ECLESIASTÉS
El nombre de este libro significa “El Predicador”. La sabiduría de Dios
nos es predicada aquí,
por medio de Salomón, que es evidentemente el autor. Al terminar su
vida, convencido de su pecado
y necedad, él narra aquí, en el libro de su arrepentimiento, su
experiencia para provecho del
prójimo; y declara que todo bien terrenal es “vanidad y aflicción de
espíritu”. Nos convence de la
vanidad del mundo, y que no puede hacernos felices; de la vileza del
pecado, y de su tendencia
certera a hacernos desgraciados. Nos muestra que ningún bien creado
puede satisfacer al alma, y
que la felicidad ha de hallarse en Dios solo; y esta doctrina debe guiar
al corazón hacia Cristo Jesús,
bajo la enseñanza del bendito Espíritu.
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CAPÍTULO I
Versículos 1—3. Salomón muestra que
todas las cosas humanas son vanidad. 4—8. El esfuerzo del
hombre y la falta de satisfacción. 9—11. Nada nuevo hay. 12—18. La aflicción en procura de
conocimiento.
Vv. 1—3. Hay mucho que aprender comparando una
parte de la Escritura con otra. Aquí tenemos
que contemplar a Salomón que regresa de las cisternas rotas y vacías del
mundo a la Fuente del
agua viva; registrando su propia necedad y vergüenza, la amargura de su
desengaño, y las
lecciones que aprendió. Quienes han recibido la advertencia de volverse
y vivir, deben advertir a
los demás de no seguir adelante y morir. —Él no dice simplemente que
todas las cosas son vanas,
sino que son vanidad. VANIDAD DE VANIDADES, TODO ES VANIDAD. Este el
texto del sermón
del predicador, al cual nunca pierde de vista en este libro. Si este
mundo, en su estado presente, lo
fuera todo, no sería digno de vivir por él; y la riqueza y placer de
este mundo, si tuviésemos mucha,
no son suficientes para hacernos felices. ¿De qué le aprovecha al hombre
todo su esfuerzo? Todo lo
que consigue no satisfará las necesidades del alma, ni satisfará sus deseos;
no expiará los pecados
del alma, ni impedirá su pérdida ¿de qué provecho será la riqueza del
mundo para el alma en la
muerte, el juicio o en el estado eterno?
Vv. 4—8. Todas las cosas cambian y nunca cesan.
El hombre, después de todo su trabajo, no
está más cerca de hallar reposo que el sol, el viento o la corriente del
río. Su alma no encontrará
reposo si no lo tiene de Dios. Los sentidos se cansan pronto, pero aún
anhelan lo que no está
probado.
Vv. 9—11. Los corazones de los hombres y sus
corrupciones son las mismas ahora que en
épocas anteriores; sus deseos y búsquedas, y quejas, aún las mismas.
Esto debe apartarnos de
tener expectativa de felicidad en la criatura, y vivificarnos para
buscar las bendiciones eternas. —
¡Cuántas cosas y personas de la época de Salomón fueron consideradas
como muy grandes, pero
ahora no hay recuerdo de ellas!
Vv. 12—18. Salomón probó todas las cosas y las
encontró vanidad. Halló que su búsqueda de
conocimiento era agotamiento, no sólo para la carne sino para la mente.
Mientras más vio de las
obras que se hacen bajo el sol, más vio la vanidad de estas; y la visión
a menudo afligió su espíritu.
No podía ganar satisfacción para sí mismo ni hacer ese bien a los demás,
cosa que él esperaba.
Aun la búsqueda de conocimiento y sabiduría dejó al descubierto la
maldad y miseria del hombre;
de modo que mientras más sabía, más razón veía para lamentarse y hacer
duelo. Aprendamos a
odiar y temer el pecado, causa de toda esta vanidad y miseria; a valorar
a Cristo; a buscar reposo
en el conocimiento, el amor y el servicio del Salvador.
CAPÍTULO II
Versículos 1—11. La vanidad y
aflicción de la alegría, el placer sensual, las riquezas y la pompa.
12—17. La sabiduría humana es insuficiente. 18—26. Este mundo debe usarse conforme a la
voluntad de Dios.
Vv. 1—11. Salomón pronto encontró que la alegría y
el placer son vanidad. ¿Qué hace la alegría
ruidosa y brillante, pero transitoria, para hacer feliz al hombre? Los
múltiples inventos del corazón
del hombre para obtener satisfacción en el mundo, y su cambio de una
cosa a otra, son como la
inquietud del hombre con fiebre. Al darse cuenta que era necedad darse
al vino, en seguida prueba
las costosas diversiones de los príncipes. Los pobres, cuando leen tal
descripción, están prontos a
sentirse descontentos. Pero el remedio contra todos esos sentimientos
está en la estimación de todo
por parte del autor que reconoce su resultado. Toda era vanidad y
aflicción de espíritu: y las mismas
cosas rendirían el mismo resultado para nosotros, que para Salomón.
Teniendo comida y ropa,
estemos contentos con eso. —Su sabiduría permaneció con él; un firme
entendimiento con un gran
conocimiento humano. Pero todo placer terrenal, cuando está desconectado
con las mejores
bendiciones, deja la mente tan ansiosa e insatisfecha como antes. La
felicidad no surge de la
situación en que somos puestos. Sólo a través de Jesucristo se puede
obtener la dicha final.
Vv. 12—17. Salomón halla que el conocimiento y la
prudencia son preferibles a la ignorancia y
necedad, aunque la sabiduría y el conocimiento humano no harán feliz al
hombre. Los hombres más
doctos que mueran ajenos a Cristo Jesús, perecerán igualmente con el más
ignorante; ¿y qué bien
puede recomendarse en la tierra para el cuerpo en la tumba o el alma en
el infierno? Y los espíritus
de los hombres justos hechos perfectos no pueden quererlos. Así que si
esto fuese todo, podríamos
ser guiados a odiar nuestra vida, porque todo es vanidad y aflicción de
espíritu.
Vv. 18—26. Nuestros corazones son muy reacios a
abandonar sus expectativas de grandes cosas
de parte de la criatura, pero Salomón llegó a esto finalmente. El mundo
es un valle de lágrimas aun
para los que tienen mucho. Véase cuán necios son los que se hacen
esclavos del mundo, que no
puede permitir al hombre nada mejor que sustento para el cuerpo. Lo
máximo que se puede obtener
en este aspecto es permitirse un uso sobrio y grato conforme a su rango
y condición. Pero debemos
disfrutar lo bueno en nuestro trabajo; debemos usar las cosas que nos hagan diligentes y
alegres en
los negocios mundanos. Esto es dádiva de Dios. —Las riquezas son
bendición o maldición para el
hombre conforme tenga o no un corazón para hacer buen uso de ellas. A
los que son aceptados del
Señor, les da gozo y satisfacción en su conocimiento y su amor, pero al
pecador le asigna esfuerzo,
tristezas, vanidad y aflicción al procurar la porción del mundo que, no
obstante, después va a parar a
mejores manos. Que el pecador considere seriamente su final definitivo.
Procurar una porción
perdurable en el amor de Cristo y las bendiciones que concede, es el
camino único al goce
verdadero y satisfactorio aun de este mundo presente.
CAPÍTULO III
Versículos 1—10. El cambio en los
asuntos humanos. 11—15. Los
inmutables consejos divinos. 16
—22. La vanidad del poder mundano.
Vv. 1—10. Tener la expectativa de felicidad
invariable en un mundo cambiante debe terminar en el
desengaño. Conducirnos a nuestro estado en la vida es nuestro deber y
sabiduría en este mundo. El
plan total de Dios para el gobierno del mundo es completamente sabio,
justo y bueno. Entonces,
aprovechemos la oportunidad favorable para todo buen propósito y toda
buena obra. El tiempo de
morir se acerca veloz. Así, pues, el esfuerzo y la tristeza llenan el
mundo. Esto nos es dado: que
siempre tengamos algo que hacer; nadie es enviado al mundo para estar de
ocioso.
Vv. 11—15. Toda cosa es como Dios la hizo; no como
nos parece. Tanto tenemos al mundo en
nuestro corazón, tan presos estamos con pensamientos y preocupaciones de
cosas mundanas que no
tenemos tiempo ni espíritu para ver la mano de Dios en ellas. El mundo
no sólo ha logrado la
posesión del corazón; ha formado pensamientos contra la belleza de las
obras de Dios. —Nos
equivocamos si pensamos que nacimos para nosotros mismos; no, nuestro
negocio es hacer el bien
en esta vida que es corta e incierta; tenemos poco tiempo para hacer el
bien, por tanto debemos
redimir el tiempo. —La satisfacción con la providencia divina es tener
fe en que todas las cosas
ayudan a bien a los que a Dios aman. Dios hace todo para que los hombres
teman ante Él. El mundo
fue y será como es. No nos ocurre cambio, ni tentación alguna nos ha
sobrevenido que no sea
humana, común a los hombres.
Vv. 16—22. Sin el temor al Señor el hombre no es
sino vanidad; déjalo de lado y los jueces no
usarán bien su poder. Hay otro Juez que está a la puerta. Con Dios hay
tiempo para el arreglo de las
aflicciones aunque todavía no lo veamos. Salomón parece expresar su
deseo de que los hombres se
den cuenta que al elegir este mundo como su porción, se ponen a un nivel
con las bestias, sin ser
libres, como ellas, de las aflicciones presentes y de la cuenta futura.
Ambos retornan al polvo del
cual fueron tomados. ¡Qué poca razón tenemos de enorgullecernos de
nuestro cuerpo o de los logros
corporales! Pero como nadie puede comprender perfectamente, pocos son
los que consideran de
manera apropiada la diferencia entre el alma racional del hombre y el espíritu
o vida de la bestia. El
espíritu del hombre asciende para ser juzgado y, luego, es puesto en un
estado inmutable de
felicidad o miseria. Es tan cierto como que el espíritu de la bestia
desciende a la tierra; perece en la
muerte. Es por cierto lamentable el caso de los que tienen como sus
esperanzas y deseos más altos,
morir como las bestias. Que nuestra pregunta sea: ¿cómo puede una
eternidad de existencia ser para
nosotros una eternidad de placer? Responder esto es el gran designio de
la revelación. Jesús es
revelado como el Hijo de Dios y esperanza de los pecadores.
CAPÍTULO IV
Versículos 1—3. Desgracias de la
opresión. 4—6. Problemas
de la envidia. 7, 8. La
necedad de la
codicia. 9—12. Las
ventajas de la ayuda mutua. 13—16. Los cambios de la realeza.
Versículos 1—3. Apena a Salomón ver que la fuerza prevalece contra el
derecho. Donde quiera nos
volvamos vemos pruebas tristes de la maldad y miseria de la humanidad
que trata de crear
problemas para sí mismos y unos a otros. —Siendo así duramente tratados,
los hombres se tientan a
odiar y despreciar la vida. Pero el hombre bueno, aunque en mala
condición mientras está en este
mundo, no puede tener causa para desear no haber nacido nunca, puesto
que él está glorificando al
Señor, aun en el fuego de las tribulaciones, y al final será feliz, por
siempre feliz. Los impíos tienen
mucha razón para desear la continuación de la vida con todas sus
aflicciones, porque los espera un
estado mucho más desgraciado si mueren en sus pecados. —Si las cosas
humanas y mundanas
fueran nuestro sumo bien, no existir sería preferible a la vida,
considerando las diversas opresiones
que hay aquí abajo.
Vv. 4—6. Salomón toma nota de la fuente de
problemas peculiares a los bienhechores e incluye
a todos los que trabajan con diligencia y cuyos esfuerzos son coronados
con éxito. A menudo llegan
a ser grandes y prósperos, pero esto despierta envidia y oposición.
Otros, viendo las aflicciones de
una vida activa, esperan neciamente más satisfacción de la pereza y del
ocio. Pero el ocio es pecado
que, en sí mismo, es su castigo. —Por medio de una actividad honesta
tomemos un puñado, para
que no nos falte lo necesario, pero no tomemos a manos llenas, porque
eso sólo crearía aflicción de
espíritu. Los dolores y las ganancias moderadas son lo mejor.
Vv. 7, 8. Mientras más tienen los hombres, suelen
desear más, y en esto ponen tanto esfuerzo
que no disfrutan lo que ya tienen. El egoísmo es la causa de este mal.
El hombre egoísta no se
interesa en nadie; no hay de quien cuidar, sino de sí mismo, pero
escasamente se permite el reposo
necesario para sí y para la gente que emplea. Nunca piensa que tiene
suficiente. Tiene suficiente
para sus compromisos, para su familia, pero no tiene suficiente según su
criterio. Muchos están tan
metidos en el mundo que, por ir en pos de éste, se privan a sí mismos,
no sólo del favor de Dios y
de la vida eterna, sino de los placeres de esta vida. Los parientes
lejanos o los extraños que heredan
la riqueza de un hombre así, nunca le agradecen. La codicia adquiere
fuerzas con el tiempo y la
costumbre; los hombres que hacen equilibrios al borde de la tumba, se
ponen más ambiciosos y
avaros. ¡Sí, cuán a menudo vemos hombres que profesan ser seguidores de
Aquel que, “aunque era
rico por nosotros se hizo pobre”, y juntan ansiosamente dinero y lo
guardan muy bien,
disculpándose con las excusas comunes que hablan de la necesidad de
cuidarse, y del peligro de la
extravagancia!
Vv. 9—12. Seguro que tiene más satisfacción en la
vida el que trabaja duro para mantener a los
que ama, que el avaro en su trabajo. —En todas las cosas la unión tiende
al éxito y a la seguridad,
pero por sobretodo, la unión de los cristianos. Ellos se asisten unos a
otros exhortándose o
reprendiéndose amistosamente. Dan calor a los corazones uno al otro,
mientras juntos hablan del
amor de Cristo, o se unen para cantar sus alabanzas. Entonces, mejoremos
nuestras oportunidades
de comunión cristiana. En estas cosas no todo es vanidad aunque habrá algo de eso en la medida
que estemos bajo el sol. Donde haya dos estrechamente unidos en santo
amor y comunión, Cristo
vendrá a ellos por su Espíritu; entonces, hay un cordón triple.
Vv. 13—16. La gente nunca está cómoda y satisfecha
por largo tiempo; son aficionados al
cambio. Esto no es novedad. Los príncipes se ven tratados a la ligera
por aquellos a quienes habían
pensado obligar haciéndoles favores; esto es vanidad y aflicción de
espíritu. Pero los siervos
dispuestos del Señor Jesús, nuestro Rey, se regocijan solo en Él, y le
amarán más y más por toda la
eternidad.
CAPÍTULO V
Versículos 1—3. Lo que hace vana la
devoción. 4—8. De
los votos y la opresión. 9—17.
Demostración de la vanidad de las riquezas. 18—20. El uso correcto de las riquezas.
Vv. 1—3. Ve al culto de Dios y dedica tiempo a
fin de prepararte para Él. Evita que tus
pensamientos divaguen y deambulen; guarda tus afectos para que no corran
hacia objetos indebidos.
Debemos evitar las repeticiones vanas; aquí no se condenan las oraciones
copiosas, sino las que no
tienen sentido. ¡Cuán a menudo nuestros pensamientos errabundos prestan
atención a las
ordenanzas divinas apenas mejor que el sacrificio de los necios! Las
muchas palabras, y las
presurosas, usadas en la oración, demuestran la necedad del corazón, los
bajos pensamientos sobre
Dios y los pensamientos desconsiderados de nuestras propias almas.
Vv. 4—8. Cuando una persona hace voto
apresuradamente, permite que su boca haga pecar su
carne. El caso supone a un hombre que va donde el sacerdote pretendiendo
que su voto fue hecho
precipitadamente, y que sería malo cumplirlo. Tal burla de Dios acarrea
el descontento divino, que
podría maldecir lo que indebidamente no se cumplió. —Tenemos que
suprimir el miedo al hombre.
Pon a Dios delante de ti; entonces, si ves la opresión del pobre, no
hallarás falta en la providencia
divina ni pensarás lo peor de la institución del magistrado, cuando veas
el final de lo que asi fue
pervertido; ni de la religión cuando veas que no resguarda a los hombres
de sufrir el mal; pero
aunque los opresores pudieran estar seguros, Dios reconocerá todo.
Vv. 9—17. La bondad de la providencia es
distribuida más igualitariamente de lo que parece al
observador descuidado. Al rey le faltan las cosas corrientes de la vida
y el pobre las comparte; éste
se deleitan con su bocado más que aquel en sus lujos. Hay deseos
corporales que la misma plata no
satisfará, mucho menos la abundancia mundana satisfará deseos
espirituales. Mientras más tienen
los hombres, mejor es la casa que deben mantener, más sirvientes deben
emplear, más invitados
deben agasajar, y más gente dependerá de ellos. —El sueño del trabajador
es dulce, no sólo porque
está cansado, sino porque tiene pocas preocupaciones que interrumpan su
sueño. El sueño del
cristiano diligente, y su sueño largo, son dulces; habiéndose entregado
él mismo y su tiempo al
servicio de Dios, puede reposar alegremente en Dios como su Reposo. Pero
los que tienen todo lo
demás, a menudo no logran asegurar una buena noche de sueño; su
abundancia interrumpe su
reposo. Las riquezas hieren y alejan el corazón de Dios y del deber. Los
hombres se hieren con sus
riquezas, no sólo gratificando sus lujurias sino oprimiendo al prójimo,
y tratándolo duramente.
Verán que han trabajado para el viento cuando, al morir, hallen que el
provecho de sus trabajos se
fue como el viento, sin saber adónde. ¡Cuán mal soporta el mundano
codicioso las calamidades de
la vida humana! Él no se apena para arrepentirse, sino se enoja con la
providencia de Dios, se enoja
por todo acerca de él; esto dobla su aflicción.
Vv. 18—20. La vida es don de Dios. No debemos ver
nuestra ocupación como trabajo de
esclavo, sino complacernos en la vocación en que Dios nos pone. Un
espíritu alegre es una gran
bendición; facilita el empleo y aligera las aflicciones. Habiendo hecho
el uso apropiado de las
riquezas, el hombre recordará los días de su vida pasada con placer. La
manera en que Salomón se
refiere a Dios como el Dador de la vida y de sus deleites, demuestra que
ellos deben aceptarse y
usarse de manera coherente con su voluntad y para su gloria. —Que este
pasaje recomiende a todos
las palabras amables del Redentor misericordioso: “trabajad, no por la
comida que perece, sino por
la comida que a vida eterna permanece”. Cristo es el Pan de vida, el
único alimento del alma. Todos
están invitados a participar de esta provisión celestial.
CAPÍTULO VI
Versículos 1—6. La vanidad de las
riquezas.—También de la vida larga y las familias florecientes.
7—12. El poco provecho que uno tiene en las
cosas externas.
Vv. 1—6. El hombre suele tener todo lo que
necesita para el goce externo, pero el Señor lo deja
librado a la codicia o a malas disposiciones para que no use bien ni
cómodamente lo que tiene. Por
uno y otro medio sus posesiones van a los extraños; esto es vanidad y
mal doloroso. —Una familia
numerosa era cuestión de entrañable deseo y de mucha honra para los
hebreos; una vida larga es el
deseo de la humanidad en general. Aun con estos agregados, el hombre
puede no ser capaz de
disfrutar sus riquezas, familia, y vida. Tal hombre, en su paso por la
vida, parece haber nacido para
ningún fin ni utilidad. El que ha entrado a la vida sólo por un momento,
para dejarla en el siguiente,
tiene una suerte preferible al que ha vivido mucho, pero sólo para
sufrir.
Vv. 7—12. Un poco de voluntad sirve para
sostenernos cómodamente y mucha no puede hacer
más. Los deseos del alma nada satisfactorio encuentran en la riqueza del
mundo. El hombre pobre
tiene consuelo como el más rico, y no está en desventaja real. —No
podemos decir: Mejor es la
visión de los ojos que el reposo del alma en Dios; porque mejor es vivir
por fe en las cosas
venideras que vivir por los sentidos que habitan sólo en las cosas
presentes. Nuestra suerte está
echada. Tenemos lo que place a Dios y que eso nos plazca. Las mayores
posesiones y honores no
pueden ponernos por encima de los sucesos corrientes de la vida humana.
Viendo que las cosas que
persiguen los hombres en la tierra, aumentan las vanidades, ¿es mejor el
hombre por sus cosas
terrenales? —Nuestra vida en la tierra debe ser contada por días. Es
pasajera e incierta y con poco a
qué aficionarse o en qué depender. Volvamos a Dios, confiemos en su misericordia
por medio de
Jesucristo y sometámonos a su voluntad. Entonces pronto nos deslizaremos
a través de este mundo
de aflicción, y nos hallaremos en ese lugar feliz donde hay plenitud de
gozo y deleites para siempre.
CAPÍTULO VII
Versículos 1—6. El beneficio del
buen nombre; de la muerte sobre la vida; de la pena sobre la
alegría vana. 7—10. Tocante
a la opresión, la ira y el descontento. 11—22. Ventajas de la
sabiduría. 23—29. Experiencia
de la maldad del pecado.
Vv. 1—6. La reputación de piedad y honestidad es
más deseable que toda la riqueza y el placer de
este mundo. Es mejor ir a un funeral que a una fiesta. Podemos ir a
ambas, según haya ocasión;
nuestro Salvador festejó en la boda de su amigo de Canaán y lloró en la
tumba de su amigo de
Betania. Sin embargo, considerando cuán dados somos a ser vanos y dar el
gusto a la carne, mejor
es ir a la casa del luto para aprender el fin del hombre en este mundo. —La
seriedad es mejor que la
alegría y el júbilo. Es mejor para nosotros lo que es mejor para nuestra
alma aunque sea
desagradable para los sentidos. Mejor es mortificar nuestra corrupción
por la reprensión del sabio
que gratificarla con el canto de los necios. La risa del necio se va
pronto, el fin de su alegría es la
pesadumbre.
Vv. 7—10. Los eventos de nuestras pruebas y
dificultades suelen ser mejores que lo que
pensamos primero. Ciertamente es mejor ser paciente de espíritu que
orgulloso y apresurado. No te
enojes rápido ni te apresures a sentirte afrentado. No te enojes por
mucho tiempo; aunque la ira
pueda estar en el seno del sabio, pasa por ahí como hombre en viaje; se
queda sólo en el seno de los
necios. —Necedad es lamentar la maldad de nuestro tiempo, cuando tenemos
más razón para llorar
por la maldad de nuestro corazón; y aun en estos tiempos disfrutamos de
muchas misericordias.
Necedad es llorar por la bondad de tiempos pasados, como si en los
tiempos pasados hubieran las
mismas cosas que lamentar que tenemos nosotros; esto surge del
descontento y de la disposición a
contender con el mismo Dios.
Vv. 11—22. La sabiduría es tan buena como una
herencia, sí, mejor. Protege de las tormentas y
del calor quemante de la tribulación. La riqueza no alarga la vida
natural, pero la sabiduría
verdadera da vida espiritual y fortalece a los hombres para servir
sujetos a sus sufrimientos. —
Miremos la disposición de nuestro estado como obra de Dios, y al final,
todo resultará haber sido
para mejor. En obras de justicia no te dejes llevar por los calores o
pasiones, no, no por el celo por
Dios. No te engañes sobre tus habilidades ni critiques todo, ni te
ocupes con los asuntos de otros
hombres. —Muchos que no serán tocados por el temor a Dios, y el terror
al infierno, evitarán
pecados que arruinen su salud y patrimonio, y los expongan a la justicia
pública. Pero los que temen
verdaderamente a Dios, tienen un sólo fin al servir, por tanto, actúan
con firmeza. —Si decimos que
no pecamos nos engañamos. Todo creyente verdadero está listo para decir:
Dios ten misericordia de
mí pecador. Al mismo tiempo, no olvides que la justicia personal, el
andar en la nueva vida, es la
única prueba real de interés por la fe en la justicia del Redentor. —La
sabiduría nos enseña a no ser
rápidos para resentirnos por las afrentas. No desees saber qué dice la
gente; si hablan bien de ti, se
alimentará tu orgullo; si hablan mal, incitará tu pasión. Preocúpate de
ser aprobado ante Dios y tu
propia conciencia, y entonces, no oigas lo que dicen de ti los hombres;
es más fácil pasar por veinte
afrentas que vengar una. Cuando se nos hace daño, examinemos si no hemos
hecho mal a otros.
Vv. 23—29. Salomón, en su indagatoria en la
naturaleza y razón de las cosas, había sido
miserablemente engañado. Pero aquí habla con santo pesar. El que solo
apunta constantemente a
complacer a Dios, puede tener la expectativa de escapar; el pecador
indiferente caerá,
probablemente para no levantarse más. —Ahora él descubre más que nunca
el mal del gran pecado
del cual había sido culpable: amar a mujeres extrañas, 1 Reyes xi, 1. No
había hallado una mujer
cabalmente recta y piadosa. ¿Cómo podía encontrarla entre las que había
coleccionado? Si alguna
de ellas hubiera estado bien dispuesta, la situación de ellas tendería a
volverlas a todas casi del
mismo carácter. Aquí él advierte a los demás contra los pecados en que
él fue traicionado. Más de
un varón piadoso puede reconocer, agradecido, que ha hallado una mujer
prudente y virtuosa en la
esposa de sus entrañas, pero los que han seguido la senda de Salomón, no
pueden esperar hallar una.
—Atribuye todas las corrientes de la transgresión presente a la fuente.
Claro es que el hombre es
corrompido y rebelde, y no como fue hecho. Lamentable es que el hombre,
a quien Dios hizo recto,
haya hallado tantos caminos para volverse malo y desgraciado. Bendigamos
a Dios por Jesucristo y
busquemos su gracia para ser contados con su pueblo elegido.
CAPÍTULO VIII
Versículos 1—5. Recomendaciones de
la sabiduría. 6—8. Prepararse
para los males súbitos y la
muerte repentina. 9—13. Al justo le irá bien y mal al malo.
Vv. 1—5. Ninguno de los ricos, poderosos,
honorables o cumplidos hijos de los hombres son tan
excelentes, útiles o felices como el hombre sabio. ¿Quién más puede
interpretar las palabras de Dios
o enseñar bien sus verdades y dispensaciones? —¡Qué locura debe ser para
criaturas débiles y
dependientes rebelarse contra el Todopoderoso! ¡Cuántos se forman
juicios equivocados y se
acarrean desgracias a sí mismos en esta vida y en la venidera!
Vv. 6—8. En su sabiduría Dios nos ha resguardado
del conocimiento de los hechos futuros para
que siempre estemos preparados para los cambios. Todos debemos morir, la
fuga, ni escondernos
nos puede salvar, ni hay armas para resistir eficazmente. Noventa mil
mueren por día, más de
sesenta por minuto, y uno cada segundo. ¡Qué pensamiento tan solemne!
¡Oh, que los hombres
fueran sabios, que entendieran estas cosas, que consideraran su final
definitivo! Solo el creyente
está preparado para comparecer a la solemne convocatoria. La maldad, por
la cual los hombres
suelen escapar de la justicia humana, no puede salvar de la muerte.
Vv. 9—13. Salomón observa que muchas veces un
hombre manda sobre otro para su propio
daño, y que la prosperidad los endurece en su maldad. Los pecadores se
engañan por esto. La
venganza llega lentamente, pero llega con toda seguridad. Los días de un
hombre bueno pueden
tener algo de sustancia; él vive con un buen propósito; los días del
hombre malo son todos como
sombra, vacíos y sin valor. Oremos para ver las cosas eternas como
cercanas, reales y de
importancia absoluta.
Vv. 14—17. Solo la fe puede estabilizar el corazón
en este escenario confuso, donde el justo
sufre a menudo y prospera el malo. Salomón recomienda el gozo y la santa
seguridad mental, que
surgen de la confianza en Dios, porque el hombre no tiene cosa mejor bajo el sol que usar sobria y
agradecidamente las cosas de esta vida conforme a su rango, aunque el
bueno tiene cosas muchos
mejores más allá del
sol. —Él no quisiera que nosotros tratáramos de dar una explicación de lo que
Dios hace. Pero dejando que el Señor aclare todas las dificultades a su
propio tiempo, podemos
alegremente disfrutar de consuelo y tolerar las pruebas de la vida;
mientras permanezcan en nostros
la paz de conciencia y el gozo en el Espíritu Santo, a través de todos
los cambios externos, y cuando
la carne y el corazón fallen.
CAPÍTULO IX
Versículos 1—3. A los hombres
buenos y a los malos les va igual en este mundo. 4—10.
Todo
hombre debe morir.—Su porción en esta vida. 11, 12. Las desilusiones corrientes. 13—18. Los
beneficios de la sabiduría.
Vv. 1—3. No tenemos que pensar que nuestra
búsqueda en la palabra o las obras de Dios sea inútil
porque no podamos explicar todas las dificultades. Podemos aprender
muchas cosas buenas para
nosotros mismos y útiles para los demás. Pero el hombre no puede decidir
siempre quién es objeto
del amor especial de Dios o quién está sometido a su ira; ciertamente
Dios hará una diferencia entre
lo precioso y lo vil, en el otro mundo. La diferencia en cuanto a la
felicidad presente surge de los
apoyos y consuelos interiores que disfruta el justo, y el beneficio que
deriva de las diversas pruebas
y misericordias. En cuanto a los hijos de los hombres concierne, son
dejados a sí mismos, sus
corazones llenos de mal, y la prosperidad en pecado les hace desafiar a
Dios, atreviéndose a hacer el
mal. Aunque a este lado de la muerte a menudo parece que al justo y al
malo les va igual, al otro
lado habrá una diferencia inmensa entre ellos.
Vv. 4—10. El patrimonio del hombre vivo más
despreciable es preferible al del más noble que
muere impenitente. Salomón exhorta al sabio y piadoso a confiar
alegremente en Dios cualquiera
sea su condición en la vida. El bocado más vil, viniendo del amor de su
Padre, como respuesta a la
oración, tendrá un deleite peculiar. No que establezcamos nuestros
corazones en los deleites
sensuales, sino que podamos usar con sabiduría lo que Dios nos ha dado.
El gozo aquí descrito es la
alegría del corazón que brota del sentido del favor divino. —Este es el
mundo del servicio; el
venidero es el mundo de la recompensa. Todos en sus posiciones pueden
hallar alguna obra que
hacer. Y por sobre todo, los pecadores tienen que cuidar de la salvación
de su alma, los creyentes
tienen que probar su fe, adornar el evangelio, glorificar a Dios y
servir a su generación.
Vv. 11, 12. El éxito de los hombres rara vez iguala
a sus expectativas. Debemos usar los medios,
pero no confiar en ellos: si triunfamos debemos alabar a Dios; si
fracasamos, debemos someternos a
su voluntad. Los que postergan la gran preocupación por sus almas, son
atrapados en la red de
Satanás, en la cual él pone como carnada algún objeto mundano, por el
cual ellos rechazan o
descuidan el evangelio y siguen pecando hasta que, súbitamente, caen en
la destrucción.
Vv. 13—18. Por su sabiduría el hombre puede hacer
que ocurra lo que nunca haría por su
fuerza. Si Dios es por nosotros, ¿quién puede estar contra nosotros, o
resistir ante nosotros?
Salomón observa el poder de la sabiduría, aunque pueda esforzarse mucho
bajo las desventajas
externas. ¡Cuán persuasivas son las palabras rectas! Pero los hombres
sabios y buenos a menudo
deben contentarse con la satisfacción de haber hecho algo bueno o, al
menos, haberse propuesto
hacerlo, cuando no pueden hacer el bien que quisieran, ni tener la
alabanza que debieran. —
¿Cuántos de los buenos dones, tanto de la naturaleza como de la
providencia, destruye y despilfarra
un pecador? El que destruye su alma, destruye mucho bien. Un pecador
puede llevar a muchos a sus
caminos destructores. Véase quiénes son los amigos y los enemigos de un
reino o una familia, un
santo hace mucho bien, y un pecador destruye mucho bien.
CAPÍTULO X
Versículos 1—3. Preservar el
carácter para la sabiduría. 4—10. Respecto de súbditos y reyes. 11—
15. Del hablar necio. 16—20. Deberes de reyes y súbditos.
Vv. 1—3. Los que profesan la religión deben,
especialmente, guardarse de toda apariencia de mal.
El sabio tiene una gran ventaja sobre el necio, que siempre pierde
cuando tiene algo que hacer. El
pecado es el reproche de los pecadores, donde quiera que vayan, y
muestra la necedad de ellos.
Vv. 4—10. Salomón parece advertir a los hombres
que no procuren reaccionar de modo
apresurado ni ceder al orgullo y la venganza. No dejes, por una pasión,
tu puesto del deber; espera
un poco y verás que ceder apacigua grandes ofensas. —Los hombres no son
preferidos conforme a
su mérito. Los que más a menudo salen adelante para ofrecer ayuda, son
los que menos conscientes
están de las dificultades o de las consecuencias. —El mismo comentario
se aplica a la iglesia o
cuerpo de Cristo, en que todos los miembros deben tener el mismo interés
unos por otros.
Vv. 11—15. Hay una costumbre en el Oriente que es
encantar serpientes con música. La lengua
del charlatán es un mal descontrolado, lleno de veneno mortal; y la
contradicción sólo la hace más
violenta. Debemos encontrar la manera de mantenerlo tranquilo, pero, por
el hablar precipitado, sin
principios o calumniador, él se acarrea a sí mismo la venganza franca o
en secreto. —Si
consideráramos debidamente nuestra propia ignorancia de los sucesos
futuros, se disminuirían
muchas palabras ociosas que multiplicamos neciamente. —Los necios se
esfuerzan mucho sin
propósito. No entienden las cosas más simples, tal como la entrada a una
gran ciudad. Pero es la
excelencia del camino a la ciudad celestial la que es una autopista, en
que no errarán los viajeros
más sencillos, Isaías xxxv, 8. Pero la necedad pecaminosa hace que los
hombres pierdan el único
camino a la felicidad.
Vv. 16—20. La felicidad de una tierra depende del
carácter de sus reyes. El pueblo no puede ser
feliz cuando sus príncipes son pueriles y amantes del placer. La pereza
es de mala consecuencia,
tanto para los asuntos públicos como para los privados. El dinero, de
por sí, no alimenta ni viste,
aunque responde a las ocasiones de esta vida, puesto que lo que se ha de
tener, por lo general, se
obtiene por dinero. Pero el alma, que no sea redimida, no se mantiene
con cosas corruptibles como
el oro y la plata. —Dios ve lo que hacen los hombres y oye lo que dicen
en secreto; y, cuando le
place, lo saca a la luz por maneras extrañas e insospechadas. Si hay
riesgo en los pensamientos y
susurros secretos contra los reyes terrenales, ¿cuál debe ser el peligro
de cada obra, palabra o
pensamiento de rebeldía contra el Rey de reyes y Señor de señores? Él ve
en secreto. Su oído
siempre está abierto. ¡Pecador, no maldigas al REY en tu pensar más
íntimo! Tus maldiciones no
pueden afectarle, pero su maldición, descendiendo sobre ti, te hundirá
en lo más profundo del
infierno.
CAPÍTULO XI
Versículos 1—6. Exhortación a la
generosidad. 7—10. Amonestación
a prepararse para la muerte
y a los jóvenes, a ser religiosos.
Vv. 1—6. Salomón insta a los ricos a hacer el
bien al prójimo. Dar generosamente, aunque parezca
que se tira y se pierde. Dar a muchos. No te excuses del bien que tienes
aún para hacer, con un bien
que ya hiciste. No se pierde, sino que es un bien depositado. Tenemos
razón para esperar el mal,
porque nacimos problemas; sabiduría es hacer el bien en el día de la
prosperidad. —Las riquezas no
nos pueden aprovechar si no beneficiamos a los demás. Todo hombre debe
trabajar para ser una
bendición en el lugar donde la providencia de Dios lo ponga. Donde
estemos podemos hallar buena
obra que hacer, si tenemos el corazón dispuesto. —Si magnificamos cada
pequeña dificultad,
planteamos objeciones y penurias fantásticas, nunca iremos adelante y,
mucho menos, terminaremos
con nuestra obra. Los vientos y las nubes de la tribulación están en las
manos de Dios preparados
para probarnos. La obra de Dios será según su palabra, sea que lo veamos
o no. Bien podemos
confiar en que Dios nos provea, sin nuestros afanes ansiosos e inquietos.
No te canses de hacer el
bien, porque, a su tiempo, en el tiempo de Dios, cosecharás, Gálatas vi,
9.
Vv. 7—10. La vida es dulce para los hombres malos,
porque ellos tienen su porción en esta
vida; es dulce para los buenos, porque es el tiempo de preparación para
lo mejor; es dulce para
todos. Aquí hay una advertencia para pensar en la muerte aun cuando la
vida sea más dulce que
nunca. —Salomón hace un discurso que afecta a la gente joven. Ellos
desean la oportunidad para
perseguir cada placer. Entonces, sigue tus deseos, pero ten la seguridad
de que Dios te llamará a
juicio. ¡Cuántos dan rienda suelta a todo apetito y corren a todo placer
vicioso! Pero Dios registra
cada uno de sus pensamientos y deseos pecadores, sus palabras ociosas y
palabras malas. Si ellos
quieren evitar el remordimiento y el terror, si quieren tener esperanza
y consuelo en el lecho de
muerte, si quieren escapar de la miseria aquí y en el más allá,
recuerden la vanidad de los placeres
juveniles. —Evidente es que Salomón quiere condenar los placeres del
pecado. Su objetivo es llevar
al joven a deleites más duraderos y más puros. Este no es el lenguaje de
uno que regaña de los
placeres juveniles porque no puede participar ya más de ellos; si no el
de quien, por milagro de
misericordia, ha sido llevado de vuelta a la seguridad. Él persuadirá al
joven de probar un rumbo del
cual tan pocos regresan. Si el joven quiere vivir una vida de felicidad
verdadera, si quiere
asegurarse la felicidad en el más allá, que se acuerde de su Creador en
los días de su juventud.
CAPÍTULO XII
Versículos 1—7. Descripción de las
enfermedades de la vejez. 8—14. Todo es vanidad: también
una advertencia del juicio venidero.
Vv. 1—7. Debemos acordarnos de los pecados
cometidos contra nuestro Creador, arrepentirnos, y
pedir perdón. Debemos recordar nuestro deber y afrontarlo, buscando en
Él la gracia y el poder.
Esto debe hacerse temprano, mientras el cuerpo es fuerte y el espíritu
activo. Cuando el hombre
siente dolor al revisar una vida malgastada, de no haber abandonado el
pecado ni las vanidades del
mundo hasta que se ve obligado a decir: yo no tengo en ellos
contentamiento, su sinceridad se
vuelve muy cuestionable. Luego, sigue una descripción figurada de la
vejez y sus dolencias, la cual
tiene ciertas dificultades, pero el significado es claro: mostrar cuán
incómodos son, por lo general,
los días de la vejez. Como los cuatro versículos, 2—5, son una
descripción figurativa de las
enfermedades que habitualmente acompañan a la vejez, así, el versículo
6, comenta las
circunstancias que acompañan la hora de la muerte. Si el pecado no
hubiera entrado al mundo, no se
hubieran conocidos estas enfermedades. Ciertamente, entonces, el viejo
debiera reflexionar en el
mal del pecado.
Vv. 8—14. Salomón repite su texto: VANIDAD DE
VANIDADES, TODO ES VANIDAD.
Estas son las palabras de uno que podía hablar por propia y cara
experiencia de la vanidad del
mundo, que nada puede hacer para aliviar a los hombres de la carga del
pecado. —Al considerar el
valor de las almas, presta buena atención a lo que dijo y escribió:
palabras de verdad que siempre
serán palabras aceptables. Las verdades de Dios son como aguijones para
quienes son torpes y
alejados; y clavos para los que andan descarriados y desviados; medios
de estabilizar al corazón a
fin de que nunca nos apartemos de nuestro deber ni seamos quitados de
este. —El Pastor de Israel
es el Dador de la sabiduría inspirada. Todos los maestros y los guías
reciben sus comunicaciones. El
título se aplica en la Escritura al Señor Jesucristo, el Hijo de Dios.
Los profetas inquirieron y
diligentemente indagaron qué persona y qué tiempo, indicaba el Espíritu
de Cristo que estaba en
ellos, cuando anunciaron de antemano los sufrimientos de Cristo, y las
glorias que vendrían tras
ellos. —Escribir muchos libros no era adecuado para la corta vida
humana, y sería cansancio para el
escritor y el lector; entonces era mucho más para ambos de lo que es
ahora. Todas las cosas serían
vanidad y aflicción, a menos que condujesen a esta conclusión: temer a
Dios y obedecer sus
mandamientos es el todo del hombre. El temor de Dios incluye en sí todos
los afectos del alma, los
que son producidos por el Espíritu Santo. Puede haber terror donde no
hay amor, sí, donde hay odio.
Pero esto es diferente del gracioso temor de Dios, como los sentimientos
de un niño afectuoso. A
menudo se pone en el corazón el temor de Dios como el todo de la
religión verdadera, lo que
comprende sus resultados prácticos en la vida. —Atendamos a lo único
necesario y, ahora, vayamos
a Él como Salvador misericordioso, que pronto vendrá como Juez
todopoderoso, cuando saque a la
luz las cosas de las tinieblas y exponga los consejos de todos los
corazones. ¿Por qué Dios registra
en su palabra que TODO ES VANIDAD sino para impedir que nos engañemos
para nuestra ruina?
Él hace que nuestro deber sea nuestro interés. Que se grabe en nuestros
corazones: Teme a Dios y
guarda sus mandamientos porque esto es el todo del hombre.
Henry, Matthew