HECHOS
Este libro une los evangelios con las epístolas. Contiene muchos
detalles sobre los apóstoles
Pedro y Pablo, y de la Iglesia cristiana desde la ascensión de nuestro
Señor hasta la llegada de San
Pablo a Roma, período de unos treinta años. San Lucas es el autor de
este libro; estuvo presente en
muchos de los sucesos relatados y atendió a Pablo en Roma. Pero el
relato no entrega una historia
completa de la Iglesia durante el período a que se refiere, ni siquiera
de la vida de San Pablo. Se ha
considerado que el objetivo de este libro es: 1. Relatar la forma en que
fueron comunicados los
dones del Espíritu Santo en el día de Pentecostés, y los milagros
realizados por los apóstoles para
confirmar la verdad del cristianismo, porque muestran que se cumplieron
realmente las
declaraciones de Cristo. 2. Probar la pretensión de los gentiles de
haber sido admitidos en la Iglesia
de Cristo. Gran parte del contenido de este libro demuestra eso. Una
gran parte de los Hechos lo
ocupan los discursos o sermones de diversas personas, cuyos lenguajes y
maneras difieren, y todos
los cuales se verá que son conforme a las personas que los dieron, y las
ocasiones en que fueron
pronunciados. Parece que la mayoría de estos discursos son sólo la
sustancia de lo que fue dicho en
el momento. Sin embargo, se relacionan enteramente a Jesús como el
Cristo, el Mesías ungido.
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CAPÍTULO I
Versículos 1—5. Pruebas de la
resurrección de Cristo. 6—11. La ascensión de Cristo. 12—14. Los
apóstoles se reúnen orando. 15—26. Matías es elegido en lugar de Judas.
Vv. 1—5. Nuestro Señor dijo a los discípulos la
obra que tenían que hacer. Los apóstoles se
reunieron en Jerusalén, habiéndoles mandado Cristo que no se fueran de
ahí pero esperasen el
derramamiento del Espíritu Santo. Esto sería un bautismo por el Espíritu
Santo, que les daría poder
para hacer milagros e iba a iluminar y a santificar sus almas. Esto
confirma la promesa divina y nos
anima para depender de ella, porque la oímos de Cristo y en Él todas las
promesas de Dios son sí y
amén.
Vv. 6—11. Se apresuraron para preguntar lo que su
Maestro nunca les mandó ni les animó a
buscar. Nuestro Señor sabía que su ascensión y la enseñanza del Espíritu
Santo pronto pondrían fin
a esas expectativas y, por tanto, sólo los reprendió; pero esto es una
advertencia para su Iglesia de
todos los tiempos: cuidarse de desear conocimientos prohibidos. Había
dado instrucciones a sus
discípulos para que cumplieran su deber, tanto antes de su muerte y
desde su resurrección, y este
conocimiento basta para el cristiano. Basta que Él se haya propuesto dar
a los creyentes una fuerza
igual a sus pruebas y servicios; que, bajo el poder del Espíritu Santo,
sean de una u otra manera
testigos de Cristo en la tierra, mientras en el cielo Él cuida con
perfecta sabiduría, verdad y amor de
sus intereses. —Cuando nos quedamos mirando y ocupados en nimiedades,
que el pensar en la
segunda venida de nuestro Maestro nos estimule y despierte: cuando nos
quedemos mirando y
temblando, que nos consuelen y animen. Que nuestra expectativa así sea
constante y jubilosa,
poniendo diligencia en ser hallados irreprensibles por Él.
Vv. 12—14. Dios puede hallar lugares de refugio
para su pueblo. Ellos suplicaron. Todo el
pueblo de Dios es pueblo de oración. Ahora era el momento de los
problemas y peligros para los
discípulos de Cristo; pero si alguien está afligido, ore; eso acallará
sus preocupaciones y temores.
Ahora tenían una gran obra que hacer y, antes que la empezaran, oraron
fervientemente a Dios
pidiendo su presencia. Esperando el derramamiento del Espíritu y
abundando en oración. Los que
están orando son los que están en mejor situación para recibir
bendiciones espirituales. Cristo había
prometido enviar pronto al Espíritu Santo; esa promesa no tenía que
eliminar la oración, sino
vivificarla y alentarla. Un grupo pequeño unido en amor, de conducta
ejemplar, ferviente para orar,
y sabiamente celoso para el progreso de la causa de Cristo,
probablemente crezca con rapidez.
Vv. 15—26. La gran cosa de la que los apóstoles
debían atestiguar ante el mundo era la
resurrección de Cristo, porque era la gran prueba de que Él es el
Mesías, y el fundamento de nuestra
esperanza en Él. Los apóstoles fueron ordenados, no para asumir
dignidades y poderes mundanales,
sino para predicar a Cristo y el poder de su resurrección. —Se efectuó
una apelación a Dios: “Tú,
Señor, que conoces los corazones de todos”, cosa que nosotros no, y es
mejor que ellos conozcan el
suyo. Es adecuado que Dios escoja a sus siervos y, en la medida que Él,
por las disposiciones de su
providencia o los dones del Espíritu, muestra a quien ha escogido, o qué
ha escogido para nosotros,
debemos adecuarnos a su voluntad. Reconozcamos su mano en la
determinación de cada cosa que
nos sobrevenga, especialmente en alguna comisión que nos sea encargada.
CAPÍTULO II
Versículos 1—4. El descenso del
Espíritu Santo en el día de Pentecostés. 5—13. Los apóstoles
hablan en diferentes lenguas. 14—36. El sermón de Pedro a los judíos. 37—41. Tres mil almas
convertidas. 42—47. La
piedad y el afecto de los discípulos.
Vv. 1—4. No podemos olvidar con cuánta
frecuencia, aunque su Maestro estaba con ellos, hubo
discusiones entre los discípulos sobre cuál sería el más grande, pero
ahora todas esas discordias
habían terminado. Habían orado juntos más que antes. Si deseamos que el
Espíritu sea derramado
sobre nosotros desde lo alto, tengamos unanimidad. Pese a las
diferencias de sentimientos e
intereses, como las había entre esos discípulos, pongámonos de acuerdo
para amarnos unos a otros,
porque donde los hermanos habitan juntos en unidad, ahí manda el Señor
su bendición. —Un viento
recio llegó con mucha fuerza. Esto era para significar las influencias y
la obra poderosa del Espíritu
de Dios en las mentes de los hombres, y por medio de ellos, en el mundo.
De esta manera, las
convicciones del Espíritu dan lugar a sus consolaciones; y las ráfagas
recias de ese viento bendito
preparan el alma para sus céfiros suaves y amables. Hubo una apariencia
de algo como llamas de
fuego, que iluminó a cada uno de ellos, según lo que Juan el Bautista
decía de Cristo: Él os
bautizará con el Espíritu Santo y con fuego. El Espíritu, como fuego,
derrite el corazón, quema la
escoria, y enciende afectos piadosos y devotos en el alma, en la cual,
como el fuego del altar, se
ofrecen los sacrificios espirituales. —Fueron llenos del Espíritu Santo
más que antes. Fueron llenos
de las gracias del Espíritu, y más que antes, puestos bajo su influencia
santificadora; más separados
de este mundo, y más familiarizados con el otro. Fueron llenos más con
las consolaciones del
Espíritu, se regocijaron mas que antes en el amor de Cristo y la
esperanza del cielo: en eso fueron
sorbidos todos sus temores y sus penas. Fueron llenos de los dones del
Espíritu Santo; tuvieron
poderes milagrosos para el avance del evangelio. Hablaron, no de
pensamientos o meditaciones
previos, sino como el Espíritu les daba que hablasen.
Vv. 5—13. La diferencia de lenguas que surgió en
Babel ha estorbado mucho la difusión del
conocimiento y de la religión. Los instrumentos que el Señor empleó
primero para difundir la
religión cristiana, no podrían haber progresado sin este don, lo cual
probó que su autoridad era de
Dios.
Vv. 14—21. El sermón de Pedro muestra que estaba
completamente recuperado de su caída y
cabalmente restaurado al favor divino; porque el que había negado a
Cristo, ahora lo confesaba
osadamente. Su relato del derramamiento milagroso del Espíritu Santo estaba
concebido para
estimular a sus oyentes a que abrazaran la fe de Cristo y se unieran a
su Iglesia. Fue cumplimiento
de la Escritura y fruto de la resurrección y ascensión de Cristo, y
prueba de ambos. Aunque Pedro
estaba lleno del Espíritu Santo y hablaba en lenguas conforme el
Espíritu le daba que hablase, no
pensó en dejar de lado las Escrituras. Los sabios de Cristo nunca
aprenden más que su Biblia; y el
Espíritu es dado, no para suprimir las Escrituras, sino para
capacitarnos para entenderlas, aprobarlas
y obedecerlas. Con toda seguridad nadie escapará a la condenación del
gran día salvo los que
invocan el nombre del Señor, en y por medio de su Hijo Jesucristo, como
el Salvador de pecadores,
y el Juez de toda la humanidad.
Vv. 22—36. A partir de este don del Espíritu Santo,
Pedro les predica a Jesús: y he aquí la
historia de Cristo. Hay aquí un relato de su muerte y sus sufrimientos,
que ellos presenciaron unas
pocas semanas antes. Su muerte es considerada como acto de Dios y de
maravillosa gracia y
sabiduría. De manera que la justicia divina debe ser satisfecha, Dios y
el hombre reunidos de nuevo,
y Cristo mismo glorificado, conforme al consejo eterno que no puede ser
modificado. En cuanto al
acto de la gente; fue un acto de pecado y necedad horrendos en ellos. La
resurrección de Cristo
suprime el reproche de su muerte; Pedro habla mucho de esto. Cristo era
el Santo de Dios,
santificado y puesto aparte para su servicio en la obra de redención. Su
muerte y sufrimiento deben
ser la entrada a una vida bendecida para siempre jamás, no sólo para Él
sino para todos los suyos.
Este hecho tuvo lugar según estaba profetizado y los apóstoles fueron
testigos. —La resurrección no
se apoyó sobre esto solo; Cristo había derramado dones milagrosos e
influencias divinas sobre sus
discípulos, y ellos fueron testimonio de sus efectos. Mediante el
Salvador se dan a conocer los
caminos de la vida y se nos exhorta a esperar la presencia de Dios y su
favor para siempre. Todo
esto surge de la creencia segura que Jesús es el Señor y el Salvador
ungido.
Vv. 37—41. Desde la primera entrega del mensaje
divino se vio que en él había poder divino;
miles fueron llevados a la obediencia de la fe. Pero ni las palabras de
Pedro ni el milagro
presenciado pudieron producir tales efectos si no se hubiera dado el
Espíritu Santo. Cuando los ojos
de los pecadores son abiertos, no pueden sino sentir remordimiento de
corazón por el pecado, no
pueden menos que sentir una inquietud interior. El apóstol les exhorta a
arrepentirse de sus pecados
y confesar abiertamente su fe en Jesús como el Mesías, y ser bautizados
en su nombre. Así, pues,
profesando su fe en Él, iban a recibir la remisión de sus pecados, y a
participar de los dones y
gracias del Espíritu Santo. —Separarse de la gente impía es la única
manera de salvarnos de ellos.
Los que se arrepienten de sus pecados y se entregan a Jesucristo, deben
probar su sinceridad
desembarazándose de los impíos. Debemos salvarnos de ellos, lo cual supone
evitarlos con horror y
santo temor. Por gracia de Dios tres mil personas aceptaron la
invitación del evangelio. No puede
haber duda que el don del Espíritu Santo, que todos recibieron, y del
cual ningún creyente
verdadero ha sido jamás exceptuado, era ese Espíritu de adopción, esa
gracia que convierte, guía y
santifica, la cual se da a todos los miembros de la familia de nuestro
Padre celestial. El
arrepentimiento y la remisión de pecados aún se predican a los
principales de los pecadores en el
nombre del Redentor; el Espíritu Santo aún sella la bendición en el
corazón del creyente; aun las
promesas alentadoras son para nosotros y para nuestros hijos; y aún se
ofrecen las bendiciones a
todos los que están lejos.
Vv. 42—47. En estos versículos tenemos la historia
de la iglesia verdaderamente primitiva, de
sus primeros tiempos; su estado de verdadera infancia, pero, como aquel,
su estado de mayor
inocencia. Se mantuvieron cerca de las ordenanzas santas y abundaron en
piedad y devoción;
porque el cristianismo, una vez que se admite en su poder, dispone el
alma a la comunión con Dios
en todas esas formas establecidas para que nos encontremos con Él, y en
que ha prometido reunirse
con nosotros. —La grandeza del suceso los elevó por sobre del mundo, y
el Espíritu Santo los llenó
con tal amor que hizo que cada uno fuera para otro como para sí mismo,
y, de este modo, hizo que
todas las cosas fueran en común, sin destruir la propiedad, sino
suprimiendo el egoísmo y
provocando el amor. Dios que los movió a ello, sabía que ellos iban a
ser rápidamente echados de
sus posesiones en Judea. El Señor, de día en día, inclinaba más los
corazones a abrazar el evangelio;
no simples profesantes, sino los que eran realmente llevados a un estado
de aceptación ante Dios,
siendo partícipes de la gracia regeneradora. Los que Dios ha designado
para la salvación eterna,
serán eficazmente llevados a Cristo hasta que la tierra sea llena del
conocimiento de su gloria.
CAPÍTULO III
Versículos 1—11. Un cojo sanado por
Pedro y Juan. 12—26. El
discurso de Pedro a los judíos.
Vv. 1—11. Los apóstoles y los primeros creyentes
asistían al servicio de adoración en el templo a la
hora de la oración. Parece que Pedro y Juan fueron llevados por
dirección divina a obrar un milagro
en un hombre de más de cuarenta años, inválido de nacimiento. En el
nombre de Jesús de Nazaret,
Pedro le manda levantarse y caminar. Así, si intentamos con buen
propósito la sanidad de las almas
de los hombres, debemos ir en el nombre y el poder de Jesucristo, llamando
a los pecadores
incapacitados que se levanten y anden en el camino de la santidad por fe
en Él. ¡Qué dulce para
nuestra alma es pensar que el nombre de Jesucristo de Nazaret puede
hacernos íntegros, respecto de
todas las facultades paralizadas de nuestra naturaleza caída! ¡Con
cuánto gozo y arrobamiento santo
andaremos por los atrios santos cuando Dios Espíritu nos haga entrar en
ellos por su poder!
Vv. 12—18. Nótese la diferencia en el modo de hacer
los milagros. Nuestro Señor siempre
habla como teniendo poder omnipotente, sin vacilar jamás para recibir la
honra más grande que le
fue conferida por sus milagros divinos. Pero los apóstoles referían todo
al Señor y se negaban a
recibir honra, salvo como sus instrumentos sin méritos. Esto muestra que
Jesús era uno con el
Padre, e igual con Él; mientras los apóstoles sabían que eran hombres
débiles y pecadores,
dependientes en todo de Jesús, cuyo poder era el que curaba. Los hombres
útiles deben ser muy
humildes. No a nosotros, oh Señor, no a nosotros, sino a tu nombre
gloria. Toda corona debe ser
puesta a los pies de Cristo. —El apóstol muestra a los judíos la
enormidad de su delito, pero sin
querer enojarlos ni desesperarlos. Con toda seguridad los que rechazan,
rehusan o niegan a Cristo lo
hacen por ignorancia, pero eso no se puede presentar como excusa en
ningún caso.
Vv. 19—21. La absoluta necesidad del
arrepentimiento debe cargarse solemnemente en la
conciencia de todos los que desean que sus pecados sean borrados y que
puedan tener parte en el
refrigerio que nada puede dar, sino el sentido del amor perdonador de
Cristo. Bienaventurados los
que han sentido esto. No era necesario que el Espíritu Santo diera a
conocer los tiempos y las
sazones de esta dispensación. Estos temas aún quedan oscuros, pero
cuando los pecadores tengan
convicción de sus pecados, clamarán perdón al Señor; y al penitente
convertido y creyente le
llegarán tiempos de refrigerio de la presencia del Señor. En un estado
de tribulación y prueba el
glorioso Redentor estará fuera de la vista, porque debemos vivir por fe
en Él.
Vv. 22—26. He aquí un discurso fuerte para advertir
a los judíos las consecuencias temibles de
su incredulidad, con las mismas palabras de Moisés, su profeta
preferido, dado el celo fingido de
quienes estaban listos para rechazar el cristianismo y tratar de
destruirlo. Cristo vino al mundo a
traer una bendición consigo y envió a su Espíritu para que fuera la gran
bendición. Cristo vino a
bendecirnos convirtiéndonos de nuestras iniquidades y salvándonos de
nuestros pecados. Por
naturaleza nosotros nos aferramos al pecado; el designio de la gracia
divina es hacernos volver de
eso para que no sólo podamos abandonarlo, sino odiarlo. Que nadie piense
que puede ser feliz
continuando en pecado cuando Dios declara que la bendición está en
apartarse de toda la iniquidad.
Que nadie piense que entiende o cree el evangelio si sólo busca
liberación del castigo del pecado,
pero no espera felicidad al ser liberado del pecado mismo. Nadie espere
ser apartado de su pecado a
no ser que crea en Cristo el Hijo de Dios, y lo reciba como sabiduría,
justicia, santificación y
redención.
CAPÍTULO IV
Versículos 1—4. Pedro y Juan
encarcelados. 5—14. Los
apóstoles testifican de Cristo con
denuedo. 15—22. Pedro
y Juan rehúsan callarse. 23—31. Los creyentes se unen en oración y
alabanza. 32—37. La
caridad santa de los cristianos.
Vv. 1—4. Los apóstoles predicaron la resurrección
de los muertos por medio de Jesús. Incluye toda
la dicha del estado futuro; ellos predicaron esto a través de
Jesucristo, porque sólo por medio de Él
se puede obtener. Miserable es el caso de aquellos para quienes es un
dolor la gloria del reino de
Cristo, porque dado que la gloria de ese reino es eterna, el dolor de
ellos también será eterno. —Los
siervos inofensivos y útiles de Cristo, como los apóstoles, suelen verse
afligidos por su trabajo de fe
y obra de amor, cuando los impíos han escapado. Hasta la fecha no faltan
los casos en que la lectura
de las Escrituras, la oración en grupo y la conversación sobre temas
religiosos encuentran ceños
fruncidos y restricciones, pero, si obedecemos los preceptos de Cristo,
Él nos sostendrá.
Vv. 5—14. Estando lleno del Espíritu Santo, Pedro
deseaba que todos entendieran que el
milagro había sido obrado en el nombre y el poder de Jesús de Nazaret,
el Mesías, al que ellos
habían crucificado; y esto confirmaba el testimonio de su resurrección
de entre los muertos, lo cual
probaba que era el Mesías. Estos dirigentes debían ser salvados por ese
Jesús al que habían
crucificado o perecer por siempre. El nombre de Jesús es dado a los
hombres de toda edad y nación,
porque los creyentes son salvos de la ira venidera solo por Él. Sin
embargo, cuando la codicia, el
orgullo o cualquier pasión corrupta reina por dentro, los hombres
cierran sus ojos y cierran sus
corazones, con enemistad contra la luz, considerando ignorantes e
indoctos a todos los que desean
no saber nada si no es Cristo crucificado. Los seguidores de Cristo
actuarán en esa forma para que
todos los que hablen con ellos, sepan que han estado con Jesús. Esto los
hace santos, celestiales,
espirituales y jubilosos, y los eleva por encima de este mundo.
Vv. 15—22. Todo el interés de los gobernantes es
que la doctrina de Cristo no se difunda entre
el pueblo, aunque no pueden decir que sea falsa o peligrosa o de alguna
mala tendencia; y se
avergüenzan de reconocer la razón verdadera: que testifica contra su
hipocresía, iniquidad y tiranía.
Quienes saben valorar con justicia las promesas de Cristo, saben
despreciar, con justicia, las
amenazas del mundo. Los apóstoles miran preocupados las almas que
perecen y saben que no
pueden huir de la ruina eterna sino por Jesucristo; por tanto, son
fieles al advertir y mostrar el
camino recto. —Nadie disfrutará paz mental ni actuará rectamente hasta
que haya aprendido a guiar
su conducta por la norma de la verdad, y no por las opiniones y
fantasías vacilantes de los hombres.
Cuidaos especialmente del vano intento de servir a dos amos, a Dios y al
mundo; el final será que
no puede servir fielmente a ninguno.
Vv. 23—31. Los seguidores de Cristo andan en mejor
forma cuando van en compañía, siempre
y cuando la compañía sea la de otros como ellos. Estimula a los siervos
de Dios tanto al hacer obra
como al sufrir el trabajo, saber que sirven al Dios que hizo todas las
cosas y, por tanto, dispone
todos los sucesos; y que las Escrituras deben cumplirse. Jesús fue
ungido para ser Salvador; por
tanto, estaba determinado que fuera sacrificio expiatorio por el pecado.
Pero el pecado no es el mal
menor para que Dios saque bien de él. —En las épocas amenazantes nuestro
interés no debe ser
tanto evitar los problemas como poder seguir adelante con júbilo y valor
en nuestra obra y deber.
Ellos no oran, Señor déjanos alejarnos de nuestra tarea ahora que se ha
vuelto peligrosa, sino:
Señor, danos tu gracia para seguir adelante con constancia en nuestra
obra, y no temer el rostro del
hombre. Aquellos que desean ayuda y exhortación divina, pueden depender
de que las tienen, y
deben salir y seguir adelante en el poder del Señor Dios. —Él dio una
señal de aceptar sus
oraciones. El lugar tembló para que la fe de ellos se estabilizara y no
fuera vacilante. Dios les dio
mayor grado de su Espíritu y todos ellos fueron llenos con el Espíritu
Santo más que nunca; por ello
no sólo fueron estimulados, sino capacitados para hablar con denuedo la
palabra de Dios. Cuando
hallan que el Señor Dios les ayuda por su Espíritu, saben que no serán
confundidos, Isaías l, 7.
Vv. 32—37. Los discípulos se amaban unos a otros.
Esto era el bendito fruto del precepto de la
muerte de Cristo para sus discípulos, y su oración por ellos cuando
estaba a punto de morir. Así fue
entonces y así será otra vez, cuando el Espíritu sea derramado sobre
nosotros desde lo alto. La
doctrina predicada era la resurrección de Cristo; un hecho cumplido que,
cuando se explica
debidamente, es el resumen de todos los deberes, privilegios y consuelos
de los cristianos. Había
frutos evidentes de la gracia de Cristo en todo lo que decían y hacían. —Estaban
muertos para este
mundo. Esto era una prueba grande de la gracia de Dios en ellos. No se
apoderaban de la propiedad
ajena, sino que eran indiferentes a ella. No lo llamaban propio, porque
con afecto habían dejado
todo por Cristo, y esperaban ser despojados de todo para aferrarse a Él.
No asombra, pues, que
fueran de un solo corazón y un alma, cuando se desprendieron de esa
manera de la riqueza de este
mundo. En efecto, tenían todo en común, de modo que no había entre ellos
ningún necesitado, y
cuidaban de la provisión para ellos. El dinero era puesto a los pies de
los apóstoles. Se debe ejercer
gran cuidado en la distribución de la caridad pública para dar a los necesitados,
puesto que no son
capaces de procurarse el sostén para sí mismos; se debe proveer a los
que están reducidos a la
necesidad por hacer el bien, y por el testimonio de una buena
conciencia. He aquí uno mencionado
en particular, notable por esta caridad generosa: era Bernabé. Como
quien es nombrado para ser un
predicador del evangelio, él se desembarazó y soltó de los asuntos de
esta vida. Cuando prevalecen
tales disposiciones, y se las ejerce conforme a las circunstancias de
los tiempos, el testimonio tendrá
un poder muy grande sobre el prójimo.
CAPÍTULO V
Versículos 1—11. La muerte de
Ananías y Safira. 12—16. El
poder que acompañaba a la prédica
del evangelio. 17—25. Los
apóstoles son encarcelados pero un ángel los pone en libertad. 26—
33. Los apóstoles testifican de Cristo ante
el concilio. 34—42. El
consejo de Gamaliel.—El
concilio deja que los apóstoles se vayan.
Vv. 1—11. El pecado de Ananías y Safira era que
ambicionaban que se pensara que ellos eran
discípulos eminentes, cuando no eran discípulos verdaderos. Los
hipócritas pueden negarse a sí
mismos, pueden dejar sus ventajas mundanas en un caso si tienen la
perspectiva de encontrar
beneficios en otra cosa. Ambicionaban la riqueza del mundo y
desconfiaban de Dios y su
providencia. Pensaban que podían servir a Dios y a mamón. Pensaban
engañar a los apóstoles. El
Espíritu de Dios en Pedro vio el principio de incredulidad que reinaba
en el corazón de Ananías.
Cualquiera haya sido la sugerencia de Satanás, éste no podría haber
llenado su corazón con esta
maldad si Ananías no hubiera consentido. La falsedad fue un intento de
engañar al Espíritu de
verdad que hablaba y actuaba tan manifiestamente por medio de los
apóstoles. El delito de Ananías
no fue que retuviera parte del precio del terreno; podría haberse
quedado con todo si así gustaba; su
delito fue tratar de imponerse sobre los apóstoles con una mentira
espantosa con el deseo de ser
visto, unido a la codicia. Si pensamos que podemos engañar a Dios,
engañaremos fatalmente
nuestra propia alma. ¡Qué triste es ver las relaciones que debieran
estimularse mutuamente a las
buenas obras, como se endurecen mutuamente en lo que es malo! Este
castigo fue, en realidad, una
misericordia para muchísimas personas. Haría que se examinaran
estrictamente a sí mismas, con
oración y terror de la hipocresía, codicia y vanagloria, y debiera
seguir haciéndolo así. Impediría el
aumento de los falsos profesantes. Aprendamos de esto cuán odiosa es la
falsedad para el Dios de la
verdad, y no sólo a evitar la mentira directa, sino todas las ventajas
obtenidas de usar expresiones
dudosas, y doble significado en nuestra habla.
Vv. 12—16. La separación de los hipócritas por
medio de juicios discriminatorios, debe hacer
que los sinceros se aferren más estrechamente unos a otros y al
ministerio del evangelio. Todo lo
que tienda a la pureza y reputación de la Iglesia, fomenta su
crecimiento, pero aquel poder solo, que
obraba tales milagros por medio de los apóstoles, es el que puede
rescatar pecadores del poder del
pecado y Satanás, y agregar nuevos creyentes a la compañia de sus
adoradores. Cristo obra por
medio de todos sus siervos fieles y todo el que recurra a Él, será
sanado.
Vv. 17—25. No hay cárcel tan oscura ni tan segura,
que Dios no pueda visitar a su gente en ella
y, si le place, sacarlos de ahí. La recuperación de las enfermedades, la
liberación de los problemas
son concedidas, no para que disfrutemos las consolaciones de la vida,
sino para que Dios sea
honrado con los servicios de nuestra vida. No es propio que los
predicadores del evangelio de Cristo
se escondan en los rincones cuando tienen oportunidad de predicar a una
gran congregación. Deben
predicar a los más viles, cuyas almas son tan preciosas para Cristo como
las almas de los más
nobles. Habladle a todos, porque todos están incluidos. Hablad como los
que deciden defender,
vivir y morir por algo. Decid todas las palabras de esta vida celestial
divina, comparada con la cual
no merece el nombre de vida esta actual vida terrenal. Las palabras de
vida que el Espíritu Santo
pone en vuestra boca. Las palabras del evangelio son palabras de vida;
palabras por las cuales
podemos ser salvados. —¡Qué desdichados son los que se sienten
angustiados por el éxito del
evangelio! ¡No pueden dejar de ver que la palabra y el poder del Señor
están contra ellos, y
temblando por las consecuencias, de todos modos, siguen adelante!
Vv. 26—33. Muchos hacen osadamente algo malo, pero,
después no toleran oír de eso o que se
les acuse de ello. No podemos esperar ser redimidos y sanados por Cristo
si no nos entregamos para
ser mandados por Él. La fe acepta al Salvador en todos sus oficios,
porque Él vino, no a salvarnos
en nuestros pecados sino a salvarnos de nuestros pecados. Si Cristo hubiera sido
enaltecido para dar
dominio a Israel, los principales sacerdotes le hubieran dado la
bienvenida. Sin embargo, el
arrepentimiento y la remisión de pecados son bendiciones que ellos no
valoraron ni vieron que las
necesitaban; por tanto, no reconocieron su doctrina en absoluto. —Donde
se obra el
arrepentimiento, sin falta se otorga remisión. —Nadie se libra de la
culpa y del castigo del pecado,
sino los que son liberados del poder y dominio del pecado; los que se
apartan del pecado y se
vuelven en su contra. Cristo da arrepentimiento por su Espíritu que obra
por la palabra para
despertar la conciencia, para obrar pesadumbre por el pecado y un cambio
eficaz del corazón y la
vida. Dar el Espíritu Santo es una prueba evidente de que la voluntad de
Dios es que Cristo sea
obedecido. Con toda seguridad destruirá a los que no quieren que Él
reine sobre ellos.
Vv. 34—42. El Señor aún tiene todos los corazones
en su mano y, a veces, dirige la prudencia
del sabio mundano para frenar a los perseguidores. El sentido común nos
dice que seamos cautos
puesto que la experiencia y la observación indican que ha sido muy breve
el éxito de los fraudes en
materia de religión. El reproche por Cristo es la preferencia verdadera,
porque hace que nos
conformemos a su pauta y sirvamos su interés. —Ellos se regocijaron en
eso. Si sufrimos el mal por
hacer el bien, siempre y cuando lo suframos bien, como debemos, tenemos
que regocijarnos en esa
gracia que nos capacitó para hacerlo así. Los apóstoles no se predicaban
a sí mismos, sino a Cristo.
Esta era la predicación que más ofendía a los sacerdotes. Predicar a
Cristo debe ser la actividad
constante de los ministros del evangelio: a Cristo crucificado; a Cristo
glorificado; nada fuera de
esto, sino lo que se refiera a esto. Cualquiera sea nuestra situación o
rango en la vida, debemos
procurar haberle conocido y glorificar su nombre.
CAPÍTULO VI
Versículos 1—7. El nombramiento de
los diáconos. 8—15. Esteban
es acusado falsamente de
blasfemia.
Vv. 1—7. Hasta ahora los discípulos habían sido
unánimes; a menudo esto se había notado para
honra de ellos, pero ahora que se estaban multiplicando, empezaron los
reclamos. La palabra de
Dios era suficiente para cautivar todos los pensamientos, los intereses
y el tiempo de los apóstoles.
Las personas elegidas para servir las mesas deben estar debidamente
calificadas. Deben estar llenas
con dones y gracias del Espíritu Santo, necesarios para administrar
rectamente este cometido;
hombres veraces que odien la codicia. —Todos los que están al servicio
de la Iglesia, deben ser
encomendados a la gracia divina por las oraciones de la iglesia. Ellos
los bendijeron en el nombre
del Señor. La palabra y la gracia de Dios se magnifican grandemente cuando
trabajan en las
personas que parecen menos probables para eso.
Vv. 8—15. Cuando no pudieron contestar los
argumentos de Esteban como polemista, lo
juzgaron como delincuente y trajeron testigos falsos contra él. Casi es
un milagro de la providencia
que no haya sido asesinado en el mundo un mayor número de personas
religiosas por medio de
perjurios y pretextos legales, cuando tantos miles las odian y no tienen
conciencia de jurar en falso.
La sabiduría y la santidad hacen que brille el rostro de un hombre,
aunque no garantiza a los
hombres que no serán maltratados. ¡Qué diremos del hombre, un ser
racional, pero que aún así,
intenta sostener un sistema religioso por medio de testimonios falsos y
asesinatos! Y esto se ha
hecho en innumerables casos. La culpa no reside tanto en el
entendimiento como en el corazón de la
criatura caída, que es engañoso sobre todas las cosas y perverso. Pero
el siervo del Señor, que tiene
la conciencia limpia, una esperanza jubilosa y los consuelos divinos,
puede sonreír en medio del
peligro y la muerte.
CAPÍTULO VII
Versículos 1—50. La defensa de
Esteban. 51—53. Esteban
reprocha a los judíos por la muerte de
Cristo. 54—60. El
martirio de Esteban.
Vv. 1—16. Esteban fue acusado de blasfemar contra
Dios y de apóstata de la iglesia; en
consecuencia, demuestra que es hijo de Abraham y se valora a sí mismo
como tal. Los pasos lentos
con que avanzaba hacia su cumplimiento la promesa hecha a Abraham
muestran claramente que
tenía un significado espiritual y que la tierra aludida era la
celestial. —Dios reconoció a José en sus
tribulaciones, y estuvo con él por el poder de Su Espíritu, dándole
consuelo en su mente, y dándole
favor ante los ojos de las personas con que se relacionaba. Esteban
recuerda a los judíos su pequeño
comienzo como un freno para su orgullo por las glorias de esa nación.
También les recuerda la
maldad de los patriarcas de sus tribus, al tener envidia de su hermano
José; el mismo espíritu aún
obraba en ellos acerca de Cristo y sus ministros. —La fe de los
patriarcas, al desear ser enterrados
en la tierra de Canaán, demuestra claramente que ellos tenían
consideración por la patria celestial.
Bueno es recurrir a la primera manifestación de costumbres o
sentimientos, cuando se han
pervertido. Si deseamos conocer la naturaleza y los efectos de la fe
justificadora, debemos estudiar
el carácter del padre de los fieles. Su llamamiento muestra el poder y
la gratuidad de la gracia
divina, y la naturaleza de la conversión. Aquí también vemos que las
formas y distinciones externas
son como nada comparadas con la separación del mundo y la consagración a
Dios.
Vv. 17—29. No nos desanimemos por la lentitud con
que se cumplen las promesas de Dios. Los
tiempos de sufrimientos son a menudo tiempos de crecimiento para la
Iglesia. Cuando el momento
de ellos es el más oscuro y más profunda su angustia, Dios está
preparando la liberación de su
pueblo. Moisés era muy agradable, “fue agradable a Dios”; es la belleza
de la santidad que tiene
gran precio ante los ojos de Dios. Fue preservado maravillosamente en su
infancia; porque Dios
cuida en forma especial a los que ha destinado para un servicio
especial; y si así protegió al niño
Moisés, ¿no asegurará mucho más los intereses de su santo niño Jesús,
contra los enemigos que se
reúnen en su contra? —Ellos persiguieron a Esteban por argumentar en
defensa de Cristo y su
evangelio: en su contra levantaron a Moisés y su ley. Podrían entender,
si no cerraran
voluntariamente sus ojos a la luz, que Dios los librará por medio de
este Jesús de una esclavitud
peor que la de Egipto. Aunque los hombres prolongan sus miserias, el
Señor cuidará, no obstante,
de sus siervos y concretará sus designios de misericordia.
Vv. 30—41. Los hombres se engañan si piensan que
Dios no puede hacer lo que ve que es
bueno en alguna parte; puede llevar al desierto a su pueblo, y ahí
hablarles de consuelo. Se apareció
a Moisés en una llama de fuego, pero el arbusto no se consumía, lo cual
representaba al estado de
Israel en Egipto, donde, aunque estaban en el fuego de la aflicción, no
fueron consumidos. También
puede mirarse como tipo de la asunción de la naturaleza humana por
Cristo, y de la unión de la
naturaleza divina y humana. —La muerte de Abraham, Isaac y Jacob no
puede romper la relación
del pacto entre Dios y ellos. Nuestro Salvador prueba, por esto, el
estado futuro, Mateo xxii, 31.
Abraham ha muerto, pero Dios aún es su Dios, por tanto, Abraham aún vive. Ahora bien, esta es la
vida y la inmortalidad que es sacada a la luz por el evangelio. —Esteban
muestra aquí que Moisés
fue tipo eminente de Cristo, como libertador de Israel. Dios se
compadece de los problemas de su
Iglesia y de los gemidos de su pueblo perseguido; y la liberación de
ellos brota de su compasión.
Esa liberación es tipo de lo que hizo Cristo cuando bajó desde el cielo
por nosotros, los hombres, y
para nuestra salvación. Este Jesús, al que ahora rechazaron como sus
padres rechazaron a Moisés, es
el mismo que Dios levantó para ser Príncipe y Salvador. Nada resta de la
justa honra de Moisés al
decir que él solo fue un instrumento y que es infinitamente opacado por
Jesús. —Al afirmar que
Jesús debía cambiar las costumbres de la ley ceremonial, Esteban distaba
tanto de blasfemar contra
Moisés que, en realidad, le honraba demostrando cómo se cumplió la
profecía de Moisés, que era
tan clara. Dios, que les dio esas costumbres mediante su siervo Moisés,
podía sin duda cambiar la
costumbre por medio de su Hijo Jesús. Pero Israel desechó a Moisés y
deseaba volver a la
esclavitud; de esta manera, en general los hombres no obedecerán a Jesús
porque aman este
presente mundo malo y se regocijan en sus obras e inventos.
Vv. 42—50. Esteban reprochó a los judíos la idolatría
de sus padres a la que Dios los entregó
como castigo por haberlo abandonado antes. No fue una deshonra, sino
honra para Dios que el
tabernáculo cediera paso al templo; ahora es así, que el templo terrenal
dé paso al espiritual; y así
será cuando, al fin, el templo espiritual ceda el paso al eterno. Todo
el mundo es el templo de Dios,
donde está presente en todas partes, y lo llena con su gloria; entonces,
¿qué necesidad tiene de un
templo donde manifestarse? Estas cosas muestran su eterno poder y
deidad. Pero como el cielo es
su trono y la tierra es estrado de sus pies, ninguno de nuestros
servicios benefician al que hizo todas
las cosas. Después de la naturaleza humana de Cristo, el corazón
quebrantado y espiritual es el
templo más valioso para Él.
Vv. 51—53. Parece que Esteban iba a proseguir
demostrando que el templo y el servicio del
templo debían llegar a su fin, y que ceder el paso a la adoración del
Padre en espíritu y en verdad
sería para gloria de ambos, pero se dio cuenta de que ellos no lo
soportarían. Por tanto, se calló, y
por el Espíritu de sabiduría, valor y poder, reprendió fuertemente a sus
perseguidores. Cuando
argumentos y verdades claras provocan a los opositores del evangelio, se
les debe mostrar su culpa
y peligro. Ellos, como sus padres, eran obcecados y soberbios. En
nuestros corazones pecaminosos
hay lo que siempre resiste al Espíritu Santo, una carne cuyo deseo es
contra el Espíritu, y batalla
contra sus movimientos; pero, en el corazón de los elegidos de Dios esa
resistencia es vencida
cuando llega la plenitud del tiempo. Ahora el evangelio era ofrecido, no
por ángeles, sino por el
Espíritu Santo, pero ellos no lo abrazaron porque estaban resueltos a no
cumplir con Dios, ya fuera
en su ley o en su evangelio. La culpa de ellos les clavó el corazón, y
buscaron alivio asesinando a
quien los reprendía, en lugar de llorar y pedir misericordia.
Vv. 54—60. Nada es tan consolador para los santos
moribundos, o tan animador para los santos
que sufren, que ver a Jesús a la diestra de Dios: bendito sea Dios, por
fe podemos verlo ahí. Esteban
ofreció dos oraciones breves en sus momentos de agonía. Nuestro Señor
Jesús es Dios, al cual
tenemos que buscar, y en quien tenemos que confiar y consolarnos,
viviendo y muriendo. Si esto ha
sido nuestro cuidado mientras vivimos, será nuestro consuelo cuando
muramos. —Aquí hay una
oración por sus perseguidores. Aunque el pecado fue muy grande, si a
ellos les pesaba en el
corazón, Dios no los pondría en la cuenta de ellos. —Esteban murió tan apremiado
como nunca
murió hombre alguno, pero al morir, se dice que durmió; él se dedicó a
la tarea de morir con tanta
compostura como si se hubiera ido a dormir. Despertará de nuevo en la
mañana de la resurrección
para ser recibido en la presencia del Señor, donde hay plenitud de gozo,
y para compartir los
placeres que están a su diestra para siempre.
CAPÍTULO VIII
Versículos 1—4. Saulo persigue a la
Iglesia. 5—13. El
éxito de Felipe en Samaria.—Simón el
mago es bautizado 14—25. La hipocresía de Simón es detectada. 26—40.
Felipe y el etíope.
Vv. 1—4. Aunque la persecución no debe apartarnos
de nuestra obra, puede, no obstante, enviarnos
a trabajar en otra parte. Donde sea llevado el creyente estable, lleva
consigo el conocimiento del
evangelio y da a conocer lo precioso de Cristo en todo lugar. Donde el
simple deseo de hacer el bien
influya sobre el corazón, será imposible impedir que el hombre no use
todas las oportunidades para
servir.
Vv. 5—13. En cuanto el evangelio prevalece, son
desalojados los espíritus malignos, en
particular los espíritus inmundos. Estos son todas las inclinaciones a
las lujurias de la carne que
batallan contra el alma. Aquí se nombran los trastornos que más cuesta
curar siguiendo el curso de
la naturaleza y los que mejor expresan la enfermedad del pecado. —Orgullo,
ambición y deseos de
grandeza siempre han causado abundante mal al mundo y a la iglesia. —La
gente decía de Simón,
este hombre tiene gran poder de Dios. Véase en esto en qué manera
ignorante e irreflexiva yerra la
gente, pero ¡cuán grande es el poder de la gracia divina, por la cual
son llevados a Cristo que es la
Verdad misma! La gente no sólo oía lo que decía Felipe; fueron
plenamente convencidos de que era
de Dios, y no de los hombres, y se dejaron ser dirigidos por eso. Hasta
los hombres malos, y ésos
con corazones que aún andan en pos de la codicia, pueden ir ante Dios
como va su pueblo, y por un
tiempo, continuar con ellos. Muchos que se asombran ante las pruebas de
las verdades divinas,
nunca experimentaron el poder de ellas. El evangelio predicado puede
efectuar una operación
común en un alma donde nunca produjo santidad interior. No todos los que
profesan creer el
evangelio son convertidos para salvación.
Vv. 14—25. El Espíritu Santo aún no se había
derramado sobre ninguno de esos convertidos,
con los poderes extraordinarios transmitidos por el derramamiento del
Espíritu en el día de
Pentecostés. Nosotros podemos cobrar ánimo de este ejemplo, orando a
Dios que dé las gracias
renovadoras del Espíritu Santo a todos aquellos por cuyo bienestar
espiritual estamos interesados,
porque ellas incluyen todas las bendiciones. Ningún hombre puede dar el
Espíritu Santo
imponiendo sus manos, pero debemos usar los mejores esfuerzos para
instruir a aquellos por
quienes oramos. —Simón el mago ambicionaba tener el honor de un apóstol,
pero no le interesaba
en absoluto tener el espíritu y la disposición del cristiano. Deseaba
más tener honor para sí que
hacer el bien al prójimo. Pedro le enrostra su delito. Estimaba la
riqueza de este mundo como si
correspondieran con las cosas que se relacionan con la otra vida, y
deseaba comprar el perdón de
pecado, el don del Espíritu Santo y la vida eterna. Este era un error
condenatorio de tal magnitud
que de ninguna manera armoniza con un estado de gracia. Nuestros
corazones son lo que son ante
los ojos de Dios, que no puede ser engañado, y si no pueden ser justos
ante sus ojos, nuestra
religión es vana y de nada nos sirve. El corazón orgulloso y codicioso
no puede ser justo ante Dios.
Puede que un hombre siga bajo el poder del pecado aunque se revista de
una forma de santidad.
Cuando seas tentado con dinero para hacer el mal, ve cuán perecedero es
el dinero y desprécialo.
No pienses que el cristianismo es un oficio del cual vivir en este
mundo. —Hay mucha maldad en el
pensamiento del corazón, nociones falsas, afectos corruptos, y malos
proyectos de los cuales uno
debe arrepentirse o estamos acabados. Pero al arrepentirnos serán
perdonados. Aquí se duda de la
sinceridad del arrepentimiento de Simón, no de su perdón, si su
arrepentimiento fue sincero.
Concédenos, Señor, una clase de fe diferente de la que hizo sólo
asombrarse a Simón, sin santificar
su corazón. Haz que aborrezcamos todo pensamiento de hacer que la
religión sirva los propósitos
del orgullo o la ambición. Guárdanos contra ese veneno sutil del orgullo
espiritual que busca gloria
para sí mismo aun por la humildad. Haz que sólo procuremos la honra que
viene de Dios.
Vv. 26—40. Felipe recibió instrucciones de ir al
desierto. A veces, Dios abre una puerta de
oportunidad a sus ministros en los lugares menos probables. Debemos
pensar en hacer el bien a los
que llegan a ser compañía cuando viajamos. No debemos ser tan tímidos
con los extraños, como
algunos afectan serlo. En cuanto a ésos, de los cuales nada sabemos,
sabemos esto: tienen almas.
Sabiduría de los hombres de negocios es redimir el tiempo para los
deberes santos; llenar cada
minuto con algo que resultará ser una buena cuenta que rendir. —Al leer
la palabra de Dios
debemos hacer frecuentes pausas para preguntar de quién y de qué hablan
los escritores sagrados,
pero nuestros pensamientos deben ocuparse especialmente en el Redentor.
El etíope fue convencido,
por las enseñanzas del Espíritu Santo, del cumplimiento exacto de la
Escritura; se le hizo
comprender la naturaleza del reino del Mesías y su salvación, y deseó
ser contado entre los
discípulos de Cristo. Los que buscan la verdad y dedican tiempo para
escudriñar las Escrituras,
estarán seguros de cosechar ventajas. La aceptación del etíope debe
entenderse como que expresa
una confianza simple en Cristo para salvación, y una devoción sin
límites a Él. No nos basta obtener
fe, como el etíope, por medio del estudio diligente de las Santas
Escrituras, y la enseñanza del
Espíritu de Dios; no nos demos por satisfechos hasta que tengamos
establecidos en nuestros
corazones sus principios. Tan pronto como el etíope fue bautizado, el
Espíritu de Dios llevó a
Felipe, y no lo volvió a ver. Pero esto ayudó a confirmar su fe. Cuando
el que busca la salvación
llega a familiarizarse con Jesús y su evangelio, irá por su camino
regocijándose, y desempeñará su
puesto en la sociedad, cumpliendo sus deberes, por otros motivos y de
otra manera que hasta
entonces. Aunque estemos bautizados con agua en el nombre del Padre,
Hijo y Espíritu Santo, no es
suficiente sin el bautismo del Espíritu Santo. Señor, concede esto a
cada uno de nosotros; entonces
iremos por nuestro camino regocijándonos.
CAPÍTULO IX
Versículos 1—9. La conversión de
Saulo. 10—22. Saulo convertido,
predica a Cristo. 23—31.
Saulo es perseguido en Damasco y se va a Jerusalén. 32—35. Curación de Eneas. 36—43.
Resurrección de Dorcas.
Vv. 1—9. Tan mal informado estaba Saulo que
pensaba que debía hacer todo lo que pudiera contra
el nombre de Cristo, y que con eso le hacía un servicio a Dios; parecía
que en esto estaba en su
elemento. No perdamos la esperanza de la gracia renovadora para la
conversión de los peores
pecadores, ni dejemos que ellos pierdan la esperanza en la misericordia
de Dios que perdona el
pecado más grande. Es señal del favor divino impedirnos, por medio de la
obra interior de su gracia
o por los sucesos exteriores de su providencia continuar o ejecutar
objetivos pecaminosos. Saulo vio
al Justo, capítulo xxii, 14, y capítulo xxvi, 13. ¡Qué cerca de nosotros
está el mundo invisible! Si
Dios sólo corre el velo, los objetos se presentan a la vista, comparados
con los cuales, lo que más se
admira en la tierra, resulta vil y despreciable. Saulo se sometió sin
reservas, deseoso de saber lo que
quería el Señor Jesús que él hiciera. Las revelaciones de Cristo a las
pobres almas son humillantes;
las abaten profundamente con pobres pensamientos sobre sí mismas. —Saulo
no comió durante tres
días, y agradó a Dios dejarlo sin alivio durante ese tiempo. Ahora sus
pecados fueron puestos en
orden ante él; estaba en tinieblas sobre su propio estado espiritual, y
herido en el espíritu por el
pecado. Cuando el pecador es llevado a una percepción adecuada de su
estado y conducta, se arroja
totalmente a la misericordia del Salvador, preguntando qué quiere que
haga. Dios dirige al pecador
humillado, y aunque suele no llevar a los transgresores al gozo y la paz
de creer sin dolor ni
intranquilidad de conciencia, bajo los cuales el alma es profundamente
comprometida con las cosas
eternas, de todos modos son bienaventurados los que siembran con
lágrimas, porque cosecharán con
gozo.
Vv. 10—22. Una buena obra fue comenzada en Saulo
cuando fue llevado a los pies de Cristo
con estas palabras: Señor, ¿qué quieres que yo haga? Nunca Cristo dejó a
nadie que llegara a ese
punto. Contémplese al fariseo orgulloso, el opresor despiadado, el
blasfemo atrevido, ¡orando! Aun
ahora ocurre lo mismo con el infiel orgulloso o el pecador abandonado.
¡Qué nuevas felices son
aquellas para todos los que entienden la naturaleza y el poder de la
oración, de una oración como la
que presenta el pecador humillado rogando las bendiciones de la
salvación gratuita! Ahora empezó
a orar de una manera diferente de lo que hacía antes, cuando decía sus
oraciones, pero ahora las
oraba. La gracia regeneradora pone a orar a la gente; más fácil es que
halle a un hombre vivo que no
respira que a un cristiano vivo que no ora. Pero hasta los discípulos
eminentes como Ananías
vacilan, a veces, ante las órdenes de su Señor. Sin embargo, es la
gloria del Señor superar nuestras
bajas expectativas y mostrar que son vasos de su misericordia los que
consideramos objetos de su
venganza. —La enseñanza del Espíritu Santo elimina del entendimiento las
escamas de ignorancia y
orgullo; entonces, el pecador llega a ser una nueva criatura y se dedica
a recomendar al Salvador
ungido, el Hijo de Dios, a sus compañeros de antes.
Vv. 23—31. Cuando entramos en el camino de Dios
debemos esperar pruebas; pero el Señor
sabe librar al santo y también dará, junto con la prueba, la salida.
Aunque la conversión de Saulo
fue y es prueba de la verdad del cristianismo, aún así, no podía, por sí
misma, convertir un alma
enemistada con la verdad; porque nada puede producir fe verdadera sino
ese poder que crea de
nuevo el corazón. —Los creyentes son dados a sospechar demasiado de
aquellos en contra de los
cuales tienen prejuicios. El mundo está lleno de engaño y es necesario
ser cauto, pero debemos
ejercer caridad, 1 Corintios xiii, 5. El Señor esclarece el carácter de
los creyentes verdaderos, los
une a su pueblo, y a menudo, les da oportunidad de dar testimonio de su
verdad, ante quienes fueron
testigos de su odio. Ahora Cristo se apareció a Saulo y le mandó que
saliera rápidamente de
Jerusalén, porque debía ser enviado a los gentiles: véase el capítulo
xxii 21. Los testigos de Cristo
no pueden ser muertos mientras no hayan terminado sus testimonios. —Las
persecuciones fueron
soportadas. Los profesantes del evangelio anduvieron rectamente y
gozaron de mucho consuelo de
parte del Espíritu Santo en la esperanza y la paz del evangelio, y otros
fueron ganados para ellos.
Vivieron del consuelo del Espíritu Santo no sólo en los días de
trastorno y aflicción, sino en los días
de reposo y prosperidad. Es más probable que caminen gozosamente los que
caminan con cautela.
Vv. 32—35. Los cristianos son santos o pueblo
santo; no sólo los eminentes como San Pedro y
San Pablo, sino todo sincero profesante de la fe de Cristo. Cristo
eligió a pacientes con
enfermedades incurables según el curso natural, para mostrar cuán
desesperada es la situación de la
humanidad caída. Cuando éramos completamente débiles, como este pobre
hombre, Él mandó su
palabra para sanarnos. Pedro no pretende sanar por poder propio, pero
dirige a Eneas a que mire a
Cristo en busca de ayuda. Nadie diga que por cuanto es Cristo el que por
el poder de su gracia, obra
todas nuestras obras en nosotros, no tenemos obra que hacer, ni deber
que cumplir; porque, aunque
Jesucristo te haga íntegro, tú debes levantarte, y usar el poder que Él
te da.
Vv. 36—43. Muchos de los que están llenos de buenas
palabras están vacíos y estériles de
buenas obras; pero Tabita era una gran hechora, no una gran
conversadora. Los cristianos que no
tienen propiedad para dar como caridad pueden, aún, ser capaces de hacer
obras de caridad,
trabajando con sus manos o yendo con sus pies para el bien del prójimo.
Son ciertamente mejor
elogiados aquellos cuyas obras los elogian, sea que las palabras de los
demás lo hagan o no. Sin
duda son ingratos los que no reconocen el bien que se les hace mostrando
la bondad hecha a ellos.
Mientras vivimos de la plenitud de Cristo para nuestra plena salvación,
debemos desear estar llenos
de buenas obras para gloria de su nombre y para beneficio de sus santos.
Caracteres como Dorcas
son útiles donde moren, porque muestran la excelencia de la palabra de
verdad por medio de sus
vidas. ¡Qué viles son, entonces, las preocupaciones de tantas mujeres
que no buscan distinción, sino
en el ornamento externo, y desperdician sus vidas en la frívola búsqueda
de vestidos y vanidades!
—El poder se unió a la palabra y Dorcas volvió a la vida. Así es en la
resurrección de las almas
muertas a la vida espiritual: la primera señal de vida es abrir los ojos
de la mente. Aquí vemos que
el Señor puede compensar toda pérdida; que Él gobierna cada hecho para
el bien de quienes confían
en Él, y para gloria de su nombre.
CAPÍTULO X
Versículos 1—8. Cornelio recibe
orden de mandar a buscar a Pedro. 9—18. La visión de Pedro. 19
—33. Va a casa de Cornelio. 34—43. Su sermón a Cornelio. 44—48. Derramamiento de dones
del Espíritu Santo.
Vv. 1—8. Hasta ahora nadie había sido bautizado
en la Iglesia cristiana salvo judíos, samaritanos y
los prosélitos que habían sido circuncidados, y observaban la ley
ceremonial; pero, ahora, los
gentiles eran llamados a participar de todos los privilegios del pueblo
de Dios sin tener que hacerse
judíos primero. —La religión pura y sin contaminación se halla, a veces,
donde menos la
esperamos. Dondequiera que el temor de Dios reine en el corazón, se
manifestará en obras de
caridad y de la piedad sin que una sea excusa de la otra. Era indudable
que Cornelio tenía fe
verdadera en la palabra de Dios, en la medida que la entendía, aunque
aún no tenía una fe clara en
Cristo. Esta fue la obra del Espíritu de Dios, por la mediación de
Jesús, aun antes que Cornelio lo
conociera, como ocurre con todos nosotros, que antes estábamos muertos
en pecado, cuando somos
vivificados. Por medio de Cristo también fueron aceptadas sus oraciones
y limosnas que, de otro
modo, hubieran sido rechazadas. Cornelio fue obediente, sin debate ni
demora, a la visión celestial.
No perdamos tiempo en los asuntos de nuestras almas.
Vv. 9—18. Los prejuicios de Pedro contra los
gentiles le hubieran impedido ir a casa de
Cornelio si el Señor no lo hubiera preparado para este servicio. Decir a
un judío que Dios había
ordenado que esos animales fueran reconocidos como limpios, cuando hasta
ahora eran
considerados inmundos, era decir efectivamente que la ley de Moisés
estaba terminada. Pronto se
dio a conocer a Pedro su significado. Dios sabe qué servicios tenemos
por delante y sabe
prepararnos, y nosotros entenderemos el significado de lo que nos ha
enseñado, cuando hallemos la
ocasión para usarlo.
Vv. 19—33. Cuando vemos claramente nuestro llamado
a un servicio, no debemos confundirnos
con dudas y escrúpulos que surjan de prejuicios o de ideas anteriores.
Cornelio había reunido a sus
amigos para que participaran con él de la sabiduría celestial que
esperaba de Pedro. No codiciemos
comer a solas nuestros bocados espirituales. Debemos considerarlos como
dados y recibidos en
señal de bondad y respeto para con nuestros parientes y amistades para
invitarlos a unirse con
nosotros en los ejercicios religiosos. Cornelio declara la orden que
Dios le dio de mandar a buscar a
Pedro. Estamos en lo correcto en nuestros objetivos al asistir a un
ministerio del evangelio, cuando
lo hacemos con reverencia por la cita divina, que nos pide que hagamos
uso de esa ordenanza. ¡Con
qué poca frecuencia se pide a los ministros que hablen a estos grupos,
por pequeños que sean, de los
que puede decirse que están todos presentes, a la vista de Dios, para
oír todas las cosas que Dios
manda! Sin embargo, estos estaban listos para oír lo que Dios mandó
decir a Pedro.
Vv. 34—43. La aceptación no puede obtenerse sobre
otro fundamento que no sea el del pacto de
misericordia por la expiación hecha por Cristo, pero dondequiera que se
halle la religión verdadera,
Dios la aceptará sin consideración de denominaciones o sectas. El temor
de Dios y las obras de
justicia son la sustancia de la religión verdadera, los efectos de la
gracia especial. Aunque estos no
son la causa de la aceptación del hombre, sin embargo, la indican; y,
les falte lo que les faltare en
conocimiento o fe, les será dado en el momento debido por Aquel que la
empezó. —Ellos conocían
en general la palabra, esto es, el evangelio que Dios envió a los hijos
de Israel. La intención de esta
palabra era que Dios publicara por su intermedio la buena nueva de la
paz por Jesucristo. Ellos
conocían los diversos hechos relacionados al evangelio. Conocían el
bautismo de arrepentimiento
que Juan predicó. Sepan ellos que este Jesucristo, por quien se hace la
paz entre Dios y el hombre,
es Señor de todo; no sólo sobre todo, Dios bendito por los siglos, sino
como Mediador. Toda
potestad en el cielo y en la tierra es puesta en su mano, y todo juicio
le fue encargado. Dios irá con
los que Él unja; estará con aquellos a quienes haya dado su Espíritu. —Entonces,
Pedro declara la
resurrección de Cristo de entre los muertos, y sus pruebas. La fe se
refiere a un testimonio, y la fe
cristiana está edificada sobre el fundamento de los apóstoles y
profetas, sobre el testimonio dado
por ellos. —Véase lo que debe creerse acerca de él: que todos son
responsables de rendir cuentas a
Cristo, en cuanto es nuestro Juez; así cada uno debe procurar su favor y
tenerlo como nuestro
Amigo. Si creemos en Él, todos seremos justificados por Él como Justicia
nuestra. La remisión de
pecados pone el fundamento para todos los demás favores y bendiciones,
sacando del camino todo
lo que obstaculice su concesión. Si el pecado es perdonado, todo está
bien y terminará bien para
siempre.
Vv. 44—48. El Espíritu Santo cayó sobre otros
después que fueron bautizados, para
confirmarlos en la fe, pero sobre estos gentiles descendió antes que
fueran bautizados para
demostrar que Dios no se limita a señales externas. El Espíritu Santo
descendió sobre los que ni
siquiera estaban circuncidados ni bautizados; el Espíritu es el que
vivifica, la carne de nada
aprovecha. Ellos magnificaron a Dios, y hablaron de Cristo y de los
beneficios de la redención.
Cualquiera sea el don con que estemos dotados, debemos honrar a Dios con
él. Los judíos creyentes
que estaban presentes quedaron atónitos de que el don del Espíritu Santo
fuera derramado también
sobre los gentiles. Debido a nociones erróneas de las cosas nos creamos
dificultades acerca de los
métodos de la providencia y la gracia divina. —Como fueron
innegablemente bautizados con el
Espíritu Santo, Pedro concluyó que no había que rehusarles el bautismo
de agua, y la ordenanza fue
administrada. El argumento es concluyente: ¿podemos negar la señal a los
que han recibido las
cosas significadas por la señal? Los que familiarizados con Cristo no
pueden sino desear más. Aun
los que han recibido al Espíritu Santo deben ver su necesidad de
aprender diariamente más de la
verdad.
CAPÍTULO XI
Versículos 1—18. La defensa de
Pedro. 19—24. El éxito del
evangelio en Antioquía. 25—30. A los
discípulos se les llama cristianos.—Socorro enviado a Judea.
Vv. 1—18. El estado imperfecto de la naturaleza
humana se manifiesta con mucha fuerza, cuando
personas santas se molestan aun al oír que se ha recibido la palabra de
Dios, porque no se prestó
atención a su método. Somos muy dados a desesperar de hacer el bien a
los que, al probarlos,
muestran que tienen deseos de ser enseñados. Causa de la ruina y daño de
la iglesia es excluir de
ella, y del beneficio de los medios de gracia, a los que no son como
nosotros en todo. Pedro contó
todo lo pasado. En todo momento debemos soportar las debilidades de
nuestros hermanos y, en
lugar de ofendernos o de contestar tibiamente, debemos explicar los
motivos y mostrar la naturaleza
de nuestros procedimientos. —Ciertamente es correcta la predicación con
la que se da el Espíritu
Santo. Aunque los hombres son muy celosos de sus propios reglamentos, deben
cuidarse de no
resistir a Dios; y quienes aman al Señor le glorificarán cuando se
aseguren que ha otorgado
arrepentimiento para vida a todos sus congéneres pecadores. El
arrepentimiento es don de Dios; no
sólo lo acepta su libre gracia; su gracia omnipotente obra en nosotros,
la gracia quita el corazón de
piedra y nos da uno de carne. El sacrificio de Dios es un espíritu
quebrantado.
Vv. 19—24. Los primeros predicadores del evangelio
en Antioquía fueron dispersados desde
Jerusalén por la persecución; de ese modo lo que pretendía dañar la
Iglesia, se hizo que obrara para
su bien. La ira del hombre se convierte en alabanza a Dios. —¿Qué deben
predicar los ministros de
Cristo sino a Cristo? ¿A Cristo, y crucificado? ¿A Cristo, y
glorificado? La predicación de ellos fue
acompañada de poder divino. La mano del Señor estaba con ellos para
llevar a los corazones y a las
conciencias de los hombres lo que sólo se podía decir al oído externo.
Ellos creyeron, fueron
convencidos de la verdad del evangelio. Se convirtieron desde una manera
de vivir carnal e
indolente a una vida santa, espiritual y celestial. Se convirtieron de
adorar a Dios para ser vistos y
por formalismo a adorarle en Espíritu y en verdad. Se convirtieron al
Señor Jesús que llegó a ser
todo en todo para ellos. Esta fue la obra de conversión realizada en
ellos y la que debe efectuarse en
cada uno de nosotros. Fue fruto de su fe; todos los que creen
sinceramente, se convertirán al Señor.
Cuando se predica al Señor Jesús con claridad, y conforme a las
Escrituras, Él dará éxito; y cuando
los pecadores son de esta manera llevados al Señor, los hombres
realmente buenos, que están llenos
de fe y del Espíritu Santo, admirarán y se regocijarán en la gracia de
Dios concedida a ellos.
Bernabé estaba lleno de fe; lleno de la gracia de la fe, y lleno de los
frutos de la fe que obra por
amor.
Vv. 25—30. Hasta ahora los seguidores de Cristo
eran llamados discípulos, esto es, aprendices,
estudiantes, pero desde esa época fueron llamados cristianos. El significado
apropiado de este
nombre es seguidor de Cristo; denota a uno que, con pensamiento serio,
abraza la religión de Cristo,
cree sus promesas, y hace que su principal tarea sea formar su vida por
los preceptos y el ejemplo
de Cristo. De aquí, pues, que es claro que hay multitudes que adoptan el
nombre de cristianos, a las
cuales no les corresponde correctamente, porque el nombre sin la
realidad sólo añade a nuestra
culpa. Mientras la sola profesión de fe no otorga provecho ni deleite,
la posesión de ella da la
promesa para la vida presente y la venidera. Concede, Señor, que los
cristianos se olviden de otros
nombres y distinciones y se amen unos a otros como deben hacer los
seguidores de Cristo. Los
cristianos verdaderos sentirán compasión por sus hermanos que pasan por
aflicciones. Así se lleva
fruto para la alabanza y la gloria de Dios. Si toda la humanidad fuera
verdaderamente cristiana, ¡con
cuánto júbilo se ayudarían unos a otros! Toda la tierra sería como una
gran familia, esforzándose
cada miembro por cumplir su deber y ser bondadoso.
CAPÍTULO XII
Versículos 1—5. Martirio de
Santiago, y encarcelamiento de Pedro. 6—11. Pedro librado de la
cárcel por un ángel. 12—19. Pedro se va.—La furia de Herodes. 20—25. La muerte de
Herodes.
Vv. 1—5. Santiago era uno de los hijos de
Zebedeo, a quien Cristo dijo que bebería de la copa que
Él iba a beber, y que sería bautizado con el bautismo con que Él sería
bautizado, Mateo xx, 23.
Ahora se cumplieron bien en él las palabras de Cristo: si sufrimos con Cristo,
reinaremos con Él. —
Herodes hizo encarcelar a Pedro: el camino de la persecución es cuesta
abajo, como el de los otros
pecados; cuando los hombres están en él no pueden detenerse con
facilidad. Se hacen presa fácil de
Satanás los que se ocupan en complacer a los hombres. Así terminó
Santiago su carrera, pero Pedro,
estando destinado a nuevos servicios, estaba a salvo aunque ahora
pareciera señalado para un
cercano sacrificio. —A los que vivimos en una generación fría que no
ora, nos cuesta mucho
formarnos una idea del fervor de los santos hombres de antaño. Pero si
el Señor trajera a la Iglesia
una persecución horrorosa, como la de Herodes, los fieles en Cristo
aprenderían lo que es orar con
toda el alma.
Vv. 6—11. La conciencia tranquila, la esperanza
viva y la consolación del Espíritu Santo,
pueden mantener en paz a los hombres ante la perspectiva total de la
muerte; aun a las mismas
personas que estuvieron muy confundidas con los terrores de ella. Cuando
las cosas son llevadas al
último extremo, llega el tiempo de Dios para ayudar. Pedro tenía la
seguridad que el Señor pondría
fin a esta prueba en la manera que diera más gloria a Dios. —Los que son
librados del
encarcelamiento espiritual deben seguir a su Libertador, como los
israelitas cuando salieron de la
casa de esclavitud. No sabían adónde iban, pero sabían a quien seguían.
Cuando Dios obra la
salvación de su pueblo se superan todos los obstáculos de su camino,
hasta las puertas de hierro se
abrirán por sí solas. Esta liberación de Pedro representa nuestra
liberación por medio de Cristo,
quien no sólo proclama libertad a los cautivos, sino los saca de la
prisión. Pedro captó cuán grandes
cosas había hecho Dios por él cuando recuperó su conciencia. De esta
manera, las almas libradas de
la esclavitud espiritual, no se dan cuenta al comienzo de lo que Dios ha
obrado en ellas; muchos que
tienen la verdad de la gracia necesitan pruebas de ella. Cuando viene el
Consolador, enviado por el
Padre, les hará saber, tarde o temprano, qué cambio bendito se ha
obrado.
Vv. 12—19. La providencia de Dios da lugar para el
empleo de nuestra prudencia, aunque Él
haya emprendido la ejecución y perfección de lo que comenzó. Estos
cristianos siguieron orando
por Pedro, porque eran verdaderamente fervorosos. De esta manera, los
hombres deben orar
siempre sin desmayar. En la medida que se nos mantenga a la espera de
una misericordia, debemos
seguir orando por ella. A veces, lo que deseamos con más fervor, es lo que
menos creemos. La ley
cristiana de negarse y sufrir por Cristo no deroga la ley natural de
cuidar nuestra seguridad por
medios lícitos. En las épocas de peligro público, todos los creyentes
tienen como refugio a Dios,
que es tan secreto que el mundo no puede encontrarlos. Además, los
mismos instrumentos de la
persecución están expuestos a peligro; la ira de Dios pende sobre todos
los que se dedican a esta
aborrecible obra. La ira de los perseguidores suele ventilarse sobre
todo lo que hallan en su camino.
Vv. 20—25. Muchos príncipes paganos reclamaron y
recibieron honores divinos, pero la
impiedad de Herodes, que conocía la palabra y la adoración del Dios
vivo, fue mucho más horrible
cuando aceptó honras idólatras sin reprender la blasfemia. Los hombres como
Herodes que se
hinchan con orgullo y vanidad, están madurando rápidamente para la
venganza a la que están
destinados. Dios es muy celoso de su honra y será glorificado en aquellos por quienes no es
glorificado. Nótese qué cuerpos viles andamos trayendo con nosotros;
tienen en ellos la semilla de
su disolución por la cual pronto serán destruidos, basta que Dios tan
sólo diga la palabra. —
Aprendamos sabiduría de la gente de Tiro y Sidón, porque hemos ofendido
al Señor con nuestros
pecados. Dependemos de Él para vivir, respirar y para todas las cosas;
ciertamente nos corresponde
humillarnos ante Él, para que, por medio del Mediador designado que
siempre está listo para ser
nuestro Amigo, podamos ser reconciliados con Él, no sea que la ira nos
caiga con todo su rigor.
CAPÍTULO XIII
Versículos 1—3. Misión de Pablo y
Bernabé. 4—13. Elimas,
el hechicero. 14—41. Discurso
de
Pablo en Antioquía. 42—52. Predica a los gentiles y es perseguido por los judíos.
Vv. 1—3. ¡Qué equipo tenemos aquí! Vemos en estos
nombres que el Señor levanta instrumentos
para su obra de diversos lugares y estados sociales; el celo por su
gloria induce a los hombres a
renunciar a relaciones y perspectivas halagadoras para fomentar su causa.
Los ministros de Cristo
están capacitados y dispuestos para su servicio por su Espíritu, y se
les retira de otros intereses que
les estorban. Los ministros de Cristo deben dedicarse a la obra de
Cristo y, bajo la dirección del
Espíritu, actuar para la gloria de Dios Padre. Son separados para
emprender trabajos con dolor y no
para asumir rangos. —Buscaron la bendición para Pablo y Bernabé en su
presente empresa, para
que fuesen llenos con el Espíritu Santo en su obra. No importa qué
medios se usen o que reglas se
observen, solo el Espíritu Santo puede equipar a los ministros para su
importante obra, y llamarlos a
ella.
Vv. 4—13. Satanás está especialmente ocupado con los
grandes hombres y los hombres que
están en el poder para impedir que sean religiosos, porque su ejemplo
influye a muchos. —Aquí por
primera vez Saulo es llamado Pablo, y nunca más Saulo. Cuando era hebreo
su nombre era Saulo;
como ciudadano de Roma su nombre era Pablo. Bajo la influencia directa
del Espíritu Santo, dio a
Elimas su carácter verdadero, pero no en forma apasionada. La plenitud
del engaño y la maldad
reunidas pueden hacer, sin duda, que un hombre sea hijo del diablo.
Quienes son enemigos de la
doctrina de Jesús son enemigos de toda justicia, porque en ella se
cumple toda justicia. Los caminos
del Señor Jesús son los únicos caminos rectos al cielo y a la dicha. Hay
muchos que no sólo se
descarrían de estos caminos, sino que también ponen al prójimo en contra
de esos caminos. Ellos
están frecuentemente tan endurecidos que no cesarán de hacer el mal. El
procónsul quedó
asombrado por la fuerza de la doctrina en su propio corazón y
conciencia, y por el poder de Dios
con que fue confirmada. La doctrina de Cristo deja atónito; y mientras
más sabemos de ella, más
razón veremos para maravillarnos de ella. —Los que ponen su mano en el
arado y miran hacia
atrás, no son aptos para el reino de Dios. Quienes no están preparados
para enfrentar oposición y
soportar dificultades, no son aptos para la obra del ministerio.
Vv. 14—31. Cuando nos reunimos para adorar a Dios
debemos hacerlo no sólo con oración y
alabanza, sino para leer y oír la palabra de Dios. No basta con la sola
lectura de las Escrituras en las
asambleas públicas; ellas deben ser expuestas y se debe exhortar a la
gente con ellas. Esto es ayudar
a que la gente haga lo necesario para sacar provecho de la palabra, para
aplicarla a sí mismos. —En
este sermón se toca todo cuanto debiera convencer de la mejor manera a
los judíos para recibir y
abrazar a Cristo como el Mesías prometido. Toda opinión, no importa cuán
breve o débil sea, sobre
los tratos del Señor con su Iglesia, nos recuerda su misericordia y
paciencia, y la ingratitud y
perversidad del hombre. —Pablo va desde David al Hijo de David, y
demuestra que este Jesús es su
Simiente prometida; el Salvador que hace por ellos, sus peores enemigos,
lo que no podían hacer los
jueces de antes, para salvarlos de sus pecados. Cuando los apóstoles
predicaban a Cristo como el
Salvador, distaban mucho de ocultar su muerte, tanto que siempre
predicaban a Cristo crucificado.
—Nuestra completa separación del pecado la representa el que somos
sepultados con Cristo. Pero
Él resucitó de entre los muertos y no vio corrupción: esta era la gran
verdad que había que predicar.
Vv. 32—37. La resurrección de Cristo era la gran
prueba de que es el Hijo de Dios. No era
posible que fuera retenido por la muerte, porque era el Hijo de Dios, y
por tanto, tenía la vida en sí
mismo, la cual no podía entregar sin el propósito de volverla a tomar.
La seguridad de las
misericordias de David es la vida eterna, de la cual era señal segura la
resurrección; y las
bendiciones de la redención en Cristo son una primicia cierta aun en
este mundo. David fue una
gran bendición para la época en que vivió. No nacemos para nosotros
mismos, pero alrededor
nuestro vive gente, a quienes debemos tener presentes para servir. Pero
aquí radica la diferencia:
Cristo iba a servir a todas las generaciones. Miremos a Aquel que es
declarado ser Hijo de Dios por
su resurrección de entre los muertos para que, por fe en Él, podamos
andar con Dios, y servir a
nuestra generación según su voluntad; y cuando llegue la muerte,
durmamos en Él con la esperanza
gozosa de una bendita resurrección.
Vv. 38—41. Todos los que oyen el evangelio de
Cristo sepan estas dos cosas: —1. Que a través
de este Hombre, que murió y resucitó, se os predica el perdón de pecado.
Vuestros pecados, aunque
muchos y grandes, pueden ser perdonados, y pueden serlo sin perjuicio de
la honra de Dios. —2.
Por Cristo solo, y por nadie más, son justificados de todas las cosas
los que creen en Él; justificados
de toda la culpa y mancha del pecado de lo cual no pudieron ser
justificados por la ley de Moisés.
El gran interés de los pecadores convictos es ser justificados, ser
exonerados de toda su culpa y
aceptados como justos ante los ojos de Dios, porque si algo queda a
cargo del pecador, estará
acabado. Por Jesucristo podemos obtener la justificación completa;
porque por Él fue hecha la
completa expiación por el pecado. Somos justificados no sólo por Él como
nuestro Juez, sino por Él
como Jehová Justicia nuestra. Lo que la ley no podía hacer por nosotros,
por cuanto era débil, lo
hace el evangelio de Cristo. Esta es la bendición más necesaria que trae
todas las demás. —Las
amenazas son advertencias; lo que se nos dice que les sobrevendrá a los
pecadores impenitentes,
está concebido para despertarnos a estar alertas, no sea que caiga sobre
nosotros. Destruye a
muchos que desprecian la religión. Quienes no se maravillen y sean
salvos, se asombrarán y
perecerán.
Vv. 42—52. Los judíos se oponían a la doctrina que
predicaban los apóstoles y, cuando no
pudieron hallar qué objetar, blasfemaron a Cristo y su evangelio.
Corrientemente los que empiezan
por contradecir, terminan por blasfemar. Cuando los adversarios de la
causa de Cristo son osados,
sus abogados deben ser aun más atrevidos. Mientras muchos no se juzgan
dignos de la vida eterna,
otros que parecen menos probables, desean oír más de la buena nueva de
la salvación. —Esto es
conforme a lo que fue anunciado en el Antiguo Testamento. ¡Qué luz, qué
poder, qué tesoro trae
consigo este evangelio! ¡Cuán excelentes son sus verdades, sus
preceptos, sus promesas! Vinieron a
Cristo aquellos a quienes trajo el Padre, y a quienes el Espíritu hizo
el llamamiento eficaz, Romanos
viii, 30. Todos los que estaban ordenados para la vida eterna, todos los
que estaban preocupados por
su estado eterno y querían asegurarse la vida eterna, todos ellos
creyeron en Cristo, en quien Dios
había guardado la vida, y es el único Camino a ella; y fue la gracia de
Dios que la obró en ellos. —
Bueno es ver que mujeres devotas nobles; mientras menos tengan que hacer
en el mundo, más
deben hacer por sus propias almas, y las almas del prójimo, pero
entristece que ellas traten de
mostrar odio a Cristo bajo el matiz de la devoción a Dios. Mientras más
nos deleitemos con las
consolaciones y exhortaciones que hallamos en el poder de la santidad, y
mientras más llenos estén
nuestros corazones con ellos, mejor preparados estamos para enfrentar
las dificultades de la
profesión de santidad.
CAPÍTULO XIV
Versículos 1—7. Pablo y Bernabé en
Iconio. 8—18. Un
paralítico sanado en Listra.—La gente
quiere hacer sacrificios para Pablo y Bernabé. 19—28. Pablo apedreado en Listra.—Nueva
visita a las iglesias.
Vv. 1—7. Los apóstoles hablaban con tanta
sencillez, con tanta demostración y pruebas del Espíritu
y con tal poder; tan cálidamente y con tanto interés por las almas de
los hombres, que quienes les
escuchaban no podían decir sino que Dios estaba de verdad con ellos.
Pero el éxito no debía
atribuirse a su estilo de predicar, sino al Espíritu de Dios que usaba
ese medio. La perseverancia
para hacer el bien en medio de peligros y dificultades es una bendita
muestra de gracia.
Dondequiera que sean llevados los siervos de Dios, deben tratar de decir
la verdad. Cuando iban en
el nombre y el poder de Cristo, Él no dejaba de dar testimonio de la
palabra de su gracia. Nos
asegura que es la palabra de Dios y que podemos jugarnos nuestras almas
por ella. Los gentiles y
los judíos estaban enemistados unos con otros, pero unidos contra los
cristianos. Si los enemigos de
la Iglesia se unen para destruirla, ¿no se unirán sus amigos para
preservarla? Dios tiene un refugio
para su pueblo en caso de tormenta: Él es y será su refugio. En las
épocas de persecución los
creyentes pueden tener motivos para irse de un lugar aunque no dejen la
obra de su Maestro.
Vv. 8—18. Todas las cosas son posibles para el que
cree. Cuando tenemos fe, don tan precioso
de Dios, seremos librados de la falta de defensa espiritual en que nacimos,
y del dominio de los
hábitos pecaminosos desde que se formaron; seremos capacitados para
ponernos de pie y andar
jubilosos en los caminos del Señor. —Cuando Cristo, el Hijo de Dios, se
manifestó en semejanza de
hombres, e hizo muchos milagros, los hombres distaban tanto de hacerle
sacrificio, que lo hicieron
sacrificio a Él para la soberbia y maldad de ellos. Sin embargo, Pablo y
Bernabé fueron tratados
como dioses por haber hecho un milagro. El mismo poder del dios de este
mundo, que cierra la
mente carnal contra la verdad, hace que sean fácilmente admitidos los
yerros y las equivocaciones.
—No leemos que hayan rasgado sus vestiduras cuando el pueblo habló de
lapidarlos, sino cuando
hablaron de adorarles; ellos no pudieron tolerarlo, estando más preocupados
por la honra de Dios
que por la propia. La verdad de Dios no necesita los servicios de la
falsedad del hombre. Los
siervos de Dios pueden obtener fácilmente honras indebidas si ceden a
los errores y vicios de los
hombres, pero deben aborrecer y detestar ese respeto más que a todo
reproche. —Cuando los
apóstoles predicaron a los judíos que odiaban la idolatría, sólo
tuvieron que predicar la gracia de
Dios en Cristo, pero cuando tuvieron que predicarle a los gentiles,
debieron corregir los errores de
la religión natural. Compárese la conducta y la declaración de ellos con
opiniones de quienes
piensan falsamente que la adoración de Dios, bajo cualquier nombre o de
cualquier manera, es
igualmente aceptable para el Señor Todopoderoso. —Los argumentos de mayor
fuerza, los
discursos más fervientes y afectuosos, hasta con milagros, apenas bastan
para resguardar a los
hombres de absurdos y abominaciones; mucho menos pueden, sin la gracia
especial, volver los
corazones de los pecadores a Dios y a la santidad.
Vv. 19—28. Nótese cuán incansable era la furia de
los judíos contra el evangelio de Cristo. La
gente apedreó a Pablo en un tumulto popular. Tan fuerte es la
inclinación del corazón corrupto y
carnal, que con suma dificultad los hombres se retienen del mal, por una
parte, así como con gran
facilidad son persuadidos a hacer el mal por la otra. Si Pablo hubiera
sido Mercurio, hubiera podido
ser adorado, pero si es ministro fiel de Cristo, será apedreado y echado
de la ciudad. Así, pues, los
hombres que se someten fácilmente a fuertes ilusiones, detestan recibir
la verdad con amor. —
Todos los que son convertidos tienen que ser confirmados en la fe; todos
los que son plantados
tienen que criar raíces. La obra de los ministros es establecer a los
santos y despertar a los
pecadores. La gracia de Dios, y nada menos, establece eficazmente las
almas de los discípulos. Es
cierto que podemos contar con mucha tribulación, pero es estimulante que
no estamos perdidos ni
pereceremos en ella. —La Persona a cuyo poder y gracia están
encomendados los convertidos y las
iglesias recién establecidas, era claramente el Señor Jesús, “en quien
todos creyeron”. Fue un acto
de adoración. —Todo el elogio de lo poco bueno que hacemos en cualquier
momento, debe
atribuirse a Dios, porque Él es quien no sólo obra en nosotros el querer
como el hacer, sino también
obra con nosotros para que alcance el éxito. Todos los que aman al Señor
Jesús se regocijarán al oír
que ha abierto de par en par la puerta de la fe a los que eran ajenos a
Él y a su salvación. Como los
apóstoles, habitemos con los que conocen y aman al Señor.
CAPÍTULO XV
Versículos 1—6. La disputa
suscitada por los maestros judaizantes. 7—21. El concilio de
Jerusalén. 22—35. La
carta del concilio. 36—41. Pablo
y Bernabé se separan.
Vv. 1—6. Unos de Judea enseñaban a los gentiles
convertidos de Antioquía que no podían ser
salvos a menos que observaran toda la ley ceremonial, tal como fue dada
por Moisés; de este modo,
procuraban destruir la libertad cristiana. Tenemos una extraña tendencia
a pensar que quienes no
hacen como nosotros, hacen todo mal. Su doctrina era muy desalentadora.
Los hombres sabios y
buenos desean evitar las contiendas y los debates hasta donde puedan,
pero cuando los falsos
maestros se oponen a las principales verdades del evangelio o traen
doctrinas nocivas, no debemos
dejar de resistirles.
Vv. 7—21. De las palabras “purificando por la fe
sus corazones” y del sermón de San Pedro,
entendemos que no se pueden separar la justificación por la fe, y la
santificación por el Espíritu
Santo y que ambas son don de Dios. Tenemos mucha razón para bendecir a
Dios porque oímos el
evangelio. Tengamos esa fe que aprueba el gran Escudriñador de los
corazones, y certifica el sello
del Espíritu Santo. Entonces, serán purificados de la culpa del pecado
nuestros corazones y nuestras
conciencias, y seremos liberados de las cargas que algunos tratan de
echar encima de los discípulos
de Cristo. —Pablo y Bernabé demostraron por hechos comprobados, que Dios
reconoció la
predicación del puro evangelio a los gentiles sin la ley de Moisés; por
tanto, imponerles esa ley era
deshacer lo que Dios había hecho. La opinión de Santiago era que los
convertidos gentiles no
debían ser molestados por los ritos judíos, pero debían abstenerse de
carnes ofrendadas a los ídolos,
para mostrar su odio por la idolatría. Además, que se les debía advertir
contra la fornicación, que no
era aborrecida por los gentiles como debía ser, y que hasta formaba
parte de algunos de sus rituales.
Se les aconsejó abstenerse de comer animales ahogados, y de comer
sangre; esto era prohibido por
la ley de Moisés y, también aquí, por reverencia a la sangre de los
sacrificios, que siendo entonces
ofrecida, iba a insultar innecesariamente a los convertidos judíos y a
prejuiciar más aun a los judíos
inconversos. Pero como hace mucho que cesó el motivo, nosotros somos
libres en esto, como en
materias semejantes. Los convertidos sean precavidos para que eviten
toda apariencia de los males
que antes practicaban o a los que probablemente sean tentados; y
adviértaseles que usen la libertad
cristiana con moderación y prudencia.
Vv. 22—35. Teniendo la garantía de declararse
dirigidos por el poder inmediato del Espíritu
Santo, los apóstoles y los discípulos tuvieron la seguridad de que
parecía bien a Dios Espíritu Santo,
y a ellos, no imponer, a los convertidos, sea por propia cuenta o por
las circunstancias presentes otra
carga que las cosas necesarias mencionadas. —Fue un consuelo oír que ya
no les serían impuestas
las ordenanzas carnales, que confundían sus conciencias, sin poder
purificarlas ni pacificarlas; y
fueron acallados los que perturbaban sus mentes, de modo que fue
restaurada la paz de la iglesia, y
se suprimió lo que era amenaza de división. Todo esto fue consuelo por
el cual bendijeron a Dios.
—Había muchos más en Antioquía. Donde muchos trabajan en la palabra y la
doctrina, puede aún
haber oportunidad para nosotros: el celo y la utilidad del prójimo debe
estimularnos, no
adormecernos.
Vv. 36—41. Aquí tenemos una pelea en privado de dos
ministros, nada menos que Pablo y
Bernabé, pero hecha para terminar bien. Bernabé deseaba que su sobrino
Juan Marcos fuera con
ellos. Debemos sospechar que somos parciales, y cuidarnos de ello,
cuando ponemos primero a
nuestros parientes. Pablo no pensaba que era digno del honor ni apto
para el servicio, quien se había
separado de ellos sin que lo supieran o sin el consentimiento de ellos:
vea capítulo xiii, 13. Ninguno
cedía, por tanto, no hubo remedio sino separarse. Vemos que los mejores
hombres no son sino
hombres, sujetos a pasiones como nosotros. Quizá hubo faltas de ambos
lados como es habitual en
tales contiendas. Sólo el ejemplo de Cristo es inmaculado. Pero no
tenemos que pensar que es raro
que haya diferencias aun entre los hombres buenos y sabios. Será así
mientras estemos en este
estado imperfecto; nunca seremos todos unánimes hasta que lleguemos al
cielo. ¡Sin embargo,
cuánta maldad hacen en el mundo, y en la iglesia, los remanentes de orgullo
y pasión que se hallan
aun en los mejores hombres! Muchos de los que habitaban en Antioquía,
que poco y nada habían
sabido de la devoción y piedad de Pablo y Bernabé, supieron de su
disputa y separación; así nos
ocurrirá si cedemos a la discordia. Los creyentes deben orar
constantemente que nunca sean guiados
a dañar la causa que realmente desean servir por los vestigios del
temperamento impío. Pablo habla
con estima y afecto de Bernabé y Marcos, en sus epístolas escritas
después de este suceso. Todos los
que profesan tu nombre, oh amante Salvador, sean completamente
reconciliados por ese amor
derivado de ti, que no se deja provocar con facilidad y que olvida
pronto y entierra las injurias.
CAPÍTULO XVI
Versículos 1—5. Pablo lleva a
Timoteo para que sea su asistente. 6—15. Pablo pasa a Macedonia.
—La conversión de Lidia. 16—24. Expulsado un espíritu inmundo.—Pablo y Silas son azotados
y encarcelados. 25—34. La conversión del carcelero de Filipos. 35—40.
Pablo y Silas son
liberados.
Vv. 1—5. La Iglesia bien puede esperar mucho
servicio de ministros jóvenes que tengan el mismo
espíritu que Timoteo. Sin embargo, cuando los hombres no se sujetan en
nada ni se obligan a nada,
parece que faltaran los principales elementos del carácter cristiano; y
hay mucha razón para creer
que no enseñarán con éxito las doctrinas y los preceptos del evangelio.
Siendo el designio del
decreto dejar de lado la ley ceremonial, y sus ordenanzas en la carne,
los creyentes fueron
confirmados en la fe cristiana porque estableció una forma espiritual de
servir a Dios, adecuada para
la naturaleza de Dios y del hombre. Así, la Iglesia crecía diariamente
en número.
Vv. 6—15. El itinerario de los ministros y su
labor en la dispensación de los medios de gracia
están sometidos particularmente a la conducción y dirección divina.
Debemos seguir la providencia
y cualquier cosa que procuremos hacer, si no nos permite, debemos
someternos y creer que es para
mejor. —La gente necesita mucha ayuda para sus almas y es su deber
buscarla e invitar de entre los
ministros a los que puedan ayudarles. Los llamados de Dios deben
cumplirse con presteza. —Los
adoradores de Dios deben tener, si es posible, una asamblea solemne en
el día de reposo. Si no
tenemos sinagoga debemos agradecer los lugares más privados y recurrir a
ellos sin abandonar las
reuniones según sean nuestras oportunidades. —Entre los oyentes de Pablo
había una mujer de
nombre Lidia. Tenía un trabajo honesto que el historiador registra para
elogio de ella. Aunque tenía
que desempeñar ese trabajo, hallaba tiempo para aprovechar las ventajas
para su alma. No nos
disculpará de los deberes religiosos decir, tenemos un negocio que
administrar, porque ¿no tenemos
también un Dios que servir, y almas que cuidar? La religión no nos saca de nuestros negocios en el
mundo, pero nos dirige en ellos. El orgullo, el prejuicio y el pecado dejan fuera las verdades de
Dios hasta que su gracia les hace camino en el entendimiento y los
afectos; solo el Señor te puede
abrir el corazón para que recibas y creas su palabra. Debemos creer en
Jesucristo; no hay acceso a
Dios como Padre sino por el Hijo como Mediador.
Vv. 16—24. Aunque es el padre de las mentiras
Satanás, declara las verdades más importantes
cuando por ellas puede servir sus propósitos. Mucha maldad hacen a los
siervos verdaderos de
Cristo los impíos y falsos predicadores del evangelio, que son
confundidos con aquellos por los
observadores indiferentes. Quienes hacen el bien sacando del pecado a
los hombres, pueden esperar
ser insultados como alborotadores de la ciudad. Mientras enseñen a los
hombres a temer a Dios, a
creer en Cristo, a abandonar el pecado y llevar vidas santas, serán
acusados de enseñar malas
costumbres.
Vv. 25—34. No son pocos ni pequeños los consuelos
de Dios para sus siervos que sufren.
¡Cuánto más felices son los cristianos verdaderos que sus prósperos
enemigos! Desde lo profundo y
desde las tinieblas debemos clamar a Dios. No hay lugar, no hay tiempo
que sean malos para orar si
el corazón va a ser elevado a Dios. Ningún problema, por penoso que sea,
debe impedirnos alabar.
Se demuestra que el cristianismo es de Dios en que nos obliga a ser
rectos con nuestra vida. —
Pablo gritó fuerte para que el carcelero escuchara, y hacerle obedecer,
diciendo: No te hagas daño.
Todas las advertencias de la palabra de Dios contra el pecado y todas
sus apariencias, y todas sus
aproximaciones, tienen esta tendencia. Hombre, mujer, no te hagas daño;
no te hieras, porque nadie
más puede herirte; no peques, porque nada puede herirte sino eso. Aun
con referencia al cuerpo se
nos advierte contra los pecados que lo dañan. La gracia que convierte
cambia el lenguaje de la gente
al de la buena gente y de los buenos ministros. —¡Qué grave es la
pregunta del carcelero! Su
salvación se convierte en su gran interés; lo que yace más cerca de su
corazón es lo que antes
distaba más de sus pensamientos. Está preocupado por su alma preciosa.
Los que están enteramente
convencidos de su pecado y verdaderamente interesados en su salvación,
se entregarán a Cristo.
Aquí está el resumen de todo el evangelio, el pacto de gracia en pocas
palabras: Cree en el Señor
Jesucristo y serás salvo, tú y tu casa. —El Señor bendijo tanto la
palabra que el carcelero fue de
inmediato ablandado y humillado. Los trató con bondad y compasión, y al
profesar fe en Cristo fue
bautizado en ese nombre, con su familia. El Espíritu de gracia obró una
fe tan fuerte en ellos, que
disipó toda duda ulterior; y Pablo y Silas supieron por el Espíritu, que
Dios había hecho una obra en
ellos. Cuando los pecadores así se convierten, amarán y honrarán a los
que antes despreciaban y
odiaban, y procurarán aminorar los sufrimientos que antes deseaban
acrecentar. Cuando los frutos
de la fe empiezan a aparecer, los terrores serán sustituidos por la
confianza y el gozo en Dios.
Vv. 35—40. Aunque Pablo estaba dispuesto a sufrir
por la causa de Cristo, y sin ningún deseo
de vengarse, prefirió no partir llevando la acusación equivocada de
haber merecido un castigo, por
tanto, pidió ser despedido de manera honorable. No fue una mera cuestión
de honor en que el
apóstol insistió, sino de justicia, y no para él tanto como para su
causa. Cuando se da la disculpa
apropiada, los cristianos nunca deben expresar enojo personal ni
insistir estrictamente en las
reparaciones personales. El Señor los hará más que vencedores en todo
conflicto; en lugar de ser
aplastados por sus sufrimientos, ellos se volverán consoladores de sus
hermanos.
CAPÍTULO XVII
Versículos 1—9. Pablo en
Tesalónica. 10—15. La
noble conducta de los bereanos. 16—21. Pablo
en Atenas. 22—31. Predica
ahí. 32—34. La conducta burlona
de los atenienses.
Vv. 1—9. La tendencia y el ámbito de la
predicación y argumentos de Pablo eran probar que Jesús
es el Cristo. Él debía sufrir por nosotros, porque no puede adquirir de
otro modo la redención por
nosotros, y debía resucitar, porque de otro modo no puede aplicarnos la
redención a nosotros.
Tenemos que predicar de Jesús que Él es el Cristo; por tanto, podemos
esperar ser salvados por Él y
estamos ligados a ser mandados por Él. Los judíos incrédulos estaban
enojados, porque los
apóstoles predicaban a los gentiles y éstos podían ser salvos. ¡Qué raro
es que los hombres envidien
de otros el privilegio que ellos mismos no aceptan! Tampoco debieran
perturbarse los gobernantes
ni el pueblo por el aumento de los cristianos verdaderos, aunque los
espíritus alborotadores harán de
la religión un pretexto para las malas intenciones. De los tales tenemos
que cuidarnos, porque de
ellos debemos distanciarnos para demostrar el deseo de actuar rectamente
en la sociedad, mientras
reclamamos nuestro derecho de adorar a Dios según nuestra conciencia.
Vv. 10—15. Los judíos de Berea se aplicaron
seriamente al estudio de la palabra predicada a
ellos. No sólo oían predicar a Pablo el día de reposo; diariamente
escudriñaban las Escrituras, y
comparaban lo que leían con los hechos que les eran relatados. La
doctrina de Cristo no teme la
investigación; los abogados de su causa no desean más que la gente
examine completa y
equitativamente si las cosas son o no así. Son verdaderamente nobles, y
probablemente lo sean más
y más, los que hacen de las Escrituras su regla, y las consultan
regularmente. Ojalá todos los
oyentes del evangelio lleguen a ser como los de Berea, recibiendo la
palabra con agilidad mental e
investigando diariamente las Escrituras, si las cosas que se les son
predican, son así.
Vv. 16—21. En aquel entonces Atenas era famosa por
su refinada erudición, su filosofía y las
bellas artes; pero nadie es más infantil y supersticioso, más impío o
más crédulo que algunas
personas, consideradas eminentes por su saber y habilidad. Estaba
totalmente entregada a la
idolatría. —El abogado celoso de la causa de Cristo esta dispuesto a
alegar en su favor en toda clase
de compañía, según se ofrezca la ocasión. La mayoría de estos hombres
doctos no se fijaron en
Pablo, pero algunos, cuyos principios eran los que más directamente
contrariaban al cristianismo,
hicieron comentarios sobre él. El apóstol siempre trataba dos puntos
que, indudablemente, son las
doctrinas principales del cristianismo: Cristo y el estado futuro.
Cristo, nuestro camino y el cielo,
nuestro destino final. Ellos consideraron esto como muy diferente del
conocimiento enseñado y
profesado en Atenas por muchos siglos; desearon saber más al respecto,
pero sólo porque era
novedoso y raro. Lo llevaron al lugar donde estaban los jueces que
indagaban en estas materias.
Preguntaron sobre la doctrina de Pablo, no porque fuera buena, sino
porque era nueva. Los grandes
conversadores siempre son curiosos. Los que así pasan el tiempo en nada
más, tienen una cuenta
muy desagradable que rendir por el tiempo que de esa forma
desperdiciaron. El tiempo es precioso
y tenemos que emplearlo bien porque la eternidad depende de ello, pero
mucho se despilfarra en
conversaciones que no aprovechan.
Vv. 22—31. Aquí tenemos un sermón para los paganos
que adoraban dioses falsos y estaban en
el mundo sin el Dios verdadero; y para ellos el alcance de este discurso
era diferente del que el
apóstol predicaba a los judíos. En este último caso, su tarea era guiar
a sus oyentes por profecías y
milagros al conocimiento del Redentor y la fe en Él; en el anterior, era
llevarlos a conocer al
Creador por las obras comunes de la providencia, y que le adoraran. —El
apóstol se refirió a un
altar que había visto, el cual tenía la inscripción: “Al Dios no
conocido”. Este hecho está
atestiguado por muchos escritores. Después de multiplicar al máximo a
sus ídolos, algunas personas
de Atenas pensaron que había otro dios, del cual nada sabían. ¿Y ahora
no hay muchos que se dicen
cristianos que son celosos en sus devociones, aunque el gran objeto de
su adoración es para ellos un
Dios no conocido? —Nótese las cosas gloriosas que dice Pablo aquí de ese
Dios al que servía, y
deseaba que ellos sirvieran. El Señor había tolerado por mucho tiempo la
idolatría, pero ahora
estaban llegando a su fin los tiempos de esta ignorancia, y por sus
siervos ahora manda a todos los
hombres de todas partes que se arrepientan de su idolatría. Toda la
secta de los hombres doctos
debió sentirse sumamente afectada por el discurso del apóstol, que
tendía a demostrar el vacío o la
falsedad de sus doctrinas.
Vv. 32—34. El apóstol fue tratado con más civismo
externo en Atenas que en otras partes, pero
nadie despreció más su doctrina o la trató con más indiferencia. El tema
que más merece la
atención, entre todos, es al que menos se atiende. Los que se burlan,
tendrán que sufrir las
consecuencias, porque la palabra nunca volverá vacía. Se hallará que
algunos se aferran al Señor y
escuchan a sus siervos fieles. —Considerar el juicio venidero, y a
Cristo como nuestro Juez, debiera
instar a todos a arrepentirse del pecado y volverse a Él. Cualquiera sea
el tema tratado, todos los
discursos deben llevar a Él, y mostrar su autoridad: nuestra salvación y
resurrección vienen de y por
Él.
CAPÍTULO XVIII
Versículos 1—6. Pablo en Corinto,
con Aquila y Priscila. 7—11. Sigue predicando en Corinto. 12
—17. Pablo ante Galión. 18—23. Visita Jerusalén. 24—28. Apolos enseña en Efeso y Acaya.
Vv. 1—6. Aunque tenía derecho a ser sustentado
por las iglesias que plantó, y por las personas a
quienes predicaba, Pablo trabajaba en su oficio. Nadie debe mirar con
desprecio el oficio honesto,
por el cual un hombre puede obtener su pan. Aunque les daban fortuna o
conocimientos, los judíos
tenían por costumbre hacer que sus hijos aprendieran un oficio. Pablo
tuvo cuidado de evitar
prejuicios, hasta los más irracionales. El amor de Cristo es el vínculo
perfecto de los santos; y la
comunión de los santos entre sí, endulza el trabajo, el desprecio y
hasta la persecución. —La
mayoría de los judíos persistieron en contradecir el evangelio de Cristo
y blasfemaron. Ellos
mismos no creían y hacían todo lo que podían para impedir que otros
creyeran. Pablo los dejó aquí.
No renunció a su obra, porque aunque Israel no fuera reunido, Cristo y
su evangelio son gloriosos.
Los judíos no pueden quejarse, porque tuvieron la primera oferta. Cuando
alguien se resiste al
evangelio, debemos volvernos a otras personas. El pesar porque muchos
persistan en la incredulidad
no debe impedir la gratitud por la conversión de algunos a Cristo.
Vv. 7—11. El Señor conoce a los que son Suyos, sí,
y a quienes lo serán, porque por su obra en
ellos es que llegan a ser suyos. No nos desesperemos acerca de algún
lugar, porque Cristo tenía a
muchos aun en la malvada Corinto. Reunirá su rebaño escogido desde los
lugares donde estén
esparcidos. Así animado, el apóstol continuó en Corinto y creció una
iglesia numerosa y floreciente.
Vv. 12—17. Pablo estaba por demostrar que él no
enseñaba a los hombres que adorar a Dios era
contrario a la ley, pero el juez no permitió que los judíos se quejaran
ante él de lo que no estaba
dentro de su oficio. Era correcto que Galión dejara a los judíos
librados a sí mismos en materias
relacionadas con su religión, pero no debió permitir que persiguieran a
otros bajo ese pretexto. Pero
era malo que hablara con ligereza de una ley y religión que podría haber
sabido que eran de Dios, y
con las cuales debiera haberse familiarizado. En qué manera tiene que
adorarse a Dios, si Jesús es el
Mesías, y si el evangelio es revelación divina, no son cuestiones de
palabras y de nombres; son
cuestiones de tremenda importancia. Galión habla como si se jactara de
su ignorancia de las
Escrituras, como si la ley de Dios no fuera digna de que él la tomara en
cuenta. —Galión no se
interesó en ninguna de esas cosas. Si no se interesaba en las afrentas a
los hombres malos, eso era
encomiable, pero si no se interesaba en los abusos cometidos con los hombres
buenos, su
indiferencia era exagerada. Los que ven y oyen los sufrimientos del
pueblo de Dios, y no sienten
nada por ellos o no se interesan en ellos, o no los compadecen ni oran
por ellos, son del mismo
espíritu que Galión, que no se interesaba por ninguna de esas cosas.
Vv. 18—23. Mientras Pablo hallaba que su trabajo no
era en vano, seguía laborando. Nuestros
tiempos están en la mano de Dios; nosotros proponemos, pero Él dispone;
por tanto, debemos
prometer en sujeción a la voluntad de Dios; no sólo si la providencia lo
permite, sino si Dios no
dirige nuestros movimientos de otro modo. —Un refrigerio muy grato para
el ministro fiel es tener
la compañía de sus hermanos por un tiempo. —Los discípulos están
cercados por la enfermedad; los
ministros deben hacer lo que puedan por fortalecerlos, dirigiéndolos a
Cristo que es la Fuerza de
ellos. Procuremos fervorosamente en nuestros diversos puestos, el
procurar el avance de la causa de
Cristo, haciendo los planes que nos parezcan los más apropiados, pero
confiando en que el Señor
hará que se concreten según le parezca bien.
Vv. 24—28. Apolos enseñaba el evangelio de Cristo
hasta donde el ministerio de Juan lo había
dejado, y no más allá. No podemos dejar de pensar que sabía de la muerte
y resurrección de Cristo,
pero no estaba informado acerca de su misterio. Aunque no tenía los
dones milagrosos del Espíritu,
como los apóstoles, usaba los dones que tenía. La dispensación del
Espíritu, cualquiera sea su
medida, es dada a cada hombre para provecho entero. Era un predicador
vivaz y afectuoso, de
espíritu ferviente. Estaba lleno de celo por la gloria de Dios y la
salvación de almas preciosas. Aquí
había un hombre de Dios completo, cabalmente dotado para la obra. —Aquila
y Priscila animaron
su ministerio y lo asistieron. No despreciaron a Apolos ni lo valoraron
en poco ante otros, pero
consideraron las desventajas bajo las cuales trabajaba. Habiendo ellos
mismos obtenido
conocimiento de las verdades del evangelio por su larga relación con
Pablo, le dijeron lo que sabían.
Los estudiantes jóvenes pueden ganar mucho conversando con cristianos
viejos. —Los que creen
por medio de la gracia siguen necesitando ayuda. En la medida que estén
en este mundo habrá
vestigios de incredulidad y algo que falta en su fe para ser
perfeccionada y para completar el trabajo
de la fe. —Si los judíos se hubieran convencido que Jesús es el Cristo,
hasta su propia ley les
hubiera enseñado a oírle. El trabajo de los ministros es predicar a
Cristo. No sólo predicar la verdad,
sino probarla y defenderla, con mansedumbre, aunque con poder.
CAPÍTULO XIX
Versículos 1—7. Pablo instruye a
los discípulos de Juan en Éfeso. 8—12. Enseña ahí. 13—20. Los
exorcistas judíos caen en desgracia. 21—31.
El tumulto en Éfeso. 32—41.
El tumulto
apaciguado.
Vv. 1—7. Pablo halló en Éfeso a algunas personas
religiosas que consideraban a Jesús como el
Mesías. No habían sido llevados a esperar los poderes milagrosos del
Espíritu Santo, ni les habían
informado que el evangelio era, especialmente, la ministración del
Espíritu. Sin embargo, parecían
dispuestos para recibir bien esa noticia. Pablo les demuestra que Juan
nunca pretendió que los que
bautizaba, se quedaran hasta ahí, pero, les decía que debían creer en
Aquel que vendría después de
Él, esto es, en Cristo Jesús. Ellos aceptaron, agradecidos, esa
revelación y fueron bautizados en el
nombre del Señor Jesús. —El Espíritu Santo descendió a ellos de modo
sorprendente y
sobrecogedor: hablaron en lenguas y profetizaron, como hacían los apóstoles
y los primeros
convertidos gentiles. Aunque ahora no esperamos poderes milagrosos,
todos los que profesan ser
discípulos de Cristo deben ser llamados a que examinen si han recibido
el sello del Espíritu Santo
con sus influencias santificadoras, para la sinceridad de su fe. Muchos
no parecen haber escuchado
que hay un Espíritu Santo, y muchos consideran que es una ilusión todo
lo que se dice de su gracia
y sus consolaciones. De los tales puede preguntarse con propiedad: “¿En
qué, pues, fuisteis
bautizados?” Porque, evidentemente, desconocen el significado de este
signo externo del que
dependen tanto.
Vv. 8—12. Cuando las discusiones y las
persuasiones sólo endurecen a los hombres en la
incredulidad y la blasfemia, debemos separarnos, nosotros y otros, de
esa impía compañía. Agradó a
Dios confirmar la enseñanza de estos santos varones de antaño para que
si sus oyentes no les creían
a ellos, pudieran creer por sus obras.
Vv. 13—20. Era corriente, en especial entre los
judíos, que las personas trataran de expulsar
espíritus malignos. Si resistimos al diablo por fe en Cristo, él huirá
de nosotros, pero si pensamos en
resistirle usando el nombre de Cristo, o sus obras como conjuro o
encantamiento, Satanás nos
vencerá. Donde haya verdadera contrición del pecado, habrá una libre
confesión de pecado a Dios
en toda oración; y confesión a la persona que hayamos ofendido, cuando
el caso así lo requiera. Si
la palabra de Dios ha prevalecido entre nosotros, con toda seguridad que
muchos libros licenciosos,
infieles y malos serán quemados por sus dueños. ¿Estos convertidos de
Éfeso no se levantarán en
juicio contra los profesantes que trafican con tales obras por amor a
una ganancia o que se permiten
tener tales libros? Si deseamos ser honestos en la gran obra de la salvación,
debemos renunciar a
toda empresa y deseo que estorbe el efecto del evangelio en la mente o
que afloje su dominio en el
corazón.
Vv. 21—31. La gente que venía desde lejos a rendir
culto en el templo de Éfeso, compraba
pequeños santuarios de plata o modelos del templo, para llevárselos a
casa. Nótese aquí cómo los
artesanos se aprovechan de la superstición de la gente, y sirven sus
propósitos mundanos con ello.
Los hombres son celosos de aquello por lo cual obtienen sus riquezas, y
muchos se ponen en contra
del evangelio de Cristo porque saca a los hombres de todas las malas
artes, por mucha que sea la
ganancia que obtengan con ellas. Hay personas que defienden lo que es
más groseramente absurdo,
irracional y falso con que sólo tenga de su lado el interés mundano,
como en este caso en que
aquellos eran dioses hechos con sus propias manos. Toda la ciudad estaba
llena de confusión, que es
el efecto común y natural del celo por la religión falsa. —El celo por
el honor de Cristo, y el amor
por los hermanos, exhorta a los creyentes celosos a correr peligros. A
menudo surgen amigos de
entre aquellos que son ajenos a la verdadera religión, pero que han
visto la conducta honesta y
coherente de los cristianos.
Vv. 32—41. Los judíos pasaron adelante en este
tumulto. Los que así se preocupan de
distinguirse de los siervos de Cristo ahora, temiendo ser confundidos
con ellos, tendrán su
correspondiente condena en el gran día. Uno que tenía autoridad acalló,
por fin, el barullo. Muy
buena regla en todo tiempo, tanto para los asuntos públicos como
privados, es no apresurarse a
actuar, sino tomarse tiempo para pensar y mantener siempre controladas
nuestras pasiones.
Debemos conservar la serenidad y no hacer nada con aspereza, ni
precipitación de lo que tengamos
que arrepentirnos después. Los métodos habituales de la ley siempre
deben detener los tumultos
populares, cosa que será así en las naciones bien gobernadas. La mayoría
de la gente se maravilla
ante los juicios de los hombres más que del juicio de Dios. ¡Qué bueno
sería si acalláramos de este
modo nuestras pasiones y apetitos desordenados, considerando la cuenta
que debemos rendir dentro
de poco al Juez de cielo y tierra! Nótese cómo mantiene la paz pública
la providencia suprema de
Dios, por un poder inexplicable sobre los espíritus de los hombres. Así
se mantiene al mundo con
cierto orden y se frena a los hombres para que no se coman unos a otros.
Apenas miramos a nuestro
alrededor sin ver hombres que se comportan como Demetrio y los
artífices. Contender con bestias
salvajes es tan seguro como con los hombres enfurecidos por el celo
partidario y la codicia
desencantada, que piensan que todos los argumentos quedan sin respuesta,
cuando han mostrado
que ellos se enriquecen por medio de las prácticas a las cuales surgió
oposición. Cualquiera sea el
bando que este espíritu adopte en las disputas religiosas, o cualquiera
sea el nombre que tome, es
tan mundano que debe ser repudiado por todos los que guardan la verdad y
la piedad. No
desfallezcamos: el Señor de lo alto es más poderoso que el ruido de
muchas aguas; Él puede
aquietar la furia de la gente.
CAPÍTULO XX
Versículos 1—6. Los viajes de
Pablo. 7—12. Eutico es
restaurado a la vida. 13—16. Pablo
viaja a
través de Jerusalén. 17—27. El sermón de Pablo a los ancianos de Éfeso. 28—38. La despedida de
ellos.
Vv. 1—6. Los tumultos o la resistencia pueden
constreñir al cristiano para irse de su lugar de
trabajo o cambiar su propósito, pero su obra y su placer serán los
mismos dondequiera que vaya.
Pablo pensó que valía la pena emplear cinco días para ir a Troas, aunque
tuvo que estar siete días,
pero sabía, y así debiéramos nosotros, redimir aun el tiempo de viaje
haciendo que se volviera en
algo provechoso.
Vv. 7—12. Aunque los discípulos leían, y
meditaban, oraban y cantaban a solas, y así mantenían
su comunión con Dios, de todos modos se reunían para adorar a Dios y así
mantener la comunión
de unos con otros. Se reunían en el primer día de la semana, el día del
Señor. Debe ser observado
religiosamente por todos los discípulos de Cristo. Al partir el pan se
conmemora no sólo el cuerpo
de Cristo partido por nosotros, para ser sacrificio por nuestros
pecados; representa al cuerpo de
Cristo partido para nosotros como alimento y fiesta para nuestras almas.
En los primeros tiempos se
acostumbraba a recibir la cena del Señor cada día del Señor, celebrando
así la memoria de la muerte
de Cristo. —Pablo predicó en esta asamblea. La predicación del evangelio
debe ir unida a los
sacramentos. Ellos estaban dispuestos a oír, él vio que era así, y
alargó su sermón hasta la
medianoche. —Dormirse cuando se escucha la palabra es mala señal, señal
de poca estima de la
palabra de Dios. Debemos hacer lo que podamos para no dormirnos; no
dormirnos sino lograr que
nuestro corazón sea afectado por la palabra que oímos de forma que
echemos lejos el sueño. La
enfermedad requiere ternura, pero el desprecio merece severidad.
Interrumpió la predicación del
apóstol, pero para confirmar su predicación. —Eutico fue devuelto a la
vida. Como no sabían
cuando tendrían nuevamente la compañía de Pablo, la aprovecharon lo
mejor que pudieron y
reconocieron que perder una noche de sueño era bueno para tal propósito.
¡Con cuánta rareza se
pierden horas de reposo con el propósito de la devoción, pero con cuánta
frecuencia se hace por la
mera diversión o jolgorio pecaminoso! ¡Tanto cuesta que la vida
espiritual florezca en el corazón
del hombre y tan natural es que allí florezcan las costumbres carnales!
Vv. 13—16. Pablo se apresuró a partir hacia
Jerusalén, pero trató de hacer el bien en el camino,
cuando iba de lugar en lugar, como debe hacer todo hombre bueno. Muy a
menudo debemos
contrariar nuestra voluntad y la de nuestros amigos al hacer la obra de
Dios; no debemos perder
tiempo con ellos cuando el deber nos llama a otro lado.
Vv. 17—27. Los ancianos sabían que Pablo no era
hombre interesado en sí mismo ni
manipulador. Los que sirven al Señor en algún oficio en forma aceptable
y provechosa para el
prójimo, deben hacerlo con humildad. Él era un predicador simple, uno que decía el mensaje para
que se entendiera. Él era un predicador poderoso, predicaba el evangelio como testimonio a ellos si
lo recibían, pero como testimonio contra ellos si lo rechazaban. Era un predicador de provecho, que
tenía la mira de informar sus juicios y reformar sus corazones y vidas.
Era un predicador sufrido,
muy esforzado en su obra. Era un predicador fiel, que no se reservaba los reproches
cuando eran
necesarios, ni dejaba de predicar la cruz. Era un predicador
verdaderamente cristiano evangélico, no
predicaba de temas o nociones dudosas, ni de los asuntos de estado o el
gobierno civil; predicaba la
fe y el arrepentimiento. No puede darse un mejor resumen de estas cosas
sin las cuales no hay
salvación: el arrepentimiento para con Dios, y la fe en nuestro Señor
Jesucristo, con sus frutos y
efectos. Ningún pecador puede escapar sin ellos, y nadie quedará fuera
de la vida eterna con estos.
Que no se piense que Pablo se fue de Asia por miedo a la persecución; él
estaba esperando
problemas, pero resolvió seguir adelante bien seguro de que era por
mandato divino. Gracias a Dios
que no sabemos las cosas que nos sucederán durante el año, la semana, o
el día que ha empezado.
Para el hijo de Dios basta con saber que su fuerza será igual a su día.
No sabe ni quiere saber qué le
traerá el día por delante. Las influencias poderosas del Espíritu Santo
enlazan al cristiano verdadero
con su deber. Aunque espere persecución y aflicción, el amor de Cristo
le constriñe a seguir.
Ninguna de estas cosas sacó a Pablo de su tarea; no le privaron de su
consuelo. La actividad de
nuestra vida es proveer para una muerte gozosa. —Creyendo que esta era
la última vez que le
verían, él apela de su integridad. Les había predicado todo el consejo
de Dios. Al predicarles
puramente el evangelio, se los había predicado, así, completo; él hizo
fielmente su obra ya fuera que
los hombres lo soportaran o lo rechazaran.
Vv. 28—38. Si el Espíritu Santo ha hecho ministros
supervisores del rebaño, esto es, pastores,
ellos deben ser leales a su cometido. Que consideren el interés de su
Maestro por el rebaño
encargado a su cuidado: es la Iglesia que Él compró con su sangre. La
sangre era la suya en cuanto
Hombre; tan íntima es la unión de la naturaleza divina y la humana que
aquí es llamada sangre de
Dios, porque era la sangre de Aquel que es Dios. Eso le confiere tal
valor y dignidad como para
rescatar a los creyentes de todo mal y adquirir todo lo bueno. Pablo
habló de sus almas con afecto y
preocupación. —Estaban muy preocupados por lo que sería de ellos. Pablo
los guía a mirar a Dios
con fe, y los encomienda a la palabra de la gracia de Dios, no sólo como
fundamento de su
esperanza y su fuente de gozo, sino como la regla de su andar. Los
cristianos más maduros son
capaces de crecer y hallarán que la palabra de gracia ayuda a su
crecimiento. Como los que no están
santificados no pueden ser huéspedes bienvenidos para el santo Dios, así
el cielo no será cielo para
ellos, pero está asegurado para todos los que nazcan de nuevo, y en
quienes se ha renovado la
imagen de Dios, puesto que el poder omnipotente y la verdad eterna así
lo hacen. Él se pone a sí
mismo como ejemplo para ellos de no preocuparse por las cosas de este
mundo actual; hallarán que
esto les ayudara para un paso cómodo a través de él. Podría parecer un
dicho duro; por lo que Pablo
agrega un dicho de su Maestro, que desea que siempre recuerden: “Más
bienaventurado es dar que
recibir”, parece que eran palabras usadas a menudo con sus discípulos.
La opinión de los hijos de
este mundo es contraria a esto; ellos temen dar a menos que esperen
recibir. La ganancia clara es
para ellos la cosa más bendita que pueda haber; pero Cristo nos dice qué
es más bienaventurado,
más excelente. Nos hace más como Dios, que da a todos y recibe de nadie;
y al Señor Jesús que
andaba haciendo el bien. Que también esté en nosotros el sentir que
había en Cristo Jesús. —
Cuando los amigos se separan es bueno que se separen orando. Los que
exhortan y oran, los unos
por los otros, pueden tener muchas temporadas de llanto y separaciones
dolorosas, pero se reunirán
ante el trono de Dios para nunca más separarse. Para todos fue consuelo
que la presencia de Cristo
fuera con él y se quedara con ellos.
CAPÍTULO XXI
Versículos 1—7. El viaje de Pablo a
Jerusalén. 8—18. Pablo
en Cesarea. La profecía de Agabo.—
Pablo en Jerusalén. 19—26. Convencido para cumplir con las ceremonias. 27—40. Peligrando
a causa de los judíos, es rescatado por los romanos.
Vv. 1—7. Debemos reconocer la providencia cuando
nos salen bien las cosas. Dondequiera que
fuera Pablo, preguntaba cuántos discípulos había ahí y los buscaba.
Previendo sus problemas, por
amor a él, y preocupación por la iglesia, ellos pensaron,
equivocadamente, que sería más para la
gloria de Dios que siguiera libre, pero su celo para disuadirlo volvió
más ilustre su santa resolución.
Él nos ha enseñado con el ejemplo y por la regla, a orar sin cesar. El
último adiós de ellos fue
endulzado con oración.
Vv. 8—18. Pablo había sido expresamente advertido
de sus problemas para que, cuando
llegaran, no fueran sorpresa ni terror para él. Debemos darle el mismo
uso a la noticia general que
se nos da de que debemos entrar al reino de Dios a través de mucha
tribulación. El llanto de ellos
empezó a debilitar y desanimar la resolución de ellos. ¿No nos dijo
nuestro Maestro que tomemos
nuestra cruz? Para él fue un problema que ellos lo presionaran con tanta
insistencia para hacer
aquello con que no podía satisfacerlos sin dañar su propia conciencia.
Cuando vemos que se acercan
problemas no sólo nos corresponde decir, debe cumplirse la voluntad del Señor, y no hay más
remedio, sino que se
cumpla la voluntad del Señor, porque su voluntad es su sabiduría y Él hace
todo conforme a su consejo. Debe apaciguar nuestro pesar que se cumple la voluntad del Señor
cuando llega un problema; debe silenciar nuestros temores cuando lo
vemos venir que se cumplirá
la voluntad del Señor, y debemos decir: Amén, que se cumpla. —Honroso es ser un discípulo viejo
de Jesucristo, haber sido capacitado por la gracia de Dios para seguir
por largo tiempo en el curso
del deber, constante en la fe, creciendo más y más experimentado a una
buena vejez. Uno debiera
optar por habitar con estos discípulos viejos, porque la multitud de sus
años enseñará sabiduría. —
Muchos hermanos de Jerusalén recibieron alegremente a Pablo. Pensamos
que, quizá si lo
tuviéramos con nosotros, lo recibiríamos con gozo, pero no lo haríamos
si, teniendo su doctrina, no
la recibimos con gozo.
Vv. 19—26. Pablo atribuye todo su éxito a Dios y a
Dios da la alabanza. Dios le había honrado
más que a ninguno de los apóstoles, aunque ellos no lo envidiaban, pero
por el contrario,
glorificaban al Señor. Ellos no podían hacer más que exhortar a Pablo
para que siguiera alegremente
en su obra. Santiago y los ancianos de la iglesia de Jerusalén, le
pidieron a Pablo que satisficiera a
los judíos creyentes con el cumplimiento de algún requisito de la ley
ceremonial. Ellos pensaron
que era prudente que se conformara hasta ese punto. Fue una gran
debilidad querer tanto la sombra
cuando había llegado la sustancia. —La religión que Pablo predicaba no
tendía a destruir la ley, sino
a cumplirla. Él predicaba a Cristo, el fin de la ley por la justicia, el
arrepentimiento y la fe, con que
tenemos que usar mucho la ley. La debilidad y la maldad del corazón
humano aparecen fuertemente
cuando consideramos cuántos, siendo discípulos de Cristo, no tuvieron
debida consideración hacia
el ministro más eminente que haya vivido jamás. La excelencia de su
carácter ni el éxito con que
Dios bendijo sus labores no pudieron ganarle la estima y el afecto de
ellos, que veían que él no
rendía el mismo respeto que ellos a las observancias ceremoniales. ¡Cuán
cuidadosos debemos ser
con los prejuicios! Los apóstoles no estuvieron libres de culpa en todo
lo que hicieron, y sería difícil
defender a Pablo de la acusación de ceder demasiado en esta materia.
Vano es tratar de conseguir el
favor de los zelotes o fanáticos de un partido. Este cumplimiento de
Pablo no sirvió, por lo mismo
con que esperaba apaciguar a los judíos, los provocó y lo metió en
problemas, pero el Dios
omnisciente pasó por alto el consejo de ellos y el cumplimiento de
Pablo, para servir un propósito
mejor de lo que se pensaba. Era vano tratar de complacer a los hombres
que no se agradarían con
nada sino la destrucción del cristianismo. Es más probable que la
integridad y la rectitud nos
preserven más que los cumplimientos mentirosos. Esto debiera advertirnos
para no presionar a los
hombres para que hagan lo contrario a su propio juicio por complacernos.
Vv. 27—40. En el templo, donde Pablo debiera haber
estado protegido por ser lugar seguro, fue
violentamente atacado. Lo acusaron falsamente de mala doctrina y de mala
costumbre contra las
ceremonias mosaicas. No era nada nuevo para quienes tienen intenciones
honestas y actúan
conforme a la regla, que les acusen de cosas que no conocen y en las que
nunca pensaron. Común
es para el sabio y bueno que la gente mala le acuse de aquello con que
creyeron agradarlos. —Dios
suele hacer que protejan a su pueblo los que no los quieren, sino sólo
se compadecen de los que
sufren y se preocupan por la paz pública. Véase aquí con qué nociones
falsas y equivocadas de la
gente buena y de los buenos ministros se van muchos. Pero Dios
interviene oportunamente para
asegurar a sus siervos contra los hombres malos e irracionales; y les da
oportunidades para que
hablen defendiendo el Redentor y difundiendo ampliamente su glorioso
evangelio.
CAPÍTULO XXII
Versículos 1—11. Pablo relata su
conversión. 12—21. Pablo
es dirigido a predicar a los gentiles.
22—30. La furia de los judíos.—Pablo alega que
es ciudadano romano.
Vv. 1—11. El apóstol se dirigió a la multitud
enfurecida con su estilo acostumbrado de respeto y
buena voluntad. Pablo relata con mucho detalle la historia de su vida
anterior, comenta que su
conversión fue por completo un acto de Dios. Los pecadores condenados
son enceguecidos por el
poder de las tinieblas, y es ceguera perdurable, como la de los judíos
incrédulos. Los pecadores en
convicción de pecado son enceguecidos, como Pablo, no por las tinieblas sino
por la luz. Por un
tiempo son llevados a pérdida dentro de sí mismos, pero es para que su
ser sea iluminado. El simple
relato de los tratos del Señor con nosotros, llevándonos de la oposición
a profesar y fomentar su
evangelio, si se hace con un espíritu y modo correcto, suele impresionar
más que los discursos
elaborados, aunque no equivalga a una prueba plena de la verdad, como se
demuestra en el cambio
obrado en el apóstol.
Vv. 12—21. El apóstol pasa a relatar cómo fue
confirmado en el cambio que había hecho.
Habiendo escogido el Señor al pecador, para que conozca su voluntad, es
humillado, iluminado y
llevado al conocimiento de Cristo y su bendito evangelio. Aquí se llama
a Cristo el Justo, porque es
Jesucristo el Justo. A los que escoge Dios para que conozcan su
voluntad, deben mirar a Jesús,
porque por Él nos ha dado Dios a conocer su buena voluntad. —El gran
privilegio del evangelio,
sellado en nosotros por el bautismo, es el perdón de pecados. Bautizaos
y lavaos vuestros pecados,
esto es, recibid el consuelo del perdón de vuestros pecados en y por
medio de Jesucristo, recibid su
justicia para ese fin, y recibid poder contra el pecado, para
mortificación de vuestras corrupciones.
Bautizaos, pero no os apoyéis en el signo, sino aseguraos de la cosa significada,
de la eliminación
de la inmundicia del pecado. El gran deber del evangelio, al cual
estamos ligados por nuestro
bautismo es buscar el perdón de nuestros pecados en el nombre de Cristo
dependiendo de Él y de su
justicia. —Dios asigna a sus trabajadores su día y lugar y es apropiado
que ellos desempeñen su
designación, aunque sea contraria a su voluntad. La providencia nos
administra mejor que nosotros
mismos; debemos encomendarnos a la dirección de Dios. Si Cristo manda a
alguien, su Espíritu va
con él y le concede que vea el fruto de sus labores, pero nada puede
reconciliar el corazón del
hombre con el evangelio fuera de la gracia especial de Dios.
Vv. 22—30. Los judíos oyeron el relato que Pablo
hizo de su conversión, pero la mención de
que era enviado a los gentiles era tan contraria a todos sus prejuicios
nacionales que no quisieron oír
más. La frenética conducta de ellos asombró al oficial romano, que
supuso que Pablo debió
perpetrar algún delito inmenso. —Pablo alegó su privilegio de ciudadano
romano que le eximía de
todos los juicios y castigos que pudieran forzarlo a confesarse
culpable. Su manera de hablar
demuestra claramente cuánta seguridad santa y serenidad mental
disfrutaba. —Como Pablo era
judío en circunstancias adversas, el oficial romano le interrogó cómo
había obtenido tan valiosa
distinción, pero el apóstol le dijo que había nacido libre. Valoremos la
libertad en la cual nacen
todos los hijos de Dios, que ninguna suma de dinero, por grande que sea,
puede comprar para los
que siguen sin ser regenerados. Esto puso fin de inmediato a su
problema. De esta manera, a
muchos se les impide hacer cosas malas por temor al hombre, cuando no se
los impediría el temor
de Dios. El apóstol pregunta, sencillamente, ¿es lícito? Sabía que el
Dios al cual servía le sostendría
en todos los sufrimientos por amor de su nombre, pero si no era lícito,
la religión del apóstol le
dirigía a evitarlo si era posible. Él nunca se retrajo de una cruz que
su Maestro divino le pusiera en
su camino hacia delante; y nunca dio un paso fuera de ese camino por
tomar una.
CAPÍTULO XXIII
Versículos 1—5. La defensa de Pablo
ante el concilio de los judíos. 6—11. La defensa de Pablo.—
Recibe la garantía divina de que irá a Roma. 12—24. Los judíos conspiran para matar a
Pablo.—Lisias lo manda a Cesarea. 25—35. La carta de Lisias a Félix.
Vv. 1—5. Véase aquí el carácter de un hombre
honesto. Pone a Dios delante de sí y vive como
delante de su vista. Toma conciencia de lo que dice y hace, se resguarda
de lo malo conforme a lo
mejor de su discernimiento, y se aferra a lo bueno. Es consciente de
todas sus palabras y de su
conducta. Los que viven así delante de Dios pueden, como Pablo, tener
confianza en Dios y en el
hombre. Aunque la respuesta de Pablo contenía un justo reproche y un
anuncio, parece haber estado
demasiado enojado por el trato que recibió al darla. A los grandes
hombres se les puede hablar de
sus faltas, y se puede efectuar quejas públicas de una manera apropiada,
pero la ley de Dios requiere
respeto por los que están en autoridad.
Vv. 6—11. Los fariseos estaban en lo correcto
acerca de la fe de la iglesia judía. Los saduceos
no eran amigos de la Escritura ni de la revelación divina; ellos negaban
el estado futuro; no tenían la
esperanza de la dicha eterna, ni temor de la miseria eterna. Cuando
Pablo fue cuestionado por ser
cristiano, pudo decir verazmente que había sido cuestionado por la
esperanza de la resurrección de
los muertos. En él fue justificable, por esta confesión de su opinión
sobre este punto debatido, hacer
que los fariseos cesaran de perseguirlo y llevarlos a que le protegieron
de esta violencia ilícita. ¡Con
cuánta facilidad puede Dios defender su propia causa! Aunque los judíos
parecían estar
perfectamente de acuerdo en su conspiración contra la religión, sin
embargo, estaban influidos por
motivos muy diferentes. No hay amistad verdadera entre los malos, y en
un momento y con gran
facilidad Dios puede tornar su unión en enemistad declarada. Las
consolaciones divinas sostuvieron
a Pablo en la mayor paz; el capitán jefe lo rescató de las manos de los
hombres crueles, pero no
pudo decir por qué. No debemos temer a quien esté en contra de nosotros
si el Señor está con
nosotros. La voluntad de Cristo es que sus siervos que son fieles
siempre estén jubilosos. Podía
pensar que nunca más vería a Roma, pero Dios le dice que hasta en eso él
será satisfecho, puesto
que desea ir allá sólo por la honra de Cristo y para hacer el bien.
Vv. 12—24. Los falsos principios religiosos
adoptados por los hombres carnales nos instan a tal
maldad, de la que difícilmente se supusiera que la naturaleza humana
fuese capaz. Pero el Señor
desbarata prontamente los planes de iniquidad mejor concertados. Pablo
sabía que la providencia
divina actúa por medios razonables y prudentes y que, si él descuidaba
el uso de los medios en su
poder, no podía esperar que la providencia de Dios obrara por cuenta
suya. El que no se ayude a sí
mismo conforme a sus medios y poder, no tiene razón ni revelación para
asegurarse de que recibirá
ayuda de Dios. Creyendo en el Señor seremos resguardados de toda mala
obra, nosotros y los
nuestros, y seremos guardados para su reino. Padre celestial, danos esta
fe preciosa por tu Espíritu
Santo por amor a Cristo.
Vv. 25—35. Dios tiene instrumentos para toda obra.
Las habilidades naturales y las virtudes
morales del pagano han sido frecuentemente empleadas para proteger a sus
siervos perseguidos.
Hasta los hombres del mundo pueden discernir entre la conducta
consciente de los creyentes rectos
y el celo de los falsos profesantes, aunque rechacen o no entiendan sus
principios doctrinales. Todos
los corazones están en la mano de Dios, y son bendecidos quienes ponen
su confianza en Él y le
encomiendan sus caminos.
CAPÍTULO XXIV
Versículos 1—9. El discurso de
Tértulo contra Pablo. 10—21. La
defensa de Pablo ante Félix. 22
—27. Félix tiembla ante el razonamiento de
Pablo.
Vv. 1—9. Aquí vemos la desdicha de los grandes
hombres, y es una gran desgracia que le alaben
sus servicios más allá de toda medida, sin que nunca se le hable
fielmente de sus faltas; por eso, se
endurecen y animan en el mal, como Félix. A los profetas de Dios se les
acusó de ser los
perturbadores de la tierra, y a nuestro Señor Jesucristo, de pervertir a
la nación; las mismas
acusaciones fueron formuladas contra Pablo. Las malas pasiones egoístas
de los hombres les
impelen adelante y las gracias y el poder del habla han sido usados
frecuentemente para dirigir mal
y prejuiciar a los hombres contra la verdad. ¡Cuán diferentes serán los
caracteres de Félix y Pablo
en el día del juicio, según son representados en el discurso de Tértulo!
Que los cristianos no valoren
el aplauso y ni se turben por los reproches de los hombres impíos, que
presentan casi como dioses a
los más viles de la raza humana, y como pestes y promotores de sedición
a los excelentes de la
tierra.
Vv. 10—21. Pablo da un justo relato de sí mismo que
lo exonera de delito e igualmente muestra
la verdadera razón de la violencia contra él. No seamos sacados de un
camino bueno porque tenga
mala fama. Al adorar a Dios muy consolador es considerarle como el Dios de
nuestros padres, sin
establecer ninguna otra regla de fe o conducta que no sean las
Escrituras. Esto muestra aquí que
habrá una resurrección para el juicio final. Los profetas y sus
doctrinas tenían que probarse por sus
frutos. —La mira de Pablo era tener una conciencia desprovista de
ofensa. Su interés y finalidad era
abstenerse de muchas cosas y abundar en todos los momentos en los
ejercicios de la religión con
Dios y con el hombre. Si nos culpan de ser más celosos en las cosas de
Dios que nuestro prójimo,
¿qué contestamos? ¿Nos encogemos ante la acusación? ¡Cuántos hay en el
mundo que prefieren ser
acusados de cualquier debilidad, sí, hasta de maldad, y no de un
sentimiento de amor, fervoroso y
anhelante por el Señor Jesucristo, y de consagración a su servicio!
¿Pueden los tales pensar que los
confesará cuando venga en su gloria y ante los ángeles de Dios? Si hay
una visión placentera para el
Dios de nuestra salvación, y una visión ante la cual se regocijan los
ángeles, es contemplar a un
seguidor devoto del Señor, aquí en la tierra, que reconoce que es
culpable, si fuese crimen, de amar
con todo su corazón, alma, mente y fuerza al Señor que murió por él. No
se puede quedar callado al
ver que se desprecia la palabra de Dios o escucha que se profana su nombre.
Este se arriesgará,
antes bien, al ridículo y al odio del mundo, antes que causar enojo a
ese ser bondadoso cuyo amor
es mejor que la vida.
Vv. 22—27. El apóstol razona acerca de la
naturaleza y las obligaciones de la justicia, la
templanza y del juicio venidero, demostrando así al juez opresor y a su
amante disoluta la necesidad
que tenían ellos del arrepentimiento, el perdón y la gracia del
evangelio. La justicia en relación a
nuestra conducta en la vida, particularmente con referencia al prójimo;
la templanza, al estado y
gobierno de nuestras almas con relación a Dios. El que no se ejercita en
estas no tiene ni la forma ni
el poder de la piedad y debe ser abrumado con la ira divina en el día de
la manifestación de Dios. —
La perspectiva del juicio venidero es suficiente para hacer que tiemble
el corazón más recio. Félix
tembló, pero eso fue todo. Muchos de los que se asombran con la palabra
de Dios, no son
cambiados por ella. Muchos temen las consecuencias del pecado pero continúan
amándolo y
practicándolo. Las demoras son peligrosas en los asuntos de nuestras
almas. Félix postergó este
asunto para un momento más propicio, pero no hallamos que haya llegado
nunca el momento más
conveniente. Considérese que es ahora el tiempo aceptadble: escucha hoy
la voz del Señor. Él tuvo
apuro para dejar de oír la verdad. ¡Había un asunto más urgente para él
que reformar su conducta o
más importante que la salvación de su alma! Los pecadores empiezan, a
menudo, como un hombre
que despierta de su sueño por un ruido fuerte pero pronto vuelve a
hundirse en su sopor habitual.
No os dejéis engañar por las apariencias ocasionales
en nosotros mismos o en el prójimo. Por sobre
todo no juguemos con la palabra de Dios. ¿Esperamos que se ablanden
nuestros corazones al ir
avanzando en la vida o que disminuya la influencia del mundo? ¿No
corremos en este momento el
peligro de perdernos para siempre? Ahora es el día de salvación; mañana
puede ser demasiado
tarde.
CAPÍTULO XXV
Versículos 1—12. Pablo ante Festo.—Apela
al César. 13—27. Festo
consulta con Agripa acerca de
Pablo.
Vv. 1—12. Véase cuán incansable es la maldad. Los
perseguidores consideran que es un favor
especial que su maldad sea satisfecha. Predicar a Cristo, el fin de la
ley, no era ofensa contra la ley.
—En los tiempos de sufrimiento se prueba la prudencia y la paciencia del
pueblo del Señor; ellos
necesitan sabiduría. Corresponde a quienes son inocentes insistir en su
inocencia. Pablo estaba
dispuesto a obedecer los reglamentos de la ley y dejar que siguieran su
curso. Si merecía la muerte,
aceptaría el castigo, pero si ninguna de las cosas de que se le acusaba
resultaba verdadera, nadie
podía entregarlo a ellos, con justicia. Pablo no es liberado ni
condenado. Este es un caso de los
pasos lentos que da la providencia por los cuales solemos ser
avergonzados de nuestras esperanzas
y de nuestros temores, y se nos mantiene esperando en Dios.
Vv. 13—27. Agripa tenía el gobierno de Galilea.
¡Cuántos juicios injustos y apresurados
condena la máxima romana!, versículo 16. Este pagano guiado sólo por la
luz de la naturaleza,
siguió exactamente la ley y las costumbres, pero ¡cuántos son los
cristianos que no siguen las reglas
de la verdad, la justicia y la caridad al juzgar a sus hermanos! Las
cuestiones sobre la adoración de
Dios, el camino de la salvación y las verdades del evangelio, pueden
parecer dudosa y sin interés a
los hombres mundanos y a los políticos. Véase con cuánta ligereza este
romano habla de Cristo, y
de la gran polémica entre judíos y cristianos. Pero se acerca el día en
que Festo y todo el mundo
verán que todos los intereses del imperio romano eran sólo fruslerías
sin consecuencia comparados
con esta cuestión de la resurrección de Cristo. Quienes tuvieron medios
de instrucción y los
despreciaron, serán horrorosamente convencidos de su pecado y necedad. —He
aquí una noble
asamblea reunida para oír las verdades del evangelio, aunque ellos sólo
querían satisfacer su
curiosidad asistiendo a la defensa de un prisionero. Aun ahora hay
muchos que van a los lugares
donde se oye la palabra de Dios con “gran pompa” y demasiado a menudo
sin mejor motivo que la
curiosidad. Aunque ahora los ministros no son prisioneros que deban
defender sus vidas, aun así
hay muchos que pretenden juzgarlos, deseosos de hacerlos ofensores por
una palabra, antes que
aprender de ellos la verdad y la voluntad de Dios para la salvación de
sus almas. La pompa de esta
comparecencia fue apagada por la gloria real del pobre prisionero en el
estrado. ¡Qué era el honor
del fino aspecto de ellos comparado con el de la sabiduría, y la gracia
y la santidad de Pablo, su
valor y su constancia para sufrir por Cristo! No es poca misericordia
que Dios aclare como la luz
nuestra justicia, y como el mediodía nuestro trato justo; sin que haya
nada cierto cargado en nuestra
contra. Dios hace que hasta los enemigos de su pueblo les hagan el bien.
CAPÍTULO XXVI
Versículos 1—11. La defensa de Pablo
ante Agripa. 12—23. Su
conversión y predicación a los
gentiles. 24—32. Festo
y Agripa convencidos de la inocencia de Pablo.
Vv. 1—11. El cristianismo nos enseña a dar razón
de la esperanza que hay en nosotros y, también, a
honrar a quien se debe rendir honores, sin halagos ni temor al hombre.
Agripa era bien versado en
las Escrituras del Antiguo Testamento, por tanto, podía juzgar mejor en
la polémica de que Jesús es
el Mesías. Ciertamente los ministros pueden esperar, cuando predican la
fe de Cristo, que se les oiga
con paciencia. Pablo confiesa que él aún adhería a todo lo bueno en que
fue primeramente educado
y preparado. Véase aquí cuál era su religión. Era un moralista, un hombre virtuoso, y no había
aprendido las artes de los astutos fariseos codiciosos; a él no se podía
acusar de ningún vicio franco
ni de profano. Era firme en la fe. Siempre había tenido santa
consideración por la antigua promesa
hecha por Dios a los padres, y edificado su esperanza sobre ella. El
apóstol sabía muy bien que todo
eso no lo justificaba ante Dios, pero sabía que era para su reputación
entre los judíos, y un
argumento de que no era la clase de hombre que ellos decían que era.
Aunque contaba esto como
pérdida para ganar a Cristo, aún así, lo menciona cuando sirve para
honrar a Cristo. —Véase aquí
cuál es la religión de Pablo;
él no tiene el celo por la ley ceremonial que tuvo en su juventud; los
sacrificios y las ofrendas designadas por ella, están terminadas por el
gran Sacrificio que ellas
tipificaban. No hace mención de los lavados ceremoniales y piensa que el
sacerdocio levítico
terminó por el sacerdocio de Cristo, pero en cuanto a los principales
fundamentos de su religión,
sigue tan celoso como siempre. Cristo y el cielo son las dos grandes
doctrinas del evangelio; que
Dios nos ha dado vida eterna, y esta vida está en su Hijo. Estos son el
tema de la promesa hecha a
los antepasados. El servicio del templo o el curso continuo de los
deberes religiosos, día y noche,
era mantenido como profesión de fe en la promesa de la vida eterna, y
como expectativa de ella. La
perspectiva de la vida eterna debe comprometernos a ser diligentes y
constantes en todos los
ejercicios religiosos. No obstante, los saduceos odiaban a Pablo por
predicar la resurrección; y los
otros judíos se unieron a ellos porque él testificaba que Jesús había resucitado
y que era el
prometido Redentor de Israel. Muchas cosas se piensan que están más allá
de la creencia, sólo
porque pasan por alto la naturaleza y las perfecciones infinitas de
quien las reveló, cumplió o
prometió. —Pablo reconoce que mientras fue fariseo, era un enemigo
enconado del cristianismo.
Este era su carácter y estilo de vida al comienzo de su tiempo; y había
toda clase de cosas que
obstaculizaban que él fuese cristiano. Quienes han sido más estrictos en
su conducta antes de la
conversión, después verán que hay muchos motivos para humillarse aún por
cosas que entonces
pensaban que debían hacerse.
Vv. 12—23. Pablo fue hecho cristiano por el poder
divino; por una revelación de Cristo a él y
en él, cuando estaba en el apogeo de su carrera de pecado. Fue hecho
ministro por autoridad divina:
el mismo Jesús que le apareció en esa luz gloriosa, le mandó predicar el
evangelio a los gentiles. El
mundo que está en tinieblas debe ser iluminado; deben ser llevados a
conocer las cosas que
corresponden a su paz eterna los que aún las ignoran. El mundo que yace
en la iniquidad debe ser
santificado y reformado; no basta con que a ellos se les haya abierto
los ojos, ellos deben tener
renovados sus corazones; no basta con ser vueltos desde la oscuridad a
la luz; deben volverse del
poder de Satanás a Dios. Todos los que son convertidos del pecado a
Dios, no sólo son perdonados;
tienen la concesión de una rica herencia. El perdón de pecados da lugar
a esto. Nadie que no sea
santo puede ser feliz; y para ser santos en el cielo debemos primero ser
santos en la tierra. Somos
hechos santos y salvados por fe en Cristo; por la cual confiamos en
Cristo como Jehová Justicia
nuestra, y nos entregamos a Él como Jehová nuestro Rey; por esto
recibimos la remisión de
pecados, el don del Espíritu Santo, y la vida eterna. —La cruz de Cristo
era una piedra de tropiezo
para los judíos, y ellos estaban furiosos porque Pablo predicaba el
cumplimiento de las predicciones
del Antiguo Testamento. Cristo debe ser el primero que resucitara de
entre los muertos; la Cabeza o
el Principal. Además, los profetas anunciaron que los gentiles serían
llevados a conocer a Dios por
medio del Mesías; ¿y en qué podían desagradarse los judíos de esto, con
justicia? Así, pues, el
convertido verdadero puede dar razón de su esperanza y una buena cuenta
del cambio manifiesto en
él. Pero por andar por ahí y llamar a los hombres a arrepentirse y ser
convertidos de esta manera,
muchísimas personas han sido culpadas y perseguidas.
Vv. 24—32. Nos corresponde, en todas las ocasiones,
decir palabras de verdad y sobriedad y,
entonces, no tendremos que turbarnos por las censuras injustas de los
hombres. Los seguidores
activos y esforzados del evangelio han sido frecuentemente despreciados
por soñadores o locos, por
creer tales doctrinas y tales hechos maravillosos; y por atestiguar que
la misma fe y diligencia, y
una experiencia como la de ellos, es necesaria para todos los hombres,
cualesquiera sea su rango,
para su salvación. Pero los apóstoles y los profetas, y el mismo Hijo de
Dios, fueron expuestos a
esta acusación; nadie tiene que conmoverse por eso cuando la gracia
divina los han hechos sabios
para salvación. Agripa vio que había mucha razón para el cristianismo.
Su entendimiento y su juicio
fueron convencidos momentáneamente, pero su corazón no fue cambiado. Su
conducta y
temperamento eran muy diferentes de la humildad y espiritualidad del
evangelio. Muchos de los
que están casi persuadidos
de ser religiosos, no están completamente persuadidos; están sometidos a
fuertes convicciones de su deber y de la excelencia de los caminos de
Dios, aunque no procuran sus
convicciones. —Pablo instaba que era interés de cada uno llegar a ser un
cristiano verdadero: que
hay gracia suficiente en Cristo para todos. Expresa su pleno
convencimiento de la verdad del
evangelio, la necesidad absoluta de fe en Cristo para salvación. La
salvación de la esclavitud es lo
que el evangelio de Cristo ofrece a los gentiles; a un mundo perdido.
Sin embargo, es con mucha
dificultad que se puede convencer a cualquier persona de que necesita la
obra de gracia en su
corazón, como necesaria para la conversión de los gentiles. Tengamos
cuidado de la vacilación fatal
de nuestra propia conducta; y acordémonos de cuánto dista el estar casi persuadido de ser cristiano,
de serlo por completo como es todo creyente verdadero.
CAPÍTULO XXVII
Versículos 1—11. Viaje de Pablo a
Roma. 12—20. Pablo y sus
compañeros amenazados por una
tempestad. 21—29. Recibe
una garantía divina de seguridad. 30—38. Pablo exhorta a los que
están con él. 39—44. El
naufragio.
Vv. 1—11. El consejo de Dios determinó, antes que
lo determinara el consejo de Festo, que Pablo
debía ir a Roma, porque Dios tenía allá obra para que él hiciera. Aquí
se estipula el rumbo que
siguieron y los lugares que tocaron. Con esto Dios estimula a los que
sufren por Él a que confíen en
Él; porque Él puede poner en los corazones de quienes menos se espera
que se hagan sus amigos.
—Los marineros deben aprovechar al máximo el viento, y de igual modo,
todos nosotros en nuestro
paso por el océano de este mundo. Cuando los vientos son contrarios
debemos seguir adelante tan
bien como podamos. —Muchos de los que no retroceden por las providencias
negativas, no salen
adelante por las providencias favorables. Muchos son los cristianos
verdaderos que se lamentan de
las preocupaciones de sus almas, que tienen mucho que hacer para
mantenerse en su posición. —
Todo puerto bueno no es puerto seguro. Muchos de los que muestran
respeto a los buenos ministros,
no siguen sus consejos. Sin embargo, el suceso convencerá a los
pecadores de la vanidad de sus
esperanzas y de la necedad de su conducta.
Vv. 12—20. Los que se lanzan al océano de este
mundo, con un buen viento, no saben con qué
tormentas pueden encontrarse, y por tanto, no deben dar por sentado que
hayan logrado su
propósito. No nos hagamos la expectativa de estar completamente a salvo,
sino hasta que entremos
al cielo. Ellos no vieron sol ni estrellas por muchos días. Así, a
veces, la tristeza es el estado del
pueblo de Dios en cuanto a sus asuntos espirituales: andan en tinieblas
y no tienen luz. —Véase
aquí qué es la riqueza del mundo: aunque codiciada como bendición, puede
que llegue el momento
en que sea una carga; no sólo demasiado pesada para llevarla a salvo,
sino suficientemente pesada
para hundir al que la tenga. Los hijos de este mundo pueden ser
dispendiosos con los bienes para
salvar su vida, pero son tacaños con sus bienes para las obras de piedad
y caridad, y para sufrir por
Cristo. Todo hombre preferiría hacer que zozobren sus bienes antes que
su vida, pero muchos
prefieren más bien que zozobre la fe y la buena conciencia antes que sus
bienes. El medio que
usaron los marineros no resultó, pero cuando los pecadores renuncian a
toda esperanza de salvarse a
sí mismos, están preparados para entender la palabra de Dios y para
confiar en su misericordia por
medio de Jesucristo.
Vv. 21—29. Ellos no escucharon al apóstol cuando
les advirtió del peligro; sin embargo, si
reconocen su necedad y se arrepienten de ella, él les habla consuelo y
alivio en medio del peligro.
La mayoría de la gente se mete en problemas porque no saben cuando están
bien; se dañan y se
pierden por apuntar a la enmienda de su condición, a menudo en contra
del consejo. —Obsérvese la
solemne confesión que hizo Pablo de su relación con Dios. Ninguna
tormenta ni tempestad puede
obstaculizar el favor de Dios hacia su pueblo dado que es ayuda siempre
cercana. Es consuelo para
los siervos fieles de Dios en dificultades que sus vidas serán
prolongadas en la medida que el Señor
tenga una obra para que ellos hagan. Si Pablo se hubiera comprometido
innecesariamente en mala
compañía, hubiera sido justamente lanzado con ellos, pero al llamarlo
Dios, aquellos son
preservados con él. Ellos te son dados; no hay mayor satisfacción para
un hombre bueno que saber
que es una bendición pública. Él los consuela con los consuelos con que
él mismo fue consolado.
Dios siempre es fiel, por tanto, estén siempre contentos todos los que
dependen de sus promesas.
Como decir y hacer no son dos cosas para Dios, tampoco creer y disfrutar
deben serlo para
nosotros. La esperanza es el ancla del alma, segura y firme, que entra
hasta dentro del velo. Que los
que están en tinieblas espirituales se sostengan firme de esto y no
piensen en zarpar de nuevo, sino
en permanecer en Cristo y esperar que alboree el día y las sombras
huyan.
Vv. 30—38. Dios que determinó el fin, que ellos
sean salvados, determinó el medio, que fueran
salvados por la ayuda de estos marineros. El deber es nuestro, los
sucesos son de Dios; no
confiamos en Dios, pero le tentamos cuando decimos que nos ponemos bajo
su protección, si no
usamos los medios apropiados para nuestra seguridad, como los que están
a nuestro alcance. —
¡Pero cuán egoístas son en general los hombres que, a menudo están
listos para procurar su propia
seguridad por la destrucción del prójimo! Dichosos quienes tienen en su
compañía a uno como
Pablo, que no sólo tiene relación con el Cielo, sino que era espíritu
vivificante para quienes le
rodeaban. La tristeza según el mundo produce muerte, mientras el gozo en
Dios es vida y paz, en las
angustias y peligros más grandes. —El consuelo de las promesas de Dios
puede ser nuestro sólo si
dependemos con fe de Él para que cumpla su palabra en nosotros; la
salvación que Él revela hay
que esperarla en el uso de los medios que Él determina. Si Dios nos ha
escogido para salvación,
también ha determinado que la obtengamos por el arrepentimiento, la fe,
la oración y la obediencia
perseverante; presunción fatal es esperarla en alguna otra manera.
Estímulo para la gente es
encomendarse a Cristo como su Salvador cuando quienes invitan, muestran
claramente que así lo
hacen ellos mismos.
Vv. 39—44. El barco que había capeado la tormenta
en el mar abierto, donde había espacio, se
rompe en pedazos cuando está amarrado. Así, está perdido el corazón que
fija en el mundo sus
afectos, y se aferra a éste. Las tentaciones de Satanás lo golpean y se
acaba, pero hay esperanza en
tanto se mantenga por encima del mundo, aunque zarandeado con afanes y
tumultos. Ellos tenían la
costa a la vista, pero zozobraron en el puerto; así se nos enseña que
nunca nos sintamos seguros. —
Aunque hay grandes dificultades en el camino de la salvación prometida,
se producirá sin falta.
Sucederá no importa cuántas sean las pruebas y peligros, porque en el
debido momento todos los
creyentes llegarán a salvo al cielo. Señor Jesús, tú nos aseguraste que
ninguno de los tuyos perecerá.
Tú los llevarás a todos a salvo a la playa celestial. ¡Y cuán placentero
será ese desembarco! Tú los
presentarás a tu Padre, y darás a tu Espíritu Santo la plena posesión de
ellos para siempre.
CAPÍTULO XXVIII
Versículos 1—10. Pablo es bien
recibido en Malta. 11—16. Llega
a Roma. 17—22. Su
conferencia
con los judíos. 23—31. Pablo predica a los judíos y permanece en Roma como prisionero.
Vv. 1—10. Dios puede hacer que los extraños sean
amigos; amigos en la angustia. Quienes son
despreciados por sus maneras acogedoras suelen ser más amistosos que los
más educados; y la
conducta de los paganos, o de las personas calificadas de bárbaros,
condena a muchos en las
naciones civilizadas, que profesan ser cristianas. —La gente pensó que
Pablo era un asesino, y que
la víbora fue enviada por la justicia divina para que fuera la vengadora
de la sangre. Sabían que hay
un Dios que gobierna el mundo, de modo que las cosas no acontecen por
casualidad, no, ni el
suceso más mínimo, sino que todo es por dirección divina; y que el mal
persigue a los pecadores;
que hay buenas obras que Dios recompensará, y malas obras que castigará.
Además, que el
asesinato es un delito horrible y que no pasará mucho tiempo sin que sea
castigado. Pero pensaban
que todos los malos eran castigados en esta vida. Aunque algunos son
hechos ejemplos en este
mundo para probar que hay un Dios y una providencia, aún muchos son
dejados sin castigar para
probar que hay un juicio venidero. También pensaban que era gente mala
todos los que eran
notablemente afligidos en esta vida. La revelación divina pone este
asunto bajo la luz verdadera.
Los hombres buenos suelen ser sumamente afligidos en esta vida para la
prueba y el aumento de su
fe y paciencia. —Fijaos en la liberación de Pablo ante el peligro. Y,
así, en el poder de la gracia de
Cristo, los creyentes se sacuden las tentaciones de Satanás con santa
resolución. Cuando
despreciamos las censuras y los reproches de los hombres, y los miramos
con santo desprecio,
teniendo el testimonio de nuestras conciencias, entonces, como Pablo,
sacudimos a la víbora
tirándola al fuego. No nos hace daño excepto si por ello nos mantenemos
fuera de nuestro deber.
Con eso Dios hace notable a Pablo para esa gente y, de ese modo, abrió
el camino para la recepción
del evangelio. El Señor levanta amigos para su pueblo en todo lugar
donde los lleve, y los hace
bendición para los afligidos.
Vv. 11—16. Los acontecimientos corrientes de los
viajes raramente son dignos de ser narrados,
pero merece mención particular el consuelo de la comunión con los
santos, y la bondad mostrada
por los amigos. Los cristianos de Roma estaban tan lejos de avergonzarse
por Pablo, o de tener
miedo de reconocerlo porque él era un prisionero, que tuvieron más
cuidado en mostrarle respeto.
Tuvo mucho consuelo con esto. Y, si nuestros amigos son buenos con
nosotros, Dios lo ha puesto en
sus corazones y debemos dar a Él la gloria. Cuando vemos, aún en el
extranjero, a los que llevan el
nombre de Cristo, temen a Dios y le sirven, debemos elevar nuestros
corazones al cielo en acción de
gracias. ¡Cuántos hombres grandes han hecho su entrada en Roma,
coronados y llevados en triunfo,
siendo realmente plagas para el mundo! Pero he aquí a un hombre bueno
que hace su entrada en
Roma encadenado como pobre cautivo, siendo para el mundo una bendición
más grande que
cualquier otro humano. ¿No basta esto para dejar de pavonearnos por el
favor mundano? —Esto
puede animar a los prisioneros de Dios, porque Él puede darles favor
ante los ojos de los que los
llevan presos. Cuando Dios no libra pronto a su pueblo de la esclavitud,
de todos modos se las hace
ligera o los calma mientras están sometidos a ella, y tienen razón para
estar agradecidos.
Vv. 17—22. Fue para honra de Pablo que los que
examinaron su caso, lo exoneraran. En su
apelación no procuró acusar a su nación, sino sólo aclarar su condición.
—El cristianismo verdadero
establece lo que es de interés común para toda la humanidad, y no se
edifica sobre las opiniones
estrechas ni sobre intereses privados. No apunta a ningún beneficio o
ventaja mundana, pero todas
sus ganancias son espirituales y eternas. La suerte de la santa religión
de Cristo es, y siempre ha
sido, que hablen en contra de ella. Obsérvese en toda ciudad y pueblo
donde se enaltezca a Cristo
como el único Salvador de la humanidad, y donde la gente es llamada a
seguirlo a la vida nueva, y
nótese que aún son tratados de secta, de partido, y se reprocha a los
que se entregan a Cristo. Y este
es el trato que recibirán con seguridad, mientras haya un hombre impío
sobre la tierra.
Vv. 23—31. Pablo persuadió a los judíos acerca de
Jesús. Algunos fueron trabajados por la
palabra y otros, endurecidos; algunos recibieron la luz, y otros
cerraron sus ojos contra ella. Este ha
sido siempre el efecto del evangelio. Pablo se separó de ellos
observando que el Espíritu Santo
había descrito bien el estado de ellos. Todos los que oyen el evangelio,
sin obedecerlo, tiemblen
ante su sino, porque, ¿quién los sanará si Dios no? —Los judíos
razonaron mucho entre ellos,
después. Muchos de los que tienen un gran razonamiento no razonan
correctamente. Hallan
defectuosas las opiniones de unos y otros, pero no se rinden a la
verdad. Ni tampoco los convencerá
el razonamiento de los hombres, si la gracia de Dios no les abre el
entendimiento. Mientras nos
dolemos por los desdeñosos, debemos regocijarnos que la salvación de
Dios sea enviada a otros que
la recibirán; si somos de ese grupo, debemos estar agradecidos de Aquel
que nos ha hecho diferir. El
apóstol se adhirió a su principio de no conocer ni predicar otra cosa
sino a Cristo, y éste crucificado.
Cuando los cristianos son tentados por su ocupación principal, deben
retrotraerse con esta pregunta,
¿qué tiene que ver esto con el Señor Jesús? ¿Qué tendencia hay en eso
que nos lleve a Él y nos
mantenga caminando en Él? El apóstol no se predicaba a sí mismo, sino a
Cristo y no se
avergonzaba del evangelio de Cristo. —Aunque a Pablo lo pusieron en una
condición muy estrecha
para ser útil, no se sintió perturbado por ella. Aunque no era una
puerta ancha la que se le abrió a él,
sin embargo, no toleró que nadie la cerrara; y para muchos era una
puerta eficaz, de modo que hubo
santos hasta en la casa de Nerón, Filipenses iv, 22. También de
Filipenses i, 13, aprendemos cómo
Dios pasa por alto la prisión de Pablo para el avance del evangelio. Y
no sólo los residentes de
Roma, sino toda la iglesia de Cristo, hasta el día presente, y en el
rincón más remoto del planeta,
tienen mucha razón para bendecir a Dios porque él fuera detenido como
prisionero durante el
período más maduro de su vida cristiana. Fue desde su prisión,
probablemente encadenado mano a
mano con el soldado que lo custodiaba, que el apóstol escribió las epístolas
a los Efesios,
Filipenses, Colosenses, y Hebreos; estas epístolas muestran, quizá más
que cualesquiera otras, el
amor cristiano con que rebosaba su corazón, y la experiencia cristiana
con que estaba llena su alma.
—El creyente de la época actual puede tener menos triunfo y menos gozo
celestial que el apóstol,
pero todo seguidor del mismo Salvador está igualmente seguro de estar a
salvo y en paz al final.
Procuremos vivir más y más en el amor del Salvador; trabajar para
glorificarle con toda acción de
nuestra vida; y con toda seguridad por su poder, estaremos entre los que
ahora vencen a sus
enemigos; y por su gracia gratuita y misericordia, en el más allá
estaremos en la compañía bendita
que se sentará con Él en su trono, así como Él venció y está sentado en
el trono de su Padre, a la
diestra de Dios para siempre jamás.
Henry, Matthew