SEGUNDA DE PEDRO
Esta epístola está claramente conectada con la anterior de Pedro.
Habiendo expresado las
bendiciones a que Dios llama a los cristianos, exhorta a quienes han
recibido estos dones preciosos
a proponerse mejorar en gracia y virtud. Les insta a esto por la maldad
de los falsos maestros. Les
advierte contra los impostores y los burladores, reprobando sus falsas
afirmaciones, capítulo iii, 1–
7, y mostrando por qué se retarda el gran día de la venida de Cristo,
con la descripción de sus
espantosas circunstancias y consecuencias; dando exhortaciones apropiadas
a la diligencia y la
santidad.
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CAPÍTULO I
Versículos 1—11. Exhortaciones a
agregar a la fe el ejercicio de diversas virtudes. 12—15. El
apóstol espera su inminente deceso. 16—21.
Y confirma la verdad del evangelio relacionándolo
con la manifestación de Cristo para el juicio.
Vv. 1—11. La fe une verdaderamente a Cristo con el
creyente débil y con el fuerte y purifica
realmente el corazón de uno y del otro; todo creyente sincero es
justificado a ojos de Dios por su fe.
La fe obra santidad y produce efectos en el alma que ninguna otra gracia
puede producir. En Cristo
habita toda la plenitud y el perdón, la paz, la gracia y el
conocimiento, y los nuevos principios son
así dados por medio del Espíritu Santo. —Las promesas para quienes son
partícipes de la naturaleza
divina nos harán inquirir si son realmente renovadas en el espíritu de
nuestra mente; volvamos todas
estas promesas en oraciones por la gracia transformadora y purificadora
del Espíritu Santo. El
creyente debe agregar conocimiento a su virtud, incrementar la
familiaridad con toda la verdad y la
voluntad de Dios. Debemos agregar templanza al conocimiento; moderación
por las cosas
mundanas; y a la templanza debemos agregar paciencia o alegre sometimiento
a la voluntad de
Dios. La tribulación produce paciencia por la cual soportamos todas las
calamidades y las cruces en
silencio y sumisión. A la paciencia debemos agregar piedad: esto incluye
los santos afectos y
disposiciones hallados en el verdadero adorador de Dios; con tierno
afecto por todo sus semejantes
cristianos que son hijos del mismo Padre, siervos del mismo Amo,
miembros de la misma familia,
viajeros al mismo país, herederos del mismo legado. Por lo tanto, los
cristianos deben laborar para
alcanzar la seguridad de su vocación y elección, creyendo y haciendo el
bien; y esforzarse en ello
cuidadosamente, es un argumento firme de la gracia y misericordia de
Dios, que los sostiene para
que no caigan completamente. —Los que son diligentes en la obra de la
religión, tendrán una
entrada triunfal en el reino eterno donde reina Cristo y ellos reinarán
con Él para siempre jamás; y
es en la práctica de toda buena obra donde debemos esperar entrar al
cielo.
Vv. 12—15. Debemos ser fundados en la creencia de
la verdad, para que no seamos llevados
por cualquier viento de doctrina; y especialmente, en la verdad que
necesitamos saber en nuestro día
lo que corresponde a nuestra paz, y que se opone a nuestro tiempo. El
cuerpo no es sino un
tabernáculo o tienda del alma. Es una vivienda vil y móvil. La cercanía
de la muerte hace diligente
al apóstol en el negocio de la vida. Nada puede dar tanta compostura en
la perspectiva o en la hora
de la muerte como saber que seguimos fiel y sencillamente al Señor
Jesús, y buscamos su gloria.
Los que temen al Señor, hablan de su paciencia. Este es el modo de
diseminar el conocimiento del
Señor, y por la palabra escrita ellos son capacitados para hacer esto.
Vv. 16—21. El evangelio no es algo débil, pero
llega con poder, Romanos 1, 16. La ley pone
ante nosotros nuestro miserable estado por el pecado, pero nos deja ahí.
Descubre nuestra
enfermedad, pero no da a conocer la cura. Ver a Jesús crucificado es lo
que sana el alma. Tratad de
disuadir al mundano codicioso de su avaricia; unos gramos de oro pesan
más que todas las razones.
Ofreced quitar la ira con argumentos a un hombre furioso, que no tiene
paciencia para oírlos. Tratad
de detener al libertino, una sonrisa es más fuerte para él, que toda
razón. Pero llegad con el
evangelio y exhortadles con la preciosa sangre de Jesucristo, derramada
para salvar sus almas del
infierno, y para satisfacer sus pecados y esta es la súplica poderosa
que hace confesar a los hombres
buenos que sus corazones ardían por dentro, y a los malos, como Agripa,
decir que casi fueron
persuadidos a ser cristianos, Hechos xxvi, 28. —Dios se complace bien
con Cristo y con nosotros
en Él. Este es el Mesías que fue prometido, a través del cual todos los
que creemos en Él seremos
aceptados y salvados. —La verdad y la realidad del evangelio son también
anunciadas por los
profetas y escritores del Antiguo Testamento, que hablaron y escribieron
bajo la influencia del
Espíritu de Dios, y conforme a su dirección. ¡Qué firme y segura debe
ser nuestra fe, que tiene una
palabra tan firme y segura sobre la cual apoyarse! Cuando la luz de la
Escritura el Espíritu Santo de
Dios lanza como dardo a la mente ciega y al entendimiento entenebrecido,
es como la aurora que
irrumpe, avanza y se difunde por toda el alma hasta que el día es
perfecto. Como la Escritura es la
revelación de la mente y de la voluntad de Dios, todo hombre debe
escudriñarla para entender su
sentido y significado. El cristiano sabe que el libro es la palabra de
Dios, en el cual saborea la
dulzura, y siente el poder, y ve la gloria verdaderamente divina. Y las
profecías ya cumplidas en la
persona y salvación de Cristo, y en los grandes intereses de la iglesia
y el mundo, forman una
prueba incuestionable de la verdad del cristianismo. El Espíritu Santo inspiró
a hombres santos para
hablar y escribir. Él asistió así y los dirigió para entregar lo que
ellos habían recibido de Él, para que
ellos expresaran claramente lo que daban a conocer. Así que las
Escrituras son para ser contadas
como las palabras del Espíritu Santo y toda la claridad y simpleza, todo
el poder y toda la propiedad
de las palabras y expresiones, vienen de Dios. Mezcle la fe con lo que
encuentre en las Escrituras, y
estime y reverencie la Biblia como libro escrito por hombres santos
enseñados por el Espíritu Santo.
CAPÍTULO II
Versículos 1—9. Se advierte a los
creyentes contra los falsos maestros, y la certeza de su castigo se
muestra con ejemplos. 10—16. Un descripción de los seductores como excesivamente malos. 17
—22. Pero hacen elevadas pretensiones de
libertad y pureza.
Vv. 1—9. Aunque el camino del error es un camino
dañino, muchos son los que siempre están listos
para andar por él. Cuidémonos de no dar ocasión al enemigo para que
blasfeme el santo nombre por
el cual somos llamados o que hablen mal del camino de la salvación por
Jesucristo, que es el
Camino, la Verdad y la Vida. —Estos seductores usan palabras fingidas, y
engañan los corazones de
sus seguidores. Los tales ya están condenados y la ira de Dios está
sobre ellos. El método habitual
de Dios para proceder se muestra con ejemplos. Los ángeles fueron
derribados de toda su gloria y
dignidad, por su desobediencia. Si las criaturas pecan, aun en el cielo,
deben sufrir en el infierno. El
pecado es la obra de las tinieblas, y las tinieblas es la paga del
pecado. —Nótese cómo trató Dios al
mundo antiguo. El número de ofensores no procura más favor que su
calidad. Si el pecado es
universal, el castigo se extenderá por igual a todos. —Si en un terreno
fértil la gente abunda en
pecado, Dios puede volver de inmediato una tierra fértil en estéril, y
un país bien regado en cenizas.
No hay planes ni políticos que puedan impedir los juicios para un pueblo
pecador. El que evita que
el agua y el fuego dañen a su pueblo, Isaías xliii, 2, puede destruir
también a sus enemigos; ellos
nunca están a salvo. —Cuando envía destrucción al impío, Dios manda
liberación para el justo. En
malas compañías no podemos obtener sino culpa o tristeza. Que los
pecados de los demás sean
tribulación para nosotros. Pero es posible que los hijos del Señor vivan
entre los más profanos, pero
retengan su integridad; hay más poder en la gracia de Cristo y su morada
en ellos que en las
tentaciones de Satanás, o que en el ejemplo del malo, con todos sus
terrores o seducciones. En
nuestras intenciones e inclinaciones a cometer pecado podemos
encontrarnos con raros
impedimentos, si los notamos. Cuando pretendemos hacer el mal, Dios
envía muchas estorbos para
detenernos, como diciendo: Cuidado con lo que hacéis. —Su sabiduría y
poder lograrán con toda
seguridad los propósitos de su amor, y los compromisos de su verdad;
aunque los impíos suelen
escapar del sufrimiento aquí, es porque son conservados para el día del
juicio, cuando serán
castigados con el diablo y sus ángeles.
Vv. 10—16. Los seductores impuros y sus seguidores
incondicionales se entregan a sus
propósitos carnales. Rehúsan llevar cautivo cada pensamiento a la
obediencia a Cristo, actúan
contra los preceptos justos de Dios. Andan en pos de la carne, van por
rumbos pecaminosos y
alcanzan los mayores grados de impureza y maldad. Además, desprecian a
los que Dios ha puesto
en autoridad sobre ellos, y a quienes requiere que honren. —Las cosas
temporales externas y buenas
son la paga que los pecadores esperan y se prometen a sí mismos. Nadie
tiene más razón para
temblar que los que son osados para entregarse a sus lujurias
pecaminosas, por presumir de la gracia
y la misericordia divina. Ha habido muchos y hay, que hablan a la ligera
de las restricciones de la
ley de Dios y no se consideran obligados a obedecerla. Que los
cristianos se aparten de los tales.
Vv. 17—22. La palabra de verdad es el agua de vida
que refresca las almas que la reciben, pero
los engañadores diseminan y promueven el error, y quedan vacíos porque
no hay verdad en ellos.
Como las nubes impiden el paso de la luz del sol, así estos oscurecen el
consejo con palabras en que
no hay verdad. Viendo que tales hombres aumentan las tinieblas en este
mundo, es muy justo que la
neblina de las tinieblas sea su porción en el venidero. En medio de su
hablar de libertad, estos
hombres son los esclavos más viles; sus propias lujurias ganan la
victoria absoluta sobre ellos, y en
realidad están esclavizados. Cuando los hombres están enredados, los
vencen con facilidad; por
tanto, los cristianos deben mantenerse cerca de la palabra de Dios y
velar contra todos los que
procuren confundirlos. —El estado de apostasía es peor que el estado de
ignorancia. Dar un mal
informe sobre el buen camino de Dios, y una falsa acusación contra el
camino de la verdad debe
exponer a la condenación más pesada. ¡Qué temible es el estado aquí
descrito! Pero aunque tal caso
sea deplorable, no está totalmente desprovisto de esperanza; el leproso
puede ser limpiado y hasta el
muerto puede ser resucitado. ¿Te causa pesar tu desvío? Cree en el Señor
Jesús y serás salvo.
CAPÍTULO III
Versículos 1—4. Aquí la intención
es recordar la venida final de Cristo a juzgar. 5—10.
Aparecerá
inesperadamente cuando el estado presente de la naturaleza sea devastado
por el fuego. 11—
18. Se infiere de esto la necesidad de la
santidad y la constancia en la fe.
Vv. 1—4. Las mentes purificadas tienen que ser
estimuladas para que los creyentes se mantengan
activos y vivos en la obra de la santidad. Habrá burladores en los
postreros tiempos, bajo el
evangelio, hombres que toman a la ligera el pecado y se burlan de la
salvación por Jesucristo. Un
artículo muy importante de nuestra fe se refiere a lo que sólo tiene una
promesa para descansar en
ella, pero los burladores la atacarán hasta que nuestro Señor venga.
Ellos no creen que Él vendrá.
Porque no ven cambios, no tienen temor de Dios, Salmo lv, 19. Imaginan
que lo que Él nunca ha
hecho, no puede ser hecho o nunca lo hará.
Vv. 5—10. Si estos burladores hubieran considerado
la espantosa venganza con que Dios borró
a todo un mundo de impíos, de una sola vez, seguramente no se burlarían
de su amenaza de un
juicio igualmente terrible. Se declara por la misma palabra que los
cielos y la tierra que ahora son
serán destruidos por el fuego. Esto ocurrirá con tanta certeza como la
verdad y el poder de Dios
pueden hacerlo. —Aquí se enseña y afirma a los cristianos en la verdad
de la venida del Señor.
Aunque, según cuentan los hombres, hay una gran diferencia entre un día
y mil años, según la
cuenta de Dios no hay diferencia. Todas las cosas, pasadas, presentes y
futuras, están siempre
delante de Él; la tardanza de mil años no puede ser tanto para Él como
para nosotros es postergar
algo por un día o por una hora. Si los hombres no tienen conocimiento ni
fe en el Dios eterno, se
inclinan a pensar que Él es como ellos. ¡Qué difícil es formarse la idea
de la eternidad! Lo que los
hombres cuentan como tardanza, es paciencia, y es a favor de nosotros;
es para dar más tiempo a su
pueblo para que avance en conocimiento y piedad, y en el ejercicio de la
fe y la paciencia, para que
abunde en buenas obras, haciendo y sufriendo aquello para lo que son
llamados, para que puedan
dar gloria a Dios. Por tanto, pongan en sus corazones que ciertamente
serán llamados a dar cuenta
de todas las cosas hechas en el cuerpo, sean buenas o malas. Que el
andar humilde y diligente ante
Dios y el juicio frecuente de vosotros mismos muestren vuestra firme fe
en el juicio futuro, aunque
muchos vivan como si absolutamente nunca tuvieran que rendir cuentas. El
día llegará cuando los
hombres estén seguros y no tengan la esperanza del día del Señor. Los
majestuosos palacios y todas
las cosas deseables que buscan los hombres mundanos, y en las cuales
ponen su felicidad, serán
quemadas; todas las clases de criaturas que Dios ha hecho y todas las
obras de los hombres deben
pasar por el fuego, que será fuego consumidor para todo lo que el pecado
haya traído al mundo,
aunque será fuego purificador para las obras de la mano de Dios. ¿Qué
será de nosotros si ponemos
nuestros afectos en esta tierra y la hacemos nuestra porción, aunque
vemos que todas estas cosas
serán quemadas? Por tanto, ¡asegurémonos de la felicidad más allá de
este mundo visible!
Vv. 11—18. Sobre la base de la doctrina de la
segunda venida de Cristo se nos exhorta a la
pureza y la piedad. Este es el efecto del verdadero conocimiento. Se
requiere una santidad muy
exacta y universal, que no se apoye en ninguna baja medida o grado. Los
cristianos verdaderos
esperan cielos nuevos y una nueva tierra; libres de la vanidad a la que
están sujetas las cosas
presentes, y del pecado con que están contaminadas. Sólo los vestidos
con la justicia de Cristo, y
santificados por el Espíritu Santo, serán admitidos para habitar en este
santo lugar. No esperes ser
hallado en paz en el día de Dios, si eres perezoso y estás ocioso en
este tu día, en el cual debemos
terminar la obra que se nos ha encomendado hacer. Sólo el creyente
diligente será cristiano feliz en
el día del Señor. Nuestro Señor vendrá súbitamente, o dentro de muy poco
nos llamará a su
presencia; ¿y nos va a hallar ociosos? —Aprendamos a usar correctamente
la paciencia de nuestro
Señor que todavía tarda su venida. Hombres soberbios, carnales y
corruptos tratan de eliminar
algunas cosas en una aparente concordancia con sus impías doctrinas.
Pero hay razón por la cual las
epístolas de San Pablo o alguna otra parte de las Escrituras deban ser
dejadas de lado; porque los
hombres, dejados a su propio criterio, pervierten toda dádiva de Dios.
Entonces, procuremos tener
preparadas nuestra mente para recibir cosas difíciles de entender,
pongamos en práctica las cosas
que son más fáciles de entender. Pero debe haber negación de sí,
sospecha de nosotros mismos y
sumisión a la autoridad de Cristo Jesús antes que podamos recibir de
todo corazón todas las
verdades del evangelio, por tanto, estamos en gran peligro de rechazar
la verdad. El creyente debe
desconocer y aborrecer todas las opiniones y los pensamientos de hombres
que no concuerden con
la ley de Dios, ni sean garantizados por ella. —Los que son descarriados
por el error, caen de su
propia constancia. Para evitar ser descarriados, debemos tratar de
crecer en toda gracia, en fe, en
virtud y en conocimento. Esforzaos por conocer más clara y plenamente a
Cristo; conocerle para ser
más como Él y amarle más. Este es el conocimiento de Cristo tras el cual
iba el apóstol Pablo,
deseando obtenerlo; y los que saborean este efecto del conocimiento del
Señor y Salvador
Jesucristo, darán gracias, luego de recibir tal gracia, y le alabarán y
se unirán para darle la gloria
ahora,
con la plena seguridad de hacer lo mismo en el más allá, para siempre.