JUAN
El apóstol y evangelista Juan parece haber sido el más joven de los
doce. Fue especialmente
favorecido con la consideración y confianza de nuestro Señor, al punto
que se lo nombra como el
discípulo al que amaba Jesús. Estaba sinceramente ligado a su Maesto.
Ejerció su ministerio en
Jerusalén con mucho éxito, y sobrevivió a la destrucción de esa ciudad,
según la predicción de
Cristo, capítulo xxi, 22. La historia narra que después de la muerte de
la madre de Cristo, Juan vivió
principalmente en Éfeso. Hacia el final del reinado de Domiciano fue
deportado a la isla de Patmos,
donde escribió su Apocalipsis. Al instalarse Nerva, fue puesto en
libertad y regresó a Éfeso, donde
se cree que escribió su evangelio y las epístolas, alrededor del 97 d.
C., y murió poco después. —El
objetivo de este evangelio parece ser la transmisión al mundo cristiano
de nociones justas de la
naturaleza, el oficio y el carácter verdadero del Maestro Divino, que
vino a instruir y a redimir a la
humanidad. Con este propósito, Juan fue guiado a elegir, para su
narración, los pasajes de la vida de
nuestro Salvador que muestran más claramente su autoridad y su poder
divino; y aquellos discursos
en que habló más claramente de su naturaleza, y del poder de su muerte
como expiación por los
pecados del mundo. Omitiendo o mencionando brevemente, los sucesos
registrados por los otros
evangelistas, Juan da testimonio de que sus relatos son verdaderos, y
deja lugar para las
declaraciones doctrinarias ya mencionadas, y para detalles omitidos en
otros evangelios, muchos de
los cuales tienen enorme importancia.
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CAPÍTULO I
Versículos 1—5. La divinidad de
Cristo. 6—14. Su
naturaleza divina y humana. 15—18. El
testimonio de Cristo por Juan el Bautista. 19—28. El testimonio público de Juan sobre
Cristo.
29—36. Otros testimonios de Juan sobre Cristo. 37—42. Andrés y otro discípulo siguen a
Jesús. 43—51. Llamamiento
de Felipe y Natanael.
Vv. 1—5. La razón más simple del por qué se llama
Verbo al Hijo de Dios, parece ser, que como
nuestras palabras explican nuestras ideas a los demás, así fue enviado
el Hijo de Dios para revelar el
pensamiento de Su Padre al mundo. —Lo que dice el evangelista acerca de
Cristo prueba que Él es
Dios. Afirma su existencia en el comienzo; su coexistencia con el Padre.
El Verbo estaba con Dios.
Todas las cosas fueron hechas por Él, y no como instrumento. Sin Él nada
de lo que ha sido hecho
fue hecho, desde el ángel más elevado hasta el gusano más bajo. Esto
muestra cuán bien calificado
estaba para la obra de nuestra redención y salvación. La luz de la
razón, y la vida de los sentidos,
deriva de Él, y depende de Él. Este Verbo eterno, esta Luz verdadera
resplandece, pero las tinieblas
no la comprendieron. Oremos sin cesar que nuestros ojos sean abiertos
para contemplar esta Luz,
para que andemos en ella; y así seamos hechos sabios para salvación por
fe en Jesucristo.
Vv. 6—14. Juan el Bautista vino a dar testimonio
de Jesús. Nada revela con mayor plenitud las
tinieblas de la mente de los hombres que cuando apareció la Luz y hubo
necesidad de un testigo
para llamar la atención a ella. Cristo era la Luz verdadera; esa gran
Luz que merece ser llamada así.
Por su Espíritu y gracia ilumina a todos los que están iluminados para
salvación; y los que no están
iluminados por Él, perecen en las tinieblas. Cristo estuvo en el mundo
cuando asumió nuestra
naturaleza y habitó entre nosotros. El Hijo del Altísimo estuvo aquí en
este mundo inferior. Estuvo
en el mundo, pero no era del mundo. Vino a salvar a un mundo perdido,
porque era un mundo de Su
propia hechura. Sin embargo, el mundo no le conoció. Cuando venga como
Juez, el mundo le
conocerá. Muchos dicen que son de Cristo, aunque no lo reciben porque no
dejan sus pecados ni
permiten que Él reine sobre ellos. —Todos los hijos de Dios son nacidos
de nuevo. Este nuevo
nacimiento es por medio de la palabra de Dios, 1 Pedro i, 23, y por el
Espíritu de Dios en cuanto a
Autor. Por su presencia divina Cristo siempre estuvo en el mundo, pero,
ahora que iba a llegar el
cumplimiento del tiempo, Él fue, de otra manera, Dios manifestado en la
carne. Obsérvese, no
obstante, los rayos de su gloria divina que perforaron este velo de
carne. Aunque tuvo en la forma
de siervo, en cuanto a las circunstancias externas, respecto de la
gracia su forma fue la del Hijo de
Dios cuya gloria divina se revela en la santidad de su doctrina y en sus
milagros. Fue lleno de
gracia, completamente aceptable a su Padre, por tanto, apto para
interceder por nosotros; y lleno de
verdad, plenamente consciente de las cosas que iba a revelar.
Vv. 15—18. Cronológicamente y en la entrada en su
obra, Cristo vino después de Juan, pero en
toda otra forma fue antes que él. La expresión muestra claramente que
Jesús tenía existencia antes
de aparecer en la tierra como hombre. En Él habita toda plenitud, de
quien solo los pecadores caídos
tienen, y recibirán por fe, todo lo que los hace sabios, fuertes,
santos, útiles y dichosos. Todo lo que
recibimos por Cristo se resume en esta sola palabra: gracia; recibimos: “gracia
sobre gracia” un don
tan grande, tan rico, tan inapreciable; la buena voluntad de Dios para
con nosotros, y la buena obra
de Dios en nosotros. La ley de Dios es santa, justa y buena; y debemos
hacer el uso apropiado de
ella. Pero no podemos derivar de ella el perdón, la justicia o la
fuerza. Nos enseña a adornar la
doctrina de Dios nuestro Salvador, pero no puede tomar el lugar de esa
doctrina. Como ninguna
misericordia procede de Dios para los pecadores sino por medio de
Jesucristo, ningún hombre
puede ir al Padre sino por Él; nadie puede conocer a Dios salvo que Él
lo dé a conocer en el Hijo
unigénito y amado.
Vv. 19—28. Juan niega ser el Cristo esperado. Vino
en el espíritu y el poder de Elías, pero no
era la persona de Elías. Juan no era aquel
Profeta del cual Moisés habló, que el Señor levantaría
de
sus hermanos como para Él. No era el profeta que ellos esperaban los
rescataría de los romanos. Se
presentó de tal manera que podría haberlos despertado y estimulado para
que lo escucharan. Bautizó
a la gente con agua como profesión de arrepentimiento y como señal
externa de las bendiciones
espirituales que les conferiría el Mesías, que estaba en medio de ellos,
aunque ellos no le
conocieron, Aquel al cual él era indigno de dar el servicio más vil.
Vv. 29—36. Juan vio a Jesús que venía a él, y lo
señaló como el Cordero de Dios. El cordero
pascual, en el derramamiento y rociamiento de su sangre, el asar y comer
su carne y todas las demás
circunstancias de la ordenanza, representaban la salvación de los
pecadores por fe en Cristo. Los
corderos sacrificados cada mañana y cada tarde pueden referirse sólo a
Cristo muerto como
sacrificio para redimirnos para Dios por su sangre. Juan vino como
predicador de arrepentimiento,
aunque dijo a sus seguidores que tenían que buscar el perdón de sus
pecados sólo en Jesús y en su
muerte. Concuerda con la gloria de Dios perdonar a todos los que
dependen del sacrificio expiatorio
de Cristo. Él quita el pecado del mundo; adquiere perdón para todos los
que se arrepienten y creen
el evangelio. Esto alienta nuestra fe; si Cristo quita el pecado del
mundo entonces, ¿por qué no mi
pecado? Él llevó el pecado por nosotros y, así, lo quita de nosotros. Dios pudiera haber quitado el
pecado quitando al pecador, como quitó el pecado del viejo mundo, pero
he aquí una manera de
quitar pecado salvando al pecador, haciendo pecado a su Hijo, esto es,
haciéndole ofrenda por el
pecado por nosotros. Véase a Jesús quitando el pecado y que eso nos haga
odiar el pecado y
decidirnos en su contra. No nos aferremos de eso que el Cordero de Dios
vino a quitar. —Para
confirmar su testimonio de Cristo, Juan declara su aparición a su
bautismo, cosa que el mismo Dios
atestiguó. Vio y tomó nota de que es el Hijo de Dios. Este es el fin y
el objetivo del testimonio de
Juan: que Jesús era el Mesías prometido. Juan aprovechó toda oportunidad
que se le ofreció para
guiar la gente a Cristo.
Vv. 37—42. El argumento más fuerte y dominante de
un alma vivificada para seguir a Cristo es
que Él es el único que quita el pecado. Cualquiera sea la comunión que
haya entre nuestras almas y
Cristo, Él es quien empieza la conversación. Preguntó, ¿qué buscáis? La
pregunta que les hace Jesús
es la que debiéramos hacernos todos cuando empezamos a seguirle, ¿qué
queremos y qué
deseamos? Al seguir a Cristo, ¿buscamos el favor de Dios y la vida
eterna? Los invita a acudir sin
demora. Ahora es el tiempo aceptable, 2 Corintios vi, 2. Bueno es para
nosotros estar donde esté
Cristo, dondequiera que sea. —Debemos trabajar por el bienestar
espiritual de nuestros parientes, y
procurar llevarlos a Él. Los que van a Cristo deben ir con la resolución
fija de ser firmes y
constantes en Él, como piedra, sólida y firme; y es por su gracia que
son así.
Vv. 43—51. Véase la naturaleza del cristianismo
verdadero: seguir a Jesús; dedicarnos a Él y
seguir sus pisadas. Fijaos en la objeción que hizo Natanael. Todos los
que desean aprovechar la
palabra de Dios deben cuidarse de los prejuicios contra lugares o
denominaciones de los hombres.
Deben examinarse por sí mismos y, a veces, hallarán el bien donde no lo
buscaron. Mucha gente se
mantiene fuera de los caminos de la religión por los prejuicios
irracionales que conciben. La mejor
manera de eliminar las falsas nociones de la religión es juzgarla. —No
había engaño en Natanael.
Su profesión no era hipócrita. No era un simulador ni deshonesto; era un
carácter sano, un hombre
realmente recto y piadoso. Cristo sabe, sin duda, lo que son los
hombres. ¿Nos conoce? Deseemos
conocerle. Procuremos y oremos para ser un verdadero israelita en quien
no hay engaño, cristianos
verdaderamente aprobados por el mismo Cristo. Algunas cosas débiles,
imperfectas y pecaminosas
se encuentran en todos, pero la hipocresía no corresponde al carácter
del creyente. Jesús dio
testimonio de lo que pasó cuando Natanael estaba debajo de la higuera.
Probablemente, entonces,
estaban orando con fervor, buscando dirección acerca de la Esperanza y
el Consuelo de Israel,
donde ningún ojo humano lo viera. Esto le demostró que nuestro Señor
conocía los secretos de su
corazón. —Por medio de Cristo tenemos comunión con los santos ángeles y
nos beneficiamos de
ellos; y se reconcilian y unen las cosas del cielo y las cosas de la
tierra.
CAPÍTULO II
Versículos 1—11. El milagro en Caná.
12—22. Cristo expulsa del
templo a los compradores y los
vendedores. 23—25. Muchos
creen en Cristo.
Vv. 1—11. Es muy deseable que cuando haya un
matrimonio Cristo lo reconozca y lo bendiga. Los
que quieran tener a Cristo consigo en su matrimonio deben invitarlo por
medio de la oración y Él
vendrá. Mientras estamos en este mundo nos hallamos, a veces, en
aprietos aun cuando creemos
estar en abundancia. Había una necesidad en la fiesta de bodas. Los que
son dados a preocuparse
por las cosas del mundo deben esperar problemas y contar con el
desencanto. Cuando hablamos a
Cristo debemos exponer con humildad nuestro caso ante Él y, luego,
encomendarnos a Él para que
haga como le plazca. —No hubo falta de respeto en la respuesta de Cristo
a su madre. Usó la misma
palabra cuando le habló con afecto desde la cruz, pero es testimonio
presente contra la idolatría de
las épocas posteriores que rinde honores indebidos a su madre. —Su hora
llega cuando no sabemos
qué hacer. La tardanza de la misericordia no es una negación de las
oraciones. Los que esperan los
favores de Cristo deben obedecer sus órdenes con prontitud. El camino del
deber es el camino a la
misericordia, y no hay que objetar los métodos de Cristo. —El primero de
los milagros de Moisés
fue convertir agua en sangre, Exodo vii, 20; el principio de los
milagros de Cristo fue convertir agua
en vino, lo cual puede recordarnos la diferencia que hay entre la ley de
Moisés y el evangelio de
Cristo. Él demuestra que beneficia con consuelos de la creación a todos
los creyentes verdaderos y
que a ellos los convierte en verdadero consuelo. Las obras de Cristo son
todas para bien. ¿Ha
convertido tu agua en vino, te dio conocimiento y gracia? Es para
aprovecharlo; por tanto, saca
ahora y úsalo. Era el mejor vino. Las obras de Cristo se recomiendan por
sí mismas aun ante
quienes no conocen a su Autor. Lo que es producido por milagro siempre
ha sido lo mejor de su
clase. Aunque con esto Cristo permite el uso correcto del vino, no anula
en lo más mínimo su
advertencia de que nuestros corazones, en ningún momento, se carguen con
glotonería ni
embriaguez, Lucas xxi, 34. Aunque no tenemos que ser melindrosos para
festejar con nuestras
amistades en ocasiones apropiadas, de todos modos, toda reunión social
debe realizarse de tal modo
que podamos invitar a reunise con nosotros al Redentor, si ahora
estuviera en la tierra; toda
liviandad, lujuria y exceso le ofenden.
Vv. 12—22. La primera obra pública en que hallamos
a Cristo es expulsar del templo a los
cambistas que los codiciosos sacerdotes y dirigentes apoyaban para que
convirtieran en mercado sus
atrios. Los que ahora hacen de la casa de Dios un mercado, son los que
tienen sus mentes llenas con
el interés por los negocios del mundo cuando asisten a los ejercicios
religiosos, o los que
desempeñan oficios divinos por amor a una ganancia. —Habiendo purificado
el templo, Cristo dio
una señal a los que le pidieron que probara su autoridad para actuar:
Anuncia su muerte por la
maldad de los judíos. Destruid este templo. Yo os permitiré destruirlo.
Anuncia su resurrección por
su propio poder: En tres días lo levantaré. Cristo volvió a la vida por
su poder. Los hombres se
equivocan cuando entienden literalmente cuando las Escrituras hablan
figuradamente. Cuando Jesús
resucitó de entre los muertos, sus discípulos recordaron que había dicho
esto. Mucho ayuda a
nuestro entendimiento de la palabra divina que observemos el
cumplimiento de las Escrituras.
Vv. 23—25. Nuestro Señor conocía a todos los
hombres, su naturaleza, sus disposiciones, sus
afectos y sus intenciones, de una manera que nosotros no conocemos a nadie,
ni siquiera a nosotros
mismos. Conoce a sus astutos enemigos, y todos sus proyectos secretos; a
sus amigos falsos y su
verdadero carácter. Él sabe quienes son verdaderamente suyos, conoce su
rectitud, y conoce sus
debilidades. Sabemos lo que los hombres hacen; Cristo sabe lo que hay en
ellos, Él prueba el
corazón. Cuidado con una fe muerta o una profesión de fe formal: No hay
que confiar en los
profesantes carnales y vacíos, y aunque los hombres se impongan a otros
o a sí mismos, no pueden
imponerse al Dios que escudriña el corazón.
CAPÍTULO III
Versículos 1—21. Conversación de
Cristo con Nicodemo. 22—36. El
bautismo de Juan y el de
Cristo.—Testimonio de Juan.
Vv. 1—8. Nicodemo temía, o se avergonzaba de ser
visto con Cristo, por tanto, acudió de noche.
Cuando la religión está fuera de moda, hay muchos Nicodemos, pero aunque
vino de noche, Jesús
lo recibió, y por ello nos enseña a animar los buenos comienzos, aunque
sean débiles. Aunque esta
vez vino de noche, después reconoció públicamente a Cristo. No habló con
Cristo de asuntos de
estado, aunque era un gobernante, sino de los intereses de su propia
alma y de su salvación,
hablando al respecto de una sola vez. —Nuestro Salvador habla de la
necesidad y naturaleza de la
regeneración o nuevo nacimiento y, de inmediato llevó a Nicodemo a la
fuente de santidad del
corazón. El nacimiento es el comienzo de la vida; nacer de nuevo es
empezar a vivir de nuevo,
como los que han vivido muy equivocados o con poco sentido. Debemos
tener una nueva
naturaleza, nuevos principios, nuevos afectos, nuevas miras. Por nuestro
primer nacimiento somos
corruptos, formados en el pecado; por tanto, debemos ser hechos nuevas
criaturas. No podía haberse
elegido una expresión más fuerte para significar un cambio de estado y
de carácter grande y muy
notable. Debemos ser enteramente diferentes de lo que fuimos antes, como
aquello que empieza a
ser en cualquier momento, no es, y no puede ser lo mismo que era antes.
Este nuevo nacimiento es
del cielo, capítulo i, 13, y tiende al cielo. Es un cambio grande hecho en el
corazón del pecador por
el poder del Espíritu Santo. Significa que algo es hecho en nosotros y a
favor de nosotros que no
podemos hacer por nosotros mismos. Algo obra por lo que empieza una vida
que durará por
siempre. De otra manera no podemos esperar un beneficio de Cristo; es
necesario para nuestra
felicidad aquí y en el más allá. —Nicodemo entendió mal lo que dijo
Cristo, como si no hubiera
otra manera de regenerar y moldear de nuevo un alma inmortal que volver
a dar un marco al cuerpo.
Sin embargo, reconoció su ignorancia, lo que muestra el deseo de ser
mejor informado. Entonces, el
Señor Jesús explica más. Muestra al Autor de este bendito cambio. No es
obra de nuestra sabiduría
o poder propio, sino del poder del bendito Espíritu. Somos formados en
iniquidad, lo que hace
necesario que nuestra naturaleza sea cambiada. No tenemos que
maravillarnos de esto, porque
cuando consideramos la santidad de Dios, la depravación de nuestra
naturaleza, y la dicha puesta
ante nosotros, no tenemos que pensar que es raro que se ponga tanto
énfasis sobre esto. —La obra
regeneradora del Espíritu Santo se compara con el agua. También es
probable que Cristo se haya
referido a la ordenanza del bautismo. No se trata que sean salvos todos
aquellos bautizados, y sólo
ellos; pero sin el nuevo nacimiento obrado por el Espíritu, y
significado por el bautismo, nadie será
súbdito del reino del cielo. —La misma palabra significa viento y
Espíritu. El viento sopla de donde
quiere hacia nosotros; Dios lo dirige. El Espíritu envía sus influencias
donde, y cuando, y a quien, y
en qué medida y grado le plazca. Aunque las causas estén ocultas, los
efectos son evidentes, cuando
el alma es llevada a lamentarse por el pecado y a respirar según Cristo.
Vv. 9—13. La exposición hecha por Cristo de la
doctrina y la necesidad de la regeneración
pareciera no haber quedado clara para Nicodemo. Así, las cosas del
Espíritu de Dios son necedad
para el hombre natural. Muchos piensan que no puede ser probado lo que
no pueden creer. —El
discurso de Cristo sobre las verdades del evangelio, versículos 11—13,
muestra la necedad de
aquellos que hacen que estas cosas sean extrañas para ellos; y nos
recomienda que las
investiguemos. Jesucristo es capaz en toda forma de revelarnos la
voluntad de Dios; porque
descendió del cielo, y aún está en el cielo. Aquí tenemos una nota de
las dos naturalezas distintas de
Cristo en una persona, de modo que es el Hijo del Hombre, aunque está en el cielo. Dios es “EL
QUE ES” y el cielo es la habitación de su santidad. Este conocimiento
debe venir de lo alto y solo
puede ser recibido por fe.
Vv. 14—18. Jesucristo vino a salvarnos sanándonos,
como los hijos de Israel, picados por
serpientes ardientes fueron curados y vivieron al mirar a la serpiente
de bronce, Números xxi, 6–9.
Obsérvese en esto la naturaleza mortal y destructora del pecado.
Pregúntese a conciencias
vivificadas, pregúntese a pecadores condenados, quienes dirán que, por
encantadoras que sean las
seducciones del pecado, al final muerde como serpiente. Véase el remedio
poderoso contra esta
enfermedad fatal. Cristo nos es propuesto claramente en el evangelio.
Aquel a quien ofendimos es
nuestra Paz, y la manera de solicitar la curación es creer. Si alguien
hasta ahora toma livianamente
la enfermedad del pecado o el método de curación de Cristo, y no recibe
a Cristo en las condiciones
que Él pone, su ruina pende sobre su cabeza. Él dijo: Mirad y sed
salvos, mirad y vivid; alzad los
ojos de la fe a Cristo crucificado. Mientras no tengamos la gracia para
hacer esto, no seremos
curados, sino seguiremos heridos por los aguijones de Satanás, y en
estado moribundo. —Jesucristo
vino a salvarnos perdonándonos, para que no muriéramos por la sentencia
de la ley. He aquí el
evangelio, la verdadera, la buena nueva. He aquí al amor de Dios al dar
a su Hijo por el mundo.
Tanto amó Dios al mundo, tan verdaderamente, tan ricamente. ¡Mirad y
maravillaos, que el gran
Dios ame a un mundo tan indigno! —Aquí, también, está el gran deber del
evangelio: creer en
Jesucristo. Habiéndolo dado Dios para que fuera nuestro Profeta,
Sacerdote y Rey, nosotros
debemos darnos para ser gobernados y enseñados, y salvados por Él. He
aquí el gran beneficio del
evangelio, que quienquiera que crea en Cristo no perecerá mas tendrá
vida eterna. Dios estaba en
Cristo reconciliando al mundo consigo mismo, y de ese modo, lo salvaba.
No podía ser salvado sino
por medio de Él; en ningún otro hay salvación. —De todo esto se muestra
la dicha del creyente
verdadero: el que cree en Cristo no es condenado. Aunque ha sido un gran
pecador, no se le trata
según lo que merecen sus pecados.
Vv. 18—21. ¡Cuán grande es el pecado de los
incrédulos! Dios envió a Uno que era el más
amado por Él, para salvarnos; ¿y no será el más amado para nosotros?
¡Cuán grande es la miseria de
los incrédulos! Ya han sido condenados, lo que habla de una condenación cierta; una condenación
presente. La ira de Dios ahora se desata sobre
ellos; y los condenan sus propios corazones. También
hay una condenación basada en su culpa
anterior; ellos están expuestos a la ley por
todos sus
pecados; porque no están interesados por fe en el perdón del evangelio.
La incredulidad es un
pecado contra el remedio. Brota de la enemistad del corazón del hombre
hacia Dios, del amor al
pecado en alguna forma. Léase también la condenación de los que no
quieren conocer a Cristo. Las
obras pecadoras son las obras de las tinieblas. El mundo impío se
mantiene tan lejos de esta luz
como puede, no sea que sus obras sean reprobadas. Cristo es odiado
porque aman el pecado. Si no
odiaran el conocimiento de la salvación, no se quedarían contentos en la
ignorancia condenadora.
—Por otro lado, los corazones renovados dan la bienvenida a la luz. Un
hombre bueno actúa
verdadera y sinceramente en todo lo que hace. Desea saber cuál es la
voluntad de Dios, y hacerla,
aunque sea contra su propio interés mundanal. Ha tenido lugar un cambio
en todo su carácter y
conducta. El amor a Dios es derramado en su corazón por el Espíritu
Santo, y llega a ser el principio
rector de sus acciones. En la medida que siga bajo una carga de culpa no
perdonada, solo puede
tener un temor servil a Dios, pero cuando sus dudas se disipan, cuando
ve la base justa sobre la cual
se edifica su perdón, lo asume como si fuera propio, y se une con Dios
por un amor sin fingimiento.
Nuestras obras son buenas cuando la voluntad de Dios es la regla de
ellas, y la gloria de Dios, su
finalidad; cuando se hacen en su poder y por amor a Él; a Él, y no a los
hombres. —La
regeneración, o el nuevo nacimiento, es un tema al cual el mundo tiene
aversión; sin embargo, es el
gran ganancia en comparación con la cual todo lo demás no es sino
fruslería. ¿Qué significa que
tengamos comida para comer con abundancia, y una variedad de ropa para
ponernos, si no hemos
nacido de nuevo? ¿Si después de unas cuantas mañanas y tardes pasadas en
alegría irracional, placer
carnal y desorden, morimos en nuestros pecados y yacemos en el dolor?
¿De que vale que seamos
capaces de desempeñar nuestra parte en la vida, en todo otro aspecto, si
al final oímos de parte del
Juez Supremo: “Apartaos de mí, no os conozco, obradores de maldad?”
Vv. 22—36. Juan se satisfizo por completo con el
lugar y la obra asignada, pero Jesús vino a
una obra más importante. Él también sabía que Jesús crecería en honor e
influencia, porque de Su
reino y la paz no habría fin, mientras a él lo seguirían cada vez menos.
Juan sabía que Jesús vino del
cielo como el Hijo de Dios, mientras él era un hombre mortal y pecador,
que sólo podía hablar de
las cosas más sencillas de la religión. Las palabras de Jesús eran la
palabra de Dios; Él tenía el
Espíritu, no según medida como los profetas, sino en toda su plenitud.
La vida eterna puede tenerse
sólo por fe en Él, y así puede obtenerse; pero no pueden participar de
la salvación todos los que no
creen en el Hijo de Dios, sino que la ira de Dios está sobre ellos para
siempre.
CAPÍTULO IV
Versículos 1—3. La partida de
Cristo hacia Galilea. 4—26. Su
conversación con la mujer
samaritana. 27—42. Los
efectos de la conversación de Cristo con la mujer de Samaria. 43—
54. Cristo sana al hijo del noble.
Vv. 1—3. Jesús se dedicó más a predicar, que era
más excelente, que a bautizar, 1 Corintios i, 17.
Honraría a sus discípulos empleándolos para bautizar. Nos enseña que el
beneficio de los
sacramentos no depende de la mano que los administra.
Vv. 4—26. Había mucho odio entre samaritanos y
judíos. El camino de Cristo desde Judea a
Galilea pasaba por Samaria. No debemos meternos en lugares de tentación,
sino cuando debemos y,
entonces, no debemos permanecer en ellos, sino apresurarnos a pasar por
ellos. —Aquí tenemos a
nuestro Señor Jesús sujeto a la fatiga normal de los viajeros. Así vemos
que era verdadero hombre.
El trabajo agotador vino con el pecado; por tanto, Cristo, habiéndose
hecho maldición por nosotros,
estuvo sujeto a ella. Además, era pobre y realizó todos sus viajes a
pie. Cansado, pues, se sentó en el
pozo; no tenía un cojín donde descansar. De
este modo se sentó, como se sienta alguien cansado
de
viajar. Con toda seguridad debemos someternos rápidamente a ser como el
Hijo de Dios en cosas
como esas. —Cristo pidió agua a la mujer. Ella se sorprendió porque Él
no demostró la ira de su
nación contra los samaritanos. Los hombres moderados de todas partes son
los hombres que
asombran. Cristo aprovechó la ocasión para enseñarle cosas divinas:
Convirtió a esta mujer
demostrándole su ignorancia y pecaminosidad y su necesidad de un
Salvador. Se alude al Espíritu
con el agua viva. Con esta comparación se había prometido la bendición
del Mesías en el Antiguo
Testamento. Las gracias del Espíritu y sus consolaciones satisfacen el
alma sedienta que conoce su
propia naturaleza y necesidad. —Lo que Jesús dijo figuradamente, ella lo
entendió literalmente.
Cristo señala que el agua del pozo de Jacob daba una satisfacción de
breve duración. No importa
cuáles sean las aguas de consolación que bebamos, volveremos a tener
sed. Pero a quien participa
del Espíritu de gracia, y del consuelo del evangelio, nunca le faltará
lo que dará abundante
satisfacción a su alma. Los corazones carnales no miran más alto que las
metas carnales. Dame, dijo
ella, no para que yo tenga la vida eterna, propuesta por Cristo, sino
para que no tenga que venir más
aquí a buscar agua. —La mente carnal es muy ingeniosa para cambiar las
convicciones e impedir
que apremien, pero ¡nuestro Señor Jesús dirige muy certeramente la
convicción de pecado a la
conciencia de ella! La reprendió severamente por su presente estado de
vida. —La mujer reconoció
que Cristo era profeta. El poder de su palabra para escudriñar el
corazón y convencer de cosas
secretas a la conciencia es prueba de autoridad divina. —Pensar que
desaparecen las cosas por las
que luchamos debiera enfriar nuestras contiendas. El objeto de adoración
seguirá siendo el mismo,
Dios, como Padre, pero se pondrá fin a todas las diferencias sobre el
lugar de adoración. La razón
nos enseña a considerar la decencia y la conveniencia en los lugares de
nuestro servicio de
adoración, pero la religión no da preferencia a un lugar respecto de
otro en cuanto a la santidad y la
aprobación de Dios. —Los judíos tenían, por cierto, la razón. Quienes
han obtenido cierto
conocimiento de Dios por las Escrituras, saben a quién adoran. La palabra de salvación era de
los
judíos. Llegó a otras naciones a través de ellos. Cristo prefirió, con
justicia, la adoración judía antes
que la samaritana, pero aquí habla de lo anterior como algo que pronto
se terminará. Dios estaba por
ser revelado como el Padre de todos los creyentes de toda nación. El
espíritu o alma del hombre,
influido por el Espíritu Santo, debe adorar a Dios y tener comunión con
Él. Los afectos espirituales,
como se demuestran en las oraciones, súplicas y acciones de gracia
fervorosas, constituyen la
adoración de un corazón recto, en el cual Dios se deleita y es
glorificado. —La mujer estaba
dispuesta a dejar la cuestión sin decidir hasta la venida del Mesías,
pero Cristo le dijo: Yo soy, el
que habla contigo. Ella era una samaritana extranjera y hostil; el sólo
hablar con ella era
considerado como desprestigio para nuestro Señor Jesús. Sin embargo,
nuestro Señor se reveló a
esta mujer con más plenitud de lo que había hecho con cualquiera de sus
discípulos. Ningún pecado
pasado puede impedir que seamos aceptados por
Él, si nos humillamos ante Él, creyendo en Él
como el Cristo, el Salvador del mundo.
Vv. 27—42. Los discípulos se asombraron de que
Cristo conversara con una samaritana, aunque
sabían que era por una buena razón y para un propósito bueno. Así, pues,
cuando aparecen
dificultades en detalles en la palabra y en la providencia de Dios, es
bueno que nos satisfagamos
con que todo lo que Jesucristo dice y hace está bien. —Dos cosas
afectaron a la mujer. La magnitud
de su conocimiento. Cristo conoce todos los pensamientos, palabras y
acciones de todos los hijos de
los hombres. El poder de su palabra. Le habló con poder de sus pecados
secretos. Ella se aferró de
esa parte del discurso de Cristo, muchos pensarían que ella se podía
mostrar reacia a repetir, pero el
conocimiento de Cristo, al cual somos guiados por la convicción de
pecado, es muy probable que
sea sano y salvador. —Ellos fueron a Él: los que deseen conocer a Cristo
deben hallarlo donde Él
registre su nombre. Nuestro Maestro nos ha dejado un ejemplo para que
aprendamos a hacer la
voluntad de Dios como Él la hizo; con diligencia como los que hacen su
actividad de ella; con
deleite y placer en ella. Cristo compara su obra con la siega. La siega
está determinada y se cuida
antes que llegue; así fue el evangelio. El tiempo de cosechar es tiempo
de mucho trabajo; entonces,
todos deben estar en las labores. El tiempo de la siega es corto y la
obra de la cosecha debe hacerse
entonces, o no se hará; así, pues, el tiempo del evangelio es una
temporada que no puede
recuperarse si se pasó. A veces Dios usa instrumentos muy débiles e
improbables para empezar y
seguir la buena obra. Nuestro Salvador difunde conocimiento en todo un
pueblo enseñándole a una
pobre mujer. Benditos son los que no se ofenden con Cristo. Desean
verdaderamente aprender más
aquellos a quienes Dios enseña. Mucho agrega a la alabanza de nuestro
amor por Cristo y su palabra
si vence prejuicios. —La fe de ellos creció. En cuanto a esto: ellos
creyeron que Él era el Salvador
no sólo de los judíos, sino del mundo. Con esa certeza sabemos que el
Cristo es verdaderamente
Aquel, y sobre esa base, porque nosotros mismos le hemos oído.
Vv. 43—54. El padre era un oficial del rey, pero el
hijo estaba enfermo. Los honores y los
títulos no son garantía contra la enfermedad y la muerte. Los hombres
más grandes deben ir a Dios,
deben volverse mendigos. El noble no se detuvo en su petición hasta que
prevaleció, pero
primeramente, descubrió la debilidad de su fe en el poder de Cristo.
Cuesta convencernos de que la
distancia de tiempo y lugar no obstaculizan el conocimiento, la
misericordia ni el poder de nuestro
Señor Jesús. —Cristo dio una respuesta de paz. Si Cristo dice que el
alma viva, vivirá. El padre
siguió su camino lo que demostró la sinceridad de su fe. Satisfecho, no
se apresuró a volver a casa
esa noche; regresó como quien está en paz con su conciencia. Sus
sirvientes le salieron al encuentro
con la noticia de la recuperación de su hijo. La buena nueva saldrá al
encuentro de los que esperan
en la palabra de Dios. Confirma nuestra fe que comparemos diligentemente
las obras de Jesús con
su palabra. Y llevar la curación a la familia le trajo la salvación.
Así, pues, experimentar el poder de
una palabra de Cristo puede establecer la autoridad de Cristo en el
alma. Toda la familia creyó
igualmente. El milagro hizo que quisieran a Jesús para ellos. El
conocimiento de Cristo aún se
difunde por las familias, y los hombres hallan salud y salvación para
sus almas.
CAPÍTULO V
Versículos 1—9. La curación en el
estanque de Betesda. 10—16. El
descontento de los judíos. 17—
23. Cristo reprueba a los judíos. 24—27. El sermón de Cristo.
Vv. 1—9. Por naturaleza todos somos impotentes en
materias espirituales, ciegos, cojos y
marchitos; pero la provisión plena para nuestra curación está hecha, si
atendemos a ella. Un ángel
bajaba y revolvía el agua, que curaba cualquier enfermedad, pero se
beneficiaba sólo aquel que era
el primero en entrar al agua. Esto nos enseña a ser cuidadosos para que
no dejemos escapar una
ocasión que no puede regresar. —El hombre había perdido el uso de sus
extremidades hacía treinta
y ocho años. ¿Nos quejaremos de una noche fatigosa, nosotros que, tal
vez por muchos años, apenas
hemos sabido lo que es estar enfermo por un día, cuando muchos otros,
mejores que nosotros,
apenas han sabido qué es estar bien un día? —Cristo apartó a éste de los
demás. Los que llevan
mucho tiempo afligidos, pueden consolarse con que Dios lleva la cuenta
del tiempo transcurrido.
Nótese que este hombre habla de la falta de amabilidad de los que lo
rodean, sin reflejar enojo. Así
como debemos ser agradecidos, también debemos ser pacientes. Nuestro
Señor Jesús lo sana,
aunque él no lo pidió ni lo pensó. Levántate y anda. La orden de Dios:
Vuelve y vive; Hazte un
nuevo corazón, no presupone en nosotros más poder sin la gracia de Dios,
su gracia que distingue,
de lo que esta orden supuso poder en el hombre incapacitado: fue por el
poder de Cristo y Él debe
tener toda la gloria. ¡Qué sorpresa gozosa para el pobre inválido
hallarse repentinamente tan bien,
tan fuerte, tan capaz de ayudarse a sí mismo! La prueba de la sanidad
espiritual es que nos
levantamos y caminamos. Si Cristo ha sanado nuestras dolencias
espirituales, vamos donde nos
mande y llevemos lo que Él nos imponga, y andemos delante de Él.
Vv. 10—16. Los aliviados del castigo del pecado
corren el peligro de volver a pecar cuando se
terminan el terror y la restricción, a menos que la gracia divina seque
la fuente de su pecado. La
miseria desde la cual son hechos íntegros los creyentes, nos advierte
que no pequemos más,
habiendo sentido el aguijón del pecado. Esta es la voz de cada
providencia: Vete y no peques más.
Cristo vio que era necesario dar esta advertencia, porque es frecuente
que la gente prometa mucho
cuando está enferma; y cuando están recién sanados, cumplen sólo algo, pero después de un tiempo,
olvidan todo. Cristo
habla de la ira venidera, la cual supera la comparación con las muchas horas,
sí,
con las semanas y años de dolor que tienen que sufrir algunos hombres
impíos, como consecuencia
de sus indulgencias ilícitas, y si tales aflicciones son severas, ¡cuán
temible será el castigo eterno
del impío!
Vv. 17—23. El poder divino del milagro demuestra
que Jesús es el Hijo de Dios, y Él declara
que obraba con su Padre, y como para Él, según le parece bien. Los
antiguos enemigos de Cristo le
entendieron y se pusieron aún más violentos, acusándolo no sólo de
quebrantar el día de reposo,
sino de blasfemar al llamar Padre a Dios, e igualarse con Dios. Sin
embargo, todas las cosas estaban
encomendadas al Hijo, ahora y en el juicio final, intencionalmente para
que todos los hombres
honren al Hijo, como honran al Padre; y todo aquel que no honre de este modo al Hijo, piense o
pretenda lo que sea, no honra al Padre que lo envió.
Vv. 24—29. Nuestro Señor declara su autoridad y
carácter como Mesías. Iba a llegar el tiempo
en que los muertos oirían su voz como Hijo de Dios y vivirían. Nuestro
Señor se refiere a que, por
el poder de su Espíritu, primero levanta a una vida nueva a los que
estaban muertos en pecado y,
luego, levanta a los muertos desde sus sepulcros. El oficio de Juez de
todos los hombres puede ser
ejercido sólo por Quien tenga todo el conocimiento y el poder
omnipotente. Creamos nosotros su
testimonio: así, nuestra fe y esperanza serán en Dios y no entraremos en
condenación. Que su voz
llegue a los corazones de los que están muertos en pecado, para que
puedan hacer las obras del
arrepentimiento, y prepararse para el día solemne.
Vv. 30—38. Nuestro Señor regresa a su declaración
del completo acuerdo entre el Padre y el
Hijo, y se declara Hijo de Dios. Tenía un testimonio superior al de
Juan; sus obras daban testimonio
de todo lo que decía. Pero la palabra divina no tenía lugar permanente
en sus corazones, porque
ellos se negaban a creer en Él, a quien el Padre había enviado, según
sus antiguas promesas. La voz
de Dios, acompañada por el poder del Espíritu Santo, hecha eficaz para
la conversión de los
pecadores, aún proclama que éste es el Hijo amado en quien se complace
el Padre. Pero no hay
lugar para que la palabra de Dios permanezca en ellos cuando los
corazones de los hombres están
llenos de orgullo, ambición y amor al mundo.
Vv. 39—44. Los judíos consideraban que la vida
eterna les era revelada en sus Escrituras, y que
la tenían porque tenían la palabra de Dios en sus manos. Jesús les insta
a escudriñar esas Escrituras
con más diligencia y atención. “Escudriñáis las Escrituras” y hacéis
bien en hacerlo.
Indudablemente escudriñaban las Escrituras, pero con un enfoque en su
propia gloria. Es posible
que los hombres sean muy estudiosos de la letra de las Escrituras, pero
estén ajenos a su poder. O
“Escudriñad las Escrituras” y así se les habló de la naturaleza de la aplicación. Vosotros profesáis
recibir y creer las Escrituras, dejad que os juzguen, lo que se nos dice precaviendo o mandando a
todos los cristianos a escudriñar las Escrituras. No sólo leerlas y
oírlas sino escudriñarlas, lo cual
denota diligencia para examinarlas y estudiarlas. —Debemos escudriñar
las Escrituras en busca del
cielo como nuestro gran objetivo: Porque en ellas os parece que tenéis
vida eterna. Debemos
escudriñar las Escrituras en busca de Cristo, como el Camino nuevo y
vivo, que conduce a este
objetivo. Cristo agrega a este testimonio las reprensiones a la
incredulidad e iniquidad de ellos; el
rechazo de su persona y su doctrina. Además, les reprueba su falta de
amor a Dios. Pero con
Jesucristo hay vida para las pobres almas. Muchos que hacen una gran
profesión de religión
muestran, no obstante, que les falta el amor de Dios por su rechazo de
Cristo y el desprecio a sus
mandamientos. El amor de Dios en nosotros, el amor que es principio vivo
y activo en el corazón,
es lo que Dios aceptará. Ellos desdeñaron y valoraron en poco a Cristo porque se admiraban y se
supervaloraban a sí mismos. ¡Cómo pueden creer los que hacen su ídolo
del elogio y aplauso de los
hombres! Cuando Cristo y sus seguidores son hombres admirados, ¡cómo
pueden creer aquellos
cuya suprema ambición es dar un buen espectáculo carnal!
Vv. 45—47. Muchos de los que confían en alguna
forma de doctrina o partido, no penetran más
que los judíos en las de Moisés, el verdadero significado de las
doctrinas, o de los puntos de vista de
las personas cuyos nombres llevan. Escudriñemos las Escrituras y oremos
sobre ellas, como intento
de hallar vida eterna; observemos cómo Cristo es el gran tema de ellas y
acudamos diariamente a Él
en busca de la vida que otorga.
CAPÍTULO VI
Versículos 1—14. Cinco mil
alimentados milagrosamente. 15—21. Jesús camina sobre el mar. 22—
27. Indica la comida espiritual. 28—65. Su sermón a la multitud. 66—71. Muchos de los
discípulos se regresan.
Vv. 1—14. Juan narra el milagro de alimentar a la
multitud para referirse al sermón que sigue.
Obsérvese el efecto de este milagro sobre la gente. Hasta los judíos
comunes esperaban que el
Mesías viniera al mundo y fuese un gran Profeta. Los fariseos los
despreciaban por no conocer la
ley, pero ellos sabían más de Aquél que es el fin de la ley. Sin
embargo, los hombres pueden admitir
que Cristo es ese Profeta y aún hacer oídos sordos.
Vv. 15—21. Aquí estaban los discípulos de Cristo en
el camino del deber, y Cristo ora por ellos;
no obstante, están afligidos. Puede haber peligros y aflicciones de este
tiempo presente donde hay
interés en Cristo. Las nubes y las tinieblas suelen rodear a los hijos
de la luz y del día. —Ven a
Jesús caminando sobre el mar. Aun cuando se acercan el consuelo y la
liberación suelen entenderlo
tan mal que se convierten en ocasión para temer. Nada es más fuerte para
convencer a pecadores
que la palabra: “Yo soy Jesús, al que persigues”; nada más fuerte para
consolar a los santos que
esto: “Yo soy Jesús al que amas”. Si hemos recibido a Cristo Jesús, el
Señor, aunque la noche sea
oscura y el viento fuerte, aún así, podemos consolarnos que estaremos en
la orilla antes que pase
mucho tiempo.
Vv. 22—27. En vez de responder a la pregunta de
cómo llegó allí, Jesús los reprende por
preguntar. La mayor seriedad debiera emplearse para buscar la salvación
en el uso de los medios
señalados, pero debe buscarse solamente como don del Hijo del hombre. Al
que el Padre ha sellado,
le prueba que es Dios. Él declara que el Hijo del hombre es el Hijo del
Dios con poder.
Vv. 28—35. El ejercicio constante de la fe en
Cristo es la parte más importante y difícil de la
obediencia exigida de nosotros, en cuanto a pecadores que buscan
salvación. Cuando somos
capacitados por su gracia para llevar una vida de fe en el Hijo de Dios,
siguen los temperamentos
santos y pueden hacerse servicios aceptables. —Dios, su propio Padre,
que dio ese alimento del
cielo a sus antepasados para sustentar su vida natural, ahora les dio el
Pan verdadero para la
salvación de sus almas. —Ir a Jesús y creer en Él significa lo mismo.
Cristo muestra que Él es el
Pan verdadero; es para el alma lo que el pan es para el cuerpo, nutre y
sustenta la vida espiritual. Es
el Pan de Dios. El pan que da el Padre, es el que ha hecho para alimento
de nuestras almas. El pan
nutre sólo por los poderes del cuerpo vivo, pero Cristo mismo es el Pan
vivo y nutre por su propio
poder. La doctrina de Cristo crucificado es ahora tan fortalecedora y
consoladora para el creyente
como siempre lo ha sido. —Él es el Pan que vino del cielo. Denota la
divinidad de la persona de
Cristo y su autoridad; además, el origen divino de todo lo bueno que nos
viene por medio de Él.
Digamos, con inteligencia y fervor, Señor, danos siempre este Pan.
Vv. 36—46. El descubrimiento de la culpa, peligro y
remedio para ellos, por medio de la
enseñanza del Espíritu Santo, hace que los hombres se dispongan y
alegren de ir, y rindan todo lo
que impide ir a Él en busca de salvación. La voluntad del Padre es que
ninguno de los que fueron
dados al Hijo, sea rechazado o perdido por Él. Nadie irá hasta que la
gracia divina lo subyugue y, en
parte, cambie su corazón; por tanto, nadie que acuda será echado fuera.
El evangelio no halla a
nadie dispuesto a ser salvado en la forma santa y humillante que aquí se
da a conocer, pero Dios
atrae con su palabra y el Espíritu Santo; y el deber del hombre es oír y
aprender; es decir, recibir la
gracia ofrecida y asentir a la promesa. —Nadie ha visto al Padre sino su
amado Hijo; y los judíos
deben esperar ser enseñados por su poder interior ejercido sobre su
mente, y por su palabra y los
ministros que les mande.
Vv. 47—51. La ventaja del maná era poca, sólo
servía para esta vida; pero el Pan de vida es tan
excelente que el hombre que se alimenta de él, nunca morirá. Este pan es
la naturaleza humana de
Cristo que tomó para presentar al Padre como sacrificio por los pecados
del mundo; para adquirir
todas las cosas correspondientes a la vida y la piedad, para que se
arrepientan y crean en Él los
pecadores de toda nación.
Vv. 52—59. La carne y la sangre del Hijo del hombre
denotan al Redentor en su naturaleza
humana; Cristo, y Él crucificado, y la redención obrada por Él, con
todos los beneficios preciosos
de la redención: el perdón de pecado, la aceptación de Dios, el camino
al trono de la gracia, las
promesas del pacto, y la vida eterna. Se les llama carne y sangre de
Cristo, porque fueron
comprados debido a que su cuerpo fue partido y su sangre, derramada.
Además, porque son comida
y bebida para nuestra alma. Comer esta carne y beber esta sangre
significa creer en Cristo.
Participamos de Cristo y sus beneficios por fe. El alma que conoce
correctamente su estado y su
necesidad, encuentra en el Redentor, en Dios manifestado en carne, todas
las cosas que pueden
calmar la conciencia y fomentar la santidad verdadera. Meditar en la cruz
de Cristo da vida a
nuestro arrepentimiento, amor y gratitud. Vivimos por Él así como
nuestros cuerpos viven por la
comida. Vivimos por Él como las extremidades dependen de la cabeza, las
ramas de la raíz: porque
Él vive nosotros también viviremos.
Vv. 60—65. La naturaleza humana de Cristo no había
estado antes en el cielo, pero, siendo Dios
y hombre, se dice verazmente que esa maravillosa Persona descendió del
cielo. El reino del Mesías
no era de este mundo; ellos tenían que entender por fe lo que dijo de un
vivir espiritual en Él y en su
plenitud. Como sin el alma del hombre la carne no vale, así mismo sin el
Espíritu de Dios que
vivifica, todas las formas de religión son muertas y nulas. El que hizo
esta provisión para nuestras
almas es el único que puede enseñarnos estas cosas y atraernos a Cristo
para que vivamos por fe en
Él. Acudamos a Cristo, agradecidos que se haya declarado que todo aquel
que quiera ir a Él será
recibido.
Vv. 66—71. Cuando admitimos en nuestra mente duros
pensamientos acerca de las palabras y
obras de Jesús, entramos en la tentación de modo que, si el Señor no lo
evitara en su misericordia,
terminaríamos retrocediendo. El corazón corrupto y malo del hombre hace
que lo que es materia del
mayor consuelo sea una ocasión de ofensa. Nuestro Señor había prometido
vida eterna a Sus
seguidores en el sermón anterior; los discípulos se adhirieron a esa
palabra sencilla y resolvieron
aferrarse a Él, cuando los demás se adhirieron a las palabras duras y lo
abandonaron. —La doctrina
de Cristo es la palabra de vida eterna, por tanto, debemos vivir y morir
por ella. Si abandonamos a
Cristo, abandonamos nuestras propias misericordias. —Ellos creyeron que
este Jesús era el Mesías
prometido a sus padres, el Hijo del Dios vivo. Cuando estamos tentados a
descarriarnos, bueno es
que recordemos los principios antiguos y nos mantengamos en ellos.
Recordemos siempre la
pregunta de nuestro Señor: ¿Nos alejaremos y abandonaremos a nuestro
Redentor? ¿A quién
podemos acudir? Él solo puede dar salvación por el perdón de pecados.
Esto solo da confianza,
consuelo y gozo y hace que el temor y el abatimiento huyan. Gana la
única dicha firme en este
mundo y abre el camino a la dicha del próximo.
CAPÍTULO VII
Versículos 1—13. Cristo va a la
fiesta de los tabernáculos. 14—39. Su sermón en la fiesta. 40—53.
El pueblo discute acerca de Cristo.
Vv. 1—13. Los hermanos o parientes de Jesús se
disgustaron cuando se dieron cuenta que no tenían
posibilidades de lograr ventajas mundanales con Él. Los hombres impíos
se ponen, a veces, a
aconsejar a los ocupados en la obra de Dios, pero sólo aconsejan lo que
parezca probable para
fomentar ventajas en este mundo. —La gente discrepó acerca de su
doctrina y de sus milagros,
mientras los que le favorecían no se atrevieron a reconocer abiertamente
sus sentimientos. Los que
consideran que los predicadores del evangelio son estafadores, dicen lo
que piensan, mientras
muchos que los favorecen, temen que les reprochen por reconocer que los
consideran buenos.
Vv. 14—24. Todo ministro fiel puede adoptar
humildemente las palabras de Cristo. Su doctrina
no es de su propia invención, pero es de la palabra de Dios por medio de
la enseñanza de su
Espíritu. Y en medio de las disputas que perturban al mundo, si un
hombre de cualquier nación
procura hacer la voluntad de Dios, sabrá si la doctrina es de Dios o si
los hombres hablan de sí
mismos. Sólo los que odian la verdad serán entregados a errores que les
serán fatales. —
Ciertamente restaurar la salud al afligido concuerda con el propósito
del día de reposo, al igual que
administrar un ritual externo. Jesús les dijo que decidieran sobre su
conducta según la importancia
espiritual de la ley divina. No debemos juzgar a nadie por su aspecto
externo, sino por su valor y
por los dones y la gracia del Espíritu de Dios en él.
Vv. 25—30. Cristo proclamó en voz alta que estaban
equivocados en lo que pensaban sobre su
origen. Fue enviado por Dios, quien se demostró fiel a sus promesas.
Esta declaración, de que ellos
no conocían a Dios, con su pretención de tener un conocimiento peculiar,
provocó a los oyentes; y
procuraron detenerlo, pero Dios puede atar las manos de los hombres
aunque no convierta sus
corazones.
Vv. 31—36. Los sermones de Jesús convencieron a
muchos de que Él era el Mesías, pero no
tenían el valor de reconocerlo. Consuelo para los que están en este mundo, pero que no son de este
mundo, y por tanto, son odiados y están cansados de él, es que no
estarán para siempre en el mundo,
ni por mucho tiempo más. Bueno es que nuestros días sean pocos por ser
malos. Los días de vida y
de gracia no duran mucho; y cuando los pecadores estén en desgracia, se
alegrarán de la ayuda que
ahora desprecian. Los hombres discuten sobre sus palabras, pero cuando
se produzca todo se
explicará.
Vv. 37—39. En el último día de la fiesta de los
tabernáculos los judíos sacaban agua y la
derramaban ante el Señor. Se supone que Cristo alude a eso. Si
cualquiera desea ser feliz
verdaderamente para siempre, que venga a Cristo y sométase a Él. La sed
significa el fuerte deseo
de bendiciones espirituales, que ninguna otra cosa puede satisfacer;
así, pues, las influencias
santificadoras y consoladoras del Espíritu Santo estan representadas por
las aguas, a las cuales Jesús
invita que vayan y beban. El consuelo fluye abundante y constante como
un río; fuerte como un
torrente para derribar la oposición de las dudas y los temores. Hay en
Cristo una plenitud de gracia
sobre gracia. El Espíritu que habita y obra en los creyentes es como
fuente de agua viva, corriente
de la cual fluyen arroyos abundantes, que refrescan y limpian como el
agua. No esperemos los
dones milagrosos del Espíritu Santo, pero podemos solicitar sus
influencias más corrientes y más
valiosas. Estos arroyos han fluido desde nuestro Redentor glorificado
hasta esta fecha, y hasta los
rincones más remotos de la tierra. Deseemos darlos a conocer al prójimo.
Vv. 40—53. La maldad de los enemigos de Cristo
siempre es irracional y, a veces, no se puede
contar con que sea refrenada. Nunca un hombre habló con su sabiduría,
poder, y gracia, esa claridad
convincente y dulzura, con que hablaba Cristo. ¡Ay, muchos de los que
estuvieron por un tiempo
refrenados y que hablaron bien de la palabra de Jesús, perdieron
rápidamente sus convicciones y
siguieron en sus pecados! La gente es neciamente motivada en materias de
peso eterno por motivos
externos, estando dispuestos hasta ser condenados por amor a la moda.
Como la sabiduría de Dios
escoge frecuentemente cosas que los hombres desprecian, así la necedad
de los hombres desprecia
corrientemente a quienes Dios ha elegido. El Señor saca adelante a sus
discípulos tímidos y débiles,
y a veces los usa para derrotar los designios de sus enemigos.
CAPÍTULO VIII
Versículos 1—11. Los fariseos y la
adúltera. 12—59. La
conversación de Cristo con los fariseos.
Vv. 1—11. Cristo no halló defecto en la ley ni
excusó la culpa de la mujer prisionera; tampoco tomó
en cuenta el pretendido celo de los fariseos. Se condenan a sí mismos
los que juzgan a los demás y,
sin embargo, hacen lo mismo. Todos los que de alguna manera son llamados
a culpar las faltas del
prójimo, están especialmente preocupados de mirarse a sí mismos y
mantenerse puros. En este
asunto Cristo asistió a la gran obra por la cual vino al mundo, la cual
era, llevar pecadores al
arrepentimiento, no para destruir, sino para salvar. Él apuntaba a
llevar al arrepentimiento no sólo al
acusado demostrándole su misericordia, sino también a los acusadores
demostrándoles sus pecados;
ellos pensaron tenderle una trampa; Él procuró convencerlos y
convertirlos. —Él rehusó
inmiscuirse en el oficio de juez. Muchos delitos merecen un castigo más
severo que el recibido,
pero no debemos dejar nuestra propia obra para asumir aquella a la cual
no hemos sido llamados.
Cuando Cristo la mandó irse, fue con esta precaución: Vete y no peques
más. Los que ayudan a
salvar la vida de un delincuente deben ayudar a salvar el alma con el
mismo cuidado. —Son
verdaderamente felices aquellos a quienes Cristo no condena. El favor de
Cristo para nosotros al
perdonar los pecados pasados debe prevalecer en nosotros: Vete, y no
peques más.
Vv. 12—16. Cristo es la Luz del mundo. Dios es luz,
y Cristo es la imagen del Dios invisible.
Un sol ilumina a todo el mundo; así lo hace un solo Cristo y no se
necesita más. ¡Qué mazmorra
oscura sería el mundo sin el sol! Así sería sin Jesús por el cual vino
la luz al mundo. —Quienes
siguen a Cristo no andarán en tinieblas. No serán dejados sin las
verdades necesarias para impedir el
error destructor, y sin las instrucciones en el camino del deber,
necesarias para guardarlos del
pecado condenador.
Vv. 17—20. Si conociéramos mejor a Cristo
conoceríamos mejor al Padre. Se vuelven vanos en
sus imaginaciones acerca de Dios los que no aprenden de Cristo. Los que
no conocen su gloria ni su
gracia, no conocen al Padre que le envió. El tiempo de nuestra partida
de este mundo depende de
Dios. Nuestros enemigos no pueden apresurarlo más, ni nuestros amigos,
demorarlo respecto del
tiempo designado por el Padre. Todo creyente verdadero puede mirar
arriba y decir con placer: Mis
tiempos están en tu mano, y mejor en ellas que en las mías. Para todos
los propósitos de Dios hay
un tiempo.
Vv. 21—29. Los que viven en incredulidad están
acabados para siempre si mueren en la
incredulidad. Los judíos pertenecían a este mundo malo actual, pero
Jesús era de naturaleza divina y
celestial, de modo que su doctrina, su reino y sus bendiciones no se
adaptarían al gusto de ellos.
Pero la maldición de la ley es quitada para todos los que se someten a
la gracia del evangelio. Nada,
sino la doctrina de la gracia de Cristo, será un argumento
suficientemente poderoso para hacernos
volver del pecado a Dios; y ese Espíritu es dado, y esa doctrina está
dada, para obrar sólo en
quienes creen en Cristo. Algunos dicen: ¿Quién es este Jesús? Ellos le
reconocen como un profeta,
maestro excelente, y aun como algo más que una criatura, pero no pueden
reconocerle, por sobre
todo, como Dios bendito por los siglos. ¿No bastará eso? Aquí responde
Jesús la pregunta: ¿Es esto
para honrarle como Padre? ¿Reconoce que Jesús es la Luz del mundo y la
Vida de los hombres, uno
con el Padre? Todos sabrán por su conversión o en su condenación que Él siempre
habló e hizo lo
que agradaba al Padre, aun cuando reclamaba para sí los honores más
excelsos.
Vv. 30—36. Un poder tal acompañaba las palabras de
nuestro Señor que muchos se
convencieron y profesaron creer en Él. Él los estimuló para que
escucharan sus enseñanzas, a
confiar en sus promesas, y obedecer sus mandamientos a pesar de todas
las tentaciones al mal. Iban
a ser verdaderamente sus discípulos haciendo eso, y aprenderían por la
enseñanza de su palabra y su
Espíritu, donde están la esperanza y la fuerza de ellos. —Cristo habló
de libertad espiritual, pero los
corazones carnales no sienten otros pesares aparte de los que molestan
al cuerpo y perturban sus
asuntos mundanos. Si se les habla de su libertad y propiedad, del
despilfarro perpetrado en sus
tierras o del daño infligido a sus casas, entenderán muy bien, pero si
se les habla de la esclavitud del
pecado, de la cautividad con Satanás y de la libertad por Cristo, del
mal hecho a sus preciosas
almas, y el riesgo de su bienestar eterno, entonces usted lleva cosas
raras a sus oídos. Jesús les
recordó claramente que el hombre que practica cualquier pecado es,
efectivamente, un esclavo de
pecado, como era el caso de la mayoría de ellos. Cristo nos ofrece
libertad en el evangelio; tiene
poder para darla, y aquellos a quienes Cristo hace libres, realmente lo
son. Sin embargo, a menudo
vemos a las personas que debaten sobre libertades de toda clase mientras
son esclavos de alguna
lujuria pecaminosa.
Vv. 37—40. Nuestro Señor resiste el orgullo y la
vana confianza de estos judíos, mostrándoles
que su descendencia desde Abraham no aprovecha a los de espíritu
contrario a Él. Donde la palabra
de Dios no tiene lugar, no debe esperarse nada bueno; ahí se da lugar a
toda iniquidad. —Un
enfermo que regresa de ver al médico y no toma ningún remedio ni come,
ha perdido la esperanza
de recuperarse. La verdad sana y nutre los corazones de quienes la
reciben. La verdad enseñada por
los filósofos no tiene este poder ni este efecto, sino sólo la verdad de
Dios. Quienes reclaman los
privilegios de Abraham, deben hacer las obras de Abraham; deben ser
extranjeros y peregrinos en
este mundo; mantener la adoración de Dios en su familia y andar siempre
delante de Dios.
Vv. 41—47. Satanás dispone a los hombres a excesos
por los cuales se asesinan a sí mismos y al
prójimo, mientras lo que pone en la mente tiende a destruir las almas de
los hombres. Él es el gran
promotor de toda clase de falsedad. Es mentiroso, todas sus tentaciones
las efectúa llamando bueno
a lo malo y malo a lo bueno, y prometiendo libertad en el pecar. Él es
el autor de todas las mentiras;
a él se parecen y evocan los mentirosos, con quienes tendrá su porción
para siempre, como todos los
mentirosos. Las lujurias especiales del diablo son la maldad espiritual,
las lujurias de la mente, y los
razonamientos corruptos, la soberbia y la envidia, la ira y la malicia,
la enemistad para con lo
bueno, y estimular al prójimo al mal. Aquí la verdad es la voluntad
revelada de Dios para salvación
de los hombres por Jesucristo, la verdad que ahora estaba predicando
Cristo y a la cual se opusieron
los judíos.
Vv. 48—53. Obsérvese el desprecio de Cristo por los
aplausos de los hombres. Los que están
muertos para los elogios de los hombres pueden tolerar el desprecio de
ellos. Dios procura el honor
de todos los que no buscan lo suyo propio. —En estos versículos tenemos
la doctrina de la dicha
eterna de los creyentes. Tenemos el carácter
del creyente; éste es el que guarda las palabras del
Señor Jesús. El privilegio del creyente es que no verá para siempre la muerte de ninguna manera.
Aunque ahora no pueden evitar ver la muerte y, también saborearla, sin
embargo, dentro de poco
tiempo estarán donde para siempre no habrá más muerte, Exodo xiv, 13.
Vv. 54—59. Cristo y todos los suyos, dependen de
Dios en cuanto al honor. Los hombres
pueden ser capaces de debatir sobre Dios aunque no le conozcan. Se pone
juntos a los que no
conocen a Dios con los que no obedecen el evangelio de Cristo, 2
Tesalonisenses i, 8. Todos los que
conocen rectamente algo de Cristo desean fervorosamente saber más de Él.
Los que disciernen el
alborear de la luz del Sol de Justicia, desean ver su levante. —“YO SOY
antes que Abraham”. Esto
habla de Abraham como una criatura y de nuestro Señor como el Creador;
por tanto, bien puede Él
engrandecerse más que Abraham. YO SOY es el nombre de Dios, Exodo iii,
14; habla de su
existencia de Sí mismo y por sí mismo; Él es el Primero y el Último,
siempre el mismo, Apocalipsis
i, 8. Así, pues, no sólo era antes que Abraham, sino antes que todos los
mundos, Proverbios viii, 23;
capítulo i, 1. Como Mediador fue el Mesías ungido mucho antes de
Abraham; el Cordero inmolado
desde la fundación del mundo, Apocalipsis xiii, 8. El Señor Jesús fue
hecho Sabiduría, Justicia,
Santificación y Redención de Dios para Adán y Abel, y para todos los que
antes de Abraham
vivieron y murieron por fe en Él. —Los judíos estaban por lapidar a
Jesús por blasfemar, pero Él se
retiró; por su poder milagroso pasó ileso a través de ellos. Profesemos
constantemente lo que
sabemos y creemos acerca de Dios; y si somos herederos de la fe de
Abraham, nos regocijaremos
esperando el día en que el Salvador se aparecerá en gloria para
confusión de sus enemigos, y para
completar la salvación de todos los que creen en Él.
CAPÍTULO IX
Versículos 1—7. Cristo da vista a
un ciego de nacimiento. 8—12. El relato del ciego. 13—17. Los
fariseos interrogan al hombre que había sido ciego. 18—23. Le preguntan de Él. 24—34. Lo
expulsan. 35—38. Las
palabras de Cristo al hombre que había sido ciego. 39—41. Reprende a
los fariseos.
Vv. 1—7. Cristo curó a muchos que eran ciegos por
enfermedad o accidente; aquí sana a uno que
nació ciego. Así mostró su poder para socorrer en los casos más
desesperados, y la obra de su gracia
en las almas de los pecadores, que da vista a los que son ciegos por
naturaleza. Este pobre hombre
no podía ver a Cristo, pero Cristo lo vio a Él. Y si sabemos o captamos
algo de Cristo se debe a que
primeramente fuimos conocidos por Él. Cristo habla de calamidades
extraordinarias, que no
siempre tienen que considerarse como castigos especiales del pecado; a
veces, son para la gloria de
Dios y para manifestar sus obras. —Nuestra vida es nuestro día en el que
nos corresponde hacer el
trabajo del día. Debemos estar ocupados y no desperdiciar el tiempo del
día; el tiempo de reposo
será cuando nuestro día esté terminado, porque no es sino un día. El
acercamiento de la muerte
debiera estimularnos para aprovechar todas las oportunidades de hacer y
recibir el bien. Debemos
hacer rápidamente el bien que tengamos oportunidad de hacer. Y aquel que
nunca hace una buena
obra hasta que no hay nada que objetar contra ella, dejará más de una
buena obra sin hacer,
Eclesiastés xi, 4. —Cristo magnificó su poder al hacer que un ciego
viera, haciendo lo que uno
pensaría como más probable para enceguecer a uno que ve. La razón humana
no puede juzgar los
métodos del Señor que usa medios e instrumentos que los hombres
desprecian. Los que serán
sanados por Cristo deben ser gobernados por Él. Regresó desde el
estanque maravillándose y
maravillado; se fue viendo. Esto representa los beneficios de prestar atención
a las ordenanzas
señaladas por Cristo; las almas llegan débiles y se van fortalecidas;
llegan dudando y se van
satisfechas; llegan de duelo y se van jubilosas; llegan ciegas y se van
viendo.
Vv. 8—12. Se sabe que aquellos cuyos ojos son
abiertos y sus corazones limpiados por la
gracia, son las mismas personas, pero de carácter completamente
diferente, y viven como
monumentos de la gloria del Redentor y recomiendan su gracia a todos los
que desean la misma
preciosa salvación. Bueno es fijarse en el camino y el método de las
obras de Dios y se verán más
maravillosas. Aplíquese esto espiritualmente. En la obra de gracia
obrada en el alma vemos el
cambio, pero no vemos la mano que lo efectúa: el camino del Espíritu es
como el del viento, del
cual uno oye el sonido, pero no puede decir de dónde viene ni adónde va.
Vv. 13—17. Cristo no sólo obró milagros en el día
de reposo, pero su modo hizo que se
ofendieran los judíos, porque pareció no ceder ante los escribas ni los
fariseos. El celo de ellos por
los puros ritos consumió los asuntos importantes de la religión; por
tanto, Cristo no quiso darles
cabida. Además, se permiten las obras de necesidad y de misericordia y
el reposo sabático debe
guardarse para la obra del día de reposo. ¡Cuántos ojos cegados han sido
abiertos predicando el
evangelio en el día del Señor! ¡Cuántas almas impotentes son curadas en
ese día! Muchos juicios
impíos y despiadados vienen de los hombres que agregan sus propias
fantasías a los designios de
Dios. ¡Qué perfecto en sabiduría y santidad es nuestro Redentor, cuando
sus enemigos no pudieron
hallar nada en su contra, sino la acusación de violar el día de reposo,
tan a menudo refutada!
Seamos capaces de silenciar la ignorancia de los hombres necios haciendo
el bien.
Vv. 18—23. Los fariseos esperaron vanamente refutar
este notable milagro. Esperaban a un
Mesías, pero no toleraban pensar que este Jesús fuera Aquel, porque sus
preceptos eran del todo
contrarios a las tradiciones de ellos, y porque tenían la expectativa de
un Mesías con pompa y
esplendor externo. El temor del hombre pondrá lazo, Proverbios xxix, 25,
y, a menudo, hace que la
gente niegue y desconozca a Cristo, sus verdades y caminos, y actúe
contra sus conciencias. El
indocto y pobre, que son de corazón simple, extraen prestamente
inferencias apropiadas de las
pruebas de la luz del evangelio, pero aquellos cuyos deseos son de otro
camino, aunque estén
siempre aprendiendo, nunca llegan al conocimiento de la verdad.
Vv. 24—34. Como las misericordias de Cristo son de
valor supremo para quienes perciben sus
necesidades, eran ciegos y ahora ven; así, los afectos más poderosos y
duraderos por Cristo surgen
de conocerle verdaderamente. —Aunque no podemos decir cuándo, cómo y por
cuales pasos se
obró el cambio bendito de la obra de gracia en el alma, aun así, podemos
tener el consuelo, si por
gracia podemos decir: Yo era ciego, pero ahora veo. Yo llevaba una vida
mundana sensual pero
ahora, gracias a Dios, es lo contrario, Efesios v, 8. Indudablemente
prodigiosa es la incredulidad de
los que disfrutan los medios de conocimiento y convicción. Todos los que
han sentido el poder y la
gracia del Señor Jesús, se maravillan ante la disposición voluntaria de
otros que le rechazan. Este
les discute con fuerza que no sólo Jesús no era pecador, sino que era de
Dios. Que cada uno de
nosotros podamos saber por esto si somos o no de Dios: ¿Qué hacemos?
¿Qué hacemos por Dios?
¿Qué hacemos por nuestra alma? ¿Qué hacemos más que otros?
Vv. 35—38. Cristo reconoce a quienes le reconocen a
Él, su verdad y sus caminos. Se nota en
particular a los que sufren en la causa de Cristo y del testimonio de
una buena conciencia. Nuestro
Señor Jesús se revela por gracia al hombre. Ahora éste fue hecho
sensato; qué misericordia
inexpresable fue ser curado de su ceguera, para que pudiera ver al Hijo
de Dios. Nadie sino Dios
debe ser adorado; así que, al adorar a Jesús, le reconoció como Dios. Le
adorarán todos los que
creen en Él.
Vv. 39—41. Cristo vino al mundo a dar vista a los
espiritualmente ciegos. Además, para que los
que ven sean cegados; para que los que tienen un elevado concepto de su
propia sabiduría, sean
sellados en su ignorancia. La predicación de la cruz era considerada
locura por quienes no
conocieron a Dios por la sabiduría carnal. Nada fortifica los corazones
corruptos de los hombres
contra las convicciones de la palabra más que la elevada opinión que los
otros tienen de ellos; como
si todo lo que los hombres aplauden, debiera ser aceptado por Dios. —Cristo
los silenció, pero
persiste el pecado del vanidoso y del que confía en sí mismo; ellos
rechazan el evangelio de la
gracia, por tanto, la culpa de su pecado sigue sin ser perdonada, y el
poder de su pecado sigue
intacto.
CAPÍTULO X
Versículos 1—5. La parábola del
buen pastor. 6—9. Cristo,
la Puerta. 10—18. Cristo,
el Buen
Pastor. 19—21. La
opinión de los judíos sobre Jesús. 22—30. Su sermón en la fiesta de la
dedicación. 31—38. Los
judíos intentan lapidar a Jesús. 39—42. Salida de Jerusalén.
Vv. 1—5. He aquí una parábola o símil tomado de
las costumbres del Oriente para el manejo de las
ovejas. Los hombres, como criaturas que dependen de su Creador, son
llamados ovejas de su prado.
La Iglesia de Dios en el mundo es como un redil de ovejas, expuesto a
los engañadores y los
perseguidores. El gran Pastor de las ovejas conoce a todas las suyas,
las cuida por su providencia,
las guía por su Espíritu y su palabra, y va delante de ellas, como los
pastores orientales iban delante
de sus ovejas para ponerlas en el camino tras sus pasos. Los ministros
deben servir a las ovejas en
sus preocupaciones espirituales. El Espíritu de Cristo les pondrá por
delante una puerta abierta. Las
ovejas de Cristo obedecerán a su Pastor y serán cautelosas y tímidas con
los extraños que las
quieran sacar de la fe en Él y llevarlas a las fantasías sobre Él.
Vv. 6—9. Muchos que oyen la palabra de Cristo no
la entienden porque no quieren, pero
nosotros hallaremos que un pasaje explica a otro al otro, y el Espíritu
bendito da a conocer al
bendito Jesús. —Cristo es la Puerta, ¿y qué mayor seguridad tiene la
Iglesia de Dios que el Señor
Jesús esté entre ella y todos sus enemigos? Él es una puerta abierta
para pasar y comunicar. He aquí
instrucciones claras sobre cómo entrar al redil; debemos entrar por
Jesucristo en cuanto es la Puerta.
Por fe en Él como el gran Mediador entre Dios y el hombre. Además,
tenemos promesas preciosas
para los que obedecen esta instrucción. Cristo da todo el cuidado a su
Iglesia, y a cada creyente, que
un buen pastor da a su rebaño; y Él espera que la Iglesia, y cada
creyente, le atienda y se mantenga
en su pastura.
Vv. 10—18. Cristo es el Buen Pastor; muchos no eran
ladrones, pero fueron negligentes con su
deber, y el rebaño fue muy dañado por su descuido. Los malos principios
son la raíz de las malas
costumbres. —El Señor Jesús sabe a quienes ha escogido y está seguro de
ellos; también ellos saben
en quien confiaron y están seguros de Él. —Véase aquí la gracia de
Cristo: puesto que nadie podría
quitarle la vida, Él la entrega, por sí, para nuestra redención. Él se
ofrendó para ser el Salvador: He
aquí, Yo vengo. La necesidad de nuestro caso lo pedía, y Él se ofreció
para el Sacrificio. Fue el que
ofrenda y ofrenda, de modo que la entrega de su vida fue la ofrenda de
sí mismo. De eso queda en
claro que Él murió en el lugar y como sustituto de los hombres para
lograr que ellos fueran librados
del castigo del pecado, para obtener el perdón del pecado para ellos; y
para que su muerte adquiriera
ese perdón. Nuestro Señor no entregó su vida por su doctrina, sino por
sus ovejas.
Vv. 19—21. Satanás destruye a muchos quitándoles el
interés por la palabra y las ordenanzas.
Los hombres no toleran que se rían de ellos por su alimento necesario,
pero toleran que se rían de
ellos por lo que es mucho más necesario. Si nuestro celo y fervor en la
causa de Cristo,
especialmente en la bendita obra de llevar sus ovejas a su redil, nos
acarrea mala fama, no la
escuchemos, pero recordemos que así reprocharon a nuestro Maestro antes
que a nosotros.
Vv. 22—30. Todos los que tienen algo que decir a
Cristo, pueden encontrarlo en el templo.
Cristo nos hará creer; nosotros nos hacemos dudar. Los judíos
entendieron su significado, pero no
pudieron dar forma a sus palabras como acusación completa en su contra.
Él describió la
disposición de gracia y el estado de dicha de sus ovejas; ellas oyeron y
creyeron su palabra, le
siguieron como sus fieles discípulos, y ninguna de ellas perecerá,
porque el Hijo y el Padre eran
uno. Así, pues, pudo defender a sus ovejas contra todos sus enemigos, lo
cual prueba que pretendió
tener poder y perfección divinos iguales al Padre.
Vv. 31—38. Las obras de poder y misericordia de
Cristo le proclaman ser. Dios bendijo sobre
todo por los siglos, para que todos sepan y crean que Él es en el Padre,
y el Padre en Él. A quien el
Padre envía, santifica. El santo Dios recompensará y, por tanto,
empleará sólo a quienes Él haga
santos. El Padre era en el Hijo, de modo que por el poder divino, Aquél
obró sus milagros; el Hijo
era en el Padre, de modo que conocía toda su mente. Nosotros no podemos
hallar esto a la
perfección buscándolo, pero debemos conocer y creer estas declaraciones
de Cristo.
Vv. 39—42. No prosperará ningún arma forjada contra
nuestro Señor Jesús. No escapó porque
tuviera temor de sufrir, sino porque su hora no había llegado. Aquél que
sabía librarse a sí mismo,
sabe librar de sus tentaciones a los santos, y hacerles un camino para
que escapen. Los
perseguidores pueden echar a Cristo y su evangelio de la ciudad o país
de ellos pero no pueden
echarlos del mundo. Cuando por fe en nuestros corazones conocemos a
Cristo, encontramos que es
verdad todo lo que la Escritura dice de Él.
CAPÍTULO XI
Versículos 1—6. La enfermedad de
Lázaro. 7—10. Cristo
regresa a Judea. 11—16. La
muerte de
Lázaro. 17—32. Cristo
arriba a Betania. 33—46. Resucita
a Lázaro. 47—53. Los
fariseos se
confabulan contra Jesús. 54—57. Los judíos lo buscan.
Vv. 1—6. Estar enfermos no es nada nuevo para
quienes Cristo ama; las dolencias corporales
corrigen la corrupción y prueban las gracias del pueblo de Dios. Él no
vino a resguardar a su pueblo
de estas aflicciones, sino a salvarlos de sus pecados, y de la ira
venidera; sin embargo, nos
corresponde apelar a Él por cuenta de nuestros amigos y parientes cuando
están enfermos y
afligidos. Que esto nos reconcilie con el lado más oscuro de la
Providencia, que todo es para la
gloria de Dios: así son enfermedad, pérdida, desilusión; y debemos
satisfacernos si Dios es
glorificado. Jesús amaba a Marta, a su hermana y a Lázaro. Favorecidas
grandemente son las
familias en que abundan el amor y la paz, pero son felices hasta lo sumo
aquellas a las que Jesús
ama, y por las que es amado. Ay, que este raras veces sea el caso de
cada persona, aun en familias
pequeñas. —Dios tiene intenciones buenas aun cuando parece demorar.
Cuando tarda la obra de
liberación temporal o espiritual, pública o personal, se debe a que
espera el momento oportuno.
Vv. 7—10. Cristo nunca pone en peligro a su pueblo
si no va con ellos. Somos dados a pensar
que somos celosos por el Señor cuando, en realidad, somos celosos sólo
por nuestra riqueza,
crédito, comodidad y seguridad; por tanto, necesitamos probar nuestros
principios. Nuestro día será
prolongado hasta que nuestra obra esté hecha y finalizado nuestro
testimonio. El hombre tiene
consuelo y satisfacción mientras va en el camino de su deber, según lo
estipule la palabra de Dios, y
esté determinado por la providencia de Dios. Donde quiera que Cristo
fue, anduvo en el día, y así
nosotros si seguimos sus pasos. Si un hombre anda en el camino de su
corazón, conforme al rumbo
de este mundo, si considera más sus razonamientos carnales que la
voluntad y la gloria de Dios, cae
en tentaciones y trampas. Tropieza porque no hay luz en él, porque la
luz en nosotros es a nuestras
acciones morales como la luz alrededor de
nosotros es a nuestras acciones naturales.
Vv. 11—16. Puesto que estamos seguros de resucitar
al final, ¿por qué la esperanza que cree en
la resurrección a la vida eterna, no nos facilita el sacarnos el cuerpo
y morir, como si fuera sacarse
la ropa e irse a dormir? Cuando muere el cristiano verdadero no hace
sino dormir; descansa de las
labores del día pasado. Sí, de aquí que la muerte sea mejor que dormir,
porque dormir es sólo un
descanso breve, pero la muerte es el fin de todas las preocupaciones y
esfuerzos terrenales. Los
discípulos pensaban que ahora no era necesario que Cristo fuera donde
Lázaro y se expusiera Él
junto con ellos. Así, a menudo, esperamos que la buena obra que somos
llamados a hacer, sea hecha
por alguna otra mano si hay riesgos en hacerla. Pero cuando Cristo
resucitó a Lázaro de entre los
muertos, muchos fueron llevados a creer en Él; y se hizo mucho para
perfeccionar la fe de los que
creyeron. Vayamos a Él; la muerte no puede separarnos del amor de Cristo ni ponernos fuera del
alcance de su llamado. —Como Tomás, los cristianos deben animarse unos a
otros en tiempos
difíciles. La muerte del Señor Jesús debe darnos la disposición de morir
cuando Dios nos llame.
Vv. 17—32. Aquí había una casa donde estaba el
temor de Dios y sobre la cual reposaba su
bendición, pero fue hecha casa de duelo. La gracia evita el duelo en el
corazón, pero no el de la
casa. —Cuando Dios, por su gracia y providencia, viene a nosotros por
caminos de misericordia y
consuelo, como Marta, debemos salir por fe, esperanza y oración a
encontrarlo. Cuando Marta salió
a encontrar a Jesús, María se quedó tranquila en casa; anteriormente
este temperamento fue
ventajoso para ella, cuando la puso a los pies de Cristo para oír su
palabra, pero en el día de la
aflicción, el mismo temperamento la dispuso a la melancolía. Sabiduría
nuestra es velar contra la
tentación y usar las ventajas de nuestro temperamento natural. —Cuando
no sabemos qué pedir o
esperar en particular, encomendémonos a Dios; dejémosle hacer lo que le
plazca. Para aumentar las
expectativas de Marta, nuestro Señor declara que es la Resurrección y la
Vida. Es la resurrección en
todo sentido: fuente, sustancia, primicia, y causa de la resurrección.
El alma redimida vive feliz
después de la muerte y, después de la resurrección, el cuerpo y el alma
son resguardados de todo
mal para siempre. —Cuando leamos u oigamos la palabra de Cristo sobre
las grandes cosas del otro
mundo, debemos preguntarnos ¿creemos esta verdad? Las cruces y los
consuelos de esta época no
nos impresionarían tan profundamente como lo hacen, si creyéramos como
debemos las cosas de la
eternidad. —Cuando Cristo, nuestro Maestro, viene, nos llama. Él viene
en su palabra y ordenanza,
y nos llama a ellas, nos llama por ellas, y nos llama a sí mismo. Los
que, en un día de paz, se ponen
a los pies de Cristo para que les enseñe, pueden, con consuelo, echarse
a sus pies para hallar su
favor en un día de inquietud.
Vv. 33—46. La tierna simpatía de Cristo por estos
amigos afligidos se manifestó por la angustia
de su Espíritu. Él es afligido en todas las aflicciones de los
creyentes. Su preocupación por ellos lo
demuestra su bondadosa pregunta por los restos de su amigo fallecido. Él
actúa en la forma y a la
manera de los hijos de los hombres, al ser hallado a semejanza de hombre.
Eso lo demostró por sus
lágrimas. Era varón de dolores y experimentado en quebranto. Las
lágrimas de compasión se
parecen a las de Cristo, pero éste nunca aprobó esa sensibilidad de la
cual se enorgullecen tantos de
los que lloran por simples relatos de problemas, pero se endurecen ante
el ay de verdad. Nos da el
ejemplo al apartarse de las escenas de hilaridad frívola, para que
consolemos al afligido. No
tenemos un sumo sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras
debilidades. —Es un buen paso
para levantar un alma a la vida espiritual, cuando se quita la piedra,
cuando se eliminan y superan
los prejuicios, dando lugar para que la palabra entre al corazón. Si
recibimos la palabra de Cristo, y
confiamos en su poder y fidelidad, veremos la gloria de Dios y nos
alegraremos al verla. Nuestro
Señor Jesús nos enseña, con su ejemplo, a llamar Padre a Dios en la
oración y a acercarnos a Él
como hijos al padre, con reverencia humilde, pero con santa osadía.
Habló directamente a Dios con
los ojos alzados y en voz alta, para que ellos se convencieran que el
Padre le había enviado al
mundo como su Hijo amado. —Él podía resucitar a Lázaro por el ejercicio
silencioso de su poder y
voluntad, y la obra invisible del Espíritu de vida, pero lo hizo en voz
alta. Era un tipo del llamado
del evangelio por el cual se sacan las almas muertas de la tumba del
pecado: tipo del sonido de la
trompeta del arcángel del último día, con que serán despertados todos
los que duermen en el polvo,
y serán convocados a comparecer ante el gran tribunal. La tumba del
pecado y este mundo no son
lugar para aquellos que Cristo revivió; ellos deben salir. Lázaro fue
revivido completamente y
regresó, no sólo a la vida, sino a la salud. El pecador no puede revivir
su propia alma, pero tiene que
usar los medios de gracia; el creyente no puede santificarse a sí mismo,
pero tiene que dejar de lado
todo peso y estorbo. No podemos convertir a nuestros parientes y
amistades, pero debemos
instruirlos, precaverlos e invitarlos.
Vv. 47—53. Difícilmente haya un descubrimiento más
claro de la locura del corazón del
hombre y de su enemistad enconada contra Dios que lo aquí registrado.
Las palabras de la profecía
en la boca no son prueba clara de un principio de gracia en el corazón.
Por el pecado tomamos el
rumbo más eficaz para echarnos encima la calamidad, de la cual
procuramos escapar, como hacen
quienes creen que fomentan su propio interés mundano oponiéndose al
reino de Cristo. Lo que el
impío teme le vendrá. La conversión de las almas es la reunión de ellas
con Cristo como su rey y
refugio; Él murió para efectuar esto. Al morir las compró para sí mismo,
y adquirió el don del
Espíritu Santo para ellas: Su amor al morir por los creyentes debe
unirlos estrechamente.
Vv. 54—57. Debemos renovar nuestro arrepentimiento
antes de la pascua del evangelio. Así,
por una purificación voluntaria y por ejercicios religiosos, muchos, más
devotos que su prójimo,
pasan un tiempo en Jerusalén antes de la pascua. Cuando esperamos
reunirnos con Dios debemos
prepararnos con solemnidad. Ningún artificio del hombre puede alterar
los propósitos de Dios, y
aunque los hipócritas se diviertan con formas y disputas, y los hombres
mundanos procuren sus
propios planes, Jesús sigue ordenando todas las cosas para su gloria y
para la salvación de su
pueblo.
CAPÍTULO XII
Versículos 1—11. María unge a
Cristo. 12—19. Entra
a Jerusalén. 20—26. Unos
griegos quieren
ver a Jesús. 27—33. Una
voz desde el cielo da testimonio de Cristo. 34—36.
Su sermón para el
pueblo. 37—43. Incredulidad
de los judíos. 44—50, El
discurso de Cristo para ellos.
Vv. 1—11. Cristo había reprendido a Marta
anteriormente porque se afanaba con mucho servicio,
pero ella no dejó de servir, como algunos que, con belicosidad, se van
al otro extremo cuando son
hallados en falta por exagerar una cosa; ella siguió sirviendo, pero
dentro del alcance de las palabras
de la gracia de Cristo. —María dio una señal de amor a Cristo, que le
había dado verdaderas señales
de su amor por ella y su familia. El Ungido de Dios será nuestro Ungido.
Como Dios derramó el
óleo de alegría sobre Él, por más que a sus compañeros, así nosotros
derramemos el ungüento de
nuestros mejores afectos sobre Él. —El pecado necio es embellecido con
un pretexto creíble por
Judas. No debemos pensar que los que no hacen el servicio a nuestra
manera no lo hacen de manera
aceptable. El amor al dinero que reina es robo de corazón. La gracia de
Cristo hace comentarios
bondadosos de las palabras y acciones piadosos, sacando lo mejor de lo
que está mal, y el máximo
de lo bueno. Se debe aprovechar las oportunidades; y primero y con mayor
vigor las que
probablemente sean las más breves. —Confabularse para impedir el efecto
ulterior del milagro,
matando a Lázaro, es tanta iniquidad, malicia y necedad que no se puede
entender, salvo por la
enemistad enconada del corazón humano contra Dios. Ellos resolvieron que
debía morir el hombre
que el Señor había resucitado. El éxito del evangelio suele enojar tanto
a los impíos que hablan y
actúan como si esperaran triunfar sobre el mismo Todopoderoso.
Vv. 12—19. La entrada triunfal de Cristo en
Jerusalén la registran todos los evangelistas. —Los
discípulos no entienden muchas cosas excelentes de la palabra y de la
providencia de Dios, en la
primera instancia de su conocimiento de las cosas de Dios. El
entendimiento recto de la naturaleza
espiritual del reino de Cristo impide que apliquemos mal las Escrituras
que hablan al respecto.
Vv. 20—26. El gran deseo de nuestra alma será ver a
Jesús al participar en las santas
ordenanzas, en particular de la pascua del evangelio; verlo como
nuestro, teniendo comunión con Él
y derivando gracia de Él. —El llamado a los gentiles magnificó al
Redentor. Una semilla de trigo no
produce a menos que sea sepultada. Así Cristo podría haber poseído solo
su gloria celestial sin
volverse hombre. O, después de haber asumido la naturaleza humana,
podría haber entrado solo al
cielo, por su justicia perfecta, sin sufrimientos ni muerte, pero
entonces, ningún pecador de la raza
humana hubiera podido ser salvo. La salvación de nuestras almas hasta
ahora y de aquí en adelante
hasta el fin del tiempo, se debe a la muerte de esa simiente de trigo.
Busquemos si Cristo es en
nosotros la esperanza de gloria; roguémosle que nos haga indiferentes a
los afanes triviales de esta
vida, para que sirvamos al Señor Jesús con mente dispuesta, y para
seguir su santo ejemplo.
Vv. 27—33. El pecado de nuestras almas fue la
angustia del alma de Cristo cuando emprendió
nuestra redención y salvación, haciendo de su alma la ofrenda por el
pecado. Cristo estaba dispuesto
a sufrir, pero oró pidiendo que se le salvara de sufrir. La oración
pidiendo ser librado de la
tribulación puede concordar bien con la paciencia que hay tras ellos, y
con el sometimiento a la
voluntad de Dios en ellos. Nuestro Señor Jesús decidió satisfacer la
honra de Dios injuriado, y lo
hizo humillándose a sí mismo. La voz del Padre desde el cielo, que lo
había declarado su amado
Hijo, en su bautismo y en la transfiguración, se oyó proclamando que
había glorificado su nombre
que lo volvería a glorificar. —Reconciliando el mundo a Dios por el
mérito de su muerte, Cristo
rompió el poder de la muerte, y echó fuera a Satanás como destructor.
Llevando el mundo a Dios
por la doctrina de su cruz, Cristo rompió el poder del pecado y echó
fuera a Satanás como
engañador. El alma que estaba distanciada de Cristo es llevada a amarle
y confiar en Él. Ahora Jesús
se iba al cielo, y llevaría allá los corazones de los hombres. Hay poder
en la muerte de Cristo para
atraer las almas a Él. Hemos oído del evangelio lo que enaltece la libre
gracia, y también hemos
oído lo que llama al deber; debemos aceptar ambos de todo corazón sin
separarlos.
Vv. 34—36. La gente sacó nociones falsas de las
Escrituras porque pasaron por alto las
profecías que hablan de los sufrimientos y la muerte de Cristo. Nuestro
Señor les advirtió que la luz
no seguiría con ellos por mucho tiempo más, y les exhortó a caminar en
ella antes que la oscuridad
los alcanzara. Los que quieren andar en la luz deben creer en ella y
seguir las instrucciones de
Cristo. Pero los que no tienen fe, no pueden contemplar lo que se
presenta en Jesús, levantado en la
cruz, y son ajenos a su influencia, como lo da a conocer el Espíritu
Santo; hallan miles de
objeciones para excusar su incredulidad.
Vv. 37—43. Obsérvese el método de conversión aquí
implicado. Los pecadores son llevados a
ver la realidad de las cosas divinas y a tener un cierto conocimiento de
ellas; para que se conviertan
y se vuelvan verdaderamente del pecado a Cristo, como su Dicha y
Porción. Dios los sanará, los
justificará y santificará; perdonará sus pecados, que son como heridas
sangrantes y mortificará sus
corrupciones, que son como enfermedades que acechan. —Véase aquí el
poder del mundo para
amortiguar la convicción de pecado teniendo en cuenta el aplauso o la
censura de los hombres. El
amor al elogio de los hombres, como subproducto de lo bueno, hará
hipócrita al hombre cuando la
religión está de moda y por ella se obtiene mérito; el amor al elogio de
los hombres, como principio
vil de lo malo, hará un apóstata del hombre cuando la religión caiga en
desgracia y se pierda el
mérito por ella.
Vv. 44—50. Nuestro Señor proclamó públicamente que
todo aquel que creyera en Él, como su
discípulo verdadero, no creería sólo en Él, sino en el Padre que le
envió. Contemplando en Jesús la
gloria del Padre, aprendemos a obedecer, amar y confiar en Él. Mirando
diariamente a Aquel que
vino como Luz al mundo, somos liberados crecientemente de las tinieblas
de la ignorancia, del
error, del pecado y la miseria; aprendemos que el mandamiento de Dios
nuestro Salvador es vida
eterna, aunque la misma palabra sellará la condenación de todos los que
la desprecian o la rechazan.
CAPÍTULO XIII
Versículos 1—17. Cristo lava los
pies de los discípulos. 18—30. Anuncio de la traición de Judas.
31—38. Cristo manda a los discípulos que se
amen unos a otros.
Vv. 1—17. Nuestro Señor Jesús tiene un pueblo en
el mundo que es suyo; los compró y pagó caro
por ellos, y los puso aparte para sí; ellos se rinden a Él como pueblo
peculiar. A los que Cristo ama,
los ama hasta lo sumo. Nada puede separar del amor de Cristo al creyente
verdadero. —No sabemos
cuando llegará nuestra hora, por eso, lo que tenemos que hacer como
preparativo constante para
ella, nunca debe quedar sin hacer. No podemos saber qué camino de acceso
a los corazones de los
hombres tiene el diablo, pero algunos pecados son tan excesivamente
pecaminosos, y es tan poca la
tentación a ellos de parte del mundo y la carne, que es evidente que
vienen directamente de parte de
Satanás. —Jesús lavó los pies de los discípulos para enseñarnos a pensar
que nada nos rebaja si
podemos fomentar la gloria de Dios y el bien de nuestros hermanos.
Debemos dirigirnos al deber y
dejar de lado todo lo que impida lo que tenemos que hacer. Cristo lavó
los pies de los discípulos
para representarles el valor del lavado espiritual, y la limpieza del
alma de las contaminaciones del
pecado. —Nuestro Señor Jesús hace muchas cosas cuyo significado ni sus
discípulos saben en el
presente, pero lo sabrán después. Al final vemos qué era lo bueno de los
hechos que parecían
peores. No es humildad, sino incredulidad rechazar la oferta del
evangelio como si fueran
demasiado ricos para que sea para nosotros o noticia demasiado buena
para ser cierta. —Todos los
que son espiritualmente lavados por Cristo tienen parte en Él, y
solamente ellos. A todos los que
Cristo reconoce y salva, los justifica y santifica. Pedro se somete más
de lo requerido; ruega ser
lavado por Cristo. ¡Cuán ferviente es por la gracia purificadora del
Señor Jesús, y el efecto total de
ella, hasta en sus manos y cabeza! Los que desean verdaderamente ser
santificados, desean ser
santificados por completo, y que sea purificado todo el hombre, en todas
sus partes y poderes. El
creyente verdadero es así lavado cuando recibe a Cristo para su
salvación. Entonces, véase cuál
debe ser el afán diario de quienes, por gracia, están en un estado
justificado, esto es, lavar sus pies;
limpiar la culpa diaria, y estar alertas contra toda cosa contaminante.
Esto debe hacernos
sumamente cautos. Desde el perdón de ayer debemos ser fortalecidos
contra la tentación de este día.
Cuando se descubren hipócritas, no debe ser sorpresa ni causa de
tropiezo para nosotros. —Fijaos
en la lección que enseña aquí Cristo. Los deberes son mutuos; debemos
aceptar ayuda de nuestros
hermanos y debemos darles ayuda. Cuando vemos que nuestro Maestro sirve,
no podemos sino ver
cuán inconveniente es dominar para nosotros. —Y el mismo amor que llevó
a Cristo a rescatar y
reconciliar a sus discípulos, cuando eran enemigos, aún influye sobre
Él.
Vv. 18—30. Nuestro Señor había hablado, a menudo,
de sus sufrimientos y muerte, sin esa
turbación de espíritu como la que ahora devela cuando habla de Judas.
Los pecados de los cristianos
son la tristeza de Cristo. —No tenemos que limitar nuestra atención a
Judas. La profecía de su
traición puede aplicarse a todos los que participan de las misericordias
de Dios, y las reciben con
ingratitud. Véase al infiel que sólo mira las Escrituras con el deseo de
quitarles su autoridad y
destruir su influencia; al hipócrita que profesa creer las Escrituras,
pero no se gobierna por ellas; y
al apóstata que se aleja de Cristo por una nadería. Así, pues, la
humanidad, sustentada por la
providencia de Dios, luego de comer pan con Él, ¡alza contra Él su
calcañar! Judas salió como uno
cansado de Jesús y de sus apóstoles. Aquellos cuyas obras son malas aman
las tinieblas más que la
luz.
Vv. 31—35. Cristo había sido glorificado en muchos
milagros que obró, pero habla de ser
glorificado, ahora, en sus sufrimientos, como si eso fuera más que todas
sus otras glorias en su
estado de humillación. Así fue hecha satisfacción por el mal hecho a
Dios por el pecado del hombre.
No podemos seguir ahora a nuestro Señor a su dicha celestial, pero si
creemos verdaderamente en
Él, lo seguiremos en el más allá; mientras tanto, debemos esperar su
tiempo y hacer su obra. —
Antes que Cristo dejara a los discípulos, les daría un nuevo
mandamiento. Ellos tenían que amarse
unos a otros por amor a Cristo y, conforme a su ejemplo, buscar lo que
beneficie al prójimo, y
fomente la causa del evangelio, como un solo cuerpo animado por una sola
alma. Este mandamiento
aún parece nuevo para
muchos profesantes. En general, los hombres notan cualquiera otra palabra
de Cristo antes que estas. Por esto se revela, si los seguidores de Cristo
no se demuestran amor unos
a otros, dan causa para sospechar de su sinceridad.
Vv. 36—38. Pedro pasó por alto lo que Cristo dijo
sobre el amor fraternal, pero habló de aquello
sobre lo cual Cristo los mantuvo ignorantes. Común es tener más celo por
saber cosas secretas, que
corresponden sólo a Dios, que por cosas reveladas que nos corresponden a
nosotros y a nuestros
hijos; tener más deseo de satisfacer nuestra curiosidad que dirigir
nuestra conciencia; saber qué se
hace en el cielo más de lo que debemos hacer para llegar allá. ¡Qué
pronto se deja de hablar sobre lo
que es claro y edificante, mientras se sigue el debate dudoso como lucha
interminable de palabras!
Somos dados a tomar mal que nos digan que no podemos hacer esto o
aquello, aunque sin Cristo
nada podemos hacer. Cristo nos conoce mejor que nosotros mismos, y tiene
muchas maneras de
descubrir a los que ama, y esconder el orgullo para ellos. Dediquémonos
a mantener la unidad del
Espíritu en el vínculo de la paz, a amarnos fervientemente unos a otros
con corazón puro, y a andar
humildemente con nuestro Dios.
CAPÍTULO XIV
Versículos 1—11. Cristo consuela a
sus discípulos. 12—17. Más
consuelo para sus discípulos. 18
—31. Sigue consolando a sus discípulos.
Vv. 1—11. Aquí hay tres palabras sobre las cuales
puede ponerse todo el énfasis: La palabra turbe.
No os deprimáis ni os angustiéis. La palabra corazón. Que su corazón esté guardado con toda
confianza en Dios. La palabra vuestro. Por más que el prójimo esté abrumado por las penas de esta
época actual, vosotros no
estéis así. Los discípulos de Cristo deben mantener su mente en paz, más
que el prójimo, cuando todo lo demás está turbado. He aquí el remedio
contra este trastorno de la
mente, “Creed”. Creyendo en Cristo como Mediador entre Dios y el hombre,
recibimos consuelo.
Se habla de la dicha del cielo como estar en la casa del padre. Hay
muchas mansiones, porque hay
muchos hijos para ser llevados a la gloria. Las mansiones son viviendas
que duran. Cristo será el
Consumador de aquello, de lo cual es el Autor o Iniciador; si tiene
preparado el lugar para nosotros,
nos preparará para eso. —Cristo es el Camino al Padre que los pecadores
tienen en su persona como
Dios manifestado en carne, en su sacrificio expiatorio, y como nuestro
Abogado. Él es la Verdad,
que cumple todas las profecías del Salvador; creyendo eso los pecadores
van por Él, el Camino. Él
es la Vida, por su Espíritu vivificador reciben vida los muertos en
pecado. Nadie que no sea
vivificado por Él, la Vida, y enseñado por Él, la Verdad, puede
acercarse a Dios como Padre por Él,
el Camino. Por Cristo, el Camino, nuestras oraciones van a Dios y sus
bendiciones vienen a
nosotros; este es el Camino que lleva al reposo, el buen Camino antiguo.
Él es la Resurrección y la
Vida. Todo el que ve a Cristo por fe, ve al Padre en Él. A la luz de la
doctrina de Cristo vieron a
Dios como Padre de las luces y, en los milagros de Cristo vieron a Dios
como el Dios del poder. La
santidad de Dios brilló en la pureza inmaculada de la vida de Cristo.
Tenemos que creer la
revelación de Dios al hombre en Cristo; porque las obras del Redentor
muestran su gloria, y a Dios
en Él.
Vv. 12—17. Cualquier cosa que pidamos en el nombre
de Cristo, que sea para nuestro bien y
adecuada para nuestro estado, nos la dará. Pedir en el nombre de Cristo
es invocar sus méritos y su
intercesión, y depender de estos argumentos. El don del Espíritu es un
fruto de la mediación de
Cristo, comprado por su mérito y recibido por su intercesión. La palabra
aquí empleada significa
abogado, consejero, monitor y consolador. Él permanece con los
discípulos hasta el fin del tiempo;
sus dones y gracias alientan sus corazones. Las expresiones usadas, aquí
y en otros pasajes, denotan
una persona, y el oficio mismo incluye todas las perfecciones divinas. —El
don del Espíritu Santo
es dado a los discípulos de Cristo, y no al mundo. Este es el favor que
Dios da a sus elegidos: como
fuente de santidad y dicha, el Espíritu Santo permanecerá con cada
creyente para siempre.
Vv. 18—24. Cristo promete que seguirá cuidando a
sus discípulos. No os dejaré huérfanos o sin
padre, porque, aunque os dejo, de todos modos os dejo este consuelo:
Vendré a vosotros. Vendré
prontamente a vosotros en mi resurrección. Vendré diariamente a vosotros
en mi Espíritu; en las
señales de su amor y en las visitas de su gracia. Por cierto vendré al
fin del tiempo. Sólo los que ven
a Cristo con los ojos de la fe, lo verán para siempre: el mundo no lo ve
más hasta su segunda
venida, pero sus discípulos tienen comunión con Él en su ausencia. Estos
misterios serán
plenamente conocidos en el cielo. Es un acto ulterior de gracia que
ellos lo sepan y tengan este
consuelo. —Teniendo los mandamientos de Cristo debemos obedecerlos. Y al
tenerlos sobre nuestra
cabeza, debemos guardarlos en nuestro corazón y en nuestra vida. La
prueba más segura de nuestro
amor a Cristo es la obediencia a las leyes de Cristo. Hay señales
espirituales de Cristo y su amor
dadas a todos los creyentes. Cuando el amor sincero a Cristo está en el
corazón, habrá obediencia.
El amor será un principio que manda y constriñe; y donde hay amor, el
deber se desprende de un
principio de gratitud. Dios no sólo amará a los creyentes obedientes,
pero se complacerá en amarlos,
reposará en amor a ellos. Estará con ellos como en su casa. Estos
privilegios están limitados a los
que tiene la fe que obra por amor, y cuyo amor a Jesús los lleva a
obedecer sus mandamientos. Los
tales son partícipes de la gracia del Espíritu Santo que los crea de
nuevo.
Vv. 25—27. Si deseamos saber estas cosas para
nuestro bien, tenemos que orar por ellas y
depender de la enseñanza del Espíritu Santo; así serán traídas a nuestra
memoria las palabras de
Jesús, y muchas dificultades serán aclaradas, hasta las que no son
claras para otros. El Espíritu de
gracia es dado a todos los santos para que les haga recordar, y debemos
encomendarle, por fe y
orando, que mantenga lo que oigamos y sepamos. La paz es dada para todo
bien, y Cristo nos ha
guiado a todo lo que es real y verdaderamente bueno, a todo lo bueno
prometido: la paz mental a
partir de nuestra justificación ante Dios. Cristo llama su paz a esto,
porque Él mismo es nuestra paz.
La paz de Dios difiere ampliamente de la de los fariseos o hipócritas,
como se demuestra por sus
efectos santos y humillantes.
Vv. 28—31. Cristo eleva las expectativas de sus
discípulos a algo que está más allá de lo que
pensaban que era su mayor dicha. Ahora su tiempo era poco, por tanto,
les habló largamente.
Cuando lleguemos a enfermarnos, y a morirnos, podemos ser incapaces de
hablar mucho a quienes
nos rodeen: el consejo bueno que tengamos que dar, démoslo mientras
estamos sanos. Fíjese en la
perspectiva de un conflicto inminente que tenía Cristo, no sólo con los
hombres, sino con las
potestades de las tinieblas. Satanás tiene algo en nosotros con que nos
deja perplejos, porque todos
pecamos, pero cuando quiere perturbar a Cristo, nada pecaminoso halla
que le sirva. La mejor
prueba de nuestro amor al Padre es que hagamos como Él nos manda.
Regocijémonos en las
victorias del Salvador sobre Satanás, el príncipe de este mundo.
Copiemos el ejemplo de su amor y
obediencia.
CAPÍTULO XV
Versículos 1—8. Cristo la Vid
verdadera. 9—17. Su
amor por sus discípulos. 18—25. Anuncio de
odio y persecución. 26, 27. Promesa del Consolador.
Vv. 1—8. Jesucristo es la Vid, la Vid verdadera.
La unión de la naturaleza divina con la humana, y
la plenitud del Espíritu que hay en Él, recuerdan la raíz de la vida que
fructifica por la humedad de
la buena tierra. Los creyentes son los pámpanos de esta Vid. La raíz no
se ve y nuestra vida está
escondida con Cristo; la raíz sustenta al árbol, le difunde la savia, y
en Cristo están todos los
sustentos y provisiones. Los pámpanos de la vid son muchos, pero al
unificarse en la raíz no son
sino una sola vid; de este modo, todos los cristianos verdaderos, aunque
disten entre sí en cuanto a
lugar y opinión, se unen en Cristo. Los creyentes, como los pámpanos de
la vid, son débiles e
incapaces de permanecer, sino como nacieron. —El Padre es el Dueño de la
vid. Nunca hubo un
dueño tan sabio, tan cuidadoso con su viña como Dios por su Iglesia que,
por eso, debe prosperar.
Debemos ser fructíferos. Esperamos uvas de una vid, y del cristiano
esperamos un temperamento,
una disposición y una vida cristiana. Debemos honrar a Dios y hacer el
bien, esto es, llevar fruto.
Los estériles son cortados. Hasta las ramas fructíferas necesitan poda,
porque, en el mejor de los
casos, tenemos ideas, pasiones y humores que requieren ser quitados,
cosa que Cristo ha prometido
hacer por su palabra, Espíritu y providencia. Si se usan medios
drásticos para avanzar la
santificación de los creyentes, ellos estarán agradecidos por ellos. La
palabra de Cristo se da a todos
los creyentes; y hay en esa palabra una virtud que limpia al obrar la
gracia y deshacer la corrupción.
Mientras más fruto demos, más abundaremos en lo que es bueno, y más
glorificado será nuestro
Señor. —Para fructificar debemos permanecer en Cristo, debemos estar
unidos a Él por la fe. El
gran interés de todos los discípulos de Cristo es mantener constante la
dependencia de Cristo y la
comunión con Él. Los cristianos verdaderos hallan, por experiencia, que
toda interrupción del
ejercicio de su fe hace que mengüen los afectos santos, revivan sus
corrupciones y languidezcan sus
consolaciones. Los que no permanecen en Cristo, aunque florezcan por un
tiempo en la profesión
externa, llegan, no obstante, a nada. El fuego es el lugar más adecuado
para las ramas marchitas; no
son buenas para otra cosa. Procuremos vivir más simplemente de la
plenitud de Cristo, y crecer más
fructíferos en todo buen decir y hacer, para que sea pleno nuestro gozo
en Él y en su salvación.
Vv. 9—17. Aquellos a quienes Dios ama como Padre
pueden despreciar el odio de todo el
mundo. Como el Padre amó a Cristo que fue digno hasta lo sumo, así amó a
sus discípulos, que eran
indignos. Todos los que aman al Salvador deben perseverar en su amor por
Él, y aprovechar todas
las ocasiones para demostrarlo. El gozo del hipócrita dura sólo un
momento, pero el gozo de los que
permanecen en Cristo es una fiesta continua. Tienen que demostrar su
amor por Él obedeciendo sus
mandamientos. Si el mismo poder que primero derramó el amor de Cristo en
nuestros corazones, no
nos mantuviera en ese amor, no permaneceríamos en ese amor por mucho
tiempo. —El amor de
Cristo por nosotros debe llevarnos a amarnos mutuamente. Él habla como
si estuviera por encargar
muchas cosas, pero nombra sólo a esta: abarca muchos deberes.
Vv. 18—25. ¡Qué poco piensan muchas personas que al
oponerse a la doctrina de Cristo como
Profeta, Sacerdote y Rey, se muestran ignorantes del único Dios vivo y
verdadero, al cual profesan
adorar! El nombre en el cual son bautizados los discípulos de Cristo es
aquel por el cual vivirán y
morirán. Consuelo es para los grandes dolientes si sufren por amor al
nombre de Cristo. La
ignorancia del mundo es la causa verdadera de su odio por los discípulos
de Jesús. Mientras más
claros y plenos sean los descubrimientos de la gracia y verdad de
Cristo, más grande es nuestro
pecado si no le amamos ni creemos en Él.
Vv. 26, 27. El Espíritu bendito mantendrá la causa
de Cristo en el mundo, a pesar de la
resistencia que encuentra. Los creyentes enseñados y exhortados por sus
influencias deben dar
testimonio de Cristo y su salvación.
CAPÍTULO XVI
Versículos 1—6. Anuncio de
persecución. 7—15. La
promesa del Espíritu Santo, y su oficio. 16—
22. Partida y regreso de Cristo. 23—27. Exhortación a orar. 28—33. Las revelaciones de
Cristo sobre sí mismo.
Vv. 1—6. Nuestro Señor Jesús al dar a sus
discípulos la noticia de tribulaciones se propuso que el
terror no fuera una sorpresa para ellos. Puede que los enemigos reales,
que están al servicio de Dios,
finjan celo por éste, lo que no aminora el pecado de los perseguidores;
las villanías nunca cambian
por adosarles el nombre de Dios. Como Jesús en sus sufrimientos,
asimismo sus seguidores en los
suyos deben mirar al cumplimiento de la Escritura. No se los dijo antes,
porque estaba con ellos
para enseñarles, guiarlos y consolarlos; entonces ellos no necesitaban
esta promesa de la presencia
del Espíritu Santo. —Nos silencia preguntarnos ¿de dónde vienen los
problemas? Nos satisfará
preguntarnos, ¿adónde van? Porque sabemos que obran para bien. Falta y
necedad comunes de los
cristianos tristes es mirar sólo el lado oscuro de la nube haciendo
oídos sordos a la voz de gozo y
júbilo. Lo que llenó de pena los corazones de los discípulos era un
afecto demasiado grande por esta
vida presente. Nada obstaculiza más nuestro gozo en Dios que el amor al
mundo, y la tristeza del
mundo que viene con aquel.
Vv. 7—15. La partida de Cristo era necesaria para
la venida del Consolador. Enviar el Espíritu
iba a ser el fruto de la muerte de Cristo, que fue su partida. Su
presencia corporal podía estar
solamente en un lugar a la vez, pero su Espíritu está en todas partes,
en todos los lugares, en todos
los tiempos, dondequiera que dos o tres estén reunidos en su nombre. —Véase
en esto el oficio del
Espíritu, primero reprobar, o convencer de pecado. La obra de convicción de pecado es obra del
Espíritu, que puede hacerla eficazmente, y nadie sino Él solamente. El
Espíritu Santo adopta el
método de condenar el pecado primero, y luego consolar. El Espíritu
convencerá al mundo de
pecado; simplemente no se limitará a decírselo.
El Espíritu convence de que el pecado es un hecho;
de la falta del pecado; de la necedad del pecado; de la inmundicia del
pecado, que por eso llegamos
a ser aborrecidos por Dios; de la fuente del pecado: la naturaleza
corrupta; y, por último, del fruto
del pecado cuyo fin es la muerte. El Espíritu Santo demuestra que todo
el mundo es culpable ante
Dios. Él convence al mundo de justicia; que Jesús de Nazaret fue Cristo, el justo; además, de la
justicia de Cristo que nos es imputada para justificación y salvación.
Él les muestra de dónde se
obtiene y cómo pueden ser aceptados por justos según el criterio de
Dios. La ascensión de Cristo
prueba que el rescate fue aceptado y consumada la justicia por medio de
la cual los creyentes iban a
ser justificados. De juicio porque el príncipe de este mundo es juzgado. Todo estará bien cuando sea
roto el poder del que hizo todo el mal. Como Satanás es vencido por
Cristo, esto nos da confianza,
porque ningún otro poder puede resistir ante Él. Y del día del juicio. —La
venida del Espíritu iba a
ser una ventaja indecible para los discípulos. El Espíritu Santo es
nuestro Guía, no sólo para
mostrarnos el camino, sino para ir con nosotros con ayudas e influencias
continuas. Ser guiados a
una verdad es más que conocerla apenas; no es tener su noción tan sólo
en nuestra cabeza, sino su
deleite, su sabor y su poder en nuestros corazones. Él enseñará toda la
verdad sin retener nada que
sea provechoso, porque mostrará cosas venideras. Todos los dones y las
gracias del Espíritu, toda la
predicación, y todos los escritos de los apóstoles bajo la influencia
del Espíritu, todas las lenguas y
milagros, eran para glorificar a Cristo. Corresponde a cada uno
preguntarse si el Espíritu Santo ha
empezado la buena obra en su corazón. Sin la revelación clara de nuestra
culpa y peligro nunca
entenderíamos el valor de la salvación de Cristo, pero cuando se nos da
a conocer correctamente,
empezamos a entender el valor del Redentor. Tendríamos visiones más
plenas del Redentor y
afectos más vivos por Él si oráramos más por el Espíritu Santo y
dependiésemos más de Él.
Vv. 16—22. Bueno es considerar cuán cerca de su
final están nuestras temporadas de gracia
para que seamos estimulados a tener provecho de ellas, porque el dolor
de los discípulos serán
pronto convertido en gozo, como los de la madre cuando ve a su recién
nacido bebé. El Espíritu
Santo será el Consolador de ellos y ni los hombres ni los demonios, ni
los sufrimientos en la vida y
en la muerte, les quitarán para siempre su gozo. Los creyentes tienen
gozo o pena según su visión
de Cristo y las señales de su presencia. Viene un dolor al impío que
nada puede aminorar; el
creyente es heredero del gozo que nadie puede quitar. ¿Dónde está ahora
el gozo de los asesinos de
nuestro Señor y el dolor de sus amigos?
Vv. 23—27. Pedirle al Padre muestra la percepción
de las necesidades espirituales, y el deseo de
bendiciones espirituales con el convencimiento de que deben obtenerse
sólo de Dios. Pedir en el
nombre de Cristo es reconocer nuestra indignidad para recibir favores de
Dios, y demuestra nuestra
total dependencia de Cristo como Jehová justicia nuestra. —Nuestro Señor
había hablado hasta aquí
con frases cortas y de peso o con parábolas, cuya magnitud no captaban
plenamente los discípulos,
pero después de su resurrección tenía pensado enseñarles claramente
cosas referidas al Padre y del
camino a Él, por medio de su intercesión. La frecuencia con que nuestro
Señor pone en vigencia la
ofrenda de peticiones en su nombre, señala que el gran fin de la
mediación de Cristo es imprimir en
nosotros el profundo sentido de nuestra pecaminosidad y del mérito y
poder de su muerte, por lo
cual tenemos acceso a Dios. Recordemos siempre que es lo mismo
dirigirnos al Padre en el nombre
de Cristo que dirigirnos al Hijo en cuanto Dios que habita en la
naturaleza humana, y reconcilia al
mundo consigo, puesto que Padre e Hijo son uno.
Vv. 28—33. He aquí una clara afrimación de la
venida de Cristo desde el Padre y de su regreso
a Él. En su venida el Redentor fue Dios manifiesto en carne, y en su
Partida fue recibido en gloria.
Los discípulos aprovecharon el conocimiento diciendo eso; también, en
fe: “ahora estamos
seguros”. ¡Sí! No conocían su propia debilidad. —La naturaleza divina no
desertó de la naturaleza
humana, pero la sostuvo y dio consuelo y valor a los sufrimientos de
Cristo. Mientras tengamos la
presencia favorable de Dios estamos felices y debemos estar tranquilos,
aunque todo el mundo nos
abandone. —La paz en Cristo es la única paz verdadera, los creyentes la
tienen en Él solamente. A
través de Él tenemos paz con Dios y, así en Él tenemos paz en nuestra
mente. Debemos animarnos
porque Cristo ha vencido al mundo ante nosotros, pero mientras pensemos
que resistimos, cuidemos
de no caer. No sabemos cómo debemos actuar y entramos en tentación:
estemos alertas y orando sin
cesar para que no seamos dejados solos.
CAPÍTULO XVII
Versículos 1—5. Oración de Cristo
por sí mismo. 6—10. Oración
por sus discípulos. 11—26. Su
oración.
Vv. 1—5. Nuestro Señor oró como hombre y como
Mediador de su pueblo, aunque habló con
majestad y autoridad, como uno e igual con el Padre. La vida eterna no
podía ser dada a los
creyentes a menos que Cristo, su fiador, glorificara al Padre y fuera
glorificado por Él. Este es el
camino del pecador a la vida eterna y cuando este conocimiento sea
perfeccionado, se disfrutarán
plenamente la santidad y la felicidad. La santidad y la felicidad de los
redimidos son, en especial, la
gloria de Cristo y de su Padre, que fue el gozo puesto delante de Él,
por el cual soportó la cruz y
despreció la vergüenza; esta gloria era el fin del pesar de su alma y al
obtenerla se satisfizo
completamente. Así somos enseñados que es necesario que glorifiquemos a
Dios como prueba de
nuestro interés en Cristo, por quien la vida eterna es la libre dádiva
de Dios.
Vv. 6—10. Cristo ora por los que son suyos. Tú me
los diste, como ovejas al pastor, para ser
cuidados; como un paciente es llevado al médico, para ser curado; como
niños al tutor, para ser
enseñados: de este modo Él entregará su carga. Para nosotros es una gran
satisfacción, en nuestra
confianza en Cristo, que sea de Dios Él, todo lo que Él es y tiene, y
todo lo que dijo e hizo, todo lo
está haciendo y hará. Cristo ofreció esta oración por su pueblo solo en
cuanto a creyentes; no por el
mundo en general. Aunque nadie que desee ir al Padre y sea consciente de
que es indigno de ir en su
propio nombre, tiene que desanimarse por la declaración del Salvador,
porque es capaz y está
dispuesto para salvar hasta lo sumo a todos los que vayan a Dios por Él.
Las convicciones y los
deseos fervorosos son señal esperanzadora de una obra ya efectuada en el
hombre; empiezan a
demostrar que ha sido elegido para salvación a través de la santificación
del Espíritu y la creencia
de la verdad. —Ellos son tuyos, y los tuyos son los míos. Esto dice que
Padre e Hijo son uno. Todo
lo mío es tuyo. El Hijo no considera a nadie como suyo que no sea
dedicado al servicio del Padre.
Vv. 11—16. Cristo no ora que ellos sean ricos y
grandes en el mundo, sino que sean
resguardados del pecado, fortalecidos para su deber, y llevados a salvo
al cielo. La prosperidad del
alma es la mejor prosperidad óptima. Rogó a su santo Padre que los
cuidara por su poder y para su
gloria, para que ellos se unieran en afecto y trabajo aun conforme a la
unión de Padre e Hijo. —No
oró que sus discípulos sean quitados del mundo, para que pudieran
escapar de la ira de los hombres,
porque tenían una gran obra que hacer para la gloria de Dios, y para
beneficio de la humanidad. Él
oró que el Padre los resguardara del mal, de ser corrompidos por el
mundo, los remanentes de
pecado en sus corazones, y del poder y astucia de Satanás. Así, pues,
ellos pasarían por el mundo
como cruzando territorio enemigo, como Él había hecho. Ellos no son
dejados aquí para procurar
los mismo objetivos que los hombres que les rodean, sino para glorificar
a Dios y servir a su
generación. El Espíritu de Dios en los cristianos verdaderos se opone al
espíritu del mundo.
Vv. 17—19. Cristo oró en seguida por los discípulos
para que no sólo fueran resguardados del
mal, sino fueran hechos buenos. La oración de Jesús por todos los suyos
es que sean hechos santos.
Hasta los discípulos deben orar pidiendo la gracia santificadora. —El
medio de dar esta gracia es
“por tu verdad, tu palabra es la verdad”. Santíficalos, apártalos para ti mismo y para tu servicio.
Recíbelos en el oficio; que tu mano vaya con ellos. —Jesús se consagró
por entero a su tarea, y a
todas las partes de ella, especialmente al ofrendarse inmaculado a Dios
por el Espíritu eterno. La
real santidad de todos los cristianos verdaderos es el fruto de la
muerte de Cristo, por la cual fue
adquirido el don del Espíritu Santo; Él se dio por su Iglesia para
santificarla. Si nuestros puntos de
vista no tienen este efecto en nosotros, no son verdad divina, o no los
recibimos por una fe activa y
viva, sino como simples nociones.
Vv. 20—23. Nuestro Señor oró especialmente que
todos los creyentes fueran como un cuerpo
bajo una cabeza, animado por una sola alma, por su unión con Cristo y el
Padre en Él, por medio
del Espíritu Santo que habita en ellos. Mientras más discutan sobre
asuntos menores, más arrojan
dudas sobre el cristianismo. Propongámonos mantener la unidad del
Espíritu en el vínculo de la paz,
rogando que todos los creyentes se unan más y más en un propósito y un
criterio. Así
convenceríamos al mundo de la verdad y de la excelencia de nuestra
religión y encontraríamos una
comunión más dulce con Dios y sus santos.
Vv. 24—26. Cristo, como Uno con el Padre, ora por
cuenta de todos los que le habían sido
dados y que, en su debido momento, creerían en Él, para que sean
llevados al cielo; y que ahí toda
la compañía de los redimidos pueda contemplar su gloria como Amigo y
Hermano amado, y en ello
hallar la dicha. Había declarado, y declararía después, el nombre o el
carácter de Dios, por su
doctrina y su Espíritu, que siendo uno con Él, también pueda permanecer
con ellos el amor del
Padre por Él. Así, estando unidos con Él por un Espíritu, sean llenos
con la plenitud de Dios y
disfruten la bendición de la cual no podemos formarnos una idea correcta
en nuestro estado actual.
CAPÍTULO XVIII
Versículos 1—12. Cristo detenido en
un huerto. 13—27. Cristo
ante Anás y Caifás. 28—40. Cristo
ante Pilato.
Vv. 1—12. El pecado empezó en el huerto de Edén,
allí se pronunció la maldición, allí se prometió
el Redentor; y en un huerto esa Simiente prometida entró en conflicto
con la serpiente antigua.
Cristo fue sepultado también en un huerto. Entonces, cuando paseemos por
nuestros huertos,
meditemos en los sufrimientos de Cristo en un huerto. —Nuestro Señor
Jesús, sabiendo todas las
cosas que le sobrevendrían, se adelantó y preguntó, ¿a quién buscáis?
Cuando el pueblo quiso
obligarlo a llevar una corona, Él se retiró, capítulo vi, 15, pero
cuando vinieron a obligarlo a llevar
la cruz, Él se ofreció, porque vino a este mundo a sufrir, y fue al otro
mundo a reinar. Él demostró
claramente lo que podría haber hecho cuando los derribó; pudiera
haberlos dejado muertos, pero no
lo hizo así. Debe de haber sido el efecto del poder divino que los
oficiales y los soldados dejaran
que los discípulos se fueran tranquilamente después de la resistencia
que ofrecieron. —Cristo nos
da el ejemplo de mansedumbre en los sufrimientos y la pauta del
sometimiento a la voluntad de
Dios en toda cosa que nos concierna. —Es solo la copa, cosa de poca monta. Es la copa que nos es
dada; los sufrimientos son dádivas. Nos es
dada por el Padre que
tiene la autoridad de padre y no
nos hace mal; el afecto de un padre, y no tiene intención de herirnos.
Del ejemplo de nuestro
Salvador debemos aprender a recibir nuestras aflicciones más ligeras y
preguntarnos si debemos
resistir la voluntad de nuestro Padre o desconfiar de su amor. —Estamos
atados con la cuerda de
nuestras iniquidades, con el yugo de nuestras transgresiones. Cristo,
hecho ofrenda del pecado por
nosotros, para librarnos de esas ataduras, se sometió a ser atado por
nosotros. Debemos nuestra
libertad a sus ataduras: así el Hijo nos hace libres.
Vv. 13—27. Simón Pedro niega a su Maestro. Los
detalles han sido comentados en los otros
evangelios. El comienzo del pecado es como dejar correr el agua. El pecado
de mentir es un pecado
fértil: una mentira necesita otra para apoyarse, y esa, otra. Si el
llamado a exponernos a un peligro
es claro, podemos esperar que Dios nos dé poder para honrarle; si no es
así, podemos temer que
Dios permitirá que seamos avergonzados. Ellos nada dijeron acerca de los
milagros de Jesús, por
los cuales había hecho tanto bien, y que probaban su doctrina. De esa
manera, los enemigos de
Cristo, aunque pelean contra la verdad, cierran voluntariamente sus ojos
ante ella. Él apela a los que
le oyen. La doctrina de Cristo puede apelar con seguridad a todos los
que la conocen, y los que
juzgan según verdad dan testimonio de ella. Nunca debe ser apasionado
nuestro resentimiento por
las injurias. Él razonó con el hombre que le injurió y nosotros también
podemos.
Vv. 28—32. Era injusto mandar a la muerte a uno que
había hecho tanto bien, por tanto, los
judíos estaban dispuestos a salvarse de reproche. Muchos temen más el
escándalo que el pecado de
algo malo. Cristo había dicho que sería entregado a los gentiles y que
ellos lo matarían; aquí vemos
que eso se cumplió. Había dicho que sería crucificado, levantado. Si los
judíos lo hubieran juzgado
conforme a su ley, le hubieran lapidado; la crucifixión nunca fue usada
por los judíos. Aunque no se
nos haya revelado, está determinado en lo que a nosotros concierne, de
qué muerte moriremos: esto
debiera librarnos de la inquietud relativa a ese asunto. Señor, que sea
cuándo y cómo hayas
designado.
Vv. 33—40. ¿Eres el Rey de los judíos, ese Rey de
los judíos que ha sido esperado tanto
tiempo? Mesías, el Príncipe, ¿eres tú? ¿Te llamas así y deseas que así
se piense de ti? Cristo
respondió esta pregunta con otra, no por evadirla, sino para que Pilato
considerara lo que hizo. Él
nunca se tomó ningún poder terrenal; nunca hubo principios ni costumbres
traicioneras atribuidas a
Él. —Cristo da cuenta de la naturaleza de su reino. Su naturaleza no es
de este mundo; es un reino
dentro de los hombres, instalado en sus conciencias y corazones; sus
riquezas son espirituales, su
poder es espiritual, y su gloria es interior. Sus sustentos no son
mundanos; sus armas son
espirituales; no necesita ni usa fuerza para mantenerse y avanzar, ni se
opone a ningún reino, sino al
del pecado y Satanás. Su objetivo y designio no son mundanos. Cuando
Cristo dijo: Yo soy la
Verdad, dijo efectivamente Yo soy Rey. Él vence por la evidencia de la
verdad que convence; Él
reina por el poder autoritativo de la verdad. Los súbditos de este reino
son los que son de la verdad.
—Pilato hizo una buena pregunta cuando dijo, ¿qué es la verdad? Cuando
escudriñamos las
Escrituras y atendemos al ministerio de la palabra, debe ser con esa
interrogante, ¿qué es la verdad?
Y con esta oración: Guíame a tu verdad; a toda la verdad. Sin embargo,
muchos de los que formulan
esta pregunta no tienen paciencia para perseverar en la búsqueda de la
verdad ni tienen la humildad
suficiente para recibirla. —De esta solemne declaración de la inocencia
de Cristo surge que, aunque
el Señor Jesús fue tratado como el peor de los malhechores, nunca
mereció ese trato. Pero eso
muestra el objetivo de su muerte: que Él murió como Sacrificio por
nuestros pecados. Pilato quería
complacer a ambos bandos y era gobernado más por la sabiduría mundana
que por las reglas de la
justicia. —El pecado es un ladrón, pero es neciamente escogido por
muchos en vez de Cristo, que
verdaderamente nos enriquece. Propongámonos avergonzar a nuestros
acusadores, como lo hizo
Cristo, y cuidémonos de volver a crucificar a Cristo.
CAPÍTULO XIX
Versículos 1—18. Cristo, condenado y
crucificado. 19—30. Cristo
en la cruz. 31—37. Su
costado
es atravesado. 38—42. El
entierro de Jesús.
Vv. 1—18. A Pilato no se le ocurrió con qué santa
consideración estos sufrimientos de Cristo iban a
ser materia de reflexión y conversación entre los mejores y más grandes
hombres. Nuestro Señor
Jesús salió adelante dispuesto a exponerse a su burla. Bueno para todos
los que tienen fe es
contemplar a Jesucristo en sus sufrimientos. Contémplalo y ámalo; sigue
mirando a Jesús. Su odio
estimuló sus esfuerzos en su contra, y ¿nuestro amor por Él no
estimulará nuestros esfuerzos en
favor de Él y su reino? —Parece que Pilato pensó que Jesús podía ser una
persona superior al
promedio. Hasta la conciencia natural hace que los hombres se asusten de
ser hallados peleando
contra Dios. —Como nuestro Señor sufrió por los pecados de judíos y
gentiles, fue una parte
especial del consejo de la sabiduría divina que los judíos primero
propusieran su muerte y los
gentiles la ejecutaran efectivamente. Si Cristo no hubiera sido
rechazado por los hombres, nosotros
hubiéramos sido rechazados para siempre por Dios. —Ahora era entregado
el Hijo del hombre en
manos de hombres malos e irracionales. Fue llevado en nuestro lugar,
para que escapásemos. Fue
clavado a la cruz como Sacrificio atado al altar. La Escritura se
cumplió: No murió en el altar entre
los sacrificios, sino entre delincuentes sacrificados a la justicia
pública. Ahora, hagamos una pausa
y miremos con fe a Jesús. ¿Hemos tenido alguna vez una tristeza como la
suya? ¡Vedlo sangrando,
vedlo muriendo, vedlo y amadlo! ¡Amadlo y vivid para Él!
Vv. 19—30. He aquí algunas circunstancias notables
de la muerte de Jesús narradas en forma
más completa que antes. Pilato no satisfizo a los principales sacerdotes
permitiendo que se cambiara
el letrero; lo que indudablemente se refería a un poder secreto de Dios
en su corazón, para que esta
declaración del carácter y autoridad de nuestro Señor continuase. Muchas
cosas hechas por los
soldados romanos fueron cumplimiento de profecías del Antiguo
Testamento. Todas las cosas allí
escritas se cumplirán. —Cristo proveyó tiernamente para su madre cuando
moría. A veces, cuando
Dios nos quita un consuelo, levanta otro para nosotros donde no lo
buscamos. El ejemplo de Cristo
enseña a los hombres a honrar a sus padres en la vida y en la muerte; a
proveer para sus
necesidades, y a fomentar su bienestar por todos los medios a su
alcance. —Nótense especialmente
la palabra de moribundo con que Jesús entregó su espíritu: Consumado es;
esto es, los consejos del
Padre en cuanto a sus sufrimientos estaban ahora cumplidos. Consumado
es: se cumplieron todos
los tipos y las profecías del Antiguo Testamento que apuntaban a los
sufrimientos del Mesías.
Consumado es: la ley ceremonial es derogada; ahora vino la sustancia y
todas las sombras se
disipan. Consumado es: se puso fin a la transgresión y se ha introducido
la justicia eterna. Sus
sufrimientos estaban ahora terminados, tantos los de su alma como los de
su cuerpo. Consumado es:
la obra de la redención y salvación del hombre está ahora completada. Su
vida no le fue quitada por
la fuerza; libremente entregada.
Vv. 31—37. Se probó si Jesús estaba muerto. Murió
en menos tiempo que el empleado por las
personas crucificadas. Eso muestra que había puesto su vida. La lanza
rompió las fuentes mismas de
la vida: ningún cuerpo humano hubiera podido sobrevivir esa herida, pero
el haber sido atestiguado
solemnemente demuestra que hubo algo peculiar en eso. La sangre y el
agua que brotaron
representaban esos dos grandes beneficios de los cuales participan todos
los creyentes a través de
Cristo: justificación y santificación: sangre para la expiación, agua
para la purificación. Ambos
brotaron del costado traspasado de nuestro Redentor. A Cristo
crucificado debemos el mérito de
nuestra justificación, y el Espíritu y la gracia para nuestra
santificación. Que esto silencie los
temores de los cristianos débiles y aliente sus esperanzas; del costado
atravesado de Jesús salieron
agua y sangre, ambas para justificarlos y santificarlos. —La Escritura
se cumplió al no permitir
Pilato que le quebraran las piernas, Salmo xxxiv, 20. Había un tipo de
esto en el cordero pascual,
Éxodo xii, 46. Miremos siempre a Aquel que traspasamos con nuestros
pecados, ignorantes y
desconsiderados, sí, a veces contra las convicciones y las
misericordias; y que derramó agua y
sangre de su costado herido para que nosotros fuésemos justificados y
santificados en su nombre.
Vv. 38—42. José de Arimatea era discípulo secreto
de Cristo. Los discípulos debieran
reconocerse francamente como tales, pero, algunos que han sido temerosos
en pruebas menores, han
sido valientes en las más grandes. Cuando Dios tiene obra que hacer,
puede hallar a los que son
aptos para ella. El embalsamamiento fue hecho por Nicodemo, amigo
secreto de Cristo, aunque no
un seguidor constante. Esa gracia que primero es como caña cascada,
puede, más adelante, recordar
un cedro firme. He aquí a estos dos ricos que mostraron el valor que
daban a la persona y doctrina
de Cristo y que no fue disminuido por el oprobio de la cruz. Debemos
cumplir nuestro deber
conforme a lo que sean el día y la oportunidad presente, dejando a Dios
que cumpla sus promesas a
su manera y a su debido tiempo. Se había determinado que la sepultura de
Jesús fuera con los
impíos, como ocurría con los que sufrían como delincuentes, pero con los
ricos fue en su muerte,
conforme a lo profetizado, Isaías liii, 9; era muy improbable que estas
dos circunstancias se juntaran
en la misma persona. Fue sepultado en un sepulcro nuevo; por tanto, no
se podía decir que no era
Él, sino otro quien resucitó. También aquí se nos enseña que no seamos
melindrosos con referencia
al lugar de nuestra sepultación. El fue enterrado en el sepulcro que
estaba más a mano. —Aquí está
el Sol de Justicia oculto por un tiempo, para volver a salir con mayor
gloria y, entonces, no volver a
ponerse.
CAPÍTULO XX
Versículos 1—10. El sepulcro vacío. 11—18. Cristo aparece a María. 19—25. Aparece a los
discípulos. 26—29. Incredulidad
de Tomás. 30, 31. Conclusión.
Vv. 1—10. Si Cristo hubiera dado su vida en
rescate sin volver a tomarla, no se hubiera
manifestado que su ofrenda había sido aceptada como satisfacción. —Fue
una gran prueba para
María que el cuerpo hubiera desaparecido. Los creyentes débiles suelen
hacer materia de lamento
precisamente aquello que es fundamento justo de esperanza, y materia de
gozo. Está bien que los
más honrados que otros con los privilegios de los discípulos sean más
activos en los deberes de los
discípulos: más dispuestos a aceptar dolores y correr riesgos en una
buena obra. Debemos hacer lo
mejor que podamos sin envidiar a quienes puedan hacer aun mejor, ni
despreciar a los que hacen lo
mejor que pueden aunque se queden atrás. —El discípulo a quien Jesús
amaba de manera especial y
que, por tanto, amaba de manera especial a Jesús, llegó primero. El amor
de Cristo nos hará abundar
en todo deber más que en cualquier otra cosa. El que se quedó atrás fue
Pedro, que había negado a
Cristo. El sentido de culpa nos obstaculiza en el servicio de Dios. —Todavía
los discípulos no
sabían la Escritura; no consideraban ni aplicaban lo que conocían de la
Escritura: que Cristo debía
resucitar de entre los muertos.
Vv. 11—18. Probablemente busquemos y encontremos
cuando buscamos con afecto y buscamos
con lágrimas. Sin embargo, muchos creyentes se quejan de las nubes y
tinieblas bajo las cuales se
hallan, que son métodos de la gracia para humillar sus almas, mortificar
sus pecados y hacerles
querido a Cristo. No basta con ver ángeles y sus sonrisas, sin ver a
Jesús y la sonrisa de Dios en Él.
Nadie, sino quien las ha saboreado, sabe las penas de un alma
abandonada, que tuvo las
consoladoras pruebas del amor de Dios en Cristo, y esperanzas del cielo,
pero que, ahora, las perdió
y anda en tinieblas; ¿quién puede soportar ese espíritu herido? —Al
manifestarse a quienes le
buscan, Cristo sobrepasa a menudo sus expectativas. Véase como el
corazón de María anhelaba
encontrar a Jesús. El modo de Cristo para darse a conocer a su pueblo es
su palabra que, aplicada a
sus almas les habla en particular. Podría leerse: ¿Es mi Maestro? Véase
con cuánto placer quienes
aman a Jesús hablan de su autoridad sobre ellos. Él le impide esperar
que su presencia corporal
continúe, Él no estaba más en el mundo; ella debe mirar más arriba y más
allá del estado presente
de las cosas. —Nótese la relación con Dios por la unión con Cristo. Al
participar nosotros de la
naturaleza divina, el Padre de Cristo es nuestro Padre; y, al participar
Él de la naturaleza humana,
nuestro Dios es su Dios. La ascensión de Cristo al cielo para interceder
por nosotros allí es como un
consuelo inexplicable. Que ellos no piensen que esta tierra será su
hogar y reposo; sus ojos y sus
miras y sus deseos anhelosos deben estar en otro mundo y aun hasta en
sus corazones: yo asciendo,
por tanto, debo procurar las cosas que están en lo alto. Y que los que
conocen la palabra de Cristo se
propongan que otros obtengan el beneficio de su conocimiento.
Vv. 19—25. Este era el primer día de la semana y,
después, este día es mencionado a menudo
por los escritores sagrados, porque fue evidentemente apartado como el
día de reposo cristiano en
memoria de la resurrección de Cristo. Los discípulos habían cerrado las
puertas por miedo a los
judíos; y cuando no tenían esa expectativa, el mismo Jesús vino y se
paró en el medio de ellos,
habiendo abierto las puertas en forma milagrosa aunque silenciosa.
Consuelo para los discípulos de
Cristo es que ninguna puerta puede dejar fuera la presencia de Cristo,
cuando sus asambleas pueden
realizarse sólo en privado. Cuando Él manifiesta su amor por los
creyentes por medio de las
consolaciones de su Espíritu, les asegura que debido a que Él vive,
también ellos vivirán. Ver a
Cristo alegrará el corazón del discípulo en cualquier momento, y
mientras más veamos a Cristo,
más nos regocijaremos. —Él dijo: Recibid el Espíritu Santo, demostrando
así que su vida espiritual,
y su habilidad para hacer la obra, derivará y dependerá de Él. Toda
palabra de Cristo que sea
recibida por fe en el corazón, viene acompañada de ese soplo divino; y
sin Él no hay luz ni vida.
Nada se ve, conoce, discierne ni siente de Dios sino por medio de éste. —Cristo
mandó, después de
esto, a los apóstoles a que anunciaran el único método por el cual será
perdonado el pecado. Este
poder no existía en absoluto en los apóstoles en cuanto poder para dar
juicio, sino sólo como poder
para declarar el carácter de aquellos a quienes Dios aceptará o
rechazará en el día del juicio. Ellos
han sentado claramente las características por medio de las cuales puede
discernirse a un hijo de
Dios y ser distinguido de un falso profesante y, conforme a lo que ellos
hayan declarado, cada caso
será decidido en el día del juicio. —Cuando nos reunimos en el nombre de
Cristo, especialmente en
su día santo, Él se encontrará con nosotros y nos hablará de paz. Los
discípulos de Cristo deben
emprender la edificación de su santísima fe de unos a otros, repitiendo
a los que estuvieron ausentes
lo que oyeron, y dando a conocer lo que han experimentado. Tomás limitó
al Santo de Israel,
cuando quería ser convencido por su propio método, y no de otra manera.
Podría haber sido dejado,
con justicia, en su incredulidad, luego de rechazar tan abundantes
pruebas. Los temores y las penas
de los discípulos suelen ser prolongadas para castigar su negligencia.
Vv. 26—29. Desde el principio quedó establecido que
uno de siete días debería ser
religiosamente observado. Y que en el reino del Mesías el primer día de
la semana sería ese día
solemne, fue señalado en que en ese día Cristo se reunió con sus
discípulos en asamblea religiosa.
El cumplimiento religioso de ese día nos ha llegado a través de toda era
de la Iglesia. —No hay en
nuestra lengua una palabra de incredulidad ni pensamiento en nuestra
mente que no sean conocidos
por el Señor Jesús; y le plació acomodarse aun a Tomás en vez de dejarlo
en su incredulidad.
Debemos soportar así al débil, Romanos xv, 1, 2. Esta advertencia es
dada a todos. Si somos
infieles, estamos sin Cristo, desdichados, sin esperanzas y sin gozo. —Tomás
se avergonzó de su
incredulidad y clamó: ¡Señor mío, y Dios mío! —Los creyentes sanos y
sinceros serán aceptados de
gracia por el Señor Jesús aunque sean lentos y débiles. Deber de los que
oyen y leen el evangelio es
creer y aceptar la doctrina de Cristo y el testimonio acerca de Él, 1
Juan v, 11.
Vv. 30, 31. Hubo otras señales y pruebas de la
resurrección de nuestro Señor, pero estas se han
escrito para que todos crean que Jesús era el Mesías prometido, el
Salvador de pecadores y el Hijo
de Dios; para que, por esta fe, reciban la vida eterna, por su
misericordia, verdad y poder. Creamos
que Jesús es el Cristo, y creyendo, tengamos vida en su nombre.
CAPÍTULO XXI
Versículos 1—14. Cristo se aparece a
sus discípulos. 15—19. Su
conversación con Pedro. 20—24.
La declaración de Cristo acerca de Juan. 25. Conclusión.
Vv. 1—14. Cristo se da a conocer a su pueblo
habitualmente en sus ordenanzas pero, a veces, por su
Espíritu los visita cuando están ocupados en sus actividades. Bueno es
que los discípulos de Cristo
estén juntos en la conversación y en las actividades corrientes. Aún no
había llegado la hora para
que entraran en acción. Contribuirían para sustentarse a sí mismos a fin
de no ser carga para nadie.
—El tiempo de Cristo para darse a conocer a su pueblo es el momento en
que ellos están más
perdidos. Él conoce las necesidades temporales de su pueblo y les ha
prometido no sólo gracia
suficiente, sino alimento conveniente. La providencia divina se extiende
a las cosas más
minuciosas, y felices son los que que reconocen a Dios en todos sus
caminos. Los humildes,
diligentes y pacientes, serán coronados aunque sus labores sean
terribles; a veces, viven para ver
que sus asuntos toman un giro favorable después de muchas luchas. Nada
se pierde con obedecer
las órdenes de Cristo; es tirar la red al lado derecho del bote. Jesús
se manifiesta a su pueblo
haciendo por ellos lo que nadie más puede hacer, y lo que ellos no
esperaban. Él cuidará que a los
que dejaron todo por Él, no les falte ningún bien. Y los favores tardíos
deben traer a la memoria los
favores previos, para que no se olvide el pan comido. —Aquel a quien
Jesús amaba fue el primero
en decir: Es el Señor. Juan se había aferrado más estrechamente a su
Maestro en sus sufrimientos y
lo conoció mucho antes. Pedro era el más celoso, y alcanzó primero a
Cristo. ¡Con qué variedad
dispensa Dios las dádivas y cuánta diferencia puede haber entre uno y
otro creyente en su modo de
honrar a Cristo, pero todos son aceptados por Él! Otros se quedan en el
bote, arrastran la red y traen
la pesca a la playa, y no debemos culpar de mundanas a esas personas,
porque ellos, en sus puestos,
están sirviendo verdaderamente a Cristo, como los demás. —El Señor Jesús
tenía provisión lista
para ellos. No tenemos que curiosear inquiriendo de dónde provino, pero
consolémonos con el
cuidado de Cristo por sus discípulos. Aunque había tantos peces y tan
grandes, no perdieron
ninguno ni dañaron su red. La red del evangelio ha capturado a
multitudes, pero es tan fuerte como
siempre para llevar almas a Dios.
Vv. 15—19. Nuestro Señor se dirigió a Pedro por su
nombre original, como si hubiera dejado el
de Pedro cuando lo negó. Ahora contestó: Tú sabes que te amo, pero sin
declarar que ama a Jesús
más que los otros. No debemos sorprendernos con que nuestra sinceridad
sea cuestionada cuando
nosotros mismos hemos hecho lo que la vuelve dudosa. Todo recuerdo de
pecados pasados, aun de
pecados perdonados, renueva la tristeza del penitente verdadero.
Consciente de su sinceridad, Pedro
apeló solemnemente a Cristo, que conoce todas las cosas, hasta los
secretos de su corazón. Bueno es
que nuestras caídas y errores nos vuelvan más humildes y alertas. La
sinceridad de nuestro amor a
Dios debe ser puesta a prueba. Y nos conviene rogar con oración
perseverante y ferviente al Dios
que escudriña los corazones, que nos examine y nos pruebe a ver si somos
capaces de resistir esta
prueba. Nadie que no ame al buen Pastor más que a toda ventaja u objeto
terrenal, puede ser apto
para apacentar las ovejas y los corderos de Cristo. —El gran interés de
todo hombre bueno,
cualquiera sea la muerte de que muera, es glorificar a Dios en ella,
porque ¿cuál es nuestro objetivo
principal sino este: morir por el Señor cuando lo pida?
Vv. 20—24. Los sufrimientos, los dolores, y la
muerte parecen formidables aun al cristiano
experimentado; pero, en la esperanza de glorificar a Dios, de dejar un
mundo pecador, y estar
presente con su Señor, aquel se vuelve presto a obedecer el llamado del
Redentor y seguirle hacia la
gloria a través de la muerte. —La voluntad de Cristo es que sus
discípulos se ocupen de su deber sin
andar curioseando hechos futuros, sea acerca de sí o del prójimo. Somos
buenos para ponernos
ansiosos por muchas cosas que nada tienen que ver con nosotros. Los
asuntos de otras personas
nada son para que nos entrometamos; debemos trabajar tranquilamente y
ocuparnos de nuestros
asuntos. Se hacen muchas preguntas curiosas sobre los consejos de Dios,
y el estado del mundo
invisible, a las cuales podemos responder, ¿qué a nosotros? Si atendemos
el deber de seguir a
Cristo, no hallaremos corazón ni tiempo para meternos en lo que no nos
corresponde. —¡Cuán poco
se puede confiar en las tradiciones orales! Que la Escritura se
interprete y se explique a sí misma;
porque en gran medida, es evidencia y prueba en sí misma, porque es luz.
Nótese la facilidad de
enmendar errores, como aquellos, por la propia palabra de Cristo. El
lenguaje de la Escritura es el
canal más seguro para la verdad de la Escritura: las palabras que enseña
el Espíritu Santo, 1
Corintios ii, 13. Los que no concuerdan en los mismos términos del arte,
y su aplicación, pueden,
no obstante, estar de acuerdo en los mismos términos de la Escritura, y
amarse unos a otros.
V. 25. Se escribió sólo una pequeña parte de
los actos de Jesús; pero bendigamos a Dios por
todo lo que está en las Escrituras y agradezcamos que haya tanto en tan
poco espacio. Suficiente
quedó escrito para dirigir nuestra fe, y regir nuestra práctica; más,
hubiera sido innecesario. —
Mucho de lo escrito es pasado por alto, mucho se olvida, y mucho es
hecho cuestión de
controversias dudosos. Sin embargo, podemos esperar el gozo que
recibiremos en el cielo del
conocimiento más completo de todo lo que Jesús hizo y dijo, y de la
conducta de su providencia y
gracia en sus tratos con cada uno de nosotros. Sea esta nuestra
felicidad. Pero éstas se han escrito
para que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios; y para que
creyendo, tengáis vida en su
nombre, capítulo xx, 31.
Henry, Matthew