuntado en nuestra salvación es la gloria de
Dios. El pecado de un pueblo
contamina su tierra; la vuelve abominable para Dios e incómoda para
nosotros. El santo nombre de
Dios es su gran nombre; su santidad es su grandeza y nada más puede
hacer verdaderamente grande
a un hombre.
Vv. 25—38. El agua es emblema de la limpieza de
nuestras almas contaminadas con pecado.
Pero ningún agua puede hacer más que lavar la inmundicia de la carne. En
general, el agua parece
ser el signo sacramental de las influencias santificadoras del Espíritu
Santo; pero esto siempre está
relacionado con la sangre de Cristo que expía. Cuando se aplica por fe
esta última a la conciencia
para limpiarla de las malas obras, el primero siempre se aplica a los
poderes del alma para
purificarla de la contaminación del pecado. —Todos los que tienen parte
en el nuevo pacto, tienen
un nuevo corazón y un espíritu nuevo para andar en novedad de vida. Dios
dará un corazón de
carne, blando y tierno, que cumpla su santa voluntad. La gracia
renovadora obra un cambio tan
grande en el alma como la conversión de una piedra muerta en carne viva.
Dios pondrá dentro su
Espíritu como Maestro, Guía y Santificador. La promesa de la gracia de
Dios para equiparnos para
nuestro deber debiera despertar nuestro cuidado y propósito constante
para cumplir nuestro deber.
Estas son promesas que todos los creyentes verdaderos de toda época
deben usar en oración y serán
cumplidas.
CAPÍTULO XXXVII
Versículos 1—14. Dios restaura los
huesos secos a la vida. 15—28. Toda la casa de Israel se
representa disfrutando las bendiciones del reino de Cristo.
Vv. 1—14. Ningún poder creado puede restaurar los
huesos humanos y darles vida. Sólo Dios
puede hacerlos vivir. La piel y la carne los cubrieron y, entonces, al
viento se le dijo que soplara
sobre estos cuerpos; y volvieron a la vida. El viento es figura del
Espíritu de Dios y representa su
poder vivificante. La visión era para alentar a los judíos
desfallecientes; para anunciar su
restauración después del cautiverio, y la recuperación de su dispersión
al presente tan prolongada.
—También era una clara alusión a la resurrección de los muertos; y
representa el poder y la gracia
de Dios en la conversión a Él de los pecadores más desesperanzados.
Miremos a Aquel que, al final,
abrirá nuestras tumbas y nos sacará para juicio, para que nos libre del
pecado, ponga su Espíritu
dentro de nosotros, y nos guarde para salvación por su poder por medio
de la fe.
Vv. 15—28. Este emblema iba a mostrar al pueblo que
el Señor unirá a Judá e Israel. —Cristo
es el verdadero David, el Rey del Israel antiguo; y a quienes Él haga
voluntarios en el día de su
poder, hará andar en sus juicios y obedecer sus estatutos. Los sucesos
aún venideros explicarán
mejor esta profecía. —Nada ha estorbado más el éxito del evangelio que
las divisiones. Estudiemos
cómo conservar la unidad del Espíritu en el vínculo de la paz; busquemos
la gracia divina para que
nos guarde de las cosas detestables; y oremos que todas las naciones
puedan ser súbditos obedientes
y dichosos del Hijo de David, que el Señor sea nuestro Dios y nosotros
seamos su pueblo para
siempre jamás.
CAPÍTULO XXXVIII
Versículos 1—13. El ejército y la
malicia de Gog. 14—23. Los
juicios de Dios.
Vv. 1—13. Estos hechos ocurrirán en los postreros
tiempos. Se supone que estos enemigos se
juntarán para invadir la tierra de Judea y Dios los derrotará. Dios no
sólo se ocupa de quienes son
ahora los enemigos de su Iglesia, sino ve con anticipación quienes lo
serán, y les hace saber por su
palabra que está contra ellos; aunque ellos se junten, los malos no
quedarán sin castigo.
Vv. 14—23. El enemigo hará una incursión formidable
sobre la tierra de Israel. Cuando Israel
habite a salvo bajo la protección divina, ¿no se te dará a conocer eso
al descubrir que los esfuerzos
para destruirlo son realizados en vano? Las promesas de seguridad se
atesoran en la palabra de Dios
contra los trastornos y peligros a que puede ser llevada la Iglesia en
los últimos tiempos. En la
destrucción de los pecadores, Dios deja muy claro que Él es un Dios
grande y santo. Debemos
desear y orar diariamente: Padre, glorifica tu nombre.
CAPÍTULO XXXIX
Versículos 1—10. La destrucción de
Gog. 11—22. Su magnitud. 23—29. Israel de nuevo
favorecida.
Vv. 1—10. El Señor hará que los transgresores más
despreocupados y endurecidos conozcan su
santo nombre, sea por su justa ira o por las riquezas de su misericordia
y gracia. Las armas
formadas contra Sion no prosperarán. Aunque esta profecía va a cumplirse
en los últimos tiempos,
es segura. Por el lenguaje usado, parece que el ejército de Gog será
destruido por milagro.
Vv. 11—22. ¡Cuán numerosos los enemigos que Dios
destruyó para la defensa de su pueblo
Israel! Los tiempos de las grandes liberaciones deben ser tiempos de
reforma. Cada uno debe
ayudar lo más que pueda para limpiar de reproche la tierra. El pecado es
un enemigo contra el cual
debe luchar todo hombre. Los dedicados a la tarea pública, especialmente
la de limpiar y reformar
un país, deben ser hombres que terminen lo que emprenden, que siempre
estén ocupados. Cuando
hay que hacer buena obra, cada uno debe fomentarla. Habiendo recibido
favores especiales de Dios,
limpiémonos de todo mal. Es una obra que requiere diligencia
perseverante, para escudriñar los
escondrijos secretos del pecado. —Los juicios del Señor, sobre el pecado
y sobre los pecadores, son
un sacrificio a la justicia de Dios, y una fiesta para la fe y la
esperanza del pueblo de Dios. Véase
cómo el mal persigue a los pecadores aun después de la muerte. Después
de todo lo que hacen y
buscan los hombres ambiciosos y codiciosos, “un lugar de sepulcros” es
todo lo que el Señor les da
en la tierra, mientras sus almas culpables son condenadas a la miseria
en otro mundo.
Vv. 23—29. Cuando el Señor tenga misericordia de
toda la casa de Israel y la convierta al
cristianismo, y cuando hayan pasado la vergüenza de ser desechados por
sus pecados, entonces las
naciones aprenderán a conocer, a adorar y servir a Dios. Entonces Israel
también conocerá al Señor,
según se revela en Cristo y por medio de Él. Los hechos pasados no
responden a estas predicciones.
—El derramamiento del Espíritu es una prenda de que continuará el favor
de Dios. Él no esconderá
más su rostro de aquellos en quienes ha derramado su Espíritu. Cuando
oramos que Dios nunca nos
eche fuera de su presencia, debemos rogar tan fervientemente que, para
eso, nunca quite su Espíritu
Santo de nosotros.
CAPÍTULO XL
La visión del Templo.
He aquí una visión que comienza en el capítulo xl, y continúa hasta el
final del libro, en el capítulo
xlviii, la cual es justamente considerada una de las partes más
difíciles de todo el libro de Dios.
Cuando desesperamos de satisfacernos acerca de una dificultad con que
nos encontramos,
bendigamos a Dios, porque nuestra salvación no depende de resolverla,
sino que las cosas
necesarias son bastante claras; y esperemos hasta que Dios nos revele lo
que no entendemos.
Este capítulo describe dos patios exteriores del templo. No está claro
que el personaje aquí
mencionado sea el Hijo de Dios o un ángel creado. Pero Cristo es nuestro
Altar y nuestro Sacrificio,
a quien debemos mirar con fe en todos los acercamientos a Dios; y Él es
salvación en medio de la
tierra, Salmo lxxiv, 12, para ser vista desde todos los rincones.
CAPÍTULO XLI
Después de observar los patios, el profeta fue llevado al templo. Si
atendemos a las instrucciones
más claras de la religión, y nos beneficiamos de ellas, seremos llevados
a un conocimiento más
profundo de los misterios del reino de los cielos.
CAPÍTULO XLII
En este capítulo se describen las cámaras de los sacerdotes, su uso y
las dimensiones del monte
santo sobre el cual se erguía el templo. Estas cámaras eran muchas.
Jesús dijo: En la casa de mi
Padre muchas moradas hay: en su casa de la tierra hay muchas; las
multitudes, por fe, se alojan en
su santuario y aun así hay lugar. —Estas cámaras, aunque privadas,
estaban cerca del templo.
Nuestros servicios religiosos en nuestras cámaras, deben prepararnos
para las devociones públicas y
movernos a aprovecharlas según sea nuestra oportunidad.
CAPÍTULO XLIII
Después que Ezequiel revisó el templo de Dios, tuvo una visión de la
gloria de Dios. Cuando Cristo
crucificado y las cosas que Dios nos ha dado gratuitamente por medio de
Él, nos son mostradas por
el Espíritu Santo, hacen que nos avergoncemos por nuestros pecados. Este
estado mental nos
prepara para mayores descubrimientos en los misterios del amor redentor;
y el todo de las Escrituras
debe abrirse y aplicarse para que los hombres puedan ver sus pecados y
arrepentirse de ellos. —
Ahora no tenemos que ofrecer ningún sacrificio expiatorio, porque por
una sola ofrenda Cristo
perfeccionó para siempre a los santificados, Hebreos x, 14; pero el
rociamiento de su sangre es
necesario en todos nuestros acercamientos a Dios Padre. Nuestros mejores
servicios sólo son
aceptables cuando se rocían con la sangre que limpia de todo pecado.
CAPÍTULO XLIV
Este capítulo contienen las ordenanzas referidas a los sacerdotes
verdaderos. El príncipe significa
evidentemente Cristo, y las palabras del versículo 2, pueden recordarnos
que nadie puede entrar al
cielo, el verdadero santuario, como lo hizo Cristo; a saber, en virtud
de su propia excelencia, y su
santidad, justicia y poder personal. Él que es el resplandor de la
gloria de Jehová entró por su propia
santidad; pero ese camino está cerrado a toda la raza humana, y todos
nosotros debemos entrar
como pecadores, por fe en su sangre, y por el poder de su gracia.
CAPÍTULO XLV
En el período aquí anunciado, habrá provisión para el culto y para los
ministros de Dios; los
príncipes reinarán con justicia, puesto que tienen su poder sometido a
Cristo; la gente vivirá en paz,
tranquilidad y santidad. Estas cosas parecen representarse en lenguaje
tomado de las costumbres de
los tiempos en que escribió el profeta. —Cristo es nuestra Pascua que es
sacrificada por nosotros:
celebramos la memoria de ese sacrificio, y lo festejamos, vitoreando
nuestra liberación de la
esclavitud egipcia del pecado, y nuestra preservación de la espada
destructora de la justicia divina,
en la cena del Señor, que es nuestra fiesta de pascua; como toda la vida
cristiana es y debe ser la
fiesta del pan ácimo de sinceridad y verdad.
CAPÍTULO XLVI
Aquí se describen las ordenanzas de culto para el príncipe y para el
pueblo, y los dones que el
príncipe puede otorgar a sus hijos y siervos. Nuestro Señor nos manda
muchos deberes. Pero
también dejó cosas a nuestra opción, para que los que se deleitan en sus
mandamientos puedan
abundar en ellos para su gloria, sin enredar su conciencia ni prescribir
reglas inapropiadas para los
demás; pero nunca debemos omitir nuestra adoración diaria, ni descuidar
la aplicación del sacrificio
del Cordero de Dios a nuestras almas, en busca de perdón, paz y
salvación.
CAPÍTULO XLVII
Estas aguas representan el evangelio de Cristo que salió desde Jerusalén
y se extendió a los países
alrededor. También, los dones y poderes del Espíritu Santo que lo
acompañan, en virtud de los
cuales se extendió lejos y produjo efectos benditos. Cristo es el Templo
y es la Puerta; de Él fluyen
las aguas vivas, de su costado atravesado. Son aguas que aumentan.
Obsérvese el progreso del
evangelio en el mundo y el proceso de la obra de gracia en el corazón;
atienda a los movimientos
del bendito Espíritu bajo la dirección divina. —Si buscamos en las cosas
de Dios, encontramos
algunas cosas claras y fáciles de entender, como las aguas que llegaban
hasta los tobillos; otras, más
difíciles que requieren una búsqueda más profunda, como las aguas a la
rodilla o la cintura; y
algunas totalmente fuera de nuestro alcance, que no podemos penetrar;
pero debemos, como San
Pablo, adorar lo profundo, Romanos xi, 33. Sabio es empezar con lo que
es más fácil, antes de
proceder a lo que es oscuro y difícil de entender. —La promesa de la
palabra sagrada, y los
privilegios de los creyentes, según se derraman profusamente en sus
almas por el Espíritu que
vivifica, abundan donde el evangelio es predicado; ellos nutren y
deleitan el alma de los hombres;
nunca se desvanecen ni se marchitan, ni se agotan. Hasta las hojas
sirven como remedio para el
alma: las advertencias y las reprensiones de la palabra, aunque menos
agradables que las
consolaciones divinas, tienden a sanar las enfermedades del alma. Todos
los que creen en Cristo, y
están unidos a Él por su Espíritu santificador, compartirán los
privilegios de los israelitas. Hay lugar
en la iglesia y en el cielo para todos los que buscan las bendiciones
del nuevo pacto del cual Cristo
es el Mediador.
CAPÍTULO XLVIII
He aquí una descripción de las varias porciones de la tierra que
pertenecen a cada tribu. En la época
del evangelio todas las cosas se hacen nuevas. Hay mucho envuelto en
símbolos y números. Dios ha
usado este método para establecer verdades misteriosas en su palabra,
que sólo serán reveladas más
claramente en el tiempo y la oportunidad apropiado. Pero en la Iglesia
de Cristo, en su estado de
guerra y de triunfo, hay acceso libre por fe desde todo lado. Cristo ha
abierto el reino del cielo para
todos los creyentes. Quienquiera, que venga, y tome del agua de vida,
del árbol de la vida,
gratuitamente. El Señor está, ahí, en su Iglesia, para estar cerca de
los que en todo le invocan. Esto
es verdad de todo cristiano real; de cualquier alma que tenga en ella el
principio viviente de la
gracia, puede decirse en verdad, el Señor está ahí. Que seamos hallados
ciudadanos de esta santa
ciudad y que actuemos conforme a ese carácter; y tengamos el beneficio
de la presencia del Señor
con nosotros, en la vida, en la muerte y por siempre jamás.
Henry, Matthew