CANTAR DE LOS
CANTARES
Este libro es una alegoría divina que representa el amor entre Cristo y
la Iglesia de los creyentes
verdaderos, con figuras tomadas de la relación y afecto que existe entre
un marido y su mujer; un
emblema a menudo empleado en la Escritura para describir la relación más
íntima, más firme y
segura: véase Salmo xlv; Isaías liv, 5, 6.; lxii, 5; Jeremías ii, 2;
iii, 1; también en Ezequiel, Oseas y
de nuestro mismo Señor, Mateo ix, 15; xxv, 1: véase también Apocalipsis
xxi, 2, 9; Efesios v, 27.
No hay carácter en la Iglesia de Cristo y ninguna situación en que el
creyente sea puesto, que no se
pueda buscar en este libro, como hallarán los escudriñadores humildes,
al compararlo con otros
pasajes, con la ayuda de Dios Espíritu Santo, y en respuesta a sus
súplicas. Sin embargo, gran parte
del lenguaje ha sido malentendido por los expositores y los traductores.
La diferencia entre los usos
y costumbres de Europa y Oriente, debe tenerse especialmente en
consideración. La poca
familiaridad con las costumbres orientales de la gran mayoría de
nuestros primeros expositores y
traductores ha impedido, en muchos casos, la traducción correcta.
Además, los cambios ocurridos
en nuestro propio idioma los últimos dos o tres siglos, afectan la
manera en que se entienden
algunas expresiones y no deben juzgarse por las nociones modernas. Pero
el bosquejo en general,
correctamente interpretado, concuerda plenamente con los afectos y
experiencias del cristiano
sincero.
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CAPÍTULO I
Versículo 1. El título. 2—6. La Iglesia confiesa su deformidad. 7, 8. La Iglesia busca a Cristo para
que la guíe al lugar de reposo de su pueblo. 9—17. El elogio de Cristo para la Iglesia.—La
estima de la Iglesia por Él.
Vv. 1. Este es “El Cantar de los Cantares”
excelente por sobre todos los demás, porque está
totalmente dedicado a describir las excelencias de Cristo y su amor con
su pueblo redimido.
Vv. 2—6. La Iglesia o, más bien el creyente,
habla aquí en su carácter de esposa del Rey, el
Mesías. —Los besos de su boca significan la seguridad del perdón con que
son favorecidos los
creyentes, llenándolos de paz y gozo, al creer, y haciendo que abunden
en esperanza por el poder
del Espíritu Santo. —Las almas en gracia se complacen hasta lo sumo en
amar a Cristo y ser
amadas por Él. El amor de Cristo es más valioso y deseable que lo mejor
que este mundo puede dar.
El nombre de Cristo no es ahora como ungüento sellado, sino como
ungüento derramado, lo cual
denota la libertad y plenitud del establecimiento de su gracia por el
evangelio. —Los que Él ha
redimido y santificado son aquí las vírgenes que aman a Jesucristo, y le
siguen donde Él vaya,
Apocalipsis xiv, 4. Ellos le piden que los guíe por la influencia
vivificante de Su Espíritu. Mientras
más claramente discernimos la gloria de Cristo, más conscientes estamos
de que somos incapaces
de seguirle adecuadamente y, al mismo tiempo, estamos más deseosos de
hacerlo. —Obsérvese la
respuesta pronta dada a esta oración. Quienes esperan en la puerta de la
Sabiduría, serán guiados en
la verdad y el consuelo. Llevados a esta recámara, se desvanecerán
nuestros pesares. No tenemos
gozo sino en Cristo y por esto estamos en deuda con Él. Nos acordaremos
dar gracias por tu amor;
nos causará impresiones más duraderas que cualquier otra cosa de este
mundo. No es aceptable el
amor a Cristo si no es amor sincero, Efesios vi, 24. —Las hijas de
Jerusalén pueden ser profesantes
aún no firmes en la fe. La esposa era negra, como las tiendas de los
árabes nómadas, pero bella
como las cortinas magníficas de los palacios de Salomón. El creyente es
negro, por contaminación y
pecador por naturaleza, pero bello al ser renovado por la gracia divina
en la santa imagen de Dios.
Está aún deformado con residuos de pecado, pero bello por ser aceptado
en Cristo. A menudo es
bajo y despreciable para la estimación de los hombres, pero excelente a
ojos de Dios. La negrura se
debía al duro trato sufrido. Los hijos de la Iglesia, su madre, pero no
de Dios, su Padre, estaban
enojados con ella. Ellos la habían hecho sufrir cosas duras que hicieron
que ella dejara el cuidado de
su alma. Así, pues, bajo el emblema de una pobre mujer, hecha cónyuge
escogida de un príncipe,
somos llevados a considerar las circunstancias en que Cristo acostumbra
a hallar a los objetos de su
amor. Eran miserables esclavos del pecado, en trabajos forzados,
afligidos, agotados y muy
cargados, pero ¡qué grande el cambio cuando el amor de Cristo se
manifiesta a sus almas!
Vv. 7, 8. Obsérvese el título dado a Cristo: Oh,
tú, a quien ama mi alma. Quienes así dicen,
pueden ir directamente a Él, y pueden presentarle humildemente su
alegato. ¿Hay en el pueblo de
Dios un medio día de problemas externos, y conflictos internos? Cristo
tiene reposo para ellos.
Aquellos cuyas almas aman a Jesucristo, desean fervorosamente compartir
los privilegios de su
rebaño. Apartarse de Cristo es lo que temen las almas en la gracia más
que cualquier otra cosa. —
Dios está listo para responder la oración. Sigue el camino, pregunta por
el antiguo buen camino,
observa las huellas del rebaño, mira lo que ha sido la costumbre del
pueblo santo. Siéntate bajo la
dirección de buenos ministros; al lado de las tiendas de los pastores.
Lleva tu carga a ellos, ellos te
darán la bienvenida. Será el deseo y oración ferviente del cristiano que
Dios lo dirija así en sus
negocios mundanos y que así ordene su situación y ocupación para que él
pueda tener a su Señor y
Salvador siempre delante de él.
Vv. 9—17. El Esposo elogia con altura a su esposa.
A la vista de Cristo, los creyentes son lo
excelente de la tierra, aptos instrumentos para fomentar su gloria. Los
dones y las gracias
espirituales que Cristo otorga a todo creyente verdadero, son descritos
por los ornamentos entonces
en uso, versículos 10, 11. —Las gracias de los santos son muchas, pero
dependen unas de otras.
Aquel que es el Autor será el Consumador de la buena obra. La gracia
recibida de la plenitud de
Cristo brota como ejercicio vivo de la fe, el afecto y la gratitud. Pero
Cristo, no sus dones, es más
precioso para ellos. La palabra traducida “alheña” significa “expiación”
o “propiciación”. Cristo es
caro para todos los creyentes, porque Él es la propiciación de sus
pecados. Ningún pretendiente
debe ocupar el lugar de Él en el alma. Ellos resolvieron alojarlo en su
corazón toda la noche;
durante la continuación de los problemas de la vida. —Cristo se deleita
en la buena obra que su
gracia ha llevado al alma de los creyentes. Esto debiera comprometer a
todos los que son hechos
santos para estar muy agradecidos por la gracia que ha hecho justos a
quienes, por naturaleza, eran
deformes. La esposa (el creyente) tiene ojo humilde y modesto, que
descubre la sencillez y la
piadosa sinceridad; ojos iluminados y guiados por el Espíritu Santo, esa
tórtola bendita. La Iglesia
expresa su valor por Cristo. Tú eres el gran Original, pero yo no soy
sino una mala copia
imperfecta. Muchos son lindos de mirar, pero sus temperamentos los
vuelven desagradables; pero
Cristo es bello y agradable. El creyente, versículo 16, habla alabando
las ordenanzas santas en que
los creyentes verdaderos tienen comunión con Cristo. Sea que el creyente
esté en los atrios del
Señor o en el retiro; sea que esté en sus labores diarias o confinado en
el lecho de enfermo o aun en
un calabozo, el sentido de la presencia divina convertirá el lugar en un
paraíso. Así, pues, el alma,
teniendo comunión diaria con el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo,
disfruta de una esperanza viva de
una herencia incorruptible, inmarcesible y eterna, arriba.
CAPÍTULO II
Versículos 1—7. El mutuo amor de
Cristo y su Iglesia. 8—13. La
esperanza y el llamamiento de la
Iglesia. 14—17. El
cuidado de Cristo por la Iglesia.—La fe y la esperanza de ella.
Vv. 1—7. Los creyentes son hermosos porque están
vestidos de la justicia de Cristo; y fragantes,
por estar adornados con las gracias de su Espíritu; ellos florecen bajo
los refrescantes rayos del Sol
de justicia. —El lirio es una planta muy noble en el Oriente; crece a
considerable altura, pero tiene
un tallo débil. La Iglesia en sí misma es débil, pero es fuerte en el
que la sostiene. Las malas, las
hijas de este mundo que no tienen amor por Cristo, son como espinas, sin
valor e inútiles, nocivas y
dañinas. Las corrupciones son espinas en la carne, pero el lirio que
está ahora entre espinas, será
trasplantado a aquel paraíso donde no hay malezas ni espinas. —El mundo
es un árbol estéril para el
alma, pero Cristo es el fructífero. Cuando las pobres almas están
resecas bajo la convicción de
pecado, con los terrores de la ley, o los problemas de este mundo,
cansados y muy cargados, deben
encontrar reposo en Cristo. No es suficiente pasar bajo su sombra sino
que debemos sentarnos bajo
ella. Los creyentes han gustado que el Señor Jesús es bueno; sus frutos
son todos los preciosos
privilegios del nuevo pacto comprados por su sangre, y comunicados por
su Espíritu; promesas
dulces para el creyente, y también los preceptos. Los perdones son
dulces y la paz de conciencia,
dulce. Si nuestras bocas están amargas por los placeres del pecado, los
consuelos divinos nos serán
dulces. —Cristo lleva al alma a que busque y halle consuelo por medio de
sus ordenanzas, que son
como una casa de banquete donde sus santos festejan con Él. El amor de
Cristo, manifestado por su
muerte y por su palabra, es la bandera que Él despliega, y los creyentes
recurren a Él. —¡Cuánto
mejor es para el alma estar enferma de amor por Cristo que cuando está
saciada con el amor de este
mundo! Aunque Cristo parecía haberse retirado, aún era una ayuda muy
presente. Todos sus santos
están en su mano, que tiernamente sostiene sus cabezas doloridas.
Encontrando a Cristo así de cerca
a ella, el alma se cuida mucho de que su comunión con Él sea
interrumpida. Contristamos
fácilmente al Espíritu con los malos temperamentos. Los que tienen
consuelo, teman pecar y
perderlo.
Vv. 8—13. La iglesia se complace con pensamientos
de ulterior comunión con Cristo. Nada
fuera de eso puede hablar al corazón. Ella lo ve venir. Esto puede
aplicarse a la perspectiva que los
santos del Antiguo Testamento tenían de la encarnación de Cristo. Viene
como complacido con su
comisión. Viene rápidamente. Aun cuando Cristo parece abandonar, no es
sino por un momento;
pronto retornará con benignidad eterna. —Los santos de antes lo vieron
apareciendo a través de los
sacrificios y las instituciones ceremoniales. Nosotros lo vemos como a
través de un vidrio en
oscuridad, como se manifiesta a través de un enrejado. —Cristo invita al
nuevo convertido a que se
levante de la pereza y la depresión, y abandone al pecado y las
vanidades mundanas, para unirse a
Él y tener comunión con Él. El invierno puede representar muchos años
malos, pasados en la
ignorancia y el pecado, infértiles y miserables, o tormentas y
tempestades que acompañaron su
convicción de culpa y peligro. —Hasta las frutas verdes de la santidad
son agradables para Aquel
cuyo favor divino las ha producido. Todas estas alentadoras prendas y
pruebas del favor divino son
motivos para que el alma siga más plenamente a Cristo. Levántate,
entonces, y aléjate del mundo y
la carne, ven a la comunión con Cristo. Este cambio bendito se debe
totalmente a los acercamientos
e influencias del Sol de justicia.
Vv. 14—17. La Iglesia es la paloma de Cristo; ella
regresa a Él, como a su Noé. Cristo es la
Roca, el único en quien ella puede sentirse a salvo y encontrarse
segura, como tórtola en el agujero
de una roca, cuando es atacada por las aves de presa. Cristo la llama
que venga directamente al
trono de la gracia, teniendo ahí un gran Sumo Sacerdote, para decir cuál
es su petición. Habla
libremente. No temas al rechazo ni el desprecio. La voz de la oración es
dulce y aceptable para
Dios; aquellos que son santificados tienen la mejor belleza. —Los
primeros albores de pensamiento
y deseos pecaminosos, los comienzos de búsquedas fútiles que
desperdician el tiempo, las visitas
triviales, los pequeños desvíos de la verdad, lo que sea que admita algo
de conformidad con el
mundo, todos estos, y muchos más son zorras pequeñas que destruyen sus
gracias y consuelos, y
aplastan los buenos comienzos. Lo que encontremos sea un estorbo para
nosotros en lo que es
bueno, debemos hacerlo a un lado. —Él se alimentó entre los lirios; esto
muestra la graciosa
presencia de Cristo entre los creyentes. Él es amable con todo Su
pueblo. Les corresponde creer
esto, cuando están abandonados y ausentes, para poder rechazar las
tentaciones. —Las sombras de
la dispensación judía fueron disipadas por el alba del día del
evangelio. Y un día de consuelo vendrá
después de una noche de abandono. Sube los montes de Beter, “los montes
que dividen”, esperando
por ese día de luz y amor. Cristo vendrá sobre cada monte divisorio para
llevarnos a casa a Él
mismo.
CAPÍTULO III
Versículos 1—5. Las pruebas de la
Iglesia por el retiro de Cristo. 6—11. Las excelencias de la
Iglesia.—El cuidado de Cristo por ella.
Vv. 1—5. Fue difícil para la Iglesia del Antiguo
Testamento hallar a Cristo en la ley ceremonial; los
atalayas de esa Iglesia dieron poca ayuda a los que andaban en su busca.
La noche es un tiempo de
frío, oscuridad y mareo, y de turbias aprehensiones tocante a las cosas
espirituales. Primero, cuando
inquieta, se hacen unos débiles esfuerzos para obtener el consuelo de la
comunión con Cristo. Esto
resulta en vano; el creyente es entonces incitado a una mayor
diligencia. Las calles y los caminos
anchos parecen implicar los medios de gracia en que debe buscarse al
Señor. Se aplica esto a
quienes vigilan las almas de los hombres. La satisfacción inmediata no
se halla. No debemos
descansar en ningún medio, sino por fe pedir directamente a Cristo. —Aferrarse
a Cristo sin soltarlo
denota aferrarse a Él con fervor. Lo que prevalece es una rogativa
humilde y ardiente, con ejercicio
vivaz de la fe en sus promesas. Mientras la fe de los creyentes siga
aferrada de Cristo, Él no se
ofenderá por el pedido ansioso de ellos, sí, Él se complace con ello. El
creyente desea que otros se
familiaricen con su Salvador. Doquiera encontremos a Cristo, debemos
llevarlo a casa con nosotros,
especialmente a nuestro corazón y debemos llamarnos a nosotros mismos y
unos a otros a tener
cuidado de no contristar a nuestro santo Consolador, ni provocar la
partida del Amado.
Vv. 6—11. El desierto es emblema del mundo; el
creyente sale de él cuando es libertado del
amor a los placeres y del vagar pecaminoso, y se niega a someterse a sus
costumbres y modas, para
buscar la felicidad en la comunión con el Salvador. El alma pobre
subirá, al final, bajo la
conducción del Consolador; como una nube de incienso que asciende desde
el altar, o el humo de
los holocaustos. Esto significa afectos piadosos y devotos, y el ascenso
al cielo del alma. El
creyente está lleno con la gracia del Espíritu de Dios; sus devociones
son ahora muy vívidas. Estas
gracias y consuelos son del Canaán celestial. —Quien es la Paz de su
pueblo, el Rey de la Sion
celestial, ha provisto para la conducción a salvo de sus redimidos a
través del desierto de este
mundo. El lecho o palanquín fue diseñado para el descanso y fácil
traslado, pero su belleza y
magnificencia demuestra la calidad de su dueño. La Iglesia está bien
guardada; más están con ella
que contra ella: los creyentes, cuando reposan en Cristo y con Él,
aunque tengan sus temores en la
noche, están aún a salvo. —El carruaje denota aquí al pacto de la
redención, el camino de nuestra
salvación. Esta es la obra de Cristo que lo hace amado y admirado a los
ojos de los creyentes. Está
enmarcado y concebido para la gloria de Cristo y consuelo de los
creyentes; está bien ordenado en
todas las cosas y seguro. La sangre del pacto, esta púrpura rica es la
cubierta del carruaje, por el
cual los creyentes son protegidos del viento, de las tormentas de la ira
divina, y los trastornos de
este mundo; pero el medio es el amor de Cristo que sobrepuja el
conocimiento, es para que sobre Él
reposen los creyentes. —Cristo, en su evangelio, se manifiesta Él mismo.
Nótese especialmente su
corona. La aplicación de esto a Cristo anuncia la honra puesta en Él, y
su poder y dominio.
CAPÍTULO IV
Versículos 1—7. Cristo manifiesta
la gracia de la Iglesia. 8—15. El amor de Cristo a la Iglesia. 16.
La Iglesia desea más influencia de la gracia divina.
Vv. 1—7. Si cada una de estas comparaciones tiene
un significado aplicable a las gracias de la
Iglesia o del cristiano fiel, no son claramente conocidas; y se han
cometido tremendos errores
adivinando en forma fantástica. El monte de mirra parece representar al
monte Moria, sobre el cual
se construyó el templo, donde se quemaba incienso y el pueblo adoraba al
Señor. Esta fue su
residencia hasta que las sombras de la ley dada a Moisés fueron
dispersadas por el amanecer del día
del evangelio, y la ascensión del Sol de justicia. Aunque tocante a su
naturaleza humana, Cristo está
ausente de su Iglesia en la tierra, y continuará así hasta que claree el
día celestial, pero está presente
espiritualmente en sus ordenanzas y con su pueblo. ¡Cuán bellos y
agradables de mirar son los
creyentes cuando están justificados por la justicia de Cristo, y
adornados con gracias espirituales;
cuando sus pensamientos, palabras y obras, aunque imperfectos, son puros
manifestando un corazón
nutrido por el evangelio!
Vv. 8—15. Obsérvese el gracioso llamado de Cristo
a su Iglesia. Es: —1. Un precepto; así, este
es el llamado de Cristo a su Iglesia para que salga del mundo. Estas
colinas parecen placenteras,
pero en ellas hay madrigueras de leones; son montañas de los leopardos. —2.
Como promesa:
muchos serán llevados como miembros de la Iglesia, desde todo punto. La
Iglesia será librada de
sus perseguidores en el tiempo debido, aunque ahora habite entre leones,
Salmo lvii, 4. —El
corazón de Cristo está en su Iglesia; su tesoro en ella está; y Él se
deleita en el afecto que ella tiene
por Él; su obra en el corazón, y sus obras en la vida. Los aromas con
que la esposa es perfumada
son como los dones y gracias del Espíritu. El amor y la obediencia a
Dios son más agradables a
Cristo que el sacrificio o el incienso. Cristo, habiendo puesto a su
esposa el manto blanco de su
propia justicia, y la justicia de los santos, y perfumado con santo gozo
y consuelo, está bien
complacido con ello. —Cristo entra invisible en su jardín. Un cerco de
protección se hace alrededor,
que todas las potestades de las tinieblas no pueden romper. Las almas de
los creyentes son como
jardines cerrados, donde hay un pozo de agua viva, Juan iv, 14; vii, 38,
las influencias del Espíritu
Santo. El mundo no conoce estos pozos de salvación ni ningún adversario
puede corromper esta
fuente. —Los santos de la iglesia y las gracias de los santos son
comparados adecuadamente con
frutos y especias. Son plantados y no crecen por sí mismos. Son
preciosos; son bendiciones de esta
tierra. Serán guardados para buen propósito cuando se marchiten las
flores. La gracia, cuando
termina en gloria, dura para siempre. Cristo es la fuente que hace
feraces a estos jardines; hasta un
pozo de agua viva.
V. 16. La Iglesia ora por la influencia del
Espíritu bendito, para que haga fértil este jardín. Las
gracias del alma son como especias de estos jardines, que en ellos esté
lo que es valioso y útil. El
Espíritu bendito, en su obra sobre el alma, es como el viento. Hay
viento norte de convicción, y el
viento sur de consuelo. Él incita los buenos afectos y obra en nosotros
tanto el querer como el hacer
lo bueno. —La Iglesia invita a Cristo. Que Él tenga la honra de todos
los productos del jardín y
nosotros, el consuelo de su aceptación. Podemos invitarlo a nada, salvo
a lo que ya es suyo. El
creyente no puede gozar de los frutos a menos que de una u otra forma
redunden para la gloria de
Cristo. Entonces, procuremos mantenernos apartados del mundo, como
jardín cerrado, y evitemos la
conformidad con el mundo.
CAPÍTULO V
Versículo 1. La respuesta de Cristo. 2—8. Las desilusiones de la Iglesia acerca de
su propia
necedad. 9—16. Las
excelencias de Cristo.
V. 1. Véase cuán presto está Cristo para
aceptar las invitaciones de su pueblo. Lo poquito de bueno
que hay en nosotros se perdería si Él no lo preservara para sí. También
invita a su amado pueblo a
comer y beber abundantemente. Las ordenanzas en que ellos le honran son
medios de gracia.
Vv. 2—8. Las iglesias y los creyentes, por
indiferencia y seguridad, provocan a Cristo para
retirarse. Debemos notar nuestros ronquidos y el descontrol
temperamental. —Cristo llama para
despertarnos, llama con su palabra y Espíritu, llama con aflicciones y
por nuestra conciencia; de ahí
Apocalipsis iii, 20. Cuando no pensamos en Cristo, Él ya piensa en
nosotros. El amor de Cristo por
nosotros debiera comprometernos con Él aun en las instancias supremas de
negarnos a nosotros
mismos; y con eso sólo podemos salir ganando. Las almas indiferentes
tratan con marcada
insolencia a Jesucristo. —Otro no pudo ser enviado para abrir la puerta.
Cristo nos llama, pero no
nos importa o pretendemos que no tenemos fuerzas o no tenemos tiempo y
pensamos que podemos
ser disculpados. Disculparse es tomarse a Cristo a la ligera. Desprecian
a Cristo los que no tienen
corazones para enfrentar un golpe de frío, o salir del tibio lecho por
amor de Él. Véase la poderosa
influencia de la gracia divina. Con su mano descerraja la puerta como
quien se cansa de esperar.
Esto es señal de la obra del Espíritu en el alma. —El creyente supera la
indulgencia de sí mismo,
busca con oración los consuelos de Cristo, y elimina todo estorbo a la
comunión con Él; estas
acciones del alma están representadas por las manos que chorrean mirra
dulcemente perfumada
sobre las manijas de las cerraduras. —¡Pero el Amado se había ido!
Ausentándose Cristo enseña a
su pueblo a valorar más elevadamente las visitas de su gracia. Fíjese
que el alma sigue llamando a
su Amado, a Cristo. Toda deserción no es desesperanza. Señor, creo,
aunque debo decir: Señor
ayuda a mi incredulidad. Sus palabras me derritieron, pero infeliz como
era, aún así me excusé. Es
muy amargo pensar en sofocar y suprimir las convicciones cuando Dios
abre nuestros ojos. El alma
fue en pos de Él; no sólo oró, sino que usó medios, lo buscó en los
caminos donde solía hallársele.
Los vigilantes me hirieron. Algunos lo refieren a los que aplican mal la
palabra a las conciencias
vivificadas. El encargo a las hijas de Jerusalén parece significar el
deseo del creyente inquieto por
las oraciones del cristiano más débil. Las almas vivificadas son más
sensibles a los retiros de Cristo
que de cualquier otro trastorno.
Vv. 9—16. Aun los que tienen poca familiaridad con
Cristo no pueden sino ver belleza amable
en los demás que llevan su imagen. Hay esperanzas para los que empiezan
a preguntar acerca de
Cristo y sus perfecciones. Los cristianos que están bien familiarizados
con Cristo deben hacer todo
lo que puedan para hacer que los demás conozcan algo de Él. —La gloria
divina lo hace
verdaderamente bello a ojos de todos los que están iluminados para
discernir las cosas espirituales.
Él es blanco en la inocencia inmaculada de su vida; rojo en los
sufrimientos sangrientos por que
pasó en su muerte. Esta descripción de la persona del Amado formaría, en
el lenguaje figurativo de
aquella época, un retrato de belleza de la persona y de la gracia de sus
modales, pero la precisión de
algunas de esas alusiones puede no ser evidente para nosotros. Él vendrá
a ser glorificado en sus
santos y a ser admirado en todo el que cree. Que su amor nos constriña a
vivir para su gloria.
CAPÍTULO VI
Versículo 1. Inquiere dónde debe buscarse a Cristo. 2, 3. Dónde puede hallarse a Cristo. 4—10.
Los encomios de Cristo para la Iglesia. 11—13.
La obra de la gracia en el creyente.
V. 1. Los familiarizados con las excelencias
de Cristo, y el consuelo de tener interés en Él, desean
saber dónde pueden hallarlo. Quienes desean hallarlo deben buscarlo
temprano y diligentemente.
Vv. 2, 3. La Iglesia de Cristo es un jardín,
cerrado, separado del mundo; Él lo cuida, se deleita
en él y lo visita. Quienes desean hallar a Cristo deben ir a Él en sus
ordenanzas, la palabra, los
sacramentos y la oración. Cuando Cristo viene a su Iglesia es para
asistir a sus amigos. Para llevar
creyentes a sí; Él escoge uno por uno todos sus lirios; y en el gran
día, enviará a sus ángeles a juntar
a todos sus lirios, para que Él sea por siempre admirado en ellos. La
muerte de un creyente es como
cuando el dueño de un jardín corta una flor favorita; Él la preservará
de marchitarse, sí, hará que
florezca por siempre con belleza creciente. Si nuestros corazones pueden
testificarnos que somos de
Cristo, no se cuestione que Él sea nuestro, porque el pacto nunca se
rompe de su lado. Es el
consuelo de la Iglesia que Él se alimenta entre los lirios, que Él se
deleite en su pueblo.
Vv. 4—10. Toda la excelencia y santidad real en la
tierra se centra en la Iglesia. Cristo sigue
adelante venciendo a sus enemigos mientras sus seguidores ganan
victorias sobre el mundo, la carne
y el diablo. Muestra la ternura de un Redentor compasivo, el deleite que
tiene en su pueblo
redimido, y las obras de su gracia en ellos. —Los creyentes verdaderos
son los únicos que pueden
poseer la belleza de la santidad. Y cuando se conoce el carácter real de
ellos, serán encomiados. La
Iglesia y los creyentes, en su conversión, son como la aurora con su luz
pequeña, pero creciente. En
cuanto a la santificación de ellos, son bellos como la luna, derivando
de Cristo toda su luz, gracia y
santidad; en cuanto a la justificación, claros como el sol, revestidos
de Cristo, el Sol de justicia, y
dando la buena lucha de la fe, bajo la bandera de Cristo, contra todos
los enemigos espirituales.
Vv. 11—13. En el retiro y la meditación se forma y
perfecciona el carácter cristiano, pero no en
el retiro del ocioso, el que se da el gusto o el indolente. Cuando el
cristiano es liberado del
cumplimiento de sus deberes en la vida, el mundo no tiene atractivo para
él. Su oración es que todas
las cosas pertenecientes al espíritu puedan vivir y crecer en su
interior y alrededor de él. Tales son
los cuidados y ocupaciones interesantes de aquel a quien el mundo
considera erróneamente infeliz y
perdido para sus verdaderos intereses. Con humildad y abnegación, el
cristiano humilde se aleja de
la vista de todo, pero el Señor se deleita en honrarle. Sin embargo, la
referencia principal sea a los
ángeles que ministran que serán enviados a favor del alma del cristiano.
El acercamiento de ellos
puede sobresaltar, pero el alma que se va, encontrará que el Señor es su
fuerza y su porción por
siempre. —La Iglesia es llamada la Sulamita: la palabra significa
perfección y paz, no en ella
misma sino en Cristo, en Quien ella está completa a través de la
justicia de Cristo, y tiene la paz que
ganó para ella por medio de su sangre, y se la da a ella por su
Espíritu.
CAPÍTULO VII
Versículos 1—9. Las gracias de la
Iglesia. 10—13. El
deleite de la Iglesia en Cristo.
Vv. 1—9. Aquí las semejanzas son diferentes de
las que fueron antes, y en el original se refieren a
ropa gloriosa y espléndida. Tal honor tienen todos sus santos; y
habiendo sido revestidos de Cristo,
son distinguidos por su atavío bello y glorioso. Ellos adornan la
doctrina de Dios su Salvador en
todas las cosas. Los creyentes coherentes honran a Cristo, encomian el
evangelio, y convencen y
despiertan a los pecadores. —La Iglesia se parece a la palma majestuosa
que se esparce; mientras su
amor por Cristo y la obediencia resultante de eso son frutos preciosos
de la Vid verdadera. —El Rey
está en los corredores. Cristo se deleita en las asambleas y ordenanzas
de su pueblo; y admira el
fruto de su gracia en ellos. Cuando se aplica a la Iglesia y a cada
cristiano fiel, todo esto denota la
belleza de la santidad, en la cual serán presentados a su Esposo celestial.
Vv. 10—13. La Iglesia, el alma creyente, triunfa en
su relación con Cristo, y su interés en Él.
Ella desea humildemente la comunión con Él. Caminemos juntos, que yo
pueda recibir consejo,
instrucción y consuelo de ti; y que te pueda dar a conocer mis necesidades
y mis penas, con libertad
y sin interrupción. La comunión con Cristo es todo lo que anhelan
fervientemente los que son
hechos santos. Quienes quieren comunión con Cristo deben salir del
mundo. —Donde quiera
estemos podemos tener comunión con Dios. No debemos ir donde no podemos
pedirle con fe que
vaya con nosotros. Los que salen con Cristo deben empezar temprano por
la mañana; deben
empezar cada día con Él, buscarlo temprano, buscarlo con diligencia. El
alma en la gracia puede
reconciliarse con los lugares más pobres, si en ellos puede tener
comunión con Dios; pero los
campos más exquisitos no satisfarán a menos que el Amado esté allí. No
pensemos satisfacernos
con ningún objeto terrenal. —Nuestra alma es nuestro viñedo; debe ser
plantado con árboles útiles.
A menudo debemos examinar si somos fructíferos en justicia. La presencia
de Cristo hará florecer la
vid, y las uvas tiernas aparecerán como el sol que regresa y revive el
huerto. Si podemos recurrir a
Él, tú sabes todas las cosas, tú sabes que te amo; si su Espíritu
testifica a nuestro espíritu, que
nuestras almas prosperen es suficiente. Y debemos rogarle que nos
examine y nos pruebe, para
descubrirnos a nosotros mismos. —Los frutos y los ejercicios de la
gracia son agradables para el
Señor Jesús. Estos deben estar dispuestos y siempre listos; que al dar
nosotros mucho fruto Él sea
glorificado. Todo es de Él, por tanto, es propio que todo sea para Él.
CAPÍTULO VIII
Versículos 1—4. El deseo de
comunión con Cristo. 5—7. La
vehemencia de este deseo. 8—12. La
Iglesia pide por otros. 13, 14. Y ora por la venida de Cristo.
Vv. 1—4. La Iglesia desea la intimidad y libertad
constantes con el Señor Jesús que una hermana
tiene con un hermano. Que sean como sus hermanos, que los son, cuando
por gracia son hechos
partícipes de la naturaleza divina. Cristo llega a ser como nuestro
hermano; donde lo hallemos,
estemos preparados para reconocer nuestra relación con Él, y nuestro
afecto por Él, y no temamos
ser despreciados por eso. ¿Hay en nosotros un deseo ardiente de servir
más y mejor a Cristo?
Entonces, ¿qué hemos almacenado para mostrar nuestro afecto por el Amado
de nuestra alma? ¿Qué
fruto de santidad? —La Iglesia encarga a todos sus hijos que nunca
provoquen a Cristo a retirarse.
Debemos razonar con nosotros mismos, cuando estamos tentados a hacer lo
que contristaría al
Espíritu.
Vv. 5—7. La Iglesia judía salió del desierto
sostenida por el poder y el favor divinos. La Iglesia
cristiana fue sacada de un estado bajo y desolado apoyada por la gracia
de Cristo. Los creyentes son
sacados del desierto por el poder de la gracia. El estado pecador es un
desierto en que no hay
bienestar verdadero; es un estado menesteroso y vagabundo; no hay salida
de este desierto sino
apoyarse en Cristo como Amado nuestro, por fe; no apoyándonos en nuestro
propio entendimiento,
no confiando en ninguna justicia propia sino en el poder de Aquel que es
el Señor nuestra justicia.
—Las palabras de la Iglesia a Cristo que siguen, construyen un lugar
permanente en su amor, y de
protección por su poder. Ponme como un sello sobre tu corazón; déjame
tener siempre un lugar en
tu corazón; déjame poner la impronta de amor en tu corazón. El alma será
asegurada de esto y sin
esto no se halla reposo. Los que aman verdaderamente a Cristo son
celosos de todo lo que lo aleje
de ellos; especialmente de ellos mismos no sea que hagan algo que lo
provoque a retirarse de ellos.
Si amamos a Cristo, el temor de perder su amor o las tentaciones de
abandonarlo serán sumamente
penosas para nosotros. No hay agua que pueda sofocar el amor de Cristo
por nosotros, ni anegación
que lo ahogue. Que nada abata nuestro amor por Él. Ni la vida ni todos
sus bienestares incitan al
creyente para que deje de amar a Cristo. El amor de Cristo nos capacita
para rechazar y vencer las
tentaciones de las sonrisas del mundo, como asimismo de sus ceños
fruncidos.
Vv. 8—12. La Iglesia ruega por los gentiles que
entonces no tenían la palabra de Dios ni los
medios de gracia. Quienes son llevados a Cristo debieran concebir lo que
pueden hacer para ayudar
al prójimo a ir a Él. Siempre hay bebés en Cristo entre los cristianos,
y el bienestar de sus hermanos
débiles es objeto de oración continua de los creyentes fuertes. Si los
comienzos de esta obra se
comparan a una pared edificada sobre Él como Fundamento precioso y
piedra angular, entonces la
Iglesia gentil llegaría a ser como un palacio para el gran Rey,
edificado de plata maciza. Si la
primera predicación del evangelio fuera como abrir una puerta en el muro
divisorio, esa puerta sería
duradera, como hecha de tablas de cedro. Ella estaría cuidadosa y
eficazmente protegida, cercada
como para no ser dañada. La Iglesia está llena de cuidado por los aún no
llamados. Cristo dice: Yo
haré todo lo que es necesario hacer por ellos. —Véase con cuánta
satisfacción nosotros debemos
mirar atrás, a las épocas y temporadas en que a sus ojos éramos como los
que encuentra favor;
nuestros corazones son los viñedos que debemos mantener con toda
diligencia. Todos nuestros
frutos deben ser dedicados a Cristo y a su alabanza. Toda esa obra por
Cristo, obra en favor de ellos
mismos, y serán ganadores indecibles por ella.
Vv. 13, 14. Estos versículos cierran la conferencia
entre Cristo y su Iglesia. Él se dirige primero
a ella, como que habita en los jardines, las asambleas y ordenanzas de
sus santos. Él la exhorta a ser
constante y frecuente en oración, súplica, y alabanzas, en lo cual Él se
complace. Ella contesta,
anhelando su pronto retorno para que la lleve a estar totalmente con Él.
Los cielos, los elevados
montes de dulces especias, deben contener a Cristo hasta que llegue el
tiempo cuando todo ojo lo
verá en toda la gloria del mundo mejor. Los creyentes verdaderos, como
ellos andan buscando, así
apresuran la venida del día del Señor. Que todo cristiano se proponga
cumplir los deberes de su
posición para que los hombres vean sus buenas obras y glorifiquen a su
Padre celestial. Al seguir
fervientes orando por lo que nos falta, abundará nuestra acción de
gracias y nuestro gozo será
completo; nuestras almas serán enriquecidas y prosperadas nuestras
labores. Seremos capacitados
para esperar la muerte y el juicio sin temer. Hasta entonces, ven, Señor
Jesús
Henry, Matthew