SEGUNDA DE CORINTIOS

SEGUNDA DE CORINTIOS
Probablemente la Segunda Epístola a los Corintios haya sido escrita como un año después de la
primera. Sus contenidos están íntimamente relacionados con los de la primera epístola. Se comenta
particularmente la manera con que fue recibida la carta que San Pablo escribiera con anterioridad;
esta fue tal que llenó su corazón de gratitud a Dios, que le capacitó para desempeñar tan plenamente
su deber para con ellos. Muchos habían dado señales de arrepentimiento y enmendado su conducta,
pero otros aún seguían a sus falsos maestros; y, como el apóstol retrasaba su visita, por no desear
tratarlos con severidad, le acusaron de liviandad y cambio de conducta; además, de orgullo,
vanagloria y severidad, y hablaban de él con desprecio. En esta epístola hallamos el mismo afecto
ardiente por los discípulos de Corinto que en la anterior, el mismo celo por el honor del evangelio, y
la misma osadía para la reprensión cristiana. Los primeros seis capítulos son principalmente
prácticos; el resto se refiere más al estado de la iglesia corintia, pero contienen muchas reglas de
aplicación general.
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CAPÍTULO I
Versículos 1—11. El apóstol bendice a Dios por el consuelo en las aflicciones y la liberación de
ellas. 12—14. Declara su propia integridad y la de sus compañeros de labor. 15—24. Da
razones de no ir a ellos.
Vv. 1—11. Se nos exhorta a ir directamente al trono de la gracia para obtener misericordia y hallar
gracia para el oportuno socorro en tiempo de necesidad. El Señor es capaz de dar paz a la
conciencia turbada y de calmar las pasiones rugientes del alma. Estas bendiciones son dadas por Él
como Padre de su familia redimida. Nuestro Salvador es quien dice: No se turbe vuestro corazón. —
Toda consolación viene de Dios y nuestras consolaciones más dulces están en Él. Da paz a las almas
otorgando remisión gratuita de pecados, y las consuela por la influencia vivificante del Espíritu
Santo, y por las ricas misericordias de su gracia. Él es capaz de vendar el corazón roto, de sanar las
heridas más dolorosas, y de dar esperanza y gozo en las aflicciones más pesadas. Los favores que
Dios nos otorga no son sólo para alegrarnos, sino también para que podamos ser útiles al prójimo.
Él envía consuelos suficientes para sostener a los que simplemente confían en Él y le sirven. Si
fuéramos llevados tan bajo como para desesperar hasta de vivir, aun entonces podemos confiar en
Dios para el tiempo venidero. Nuestro deber es no sólo ayudarnos unos a otros con oración, sino en
la alabanza y la acción de gracias y, por ellas, dar retorno adecuado a los beneficios recibidos. De
esta manera, las pruebas y las misericordias terminarán bien para nosotros y el prójimo.
Vv. 12—14. Aunque como pecador el apóstol sólo podía regocijarse y gloriarse en Cristo Jesús,
como creyente podía regocijarse y gloriarse en ser realmente lo que confesaba. La conciencia
atestigua acerca del curso y tenor constantes de la vida. Por eso, podemos juzgarnos y no por este o
aquel acto aislado. Nuestra conversación será bien ordenada, cuando vivamos y actuemos bajo el
principio de la gracia en el corazón. Teniendo esto, podemos dejar nuestros caracteres en las manos
del Señor, pero usando los medios apropiados para aclararlos, cuando el mérito del evangelio o
nuestra utilidad, así lo exija.
Vv. 15—24. El apóstol se defiende del cargo de liviandad e inconstancia al no ir a Corinto. Los
hombres buenos deben tener cuidado de mantener su reputación de sinceridad y constancia; ellos no
deben resolver, sino basados en la reflexión cuidadosa; y ellos no cambiarán a menos que haya
razones de peso. —Nada puede volver más ciertas las promesas de Dios: que sean dadas por medio
de Cristo nos asegura que son sus promesas; como las maravillas que Dios obró en la vida, la
resurrección, y la ascensión de Su Hijo, confirman la fe. El Espíritu Santo afirma a los cristianos en
la fe del evangelio: el despertar del Espíritu es una primicia de la vida eterna: los consuelos del
Espíritu son una primicia del gozo eterno. —El apóstol deseaba ahorrarse la culpa que se temía
sería inevitable si hubiera ido a Corinto antes de saber qué efecto produjo su carta anterior. Nuestra
fuerza y habilidad se deben a la fe; y nuestro consuelo y gozo deben fluir de la fe. Los
temperamentos santos y los frutos de la gracia que asisten a la fe, aseguran contra el engaño en una
materia tan importante.
CAPÍTULO II
Versículos 1—4. Razones del apóstol para no ir a Corinto. 5—11. Instrucciones sobre la
restauración del ofensor arrepentido. 12—17. Un relato de sus labores y éxitos en la difusión
del evangelio de Cristo.
Vv. 1—4. El apóstol deseaba tener una alegre reunión con ellos, y les había escrito confiando que
ellos hicieran lo que fuera para su beneficio y consuelo y que, por tanto, ellos se alegrarían al
eliminar toda causa de inquietud para él. Siempre causaremos dolor sin quererlo, aun cuando así lo
requiera el deber.
Vv. 5—11. El apóstol deseaba que ellos recibieran nuevamente en su comunión a la persona que
había hecho mal, porque tenía conciencia de su falta y estaba muy afligido por el castigo. Hasta la
tristeza por el pecado no debe impedir otros deberes ni llevar a la desesperación. No sólo había
peligro que Satanás sacara ventaja tentando al penitente a pensar mal de Dios y de la religión, y así
llevarlo a la desesperación, y pensara contra las iglesias y los ministros de Cristo, dando una mala
imagen de los cristianos por no perdonar. De este modo causaría divisiones e impediría el éxito del
ministerio. En esto, como en otras cosas, la sabiduría debe usarse para que el ministerio no sea
culpado por permitir, por un lado el pecado, y por el otro, por exagerada severidad contra los
pecadores. Satanás tiene muchos planes para engañar y sabe usar para mal nuestros errores.
Vv. 12—17. Los triunfos del creyente son todos en Cristo. A Él sea la alabanza y la gloria de
todos mientras el éxito del evangelio es una buena razón para el gozo y júbilo del cristiano. En los
triunfos antiguos se usaban mucho perfume y olores gratos; De esta manera, el nombre y la
salvación de Jesús, como ungüento derramado, era un olor grato, difundido en todo lugar. Para
algunos el evangelio es olor de muerte para muerte. Ellos lo rechazan para su ruina. Para otros, el
evangelio es un olor de vida para vida: como los vivificó al principio, cuando estaban muertos en
delitos y pecados, así les da más vida, y los lleva a la vida eterna. —Obsérvese las impresiones
sobrecogedoras que este asunto hizo en el apóstol y que debiera también hacer en nosotros. La obra
es grande, y no tenemos fuerza de nosotros mismos en absoluto; toda nuestra suficiencia viene de
Dios. Pero lo que hacemos en religión, a menos que sea hecho con sinceridad, como ante Dios, no
es de Dios, no viene de Él y no llegará a Él. Velemos cuidadosamente en este aspecto; y busquemos
el testimonio de nuestra conciencia, sometidos a la enseñanza del Espíritu Santo, para que con
sinceridad hablemos así en Cristo y de Cristo.
CAPÍTULO III
Versículos 1—11. La preferencia del evangelio respecto a la ley dada por Moisés. 12—18. La
predicación del apóstol era adecuada para la excelencia y evidencia del evangelio por medio
del poder del Espíritu Santo.
Vv. 1—11. Hasta la apariencia de elogiarse a sí mismo y de buscar el aplauso humano resulta
doloroso para la mente espiritual y humilde. Nada es más delicioso para los ministros fieles, o más
digno de elogio para ellos, que el éxito de su ministerio demostrado en el espíritu y las vidas de
aquellos entre quienes trabaja. —La ley de Cristo fue escrita en sus corazones, y el amor de Cristo
fue derramado en ellos ampliamente. No fue escrita en tablas de piedras, como la ley de Dios dada a
Moisés, sino sobre las tablas de carne del corazón (no carnales, porque la carnalidad connota
sensualidad), Ezequiel xxxvi, 26. Sus corazones fueron humillados y ablandados para recibir esta
impresión por el poder regenerador del Espíritu Santo. Atribuye toda la gloria a Dios. Recuérdese,
que toda nuestra dependencia es del Señor, así toda la gloria le pertenece solo a Él. —La letra mata:
la letra de la ley es la ministración de muerte; y si nos apoyamos en la pura letra del evangelio, no
seremos mejores por hacerlo así: pero el Espíritu Santo da vida espiritual y vida eterna. —La
dispensación del Antiguo Testamento era ministración de muerte, pero la del Nuevo Testamento, de
vida. La ley dio a conocer el pecado, y la ira y maldición de Dios; nos muestra a Dios por sobre
nosotros, y un Dios en contra de nosotros; pero el evangelio da a conocer la gracia y a Emanuel
Dios con nosotros. En ello se revela la justicia de Dios por fe; y esto nos muestra que el justo vivirá
por la fe; esto hace conocer la gracia y la misericordia de Dios por medio de Jesucristo para obtener
el perdón de pecados y la vida eterna. El evangelio excede tanto a la ley en gloria que eclipsa la
gloria de la dispensación legal. Pero aun el Nuevo Testamento será una letra que mata si se muestra
como sólo un sistema o forma, y sin dependencia de Dios Espíritu Santo para dar poder vivificador.
Vv. 12—18. Es deber de los ministros del evangelio usar gran sencillez o claridad para hablar.
Los creyentes del Antiguo Testamento tuvieron sólo vistazos nebulosos y pasajeros del glorioso
Salvador, y los incrédulos no vieron más allá de la institución externa. Pero los grandes preceptos
del evangelio, creer, amar, obedecer, son verdades estipuladas tan claramente como es posible. Toda
la doctrina de Cristo crucificado es expuesta tan sencillamente como el lenguaje humano puede
hacerlo. —Los que vivieron bajo la ley, tenían un velo sobre sus corazones. Este velo es quitado por
las doctrinas de la Biblia acerca de Cristo. Cuando una persona se convierte a Dios, entonces es
quitado el velo de la ignorancia. La condición de los que disfrutan y creen el evangelio es feliz,
porque el corazón es puesto en libertad para correr por los caminos de los mandamientos de Dios.
Ellos tienen luz, y con la cara descubierta contemplan la gloria del Señor. Los cristianos deben
apreciar y realzar estos privilegios. No debemos descansar sin conocer el poder transformador del
evangelio, por la obra del Espíritu, que nos lleva a buscar ser como el carácter y la tendencia del
glorioso evangelio de nuestro Señor y Salvador Jesucristo, y a la unión con Él. Contemplamos a
Cristo como en el cristal de su palabra, y como el reflejo de un espejo hace que brille el rostro, así
también brillan los rostros de los cristianos.
CAPÍTULO IV
Versículos 1—7. Los apóstoles trabajaron con mucha diligencia, sinceridad y fidelidad. 8—12. Sus
sufrimientos por el evangelio fueron grandes, pero con rico sustento. 13—18. Las perspectivas
de la gloria eterna impiden que los creyentes desfallezcan bajo las aflicciones.
Vv. 1—7. Los mejores hombres desmayarán si no recibieran misericordia de Dios. Podemos confiar
en esa misericordia que nos ha socorrido sacándonos y llevándonos adelante, hasta ahora, para que
nos ayude hasta el fin. Los apóstoles no tenían intenciones malas ni bajas recubiertas con
pretensiones superficialmente equitativas y buenas. No trataron que el ministerio de ellos sirviera
para un turno. La sinceridad o la rectitud guardará la opinión favorable de los hombres buenos y
sabios. Cristo por su evangelio hace una revelación gloriosa a la mente de los hombres, pero el
designio del diablo es mantener a los hombres en la ignorancia; cuando no puede mantener fuera del
mundo la luz del evangelio de Cristo, no se ahorra esfuerzos para mantener a los hombres fuera del
evangelio o ponerlos en contra. —El rechazo del evangelio aquí se atribuye a la ceguera voluntaria
y a la maldad del corazón humano. El yo no era el tema ni el fin de la predicación de los apóstoles;
ellos predicaban a Cristo como Jesús, el Salvador y Libertador, que salva hasta lo sumo a todos los
que vayan a Dios por su intermedio. Los ministros son siervos de las almas de los hombres; deben
evitar volverse siervos de los humores o lujurias de los hombres. —Es agradable contemplar el sol
en el firmamento, pero es más agradable y provechoso que el evangelio brille en el corazón. Como
la luz fue al principio de la primera creación, así, también, en la nueva creación, la luz del Espíritu
es su primera obra en el alma. El tesoro de luz y gracia del evangelio está puesto en vasos de barro.
Los ministros del evangelio están sometidos a las mismas pasiones y debilidades que los demás
hombres. Dios podría haber enviado a los ángeles para dar a conocer la doctrina gloriosa del
evangelio o podría haber enviado a los hijos de los hombres más admirados para enseñar a las
naciones, pero escogió vasos más humildes, más débiles, para que su poder sea altamente
glorificado al sostenerlos, y en el bendito cambio obrado por el ministerio de ellos.
Vv. 8—12. Los apóstoles sufrieron enormemente, pero hallaron un sustento maravilloso. Los
creyentes pueden ser abandonados por sus amigos y ser perseguidos por los enemigos, pero su Dios
nunca los dejará ni los desamparará. Puede que haya temores internos y luchas externas, pero no
somos destruidos. El apóstol habla de sus sufrimientos, como la contrapartida de los sufrimientos de
Cristo, para que la gente pueda ver el poder de la resurrección de Cristo y de la gracia en el Jesús
vivo y por medio de Él. Comparados con ellos, los demás cristianos estuvieron en circunstancias
prósperas, en aquel tiempo.
Vv. 13—18. La gracia de la fe es un remedio eficaz contra el desaliento en tiempos de prueba.
Ellos sabían que Cristo había resucitado y que su resurrección era arras y garantía de la de ellos. La
esperanza de esta resurrección animará en el día de sufrimiento y nos pondrá por encima del temor
a la muerte. Además, sus sufrimientos fueron para el provecho de la Iglesia y para la gloria de Dios.
Los sufrimientos de los ministros de Cristo, y su predicación y conversación, son para el bien de la
Iglesia y para la gloria de Dios. La perspectiva de la vida y la dicha eternas eran su fortaleza y
consuelo. Lo que el sentido estaba dispuesto a considerar pesado y largo, doloroso y tedioso, la fe lo
percibe leve y corto y sólo momentáneo. El peso de todas las aflicciones temporales era leve en sí,
mientras la gloria venidera era una sustancia de peso y duración más allá de toda descripción. Si el
apóstol pudo llamar leves y momentáneas a sus pruebas pesadas, largas y continuas, ¡qué triviales
deben de ser nuestras dificultades! La fe capacita para efectuar el recto juicio de las cosas. Hay
cosas invisibles y cosas que se ven, y entre ellas hay esta vasta diferencia: las cosas invisibles son
eternas, las cosas visibles son temporales o sólo pasajeras. Entonces, no miremos las cosas que se
ven; dejemos de buscar las ventajas mundanales o de temer los trastornos presentes. Pongamos
diligencia en hacer segura nuestra futura felicidad.
CAPÍTULO V
Versículos 1—8. La esperanza y el deseo del apóstol de la gloria celestial. 9—15. Esto estimulaba
a la diligencia. La razón de estar afectado con celo por los corintios. 16—21. La necesidad de
la regeneración, de la reconciliación con Dios por medio de Cristo.
Vv. 1—8. El creyente no sólo está bien seguro por la fe de que hay otra vida dichosa, después de
esta; tiene buena esperanza, por la gracia, del cielo como habitación, un lugar de reposo, un
escondite. En la casa de nuestro Padre muchas moradas hay, cuyo arquitecto y hacedor es Dios. La
dicha del estado futuro es lo que Dios ha preparado para los que le aman: habitaciones eternas, no
como los tabernáculos terrenales, las pobres chozas de barro en que ahora moran nuestras almas;
que se pudren y deterioran, cuyos cimientos están en el polvo. El cuerpo de carne es una carga
pesada, las calamidades de la vida son una carga pesada, pero los creyentes gimen cargados con un
cuerpo de pecado, y debido a las muchas corrupciones remanentes que rugen dentro de ellos. La
muerte nos desvestirá del ropaje de carne, y de todas las bendiciones de la vida y acabará todos
nuestros problemas de aquí abajo. Pero las almas fieles serán vestidas con ropajes de alabanza, con
mantos de justicia y gloria. —Las gracias y las consolaciones presentes del Espíritu son primicias
de la gracia y el consuelo eterno. Aunque Dios está aquí con nosotros, por su Espíritu, y en sus
ordenanzas, aún no estamos con Él como esperamos estar. La fe es para este mundo, y la vista es
para el otro mundo. Nuestro deber es, y será nuestra preocupación, andar por fe hasta que vivamos
por vista. Esto muestra claramente la dicha que disfrutarán las almas de los creyentes cuando se
ausenten del cuerpo, y donde Jesús da a conocer su gloriosa presencia. —Estamos unidos al cuerpo
y al Señor; cada uno reclama una parte de nosotros, pero, ¡cuánto más poderosamente clama el
Señor por tener el alma del creyente íntimamente unida con Él! Tú eres una de las almas que yo he
amado y escogido; uno de los que me han sido dados. ¡Qué es la muerte como objeto de temor, si se
compara con estar ausentes del Señor!
Vv. 9—15. El apóstol se anima a sí mismo y a los demás a cumplir su deber. Las esperanzas
bien cimentadas del cielo no animarán a la pereza ni a la confianza pecaminosa. Todos deben
considerar el juicio venidero, al que se llama El terror del Señor. Sabiendo cuán terrible es la
venganza que el Señor ejecutará en los hacedores de iniquidad, el apóstol y sus hermanos usan todo
argumento y persuasión para llevar a los hombres a creer en el Señor Jesús, y para actuar como sus
discípulos. Su celo y diligencia eran para la gloria de Dios y para el bien de la Iglesia. El amor de
Cristo por nosotros tendrá un efecto similar en nosotros si es debidamente considerado y rectamente
juzgado. Todos estaban perdidos y deshechos, muertos y destruidos, esclavos del pecado, sin poder
para liberarse y tendrían que haber seguido así, miserables para siempre, si Cristo no hubiera
muerto. No debemos hacer de nosotros la finalidad de nuestra vida y acciones, sino a Cristo. La
vida del cristiano debe ser dedicada a Cristo. ¡Ay, cuántos muestran la nulidad de la fe y del amor
que profesan viviendo para sí mismos y para el mundo!
Vv. 16—21. El hombre renovado actúa sobre la base de principios nuevos, por reglas nuevas,
con finalidades nuevas y con compañía nueva. El creyente es creado de nuevo; su corazón no es
sólo enderezado; le es dado un corazón nuevo. Es hechura de Dios, creado en Cristo Jesús para
buenas obras. Aunque es el mismo como hombre, ha cambiado su carácter y conducta. Estas
palabras deben significar más que una reforma superficial. El hombre que antes no veía belleza en
el Salvador para desearlo, ahora le ama por sobre todas las cosas. —El corazón del que no está
regenerado está lleno de enemistad contra Dios, y Dios está justamente ofendido con él. Pero puede
haber reconciliación. Nuestro Dios ofendido nos ha reconciliado consigo por Jesucristo. —Por la
inspiración de Dios fueron escritas las Escrituras, que son la palabra de reconciliación; mostrando
que había sido hecha la paz por la cruz, y cómo podemos interesarnos en ella. Aunque no puede
perder por la guerra ni ganar por la paz, aun así Dios ruega a los pecadores que echen a un lado su
enemistad, y acepten la salvación que Él ofrece. Cristo no conoció pecado. Fue hecho pecado; no
pecador, sino pecado, una ofrenda por el pecado, un sacrificio por el pecado. El objetivo y la
intención de todo esto era que nosotros pudiésemos ser hechos justicia de Dios en Él, pudiésemos
ser justificados gratuitamente por la gracia de Dios por medio de la redención que es en Cristo
Jesús. ¿Puede alguien perder, trabajar o sufrir demasiado por el que dio a su Hijo amado para que
fuera el sacrificio por los pecados de ellos, para que ellos fuesen hechos la justicia de Dios en Él?
CAPÍTULO VI
Versículos 1—10. El apóstol, con otros, se demuestran como ministros fieles de Cristo por su vida
y conducta irreprochables. 11—18. Por afecto a ellos.—Y por una seria preocupación, que
ellos no tengan comunión con incrédulos e idólatras.
Vv. 1—10. El evangelio es una palabra de gracia que suena en nuestros oídos. El día del evangelio
es un día de salvación, el medio de gracia es el medio de salvación, el ofrecimiento del evangelio es
la oferta de la salvación, y la época presente es el tiempo apropiado para aceptar tales ofrecimientos.
El mañana no es nuestro: no sabemos qué será mañana ni dónde estaremos. Ahora disfrutamos un
día de gracia; entonces, seamos cuidadosos para no rechazarlo. Los ministros del evangelio deben
considerarse como siervos de Dios y actuar en todo en la forma conveniente a ese carácter. El
apóstol lo hizo así, por mucha paciencia en las aflicciones, actuando sobre la base de buenos
principios, y con el debido carácter y conducta. Los creyentes de este mundo necesitan la gracia de
Dios para armarse contra las tentaciones y para soportar la buena opinión de los hombres sin
enorgullecerse; y para sufrir con paciencia sus reproches. Ellos nada tienen en sí mismos, pero
poseen todas las cosas en Cristo. —De tales diferencias está hecha la vida del cristiano, y a través
de tal variedad de condiciones e informes, va nuestro camino al cielo; debemos tener cuidado para
presentarnos a Dios aprobados en todas las cosas. El evangelio mejora la condición de hasta el más
mísero cuando es predicado fielmente y recibido por completo. Ellos ahorran lo que antes gastaban
alocadamente, y emplean con diligencia su tiempo en propósitos útiles. Ellos ahorran y ganan por la
religión y, de este modo, son enriquecidos, para el mundo venidero y para este, cuando se les
compara con su estado pecador disipado de antes que recibieran el evangelio.
Vv. 11—18. Malo es que los creyentes se junten con los malos y profanos. La palabra incrédulo
se aplica a todos los desposeídos de la fe verdadera. Los pastores verdaderos advertirán a sus
amados hijos del evangelio a no unirse en yugo desigual. Los efectos fatales de rechazar los
preceptos de las Escrituras acerca de los matrimonios se notan claramente. En lugar de ayuda
idónea, la unión trae una trampa. Los que tienen la cruz de estar unidos desigualmente, sin que sea
su falta voluntaria, pueden esperar consuelo bajo ella, pero cuando los creyentes establecen estas
uniones, contrarias a las expresas advertencias de la palabra de Dios, deben esperar mucha angustia.
—La cautela se extiende también a la conversación corriente. No debemos entablar amistad ni
familiaridad con hombres malos e incrédulos. Aunque no podemos evitar por completo ver y oír, y
estar con los tales, nunca debemos, no obstante, elegirlos como amigos. No debemos corrompernos
juntándonos con quienes se contaminan a sí mismos con pecado. Salid de en medio de los
hacedores de iniquidad, y apartaos de sus placeres y empresas vanas y pecaminosas; de toda
conformidad a las corrupciones de este mundo presente. Si es un privilegio envidiado ser hijo o hija
de un príncipe terrenal, ¿quién puede expresar la dignidad y la felicidad de ser hijos e hijas del
Todopoderoso?
CAPÍTULO VII
Versículos 1—4. Una exhortación a la santidad, y toda la Iglesia llamada a tener afecto por el
apóstol. 5—11. Se regocijaba en que ellos se entristecieran para arrepentimiento, 12—16. y en
el consuelo que ellos y Tito tuvieron juntos.
Vv. 1—4. Las promesas de Dios son razones fuertes para que nosotros busquemos la santidad;
debemos limpiarnos de toda inmundicia de carne y espíritu. Si esperamos en Dios como Padre
nuestro, debemos procurar ser santos como Él es santo, y perfectos como nuestro Padre celestial. Su
sola gracia, por la influencia de Su Espíritu, puede purificar, pero la santidad debe ser el objetivo de
nuestras oraciones constantes. —Si se considera despreciables a los ministros del evangelio, se
corre el peligro de despreciar también el mismo evangelio; y aunque los ministros no deben halagar
a nadie, sin embargo, deben ser amables con todos. Los ministros pueden buscar estima y favor
cuando pueden exhortar a la gente con la seguridad de no haber corrompido a ningún hombre con
falsas doctrinas ni discursos engañosos; de no haber defraudado a nadie; ni procurado promover sus
propios intereses en menoscabo de alguien. Era el afecto por ellos lo que hizo hablar tan libremente
al apóstol y gloriarse de ellos, en todas partes y en todas las ocasiones.
Vv. 5—11. Había luchas externas o contiendas continuas con judíos y gentiles, y resistencia de
parte de éstos; y había temores por dentro, y gran preocupación por los que habían abrazado la fe
cristiana. Pero Dios consuela a los que están abatidos. Debemos mirar a Dios, por encima y más allá
de todos los medios e instrumentos, porque Él es el Autor de todo consuelo y bien que disfrutamos.
La tristeza según la voluntad de Dios, que es para la gloria de Dios, y la obra del Espíritu de Dios,
vuelve al corazón, humilde, contrito, sumiso, dispuesto a mortificar todo pecado, y a caminar en la
vida nueva. Este arrepentimiento está relacionado con la fe salvadora en Cristo y con un interés en
su expiación. Hay una gran diferencia entre esta tristeza de buena clase y la tristeza del mundo. —
Se mencionan los felices frutos del arrepentimiento verdadero. Donde el corazón está cambiado,
serán cambiadas la vida y las acciones. Produjo indignación con el pecado, consigo mismo, con el
tentador y sus instrumentos. Produjo temor para velar y un cauto temor del pecado. Produjo deseo
de ser reconciliados con Dios. Produjo celo por el deber y contra el pecado. Produjo venganza
contra el pecado y contra la propia necedad de ellos, mediante esfuerzos por satisfacer los daños
ocasionados. La humildad profunda antes Dios, el odio de todo pecado, con fe en Cristo, el nuevo
corazón y la vida nueva, constituyen el arrepentimiento para salvación. Que el Señor lo conceda a
cada uno de nosotros.
Vv. 12—16. El apóstol no se decepcionó por ellos, lo que dijo a Tito, y pudo declarar, con gozo,
la confianza que tenía en ellos para el tiempo venidero. Véase aquí los deberes del pastor y de su
rebaño; estos deben alivianar los problemas del oficio pastoral, por medio del respeto y la
obediencia; el primero debe dar una respuesta adecuada por medio del cuidado hacia ellos, y con su
preocupación por ellos y su aprecio por el rebaño con testimonios de satisfacción, gozo y ternura.
CAPÍTULO VIII
Versículos 1—6. El apóstol les recuerda la ofrenda para los santos pobres. 7—9. Hace cumplir
esto por las donaciones de ellos, y por el amor y la gracia de Cristo. 10—15. Por la voluntad
que habían mostrado para esta buena obra. 16—24. Les encomienda a Tito.
Vv. 1—6. La gracia de Dios debe reconocerse como raíz y fuente de todo bien en nosotros, o hecho
por nosotros, en todo momento. Gran gracia y favor de Dios es que seamos útiles para el prójimo y
el progreso de cualquier obra buena. Elogia la caridad de los macedonios. Lejos de necesitar que
Pablo los exhortara, le rogaron que recibiera la dádiva que le enviaron. —Cualquiera sea la cosa que
usemos o dispongamos para Dios, tan sólo es darle lo que es suyo. Todo lo que demos para fines
caritativos no será aceptado por Dios, ni será para ventaja nuestra, a menos que, primero, nos demos
nosotros mismos al Señor. Atribuyendo a la gracia de Dios todas las obras realmente buenas, no
sólo le damos la gloria a quien corresponde, sino también, mostramos a los hombres dónde está su
fuerza. El gozo espiritual abundante ensancha los corazones de los hombres en el trabajo y la obra
de amor. ¡Qué diferente es esto de la conducta de quienes no se unirán a ninguna buena obra a
menos que se les exija!
Vv. 7—9. La fe es la raíz; y sin fe es imposible agradar a Dios, Hebreos xi, 6, de modo que los
que abundan en fe, abundarán también en otras gracias y buenas obras. Esto obrará y se notará por
el amor. Los grandes habladores no siempre son los mejores hacedores; pero los corintios fueron
diligentes en el hacer, así como en el saber y en el hablar bien. El apóstol les desea que, a todas
estas cosas buenas, también agreguen esta gracia: abundar en caridad para los pobres. —Los
mejores argumentos de los deberes cristianos se extraen de la gracia y del amor de Cristo. Aunque
era rico, siendo Dios, igual en poder y gloria con el Padre, no sólo se hizo hombre por nosotros;
también se hizo pobre. Al fin, se despojó a sí mismos, como si se vaciara, para rescatar las almas de
ellos por su sacrificio en la cruz. ¡Bendito Señor, de qué riquezas te rebajaste, por nosotros, a qué
pobrezas! ¡Y a qué riquezas nos elevaste por medio de tu pobreza! Nuestra dicha es estar totalmente
a tus órdenes.
Vv. 10—15. Los buenos propósitos son como los brotes y los capullos, agradables de ver y dan
esperanzas de buen fruto, pero se pierden y nada significan sin buenas obras. Los buenos comienzos
están bien; pero perdemos el beneficio si no hay perseverancia. Cuando los hombres se proponen lo
bueno, y se esfuerzan, conforme a su habilidad a hacerlo, Dios no los rechazará por lo que no
puedan hacer. Sin embargo, esta Escritura no justifica a quienes piensan que basta con tener buenas
intenciones, o que los buenos propósitos y la sola confesión de una mente dispuesta son suficientes
para salvar. —La providencia da más de las cosas buenas de este mundo a unos que a otros, para
que los que tienen abundancia puedan suplir al prójimo lo que le falta. La voluntad de Dios es que
haya una cierta medida de igualdad por medio de nuestra mutua provisión; no que haya una
igualdad tal que destruya la propiedad, porque, en ese caso, no se podría ejercer la caridad. Todos
deben considerar que les concierne aliviar a los desposeídos. Esto se muestra en la recogida y la
entrega del maná en el desierto, Éxodo xvi, 18. Los que tienen más de este mundo, no tienen más
que alimento y vestido; y los que tienen poco de este mundo, rara vez se hallan completamente
desprovistos de esas cosas.
Vv. 16—24. El apóstol elogia a los hermanos enviados a reunir la ofrenda de amor de ellos, para
que se supiera quiénes eran, y con cuánta seguridad se podía confiar en ellos. Deber de todos los
cristianos es actuar con prudencia para evitar, en lo que podamos, toda sospecha injusta. En primer
lugar, es necesario actuar rectamente ante Dios, pero las cosas honestas ante los hombres también
deben recibir atención. El carácter puro y la conciencia limpia son un requisito para ser útiles. Ellos
dieron gloria a Cristo como instrumentos y obtuvieron honra de Cristo por ser contados como fieles,
y ser empleados en su servicio. La buena opinión que el prójimo tenga de nosotros, debiera ser un
argumento para que nosotros hagamos el bien.
CAPÍTULO IX
Versículos 1—5. La razón de enviar a Tito a buscar las ofrendas. 6—15. Los corintios tienen que
ser generosos y alegres.—El apóstol agradece a Dios por su don inefable.
Vv. 1—5. Cuando queremos que los demás hagan el bien, debemos actuar prudente y tiernamente
con ellos, y darles tiempo. Los cristianos deben considerar lo que es para el pretigio de la fe que
profesan, y deben esforzarse por adornar en todas las cosas la doctrina de Dios, su Salvador. El
deber de ministrar a los santos es tan claro que puede parecer que no es necesario exhortar a los
cristianos al respecto; sin embargo, el amor propio contiende con tanto poder contra el amor de
Cristo, que suele ser necesario estimular sus mentes por medio del recuerdo.
Vv. 6—15. El dinero donado con caridad puede parecer tirado a la basura para la mente carnal,
pero cuando se da sobre la base de los principios apropiados, es semilla sembrada de la cual puede
esperarse un valioso incremento. Hay que dar con cuidado. Las obras de caridad, como todas las
demás buenas obras, deben hacerse de manera reflexiva e intencionada. La debida reflexión sobre
nuestras circunstancias, y la de aquellos a quienes vamos a socorrer, orientará nuestras dádivas al
servicio de la caridad. La ayuda debe darse con generosidad, sea más o menos, no con renuencia,
sino con alegría. Mientras algunos desparraman y aun así crecen, otros retienen más de lo que se ve
y eso lleva a la pobreza. Si tuviésemos más fe y amor desperdiciaríamos menos en nosotros
mismos, y sembraríamos más con la esperanza de un crecimiento abundante. —¿Puede un hombre
perder haciendo aquello con que Dios se agrada? Él puede hacer que toda la gracia abunde para con
nosotros, y que abunde en nosotros; puede dar un gran crecimiento de las buenas cosas espirituales
y de las temporales. Puede hacer que tengamos suficiente en todas las cosas y que nos contentemos
con lo que tenemos. Dios no sólo nos da bastante para nosotros mismos, sino además para que
podamos suplir con ello las necesidades del prójimo, y esto debe ser como semilla para sembrar.
Debemos mostrar la realidad de nuestra sujeción al evangelio por las obras de caridad. Esto será
para mérito de nuestra confesión y para la alabanza y la gloria de Dios. Propongámonos imitar el
ejemplo de Cristo, sin cansarnos de hacer el bien, y considerando que es más bienaventurado dar
que recibir. —Bendito sea Dios por el don inefable de su gracia, por la cual capacita e inclina a
algunos de su pueblo a dar a los demás, y a otros a estar agradecidos por ello; y bendito sea para
toda la eternidad su glorioso nombre por Jesucristo, el don de valor inapreciable de su amor, por
medio del cual estas y todas las otras cosas, que pertenecen a la vida y la piedad, nos son dadas
gratuitamente, más allá de toda expresión, medida o límite.
CAPÍTULO X
Versículos 1—6. El apóstol establece su autoridad con mansedumbre y humildad. 7—11. Razona
con los corintios. 12—18. Busca la gloria de Dios, y ser aprobado por Él.
Vv. 1—6. Mientras otros tenían en menos al apóstol, y hablaban de él con escarnio, él pensaba y
hablaba humildemente de sí. Debemos estar conscientes de nuestros males y pensar humildemente
de nosotros, aunque los hombres nos lo reprochen. —La obra del ministerio es una guerra espiritual
contra los enemigos espirituales y con objetivos espirituales. El poder exterior no es el método del
evangelio, sino las persuasiones sólidas, por el poder de la verdad y la mansedumbre de la
sabiduría. La conciencia es responsable de rendir cuentas sólo a Dios; y a la gente se la debe
convencer sobre Dios y su deber, sin forzarlos. De este modo, son muy poderosas las armas de
nuestra milicia; la evidencia de la verdad es convincente. ¡Qué oposición se hace contra el
evangelio, por parte de los poderes del pecado y de Satanás en los corazones de los hombres! Pero
véase la victoria que obtiene la palabra de Dios. Los medios señalados, por débiles que puedan
parecerles a algunos, serán poderosos por medio de Dios. La predicación de la cruz hecha por
hombres de fe y oración siempre ha resultado fatal para la idolatría, la impiedad y la maldad.
Vv. 7—11. Pablo era vil y despreciable a ojos de algunos, en cuanto a su apariencia externa,
pero esta era una regla falsa para juzgar. No debemos pensar que nadie, salvo nosotros, pertenece a
Cristo. No miremos las cosas por su apariencia externa, como si la falta de tales cosas demostrara
que un hombre no es un cristiano real, o un ministro fiel y capaz del humilde Salvador.
Vv. 12—18. Si nos comparáramos con quienes nos superan, eso sería un buen método para
mantenernos humildes. El apóstol se establece una buena regla de conducta, a saber, no jactarse de
cosas sin su medida, que fue la medida que Dios le asignó a él. No hay fuente de error más
fructífera que juzgar a las personas y las opiniones por nuestros propios prejuicios. ¡Qué común es
que las personas juzguen su propio carácter religioso por las opiniones y las máximas del mundo
que los rodea! ¡Pero qué diferente es la regla de la palabra de Dios! De todo el halago, el peor es el
halago de sí mismo. Por tanto, en vez de alabarnos a nosotros mismos, debemos esforzarnos por ser
aprobados por Dios. En una palabra, gloriémonos en el Señor nuestra salvación, y en todas las
demás cosas sólo como pruebas de su amor, o como medios de fomentar Su gloria. En lugar de
alabarnos nosotros mismos, o de buscar la alabanza de los hombres, deseemos sólo la honra que
procede de Dios.
CAPÍTULO XI
Versículos 1—4. El apóstol da sus razones para hablar recomendándose a sí mismo. 5—15.
Muestra que ha predicado gratuitamente el evangelio. 16—21. Explica lo que iba a agregar en
defensa de su carácter. 22—33. Rinde cuenta de sus trabajos, preocupaciones, sufrimientos,
peligros y liberaciones.
Vv. 1—4. El apóstol deseaba resguardar a los corintios de ser corrompidos por falsos apóstoles. No
hay sino un Jesús, un Espíritu y un evangelio para ser predicado y recibido por ellos; ¿por qué,
debido a las invenciones de un adversario, debiera alguien formarse prejuicios contra él, que fue el
primero en enseñarles en la fe? Ellos no deben escuchar a los hombres que, sin causa, los alejarán
de quienes fueron el medio de su conversión.
Vv. 5—15. Es mucho mejor hablar con claridad, pero andando franca y coherentemente con el
evangelio, que ser admirado por miles, henchirse de orgullo, como para desprestigiar el evangelio
con malos temperamentos y vidas impías. El apóstol no quería dar lugar a que nadie lo acusara de
intenciones mundanas al predicar el evangelio, para que otros que se le oponían en Corinto, no
pudieran sacar ventaja contra él en este aspecto. Se puede esperar hipocresía especialmente cuando
consideramos el gran poder que tiene Satanás sobre la mente de muchos, que manda en los
corazones de los hijos de desobediencia. Como hay tentaciones a una mala conducta, así se corre un
riesgo igual por el otro lado. Sirve asimismo el propósito de Satanás establecer las buenas obras en
oposición a la expiación de Cristo, y a la salvación por fe y gracia. Pero al final se descubrirá a los
que son obreros engañosos; su obra terminará en ruina. Satanás permitirá que sus ministros
prediquen la ley o el evangelio por separado, pero la ley establecida por fe en la justicia y expiación
de Cristo, y la participación de su Espíritu, es la prueba de todo sistema falso.
Vv. 16—21. Es deber y práctica de los cristianos humillarse y obedecer el mandamiento y el
ejemplo del Señor; pero la prudencia debe dirigir en lo que sea necesario para hacer cosas que
podemos hacer lícitamente, aun el hablar de lo que Dios ha obrado para nosotros, en nosotros y por
nosotros. —Aquí se hace indudablemente una referencia a hechos en que se ha mostrado el carácter
de los falsos apóstoles. Asombra ver cómo tales hombres llevan a la esclavitud a sus seguidores, y
cómo los despojan y los insultan.
Vv. 22—33. El apóstol hace un relato de sus trabajos y sufrimientos, no por orgullo o
vanagloria, sino para la honra de Dios, que le capacitó para hacer y sufrir tanto por la causa de
Cristo; muestra en qué es superior a los falsos apóstoles que trataban de desprestigiar su carácter y
su servicio. Nos asombra reflexionar en este relato sobre sus peligros, dificultades y sufrimientos, y
observar su paciencia, perseverancia, diligencia, júbilo y utilidad, en medio de todas las pruebas.
Véase cuán poca razón tenemos para amar la pompa y la abundancia de este mundo, cuando este
bendito apóstol sufrió tantas penurias. Nuestra mayor diligencia y servicios parecen indignos de
comentar cuando se comparan con los suyos, y nuestras dificultades y pruebas escasamente pueden
notarse. Muy bien puede guiarnos a indagar si somos o no seguidores verdaderos de Cristo. Aquí
podemos estudiar la paciencia, el valor y la confianza firme en Dios. Aquí podemos aprender a
pensar menos en nosotros mismos, y siempre debemos mantenernos estrictamente en la verdad,
como en la presencia de Dios, y debemos referir todo a su gloria, como Padre de nuestro Señor
Jesucristo, que es bendito para siempre.
CAPÍTULO XII
Versículos 1—6. Las revelaciones del apóstol. 7—10. Las cuales fueron utilizadas para su
provecho espiritual. 11—21. Las señales de apóstol estaban en él.—Su propósito de hacerles
una visita, pero expresa su temor de tener que ser severo con algunos.
Vv. 1—6. No cabe duda que el apóstol habla de sí mismo. No sabe si las cosas celestiales
descendieron hacia él mientras su cuerpo estaba en trance, como en el caso de los antiguos profetas;
o si su alma fue desalojada momentáneamente del cuerpo y llevada al cielo, o si fue llevado en
cuerpo y alma. No podemos, ni es propio que lo sepamos aún conocer los detalles de este glorioso
lugar y estado. No intentó publicar al mundo lo que había escuchado allá, pero expone la doctrina
de Cristo. La Iglesia se edifica sobre ese cimiento, y sobre él debemos edificar nuestra fe y
esperanza. Mientras esto nos enseña a mejorar nuestras expectativas de la gloria que será revelada,
debe dejarnos contentos con los métodos habituales de conocer la verdad y la voluntad de Dios.
Vv. 7—10. El apóstol narra el método que Dios asumió para mantenerlo humilde y para evitar
que se exaltara desmedidamente por las visiones y revelaciones que tenía. No se nos dice qué era
ese aguijón en la carne, si era un problema enorme o una tentación inmensa. Pero Dios suele sacar
bueno de lo malo para que los reproches de nuestros enemigos nos protejan del orgullo. Si Dios nos
ama, evitará que nos exaltemos desmedidamente; las cargas espirituales están ordenadas para curar
el orgullo espiritual. Se dice que este aguijón en la carne era un mensajero que Satanás envió para
mal, pero Dios lo usó y lo venció para bien. La oración es un ungüento para toda llaga, remedio
para toda enfermedad, y cuando estamos afligidos con aguijones en la carne, debemos entregarnos a
la oración. Si no se contesta la primera oración, ni la segunda, debemos seguir orando. Los
problemas son enviados para enseñarnos a orar; y siguen para enseñarnos a insistir en la oración. —
Aunque acepta la oración de fe, aun así no siempre Dios da lo que se le pide: porque, como a veces
concede con ira, también, niega con amor. Cuando Dios no quita nuestros problemas y tentaciones,
pero nos da gracia suficiente para nosotros, no tenemos razón para quejarnos. La gracia significa la
buena voluntad de Dios para con nosotros, y eso es suficiente para iluminarnos y vivificarnos,
suficiente para fortalecernos y consolarnos en todas las aflicciones y angustias. Su poder se
perfecciona en nuestra debilidad. De esta manera, su gracia se manifiesta y magnifica. Cuando
somos débiles en nosotros mismos, entonces somos fuertes en la gracia de nuestro Señor Jesucristo.
Si nos sentimos débiles en nosotros mismos, entonces vamos a Cristo, recibimos poder de Él y
disfrutamos más las provisiones del poder y la gracia divina.
Vv. 11—21. Tenemos como deuda con los hombres buenos la defensa de su reputación; y
tenemos la obligación especial hacia ellos, de quienes recibimos beneficios, en especial los
beneficios espirituales, de reconocerlos como instrumentos para nuestro bien en la mano de Dios.
He aquí el relato de un ministro fiel del evangelio. Esto era su gran mira e intención: hacer el bien.
Notemos aquí diversos pecados que corrientemente se hallan en los que profesan la religión. Las
caídas y las malas obras son humillantes para un ministro, y a veces, Dios toma este camino para
humillar a los que pudieran ser tentados a enaltecerse. Estos últimos versículos muestran a qué
excesos habían desviado los falsos maestros a sus engañados seguidores. ¡Qué penoso es que tales
males se hallen entre los que profesan el evangelio! Pero así es y así ha sido con demasiada
frecuencia, y así era aun en la época de los apóstoles.
CAPÍTULO XIII
Versículos 1—6. El apóstol amenaza a los ofensores obstinados. 7—10. Ora por su reforma. 11—
14. Y termina la epístola con un saludo y una bendición.
Vv. 1—6. Aunque el método de la gracia de Dios es soportar por mucho tiempo a los pecadores, no
siempre tolera; finalmente vendrá y no perdonará a los que siguen obstinados e impenitentes. Cristo
en su crucifixión parecía solamente un hombre débil e indefenso, pero su resurrección y su vida
demostraron su poder divino. Así los apóstoles, por más viles y despreciables que parecieran ante el
mundo, como instrumentos manifestaban, no obstante, el poder de Dios. —Prueben ellos sus
temperamentos, conducta y experiencia, como el oro es probado o ensayado por la piedra de toque.
Si podían demostrar que no eran réprobos, que no eran rechazados por Cristo, confiaba que sabrían
que él no era un réprobo ni un desconocido de Cristo. Debían saber si Cristo Jesús estaba o no en
ellos, por la influencia, la gracia y la morada de su Espíritu, por su reino establecido en sus
corazones. Preguntemos a nuestras almas; somos cristianos verdaderos o somos engañadores. A
menos que Cristo esté en nosotros por su Espíritu, y el poder de su amor, nuestra fe está muerta, y
aún estamos reprobados por nuestro Juez.
Vv. 7—10. Lo más deseable que podemos pedir a Dios es ser resguardados del pecado, que ni
nosotros y ni ellos hagamos el mal. Necesitamos mucho más orar para no hacer lo malo que para no
sufrir el mal. El apóstol no sólo desea que sean guardados del pecado, pero también crezcan en
gracia y santidad. Tenemos que orar fervientemente a Dios por aquellos a quienes amonestamos
para que dejen de hacer el mal y aprendan a hacer el bien; hemos de alegrarnos por los otros que
son fuertes en la gracia de Cristo, aunque puedan ser el medio de demostrarnos nuestra propia
debilidad. Oremos también que podamos usar adecuadamente todos nuestros talentos.
Vv. 11—14. Aquí hay varias exhortaciones buenas. Dios es el Autor de la paz y el Amante de la
concordia; Él que nos ha amado, y quiere estar en paz con nosotros. Que sea nuestra mira constante
andar en tal forma que la separación de nuestros amigos sea sólo por un tiempo, y podamos
reunirnos en aquel mundo dichoso donde no habrá separación. Desea que ellos participen de todos
los beneficios que Cristo ha adquirido de su gracia y favor gratuitos; que se ha propuesto el Padre
por su libre amor, y que el Espíritu Santo aplica y otorga.

Henry, Matthew