FILIPENSES
Los filipenses estaban muy profundamente interesados en el apóstol. El
alcance de la epístola es
confirmarlos en la fe, animarlos a andar como corresponde al evangelio
de Cristo, precaverlos
contra los maestros judaizantes, y expresar gratitud por su generosidad
cristiana. Esta epístola es la
única, de las escritas por San Pablo, en que no hay censuras implícitas
ni explícitas. En todas partes
se halla la confianza y la felicitación plena y los filipenses son
tratados con un afecto peculiar que
percibirá todo lector serio.
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CAPÍTULO I
Versículos 1—7. El apóstol ofrece
acción de gracias y oraciones por la buena obra de gracia en
los filipenses. 8—11. Expresa afecto y ora por ellos. 12—20. Los fortalece para que no se
desanimen por sus sufrimientos. 21—26. El estaba preparado para glorificar a Cristo por su
vida o su muerte. 27—30. Exhortaciones al celo y la constancia para profesar el evangelio.
Vv. 1—7. El más alto honor de los ministros más
eminentes es ser siervos de Cristo. Los que no son
verdaderos santos en la tierra nunca serán santos en el cielo. Fuera de
Cristo los mejores santos son
pecadores e incapaces de estar delante de Dios. No hay paz sin gracia.
La paz interna surge de
percibir el favor divino. No hay gracia sin paz, sino de nuestro Padre
Dios, la fuente y el origen de
todas las bendiciones. —El apóstol fue maltratado en Filipos y vio poco
fruto de su labor, pero
recuerda con gozo a los filipenses. Debemos agradecer a nuestro Dios las
gracias y consuelos, los
dones y el servicio de otros, cuando recibimos el beneficio y Dios
recibe la gloria. La obra de gracia
nunca será perfeccionada sino hasta el día de Jesucristo, el día de su
manifestación. Pero estemos
siempre confiados en que Dios completará su buena obra en toda alma
donde la haya comenzado
por la regeneración, aunque no debemos confiarnos de las apariencias
externas, ni en nada sino en
la nueva creación para santidad. La gente es querida por sus ministros
cuando reciben el beneficio
de su ministerio. Los que sufren juntos en la causa de Dios deben amarse
mutuamente.
Vv. 8—11. ¿No compadeceremos y no amaremos a las
almas que Cristo ama y compadece? Los
que abunden en alguna gracia tienen que abundar más. Probemos diferentes
cosas; aprobemos lo
excelente. Las verdades y las leyes de Cristo son excelentes y se
recomiendan a sí mismas como
tales a toda mente atenta. La sinceridad debe ser la marca de nuestra
conversación en el mundo, y es
la gloria de todas nuestras virtudes. Los cristianos no deben ofenderse
y deben tener mucho cuidado
en no ofender a Dios ni a los hermanos. Las cosas que más honran a Dios
son las que más nos
beneficiarán. No demos cabida a ninguna duda sobre si hay o no algún
fruto bueno en nosotros.
Nadie debe sentirse satisfecho con una medida pequeña de amor,
conocimiento y fruto cristiano.
Vv. 12—20. El apóstol estaba preso en Roma y para
borrar el vituperio de la cruz muestra la
sabiduría y la bondad de Dios en sus sufrimientos. Estas cosas le
hicieron conocido donde nunca
hubiera sido conocido de otro modo; debido a ellas algunos se
interesaron en el evangelio. Sufrió de
parte de los falsos amigos y de los enemigos. ¡Miserable carácter el de
los que predican a Cristo por
envidia y contienda y añaden aflicción a las cadenas que oprimían a
éste, el mejor de los hombres!
—El apóstol estaba cómodo en medio de todo. Debemos regocijarnos, puesto
que nuestros
trastornos pueden hacer bien a muchos. Todo lo que resulte para nuestra
salvación es por el Espíritu
de Cristo y la oración es el medio designado para buscarlo. Nuestras
expectativas y esperanzas más
fervientes no deben ser lograr que nos honren los hombres ni escapar de
la cruz, sino ser sustentado
en medio de la tentación, el desprecio y la aflicción. Dejemos a Cristo
la manera en que nos hará
útiles para su gloria, ya sea por labores o sufrimientos, por diligencia
o paciencia, por vivir para su
honra trabajando para Él o morir para su honra sufriendo por Él.
Vv. 21—26. La muerte es una pérdida grande para el
hombre carnal y mundano, porque pierde
todas las bendiciones terrenales y todas sus esperanzas, pero para el
creyente verdadero es ganancia,
porque es el fin de todas sus debilidades y miserias. Le libra de todos
los males de la vida y le lleva
a poseer el bien principal. La disyuntiva del apóstol no era entre vivir
en este mundo y vivir en el
cielo; entre ellos no hay comparación; era entre servir a Cristo en este
mundo y disfrutar de Él en el
otro. No entre dos cosas malas, sino entre dos cosas buenas: vivir para
Cristo o estar con Él. Véase
el poder de la fe y de la gracia divina; puede hacernos dispuestos para
morir. En este mundo
estamos rodeados de pecado, pero estando con Cristo escaparemos del
pecado y de la tentación, la
tristeza y la muerte para siempre. Pero quienes tienen más razón para
partir deben estar dispuestos a
quedarse en el mundo en la medida que Dios tenga alguna obra para que
ellos hagan. Mientras más
inesperadas sean las misericordias antes que ellos se vayan, más de Dios
se verá en ellos.
Vv. 27—30. Los que profesan el evangelio de Cristo
deben vivir como corresponde a los que
creen las verdades del evangelio, se someten a las leyes del evangelio y
dependen de las promesas
del evangelio. La palabra original por “comportéis” connota la conducta
de los ciudadanos que
procuran el prestigio, la seguridad, la paz y la prosperidad de su
ciudad. En la fe del evangelio
existe aquello por lo cual vale la pena esforzarse; hay mucha oposición
y se necesita esfuerzo. El
hombre puede dormirse e irse al infierno, pero el que quiere ir al
cielo, debe cuidar de sí y ser
diligente. Puede que haya unanimidad de corazón y afecto entre los
cristianos donde haya
diversidad de juicio sobre muchas cosas. —La fe es el don de Dios por
medio de Cristo; la
habilidad y la disposición para creer son de Dios. Si sufrimos reproche
y pérdida por Cristo,
tenemos que contarlos como dádiva y apreciarlos como tales. Pero la
salvación no debe atribuirse a
las aflicciones corporales, como si las aflicciones y las persecuciones
mundanas la hicieran merecer;
la salvación es únicamente de Dios: la fe y la paciencia son sus
dádivas.
CAPÍTULO II
Versículos 1—4. Exhortación a
mostrar un espíritu y conducta amable y humilde. 5—11.
El
ejemplo de Cristo. 12—18. La diligencia en los asuntos de la salvación, y ser ejemplos para el
mundo. 19—30. El
propósito del apóstol de visitar Filipos.
Vv. 1—4. Estas son otras exhortaciones a los
deberes cristianos; a la unanimidad, a la humildad,
conforme al ejemplo del Señor Jesús. La bondad es la ley del reino de
Cristo, la lección de su
escuela, el uniforme de su familia. —Se mencionan diversos motivos para
el amor fraternal. Si
esperáis o experimentáis el beneficio de las compasiones de Dios para sí
mismo, sed compasivos
unos con otros. Es el gozo de los ministros ver la unanimidad de su
gente. —Cristo vino a hacernos
humildes para que no haya entre nosotros espíritu de orgullo. Debemos
ser severos con nuestras
propias faltas, y rápidos para observar nuestros defectos, pero estar
dispuestos para favorecer con
concesiones al prójimo. Debemos cuidar bondadosamente a los demás, y no
meternos en asuntos
ajenos. No se puede disfrutar de paz interior ni exterior sin humildad.
Vv. 5—11. El ejemplo de nuestro Señor Jesucristo
es puesto ante nosotros. Debemos parecernos
a Él en su vida, si deseamos el beneficio de su muerte. —Fijémonos en
las dos naturalezas de
Cristo: su naturaleza Divina y la humana. Siendo en la forma de Dios,
participó de la naturaleza
divina, como el eterno Hijo Unigénito de Dios, Juan i, 1, y no estimó
que fuera usurpación ser igual
a Dios y recibir la adoración de los hombres que corresponde a la
Divinidad. Su naturaleza humana:
en ella se hizo como nosotros en todo excepto el pecado. Así, humillado,
por su propia voluntad,
descendió de la gloria que tenía con el Padre desde antes que el mundo
fuese. —Se comentan los
dos estados de Cristo, el de humillación y el de exaltación. Cristo no sólo
asumió la semejanza y el
estilo o forma de hombre, sino el de uno de estado humilde; no se
manifestó con esplendor. Toda su
vida fue una vida de pobreza y sufrimientos, pero el paso más bajo fue
morir la muerte de cruz, la
muerte de un malhechor y de un esclavo; expuesto al odio y burla del
público. —La exaltación fue
de la naturaleza humana de Cristo, en unión con la divina. Todos deben
rendir homenaje solemne al
nombre de Jesús, no al solo sonido de la palabra, sino a la autoridad de
Jesús. Confesar que
Jesucristo es el Señor es para la gloria de Dios Padre; porque es su
voluntad que todos los hombres
honren al Hijo como honran al Padre, Juan v, 23. Aquí vemos tales
motivos para el amor que se
niega a sí mismo, que ninguna otra cosa podría suplir. ¿Amamos y
obedecemos así al Hijo de Dios?
Vv. 12—18. Debemos ser diligentes en el uso de
todos los medios que llevan a nuestra
salvación perseverando en ellos hasta el fin, con mucho cuidado no sea
que con todas nuestras
ventajas no lleguemos. Ocupaos en vuestra salvación, porque es Dios
quien obra en vosotros. Esto
nos anima a hacer lo más que podamos porque nuestro trabajo no será en
vano; aún debemos
depender de la gracia de Dios. La obra de la gracia de Dios en nosotros
es vivificar y comprometer
nuestros esfuerzos. La buena voluntad de Dios para nosotros es la causa
de su buena obra en
nosotros. —Cumplid vuestro deber sin murmuraciones. Cumplidlo y no le
atribuyáis defectos.
Preocupaos de vuestro trabajo y no lo hagáis motivo de contienda. Sed
apacibles: no déis ocasión
justa de ofensa. Los hijos de Dios deben distinguirse de los hijos de
los hombres. Mientras más
perversos sean los otros, mas cuidadosos debemos ser nosotros para
mantenernos sin culpa e
inocentes. La doctrina y el ejemplo coherente de los creyentes iluminará
a otros y dirigirá su camino
a Cristo y a la piedad, así como la luz del faro advierte a los marinos
que eviten los escollos y dirige
su rumbo al puerto. Tratemos de brillar así. —El evangelio es la palabra
de vida, nos da a conocer la
vida eterna por medio de Jesucristo. Correr connota fervor y vigor,
seguir continuamente hacia
delante; esfuerzo, connota constancia y aplicación estrecha. —La
voluntad de Dios es que los
creyentes estén con mucho regocijo; y los que estén tan felices por tener
buenos ministros, tienen
mucha razón para regocijarse con ellos.
Vv. 19—30. Mejor es para nosotros cuando nuestro
deber se nos hace natural. Por cierto, esto es
sinceramente y no sólo por pretensión; con corazón dispuesto y puntos de
vista rectos. Nuestra
tendencia es preferir nuestro propio mérito, comodidad y seguridad antes
que la verdad, la santidad
y el deber, pero Timoteo no era así. Pablo deseaba libertad no para
darse placeres, sino para hacer el
bien. —Epafrodito estaba dispuesto a ir donde los filipenses para que
fuera consolado con los que
se habían condolido con él cuando estuvo enfermo. Parece que su
enfermedad fue causada por la
obra de Dios. El apóstol les pide que le amen más por esa razón. Es
doblemente agradable que Dios
restaure nuestras misericordias, después del gran peligro de perderlas;
y esto debiera hacerlas
mucho más valiosas. —Lo dado en respuesta a la oración debe recibirse
con gran gratitud y gozo.
CAPÍTULO III
Versículos 1—11. El apóstol advierte
a los filipenses contra los falsos maestros judaizantes, y
renuncia a sus propios privilegios anteriores. 12—21. Expresa el ferviente deseo de ser
hallado
en Cristo; además sigue adelante a la perfección y recomienda su propio
ejemplo a otros
creyentes.
Vv. 1—11. Los cristianos sinceros se regocijan en
Cristo Jesús. El profeta trata de perros mudos a
los falsos profetas, Isaías lvi, 10, a lo cual parece referirse el
apóstol. Perros por su malicia contra
los fieles profesantes del evangelio de Cristo, que les ladran y los
muerden. Imponen las obras
humanas oponiéndolas a la fe de Cristo, pero Pablo los llama hacedores
de iniquidad. —Los trata de
mutiladores, porque rasgan la Iglesia de Cristo y la despedazan. La obra
de la religión no tiene
propósito alguno si el corazón no está en ella; debemos adorar a Dios
con la fuerza y la gracia del
Espíritu divino. Ellos se regocijan en Cristo Jesús, no solo en el
deleite y cumplimiento externo.
Nunca nos resguardaremos con demasía de quienes se oponen a la doctrina
de la salvación gratuita,
o abusan de ella. —Para gloriarse y confiar en la carne, el apóstol
hubiera tenido muchos motivos
como cualquier hombre. Pero las cosas que consideró ganancia mientras
era fariseo, y las había
reconocido, las consideró como pérdida por Cristo. El apóstol no les
pedía que hicieran algo fuera
de lo que él mismo hacía; ni que se aventuraran en algo, sino en aquello
en lo cual él mismo
arriesgó su alma inmortal. Él considera que todas esas cosas no eran
sino pérdida comparadas con el
conocimiento de Cristo, por fe en su persona y salvación. —Habla de
todos los deleites mundanos y
de los privilegios externos que buscaban en su corazón un lugar junto a
Cristo, o podían pretender
algún mérito y algo digno de recompensa, y los cuenta como pérdida, pero
puede decirse que es
fácil decirlo, pero, ¿qué haría cuando llegara la prueba? Había sufrido
la pérdida de todo por los
privilegios de ser cristiano. Sí, no sólo los consideraba como pérdida,
sino como la basura más vil,
sobras tiradas a los perros; no sólo menos valiosas que Cristo, sino en
sumo grado despreciables
cuando se las compara con Él. —El verdadero conocimiento de Cristo
modifica y cambia a los
hombres, sus juicios y modales, y los hace como si fueran hechos de
nuevo. El creyente prefiere a
Cristo sabiendo que es mejor para nosotros estar sin todas las riquezas
del mundo que sin Cristo y
su palabra. Veamos a qué resolvió aferrarse el apóstol: a Cristo y el
cielo. Estamos perdidos, sin
justicia con la cual comparecer ante Dios, porque somos culpables. Hay
una justicia provista para
nosotros en Jesucristo, la que es justicia completa y perfecta. Nadie
puede tener el beneficio de ella
si confía en sí mismo. La fe es el medio establecido para solicitar el
beneficio de la salvación. Es
por fe en la sangre de Cristo. Somos hechos conformes a la muerte de
Cristo cuando morimos al
pecado como Él murió por el pecado; y el mundo nos es crucificado como nosotros al mundo por la
cruz de Cristo. El apóstol está dispuesto a hacer o sufrir cualquier
cosa para alcanzar la gloriosa
resurrección de los santos. Esta esperanza y perspectiva lo hacen pasar
por todas las dificultades de
su obra. No espera lograrlo por su mérito ni su justicia propia sino por
el mérito y la justicia de
Jesucristo.
Vv. 12—21. Esta sencilla dependencia y fervor de
alma no se mencionan como si el apóstol
hubiera alcanzado el premio o ya fuera perfecto a semejanza del
Salvador. Olvida lo que queda
detrás para no darse por satisfecho por las labores pasadas o las
actuales medidas de gracia. Se
extiende adelante, prosigue hacia la meta; expresiones que demuestran
gran interés por llegar a ser
más y más como Cristo. —El que corre una carrera nunca debe detenerse
antes de la meta; debe
seguir adelante tan rápido como pueda; de esta manera, los que tienen el
cielo en su mira, deben aún
seguir adelante en santo deseo, esperanza y esfuerzo constante. La vida
eterna es la dádiva de Dios,
pero está en Cristo Jesús; debe venirnos por medio de su mano, de la
manera que Él la logró para
nosotros. No hay forma de llegar al cielo como a nuestra casa, sino por
medio de Cristo nuestro
Camino. Los creyentes verdaderos, al buscar esta seguridad y al
glorificarlo, buscarán más de cerca
parecerse a Él en sus padecimientos y muerte, muriendo al pecado y
crucificando la carne con sus
pasiones y concupiscencias. En estas cosas hay una gran diferencia entre
los cristianos verdaderos,
pero todos conocen algo de ellas. Los creyentes hacen de Cristo su todo
en todo y ponen sus
corazones en el otro mundo. Si difieren unos de otros, y no tienen el
mismo juicio en cuestiones
menores, aún así, no deben juzgarse unos a otros, porque todos se reúnen
ahora en Cristo y esperan
reunirse en el cielo en breve. Que ellos se unan en todas las cosas
grandes en que concuerden y
esperen más luz en cuanto a las cosas menores en que difieren. —A los
enemigos de la cruz de
Cristo no les importa nada, sino sus apetitos sensuales. El pecado es la
vergüenza del pecador,
especialmente cuando se glorían en eso. El camino de los que se ocupan
de las cosas terrenales
puede parecer agradable, pero la muerte y el infierno están al final. Si
elegimos el camino de ellos,
compartiremos su final. —La vida del cristiano está en el cielo donde
está su Cabeza y su hogar, y
donde espera estar dentro de poco tiempo; pone sus afectos en las cosas
de arriba y donde esté su
corazón, ahí estará su tesoro. —Hay gloria reservada para los cuerpos de
los santos, gloria que se
hará presente en la resurrección. Entonces el cuerpo será hecho
glorioso; no sólo resucitado a la
vida, sino resucitado para mayor ventaja. Nótese el poder por el cual
será efectuado este cambio.
Estemos siempre preparados para la llegada de nuestro Juez; esperando
tener nuestros cuerpos viles
cambiados por su poder todopoderoso, y recurriendo diariamente a Él para
que haga una nueva
creación de nuestras almas para la piedad; para que nos libre de
nuestros enemigos y que emplee
nuestros cuerpos y nuestras almas como instrumentos de justicia a su
servicio.
CAPÍTULO IV
Versículos 1. El apóstol exhorta a los filipenses a
estar firmes en el Señor. 2—9. Da instrucciones a
algunos, y a todos en general. 10—19. Expresa contento en toda situación de la vida. 20—23.
Concluye orando a Dios Padre y con su bendición habitual.
V. 1. La esperanza y la perspectiva creyente
de la vida eterna deben afirmarnos y hacernos
constantes en nuestra carrera cristiana. Hay diferencia de dones y
gracias, pero estando renovados
por el mismo Espíritu, somos hermanos. Estar firmes en el Señor es
afirmarse en su fuerza y por su
gracia.
Vv. 2—9. Los creyentes sean unánimes y estén
dispuestos a ayudarse mutuamente. Como el
apóstol había hallado el beneficio de la asistencia de ellos, sabía cuán
consolador sería para sus
colaboradores tener la ayuda de otros. Procuremos asegurarnos que
nuestros nombres estén escritos
en el libro de la vida. —El gozo en Dios es de gran importancia en la
vida cristiana; es necesario
llamar continuamente a ello a los cristianos. El gozo supera ampliamente
todas las causas de pesar.
Los enemigos deben darse cuenta de lo moderados que eran en cuanto a las
cosas externas, y con
cuánta moderación sufrían las pérdidas y las dificultades. El día del
juicio llegará pronto, con la
plena redención de los creyentes y la destrucción de los impíos. —Es
nuestro deber mostrar
cuidadosa diligencia en armonía con una sabia previsión y con la debida
preocupación; pero hay un
afanarse de temor y desconfianza que es pecado y necedad, y sólo
confunde y distrae la mente.
Como remedio contra la preocupación que confunde se recomienda la
constancia en la oración. No
sólo los tiempos establecidos de oración, sino constancia en todo por
medio de la oración. Debemos
unir la acción de gracias con las oraciones y las súplicas; no sólo
buscar provisiones de lo bueno,
sino reconocer las misericordias que recibimos. Dios no necesita que le
digamos nuestras
necesidades o deseos porque los conoce mejor que nosotros, pero quiere
que le demostremos que
valoramos su misericordia y sentimos que dependemos de Él. La paz con
Dios, esa sensación
consoladora de estar reconciliados con Dios, y de tener parte de su
favor, y la esperanza de la
bendición celestial, son un bien mucho más grande de lo que puede
expresarse con plenitud. Esta
paz mantendrá nuestros corazones y mentes en Jesucristo; nos impedirá
pecar cuando estemos
sometidos a tribulaciones y de hundirnos debajo de ellas; nos mantendrá
calmos y con una
satisfacción interior. —Los creyentes tienen que conseguir y mantener un
buen nombre; un nombre
para todas las cosas con Dios y los hombres buenos. —Debemos recorrer en
todo los caminos de la
virtud y permanecer en ellos; entonces, sea que nuestra alabanza sea o
no de los hombres, será de
Dios. El apóstol es un ejemplo. Su doctrina armonizaba con su vida. La
manera de tener al Dios de
paz con nosotros es mantenernos dedicados a nuestro deber. Todos nuestros
privilegios y la
salvación proceden de la misericordia gratuita de Dios, pero el goce de
ellos depende de nuestra
conducta santa y sincera. Estas son obras de Dios, pertenecientes a
Dios, y a Él solo se deben
atribuir y a nadie más, ni hombres, ni palabras ni obras.
Vv. 10—19. Buena obra es socorrer y ayudar a un
buen ministro en dificultades. La naturaleza
de la verdadera simpatía cristiana no es tan sólo sentirse preocupados
por nuestros amigos en sus
problemas, sino hacer lo que podamos para ayudarlos. El apóstol solía
estar en cadenas, prisiones y
necesidades, pero en todo aprendió a estar contento, a llevar su mente a
ese estado, y aprovechar el
máximo de eso. El orgullo, la incredulidad, el vano insistir en algo que
no tenemos y el descontento
variable por las cosas presentes, hacen que los hombres estén
disgustados aun en circunstancias
favorables. Oremos por una sumisión paciente y por esperanza cuando
estemos aplastados; por
humildad y una mente celestial cuando estemos jubilosos. Es gracia especial
tener siempre un
temperamento mental sereno. Cuando estemos humillados no perdamos
nuestro consuelo en Dios ni
desconfiemos de su providencia, ni tomemos un camino malo para nuestra
satisfacción. En estado
próspero no seamos orgullosos ni nos sintamos seguros ni mundanos. Esta
es una lección mucho
más difícil que la otra, porque las tentaciones de la plenitud y de la
prosperidad son más que las de
la aflicción y la necesidad. —El apóstol no tenía la intención de
moverlos a dar más, sino
exhortarlos a una bondad que tendrá una recompensa gloriosa en el más
allá. Por medio de Cristo
tenemos la gracia para hacer lo que es bueno, y por medio de Él hemos de
esperar la recompensa;
como tenemos todas las cosas por Él, hagamos todas las cosas por Él y
para su gloria.
Vv. 20—23. El apóstol termina con alabanzas para
Dios. Debemos mirar a Dios en todas
nuestras debilidades y temores, no como enemigo, sino como Padre,
dispuesto a compadecerse de
nosotros y a ayudarnos. Debemos dar gloria a Dios como Padre. La gracia
y el favor de Dios, que
disfrutan las almas reconciliadas, con todas las virtudes en nosotros,
que fluyen de Él, son todas
adquiridas para nosotros por los méritos de Cristo, y aplicadas por su
intercesión a nuestro favor;
por lo cual se llaman con justicia, la gracia de nuestro Señor
Jesucristo.