PRIMERA DE CORINTIOS
La iglesia de Corinto tenía algunos judíos, pero más gentiles, y el
apóstol tuvo que luchar con la
superstición de unos y la conducta pecaminosa de otros. La paz de esta
iglesia era perturbada por
falsos maestros que saboteaban la influencia del apóstol. Resultaron dos
bandos: uno que defendían
celosamente las ceremonias judías, el otro que se permitía excesos
contrarios al evangelio, a los
cuales eran llevados, especialmente, por la lujuria y los pecados que
los rodeaban. Esta epístola se
escribió para reprender la conducta desordenada, de lo cual se había
informado al apóstol, y para
aconsejar acerca de algunos puntos sobre los que los corintios
solicitaron su juicio. De modo que, el
alcance era doble. —1. Aplicar remedios apropiados a los desórdenes y
abusos que prevalecían
entre ellos. —2. Dar respuesta satisfactoria a todos los puntos sobre
los cuales se deseaba su
consejo. El discurso es muy notable por la mansedumbre cristiana, si
bien es firme, con que escribe
el apóstol, y por ir desde las verdades generales directamente a
oponerse a los errores y mala
conducta de los corintios. Expone la verdad y la voluntad de Dios acerca
de diversas materias con
gran fuerza argumentativa y animado estilo.
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CAPÍTULO I
Versículos 1—9. Saludo y
agradecimiento. 10—16. Exhortación
al amor fraternal, y reprensión
por las divisiones. 17—25. La doctrina del Salvador crucificado, que promueve la gloria de
Dios, 26—31. y
humilla a la criatura ante Él.
Vv. 1—9. Todos los cristianos son dedicados y
consagrados a Cristo por el bautismo, y tienen la
obligación estricta de ser santos, porque en la Iglesia verdadera de Dios están todos los santificados
en Cristo Jesús, llamados a ser santos, y que le invocan como el Dios
manifestado en carne, para
todas las bendiciones de la salvación; los cuales le reconocen y
obedecen como Señor de ellos, y
Señor de todo; no incluye a otras personas. El cristiano se distingue
del profano y del ateo, porque
no osa vivir sin oración; y se puede distinguir de los judíos y paganos
en que invoca el nombre de
Cristo. —Nótese con cuánta frecuencia repite el apóstol en estos
versículos las palabras, nuestro
Señor Jesucristo. Temía no mencionarlo con bastante honra y frecuencia.
El apóstol da su saludo
habitual a todos los que invocan a Cristo, deseando de Dios, para ellos,
la misericordia que perdona,
la gracia que santifica, y la paz que consuela, a través de Jesucristo. —Los
pecadores no pueden
tener paz de Dios, ni nada de Él, sino por medio de Cristo. —Da gracias
por la conversión de ellos a
la fe de Cristo; esa gracia les fue dada por Jesucristo. Ellos habían
sido enriquecidos por Él con
todos los dones espirituales. Habla de palabras y conocimiento. Donde
Dios ha dado estos dos
dones, ha dado gran poder para el servicio. Estos eran dones del
Espíritu Santo, por los cuales, Dios
daba testimonio de los apóstoles. —Los que esperan la venida de nuestro
Señor Jesucristo, serán
sostenidos por Él hasta el final; éstos serán sin culpa en el día de
Cristo, hechos así por la rica y
libre gracia. ¡Qué gloriosas son las esperanzas de tal privilegio: estar
resguardados por el poder de
Cristo del poder de nuestras corrupciones y de las tentaciones de
Satanás!
Vv. 10—16. Sed unánimes en las grandes cosas de la
religión; donde no hay unidad de
sentimiento, que haya al menos unión del afecto. El acuerdo en las cosas
grandes debiera hacer
menguar las divisiones sobre las menores. Habrá unión perfecta en el
cielo y, mientras más nos
acerquemos a ella en la tierra, más cerca llegaremos de la perfección. —Pablo
y Apolos eran ambos
fieles ministros de Jesucristo, y ayudantes de su fe y gozo; pero los
que estaban dispuestos a ser
beligerantes, se dividieron en bandos. Tan sujetas están las mejores
cosas a corromperse, que el
evangelio y sus instituciones son hechos motores de discordia y
contención. Satanás siempre se ha
propuesto estimular la discordia entre los cristianos, como uno de sus
principales ingenios contra el
evangelio. —El apóstol le dejó a los otros ministros el bautismo,
mientras que él predicaba el
evangelio, como obra más útil.
Vv. 17—25. Pablo había sido criado en el saber
judío; pero la clara predicación de Jesús
crucificado era más poderosa que toda la oratoria y filosofía del mundo
pagano. Esta es la suma y la
sustancia del evangelio. Cristo crucificado es el fundamento de todas
nuestras esperanzas, la fuente
de todo nuestro gozo. Nosotros vivimos por su muerte. La predicación de
la salvación de los
pecadores perdidos por los sufrimientos y la muerte del Hijo de Dios, si
se explica y aplica
fielmente, parece locura para los que van por el camino de la destrucción.
El sensual, el codicioso,
el ambicioso, el orgulloso, por igual, ven que el evangelio se opone a
sus empresas preferidas. Pero
los que reciben el evangelio, y son iluminados por el Espíritu de Dios,
ven más de la sabiduría y el
poder de Dios en la doctrina de Cristo crucificado, que en todas sus
otras obras. —Dios dejó a una
gran parte de la humanidad librada a seguir los dictados de la razón
jactanciosa del hombre, y el
hecho ha demostrado que la sabiduría humana es necedad, e incapaz de
encontrar o retener el
conocimiento de Dios como Creador. Agradó a Dios salvar a los creyentes
por la locura de la
predicación. Por la locura de la predicación, no por lo que justamente
podría llamarse predicación
loca, sino que la cosa predicada era locura para los hombres sabios
según el mundo. El evangelio
siempre fue, y será, necedad para todos los que van por el camino de la
destrucción. El mensaje de
Cristo, entregado con sencillez, ha sido siempre una piedra de toque por
la cual los hombres pueden
saber por qué camino viajan. Pero la despreciada doctrina de la
salvación por fe en el Salvador
crucificado, Dios en naturaleza humana que compra a la Iglesia con su
sangre, para salvar a
multitudes, a todos los que creen, de la ignorancia, el engaño y el
vicio, ha sido bendecida en toda
época. Los instrumentos más débiles que Dios usa, son más fuertes en sus
efectos que los hombres
más fuertes. No se trata que haya necedad o debilidad en Dios, sino que
lo que los hombres
consideran tales, superan toda su admirada sabiduría y poder.
Vv. 26—31. Dios no eligió filósofos, oradores,
estadistas ni hombres ricos, poderosos e
interesados en el mundo para publicar el evangelio de gracia y paz.
Juzga mejor cuáles hombres y
qué medidas sirven los propósitos de su gloria. —Aunque no son muchos
los nobles habitualmente
llamados por la gracia divina, ha habido algunos de ellos en toda época,
que no se han avergonzado
del evangelio de Cristo; porque las personas de todo rango necesitan la
gracia que perdona. A
menudo, el cristiano humilde, aunque pobre según el mundo, tiene más
conocimiento verdadero del
evangelio que los que han hecho del estudio de la letra de la Escritura
el objeto de sus vidas, pero
que la estudian como testigos de hombres más que como palabra de Dios.
Hasta los niños pequeños
logran tal conocimiento de la verdad divina como para silenciar a los
infieles. La razón es que Dios
les enseña; la intención es que ninguna carne se gloríe en su presencia.
Esa distinción, la única en la
cual podrían gloriarse no es de ellos mismos. Fue por la opción soberana
y la gracia regeneradora de
Dios que ellos estaban en Jesucristo por fe. Él nos es hecho por Dios
sabiduría, justicia,
santificación y redención: todo lo que necesitamos o podemos desear. Nos
es hecho sabiduría para
que por su palabra y su Espíritu, y de su plenitud y tesoros de
sabiduría y conocimiento, podamos
recibir todo lo que nos hará sabios para salvación, y aptos para todo
servicio al que seamos
llamados. Somos culpables, destinados al justo castigo; pero, es hecho
justicia, nuestra gran
expiación y sacrificio. Somos depravados y corruptos; Él es hecho
santificación, la fuente de
nuestra vida espiritual: de Él, la Cabeza, es dada a su cuerpo por su
Espíritu Santo. Estamos
esclavizados, y nos es hecho redención, nuestro Salvador y Libertador.
Donde Cristo sea hecho
justicia para un alma, también es hecho santificación. Nunca absuelve de
la culpa del pecado sin
liberar de su poder; es hecho justicia y santificación, para que, al
final, sea hecho redención
completa; pueda liberar al alma del ser de pecado, y librar el cuerpo de
las cadenas del sepulcro.
Esto es para que toda carne, conforme a la profecía de Jeremías,
capítulo ix, 23, pueda gloriarse en
el favor especial, en la gracia absolutamente suficiente, y la preciosa
salvación de Jehová.
CAPÍTULO II
Versículos 1—5. La manera sencilla
en que el apóstol predica a Cristo crucificado. 6—9. La
sabiduría contenida en esta doctrina. 10—16.
No puede conocerse debidamente sino por el
Espíritu Santo.
Vv. 1—5. En su Persona, oficios y sufrimientos,
Cristo es la suma y la sustancia del evangelio, y
debe ser el gran tema de la predicación de un ministro del evangelio,
pero no tanto como para dejar
fuera otras partes de la verdad y de la voluntad revelada de Dios. Pablo
predicaba todo el consejo de
Dios. —Pocos saben el temor y el temblor de los ministros fieles por el
profundo sentido de su
propia debilidad. Ellos saben cuán insuficientes son, y temen por sí
mismos. Cuando nada sino
Cristo crucificado es predicado con claridad, el éxito debe ser
enteramente del poder divino que
acompaña a la palabra, y de esta manera, los hombres son llevados a
creer, a la salvación de sus
almas.
Vv. 6—9. Los que reciben la doctrina de Cristo
como divina, y habiendo sido iluminados por el
Espíritu Santo, han mirado bien en ella, no sólo ven la clara historia
de Cristo, y a éste crucificado,
sino los profundos y admirables designios de la sabiduría divina. Es el
misterio hecho manifiesto a
los santos, Colosenses i, 26, aunque anteriormente escondido del mundo
pagano; sólo se le mostró
en tipos oscuros y profecías distantes, pero ahora es revelado y dado a
conocer por el Espíritu de
Dios. —Jesucristo es el Señor de gloria, título demasiado grande para
toda criatura. Hay muchas
cosas que la gente no haría si conociera la sabiduría de Dios en la gran
obra de la redención. Hay
cosas que Dios ha preparado para los que le aman, y le esperan, cosas
que los sentidos no pueden
descubrir, que ninguna enseñanza puede transmitir a nuestros oídos, ni
pueden aún entrar a nuestros
corazones. Debemos tomarlas como están en las Escrituras, como quiso
Dios revelárnoslas.
Vv. 10—16. Dios nos ha revelado sabiduría verdadera
por su Espíritu. Esta es una prueba de la
autoridad divina de las Sagradas Escrituras, 2 Pedro i, 21.
21. Véase, como prueba de la divinidad del Espíritu Santo, que conoce
todas las cosas y
escudriña todas las cosas, aun las cosas profundas de Dios. Nadie puede
saber las cosas de Dios,
sino su Espíritu Santo, que es uno con el Padre y el Hijo, y que da a
conocer los misterios divinos a
su Iglesia. Este es un testimonio muy claro de la verdadera divinidad y
de la personalidad del
Espíritu Santo. —Los apóstoles no fueron guiados por principios
mundanos. Recibieron del Espíritu
de Dios la revelación de estas cosas, y del mismo Espíritu recibieron su
impresión salvadora. Estas
cosas son las que declararon con un lenguaje claro y sencillo, enseñado
por el Espíritu Santo,
totalmente diferente de la afectada oratoria o palabras seductoras de la
humana sabiduría. El hombre
natural, el hombre sabio del mundo, no recibe las cosas del Espíritu de
Dios. La soberbia del
razonamiento carnal es tan opuesta a la espiritualidad como la
sensualidad más baja. La mente santa
discierne las bellezas verdaderas de la santidad, pero no pierde el
poder de discernir y juzgar las
cosas comunes y naturales. El hombre carnal es extraño a los principios,
goces y actos de la vida
divina. Sólo el hombre espiritual es una persona a quien Dios da el conocimiento
de su voluntad.
¡Qué poco han conocido la mente de Dios por el poder natural! El
Espíritu capacitó a los apóstoles
para dar a conocer su mente. La mente de Cristo y la mente de Dios en
Cristo nos son dadas a
conocer plenamente en las Sagradas Escrituras. El gran privilegio de los
cristianos es que tienen la
mente de Cristo, revelada a ellos por su Espíritu. Ellos experimentan su
poder santificador en sus
corazones y dan buen fruto en sus vidas.
CAPÍTULO III
Versículos 1—4. Los corintios son
reprendidos por sus discusiones. 5—9. Los siervos verdaderos
de Cristo nada pueden hacer sin Él. 10—15.
Es el único fundamento, y cada uno debe cuidar lo
que edifica sobre Él. 16, 17. Las iglesias de Cristo deben mantenerse puras y ser humildes. 18
—23. No deben gloriarse en los hombres porque
los ministros y todas las demás cosas son
suyas por medio de Cristo.
Vv. 1—4. Las verdades más claras del evangelio,
en cuanto a la pecaminosidad del hombre y la
misericordia de Dios, el arrepentimiento para con Dios y la fe en
nuestro Señor Jesucristo,
expresadas en el lenguaje más sencillo, le vienen mejor a la gente que
los misterios más profundos.
Los hombres pueden tener mucho conocimiento doctrinal, pero ser sólo
principiantes en la vida de
fe y experiencia. —Las discusiones y la peleas sobre la religión son
tristes pruebas de carnalidad.
La verdadera religión hace pacíficos a los hombres, no belicosos. Hay
que lamentar que muchos
que debieran andar como cristianos, vivan y actúen demasiado como los
otros hombres. Muchos
profesantes y predicadores también, muestran que son carnales aún por
discordias vanagloriosas, la
ansiedad por entrar en debate, y la facilidad para despreciar a otros y
hablar mal de ellos.
Vv. 5—9. Los ministros por los cuales discutían
los corintios, eran sólo instrumentos usados por
Dios. No debemos poner a los ministros en el lugar de Dios. El que
planta y el que riega son uno,
empleados por un Maestro, encargados de la misma revelación, ocupados en
una obra y dedicados a
una intención. Tienen sus dones diferentes del solo y mismo Espíritu,
para los mismos propósitos; y
deben ejecutar de todo corazón la misma intención. A los que trabajan
más duro, les irá mejor. Los
que sean más fieles, tendrán la recompensa mayor. Obran con Dios, para
promover los propósitos
de su gloria, y la salvación de almas preciosas; y Aquel que conoce su
obra se ocupará de que no
laboren en vano. Son empleados en su viña y en su casa y Él se ocupará
cuidadosamente de ellos.
Vv. 10—15. El apóstol era un perito constructor
pero la gracia de Dios lo hizo así. El orgullo
espiritual es abominable; es usar los favores más grandes de Dios para
alimentar nuestra vanidad, y
hacer ídolos de nosotros mismos. Pero que todo hombre se cuide: puede
haber mala edificación
sobre un fundamento bueno. Nada debe ponerse encima sino lo que el
fundamento soporte, y que
sea de una pieza con él. No nos atrevamos a unir una vida meramente
humana o carnal con la fe
divina, la corrupción del pecado con la confesión del cristianismo.
Cristo es la Roca de los tiempos,
firme, eterno e inmutable; capaz de soportar, de todas maneras, todo el
peso que Dios mismo o el
pecador puedan poner encima de Él; tampoco hay salvación en ningún otro.
Quite la doctrina de Su
expiación y no hay fundamento para nuestras esperanzas. Hay dos clases
de los que se apoyan en
este fundamento. Algunos se aferran a nada sino a la verdad como es en
Jesús, y no predican otra
cosa. Otros edifican sobre el buen fundamento lo que no pasará el examen
cuando llegue el día de la
prueba. Podemos equivocarnos con nosotros mismos y con los demás, pero
viene el día en que se
mostrarán nuestras acciones bajo la luz verdadera, sin encubrimientos ni
disfraces. Los que
difundan la religión verdadera y pura en todas sus ramas y cuya obra
permanezca en el gran día,
recibirán recompensa, ¡cuánto más grande! ¡Cuánto más excederán a sus
deserciones! Hay otros
cuyas corruptas opiniones y doctrinas y vanas invenciones y prácticas en
el culto a Dios serán
reveladas, desechadas y rechazadas en aquel día. Esto claramente se dice
de un fuego figurado, no
uno real, porque ¿qué fuego real puede consumir ritos o doctrinas
religiosas? Es para probar las
obras de cada hombre, los de Pablo y los de Apolos, y las de otros.
Consideremos la tendencia de
nuestras empresas, comparémoslas con la palabra de Dios, y juzguemos
nosotros mismos para que
no seamos juzgados por el Señor.
Vv. 16, 17. De otras partes de la epístola surge que
los falsos maestros de los corintios
enseñaban doctrinas impías. Tal enseñanza tendía a corromper, a
contaminar, y a destruir el edificio
que debe mantenerse puro y santo para Dios. Los que difunden principios
relajados, que hacen
impía a la Iglesia de Dios, se acarrean destrucción a sí mismos. Cristo
habita por su Espíritu en
todos los creyentes verdaderos. Los cristianos son santos por profesión
de fe y deben ser puros y
limpios de corazón y de conversación. Se engaña el que se considera
templo del Espíritu Santo,
pero no se preocupa por la santidad personal o la paz y la pureza de la
Iglesia.
Vv. 18—23. Tener una opinión elevada de nuestra
propia sabiduría no es sino halagarnos y el
halago de uno mismo es el paso que sigue al de engañarse uno mismo. La
sabiduría que estiman los
hombres mundanos es necedad para Dios. ¡Con cuánta justicia Él desprecia
y con cuánta facilidad
puede Él confundirlo e impedir su progreso! Los pensamientos de los
hombres más sabios del
mundo tienen vanidad, debilidad y necedad en ellos. Todo esto debe
enseñarnos a ser humildes y
ponernos en disposición para ser enseñados por Dios, como para que las
pretensiones de la
sabiduría y pericia humanas no nos descarríen de las claras verdades
reveladas por Cristo. La
humanidad es muy buena para oponerse al designio de las misericordias de
Dios. —Obsérvese las
riquezas espirituales del creyente verdadero: “Todas son tuyas” hasta
los ministros y las ordenanzas.
Sí, el mundo mismo es tuyo. Los santos tienen tanto de éste como la
sabiduría infinita estime
conveniente para ellos, y lo tienen con la bendición divina. La vida es
tuya, para que tengas tiempo
y oportunidad de prepararte para la vida del cielo; y la muerte es tuya
para que puedas ir a poseerlo.
Es el buen mensajero que te saca del pecado y de la pena y te guía a la
casa de tu Padre. Las cosas
presentes son tuyas para sustentarte en el camino; las cosas venideras
son tuyas para deleitarte por
siempre al final de tu viaje. Si pertenecemos a Cristo, y somos leales a
Él, todo lo bueno nos
pertenece y es seguro para nosotros. Los creyentes son los súbditos de
su reino. Él es el Señor de
nosotros, debemos reconocer su dominio y someternos alegremente a su
mandato. Dios en Cristo,
reconciliando a sí mismos al mundo pecador, y derramando las riquezas de
su gracia sobre un
mundo reconciliado, es la suma y la sustancia del evangelio.
CAPÍTULO IV
Versículos 1—6. El carácter
verdadero de los ministros del evangelio. 7—13. Precauciones contra
despreciar al apóstol. 14—21. Reclama la consideración de ellos como su padre espiritual en
Cristo, y muestra su preocupación por ellos.
Vv. 1—6. Los apóstoles sólo eran siervos de
Cristo, pero no tenían que ser menospreciados. Se les
había encargado una gran misión, y por esa razón, tenían un oficio
honroso. Pablo tenía una justa
preocupación por su reputación, pero sabía que aquel que apunta
principalmente a complacer a los
hombres, no resultará ser un siervo fiel de Cristo. Es un consuelo que
los hombres no sean nuestros
jueces definitivos. No es hacer un buen juicio de nosotros mismos, ni
justificarnos lo que finalmente
nos dará seguridad y felicidad. Nuestro propio juicio sobre nuestra
fidelidad no es más confiable
que nuestras propias obras para nuestra justificación. —Viene el día en
que los pecados secretos de
los hombres serán sacados a la luz del día, y los secretos de sus
corazones quedarán al descubierto.
Entonces, todo creyente calumniado será justificado, y todo siervo fiel
será aprobado y
recompensado. La palabra de Dios es la mejor regla por la cual juzgar a
los hombres. No debemos
envanecernos unos contra otros si recordamos que todos somos
instrumentos empleados por Dios y
dotados por Él con talentos variados.
Vv. 7—13. No tenemos razón para ser orgullosos;
todo lo que tenemos o somos o hacemos, que
sea bueno, se debe a la gracia rica y libre de Dios. Un pecador
arrebatado de la destrucción por la
sola gracia soberana, debe ser muy absurdo e incoherente si se
enorgullece de las dádivas libres de
Dios. San Pablo explica sus propias circunstancias, versículo 9. Se
alude a los espectáculos crueles
de los juegos romanos, donde se forzaba a los hombres a cortarse en
pedazos unos a otros, para
divertir a la gente; y donde el triunfador no escapaba vivo, aunque
debía destruir a su adversario,
porque era conservado sólo para otro combate más, y, hasta que fuera
muerto. Pensar que hay
muchos ojos puestos sobre los creyentes, cuando luchan con dificultades
o tentaciones, debe
estimular el valor y la paciencia. “Somos débiles, pero somos fuertes”.
Todos los cristianos no son
expuestos por igual. Algunos sufren tribulaciones más grandes que otros.
—El apóstol entra a
detallar sus sufrimientos. ¡Y cuán gloriosas son la caridad y la
devoción que los hacen pasar por
todas estas aflicciones! Sufrieron en sus personas y caracteres como los
peores y más viles de los
hombres, como la inmundicia misma del mundo, que debía ser barrida; sí,
como el desecho de todas
las cosas, la escoria de todas las cosas. Todo aquel que desee ser fiel
a Jesucristo debe prepararse
para la pobreza y el desprecio. Sea lo que sea lo que sufran los
discípulos de Cristo de parte de los
hombres, deben seguir el ejemplo y cumplir los preceptos y la voluntad
de su Señor. Deben estar
contentos con Él y por Él, por ser sometidos a desprecios y abusos.
Mucho mejor es ser rechazado,
despreciado y soportar abusos, como fue San Pablo, que tener la buena
opinión y el favor del
mundo. Aunque seamos desechados del mundo por viles, aun así, seamos
preciosos para Dios,
reunidos con su propia mano y puestos en su trono.
Vv. 14—21. Al reprender el pecado debemos
distinguir entre los pecadores y sus pecados. Los
reproches que se hacen con bondad y afecto, pueden reformar. Aunque el
apóstol hablaba con
autoridad de padre, prefería rogarles con amor. Como los ministros,
tienen que dar el ejemplo, los
otros deben seguirlo mientras sigan a Cristo en fe y práctica. Los
cristianos pueden errar y diferir en
sus puntos de vista, pero Cristo y la verdad cristiana son los mismos
ayer, hoy y por siempre. —
Dondequiera que el evangelio sea eficaz, no sólo va de palabra, sino
también con poder, por el
Espíritu Santo, reviviendo pecadores muertos, librando a las personas de
la esclavitud del pecado y
de Satanás, renovándolos por dentro y por fuera, y consolando,
fortaleciendo y confirmando a los
santos, lo que no puede hacerse con palabras persuasivas de los hombres,
sino por el poder de Dios.
Y es una condición feliz que un espíritu de amor y mansedumbre lleve la
vara, pero manteniendo
una justa autoridad.
CAPÍTULO V
Versículos 1—8. El apóstol culpa a
los corintios de complicidad con una persona incestuosa, 9—
13. y da órdenes en cuanto a la conducta
hacia los culpables de delitos escandalosos.
Vv. 1—8. El apóstol nota un abuso flagrante, ante
el cual los corintios hacían la vista gorda. El
espíritu festivo y la falsa noción de la libertad cristiana parecen
haber salvado al hechor de la
censura. Sin duda es penoso que a veces, los que profesan el evangelio
cometan delitos de los
cuales se avergonzarían hasta los paganos. El orgullo espiritual y las
falsas doctrinas tienden a
introducir y a diseminar tales escándalos. ¡Cuán temibles son los
efectos del pecado! El diablo reina
donde Cristo no reina. El hombre está en el reino y bajo el poder de
Satanás cuando no está en
Cristo. —El mal ejemplo de un hombre influyente es muy dañino: se
disemina por todas partes. Los
principios y ejemplos corruptos dañan a toda la iglesia si no se
corrigen. Los creyentes deben tener
nuevos corazones y llevar vidas nuevas. La conversación corriente de
ellos y sus obras religiosas
deben ser santas. Tan lejos está el sacrificio de Cristo, nuestra
Pascua, por nosotros de hacer
innecesaria la santidad personal y la pública, que da poderosas razones
y motivos para ella. Sin
santidad no podemos vivir por fe en Él, ni unirnos a sus ordenanzas con
consuelo y provecho.
Vv. 9—13. Los cristianos tienen que evitar la
familiaridad con los que desprestigian el nombre
cristiano. Los tales son compañía apta para sus hermanos de pecado, y en
esa compañía deben ser
dejados, cada vez que sea posible hacerlo. ¡Ay, que haya muchos llamados
cristianos cuya
conversación es más peligrosa que la de los paganos!
CAPÍTULO VI
Versículos 1—8. Advertencias contra
acudir a la ley de los tribunales paganos. 9—11.
Pecados
que excluyen del reino de Dios si se vive y muere en ellos. 12—20. Nuestros cuerpos, miembros
de Cristo y templos del Espíritu Santo, no deben ser contaminados.
Vv. 1—8. Los cristianos no deben contender unos
contra otros, porque son hermanos. Eso evitaría
muchos juicios legales, y terminaría con muchas peleas y disputas, si se
atendiera debidamente. En
los asuntos que nos perjudican mucho a nosotros o a nuestra familia,
podríamos recurrir a los
medios legales para hacer justicia, pero los cristianos deben tener una
actitud perdonadora. Juzgad
vosotros los asuntos en disputa antes de ir a las cortes por ellos. Son
fruslerías y pueden arreglarse
fácilmente si uno vence primero su propio espíritu. Soportad y tolerad y
los hombres de más
sencillos entre vosotros pueden terminar la disputa. Da vergüenza que
entre los cristianos, peleas de
poca monta crezcan de tal manera, que los hermanos no puedan
resolverlas. La paz mental del
hombre y la tranquilidad de su prójimo valen más que la victoria. Los
juicios legales no pueden
tener cabida entre hermanos a menos que haya faltas en ellos.
Vv. 9—11. Se advierte a los corintios de muchos
males grandes, de los cuales habían sido
culpables anteriormente. Hay mucha fuerza en estas preguntas cuando
consideramos que se dirigen
a un pueblo envanecido con la ilusión de ser superior a los demás en
sabiduría y conocimiento.
Toda injusticia es pecado; todo pecado reinante, sí, todo pecado actual,
cometido con intención, y
del cual no se ha arrepentido, excluye del reino del cielo. No os
engañéis. Los hombres se inclinan
mucho a halagarse a sí mismos con que pueden vivir en pecado, pero morir
en Cristo e irse al cielo.
Sin embargo, no podemos esperar que sembrando en la carne cosechemos
vida eterna. —Se les
recuerda el cambio hecho en ellos por el evangelio y la gracia de Dios.
La sangre de Cristo y el
lavamiento de la regeneración pueden quitar toda culpa. Nuestra
justificación se debe a los
sufrimientos y los méritos de Cristo; nuestra santificación a la obra
del Espíritu Santo, pero ambas
van juntas. Todos los que son hechos justos a ojos de Dios, son hechos
santos por la gracia de Dios.
Vv. 12—20. Algunos de los corintios parecen haber
estado prontos para decir: “Todas las cosas
me son lícitas”. Pablo se opone a este peligroso engaño. Hay una
libertad con que Cristo nos ha
hecho libres, en la cual debemos afirmarnos, pero con toda seguridad, el
cristiano no debe ponerse
nunca bajo el poder de un apetito carnal cualquiera. El cuerpo es para
el Señor; debe ser
instrumento de justicia para santidad, por tanto, no debe ser
instrumento de pecado. Honra para el
cuerpo es que Jesucristo fuera levantado de entre los muertos; y será
honra para nuestros cuerpos
que sean resucitados. La esperanza de la resurrección en gloria debe
guardar a los cristianos de
deshonrar sus cuerpos con lujurias carnales. —Si el alma se une a Cristo
por fe, todo el hombre es
hecho miembro de su cuerpo espiritual. Otros vicios pueden derrotarse
con lucha; pero contra el
que
aquí se nos advierte, sólo es con huida. Enormes multitudes son cortadas por estos vicios en sus
formas y consecuencias variadas. Sus efectos no sólo caen directamente
sobre el cuerpo, sino con
frecuencia en la mente. Nuestros cuerpos fueron redimidos de la merecida
condenación y de la
mísera esclavitud por el sacrificio expiatorio de Cristo. Tenemos que
ser limpios, como vasos
dignos para el uso de nuestro Maestro. Estando unidos a Cristo como un
solo espíritu, y comprados
a precio de indecible valor, el creyente debe considerarse como
totalmente del Señor, por los lazos
más fuertes. Que glorificar a Dios sea nuestra actividad hasta el último
día y hora de nuestra vida,
con nuestros cuerpos y con nuestros espíritus, que son de Él.
CAPÍTULO VII
Versículos 1—9. El apóstol responde
varias preguntas sobre el matrimonio. 10—16. Los cristianos
casados no deben tratar de separarse de su cónyuge inconverso. 17—24. Las personas, en
cualquier estado permanente, deben quedar en ese estado. 25—35. Era muy deseable, dados
los días peligrosos, que la gente se desligara de este mundo. 36—40. Se debe emplear gran
prudencia en el matrimonio; debe ser únicamente en el Señor.
Vv. 1—9. El apóstol dice a los corintios que es
bueno que los cristianos se queden solteros, en esa
circunstancia. Sin embargo, dice que el matrimonio, y las consolaciones
de ese estado, han sido
establecidos por la sabiduría divina. Aunque nadie puede transgredir la
ley de Dios, aun esa regla
perfecta deja a los hombres en libertad de servirle en la manera más
apropiada a sus poderes y
circunstancias, de las cuales los demás no suelen ser buenos jueces.
Vv. 10—16. Marido y mujer no deben separarse por
ninguna otra causa que la permitida por
Cristo. En aquella época el divorcio era muy corriente entre judíos y
gentiles, con pretextos muy
livianos. El matrimonio es una institución divina y es un compromiso de
por vida por designio de
Dios. Estamos obligados, en cuanto nos concierna, a vivir en paz con
todos los hombres, Romanos
xii, 18, por tanto, a promover la paz y el consuelo de nuestros
parientes más cercanos, aunque sean
incrédulos. Debe ser tarea y preocupación de los casados darse uno al
otro la mayor comodidad y
felicidad. ¿Debe el cristiano abandonar a su cónyuge cuando hay
oportunidad para dar la prueba
más grande de amor? Quédate y trabaja de todo corazón por la conversión
de tu pareja. El Señor
nos ha llamado a la paz en todo estado y relación; y todo debe hacerse
para fomentar la armonía en
cuanto la verdad y la santidad lo permitan.
Vv. 17—24. Las reglas del cristianismo alcanzan a
toda condición; el hombre puede vivir en
todo estado haciendo que ese estado tenga prestigio. Deber de todo
cristiano es contentarse con su
suerte, y conducirse en su rango y lugar como corresponde al cristiano.
Nuestro consuelo y felicidad
dependen de lo que somos para Cristo, no de lo que somos en el mundo.
Ningún hombre debe
pensar en hacer de su fe o religión un argumento para transgredir
obligaciones civiles o naturales.
Debe quedar contento y callado en la condición en que haya sido puesto
por la providencia divina.
Vv. 25—35. Considerando la angustia de esos
tiempos, el quedar soltero era lo mejor. Sin
embargo, el apóstol no condena el matrimonio. ¡Cuánto se oponen al
apóstol Pablo quienes
prohíben a muchos casarse y los enredan con votos para permanecer
solteros, sea que deban o no
hacerlo así! —Exhorta a todos los cristianos a la santa indiferencia respecto
del mundo. En cuanto a
las relaciones: no deben poner sus corazones en los beneficios de su
estado. En cuanto a las
aflicciones: no deben caer en la tristeza según el mundo porque el
corazón puede estar gozoso
aunque esté en aflicción. En cuanto a los placeres del mundo: aquí no
está su reposo. En cuanto a la
ocupación mundana: los que prosperan en el comercio y aumentan su
riqueza, deben tener sus
posesiones como si no las tuvieran. En cuanto a todas las preocupaciones
mundanales: deben
mantener el mundo fuera de sus corazones para que no abusen de este
cuando lo tengan en sus
manos. Todas las cosas mundanas son puro espectáculo: nada sólido. Todo
se irá rápidamente. La
sabia preocupación por los intereses del mundo es un deber, pero
completamente preocupado, estar
ansiosos hasta la confusión, es pecado. —Con esta máxima el apóstol
resuelve el caso si es o no
aconsejable casarse. El mejor estado en la vida para el hombre es aquel
que es mejor para su alma, y
que le mantenga más a resguardo de los afanes y trampas del mundo.
Reflexionemos en las ventajas
y las trampas de nuestro propio estado en la vida para que podamos
mejorar unas y escapar, en lo
posible, de todo daño de parte de las otras. Sean cuales sean las
preocupaciones que nos presionen,
dejemos tiempo siempre para las cosas del Señor.
Vv. 36—40. Se piensa que el apóstol aconseja aquí
sobre la entrega de las hijas al matrimonio.
El significado general de este punto de vista es claro. Los hijos deben
procurar y seguir las
instrucciones de sus padres acerca del matrimonio. Los padres deben
consultar los deseos de sus
hijos, sin pensar que tienen poder para hacer con ellos y mandarlos como
les plazca, pero sin razón.
—Todo termina con consejo para las viudas. Los segundos matrimonios no
son ilícitos, siempre que
se tenga presente el casarse en el Señor. Al elegir relaciones y cambio
de estados, siempre debemos
guiarnos por el temor de Dios y las leyes de Dios, actuando con
dependencia de la providencia de
Dios. El cambio de estado sólo debe hacerse luego de cuidadosa
consideración, y sobre la base
probable que será de provecho para nuestras preocupaciones espirituales.
CAPÍTULO VIII
Versículos 1—6. El peligro de
despreciar mucho el conocimiento. 7—13. Lo malo de ofender a los
hermanos débiles.
Vv. 1—6. No hay prueba de ignorancia más
corriente que el orgullo de ser sabio. Mucho puede
saberse aunque nada se sabe con buen propósito. Los que piensan que
saben todo, y se ponen
vanidosos por eso, son los que menos probablemente hagan buen uso de su
saber. Satanás daña a
algunos tentándolos a enorgullecerse de poderes mentales, mientras a
otros, los seduce con la
sensualidad. El conocimiento que hincha a su poseedor y lo vuelve
confiado es tan peligroso como
el orgullo de la justicia propia, aunque lo que sepa pueda ser correcto.
Sin afecto santo, todo
conocimiento humano nada vale. —Los paganos tenían dioses de alto y bajo
nivel; muchos dioses,
muchos señores; así los llamaban, pero ninguno era de verdad. Los
cristianos saben. Un Dios hizo
todo y tiene poder sobre todo. El único Dios, el Padre, significa a la
Deidad como el único objeto de
toda adoración religiosa; y el Señor Jesucristo denota a la persona de
Emanuel, Dios manifestado en
carne, Uno con el Padre y con nosotros; el Mediador nombrado, y Señor de
todo; por medio del
cual vamos al Padre, y por medio del cual el Padre nos manda todas las
bendiciones por el poder y
la obra del Espíritu Santo. Al rehusar toda adoración a los muchos que
son llamados dioses y
señores, y a los santos y ángeles, probemos si realmente vamos a Dios
por fe en Cristo.
Vv. 7—13. Comer una clase de alimentos, y
abstenerse de otro, no tiene nada en sí como mérito
de una persona ante Dios, pero el apóstol advierte el peligro de poner
una piedra de tropiezo en el
camino del débil; no sea que se atrevan a comer de lo ofrendado al
ídolo, no como comida corriente,
sino como sacrificio y, por ello, ser culpables de idolatría. El que
tiene el Espíritu de Cristo en sí,
amará a los que Cristo amó tanto que murió por ellos. El daño hecho a los
cristianos se hace a
Cristo; pero por sobre todo, el hacerlos sentirse culpables; herir sus
conciencias es herirlo a Él.
Debemos tener mucho cuidado de hacer algo que pueda producir tropiezo a
otras personas, aunque
eso sea en sí inocente. Si no debemos poner en peligro las almas ajenas,
¡cuánto más debemos
cuidar no destruir la propia! Que los cristianos se cuiden de acercarse
al abismo del mal, o a su
apariencia, aunque muchos hagan esto en asuntos públicos, por lo cual
quizá se defiendan. Los
hombres no pueden pecar contra sus hermanos sin ofender a Cristo y poner
en peligro sus propias
almas.
CAPÍTULO IX
Versículos 1—14. El apóstol muestra
su autoridad, y afirma su derecho a ser sustentado. 15—23.
Desecha esta parte de su libertad cristiana por el bien de los demás. 24—27. Hizo todo con
cuidado y diligencia, en vista de la corona incorruptible.
Vv. 1—14. No es nada novedoso que a un ministro se
le responda en forma nada amable a cambio
de su buena voluntad hacia la gente, y por realizar un servicio
diligente y exitoso entre ellos. Tenía
derecho a casarse como los demás apóstoles, y a reclamar de las iglesias
lo que fuera necesario para
su esposa e hijos si los hubiera tenido, sin tener que trabajar con sus
propias manos para obtenerlos.
A los que procuran hacer el bien a nuestras almas, hay que proveerles su
alimentación. Pero
renunció a su derecho para no impedir su éxito por el hecho de
reclamarlo. Deber de la gente es
mantener a su ministro. Pueden declinar su derecho, como hizo Pablo,
pero transgreden un precepto
de Cristo los que niegan o retienen el debido sostén.
Vv. 15—23. Gloria del ministro es negarse a sí
mismo para servir a Cristo y salvar almas. Pero
cuando el ministro renuncia a su derecho por amor del evangelio, hace
más de lo que demandan su
oficio y su cargo. Al predicar gratuitamente el evangelio, el apóstol
demuestra que su acción esta
basada en principios de celo y amor y, de esa manera disfruta de mucho
consuelo y esperanza en su
alma. —Aunque consideraba la ley ceremonial como yugo quitado por
Cristo, se sometía a ella de
todos modos para trabajar entre los judíos, eliminar sus prejuicios,
lograr que ellos oyeran el
evangelio y ganarlos para Cristo. Aunque no transgredía las leyes de
Cristo por complacer al
hombre, sin embargo, él se acomodaba a todos los hombres, mientras
pudiera hacerlo lícitamente,
para ganar a algunos. Hacer el bien era la preocupación y actividad de
su vida, y para alcanzar ese
objetivo, no reclamaba sus privilegios. Debemos estar alertas contra los
extremos, y confiarnos en
cualquier cosa, salvo confiar solo en Cristo. No debemos permitir
errores o faltas que hieran a los
demás o perjudiquen el evangelio.
Vv. 24—27. El apóstol se compara con los corredores
y los combatientes de los juegos ístmicos,
bien conocidos por los corintios. Pero en la carrera cristiana todos
pueden correr para ganar. Por
tanto, este es el mayor aliento para perseverar en esta carrera con toda
nuestra fuerza. Los que
corrían en esos juegos, se mantenían con una dieta magra. Se
acostumbraban a las dificultades. Se
ejercitaban. Los que procuran los intereses de sus almas, deben pelear
con fuerza contra las lujurias
carnales. No se debe tolerar que mande el cuerpo. El apóstol enfatiza
este consejo a los corintios.
Expone ante sí mismo y ante ellos el peligro de rendirse a los deseos
carnales, cediendo al cuerpo y
a sus lujurias y apetitos. El santo temor de sí mismo era necesario para
mantener fiel a un apóstol,
¡cuánto más se necesita para nuestra preservación! Aprendamos de aquí la
humildad y la cautela, y
a vigilar contra los peligros que nos rodean mientras estemos en el
cuerpo.
CAPÍTULO X
Versículos 1—5. Los grandes
privilegios de los israelitas, sin embargo, son arrojados al desierto. 6
—14. Precauciones contra todos los idólatras
y otras costumbres pecaminosas. 15—22. La
participación en la idolatría no puede coexistir con la comunión con
Cristo. 23—33. Todo
lo
que hacemos tiene que ser para la gloria de Dios y sin ofender la
conciencia del prójimo.
Vv. 1—5. El apóstol expone ante los corintios el
ejemplo de la nación judía de antaño para
disuadirlos de la comunión con los idólatras y de la seguridad en algún
camino pecaminoso. Por
milagro cruzaron el Mar Rojo, donde fue ahogado el ejército egipcio que
los perseguía. Para ellos
éste fue un bautismo típico. El maná del que se alimentaban, era un tipo
de Cristo crucificado, el
Pan que bajó del cielo, y los que de él coman vivirán para siempre.
Cristo es la Roca sobre la cual
se edifica la Iglesia cristiana; y de los arroyos que de ahí surgen,
beben y se refrescan todos los
creyentes. Esto tipifica las influencias sagradas del Espíritu Santo,
dado a los creyentes por medio
de Cristo. Pero que nadie presuma de sus grandes privilegios o de su
profesión de la verdad: ellas
no aseguran la felicidad celestial.
Vv. 6—14. Los deseos carnales se fortalecen con la
indulgencia, por tanto, deben refrenarse en
su primera aparición. Temamos los pecados de Israel, si queremos evitar
sus plagas. Es justo temer
que los que así tientan a Cristo sean dejados por Él en poder de la
serpiente antigua. Murmurar
contra las disposiciones y los mandamientos de Dios, es una provocación
extrema. Nada en la
Escritura ha sido escrito en vano, siendo sabiduría y deber nuestros,
aprender de ella. Otros han
caído, así que nosotros podemos caer. El seguro cristiano contra el
pecado es desconfiar de sí
mismo. Dios no ha prometido impedir que caigamos si no nos cuidamos a
nosotros mismos. Se
agrega una palabra de consuelo a esta palabra de cautela. Los demás
tienen cargas similares y
tentaciones parecidas: nosotros también podemos soportar lo que ellos
soportan y salir adelante.
Dios es sabio y fiel, y hará que nuestras cargas sean según nuestra
fuerza. Él sabe lo que podemos
soportar. Dará una vía de escape; librará de la prueba misma o, por lo
menos, de la maldad de esta.
Tenemos un estímulo pleno para huir del pecado, y ser fieles a Dios. No
podemos caer por la
tentación, si nos aferramos a Él con fuerza. Sea que el mundo sonría o
se enoje, es un enemigo; pero
los creyentes serán fortalecidos para vencerlo, con todos sus terrores y
seducciones. El temor del
Señor en sus corazones será el mejor medio de seguridad.
Vv. 15—22. Unirse a la cena del Señor, ¿no muestra
una profesión de fe en Cristo crucificado, y
de agradecida adoración por su salvación? A los cristianos los unía esta
ordenanza y la fe profesada
por ella, como los granos de trigo en un pan, o como los miembros del
cuerpo humano, viendo que
todos están unidos a Cristo y tiene comunión con Él y unos con otros.
Esto lo confirman la
adoración y las costumbres judaicas del sacrificio. El apóstol aplica
esto a comer con los idólatras.
Comer el alimento como parte de un sacrificio pagano era adorar al ídolo
al cual se ofrecía, y
confraternizar o tener comunión con éste; el que come la cena del Señor
es contado como partícipe
del sacrificio cristiano, o como los que comían de los sacrificios
judíos participaban de lo ofrendado
en su altar. Era negar el cristianismo, porque la comunión con Cristo y
la comunión con los
demonios no puede realizarse a la misma vez. Si los cristianos se
aventuran a ciertos lugares y se
unen a los sacrificios ofrecidos a la concupiscencia de la carne, a la
concupiscencia de los ojos y a
la vanagloria de la vida, provocan a Dios.
Vv. 23—33. Había casos en que los cristianos podían
comer, sin pecar, lo ofrecido a los ídolos,
como cuando el sacerdote, a quien se le había entregado, vendía la carne
en el mercado como
alimento corriente. Sin embargo, el cristiano no debe considerar sólo lo
que es lícito, sino lo que es
conveniente y edificar a los demás. El cristianismo no prohíbe en
absoluto los oficios corrientes de
la benignidad, ni permite la conducta descortés con nadie, por más que
ellos difieran de nosotros en
sentimientos y costumbres religiosos. Pero esto no se aplica a las
festividades religiosas, a la
participación en el culto idólatra. Según este consejo del apóstol, los
cristianos deben cuidar que no
usen su libertad para perjudicar al prójimo o para su propio reproche.
Al comer y al beber, y en todo
lo que hagamos debemos apuntar a la gloria de Dios, a complacerle y
honrarle. Este es el gran fin
de toda religión, y nos sirve de dirección cuando no hay reglas
expresas. Un espíritu piadoso,
pacífico y benevolente desarmará a los más grandes enemigos.
CAPÍTULO XI
Versículo 1. Luego de una exhortación a seguirle, el
apóstol, 2—16. corrige
algunos abusos, 17—
22. y discusiones, divisiones y desorden en
las celebraciones de la cena del Señor. 23—26. Les
recuerda la naturaleza y el designio de su institución, 27—34. y les instruye sobre cómo
participar en ella de la manera correcta.
V. 1. El primer versículo de este capítulo
parece apropiado para concluir el capítulo anterior. El
apóstol no sólo predica la doctrina que ellos debían creer, pero llevó
tal clase de vida como la que
ellos debieran vivir. Dado que Cristo es nuestro ejemplo perfecto, las
acciones y la conducta de los
hombres, acerca de las Escrituras, debieran seguirse sólo en la medida
que sean como las de Él.
Vv. 2—16. Aquí empiezan los detalles acerca de las
asambleas públicas, capítulo xiv. Algunos
abusos se habían introducido en la abundancia de dones espirituales
concedidos a los corintios, pero
como Cristo hizo la voluntad de Dios cuyo honra procuró, así el
cristiano debe confesar su sumisión
a Cristo, haciendo su voluntad y procurando su gloria. Nosotros debemos,
aun en nuestra
vestimenta y hábitos, evitar toda cosa que pueda deshonrar a Cristo. —La
mujer fue sometida al
hombre porque fue creada como su ayuda y consuelo. Ella nada debe hacer
en las asambleas
cristianas que parezca una pretensión de ser su igual. Ella debe tener
una “potestad” sobre su cabeza
esto es, un velo, debido a los ángeles. La presencia de ellos debe
resguardar a los cristianos de todo
lo que es malo mientras adoren a Dios. Sin embargo, el hombre y la mujer
fueron hechos uno para
el otro. Iban a ser de consolación y bendición mutua, no una la esclava
y el otro el tirano. Dios ha
establecido las cosas, en el reino de la providencia y en el de la
gracia, de modo que la autoridad y
el sometimiento de cada parte sean para ayuda y provecho mutuo. Era
costumbre en las iglesias que
las mujeres se presentaran veladas en las asambleas públicas, y así
ingresaran a la adoración en
público; y estaba bien que debieran hacerlo así. La religión cristiana
sanciona las costumbres
nacionales dondequiera que estas no sean contrarias a los grandes
principios de la verdad y la
santidad; las peculiaridades afectadas no reciben consentimiento de nada
en la Biblia.
Vv. 17—22. El apóstol reprende los desórdenes en la
celebración de la cena del Señor. Las
ordenanzas de Cristo, si no nos hacen mejor, tenderán a empeorarnos. Si
el uso de ellas no
enmienda, endurecerá. Al reunirse, ellos cayeron en divisiones y
partidismos. Los cristianos pueden
separarse de la comunión de unos con otros, pero aún ser caritativos
unos con otros; se puede
continuar en la misma comunión, pero sin ser caritativos. Esto último es
división, más que lo
primero. —Hay una comida descuidada e irregular de la cena del Señor que
se suma a la culpa.
Parece que muchos corintios ricos actuaron muy mal en la mesa del Señor,
o en las fiestas de amor,
que tenían lugar al mismo tiempo que la cena del Señor. El rico
despreciaba al pobre, comía y bebía
de las provisiones que traían, antes de permitir la participación del
pobre; así, algunos quedaban sin
nada, mientras que otros tenían más que suficiente. Lo que hubiera
debido ser un vínculo de amor y
afecto mutuo fue hecho instrumento de discordia y desunión. Debemos ser
cuidadosos para que
nada de nuestra conducta en la mesa del Señor parezca tomar a la ligera
esa institución sagrada. La
cena del Señor no es, ahora, hecha ocasión para la glotonería o el
festejo, pero ¿no suele convertirse
en un apoyo para la soberbia de la justicia propia o un manto para la hipocresía?
No descansemos
en las formas externas de la adoración, pero examinemos nuestros
corazones.
Vv. 23—34. El apóstol describe la ordenanza
sagrada, de la cual tenía conocimiento por
revelación de Cristo. En cuanto a los signos visibles, estos son el pan
y el vino. Lo que se come se
llama pan, aunque al mismo tiempo se dice que es el cuerpo del Señor,
mostrando claramente que el
apóstol no quería significar que el pan fuese cambiado en carne. San
Mateo nos dice que nuestro
Señor les invitó a todos a beber de la copa, capítulo xxvi, 27, como si
hubiera previsto, con esta
expresión, que un creyente fuese privado de la copa. Las cosas
significadas por estos signos
externos, son el cuerpo y la sangre de Cristo, su cuerpo partido, su
sangre derramada, junto con
todos los beneficios que fluyen de su muerte y sacrificio. —Las acciones
de nuestro Señor fueron,
al tomar el pan y la copa, dar gracias, partir el pan y dar el uno y la
otra. Las acciones de los
comulgantes fueron, tomar el pan y comer, tomar la copa y beber,
haciendo ambas cosas en
memoria de Cristo. Pero los actos externos no son el todo ni la parte
principal de lo que debe
hacerse en esta santa ordenanza. Los que participan de ella tienen que
tomarlo a Él como su Señor y
su Vida, rendirse a Él y vivir para Él. —En ella tenemos un relato de
las finalidades de esta
ordenanza. Tiene que hacerse en memoria de Cristo, para mantener fresca
en nuestras mentes su
muerte por nosotros, y también, para recordar a Cristo que intercede por
nosotros a la diestra de
Dios en virtud de su muerte. No es tan sólo en memoria de Cristo, de lo
que Él hizo y sufrió, sino
para celebrar su gracia en nuestra redención. Declaramos que su muerte
es nuestra vida, la fuente de
todos nuestros consuelos y esperanzas. Nos gloriamos en tal declaración;
mostramos su muerte y la
reclamamos como nuestro sacrificio y nuestro rescate aceptado. La cena
del Señor no es una
ordenanza que se observe sólo por un tiempo, pero debe ser perpetua. —El
apóstol expone a los
corintios el peligro de recibirla con un estado mental inapropiado o
conservando el pacto con el
pecado y la muerte mientras se profesa renovar y confirmar el pacto con
Dios. Sin duda, ellos
incurren en gran culpa y así se vuelven materia obligada de juicios
espirituales. Pero los creyentes
temerosos no deben descorazonarse de asistir a esta santa ordenanza. El
Espíritu Santo nunca
hubiera hecho que esta Escritura se hubiese puesto por escrito para
disuadir de su deber a los
cristianos serios, aunque el diablo la ha usado a menudo. El apóstol
estaba dirigiéndose a los
cristianos y les advierte que estén alerta ante los juicios temporales
con que Dios corrige a sus
siervos que le ofenden. En medio de la ira, Dios se acuerda de la
misericordia: muchas veces castiga
a los que ama. Mejor es soportar problemas en este mundo que ser
miserable para siempre. —El
apóstol señala el deber de los que van a la mesa del Señor. El examen de
uno mismo es necesario
para participar correctamente en esta ordenanza sagrada. Si nos
examináramos cabalmente para
condenar y enderezar lo que hallemos malo, podríamos detener los juicios
divinos. —El apóstol
termina todo con una advertencia contra las irregularidades en la mesa
del Señor, de las cuales eran
culpables los corintios. Cuidemos todos de esto para que ellos no se
unan a la adoración de Dios
como para provocarle y acarrearse venganza sobre sí.
CAPÍTULO XII
Versículos 1—11. Se muestra la
variedad y el uso de los dones espirituales. 12—26.
Cada miembro
en el cuerpo humano tiene su lugar y uso. 27—30.
Esto se aplica a la Iglesia de Cristo. 31. Hay
algo más excelente que los dones espirituales.
Vv. 1—11. Los dones espirituales eran poderes
extraordinarios otorgados en las primeras épocas
para convencer a los incrédulos, y para difundir el evangelio. Los dones
y las gracias difieren
ampliamente. Ambos son dados generosamente por Dios, pero donde se da la
gracia es para la
salvación de los que la reciben. Los dones son para el provecho y
salvación del prójimo; y puede
haber grandes dones donde no hay gracia. Los dones extraordinarios del
Espíritu Santo fueron
ejercidos principalmente en las asambleas públicas, donde parece que los
corintios hacían
exhibición de ellos, al faltarles el espíritu de piedad y del amor
cristiano. —Mientras eran paganos
no habían sido influidos por el Espíritu de Cristo. Nadie puede llamar
Señor a Cristo por fe, si esa fe
no es obra del Espíritu Santo. Nadie puede creer en su corazón o probar
por un milagro, que Jesús
era Cristo, si no es por el Espíritu Santo. Hay diversidad de dones y
diversidad de operaciones, pero
todos proceden de un solo Dios, un solo Señor, un solo Espíritu; esto
es, del Padre, Hijo y Espíritu
Santo, origen de todas las bendiciones espirituales. Ningún hombre los
tiene simplemente para sí
mismo. Mientras más los use en beneficio de los demás, más favorecerán
su propia cuenta. Los
dones mencionados parecen significar entendimiento exacto y expresión de
las doctrinas de la
religión cristiana; el conocimiento de los misterios, y la destreza para
exhortar y aconsejar. Además,
el don de sanar a los enfermos, hacer milagros, y explicar la Escritura
por un don peculiar del
Espíritu, y la habilidad para hablar e interpretar lenguajes. Si tenemos
algún conocimiento de la
verdad, o algún poder para darla a conocer, debemos dar toda la gloria a
Dios. Mientras más
grandes sean los dones, más expuesto a tentaciones está el poseedor, y
más grande es la medida de
gracia necesaria para mantenerlo humilde y espiritual; y éste se hallará
con más experiencias
dolorosas y dispensaciones humillantes. Poca causa tenemos para
gloriarnos en algún don
concedido a nosotros, o para despreciar a los que no los tienen.
Vv. 12—26. Cristo y su Iglesia forman un cuerpo,
como Cabeza y miembros. Los cristianos se
vuelven miembros de este cuerpo por el bautismo. El rito externo es de
institución divina; es signo
del nuevo nacimiento y, por tanto, es llamado lavamiento de la regeneración,
Tito iii, 5. Pero es por
el Espíritu, sólo por la renovación del Espíritu Santo, que somos hechos
miembros del cuerpo de
Cristo. Por la comunión con Cristo en la cena del Señor, somos
fortalecidos, no por beber el vino,
sino por beber un mismo Espíritu. —Cada miembro tiene su forma, lugar y
uso. El de menos honra
es parte del cuerpo. Debe haber diversidad de miembros en el cuerpo.
Así, los miembros de Cristo
tienen diferentes poderes y distintas posiciones. Debemos cumplir los
deberes de nuestro propio
cargo sin quejarnos ni pelear con los demás. Todos los miembros del
cuerpo son útiles y necesarios
unos para otros. Tampoco hay un miembro del cuerpo de Cristo que no deba
ni pueda ser de
provecho a sus co-miembros. Como en el cuerpo natural del hombre, los
miembros deben estar
estrechamente unidos por los lazos más fuertes del amor; el bien del
todo debe ser el objetivo de
todos. Todos los cristianos dependen unos de otros; cada uno tiene que
esperar y recibir la ayuda de
los demás. Entonces, tengamos más del espíritu de unidad en nuestra
religión.
Vv. 27—31. El desprecio, el odio, la envidia y la
discordia son muy antinaturales en los
cristianos. Es como si los miembros del mismo cuerpo no se interesaran
unos por otros o se
pelearan entre sí. Así, se condenan el espíritu orgulloso y belicoso que
prevalecía en cuanto a los
dones espirituales. —Se mencionan los ministerios y dones, o favores,
dispensados por el Espíritu
Santo. Los ministros principales; las personas capacitadas para
interpretar las Escrituras; los que
trabajaban en palabra y doctrina; los que tenían poder para sanar
enfermedades; los que socorrían a
los enfermos y débiles; los que administraban el dinero dado por la
Iglesia para caridad, y
administraban los asuntos de la iglesia; y los que podían hablar
diversas lenguas. Lo que está en el
rango inferior y último de esta lista es el poder para hablar lenguas;
¡cuán vano es que un hombre
haga eso sólo para divertirse o enaltecerse! Nótese la distribución de
estos dones, no a todos por
igual, versículos 29, 30, cosa que hubiera hecho igual a toda la
Iglesia; como si el cuerpo fuera todo
oído, o todo ojo. El Espíritu distribuye a cada uno como le place.
Debemos estar contentos aunque
seamos inferiores y menos que los demás. No debemos despreciar a los
demás si tenemos dones
más grandes. ¡Qué bendecida sería la Iglesia cristiana si todos sus
miembros cumplieran su deber!
En lugar de codiciar los puestos más altos, o los dones más espléndidos,
dejemos que Dios nombre
sus instrumentos, y aquellos en los que obre por su providencia.
Recordemos, en el más allá no
serán aprobados los que procuran los puestos altos, sino los que sean
más fieles a la tarea que se les
encomendó, y los más diligentes en la obra de su Maestro.
CAPÍTULO XIII
Versículos 1—3. La necesidad y la
ventaja de la gracia del amor. 4—7. Su excelencia está
representada por sus propiedades y efectos, 8—13. y por su permanencia y superioridad.
Vv. 1—3. El camino excelente insinuado al cerrar
el capítulo anterior no es lo que se entiende por
caridad en el uso corriente de la palabra, dar limosna, sino el amor en
su significado más pleno; el
amor verdadero a Dios y al hombre. Sin este, los dones más gloriosos no
nos sirven para nada, no
son estimables a ojos de Dios. La cabeza clara y el entendimiento
profundo no tienen valor sin un
corazón benévolo y caritativo. Puede haber una mano abierta y generosa
donde no hay un corazón
benévolo y caritativo. Hacer el bien al prójimo no nos hará nada si no
es hecho por amor a Dios y
buena voluntad para los hombres. No nos aprovecha de nada si diéramos
todo lo que tenemos
mientras retengamos el corazón de Dios. Ni siquiera los sufrimientos más
dolorosos. ¡Cuánto se
engañan los que buscan aceptación y recompensa por sus buenas obras
siendo tan mezquinos y
defectuosos como son corruptos y egoístas!
Vv. 4—7. Algunos de los efectos del amor se
estipulan aquí para que sepamos si tenemos esta
gracia; y si no la tenemos, no descansemos hasta tenerla. Este amor es
una prueba clara de la
regeneración y es la piedra de toque de nuestra fe profesada en Cristo. —Se
quiere mostrar a los
corintios con esta bella descripción de la naturaleza y los efectos del
amor que, en muchos aspectos,
su conducta era un claro contraste con aquel. El amor es el enemigo
enconado del egoísmo; no
desea ni procura su propia alabanza u honra o provecho o placer. No se
trata de que el amor
destruya toda consideración de nosotros mismos, ni de que el hombre caritativo
deba descuidarse a
sí mismo y todos sus intereses. El amor nunca busca lo suyo a expensas
del prójimo o descuidando
a los demás. Hasta prefiere el bienestar del prójimo antes que su
ventaja personal. —¡De qué
naturaleza buena y amable es el amor cristiano! ¡Cuán excelente
parecería el cristianismo al mundo
si los que lo profesan estuvieran más sometidos a este principio divino,
y prestaran debida atención
al mandamiento en que su bendito Autor pone el énfasis principal!
Preguntémonos si este amor
divino habita en nuestros corazones. Este principio ¿nos ha llevado a
conducirnos como
corresponde con todos los hombres? ¿Estamos dispuestos a dejar de lado
los objetivos y finalidades
egoístas? He aquí un llamado a estar alertas, diligentes y orando.
Vv. 8—13. El amor es preferible a los dones en que
se enorgullecían los corintios. Por su
permanencia. Es una gracia que dura como la eternidad. El estado
presente es un estado infantil, el
futuro es el de adulto. Tal es la diferencia entre la tierra y el cielo.
¡Qué puntos de vista estrechos,
qué nociones confusas de las cosas tienen los niños, cuando se los
compara con los adultos! Así
pensaremos de nuestros dones más valorados en este mundo, cuando
lleguemos al cielo. —Todas
las cosas son oscuras y confusas ahora, comparadas con lo que serán
después. Ellas sólo se pueden
ver como por el reflejo de un espejo, o como descripción de una
adivinanza; pero en el más allá
nuestro conocimiento será libre de toda oscuridad y error. Es la luz del
cielo únicamente la que
eliminará todas las nubes y tinieblas que nos ocultan la faz de Dios. —Para
resumir, la excelencia
del amor es preferible no sólo a los dones, sino a las otras gracias, la
fe y la esperanza. La fe se fija
en la revelación divina, y ahí se asienta, confiando en el Redentor
Divino. La esperanza se aferra a
la dicha futura, y la espera, pero, en el cielo, la fe será absorbida
por la realidad, y la esperanza por
la dicha. No hay lugar para creer y tener esperanza cuando vemos y
disfrutamos. Pero allá, el amor
será perfeccionado. Allá amaremos perfectamente a Dios. Allá nos
amaremos perfectamente unos a
otros. ¡Bendito estado! ¡Cuánto supera a lo mejor de aquí abajo! Dios es
amor, 1 Juan iv, 8, 16.
Donde Dios se ve como es, y cara a cara, ahí está el amor en su mayor
altura; solamente ahí será
perfeccionado.
CAPÍTULO XIV
Versículos 1—5. La profecía es
preferible al don de lenguas. 6—14. La falta de provecho de hablar
lenguajes desconocidos. 15—25. Exhortaciones a adorar con entendimiento. 26—33.
Desórdenes por el vano despliegue de dones, 34—40. y de las mujeres que hablan en la
iglesia.
Vv. 1—5. Profetizar, esto es, exponer la
Escritura, se compara con hablar en lenguas. Esta atrae la
atención más que la clara interpretación de las Escrituras; gratifica
más al orgullo, pero fomenta
menos los propósitos del amor cristiano; no hará el bien por igual a las
almas de los hombres. Lo
que no puede entenderse, no puede edificar. Ninguna ventaja puede
recibirse de los discursos más
excelentes si se entregan en una lengua tal que los oyentes no pueden
hablar ni entender. Toda
capacidad o posesión adquiere valor proporcionalmente a su utilidad.
Hasta el ferviente afecto
espiritual debe ser gobernado por el ejercicio del entendimiento, de lo
contrario los hombres
avergonzarán las verdades que profesan promover.
Vv. 6—14. Ni siquiera un apóstol podría edificar,
a menos que hablara de tal manera que le
entendieran sus oyentes. Decir palabras que no tienen significado para
quienes las escuchan, no es
sino hablar al aire. No puede responder a la finalidad del habla decir
lo que no tiene significado; en
este caso, el que habla y los que oyen son extranjeros entre sí. Todos
los servicios religiosos deben
realizarse en las asambleas cristianas de manera que todos puedan
participar en ellos y sacar
provecho. El lenguaje simple y claro de entender es el más apropiado
para la adoración en público,
y para otros ejercicios religiosos. Todo seguidor verdadero de Cristo
deseará más bien hacer el bien
al prójimo que hacerse fama de saber o de hablar bien.
Vv. 15—25. No se puede asentir a las oraciones que
no se entienden. Un ministro que sea
verdaderamente cristiano procurará mucho más hacer el bien espiritual a
las almas de los hombres
que obtener el aplauso más grandioso para sí. Esto muestra que es siervo
de Cristo. —Los niños
tienden a impresionarse con la novedad, pero no actuemos como ellos. Los
cristianos deben ser
como niños, desprovistos de mala intención y malicia, pero no deben ser
iletrados en la palabra de
justicia, sino sólo en las artes de la maldad. —Es prueba de que un
pueblo ha sido abandonado por
Dios cuando Él lo entrega al gobierno de los que le enseñan a adorar en
otra lengua. No pueden
recibir beneficio con tal enseñanza. Sin embargo, así actuaban los
predicadores que daban sus
instrucciones en lengua desconocida. ¿No haría que el cristianismo
luciera ridículo para un pagano
si oyera que los ministros oran o predican en un lenguaje que ni él ni
la asamblea entienden? Pero si
los que ministran interpretan claramente la Escritura o predican las
grandes verdades y reglas del
evangelio, el pagano o la persona indocta pueden llegar a convertirse al
cristianismo. Su conciencia
puede ser tocada, los secretos de su corazón pueden serle revelados, y
así, puede ser llevado a
confesar su culpa y reconocer que Dios estaba presente en la asamblea.
La verdad de las Escrituras,
clara y debidamente enseñada, tiene un poder maravilloso para despertar
la conciencia y tocar el
corazón.
Vv. 26—33. Los ejercicios religiosos en las
asambleas públicas deben tener este punto de vista:
Que todo se haga para edificar. En cuanto a hablar en lengua
desconocida, si hubiera presente
alguien que pudiera interpretar, pueden ejercerse de una sola vez dos
dones milagrosos, y por ellos
la iglesia es edificada, y al mismo tiempo es confirmada la fe de los
que oyen. En cuanto a
profetizar, deben hablar dos o tres en una reunión, y uno después del
otro, no todos al mismo
tiempo. El hombre inspirado por el Espíritu de Dios observará el orden y
la decencia para
comunicar sus revelaciones. Dios nunca enseña a los hombres que
descuiden sus deberes o que
actúen en ninguna forma inconveniente a su edad o su cargo.
Vv. 34—40. Cuando el apóstol exhorta a las mujeres
cristianas a que busquen información
sobre temas religiosos de sus esposos en casa, muestra que las familias
de creyentes deben reunirse
para fomentar el conocimiento espiritual. —El Espíritu de Cristo nunca
se contradice, y si sus
revelaciones son contrarias a las del apóstol, no proceden del mismo
Espíritu. La manera de
mantener la paz, la verdad y el orden en la iglesia es procurar lo bueno
para ella, soportar lo que no
dañe su bienestar y conservar la buena conducta, el orden y la decencia.
CAPÍTULO XV
Versículos 1—11. El apóstol
demuestra la resurrección de Cristo de entre los muertos. 12—19.
Contesta a los que niegan la resurrección del cuerpo. 20—34. La resurrección de los creyentes
para la vida eterna. 35—50. Contesta las objeciones. 51—54. El misterio del cambio que
ocurrirá en los que estén vivos en la segunda venida de Cristo. 55—58. El triunfo del creyente
sobre la muerte y la tumba.—Una exhortación a la diligencia.
Vv. 1—11. La palabra resurrección señala,
habitualmente, nuestra existencia más allá de la tumba.
No se halla un rasgo de la doctrina del apóstol en todas las enseñanzas
de los filósofos. La doctrina
de la muerte y resurrección de Cristo es el fundamento del cristianismo.
Si se quita, se hunden de
inmediato todas nuestras esperanzas de eternidad. Por sostener con
firmeza esta verdad los
cristianos soportan el día de la tribulación, y se mantienen fieles a
Dios. Creemos en vano, a menos
que nos mantengamos en la fe del evangelio. Esta verdad es confirmada
por las profecías del
Antiguo Testamento; muchos vieron a Cristo después que resucitó. Este
apóstol fue altamente
favorecido, pero siempre tuvo una baja opinión de sí, y la expresaba.
Cuando los pecadores son
hechos santos por la gracia divina, Dios hace que el recuerdo de los
pecados anteriores los haga
humildes, diligentes y fieles. Atribuye a la gracia divina todo lo que
era valioso en él. Aunque no
ignoran lo que el Señor ha hecho por ellos, en ellos y por medio de
ellos, cuando miran toda su
conducta y sus obligaciones, los creyentes verdaderos son guiados a
sentir que nadie es tan indigno
como ellos. Todos los cristianos verdaderos creen que Jesucristo, y éste
crucificado, y resucitado de
entre los muertos, es la suma y la sustancia del cristianismo. Todos los
apóstoles concuerdan en este
testimonio; por esta fe vivieron y en esta fe murieron.
Vv. 12—19. Habiendo mostrado que Cristo fue
resucitado, el apóstol contesta a los que dicen
que no habrá resurrección. No habría justificación ni salvación si
Cristo no hubiera resucitado. Si
Cristo estuviera aún entre los muertos, ¿no debería la fe en Cristo ser
vana e inútil? La prueba de la
resurrección del cuerpo es la resurrección de nuestro Señor. Aun los que
murieron en la fe hubieran
perecido en sus pecados si Cristo no hubiera resucitado. Todos los que
creen en Cristo tienen
esperanza en Él, como Redentor; esperanza de redención y salvación por
Él, pero si no hubiera
resurrección, o recompensa futura, la esperanza de ellos en Él sería
sólo para esta vida. Tendrían
que estar en peor condición que el resto de la humanidad, especialmente
en la época y las
circunstancias en que escribió el apóstol, porque en aquel entonces, los
cristianos eran odiados y
perseguidos por todos los hombres. Pero no es así; ellos, de todos los
hombres, disfrutan
bendiciones firmes en medio de todas sus dificultades y pruebas, aun en
los tiempos de la
persecución más fuerte.
Vv. 20—34. A todos los que por fe se unen a Cristo,
por su resurrección se les asegura la propia.
Como por el pecado del primer Adán todos los hombres se hicieron
mortales, porque todos
obtuvieron su misma naturaleza pecaminosa, así, por medio de la
resurrección de Cristo todos los
que son hechos partícipes del Espíritu, y de la naturaleza espiritual,
reviviremos y viviremos por
siempre. —Habrá un orden en la resurrección. El mismo Cristo fue la
primicia; en su venida
resucitará su pueblo redimido antes que los otros; al final, también los
impíos serán resucitados.
Entonces, será el fin del estado presente de cosas. Si queremos triunfar
en esa solemne e importante
ocasión, debemos someternos ahora a su reinado, aceptar su salvación, y
vivir para su gloria.
Entonces, nos regocijaremos al completarse su empresa, para que Dios
reciba toda la gloria de
nuestra salvación, para que le sirvamos por siempre, y disfrutemos de su
favor. —¿Qué harán los
que se bautizan por los muertos, si en ninguna manera los muertos
resucitan? Quizá aquí se use el
bautismo como una figura de aflicciones, sufrimientos y martirio, como
en Mateo xx, 22, 23. ¿Qué
es, o qué será, de quienes sufrieron muchos daños graves y hasta
perdieron su vida por esta doctrina
de la resurrección, si los muertos en ninguna manera resucitan? —Cualquiera
sea el significado,
indudablemente los corintios entendían el argumento del apóstol. Para
nosotros es evidente que el
cristianismo sería una confesión necia, si no nos propusiera esperanzas
más allá de esta vida, al
menos en tiempos de peligro, como en los primeros tiempos, y a menudo
desde entonces. —Es
lícito y adecuado que los cristianos se propongan ventajas para sí
mismos por su fidelidad a Dios; y
dar nuestro fruto para santidad, y nuestro fin sea la vida eterna. Pero
no debemos vivir como bestias,
porque no morimos como ellas. Debe ser la ignorancia sobre Dios lo que
lleva a que alguien no crea
en la resurrección y la vida futura. Los que reconocen un Dios y una
providencia, y observan cuán
injustas son las cosas en la vida actual, cuán a menudo le va muy mal a
los mejores hombres, no
pueden dudar de un estado ulterior en que todo será enderezado. No nos
juntemos con los impíos,
pero advirtamos a todos los que nos rodeen, especialmente a los niños y
jóvenes, que los eviten
como a la peste. Despertemos a la justicia, y no pequemos.
Vv. 35—50. —1. ¿Cómo resucitarán los muertos, esto
es, por qué medios? ¿Cómo pueden
resucitar? —2. En cuanto a los cuerpos que resucitarán, ¿tendrán la
misma forma, estatura,
miembros y cualidades? La primera objeción es de quienes se oponen a la
doctrina, la seguda de los
curiosos. La respuesta para la primera es: será efectuada por el poder divino; ese poder que todos
ven obrar algo parecido, año tras año, en la muerte y el revivir del
trigo. Necio es cuestionar al
omnipotente poder de Dios para resucitar a los muertos, cuando lo vemos
diariamente vivificando y
reviviendo cosas que están muertas. A la segunda
pregunta: el grano emprende un tremendo
cambio, y así será con los muertos, cuando sean levantados y vivan otra
vez. La semilla muere,
aunque una parte de ella brota a vida nueva, pero no podemos entender
cómo es esto. Las obras de
la creación y de la providencia nos enseñan diariamente a ser humildes,
y a admirar la sabiduría y la
bondad del Creador. Hay una gran variedad entre otros cuerpos como la
hay entre las plantas. Hay
una variedad de gloria entre los cuerpos celestiales. Los cuerpos de los
muertos, cuando sean
levantados, serán adecuados para el estado celestial; y habrá una
variedad de gloria entre ellos. —
Enterrar a los muertos es como entregar la semilla a la tierra para que
brote de ella otra vez. Nada es
más aborrecible que un cuerpo muerto. Pero en la resurrección, los
creyentes tendrán cuerpos
preparados para estar unidos para siempre a espíritus hechos perfectos.
Todas las cosas son posibles
para Dios. Él es el Autor y la Fuente de la vida espiritual y de la
santidad para todo su pueblo, por la
provisión de su Espíritu Santo para el alma; también vivificará y
cambiará el cuerpo por obra de su
Espíritu. Los muertos en Cristo no serán sólo resucitados sino
resucitarán cambiados gloriosamente.
Los cuerpos de los santos serán cambiados cuando resuciten. Entonces,
serán cuerpos gloriosos y
espirituales, aptos para el mundo y el estado celestiales, donde vivirán
para siempre jamás. El
cuerpo humano en su forma presente y con sus necesidades y debilidades,
no puede entrar en el
reino de Dios, ni disfrutar de él. Entonces, no sembremos para la carne,
de la cual sólo podemos
cosechar corrupción. El cuerpo sigue al estado del alma. Por tanto, el
que descuida la vida del alma,
expulsa a su bien presente; el que rehúsa vivir para Dios, despilfarra
todo lo que tiene.
Vv. 51—58. No todos los santos morirán, pero todos
serán cambiados. Muchas verdades del
evangelio que estaban ocultas en misterios son dadas a conocer. La
muerte nunca aparecerá en las
regiones a las cuales nuestro Señor llevará a sus santos resucitados.
Por tanto, procuremos la plena
seguridad de la fe y la esperanza para que, en medio del dolor, y en la
perspectiva de la muerte,
podamos pensar con calma en los horrores de la tumba, seguros de que
nuestros cuerpos dormirán
ahí, y mientras tanto, nuestras almas estarán presentes con el Redentor.
—El pecado da a la muerte
todo su poder nocivo. El aguijón de la muerte es el pecado, pero Cristo,
al morir quitó este aguijón;
Él hizo expiación por el pecado; Él obtuvo la remisión del pecado. La
fuerza del pecado es la ley.
Nadie puede responder a sus exigencias, soportar su maldición o terminar
sus transgresiones. De
ahí, el terror y la angustia. De ahí que la muerte sea terrible para el
incrédulo y el impenitente. La
muerte puede sorprender al creyente, pero no puede retenerlo en su
poder. ¡Cuántos manantiales de
gozo para los santos, y de gratitud a Dios, son abiertas por la muerte y
la resurrección, los
sufrimientos y las conquistas del Redentor! —En el versículo 58 tenemos
una exhortación a que los
creyentes sean constantes, firmes en la fe de ese evangelio que predicó
el apóstol y que ellos
recibieron. Además, a permanecer inconmovibles en su esperanza y
expectativa de este gran
privilegio de resucitar incorruptible e inmortal. Para abundar en la
obra del Señor, haciendo siempre
el servicio del Señor y obedeciendo los mandamientos del Señor. Que
Cristo nos dé la fe, y aumente
nuestra fe, para que nosotros no sólo estemos a salvo, sino gozosos y
triunfantes.
CAPÍTULO XVI
Versículos 1—9. Colecta para los
pobres de Jerusalén. 10—12. Timoteo
y Apolos, recomendados.
13—18. Exhortación a estar vigilantes en la fe
y el amor. 19—24. Saludos
cristianos.
Vv. 1—9. Los buenos ejemplos de otros cristianos
e iglesias deben estimularnos. Bueno es
almacenar para buenos usos. Los que son ricos en este mundo deben ser
ricos en buenas obras, 1
Timoteo vi, 17, 18. La mano diligente no se enriquecerá sin la bendición
divina, Proverbios x, 4, 22.
¿Qué más adecuado para estimularnos a la caridad con el pueblo e hijos
de Dios que mirar todo lo
que tenemos como dádiva suya? Las obras de misericordia son frutos
reales del amor verdadero a
Dios, y por tanto son servicios apropiados para el día del Señor. Los
ministros hacen la actividad
que les corresponde cuando promueven, o ayudan, las obras de caridad. —El
corazón de un
ministro cristiano debe estar orientado hacia la gente entre quienes
haya trabajado mucho tiempo, y
con éxito. Debemos hacernos todos nuestros propósitos con sumisión a la
providencia divina,
Santiago, iv, 15. Los adversarios y la oposición no quiebran los
espíritus de los ministros fieles y
exitosos, pero enardecen su celo y les inspiran un nuevo valor. El
ministro fiel se descorazona más
con la dureza de los corazones de sus oyentes y el extravío de los
profesantes que con los atentados
de los enemigos.
Vv. 10—12. Timoteo vino a hacer la obra del Señor.
Por tanto, afligir su espíritu es contristar al
Espíritu Santo; despreciarlo es despreciar a Aquel que lo envió. Los que
trabajan en la obra del
Señor deben ser tratados con ternura y respeto. Los ministros fieles no
tendrán celo unos de otros.
Corresponde a los ministros del evangelio demostrar interés por la
reputación y la utilidad de unos y
otros.
Vv. 13—18. El cristiano siempre corre peligro, por
tanto, siempre debe estar alerta. Debe estar
firme en la fe del evangelio sin abandonarla, ni renunciar jamas a ella.
Por esta sola fe será capaz de
resistir en la hora de la tentación. Los cristianos deben cuidar que la
caridad no sólo reine en sus
corazones, sino brille en sus vidas. Hay una gran diferencia entre la
firmeza cristiana y el activismo
febril. El apóstol da instrucciones particulares para algunos que sirven
la causa de Cristo entre ellos.
Los que sirven a los santos, los que desean el honor de las iglesias, y
quitar los reproches de ellas,
tienen que ser muy considerados y amados. Deben reconocer
voluntariamente el valor de los tales y
de todos los que trabajaron con el apóstol o le ayudaron.
Vv. 19—24. El cristianismo no destruye en absoluto
el civismo. La religión debe fomentar un
temperamento cortés y amable hacia todos. Dan una falsa idea de la
religión, y le causan reproche,
los que encuentran ánimo en ella para ser irritables y tercos. Los
saludos cristianos no son simples
cumplidos vacíos, sino expresiones reales de buena voluntad para el
prójimo, y los encomiendan a
la gracia y a la bendición divinas. Toda familia cristiana debe ser como
una iglesia cristiana.
Dondequiera que se reúnan dos o tres en el nombre de Cristo, y Él esté
entre ellos, ahí hay una
iglesia. —Aquí hay una advertencia solemne: muchas personas que tienen
muy a menudo el nombre
de Cristo en sus bocas, no tienen un amor verdadero por Él en sus
corazones. No le ama de verdad
quien no ame sus leyes ni obedezca sus mandamientos. Muchos son
cristianos de nombre, porque
no aman a Cristo Jesús, el Señor, con sinceridad. Los tales están
separados del pueblo de Dios y del
favor de Dios. Los que no aman al Señor Jesucristo deben perecer sin remedio.
No descansemos en
ninguna profesión religiosa donde no hay el amor de Cristo, los sinceros
deseos por su salvación, la
gratitud por sus misericordias, y la obediencia a sus mandamientos. —La
gracia de nuestro Señor
Jesucristo tiene en ella todo lo que es bueno para el tiempo y la
eternidad. Desear que nuestros
amigos puedan tener esta gracia consigo, es desearles el sumo bien. Esto
debemos desear a todos
nuestros amigos y hermanos en Cristo. No podemos desearles nada más
grande, y no debemos
desearle nada menos. El cristianismo verdadero hace que deseemos las
bendiciones de ambos
mundos para los que amamos; esto significa desearles que la gracia de
Cristo esté con ellos. El
apóstol había tratado claramente con los corintios, y les habló de sus
faltas con justa severidad, pero
se despide con amor y con una solemne profesión de su amor por ellos por
amor a Cristo. Que
nuestro amor sea con todos los que están en Cristo Jesús. Probemos si
todas las cosas nos parecen
sin valor cuando las comparamos con Cristo y su justicia. ¿Nos
permitimos algún pecado conocido
o la negligencia de un deber conocido? Con tales preguntas, fielmente
hechas, podemos juzgar el
estado de nuestras almas.