SALMOS 1 a 50
David es el autor de la mayoría de los salmos, pero evidentemente,
algunos fueron compuestos por otros escritores, y aun se duda de quién fue
el autor de algunos salmos. No obstante, todos fueron escritos por
inspiración del Espíritu Santo. Ninguna otra parte del Antiguo Testamento es
más frecuentemente citada o referida en el Nuevo Testamento que esta.
Cada salmo apunta directamente a Cristo, sea a su Persona, y su carácter u
oficios o puede dirigir hacia Él los pensamientos del creyente. Los salmos
son el lenguaje del corazón del creyente, sea para lamentarse por el pecado,
para expresar la sed de Dios o regocijarse en Él. Sea que estén cargados de
aflicción, luchen con la tentación o triunfen en la esperanza o gozo de la
liberación; sea que admiren las perfecciones divinas, agradezcan a Dios sus
misericordias, mediten en sus verdades o se deleiten en su servicio, forman
una norma de vida divinamente establecida por la cual podemos juzgarnos a
nosotros mismos. El valor de ellos, desde este punto de vista, es muy
grande, y su uso aumentará con el crecimiento del poder de la verdadera
religión en el corazón. El Espíritu nos ayuda a orar usando las expresiones
del salmista. Si nos familiarizamos con los salmos, en todo lo que pidamos
ante el trono de la gracia, confesión, petición o acción de gracias, podemos
ser asistidos por ellos. Cualquiera sea la devota emoción que nos embarga,
un deseo piadoso o una esperanza santa, tristeza o gozo, en los salmos
podemos encontrar las palabras para revestirla, un hablar sano que no
puede ser condenado. En el lenguaje de este libro divino se han elevado al
trono de la gracia las oraciones y las alabanzas de la iglesia cada siglo.
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SALMO I
Versículos 1—3. La santidad y la felicidad del hombre piadoso. 4—6. La
pecaminosidad y la desgracia del hombre malo.—La base y la razón de
ambos.
Vv. 1—3. Meditar en la palabra de Dios es discurrir con nosotros mismos
acerca de las grandes cosas en ella contenidas, con una íntima aplicación de
la mente y concentración en el pensar. Debemos referirnos constantemente a
la palabra de Dios como regla de nuestras acciones, y fuente de nuestro
consuelo; y hemos de tenerla en nuestros pensamientos noche y día. Con
este propósito no hay momento que no sea oportuno.
Vv. 4—6.— Los impíos son el revés de los justos, tanto en carácter
como en estado. Los impíos no son así, versículo 4; son guiados por el
consejo del malo, por el camino de los pecadores hacia la sede del
escarnecedor; no se deleitan en la ley de Dios; no dan fruto, sino lo que es
malo. Los justos son como árboles fértiles y útiles: los impíos son como tamo
que el viento se lleva; el polvo que el dueño del suelo desea eliminar, porque
no sirve para nada. No son valiosos según Dios, por muy alto que se valoren
a sí mismos. Son fácilmente llevados de aquí para allá por todo viento de
tentación. La cizaña puede estar entre el trigo por un tiempo pero con la hoz
aguda en su mano viene Aquel que purgará cabalmente su suelo. Quienes,
por su propio pecado y necedad son como cizaña, se encontrarán ante el
torbellino y el fuego de la ira divina. El destino del impío está fijado, pero
cada vez que el pecador se sensibiliza en cuanto a su culpa y miseria, puede
ser admitido por Cristo, el camino vivo, en la compañía de los justos y llegar
a ser nueva criatura en Cristo. Ahora tiene nuevos deseos, nuevos placeres,
esperanzas, temores, penas, compañías y ocupaciones. Sus pensamientos,
palabras y acciones son cambiados. Entra en un nuevo estado y tiene un
carácter nuevo. He aquí, todas las cosas son hechas nuevas por la gracia
divina, que cambia su alma a la imagen del Redentor. ¡Cuán diferente es el
carácter y el final del impío!
SALMO II
Versículos 1—6. Amenazas contra los enemigos del reino de Cristo. 7—9.
Promesas a Cristo como Cabeza del reino. 10—12. Consejo a todos, para
que abracen sus intereses.
Vv. 1—6. Aquí se nos dice quiénes aparecerán como adversarios de Cristo.
Como este mundo es el reino de Satanás, los inconversos de todo rango,
partido y carácter, son incitados por él a oponerse a la causa de Dios,
aunque los príncipes de la tierra han sido generalmente los más activos. Las
verdades y los preceptos del cristianismo están en contra de los proyectos
mundanos ambiciosos y contra las lujurias. Se nos dice a qué apuntan ellos
en esta oposición. Ellos romperán las ligaduras de la conciencia y echarán
las cuerdas de los mandamientos de Dios; no los recibirán sino que los
arrojarán tan lejos como puedan. Esos enemigos no pueden mostrar una
buena causa para oponerse a un gobierno justo y santo que, si fuera recibido
por todos, traería el cielo a la tierra. No pueden esperar el éxito al oponerse a
un reino tan poderoso. El Señor Jesús tiene toda potestad en cielo y tierra y
es la Cabeza de la iglesia por sobre todas las cosas, a pesar de los
incansables esfuerzos de sus enemigos. El trono de Cristo está establecido
en su iglesia, esto es, en el corazón de los creyentes.
Vv. 7—9. El reino del Mesías se fundamenta en un decreto eterno de Dios
Padre. A este se refiere a menudo nuestro Señor Jesús, por cuanto se
gobernaba por él. Dios le había dicho, Tú eres mi Hijo, y conviene a cada
uno de nosotros decirle: Tú eres mi Señor, mi Soberano. Al pedir a los
paganos como herencia, el Hijo desea la felicidad de ellos en Él; así que
ruega por ellos, vive siempre para hacerlo, y es poderoso para salvar hasta
lo sumo, y tendrá multitudes de súbditos leales, voluntarios, entre ellos. Los
cristianos son la heredad del Señor Jesús; son para Él un nombre y una
alabanza. Dios Padre se los da a Cristo cuando, por Su Espíritu y gracia,
obra en ellos para llevarlos al Señor Jesús.
Vv. 10—12. En cualquier cosa en que nos regocijemos en este mundo,
debe ser siempre con temblor, debido a la incertidumbre de todas las cosas.
Acoger bien a Jesucristo y someterse a Él, es nuestra sabiduría e interés.
Que Él os sea muy querido y precioso; amadle por sobre todas las cosas,
amadle con sinceridad, amadle mucho, como lo amaba la mujer, a la cual
mucho se le perdonó, y como señal de esto, besó sus pies, Lucas vii, 38. Y
con un beso de lealtad uníos a este yugo y someteos para ser gobernados
por sus leyes, dispuestos por su providencia y enteramente consagrados a
su causa. —La incredulidad es un pecado contra el único remedio. Para
vosotros será completa la destrucción; no sea que perezcáis en el camino de
vuestros pecados y desde el camino de vuestras vanas esperanzas; para
que vuestro camino no perezca, no sea que perdáis el camino a la felicidad.
Cristo es el camino; obedeced, no sea que seáis cortados de Él como
vuestro camino a Dios. Pensaban que estaban en el camino, pero
rechazando a Cristo, perecieron. Bienaventurados en el día de ira los que
confiando en Cristo, le han hecho su Refugio.
SALMO III
Versículos 1—3. David se queja a Dios de sus enemigos y confía en Dios. 4
—8. Triunfa sobre sus temores, da la gloria a Dios, y toma el consuelo para
sí mismo.
Vv. 1—3. El creyente activo, mientras más es abatido por Dios, ya sea por
las reprensiones de la providencia o los reproches de sus enemigos, tomará
una postura más firme y se unirá más estrechamente con Él. El hijo de Dios
se sobresalta ante la sola idea de perder la esperanza de tener ayuda en
Dios. Véase qué es Dios para su pueblo, lo que será, lo que hallamos en Él,
lo que David encontró en Él. —1. Seguridad: un escudo para mí; lo cual
denota la ventaja de esa protección. —2. Honra; a quienes Dios reconoce
como suyos, tienen verdadera honra sobre ellos. —3. Gozo y liberación. Si el
pueblo de Dios levanta su cabeza con gozo en el peor de los momentos,
sabiendo que todo les ayudará a bien, reconocerán a Dios como Quien les
da motivo y corazón para regocijarse.
Vv. 4—8. Los cuidados y la tristeza nos hacen bien, cuando nos llevan a
orar fervorosamente a Dios. David siempre halló que Dios estaba dispuesto a
responder sus oraciones. Nada puede poner una separación entre las
comunicaciones de la gracia de Dios a nosotros, y la obra de su gracia en
nosotros; entre su favor y nuestra fe. Siempre había estado a salvo bajo la
protección divina. Esto se aplica a las misericordias comunes de cada noche,
por las cuales damos gracias cada mañana. Muchos se acuestan y no
pueden dormir por dolor del cuerpo, por angustia mental o por la alarma
continua del terror nocturno. Pero aquí más bien parece que se refiere a la
calma del espíritu de David en medio del peligro. El Señor lo puso en paz por
su gracia y por las consolaciones de su Espíritu. Gran misericordia es que
nuestra mente persevere en Dios cuando estamos con problemas. —
Contemplad al Hijo de David que se calma para su reposo sobre la cruz, ese
lecho de dolores, encomendando su Espíritu a las manos del Padre con
plena confianza de la gozosa resurrección. Contempla esto, oh cristiano: deja
que la fe te enseñe a dormir y a morir; mientras te asegura que así como
dormir es una muerte corta, la muerte es sólo un dormir prolongado; el
mismo Dios te cuida en tu lecho y en tu tumba. —La fe de David llegó a ser
triunfante. Él empezó el salmo con quejas de la fuerza y malicia de sus
enemigos, pero concluye regocijándose en el poder y la gracia de su Dios y,
ahora, ve más con él que contra él. La salvación pertenece a Jehová; Él tiene
poder para salvar aunque el peligro sea inmenso. Todos los que tienen al
Señor como su Dios, están seguros de la salvación; porque el que es el Dios
de ellos es el Dios de la salvación.
SALMO IV
Versículos 1—5. Los hijos de los hombres son probados y la felicidad del
pueblo santo. 6—8. El favor de Dios es felicidad.
Vv. 1—5. Respóndeme por tu misericordia, es nuestro mejor ruego. El que
no pida bendiciones como el perdón, la justificación y la vida eterna, debe
perecer por falta de ellas. ¡Ay!, que tantos hagan una decisión tan terrible. El
salmista advierte contra el pecado. Guardad con santa reverencia la gloria y
majestad de Dios. Vosotros tenéis mucho que decir a vuestros corazones,
habladles, que no os quedáis sin decirlo. Examinaos con seria reflexión; que
vuestros pensamientos se ajusten a lo bueno, y se mantengan cerca de eso.
Considerad vuestros caminos y antes de iros a dormir por la noche,
examinad vuestra conciencia sobre lo que han hecho en el día;
particularmente lo que hicieron mal, para que os arrepintáis. Cuando os
despertéis en la noche, meditad en Dios y en las cosas que convienen a
vuestra paz. Debemos considerar nuestros caminos particularmente cuando
estamos enfermos. Callad. Cuando hayáis preguntado algo a la conciencia,
quedaos serios, callados, esperad una respuesta. No abráis la boca para
excusar el pecado. Toda la confianza debe ponerse en la gracia gratuita de
Dios, que por la sola fe justifica al verdadero convertido: por tanto, después
de ordenar los sacrificios de justicia, el salmista dice: Confiad en Jehová.
Vv. 6—8. La gente mundana busca lo bueno, pero no el sumo bien; todo
lo que quieren es el bien externo, el bien presente, el bien parcial, buena
carne, buena bebida, un buen negocio, y una buena situación; pero, ¿de qué
sirve todo eso? Todo bien sirve para la gestión de la mayoría de los hombres,
pero el alma bondadosa no será dejada de lado. Señor, que tengamos tu
favor, y haznos saber que lo tenemos, no deseamos más; déjanos
satisfacernos de tu bondad y estaremos satisfechos con ella. Muchos buscan
la felicidad, pero David la halló. Cuando Dios pone gracia en el corazón,
pone felicidad en el corazón. Así consolado, se lamentó, pero nunca envidió
ni temió al pecador más próspero. Encomienda todos sus asuntos a Dios, y
está preparado para acoger bien su santa voluntad. La salvación es solo en
Cristo; ¿dónde aparecerán aquellos que le desprecian como su Mediador y le
insultan en sus discípulos? Que veneren y no pecar más contra el único
remedio.
SALMO V
Versículos 1—6. Dios oirá ciertamente la oración: David da la gloria a Dios y
se queda con el consuelo. 7—12. Él oró por sí mismo que Dios le guiara,
y por todo el pueblo del Señor, que Dios les diera gozo y los mantuviera a
salvo.
Vv. 1—6. Dios es un Dios que oye la oración. Siempre ha sido así, y sigue
como siempre dispuesto a oír la oración. El principio más alentador de la
oración y el ruego más poderoso es mirarlo a Él como nuestro Rey y nuestro
Dios. David también ora a un Dios que odia el pecado. El pecado es necedad
y los pecadores son los más grandes de los necios; necios por propia
hechura. La gente mala odia a Dios; son justamente odiados por Él, y esta
será su miseria y su ruina eterna. Aprendamos la importancia de la verdad y
de la sinceridad en todos los asuntos de la vida. Los mentirosos y los
asesinos se parecen al diablo y son sus hijos, por tanto, bien puede
esperarse que Dios los aborrezca. Este era el carácter de los enemigos de
David y, como tales, siguen siendo enemigos de Cristo y de su pueblo.
Vv. 7—12. David solía orar a solas, aunque era muy constante para ir a la
adoración pública. La misericordia de Dios siempre debe ser el fundamento
de nuestra esperanza y de nuestro gozo en todo que tengamos que hacer
con Él. —Aprendamos a orar, no sólo por nosotros, también por los demás;
que la gracia sea con todos los que aman a Cristo con sinceridad. La divina
bendición desciende sobre nosotros por medio de Jesucristo, el recto o el
justo, de la manera que antes venía sobre Israel por medio de David, a quien
Dios protegió y puso en el trono. Tú, oh Cristo, eres el Salvador justo, eres el
Rey de Israel, eres la fuente de bendición para todos los creyentes; tu favor
es la defensa y la protección de tu iglesia.
SALMO VI
Versículos 1—7. El salmista suplica contra la ira de Dios y ruega el retorno
de su favor. 8—10. Se asegura una respuesta de paz.
Vv. 1—7. Estos versículos hablan el lenguaje de un corazón verdaderamente
humillado, de un espíritu quebrantado y contrito bajo grandes aflicciones,
enviada para despertar la conciencia y mortificar la corrupción. La
enfermedad le trajo a su memoria el pecado y la consideró como señal del
desagrado de Dios. La aflicción de su cuerpo será tolerable, si tiene consuelo
en su alma. La queja más dolorosa de Cristo en sus padecimientos, fue la
aflicción de su alma y la falta de la sonrisa de su Padre. —Cada página de la
Escritura proclama el hecho de que la salvación pertenece sólo al Señor. El
hombre es pecador, cuyo caso sólo puede ser alcanzado por la misericordia;
y nunca la misericordia se destaca más que al restaurar a los descarriados.
—Podemos orar con buena razón que si es voluntad de Dios, y si Él aún
tiene alguna obra para que nosotros o nuestros amigos hagamos en este
mundo, nos salve la vida o los salve para servirle aún. Irse y estar con Cristo
es lo más dichoso para los santos, pero quedarse en la carne es más
provechoso para la iglesia.
Vv. 8—10. ¡Qué cambio súbito hay aquí! Habiendo dado a conocer su
pedido a Dios, el salmista está confiado en que su pena se convertirá en
gozo. Por la obra de la gracia de Dios en el corazón, él sabe que su oración
es aceptada y no duda que será contestada a su debido tiempo. Sus
oraciones serán aceptadas, viniendo de las manos de Cristo el Mediador. La
palabra significa oración elevada a Dios, el Juez justo, como Dios de su
justicia, el cual iba a defender su causa e iba a enderezar sus errores. El
creyente puede ir a Dios como Dios justo, por medio de la sangre y la justicia
de Cristo, y rogarle perdón y limpieza, porque Él es fiel y justo de darlas. Ora
por la conversión de sus enemigos, o anuncia su destrucción.
SALMO VII
Versículos 1—9. El salmista ora a Dios para que alegue su causa y juzgue
por él. 10—17. Él expresa confianza en Dios y le dará la gloria de su
liberación.
Vv. 1—9. David huye a Dios en busca de socorro. Pero solo Cristo puede
invocar al Cielo para que atestigue su rectitud en todas las cosas. Todas sus
obras fueron hechas en justicia y el príncipe de este mundo no encontró
nada de qué acusarlo justamente. Pero por nosotros Él sufrió todos los
males, sometiéndose a ser acusado de culpa, pero siendo inocente, triunfó
sobre todos ellos. El alegato es “porque el Dios justo prueba la mente y el
corazón”. Él conoce la maldad secreta del malo y cómo llevarla a un fin; Él es
el testigo de la sinceridad secreta del justo y tiene maneras de establecerla.
—Cuando un hombre ha hecho la paz con Dios por todos sus pecados, en
función de la gracia y la misericordia, por medio del sacrificio del Mediador,
puede apelar a la justicia de Dios para decidir, en contraste con sus
enemigos.
Vv. 10—17. David confía que hallará a Dios, su poderoso Salvador. La
conversión de los pecadores puede evitar su destrucción; porque la amenaza
es que si no se convierte de su mal camino, que espere su ruina. Pero entre
las amenazas de la ira, tenemos un ofrecimiento bondadoso de misericordia.
Dios advierte a los pecadores de su peligro y les da lugar a que se
arrepientan y lo impidan. Él es lento para castigar y muy paciente con
nosotros y no quiere que nadie perezca. Se describe al pecador en los
versículos 14—16, como esforzándose más por arruinar su alma que por
salvarla, si fuera bien dirigido. En un sentido, esto es verdad en todos los
pecadores. Miremos al Salvador en todas nuestras tribulaciones. Bendito
Señor, danos gracia para mirarte en el camino de la tribulación, ir ante tu
iglesia y tu pueblo, marcando el camino por tu propio ejemplo inmaculado. En
todas las persecuciones en que nuestras tribulaciones menores marcan
nuestro camino, que el mirar a Jesús anime nuestra mente y consuele
nuestro corazón.
SALMO VIII
Versículos 1—2. Dios debe ser glorificado, por dársenos a conocer. 3—9. Y
por hacer que los cuerpos celestes sean útiles al hombre, poniéndole a él,
por eso, un poco más abajo que los ángeles.
Vv. 1, 2. El salmista procura dar a Dios la gloria debida a su nombre. ¡Cuán
brillante reluce esta gloria aun en este mundo inferior! Es nuestro porque Él
nos hizo, nos protege y tiene especial cuidado de nosotros. Su nacimiento,
su vida, su ministerio, sus milagros, su sufrimiento, su muerte, su
resurrección y su ascensión son conocidas en todo el mundo. Ningún
nombre es tan universal, ningún poder e influencia tan generalmente sentida
como el del Salvador de la humanidad. Pero, ¡cuánto más brillante reluce en
el mundo superior! En esta tierra nosotros sólo oímos el excelente nombre de
Dios y lo alabamos; pero Él es excelso muy por encima hasta de la bendición
y alabanza. —A veces la gracia de Dios aparece maravillosamente en los
niños pequeños. A veces el poder de Dios hace que pasen cosas grandiosas
en su iglesia, por medio de instrumentos débiles e improbables, para que
pueda aparecer más evidentemente que la excelencia del poder es de Dios y
no del hombre. Él hace esto debido a sus enemigos, para acallarlos.
Vv. 3—9. Tenemos que considerar los cielos para que el hombre sea así
dirigido a poner su afecto en las cosas de arriba. ¡Qué es el hombre, criatura
tan baja, que es así honrado! ¡Criatura tan pecadora que deba ser así
favorecida! El hombre tiene dominio soberano sobre las criaturas inferiores,
bajo Dios, y es nombrado señor de ellas. Esto se refiere a Cristo. En Hebreos
ii, 6–8 el apóstol muestra para probar el dominio soberano de Cristo, que Él
es aquel hombre, aquel Hijo del Hombre, del cual se habla aquí, a quien Dios
le ha hecho tener dominio sobre las obras de sus manos. El favor más
grande hecho a la raza humana fue ejemplificado en el Señor Jesús. Con
buena razón el salmista concluye como empezó: ¡Señor, cuán grande es tu
nombre en toda la tierra, que ha sido honrado con la presencia del Redentor,
y todavía es iluminado por su evangelio, y gobernado por su sabiduría y
poder! ¿Qué palabras pueden alcanzar sus alabanzas, de Aquel que tiene el
derecho a nuestra obediencia por ser nuestro Redentor?
SALMO IX
Versículos 1—10. David alaba a Dios por proteger a su pueblo. 11—20. Y por
causa para alabarle.
Vv. 1—10. Si queremos alabar a Dios aceptablemente, debemos alabarle
con sinceridad, con todo nuestro corazón. Cuando damos gracias por alguna
misericordia en particular, debemos recordar sus misericordias anteriores. No
debemos regocijarnos en la dádiva tanto como en el Dador. Los triunfos del
Redentor deben ser los triunfos del redimido. —La omnipotencia de Dios es
tal que Sus enemigos más fuertes y empecinados no pueden resistir.
Estamos seguros que el juicio de Dios es según verdad y que en Él no hay
injusticia. Por fe su pueblo puede acudir a Él como Refugio de ellos, y puede
confiar en su poder y en su promesa y descansar en Él. Quienes saben que
Él es el Padre eterno, le confiarán sus almas como cuidado principal, y
confiarán en Él en todo tiempo, aun en el final, y por el cuidado constante
procurarán ser aprobados por Él en todo el curso de sus vidas. ¿Quién es el
que no busca a Aquel que nunca ha abandonado a quienes le buscan?
Vv. 11—20. Quienes creen que Dios es para ser grandemente alabado, no
sólo desean alabarle mejor; también desean que otros se unan a ellos.
Vendrá el día en que se verá que Él no ha olvidado el clamor del humilde,
tampoco el grito de la sangre de ellos ni el clamor de sus oraciones. —Nunca
somos llevados tan bajo, tan cerca de la muerte, que Dios no pueda
levantarnos. Si nos ha salvado de la muerte espiritual eterna, podemos
esperar que en todos nuestros padecimientos Él sea una ayuda muy
presente para nosotros. —La providencia soberana de Dios ordena así con
frecuencia que los perseguidores y los opresores sean llevados a la ruina por
los proyectos que formaron para destruir al pueblo de Dios. Los borrachos se
matan; los pródigos mendigan; los contenciosos se acarrean mal a ellos
mismos: así los pecados de los hombres pueden leerse en sus castigos y
queda claro para todos que la destrucción de los pecadores es de ellos
mismos. Toda maldad vino originalmente con el malo del infierno; y quienes
siguen en el pecado, deben ir a ese lugar de tormento. El verdadero estado,
de naciones y de individuos, puede estimarse correctamente por esta sola
regla: si en sus obras recuerdan u olvidan a Dios. —David exhorta al pueblo
de Dios a que espere su salvación, aunque sea largamente diferida. Dios
hará que se vea que nunca se olvidó de ellos: no es posible que se olvidara.
Es raro que el hombre, polvo en su origen, pecador por su caída, al que se le
recuerda continuamente ambas cosas por todo lo que hay en Él y acerca de
Él, deba aún necesitar una aguda aflicción, un grave castigo de parte de
Dios, para ser llevado al conocimiento de sí mismo y hacerlo sentir quién es
y lo que es.
SALMO X
Versículos 1—11. El salmista se queja de la maldad del impío. 12—18. Pide
a Dios que se manifieste para alivio de su pueblo.
Vv. 1—11. Los alejamientos de Dios son muy penosos para su pueblo en
especial en tiempos de tribulación. Nos alejamos de Dios por nuestra
incredulidad y, luego, nos quejamos de que Dios se aleja de nosotros. —Las
palabras apasionadas contra los hombres malos hacen más mal que bien; si
hablamos de su maldad, que sea ante el Señor, en oración; Él puede
mejorarlos. El pecador se gloría orgullosamente en su poder y éxito. La gente
mala no busca a Dios, esto es, no lo invoca. Ellos viven sin orar, y eso es
vivir sin Dios. Tienen muchos pensamientos, muchos objetos y aparatos,
pero no piensan en el Señor en ninguno de ellos; no se someten a su
voluntad ni buscan su gloria. La causa de esto es el orgullo. Los hombres
piensan que los rebaja el ser religiosos. No podrían quebrantar todas las
leyes de la justicia y la bondad hacia el hombre, si primero no se hubieran
sacudido de todo sentido de religión.
Vv. 12—18. El salmista habla con estupefacción de la maldad del impío y
la paciencia y tolerancia de Dios. Dios prepara el corazón para orar, enciende
deseos piadosos, fortalece nuestra fe más santa, fija los pensamientos y
suscita el afecto y, luego, en su gracia acepta la oración. La preparación del
corazón es del Señor, y debemos buscarlo a Él en eso. —Que el creyente
pobre, afligido, perseguido o tentado recuerde que Satanás es el príncipe de
este mundo y que es el padre de todo impío. Los hijos de Dios no pueden
esperar bondad, verdad o justicia de las personas que crucificaron al Señor
de la gloria. Pero este Jesús, una vez sufriente, reina ahora como Rey sobre
toda la tierra, y de su dominio no habrá fin. Consagrémonos a Él, confiando
humildemente en su misericordia. Él rescatará al creyente de toda tentación,
y romperá el brazo de todo malvado opresor, y herirá dentro de poco a
Satanás bajo nuestros pies. Pero solo en el cielo será eliminado todo pecado
y tentación, aunque en esta vida el creyente pruebe anticipadamente su
liberación.
SALMO XI
La lucha de David contra la fuerte tentación de desconfiar de Dios, y recurrir
a medios indirectos para su propia seguridad en un momento de peligro.
Quienes temen verdaderamente a Dios y le sirven, son bien acogidos cuando
depositan su confianza en Él. El salmista antes de relatar su tentación a
desconfiar de Dios, deja escrita su resolución de confiar en Él, como aquello
por la cual estaba resuelto a vivir y morir. El creyente, aunque no aterrorizado
por sus enemigos, puede ser tentado, por los temores de sus amigos, a
desertar de su posición o descuidar su obra. Ellos perciben su peligro, pero
no su seguridad; ellos le dan consejos que tienen sabor a política mundana
más que a sabiduría celestial. Los principios de la religión son los
fundamentos sobre los cuales se edifican la fe y la esperanza del justo. Nos
corresponde aferrarnos a ellos contra todas las tentaciones a la incredulidad;
porque los creyentes serían deshechos si no tuvieran a Dios para recurrir, a
Dios para confiar, y una bendición futura que esperar.
La prosperidad de la gente impía en sus malos caminos, y las angustias e
inquietudes a las cuales suelen ser sometidos los mejores hombres, son una
prueba para la fe de David. No tenemos que decir: ¿Quién irá al cielo a
buscarnos allá un Dios en el cual confiar? La palabra está en nosotros y Dios
en la palabra; su Espíritu está en sus santos, esos templos vivos y el Señor
es aquel Espíritu. Este Dios gobierna al mundo. Podemos saber lo que los
hombres parecen ser, pero Dios sabe lo que son, como el orfebre conoce el
valor del oro cuando lo ha probado. Se dice que Dios prueba con sus ojos,
porque no puede errar ni se le puede imponer algo. —Si Él aflige con sus
ojos, es para prueba de ellos, por tanto, es para bien de ellos. Por más que
por un momento puedan prosperar los perseguidores y opresores, perecerán
por siempre. Dios es un Dios santo y, por tanto, los odia. Él es un Juez justo
y, por tanto, los castigará. ¡En qué horrenda tempestad son llevados
apresuradamente los malos a la muerte! Todo hombre tiene asignada la
porción de su copa. ¡Pecador impenitente, fíjate en tu condena! El último
llamamiento al arrepentimiento está por serte dirigido, el juicio es inminente;
a través de la sombra tenebrosa de la muerte pasas a la región de la ira
eterna. Apresúrate, oh pecador, a la cruz de Cristo. —¿Cómo está el caso
entre Dios y nuestra alma? ¿Es Cristo nuestra esperanza, nuestro consuelo,
nuestra seguridad? Entonces, y no de otra manera, será el alma llevada a
través de todas sus dificultades y conflictos.
SALMO XII
El salmista ruega ayuda de Dios, porque no había nadie entre los hombres
en quien se atreviera a confiar.
Este salmo da buenos pensamientos para los malos tiempos; un hombre
puede consolarse con tales meditaciones y oraciones. Veamos lo que hace
malos a los tiempos, y cuando puede decirse que son así. Pregunta a los
hijos del mundo, ¿qué hace que los tiempos sean malos? Y ellos dirán, la
escasez de dinero, el deterioro del comercio, y las desolaciones de la guerra
hacen que los tiempos sean malos; pero la Escritura radica lo malo de los
tiempos en causas de otra naturaleza, 2 Timoteo iii, 1 ss.: vendrán tiempos
peligrosos, porque el pecado abundará; y David se queja de esto. Cuando la
piedad se deteriora, los tiempos son realmente malos.
El que hizo la boca del hombre lo llamará a rendir cuenta por sus palabras
orgullosas, hipócritas y hasta inútiles. Cuando el pobre y el necesitado son
oprimidos, entonces son muy malos los tiempos. Dios mismo se fija en la
opresión del pobre, y los suspiros de los necesitados. Cuando abunda la
maldad y es tolerada por los que estan en autoridad, entonces los tiempos
son muy malos. —Véase qué cosas buenas se nos proporcionan aquí para
esos malos tiempos; no podemos decir para qué tiempos hemos sido
reservados. —1. Tenemos un Dios al cual acudir, del cual podemos pedir y
esperar el arreglo de todas nuestras molestias. —2. Ciertamente Dios
castigará y reprimirá a los hombres falsos y orgullosos. —3. Dios obrará la
liberación de su pueblo oprimido. Su ayuda es dada en el tiempo más
oportuno. Aunque los hombres sean infieles, Dios es fiel; aunque ellos no son
confiables, Dios lo es. —La preciosidad de la palabra de Dios se compara
con la plata refinada al grado más elevado. ¡Cuántas y muchas pruebas se
han dado de su poder y verdad! Dios salvará a su remanente elegido por
malos que sean los tiempos. En la medida que haya mundo, habrá una
generación de hombres orgullosos y malos. Pero todo el pueblo de Dios está
en las manos de Cristo nuestro Salvador; ahí están a salvo, porque nadie los
puede sacar de ahí; estando edificados en Él, la Roca, ellos están seguros a
pesar de que la tentación y persecución vengan con tanta más fuerzas sobre
ellos.
SALMO XIII
El salmista se queja de que hace mucho tiempo que Dios se alejó. —Él ora
fervorosamente pidiendo consuelo.—Él se asegura una respuesta de paz.
A veces Dios esconde Su rostro y deja a Sus hijos en tinieblas tocante a su
interés en Él; y esto cargan ellos en su corazón más que cualquier otra
aflicción exterior. —Pero las preocupaciones ansiosas son cargas pesadas
con que los creyentes suelen cargarse a sí mismo más de lo necesario. El
pan de aflicción es, a veces, el pan diario del santo; nuestro mismo Maestro
fue varón de dolores. Cuando la tentación dura mucho es una tentación
corriente pensar que durará siempre. Aquellos que hace mucho están sin
gozo, empiezan a estar sin esperanzas. Nunca debemos permitirnos formular
ninguna queja sino la que nos ponga de rodillas. Nada mata más al alma que
la falta del favor de Dios; nada revive más que el retorno de ello. —Los
cambios súbitos y deliciosos del libro de los Salmos son a menudo muy
notables. Pasamos de la profundidad de la desesperación a la cumbre de la
confianza y gozo religiosos. Así es en el versículo 5. Todo es rechazo
sombrío en el versículo 4, pero aquí la mente del adorador deprimido se
encumbra sobre todos sus temores inquietantes, y se arroja sin reservas a la
misericordia y cuidado de su Divino Redentor. Véase aquí el poder de la fe y
lo bueno que es acercarse a Dios. Si llevamos nuestras preocupaciones y
penas al trono de la gracia y los dejamos ahí, podemos irnos como Ana y
nuestro rostro ya no será más triste, 1 Samuel i, 18. La misericordia de Dios
es el sustento de la fe del salmista. Encontrar que tengo que confiar en ti me
consuela, aunque yo no tengo mérito propio. —Su fe en la misericordia de
Dios llenó su corazón de gozo en su salvación; porque el gozo y la paz
vienen de creer. Él me ha tratado con abundancia. Por fe él estaba confiado
en la salvación como si ya estuviera completa. De esa manera los creyentes
vierten sus oraciones, renunciando a todas las esperanzas que no sean en la
misericordia de Dios por medio de la sangre del Salvador y, a veces de
súbito, en otras gradualmente, hallarán que sus cargas son quitadas y
restaurado su consuelo; entonces, ellos reconocen que sus temores y quejas
eran innecesarios y reconocen que el Señor los ha tratado con generosidad.
SALMO XIV
Descripción de la depravación de la naturaleza humana y de la deplorable
corrupción de una gran parte de la humanidad.
Dijo el necio en su corazón: No hay Dios. Aquí se describe al pecador como
ateo, alguien que ha dicho que no hay Juez ni Soberano del mundo, ni
Providencia que regule los asuntos de los hombres. Dice esto en su corazón.
No puede satisfacerle que no haya uno pero desea que no lo hubiera y le
complace la posibilidad de que no lo haya; está dispuesto a pensar que no
hay ninguno. Este pecador es un necio; es simple e imprudente, y de él
queda esto en evidencia: es malo y profano, y esta es la causa. La palabra
de Dios discierne estos pensamientos. Ningún hombre puede decir: No hay
Dios sin que esté tan endurecido en el pecado, que tiene como su especial
interés que no haya nadie que lo llame a rendir cuentas. —La enfermedad
del pecado ha infectado toda la raza humana. Todos se desviaron, no hay
quien haga el bien, no hay ni siquiera uno. Lo bueno que pueda haber en uno
de los hijos de los hombres, o que hagan ellos, no es de ellos mismos, sino
la obra de Dios en ellos. Se han desviado del camino recto de su deber, del
camino que lleva a la felicidad, y se han vuelto a la senda del destructor.
Lamentemos la corrupción de nuestra naturaleza, y veamos cuánta
necesidad tenemos de la gracia de Dios: no nos maravillemos de que se nos
diga que debemos nacer de nuevo. Y no debemos confiar en nada que no
sea la unión con Cristo y la nueva creación para la santidad por su Espíritu.
El salmista se propone convencer a los pecadores del mal y el peligro de su
camino mientras se creen muy sabios y buenos y se sienten seguros. —Se
describe su maldad. Quienes no se interesan por el pueblo de Dios, por los
pobres de Dios, no se interesan por Dios mismo. La gente se mete en toda
forma de maldad porque no invocan a Dios pidiendo su gracia. ¿Qué cosa
buena puede esperarse de los que viven sin orar? Pero los que no temen a
Dios pueden ser arrastrados por el temor cuando cruje una hoja de árbol.
Todo nuestro conocimiento de la depravación de la naturaleza humana debe
hacernos apreciar más la salvación que viene de Sion. Pero solo en el cielo
toda la multitud de los redimidos tendrá gozo completo y eterno. El mundo es
malo; ¡oh, que venga el Mesías y cambie su carácter! La corrupción es
universal; ¡oh, que lleguen los tiempos de reforma! Los triunfos del Rey de
Sion serán el gozo de los hijos de Sion. La segunda venida de Cristo para
terminar finalmente con el domino del pecado y de Satanás, será la
culminación de esta salvación, que es la esperanza y será el gozo indudable
de cada israelita. Con esta seguridad debemos consolarnos unos a otros,
mientras estamos bajo los pecados de los pecadores y el sufrimiento de los
santos.
SALMO XV
El camino al cielo: para ser felices, debemos ser santos.—Se nos exhorta a
andar en ese camino.
Aquí hay una pregunta muy seria acerca del carácter del ciudadano de Sion.
La felicidad de los santos glorificados es que habitan en el monte santo; ahí
están en casa, ahí estarán por siempre. Nos corresponde asegurarnos de
tener un lugar entre ellos. Aquí se da una respuesta muy clara y específica.
Los que desean conocer su deber, encontrarán que la Escritura es un
director muy fiel y la conciencia, un monitor fiel. El ciudadano de Sion es
sincero en su religión. Es realmente lo que profesa ser, y su propósito es
permanecer completamente en toda la voluntad de Dios. Él es justo con Dios
y el hombre; y al hablar a ambos, dice la verdad en su corazón. Desprecia y
aborrece lo malo y el engaño; no puede aceptar una buena oferta, ni un
ahorro, en base a una mentira; y sabe que el que hace mal a su prójimo, verá
al final que se habrá hecho daño a sí mismo. Tiene mucho cuidado de no
dañar a nadie. No habla mal de nadie, no hace tema de su conversación
corriente las faltas de los demás; dice lo mejor de todos y lo peor de nadie. Si
se le cuenta una historia de mala naturaleza, él la reprueba si puede; si no,
no la sigue. Valora a los hombres por su virtud y piedad. La gente mala es vil,
indigna y buena para nada; eso significa la palabra. No mira en menos la
piedad de nadie por su pobreza y baja condición. Reconoce que la piedad
sincera da más honra al hombre que la riqueza o un gran nombre. Honra a
los tales, desea su conversación y se interesa en sus oraciones, se alegra en
demostrarle respeto o hacerle bien. Por esto podemos juzgarnos en cierta
medida. Los hombres sabios y buenos pueden jurar para daño suyo; pero
véase cuán fuerte es la obligación que el hombre prefiere perder él mismo y
su familia, antes que hacer mal a su prójimo. No aumentará su fortuna por
extorsión ni cohecho. No hará nada que dañe una causa justa a cambio de
ganancia o esperanza de provecho personal. —Todo miembro
verdaderamente vivo de la iglesia, como la iglesia misma, está edificado
sobre la Roca. El que hace estas cosas nunca será quitado de allí. La gracia
de Dios siempre le será suficiente. La unión de este temperamento y esta
conducta, puede surgir sólo del arrepentimiento del pecado, por la fe en el
Salvador y el amor a Él. Examinémonos en estos aspectos y probémonos a
nosotros mismos.
SALMO XVI
Este salmo empieza expresando devociones que se pueden aplicar a Cristo;
pero termina con tal confianza de una resurrección, que debe aplicarse a
Cristo y sólo a Él.
David huye a refugiarse en Dios con confianza y regocijo. Los que reconocen
que Jehová es su Señor, deben acordarse a menudo de lo que han hecho,
recibir su consuelo y vivir conforme a ello. Él se consagra al honor de Dios en
el servicio de los santos. Nosotros debemos ser santos en la tierra o nunca
seremos santos en el cielo. Los que han sido renovados por la gracia de Dios
y consagrados a la gloria de Dios, son santos en la tierra. Los santos en la
tierra son excelentes, pero algunos son tan pobres que necesitan que se les
extienda la bondad de David. —Este declara su resolución de no tener
comunión con las obras de las tinieblas; él repite la elección solemne que ha
hecho de Dios como su porción y felicidad; acepta el consuelo de la elección
y da la gloria por ello a Dios. Este es el lenguaje del alma devota y piadosa.
La mayoría toma al mundo como su sumo bien y ponen su felicidad en
gozarlo; pero por pobre que sea mi situación en este mundo, déjenme tener
el amor y el favor de Dios y ser aceptado por Él; por la promesa déjenme
tener el derecho a la vida y la felicidad del estado futuro, y con eso me basta.
El cielo es una heredad; debemos tomarlo por nuestro hogar, nuestro reposo,
nuestro bien eterno, y mirar este mundo como que ya no es nuestro, como
que no es más que un territorio por el cual pasa nuestro camino a la casa de
nuestro Padre. Los que tienen a Dios como su porción, tienen una herencia
santa. Regresa a tu reposo, oh, alma mía, y no busques más. Las personas
que están bajo la gracia nunca codician más que a Dios, aunque siempre
quieren más de Dios; pero, estando satisfechos de su amor y bondad, están
abundantemente satisfechos con ella: ellos no envidian nada de los placeres
y alegrías carnales. Pero tan ignorantes y necios somos, que si somos
dejados a nuestra discresión, abandonaremos las misericordias recibidas a
cambio de vanidades mentirosas. —David, habiendo recibido consejo de
Dios por su palabra y su Espíritu, sus propios pensamientos le enseñaron en
sesión nocturna y lo comprometieron por fe a vivir para Dios.
Los versículos 8—11 son citados por San Pedro en su primer sermón,
después del derramamiento del Espíritu el día de Pentecostés, Hechos ii,
25–31; declara que David habla de Cristo y, particularmente, de su
resurrección. Como Cristo es la Cabeza del cuerpo, la iglesia, se pueden
aplicar estos versículos a todos los cristianos, guiados y animados por el
Espíritu de Cristo; de aquí podemos aprender que es sabiduría y deber
nuestro poner siempre ante nosotros al Señor. Si nuestros ojos están
siempre dirigidos a Dios, que nuestros corazones y lenguas se regocijen
siempre en Él. La muerte destruye la esperanza del hombre pero no la
esperanza del cristiano verdadero. La resurrección de Cristo es una primicia
de la resurrección del creyente. Nuestra porción en este mundo es el dolor,
pero en el cielo hay gozo, plenitud de gozo; nuestros placeres de aquí son
por un momento, pero a la diestra de Dios son placeres para siempre. —A
través de este tu Hijo amado y nuestro amado Salvador, tú nos mostrarás, oh
Señor, el sendero de la vida; tú justificarás ahora nuestras almas, y
levantarás nuestros cuerpos por tu poder en el último día, cuando el dolor
terrenal termine en gozo celestial y la tristeza en felicidad eterna.
SALMO XVII
Versículos 1—7. La integridad de David. 8—15. El carácter de sus enemigos.
Su esperanza de felicidad.
Vv. 1—7. Este salmo es una oración. Las oraciones fingidas son estériles,
pero si nuestro corazón dirige nuestras oraciones, Dios las responderá con
su favor. El salmista acostumbraba a orar, de modo que no es su
intranquilidad ni el peligro lo que principalmente lo lleva ahora a su deber. Su
fe lo anima a esperar que Dios tome nota de sus oraciones. —Una buena
prueba de nuestra integridad es la constante resolución contra los pecados
de la lengua y velar en ello. Consciente de la propensión del hombre a las
malas obras, y de sus tentaciones peculiares, David hizo de la palabra de
Dios su protección contra los caminos de Satanás que llevan a la
destrucción. Si evitamos cuidadosamente los caminos del pecado, será muy
consolador en la reflexión, cuando estemos en problemas. Quienes por
gracia andan en los caminos de Dios deben pedir que su andar sea
conservado en esas sendas. David ora, Señor sosténme todavía. Los que
siguen y perseveran en los caminos de Dios deben, por la fe y la oración,
recibir nuevas raciones diarias de gracia y fuerza de su parte. —Muestra tus
maravillosas misericordias, tus favores especiales, no misericordias
comunes, pero sé bueno conmigo; haz como acostumbras a hacer a los que
aman tu nombre.
Vv. 8—15. Estando rodeado por los enemigos, David ora a Dios que lo
mantenga a salvo. Esta oración es una predicción de que Cristo será
guardado a través de todas las penurias y dificultades de su humillación,
para ser llevado a las glorias y goces de su estado de exaltación, y es un
patrón para que los cristianos entreguen a Dios el cuidado de sus almas,
confiando en que Él las preservará para su reino celestial. —Los enemigos
de nuestras almas son nuestros peores enemigos. Son espada de Dios que
no se puede mover sin Él, y que envaina cuando ya ha hecho su obra con
ellos. Ellos son su mano por la cual castiga a su pueblo. No hay huida de la
mano de Dios, sino huida a ella. Muy consolador es que cuando tememos el
poder del hombre, veamos que depende del poder de Dios y está sometido a
Él. La mayoría de los hombres miran las cosas de este mundo como las
mejores cosas y no miran más allá, ni muestran interés por proveer para la
otra vida. Las cosas de este mundo son llamadas tesoros; así se las cuenta,
pero para el alma, y comparadas con las bendiciones eternas, son basura. El
cristiano más afligido no tiene que envidiar al hombre más próspero del
mundo, que tiene su porción en esta vida. —Vestidos con la rectitud de
Cristo, teniendo buen corazón y buena vida por su gracia, contemplemos por
la fe el rostro de Dios, y pongámoslo siempre delante de nosotros. Cuando
despertemos cada mañana, satisfagámonos con su semejanza puesta
delante de nosotros en su palabra, y con su semejanza estampada en
nosotros por su gracia renovadora. La felicidad en el otro mundo está
preparada sólo para los justificados y santificados: ellos tomarán posesión de
esto cuando, en la muerte, su alma despierte de su profundo sueño en el
cuerpo, y cuando, en la resurrección, el cuerpo despierte de su sueño en la
tumba. No hay satisfacción para un alma sino en Dios y en su buena
voluntad hacia nosotros, y su buena obra en nosotros; pero esa satisfacción
no será perfecta hasta que vayamos al cielo.
SALMO XVIII
Versículos 1—19. David se regocija en la liberación que obró Dios. 20—28.
Se consuela en su integridad que Dios ha vindicado. 29—50. Da la gloria
a Dios por todas sus poderosas obras.
Vv. 1—19. Las primeras palabras: “Te amo, oh Jehová, fortaleza mía” son la
ocasión y el contenido del salmo. Quienes aman verdaderamente a Dios
pueden triunfar en Él como Roca y Refugio de ellos y, con confianza, pueden
invocarle. Bueno es que nosotros observemos todas las circunstancias de
una misericordia que magnifica el poder de Dios y su bondad para nosotros.
David era hombre de oración y halló que Dios es un Dios que oye la oración.
Si oramos como David, nos irá bien como a él. Se describe plenamente la
manifestación de la presencia de Dios, versículos 7—15. Poco hay del
hombre, pero mucho de Dios en estas liberaciones. No se pueden aplicar a
la historia del hijo de Isaí las palabras estupendas, majestuosas y
sobrecogedoras que se usan en la descripción de la manifestación divina.
Cada parte de una escena tan solemne de terror nos dice que ahí está uno
más grande que David. —Dios no sólo librará a su pueblo de sus problemas
en el momento debido; mientras tanto lo sostendrá en sus tribulaciones.
¿Podemos meditar en el versículo 18 sin dirigir el pensamiento al Getsemaní
y al Calvario? ¿Podemos olvidar que fue en la hora de la calamidad más
profunda de Cristo, cuando Judas lo traicionó, cuando sus amigos lo
abandonaron, cuando la multitud le escarneció, y las sonrisas del amor de su
Padre fueron retenidas, que las potestades de las tinieblas lo acosaron? Los
dolores de la muerte lo rodearon, en su dolor Él oró, Hebreos v, 7. Dios hizo
estremecerse y temblar la tierra, y se partieron las rocas, y lo sacó, en su
resurrección, porque se complacía en Él y en su empresa.
Vv. 20—28. Quienes abandonan los caminos del Señor se apartan de su
Dios. Pero aunque estamos conscientes de muchos pasos falsos, no nos
apartemos de nuestro Dios. David tuvo su ojo puesto en la regla de los
mandamientos de Dios. El cuidado constante de guardarse del pecado,
cualquiera sea, que nos tienta con mayor facilidad, demuestra que somos
rectos ante Dios. —Los que muestran misericordia al prójimo, también
necesitan misericordia. Quienes son fieles a Dios, hallarán que Él es para
ellos todo lo que ha prometido ser. Las palabras del Señor son palabras
puras, muy seguras para confiar en ellas, y muy dulces para deleitarse en
ellas. Quienes resisten a Dios y caminan al contrario que Él, verán que Él
caminará en sentido contrario que ellos, Levítico xxvi, 21–24. La recompensa
bondadosa de la cual habla David puede ser esperada, en general, por
quienes actúan con buenos motivos. De ahí que él hable consuelo para el
humilde y terror para el orgulloso; “Humillas los ojos altivos”. Y él se da valor:
“Tú enciendes mi lámpara, oh Señor”: Tú revivirás y consolarás mi espiritu
apenado; Tú guiarás mi camino para que yo pueda evitar las trampas
puestas para mí. Tú encenderás mi lámpara para obrar, y me darás la
oportunidad de servirte. Cobren valor quienes andan en tinieblas y trabajan
sometidos al desaliento; el mismo Dios será una Luz para ellos.
Vv. 29—50. Cuando damos gracias por una misericordia, debemos
observar las muchas otras con que hemos sido rodeados toda nuestra vida.
Muchas cosas habían contribuido al desarrollo de David, y él reconoce la
mano de Dios en todas para enseñarnos a hacer lo mismo. En el versículo
32, y los siguientes, están los dones de Dios para el guerrero espiritual, por
los cuales es preparado para la contienda, conforme al ejemplo de su Líder
victorioso. Aprendemos que debemos procurar la liberación del problema a
través de Cristo. Será rechazada la oración que se eleva sin que haya
reconciliación por medio de Cristo. En David, el símbolo, contemplamos a
nuestro redentor Jesús, combatiendo con enemigos, rodeado de aflicciones y
abrumado por hombres impíos, soportando por nosotros no sólo los dolores
de la muerte, sino la ira de Dios; sin embargo, invoca al Padre con fuertes
gritos y lágrimas; rescatado de la tumba, procede a reconciliar o a poner bajo
sus pies a todos los demás enemigos, hasta que la muerte, el postrer
enemigo, sea destruida. Debemos amar al Señor, nuestra Roca y nuestra
Salvación; debemos acudir a Él en cada problema, y alabarlo por cada
liberación; debemos orientarnos a andar con Él en toda justicia y santidad
verdadera, evitando pecar. Si pertenecemos a Él, Él vence y reina por
nosotros, y nosotros venceremos y reinaremos por Él, y participaremos de la
misericordia de nuestro ungido Rey, la cual es prometida a toda su
descendencia para siempre. Amén.
SALMO XIX
Versículos 1—6. La gloria de las obras de Dios. 7—10. Su santidad y gracia
mostradas en su palabra. 11—14. Oración por sus beneficio.
Vv. 1—6. Los cielos declaran la gloria de Dios y proclaman su sabiduría,
poder y bondad, para que todos los impíos queden sin excusa. Por sí
mismos los cielos dicen ser obras de las manos de Dios, porque deben tener
un Creador eterno, infinitamente sabio, poderoso y bueno. El contraste de
día y noche es una gran prueba del poder de Dios y nos llama a observar
que en el reino de la naturaleza, como en el de la providencia, Él forma la luz
y crea la oscuridad, Isaías xlv, 7, y contrapone la una a la otra. El sol del
firmamento es un emblema del Sol de justicia, el Esposo de la iglesia, y la
Luz del mundo, que por su evangelio difunde luz y salvación divinas a las
naciones de la tierra. Él se deleita en bendecir a su iglesia con la cual se ha
desposado; y su curso será inagotable como el del sol hasta que toda la
tierra esté llena con su luz y su salvación. Oremos por la época en que Él
iluminará, alegrará y hará fértil a toda nación de la tierra con esa bendita
salvación. —No hay lenguaje ni palabras, así entienden algunos, pero se oye
su voz. Todo pueblo puede oír en su propio idioma a los predicadores que
cuentan las obras maravillosas de Dios. Demos la gloria a Dios por todo
consuelo y provecho que tenemos por las luces del cielo, aun mirando arriba
y más allá de ellas hacia el Sol de justicia.
Vv. 7—10. La Sagrada Escritura es de mucho mayor provecho para
nosotros que el día y la noche, que el aire que respiramos o la luz del sol. Se
necesita la palabra de Dios para recobrar al hombre de su estado caído. —
La palabra que se traduce “ley” puede comprenderse como doctrina
entendiendo que significa todo eso que nos enseña la religión verdadera. El
todo es perfecto; su tendencia es convertir o volver al alma del pecado y del
mundo a Dios y a la santidad. Muestra nuestra pecaminosidad y miseria al
dejar a Dios y la necesidad de nuestro retorno a Él. Este testimonio es fiel
porque se puede confiar completamente en Él: el ignorante e indocto,
creyendo lo que Dios dice, se vuelve sabio para salvación; es dirección
segura en el camino del deber; es fuente segura de consolación viva y
fundamento seguro de esperanza eterna. Los mandamientos de Jehová son
rectos tal como deben ser; y como son rectos alegran el corazón. El precepto
de Jehová es puro, santo, justo y bueno. Por ellos descubrimos nuestra
necesidad del Salvador y, entonces, aprendemos a adornar su evangelio.
Ellos son los medios que usa el Espíritu Santo para alumbrar los ojos; ellos
nos llevan a tener una visión y sentido de nuestro pecado y miseria, y nos
dirigen en el camino del deber. El temor del Señor, esto es, la verdadera
religión y santidad es limpia, limpiará nuestro camino; y permanece para
siempre. La ley ceremonial fue abrogada hace mucho tiempo, pero la ley del
temor de Dios es siempre la misma. Los juicios de Jehová, sus preceptos,
son verdad; son justos y, así, son coherentes; no hay injusticia en ninguno de
ellos. —El oro es sólo para el cuerpo y las preocupaciones temporales; pero
la gracia es para el alma y las preocupaciones de la eternidad. La palabra de
Dios, recibida por fe, es más preciosa que el oro; es dulce para el alma, más
dulce que la miel. Los placeres sensuales pronto sacian, pero nunca
satisfacen; pero los de la religión son sustanciosos y satisfacen; no hay
peligro de exceso.
Vv. 11—14. La palabra de Dios advierte al impío que no siga su mal
camino, y advierte al justo que no se salga de su buen camino. Hay
recompensa, no sólo después de obedecer los mandamientos de Dios, sino
en obedecerlos. La religión endulza nuestro consuelo y aligera nuestras
cruces, hace verdaderamente valiosa nuestra vida y verdaderamente
deseable la muerte misma. —David no sólo deseaba ser perdonado y
limpiado de los pecados que había descubierto y confesado, sino de los que
había olvidado o pasado por alto. Todos las revelaciones de pecado que nos
hace la ley, deben llevarnos a orar ante el trono de la gracia. Su dependencia
era la misma que la de todo cristiano que dice: Ciertamente en el Señor
Jesús tengo justicia y fuerza. Ninguna oración es aceptable para Dios si no
se ofrece en el poder de nuestro Redentor Divino por medio de Aquel que
tomó nuestra naturaleza sobre sí mismo, para redimirnos para Dios y
restaurar la herencia perdida hace mucho tiempo. Que nuestro corazón sea
muy afectado con la excelencia de la palabra de Dios; y muy afectado por la
vileza del pecado y el peligro que corremos de y por este.
SALMO XX
Este salmo es una oración por los reyes de Israel pero relacionado con
Cristo.
Hasta el más grande de los hombres puede estar en muy grave aprieto. Ni la
corona en la cabeza real, ni la gracia de su corazón le librarán de las
aflicciones. Hasta el más grande de los hombres debe orar mucho. Nadie
que sea capaz de orar por sí mismo y descuida la oración, espere el
beneficio de las oraciones de la iglesia o de sus amigos. Debe orar que Dios
proteja su persona y preserve su vida. Que Dios le capacite para seguir en
sus empresas en pro del bien público. Podemos saber que Dios acepta
nuestros sacrificios espirituales si, por su Espíritu, enciende un santo fuego
de piedad y amor a Dios en nuestra alma. También él debe rogar que el
Señor corone con éxito sus empresas. Nuestro primer paso a la victoria en la
guerra espiritual es confiar solamente en la misericordia y la gracia de Dios;
todos los que confían en sí mismos pronto serán derribados. —Los creyentes
triunfan en Dios y su revelación, en lo que se distinguen de quienes viven sin
Dios en el mundo. Los que tienen gratitud a Dios y su nombre, pueden
confiar en Dios y su nombre. Así ocurrió cuando el orgullo y el poder de la
incredulidad judía y la idolatría pagana, cayeron ante los sermones y la vida
de los humildes creyentes en Jesús. Así ocurre en todo conflicto con
nuestros enemigos espirituales; así ocurrirá en el último día, cuando el
mundo, junto con su príncipe, sea derribado y caiga; pero los creyentes,
levantados de entre los muertos por la resurrección del Señor, se levantarán
y cantarán sus alabanzas en el cielo. Regocijémonos en la salvación de
Cristo y alcemos nuestros estandartes en el nombre del Señor nuestro Dios,
seguros de que seremos vencedores de todo enemigo por la fuerza
salvadora de su diestra.
SALMO XXI
Versículos 1—6. Acción de gracias por la victoria. 7—13. Confianza del éxito
ulterior.
Vv. 1—6. Feliz el pueblo cuyo rey hace del poder de Dios su confianza, y de
la salvación de Dios su gozo; se complace por todo progreso del reino de
Dios, y confía en Dios como apoyo en todo lo que hace a su servicio. Todas
las bendiciones que recibimos son bendiciones procedentes de la bondad, y
se deben exclusivamente a la bondad de Dios, y no a mérito ninguno de
nosotros. Pero cuando las bendiciones de Dios llegan antes y son más ricas
de lo que imaginamos; cuando nos son dadas antes que oremos; antes que
estemos preparados para recibirlas, y cuando tememos lo contrario,
entonces puede decirse verazmente que previno, o se adelantó a nosotros.
Ciertamente, nada impidió o se adelantó a Cristo, pero nunca hubo para la
humanidad favor dado con más anticipación que nuestra redención por
Cristo. Tú has hecho que sea una bendición universal, eterna para el mundo,
en quien son y serán benditas las familias de la tierra; y, así, le llenaste de
alegría con tu presencia en su empresa, y junto a él en sus esfuerzos por
lograrla. El Espíritu de profecía surge de lo relacionado con el rey, en lo que
es peculiar de Cristo; ningún otro es bendecido para siempre, mucho menos
con bendición eterna.
Vv. 7—13. El salmista enseña a anhelar con fe, esperanza y oración lo
que Dios va a hacer finalmente. El éxito con que Dios bendijo a David es tipo
de la derrota final de todos los enemigos de Cristo. Quienes hubieran podido
tener a Cristo para que los mandara y los salvara, pero lo rechazaron y lo
combatieron, encontrarán que su recuerdo es gusano que no muere. —Dios
por gracia vivifica a los pecadores, los recibe en su favor, y los libra de la ira
venidera. Que Dios sea exaltado en nuestros corazones, por su gracia
todopoderosa, para la destrucción de las fortalezas del pecado y de Satanás.
¡Qué grande debe ser el gozo de nuestra alabanza al contemplar a nuestro
Hermano y Amigo en el trono, y por todas las bendiciones que esperamos de
Él! Sin embargo, Él se complace en su exaltación, que lo capacita para dar
felicidad y gloria a pobres pecadores que aprenden a amarle y a confiar en
Él.
SALMO XXII
Versículos 1—10. Lamento del desaliento. 11—21. Oración pidiendo
liberación. 22—31. Alabanzas por las misericordias y la redención.
Vv. 1—10. En este salmo, el Espíritu de Cristo que estaba en los profetas
testifica clara y plenamente de los sufrimientos de Cristo y la gloria que
seguiría. —Tenemos un doloroso lamento porque Dios se ha retirado. Esto
se puede aplicar a cualquier hijo de Dios, aplastado, abrumado con pena y
terror. Las deserciones espirituales son las aflicciones más dolorosas de los
santos; pero hasta su queja por estas cargas es una señal de vida espiritual
y del ejercicio de los sentidos espirituales. Clamar: ¿Dios mío por qué estoy
enfermo? ¿Por qué estoy pobre?, tiene sabor a descontento y mundanalidad.
Pero: ¿Por qué me has abandonado? es el lenguaje de un corazón que ata
su felicidad al favor de Dios. —Esto debe aplicarse a Cristo. Con las primeras
palabras de esta queja derramó su alma ante Dios cuando estaba en la cruz,
Mateo xxvii, 46. Siendo verdadero hombre, Cristo sintió una indisposición
natural a pasar a través de tan grandes dolores, pero prevalecieron su celo y
amor. Cristo declara la santidad de Dios, su Padre celestial, en sus
sufrimientos más agudos; sí, los declara como prueba de aquello por lo cual
sería perpetuamente alabado por su Israel, más que por todas las otras
liberaciones que recibieron. Nunca nadie que esperó en ti, fue avergonzado
de su esperanza; nunca nadie que te buscó, te buscó en vano. —Aquí hay
un lamento por el desprecio y oprobio de los hombres. El Salvador habla del
estado de rechazo al cual estaba reducido. La historia de los sufrimientos de
Cristo y de su nacimiento explica esta profecía.
Vv. 11—21. En estos versículos tenemos el sufrimiento de Cristo, y a
Cristo orando; en ellos somos dirigidos a buscar cruces y, bajo ellas, mirar a
Dios. Se describe la forma misma de la muerte de Cristo, aunque no era la
usada por los judíos. Ellos horadaron sus manos y sus pies, al clavarlos en el
madero maldito, y todo su cuerpo fue dejado colgando para que sufriera los
dolores y torturas más severos. Su fuerza natural falló, siendo consumida por
el fuego de la ira divina que hizo presa de su espíritu. ¿Quién puede,
entonces, resistir la ira de Dios? O, ¿quién conoce su fuerza? La vida del
pecador fue abandonada, y la vida del Sacrificio debe ser su redención.
Cuando fue crucificado, nuestro Señor Jesús fue desvestido para que
pudiera revestirnos con la túnica de su justicia. Así estaba escrito, en
consecuencia, correspondía que Cristo así sufriera. Que todo esto confirme
nuestra fe en Él como el verdadero Mesías, y estimule nuestro amor por Él
como nuestro mejor amigo, que nos amó y sufrió todo esto por nosotros. —
En su agonía Cristo oró, oró fervorosamente que la copa pudiese pasar de
Él. Cuando no podemos regocijarnos en Dios como nuestro cántico,
permanezcamos en Él como nuestra fortaleza; y recibamos consuelo de los
apoyos espirituales, cuando no podemos tener deleites espirituales. —Pide
ser librado de la ira divina. Él que ha librado, debe librar y librará. Debemos
pensar en los sufrimientos y la resurrección de Cristo hasta que sintamos en
nuestra alma el poder de su resurrección y la participación en sus
padecimientos.
Vv. 22—31. Ahora el Salvador habla como resucitado de entre los
muertos. Las primeras palabras de la queja las usó Cristo mismo en la cruz;
las primeras palabras de triunfo se aplican expresamente a Él, Hebreos ii, 12.
Todas nuestras alabanzas deben referirse a la obra de redención. El
sufrimiento del Redentor fue aceptado por gracia como completa satisfacción
por el pecado. Aunque fue ofrecido por pecadores, el Padre no lo despreció
ni lo aborreció, por amor a nosotros. Esto debiera ser el tema de nuestra
acción de gracias. Toda alma humilde, bondadosa, debe tener su satisfacción
y felicidad completa en Él. Los que tienen hambre y sed de justicia en Cristo,
no trabajarán por lo que no sacia. Los que oran mucho, ofrecerán muchas
acciones de gracias. Quienes se vuelven a Dios tomarán conciencia de estar
adorando delante de Él. Que toda lengua confiese que Él es el Señor. Altos y
bajos, ricos y pobres, esclavos y libres, se reúnen en Cristo. —Viendo que no
podemos mantener viva nuestra alma, es sabiduría nuestra, por fe obediente,
encomendarla a Cristo, que es capaz de salvarla y mantenerla viva por
siempre. —Una semilla le servirá. Dios tendrá una iglesia en el mundo hasta
el fin del tiempo. Los creyentes le serán contados como su generación; Él
será para ellos el mismo que fue para los que pasaron antes que ellos.
Declararán que su justicia, y no la propia, es el fundamento de todas sus
esperanzas y la fuente de todos sus goces. La redención por Cristo es un
hecho del Señor mismo. —Aquí vemos el amor y la compasión gratuitos de
Dios Padre y de nuestro Señor Jesucristo por nosotros, miserables
pecadores, como fuente de toda gracia y consuelo; el ejemplo que tenemos
que seguir; el trato que tenemos que esperar como cristianos, y la conducta
que tenemos que adoptar sometidos a ello. Aquí se puede aprender toda
lección que aproveche al alma humillada. Los que procuran establecer su
propia justicia, pregunten, ¿por qué debía sufrir así el amado Hijo de Dios si
sus obras podían expiar el pecado? Que el profesante impío considere si el
Salvador obedeció así la ley divina, para que tuviera el privilegio de
despreciarla. Que el negligente se cuide de huir de la ira venidera, y que el
tembloroso apoye sus esperanzas sobre este Redentor misericordioso. Que
el creyente tentado y angustiado espere gozosamente el final feliz de toda
prueba.
SALMO XXIII
Confianza en la gracia y el cuidado de Dios.
“Jehová es mi pastor”. Estas palabras enseñan al creyente a experimentar
satisfacción por el cuidado del gran Pastor del universo, el Redentor y
Preservador de los hombres. Con gozo reflexiona que tiene un pastor y ese
pastor es Jehová. —Un rebaño de ovejas, dulces e inofensivas, que se
alimenta en pastos verdes al cuidado de un pastor tierno, diestro y vigilante,
constituye un emblema de los creyentes traídos de vuelta al Pastor de sus
almas. —La mayor de las abundancias sólo es una pastura seca para el
impío, que se deleita sólo en lo que complace a los sentidos, pero para el
santo, que por fe saborea la bondad de Dios en todo lo que disfruta, aunque
tiene poco del mundo, es pasto verde. El Señor da quietud y contentamiento
mental, cualquiera sea la suerte. Somos bendecidos con los verdes pastos
de los mandamientos; no pensemos que basta con pasar por ellos;
permanezcamos en ellos. —Las consolaciones del Espíritu Santo son las
aguas de reposo a las cuales son conducidos los santos; los arroyos que
fluyen de la Fuente del agua viva. —Son conducidos a las aguas de reposo
del consuelo los que andan en sendas de la justicia. El camino del deber es
el camino verdaderamente placentero. La obra de justicia es la paz. En esas
sendas no podemos andar si Dios no nos guía a ellas y nos sigue guiando en
ellas. El descontento y la desconfianza proceden de la incredulidad; un
camino inestable es la consecuencia; entonces, sencillamente confiemos en
el cuidado de nuestro Pastor y obedezcamos su voz. —El valle de sombra de
muerte puede denotar la aflicción más severa y terrible o la sombría
dispensación de la providencia bajo la cual puede haber llegado a estar el
salmista. Entre la parte del rebaño en la tierra y la que se ha ido al cielo, la
muerte yace como un valle oscuro que se debe pasar yendo de una a otra,
pero, aun en esto, hay palabras que aminoran el terror. Sólo es la sombra de
muerte: la sombra de una serpiente no pica, tampoco mata la sombra de la
espada. Es un valle, sin duda hondo, tenebroso y cenagoso, pero los valles
son a menudo fértiles y, así la misma muerte es fértil en consolaciones para
el pueblo de Dios. Es un camino que atraviesa; no se perderán en este valle,
sino llegarán a salvo a la montaña del otro lado. La muerte es un rey de
terrores, pero no para las ovejas de Cristo. Cuando llegan a morir, Dios
reprende al enemigo; Él las guiará con su vara y las sustentará con su
cayado. En el evangelio hay bastante para consolar a los santos cuando
mueren, y bajo ellos están los brazos eternos. —El pueblo del Señor tiene un
festín en su mesa con las provisiones de su amor. Satanás y los malos no
son capaces de destruir sus consolaciones cuando ellos están ungidos con el
Espíritu Santo y beben de la copa de la salvación que siempre está llena. —
La experiencia pasada enseña a los creyentes a confiar que el bien y la
misericordia de Jehová los sigan todos los días de su vida, y su deseo y
determinación aquí es buscar su felicidad en el servicio de Dios y esperan
disfrutar de su amor por siempre en el cielo. Mientras estén aquí, el Señor
puede hacer grata cualquier situación por la unción de su Espíritu y los
beneficios de su salvación. Pero quienes se satisfarán con las bendiciones
de su casa deben estar cerca de los deberes de esta.
SALMO XXIV
Versículos 1—6. El reino de Cristo y los súbditos de su Reino. 7—10. El Rey
de ese Reino.
Vv. 1—6. Nosotros no nos pertenecemos; nuestros cuerpos, nuestras almas
no son nuestras. Aun las de los hijos de los hombres son de Dios, aunque no
lo conocen ni admiten una relación con Él. —Un alma que conoce y
considera su propia naturaleza, y que debe vivir para siempre, cuando ha
visto la tierra y su plenitud, se sentará insatisfecha. Piensa en subir hacia
Dios y preguntar: ¿Qué haré para vivir en ese lugar santo y feliz donde Él
hace santa y feliz a su gente? Hacemos nada de la religión si no la hacemos
obra del corazón. Sólo podemos ser lavados de nuestros pecados y
renovados para santidad por la sangre de Cristo y el lavamiento del Espíritu
Santo. Así llegamos a ser su pueblo; así recibimos bendición del Señor y
justicia del Dios de nuestra salvación. —El pueblo peculiar de Dios será feliz
verdaderamente y para siempre. Donde Dios da justicia, Él otorga salvación.
Los que están hechos para el cielo será llevados a salvo al cielo y hallarán lo
que han estado buscando.
Vv. 7—10. La majestuosa entrada, se refiere a la solemne manera de
conducir el arca a la tienda que David levantó, o al templo edificado por
Salomón para ella. También se puede aplicar a la ascensión de Cristo al
cielo, y a la bienvenida que se le brinda allí. Nuestro Redentor encontró
cerradas las puertas del cielo, pero habiendo hecho expiación por el pecado
por su sangre, con su autoridad, exige entrar. —Los ángeles iban a adorarle,
Hebreos i, 6; preguntan maravillados: ¿Quién es Él? La respuesta es que Él
es el fuerte y valiente; poderoso en batalla para salvar a su gente y someter
a sus enemigos y a los enemigos de su pueblo. —Podemos aplicarlo a la
entrada de Cristo en el alma de los hombres por su palabra y su Espíritu,
para que sean su templo. He aquí, Él está a la puerta, y llama, Apocalipsis iii,
20. Los pórticos y las puertas del corazón tiene que ser abiertas para Él,
como posesión que es entregada legítimamente a su dueño. —Podemos
aplicarlo a su segunda venida con poder y gloria. Señor, abre las puertas
eternas de nuestra alma por tu gracia, para que ahora podamos recibirte y
ser totalmente tuyos; y que, al final, seamos contados con tus santos en
gloria.
SALMO XXV
Versículos 1—7. Confianza en la oración. 8—14. Oración por la remisión de
los pecados. 15—22. Por ayuda en la aflicción.
Vv. 1—7. Al adorar a Dios debemos elevar nuestra alma a Él. Cierto es que
nadie será avergonzado que, asistido por la fe, espere en Dios, y que por
una esperanza de fe, espere por Él. El creyente más maduro necesita y
desea que Dios le enseñe. Si deseamos sinceramente conocer nuestro
deber, con la resolución de hacerlo, podemos estar seguros que Dios nos
dirigirá. —El salmista desea fervientemente el perdón de sus pecados. Se
dice que cuando Dios perdona el pecado, no lo recuerda más, lo cual denota
remisión plena. Es la bondad de Dios, no la nuestra, su misericordia, no
nuestro mérito, lo que debe ser nuestro ruego al pedir el perdón de pecados,
y todo el bien que necesitamos. Debemos descansar en este argumento,
sintiento nuestra propia indignidad y satisfechos de las riquezas de la
misericordia y la gracia de Dios. —¡Cuán ilimitada es la misericordia que
cubre por siempre los pecados y las necedades de una juventud pasada sin
Dios y sin esperanza! Bendito sea el Señor que la sangre del gran Sacrificio
puede limpiar toda mancha.
Vv. 8—14. Todos somos pecadores; y Cristo vino al mundo a salvar
pecadores, a enseñar a los pecadores, a llamar a los pecadores al
arrepentimiento. Valoramos una promesa por el carácter de quien la haga;
por tanto, confiamos en las promesas de Dios. Todas las sendas del Señor,
esto es, todas sus promesas y todas sus providencias, son misericordia y
verdad. El pueblo de Dios puede ver todos sus tratos el despliegue de su
misericordia y el cumplimiento de su palabra, cualquiera sean las aflicciones
por las cuales estén ahora siendo ejercitados. Todas las sendas del Señor
son misericordia y verdad; y así será cuando lleguen al final de su jornada.
Quienes son humildes, que desconfían de sí mismos, y desean ser
enseñados y seguir la dirección divina, a estos guiará en juicio, esto es, por
la regla de la palabra escrita, para hallar el descanso para sus almas en el
Salvador. Aun cuando el cuerpo esté enfermo y dolorido, el alma puede estar
cómoda en Dios.
Vv. 15—22. El salmista concluye, como empezó, expresando
dependencia de Dios y deseo de Él. Bueno es esperar así y aguardar
calladamente la salvación del Señor. Y si Dios se vuelve a nosotros, no
importa quien se vuelva de nosotros. Él alega su propia integridad. Aunque
culpable ante Dios, para sus enemigos tenía el testimonio de conciencia de
no haberles hecho mal. A la larga Dios dará a Israel descanso de todos los
enemigos que le rodean. El Israel de Dios será perfectamente redimido en el
cielo de todo problema. Bendito Salvador, nos has enseñado
bondadosamente que sin ti nada podemos hacer. Enséñanos a orar, a
comparecer delante de ti en la manera que elijas, y a elevar nuestro corazón
y todos nuestros deseos hacia ti, porque tú eres el Señor, nuestra justicia.
SALMO XXVI
En este salmo David apela a Dios tocante a su integridad.
Aquí David, por el Espíritu de profecía, habla de sí mismo como tipo de
Cristo, de quien lo que cuenta de su completa inocencia es eminente verdad,
y solo de Cristo, y solo a Él se le puede aplicar. Estamos completos en Él. —
El que anda en su integridad, confiando completamente en la gracia de Dios,
está en estado de aceptación, según el pacto del cual Jesús fue Mediador en
virtud de su obediencia inmaculada hasta la muerte. Este hombre desea que
lo más íntimo de su alma sea escudriñado y probado por el Señor. Está
conciente de lo engañoso de su propio corazón; desea detectar y mortificar
cada pecado; y anhela satisfacerse con ser verdadero creyente y practicar
los santos mandamientos de Dios. El gran cuidado para evitar las malas
compañías es buena prueba de nuestra integridad y un buen medio para
mantenernos en ella. Se puede hallar que los hipócritas y los destructores
asisten a las ordenanzas de Dios, pero es buena señal de sinceridad si
nosotros asistimos a ellas, como aquí nos dice el salmista que él hizo,
ejercitando el arrepentimiento y la obediencia consciente. El siente que su
suelo está firme debajo de él; y mientras se deleita en la bendición del Señor
con sus congregaciones de la tierra, confía que dentro de poco será unido a
la gran asamblea del cielo para cantar alabanzas a Dios y al Cordero por
siempre jamás.
SALMO XXVII
Versículos 1—6. La fe del salmista. 7—14. Su deseo de Dios y la expectativa
de Él.
Vv. 1—6. El Señor, que es la luz del creyente, es la fortaleza de su vida; no
sólo por Él quien vive, sino en el cual vive y se mueve. Fortalezcámonos en
Dios. La graciosa presencia de Dios, su poder, su promesa, su disposición
para oír oraciones, el testimonio de su Espíritu en los corazones de su
pueblo; estos son el secreto de su Tabernáculo y en estos los santos
encuentran la causa de esa santa seguridad y paz mental en que habitan
cómodamente. —El salmista ora por la comunión constante con Dios en las
santas ordenanzas. —Todos los hijos de Dios desean habitar en la casa de
su Padre. No una estadía allí, como pasajero que se queda por una noche; ni
habitar allí solo por un tiempo, como el sievo que no permanece en la casa
para siempre; sino habitar allí todos los días de su vida, como hijos con su
padre. ¿Esperamos que la alabanza de Dios sea la bienaventuranza en la
eternidad? Seguro entonces que debemos hacerlo asunto importante de
nuestro tiempo. Esto tenía en el corazón más que cualquier cosa. —Sea lo
que fuere el cristiano en esta vida, considera que el favor y el servicio de
Dios es la única cosa necesaria. Esto desea, ora y procura, y en ello se
regocija.
Vv. 7—14. Donde estuviere el creyente, puede hallar el camino al trono de
gracia por la oración. Dios nos llama por su Espíritu, por su palabra, por su
adoración y por providencias especiales, misericordiosas que nos afligen.
Cuando estamos neciamente coqueteando con las vanidades mentirosas,
Dios está, por amor a nosotros, llamándonos a buscar nuestras misericordias
en Él. La llamada es general. “Buscad mi rostro”, pero debemos aplicarlo a
nosotros mismos, “tu rostro buscaré”. La palabra no sirve cuando no
aceptamos la exhortación: el corazón bondadoso responde rápidamente a la
llamada del Dios bondadoso, siendo voluntario en el día de su poder. —El
salmista requiere el favor del Señor; la continuación de su presencia con él;
el beneficio de la dirección divina y el beneficio de la protección divina. El
tiempo de Dios para ayudar a los que confían en Él llega cuando toda otra
ayuda falla. Él es un Amigo más seguro y mejor de lo que son o pueden ser
los padres terrenales. —¿Cuál era la creencia que sustentaba al salmista?
Que vería la bondad del Señor. Nada hay como la esperanza de fe en la vida
eterna, los vistazos anticipados de esa gloria y el sabor previo de sus
placeres para impedir que desfallezcamos mientras estamos sometidos a
todas las calamidades. Mientras tanto él debe ser fortalecido para soportar el
peso de sus cargas. Miremos al Salvador sufriente y oremos en fe que no
seamos entregados a las manos de nuestros enemigos. Animémonos unos a
otros a esperar en el Señor con paciente esperanza y oración ferviente.
SALMO XXVIII
Versículos 1—5. Una oración en la angustia. 6—9. Acción de gracias por la
liberación.
Vv. 1—5. David es muy ferviente para orar. Obsérvese su fe en la oración:
Dios es mi roca sobre quien edifico mi esperanza. Los creyentes no deben
descansar hasta que hayan recibido alguna señal de que sus oraciones son
escuchadas. Pide no ser contado con los impíos. Sálvame de ser enredado
en las trampas que han puesto para mí. Sálvame de ser infectado con sus
pecados y de hacer lo que ellos hacen. Señor, nunca dejes que para mi
seguridad yo use las artes de engaño y traición que ellos usan para mi
destrucción. Los creyentes temen el camino de los pecadores; los mejores
son sensibles al peligro que corren de ser descaminados: todos debemos
orar fervorosamente a Dios por su gracia para salvaguardarnos. Los que
tienen el cuidado de no participar con los pecadores en sus pecados, tienen
razón para esperar que no recibirán sus plagas. —Él habla de los justos
juicios del Señor sobre los obradores de perversidad, versículo 4. Este no es
lenguaje de pasión ni de venganza. Es una profecía de que ciertamente
llegará el día en que Dios castigue a todo hombre que persista en sus malas
obras. Los pecadores serán responsables no sólo por el mal que han hecho,
sino por el mal que concibieron y por lo que hicieron para concretarlo. El
desprecio por las obras del Señor es la causa del pecado de los pecadores, y
llega a ser la causa de su ruina.
Vv. 6—9. ¿Ha oído Dios nuestras súplicas? Entonces bendigamos su
nombre. El Señor es mi fortaleza, me sostiene, y me conduce a través de
todos mis servicios y sufrimientos. El corazón que verdaderamente cree, a su
debido tiempo se regocijará en gran manera; tenemos que esperar gozo y
paz al creer. Dios tendrá la acción de gracias por ello: así debemos expresar
nuestra gratitud. —Los santos se regocijan en el consuelo de los demás,
como en el propio: no aprovechamos menos la luz del sol y la luz del rostro
de Dios porque los demás participan de ellas. —El salmista concluye con una
oración breve, pero de gran alcance. El pueblo de Dios es su heredad,
preciosa a sus ojos. Pide que Dios los salve; que los bendiga con todo bien,
especialmente con la abundancia de sus ordenanzas que son alimento para
el alma. Y que dirija sus acciones y gobierne sus asuntos para siempre.
También, que los levante para siempre; no sólo a los de esta edad, sino a su
pueblo de toda edad venidera; que los levante tan alto como el cielo. Allí y
sólo allí serán elevados los santos para siempre, para no volver a hundirse o
deprimirse jamás. Sálvanos, Señor Jesús, de nuestros pecados; bendícenos,
tú Hijo de Abraham, con la bendición de la justicia; aliméntanos, tú, buen
Pastor de las ovejas, y elévanos por siempre del polvo. Oh, tú, que eres la
resurrección y la vida.
SALMO XXIX
Exhortación a glorificar a Dios.
Los poderosos y honorables de la tierra están especialmente obligados a
honrar y adorar a Dios; pero, ay, pocos intentan adorarlo en la belleza de la
santidad. Cuando vamos a Él como el redentor de pecadores, en
arrepentimiento, fe y amor, Él acepta nuestros defectuosos servicios,
perdona el pecado que los alcanza y aprueba la medida de santidad que el
Espíritu Santo nos capacita para ejercer. —Aquí tenemos la naturaleza de la
adoración religiosa; es tributar al Señor la gloria debida a su nombre.
Debemos ser santos en todos nuestros servicios religiosos, consagrados a
Dios y a su voluntad y gloria. Hay belleza en la santidad y esta embellece
todos los actos de adoración. —Aquí el salmista establece el dominio de Dios
en el reino de la naturaleza. Podemos ver y oír su gloria en el trueno, en el
rayo y en la tormenta. Que nuestros corazones sean por ello llenos con
pensamientos grandiosos, y elevados, y honrosos de Dios, en la santa
adoración de aquel para quien es tan importante el poder de la piedad. ¡Oh,
Señor, Dios nuestro, tú eres muy grande! El poder del rayo iguala al terror del
trueno. El temor causado por estos efectos del poder divino deben
recordarnos el gran poder de Dios, la debilidad del hombre y la condición
indefensa y desesperada del malo en el día del juicio. Pero los efectos de la
palabra divina en las almas de los hombres, bajo el poder del Espíritu Santo,
son mucho más grandes que los de las tormentas que atronan el mundo
natural. Ante el poder de la Palabra, los más fuertes tiemblan, los más
orgullosos son derribados, los secretos del corazón salen a luz, los
pecadores se convierten, el salvaje, sensual e inmundo se vuelve inofensivo,
amable y puro. —Si hemos oído la voz de Dios y hemos huido a refugiarnos
en la esperanza puesta ante nosotros, recordemos que los hijos no tienen
que temer la voz de su Padre, cuando Él habla enojado a sus enemigos.
Mientras tiemblan los que no tienen refugio, bendíganle por su seguridad
quienes permanecen en el refugio que Él señaló, esperando sin desmayar el
día del juicio, seguros como Noé en el arca.
SALMO XXX
Versículos 1—5. Alabanza a Dios por la liberación. 6—12. Otros son
animados por su ejemplo.
Vv. 1—5. Las grandes cosas que el Señor ha hecho por nosotros, tanto por
su providencia como por su gracia, obligan nuestra gratitud para hacer todo
lo que podamos para el progreso de su reino entre los hombres, aunque lo
más que podamos hacer sea poco. —Los santos de Dios en el cielo le
cantan; ¿por qué no hacen lo mismo los que están en tierra? Ninguna de las
perfecciones de Dios conlleva en sí más temor para el impío o más consuelo
para el santo que su santidad. Buena señal es que seamos, en parte,
partícipes de su santidad si podemos regocijarnos de todo corazón con su
solo recuerdo. Nuestra felicidad está ligada al favor divino; si lo tenemos,
tenemos bastante, sea lo que sea lo demás que necesitemos; pero mientras
dure la ira de Dios, durará el lloro de los santos.
Vv. 6—12. Cuando las cosas nos salen bien, somos dados a pensar que
siempre será así. Cuando vemos nuestro error, nos corresponde pensar con
vergüenza que nuestra seguridad carnal es necedad nuestra. Si Dios
esconde su rostro, el hombre piadoso es perturbado, aunque ninguna
calamidad le sobrevenga. Pero si Dios, en su sabiduría y justicia, se aparta
de nosotros, será una gran necedad si nosotros nos apartamos de Él. No;
aprendamos a orar en las tinieblas. El espíritu santificado que vuelve a Dios,
lo alabará, seguirá aún alabándolo; pero los servicios de la casa de Dios no
pueden ser realizados por el polvo; no puede alabarlo; no hay ciencia ni obra
en el sepulcro, porque es la tierra del silencio. Pedimos bien cuando pedimos
vida, si lo hacemos para alabarlo. —En su debido momento, Dios libró al
salmista de sus problemas. Nuestra lengua es nuestra gloria, y nunca lo es
más que cuando se la usa para alabar a Dios. Quisiera perseverar hasta el
fin alabándole, y esperando que en breve estará donde esto sea su tarea
eterna. Pero cuidémonos de la seguridad carnal. Ni la prosperidad externa ni
la paz interior son aquí seguras y duraderas. El Señor, en su favor, ha fijado
firmemente la seguridad del creyente como montañas de profundas raíces,
pero debe esperar encontrarse con tentaciones y aflicciones. Cuando nos
descuidamos, caemos en pecado, el Señor esconde Su rostro, nuestros
consuelos se derrumban, y los problemas nos asedian.
SALMO XXXI
Versículos 1—8. Confianza en Dios. 9—18. Orar en dificultades. 19—24.
Alabanza por la bondad de Dios.
Vv. 1—8. La fe y la oración deben ir juntas, porque la oración de fe es la
oración que prevalece. David entregó su alma a Dios en forma especial. Y
con sus palabras, versículo 5, nuestro Señor Jesús dio su último aliento en la
cruz, e hizo de su alma una ofrenda voluntaria por el pecado, entregando su
vida como rescate. Pero aquí David es un hombre confundido y con
problemas. Su mejor parte es su gran cuidado por su alma, por su espíritu.
Muchos piensan que si están confundidos por sus asuntos mundanos y se
multiplican sus preocupaciones, pueden ser excusados si descuidan su alma;
pero somos los más interesados por cuidar de nuestra alma para que el
hombre interior no sufra daño, aunque el hombre exterior se deshaga. La
redención del alma es tan preciosa, que hubiera cesado para siempre, si
Cristo no la hubiera emprendido. —Habiendo confiado en la misericordia de
Dios, uno se alegra y regocija en eso. Dios mira nuestra alma cuando
estamos atribulados, para ver si se humilla por el pecado y mejora por la
aflicción. Todo creyente enfrentará peligros y liberaciones, hasta que sea
librado de la muerte, su postrer enemigo.
Vv. 9—18. Las aflicciones de David lo hicieron varón de dolores. Aquí era
tipo de Cristo que estaba experimentado en quebrantos. David reconoce que
sus aflicciones eran merecidas por sus pecados, pero Cristo sufrió por los
nuestros. Los amigos de David no se animaron a socorrerlo. No pensemos
que es raro si nos abandonan, pero asegurémonos de un Amigo en el cielo
que no falla. Con toda seguridad Dios ordenará y dispondrá todo en la mejor
forma para quienes también encomiendan su espíritu en su mano. El tiempo
de la vida está en las manos de Dios, que lo alarga o acorta, lo amarga o
endulza, conforme al consejo de su voluntad. El camino del hombre no está
en sí, ni en las manos de nuestros amigos, ni en las manos de nuestros
enemigos, sino en las de Dios. —Con esta fe y confianza pide al Señor que
lo salve por amor a sus misericordias, no por algún mérito de él. Profetiza
que serán silenciados quienes reprochan y hablan mal del pueblo de Dios.
Hay un día venidero en que el Señor ejecutará juicio contra ellos. Mientras
tanto, debemos dedicarnos a hacer el bien, si es posible, para silenciar la
ignorancia de los necios.
Vv. 19—24. En lugar de rendirnos a la impaciencia o al desencanto
cuando somos atribulados, debemos volver nuestros pensamientos a la
bondad del Señor para con quienes le temen y confían en Él. Todo llega a los
pecadores a través de la dádiva maravillosa del unigénito Hijo de Dios, para
ser la expiación por los pecados. No se rinda nadie a la incredulidad o al
pensar, en circunstancias desalentadoras, que han sido cortados de delante
de los ojos del Señor, y entregados al orgullo de los hombres. Señor,
perdona nuestras quejas y temores; aumenta nuestra fe, paciencia, amor y
gratitud; enséñanos a regocijarnos en la tribulación y en la esperanza. La
liberación de Cristo, con la destrucción de sus enemigos, debiera fortalecer y
consolar los corazones de los creyentes sometidos a todas sus aflicciones de
aquí abajo, para que habiendo sufrido valientemente con su Maestro, puedan
entrar triunfantes a su gozo y gloria.
SALMO XXXII
Versículos 1, 2. La felicidad del pecador perdonado. 3—7. La desdicha
anterior al consuelo que siguió a la confesión de pecados. 8—11.
Instrucción para los pecadores, estímulo para los creyentes.
Vv. 1, 2. El pecado es la causa de nuestra desgracia; pero las transgresiones
del creyente verdadero a la ley divina son todas perdonadas puesto que
están cubiertas por la expiación. Cristo llevó sus pecados, en consecuencia,
no se le imputan. Puesto que se nos imputa la justicia de Cristo, y por haber
sido hechos justicia de Dios en Él, no se nos imputa nuestra iniquidad,
porque Dios cargó sobre Él el pecado de todos nosotros, y lo hizo ofrenda
por el pecado por nosotros. No imputar el pecado es un acto de Dios, porque
Él es el Juez. Dios es el que justifica. —Fijaos en el carácter de aquel cuyos
pecados son perdonados; es sincero y busca la santificación por el poder del
Espíritu Santo. No profesa arrepentirse con la intención de darse el gusto
pecando, porque el Señor esté listo para perdonar. No abusa de la doctrina
de la libre gracia. Y al hombre cuya iniquidad es perdonada, se le promete
toda clase de bendiciones.
Vv. 3—7. Es muy difícil llevar al hombre pecador a que acepte
humildemente la misericordia gratuita, con la confesión total de sus pecados
y la condena de sí mismo. Pero el único camino verdadero a la paz de
conciencia es confesar nuestros pecados para que sean perdonados;
declararlos para ser justificados. Aunque el arrepentimiento y la confesión no
merecen el perdón de la transgresión, son necesarios para disfrutar
realmente la misericordia que perdona. ¡Y qué lengua podría expresar la
felicidad de esa hora cuando el alma, oprimida por el pecado, es capacitada
para derramar libremente sus penas ante Dios, y para recibir la misericordia
del pacto en Cristo Jesús! —Los que prosperan en oración, deben buscar al
Señor cuando, por su providencia, Él los llama a buscarlo y, por su Espíritu,
los incita a que lo busquen a Él. —En el tiempo de encontrar, cuando el
corazón está ablandado por la tristeza y cargado por la culpa; cuando falla
todo refugio humano; cuando no se puede hallar reposo para la mente
turbada, entonces Dios aplica el bálsamo sanador por su Espíritu.
Vv. 8—11. Dios enseña por su palabra y guía con las intimaciones
secretas de su voluntad. David da una palabra de advertencia a los
pecadores. La razón de esta advertencia es que el camino del pecado
terminará ciertamente en dolor. —Aquí hay una palabra de consuelo para los
santos. Vean ellos que la vida de comunión con Dios es lo más grato y
consolador. Que nos regocijemos en ti, oh Señor Jesús, y en tu salvación; así
ciertamente nos regocijaremos.
SALMO XXXIII
Versículos 1—11. Dios debe ser alabado. 12—22. Su pueblo es animado por
su poder.
Vv. 1—11. El gozo santo es el corazón y el alma de la alabanza, cosa que
aquí se pide al justo. La alabanza de agradecimiento es el aliento y el
lenguaje del gozo santo. Los cánticos religiosos son la expresión adecuada
de la alabanza por gratitud. Todo don debemos usarlo con toda nuestra
destreza y fervor al servicio de Dios. —Todas sus promesas son sabias y
buenas. Recta es su palabra y, por tanto, sólo estamos bien cuando estamos
de acuerdo con ella. Toda su obra es hecha con fidelidad. Él es el justo
Jehová, por tanto, ama la justicia. ¡Que lástima es que esta tierra, que está
tan llena de pruebas y de muestras de la bondad de Dios, esté tan vacía de
alabanzas a Él; y que haya tan pocos que vivan para su gloria en las
multitudes que viven de su generosidad! Lo que el Señor hace, lo hace a
propósito; permanece firme. Pasa por alto todos los consejos de los
hombres, y hace que sirvan a sus consejos; nada puede impedir que el
consejo eterno de Dios llegue a cumplirse, cosa que para nosotros es de lo
más sorprendente.
Vv. 12—22. Todos los movimientos y operaciones del alma de los
hombres, que ningún mortal conoce sino ellos mismos, Dios los conoce
mejor que ellos. En su mano están sus corazones todos y sus tiempos; Él
formó el espíritu de cada hombre en su interior. Todos los poderes de la
criatura dependen de Él, y para nada cuentan ni para nada sirven sin Él. Si
hacemos que el favor de Dios sea seguro para nosotros, entonces no
tenemos que temer lo que esté en contra nuestra. Tenemos que darle a Él la
gloria de su gracia especial. Todos los intentos humanos para la salvación de
nuestra alma son vanos, pero el ojo vigilante del Señor está sobre aquellos
cuyo temor consciente de su nombre procede de la esperanza que cree en
su misericordia. Ellos serán socorridos en sus dificultades; no recibirán daño
real en sus peligros. —Quienes temen a Dios y su ira, deben esperar en Dios
y su misericordia, porque no hay modo de huir de Él sino huir hacia Él. Que
tu misericordia, oh Señor, esté sobre nosotros; que siempre tengamos
consuelo y provecho, no por nuestro mérito, sino conforme a la promesa que
tú nos diste en tu palabra y conforme a la fe que nos diste por tu Espíritu y tu
gracia.
SALMO XXXIV
Versículos 1—10. David alaba a Dios y anima a confiar en Él. 11—22.
Exhorta a temer al Señor.
Vv. 1—10. Si esperamos pasar la eternidad alabando a Dios, es propio que
debamos pasar gran parte de nuestro tiempo aquí en esta tarea. Él nunca
dijo a nadie: Búscame en vano. Las oraciones de David ayudaron a acallar
sus temores; muchos, fuera de él, han mirado al Señor por fe y oración y los
ha revivido y consolado maravillosamente. Cuando miramos al mundo nos
confundimos y perdemos, pero de mirar a Cristo depende toda nuestra
salvación y también todas las cosas necesarias para ella. —Este pobre, al
cual nadie miraba con respeto ni cuidaba con preocupación, fue no obstante
bienvenido al trono de la gracia; le oyó Jehová y lo libró de todas sus
angustias. Los santos ángeles ministran a los santos y los defienden contra
las potestades de las tinieblas. Toda la gloria sea al Señor de los ángeles.
Por el gusto y la vista hacemos descubrimientos y tenemos gozo; gustad y
ved que es bueno Jehová; toma nota y consuélate en esto. Él hace
verdaderamente dichosos a todos los que confían en Él. En cuanto a las
cosas del otro mundo, ellos recibirán la gracia suficiente para el apoyo de su
vida espiritual. Y en cuanto a esta vida, ellos tendrán lo necesario de la mano
de Dios. Pablo lo tuvo todo, y abundó, porque estaba contento, Filipenses iv,
11–18. Quienes confían en sí mismos pensando que sus propios esfuerzos
les son suficientes, tendrán necesidad, pero los que confían en el Señor
serán alimentados. No les faltará a los que obran tranquilamente y cumplen
sus obligaciones.
Vv. 11—22. Que la gente joven empiece la vida aprendiendo el temor del
Señor, si aquí desean consuelo verdadero, y felicidad eterna en el más allá.
Serán muy felices los que se inician temprano en el servicio de tan buen
Amo. —Todos desean ser felices. Con seguridad esto debe mirar más allá
del mundo presente; porque la vida del hombre en la tierra es de unos pocos
días, y llenos de tribulaciones. ¿Qué hombre es el que verá lo bueno de allá
donde toda bienaventuranza es perfecta? ¡Ay! Pocos son los que tienen este
bien en sus pensamientos. —La religión que promete lo mejor es la que hace
velar sobre el corazón y la lengua. No basta con no herir, debemos estudiar
como ser útiles y vivir para algún propósito; tenemos que buscar la paz y
seguirla; estar dispuestos a negarnos a nosotros mismos en gran medida en
aras de la paz. —Costumbre constante de los verdaderos creyentes es
clamar a Dios cuando están en dificultades, y su consuelo constante es que
Él los oye. Los justos son humillados por el pecado y son poca cosa ante sus
propios ojos. Nada es más necesario para la verdadera santidad que el
corazón contrito, quebrantado de toda confianza en sí mismo. En ese suelo
florecerá toda gracia y nada puede animar más a alguien así, que la gracia
rica y libre del evangelio de Jesucristo. —Los justos son puestos bajo la
protección especial del Señor, aunque tienen su cuota de cruces en este
mundo y hay quienes los odian. De la misericordia del Cielo y de la maldad
del infierno, las aflicciones del justo deben ser muchas. Pero cualesquiera
sean las tribulaciones que les sobrevengan, no herirán su alma, porque Dios
los resguarda para que no pequen cuando están afligidos. Ningún hombre
está desolado sino aquel al cual Dios ha abandonado.
SALMO XXXV
Versículos 1—10. David ora por seguridad. 11—16. Se lamenta de sus
enemigos. 17—28. Clama a Dios para que lo sostenga.
Vv. 1—10. No es cosa nueva que los hombres más justos, y la causa más
justa, encuentren enemigos. Esto es fruto de la vieja enemistad de la
descendencia de la serpiente contra la simiente de la mujer. David en sus
aflicciones, Cristo en sus sufrimientos, la iglesia bajo persecución, y el
cristiano en la hora de la tentación, todos ruegan al Todopoderoso que se
presente a favor de ellos y reivindique su causa. Tenemos la tendencia a
justificar la intranquilidad por las injurias que nos infligen los hombres,
pensando que no hemos dado motivos para que nos traten mal; pero esto
debiera darnos tranquilidad, porque entonces podemos esperar con mayor
razón que Dios defienda nuestra causa. —David oró a Dios que se
manifestara en su tribulación. Déjame tener consuelo interior en medio de
todos los trastornos exteriores para sostener mi alma. Si Dios, por su
Espíritu, atestigua a nuestros espíritus que Él es nuestra salvación, no
tenemos que desear más para hacernos felices. Si Dios es nuestro Amigo,
no importa quien sea nuestro enemigo. —Por el Espíritu de profecía, David
predice los justos juicios de Dios que, por su gran maldad, sobrevendrán a
sus enemigos. Estas son predicciones, miran al futuro, y muestran la
condenación de los enemigos de Cristo y de su reino. No debemos desear ni
pedir la ruina de ningún enemigo, salvo nuestras lujurias y los malos espíritus
que quieren nuestra destrucción. —Un viajero sorprendido por la noche en
un camino malo es expresiva señal del pecador que camina en las sendas
peligrosas y resbaladizas de la tentación. Pero David, habiendo
encomendado su causa a Dios, no dudó de su propia liberación. —Los
huesos son las partes más fuertes del cuerpo. Aquí el salmista se propone
servir y glorificar a Dios con toda su fuerza. Si tal lenguaje puede aplicarse a
la salvación exterior, ¡cuánto más se aplicará a las cosas celestiales en
Cristo Jesús!
Vv. 11—16. Llama ingrato al hombre, y no puedes decirle nada peor: este
era el carácter de los enemigos de David. Aquí él era tipo de Cristo. David
muestra con cuánta ternura se había comportado con ellos en las aflicciones.
Debemos lamentarnos por los pecados de quienes no se lamentan por sí
mismos. No perderemos por los buenos oficios que hagamos a nadie, por
ingratos que sean. Aprendamos a dominar nuestra alma con paciencia y
mansedumbre como David o, más bien, según el ejemplo de Cristo.
Vv. 17—28. Aunque el pueblo de Dios sea tranquilo y contemple serlo,
aun ha sido corriente que sus enemigos conciban ideas engañosas contra
ellos. —David ora: Mi alma peligra; Señor, rescátala; te pertenece a ti, Padre
de los espíritus, por tanto reclama lo tuyo; es tuya, ¡sálvala! Señor no te
alejes de mí como si yo fuera un extraño. —Él que exaltó al entonces
sufriente Redentor, comparecerá por todo su pueblo: el león rugiente no
destruirá sus almas, no más de lo que puede con la de Cristo, su Seguridad.
Ellos encomiendan su alma en sus manos, por fe son uno con Él, son
preciosos a sus ojos, y serán rescatados de la destrucción para que den
gracias en el cielo.
SALMO XXXVI
Versículos 1—4. El mal estado del impío. 5—12. La bondad de Dios.
Vv. 1—4. Por este salmo nuestro corazón debiera ser afectado con odio por
el pecado y buscar satisfacción en la bondad amorosa de Dios. He aquí la
raíz de amargura de la cual viene toda la maldad de los hombres impíos.
Surge del desprecio de Dios y la falta de la debida consideración hacia Él.
También del engaño que imponen a su alma. Roguemos diariamente a Dios
que nos preserve de la jactancia. El pecado es muy dañino para el mismo
pecador y, por tanto, debe ser aborrecido; pero no lo es. —No es asombroso
si los que se engañan a sí mismos, procuran engañar a toda la humanidad;
¿a quiénes serán fieles los que son falsos con sus propias almas? Malo es
hacer el mal, pero peor es pensarlo, hacerlo planeada y premeditadamente.
—Si desechamos voluntariamente la meditación santa en nuestras horas a
solas, Satanás ocupará pronto nuestra mente con imaginaciones
pecaminosas. Los pecadores endurecidos defienden lo que han hecho, como
si pudieran justificarlo ante Dios mismo.
Vv. 5—12. Los hombres pueden cerrar su compasión, pero en Dios
hallaremos misericordia. Este es gran consuelo para todo creyente, que se
verá claramente, para no ser quitado. Dios hace todo sabiamente y bien,
pero ahora no sabemos qué hace; en el más allá hay tiempo suficiente para
saber. —La amorosa bondad de Dios es preciosa para los santos. Ellos se
ponen bajo su protección y, entonces, están seguros y a salvo. —Las almas
bondadosas, aunque aún desean más de Dios, nunca desean más que Dios.
Los dones de la Providencia hasta aquí los satisfacen, y están contentos con
las cosas que tienen. El beneficio de las santas ordenanzas es dulce para un
alma santificada y fortaleza para la vida espiritual y divina. Pero la
satisfacción total está reservada para el estado futuro. Sus goces serán
constantes. Dios no sólo obra en ellos el deseo gracioso de esos placeres
sino que, por su Espíritu, llena su alma con gozo y paz al creer. Él vivifica a
quien quiere; y quienquiera desee puede venir y tomar de Él gratuitamente
las aguas vivas. —Conozcamos, amemos y sirvamos justamente al Señor;
entonces, ningún enemigo orgulloso, de la tierra o del infierno, nos separará
de su amor. La fe llama a las cosas que no son como si fueran. Nos lleva
adelante al final del tiempo; nos muestra al Señor en su trono de juicio; el
imperio del pecado caído para nunca más levantarse.
SALMO XXXVII
David convence de tener paciencia y confianza en Dios por el estado del
santo y el del impío.
Vv. 1—6. Cuando miramos alrededor vemos el mundo lleno de malhechores
que florecen y viven con comodidad. Así se ha visto de antaño, por lo cual no
debemos maravillarnos. Por esto somos tentados a angustiarnos, a pensar
que es la única gente feliz, y tendemos a hacer como ellos; sin embargo, se
nos advierte en contra. La prosperidad exterior se desvanece. Si miramos
adelante, con el ojo de la fe, no veremos razón para envidiar al impío. Su
lloro y lamento serán eternos. —La vida religiosa es confianza proveniente
de la fe en el Señor y el cuidado diligente de servirle conforme a su voluntad.
No es confiar en Dios, sino tentarlo, no tomar conciencia de nuestro deber
para con Él. La vida del hombre no consiste en su abundancia, sino en tener
el alimento suficiente para ti. Esto es más de lo que merecemos y basta para
el que va al cielo. —Deleitarse en Dios es tanto un privilegio como un deber.
Él no ha prometido complacer los apetitos del cuerpo y los humores de la
fantasía, sino los deseos del alma renovada y santificada. ¿Cuál es el deseo
del corazón de un hombre bueno? Es conocer y amar y servir a Dios. —
Encomienda a Jehová tu camino; entrega tu camino al Señor, se puede leer.
Echa tu carga sobre el Señor, la carga de tu preocupación. Debemos
descargarnos nosotros mismos, no afligirnos ni quedarnos perplejos con
pensamientos sobre cosas futuras, sino referirlos a Dios. Presenta en oración
tu caso y todas tus preocupaciones ante el Señor y confía en Él. Debemos
cumplir nuestro deber y, luego, dejarlo a Dios. La promesa es muy dulce: Él
hará que ocurra lo que le encomendaste, sea lo que sea.
Vv. 7—20. Satisfagámonos con que Dios hará que todo obre para nuestro
bien. No nos agitemos por lo que vemos en este mundo. Un espíritu afanoso,
descontento está expuesto a muchas tentaciones. Porque en todos los
aspectos, lo poco que se asigna al justo, es más consolador y provechoso
que todas las riquezas mal obtenidas y engañosas de los impíos. Viene de
una mano de amor especial. Dios provee abundantemente y bien, no sólo
para sus siervos que trabajan, sino para sus siervos que esperan. Tienen lo
que es mejor que la riqueza, paz mental, paz con Dios, y entonces, paz en
Dios; esa paz que el mundo no puede dar y el mundo no puede tener. Dios
conoce los días del creyente. Nada de la obra de un día quedará sin
recompensa. Su tiempo en la tierra se cuenta por días, que pronto terminará
la cuenta; pero la felicidad celestial será para siempre. —Esto será un
verdadero sustento para los creyentes en las épocas malas. Quienes
descansan sobre la Roca de los siglos, no tienen razón para envidiar al malo
su apoyo en cañas cascadas.
Vv. 21—33. El Señor nuestro Dios requiere que actuemos con justicia y
demos a todos lo debido. Gran pecado es que los que pueden, nieguen el
pago de deudas justas; gran miseria es no poder pagarlas. El que es
verdaderamente misericordioso siempre será misericordioso. Debemos
abandonar nuestros pecados; aprender a hacer el bien y aferrarnos a eso.
Esta es la verdadera religión. —La bendición de Dios es el manantial, la
dulzura, y la seguridad de todos nuestros placeres terrenales. Y si estamos
seguros de esto, no estamos seguros de que no nos faltará bien alguno en
este mundo. Por su gracia y por el Espíritu Santo, Él dirige los pensamientos,
los afectos y los designios de los hombres buenos. Por su providencia Él
pasa por encima de los hechos como para hacer sencillo el camino de ellos.
No siempre les muestra un tramo extenso de su camino, sino que los guía
paso a paso, como se guían los niños. Dios los guardará de ser destruidos
por sus caídas, sea en pecado o en problemas, aunque la caída en pecado
será sumamente dolorosa. —Pocos, si es que hay alguien, han conocido a
un creyente coherente, o a sus hijos, reducido a una desesperada y
miserable necesidad. Dios no abandona en la aflicción a sus santos; y sólo el
justo habitará por siempre en el cielo; esa será su morada eterna. Un hombre
bueno puede caer en las manos de un mensajero de Satanás y ser
dolorosamente afectado, pero Dios no lo dejará en las manos de su enemigo.
Vv. 34—40. El deber es nuestro y debemos ocuparnos de él; pero los
acontecimientos son de Dios, debemos dejar en sus manos disposición de
ellos. —¡Qué cuadro impactante es el de los versículos 35, 36, acerca de
más de uno de los prósperos enemigos de Dios! Pero Dios destruye
notablemente los proyectos de los impíos prósperos, especialmente de los
perseguidores. —Nadie es perfecto en sí mismo, pero los creyentes lo son
en Cristo Jesús. Si todos los días de los santos continúan siendo tenebrosos
y nublados, su día de morir puede resultar consolador y ponerse brillante su
sol. O si deben ponerse bajo una nube, de todos modos su estado futuro
será de paz perdurable. La salvación del justo será obra del Señor. Él los
ayudará a cumplir sus deberes, a llevar sus cargas; les ayudará a soportar
bien sus problemas, y lograr el bien a través de ellos, y en el tiempo debido,
los librará de sus problemas. Entonces que los pecadores se alejen del mal y
hagan el bien; que se arrepientan, abandonen el pecado, y confíen en la
misericordia de Dios por medio de Jesucristo. Tomen ellos su yugo sobre sí y
aprendan de Él, para que puedan habitar por siempre en el cielo. Notemos
las escenas finales de diferentes personajes, y siempre dependamos de la
misericordia de Dios.
SALMO XXXVIII
Versículos 1—11. El desagrado de Dios por el pecado. 12—22. Los
sufrimientos y las oraciones del salmista.
Vv. 1—11. Nada inquietará tanto el corazón de un hombre bueno como sentir
la ira de Dios. La manera de tener el corazón tranquilo es mantenernos en el
amor de Dios. Sin embargo, el sentido de culpa es demasiado pesado para
soportarlo; y hundirá al hombre en la desesperación y la ruina a menos que
lo quite la misericordia perdonadora de Dios. —Si no hubiera pecado en
nuestra alma, no habría dolor en nuestros huesos, ni enfermedad en
nuestros cuerpos. La culpa del pecado es una carga para toda la creación,
que gime bajo ella. Es una carga para los pecadores mismos, cuando están
trabajados y cargados por ella, y será una carga de ruina cuando los hunda
en el infierno. Cuando nos damos cuenta de nuestra verdadera condición,
valoramos, buscamos y obedecemos al Buen Médico. Pero muchos dejan
que sus heridas apesten, porque tardan en ir a su Amigo misericordioso. En
cualquier momento que estamos enfermos en nuestros cuerpos, debemos
recordar cómo ha sido deshonrado Dios, en nuestros cuerpos y por ellos. —
Los gemidos indecibles no le son ocultos a quien escudriña el corazón y
conoce la mente del Espíritu. En sus sufrimientos David fue un tipo de las
agonías de Cristo, del Cristo en su cruz, sufriendo y abandonado.
Vv. 12—22. Los malos odian la bondad, aunque se beneficien con ella.
David parece referirse a Cristo en las quejas que efectúa de sus enemigos.
Pero nuestros enemigos nos hacen mal real sólo cuando nos alejan de Dios
y de nuestro deber. El problema del verdadero creyente se hace útil; aprende
a esperar a su Dios y no procurará alivio de parte del mundo ni de sí mismo.
—Mientras menos notemos la maldad y los daños que nos hacen, más
consultaremos con la paz de nuestra mente. Las aflicciones de David fueron
castigo y consecuencia de sus transgresiones, mientras Cristo sufrió por
nuestros pecados y sólo por los nuestros. ¿Qué derecho puede tener un
pecador para rendirse a la impaciencia o a la ira, cuando
misericordiosamente le corrigen sus pecados? —David era muy sensible a
las obras presentes de la corrupción en él. Los hombres buenos han estado
a punto de caer cuando ponen sus penas continuamente delante de sí, pero,
al poner siempre a Dios por delante, han mantenido su firmeza. Si estamos
verdaderamente arrrepentidos del pecado, eso nos hará pacientes en la
aflicción. —Nada se acerca más al corazón del creyente afligido que estar
bajo la aprehensión de que Dios lo abandone; tampoco hay cosa que salga
del corazón con más sentimiento que la oración: “No te alejes de mí”. El
Señor socorrerá pronto a los que confían en Él como su salvación.
SALMO XXXIX
Versículos 1—6. David habla de la fragilidad del hombre. 7—13. Pide perdón
y liberación.
Vv. 1—6. Si surge en la mente un pensamiento malo, hay que suprimirlo. La
vigilancia del hábito es la rienda de la cabeza; la vigilancia de los actos es la
mano sobre la rienda. Cuando no podemos separarnos de los impíos,
debemos recordar que ellos vigilan nuestras palabras y las cambian, si
pueden, para nuestra desventaja. A veces puede ser necesario guardar
silencio y hablar ni siquiera palabras buenas; pero, en general, estamos mal
cuando nos retenemos de iniciar discursos edificantes. —La impaciencia es
un pecado que tiene su causa dentro de nosotros mismos y esta es, la
cavilación; y tiene sus malos efectos en nosotros, y eso es nada menos que
enardecerse. —En su mejor salud y prosperidad, todo hombre es pura
vanidad, no puede vivir por mucho tiempo; puede morir pronto. Esta es una
verdad indudable, pero estamos poco dispuestos a creerla. Por tanto,
oremos que Dios ilumine nuestras mentes por su Espíritu Santo y llene
nuestros corazones con su gracia, para que cada día y hora podamos estar
preparados para la muerte.
Vv. 7—13. No se puede hallar satisfacción sólida en la criatura; debe
hallarse en el Señor y en la comunión con Él; nuestros desencantos debieran
llevarnos a Él. Si el mundo no es sino vanidad, que Dios nos libre de tener o
buscar nuestra porción en él. Cuando falla la confianza puesta en las
criaturas, nuestro consuelo es tener un Dios al cual ir, un Dios en quien
confiar. Podemos ver un Dios bueno que hace todo, y ordena todos los
acontecimientos que tienen que ver con nosotros; y el hombre bueno, por
esa razón, nada dice en contra. Desea el perdón de su pecado y evitar la
vergüenza. Debemos velar y orar contra el pecado. —Cuando estamos bajo
la mano correctora del Señor, debemos mirar a Dios mismo para recibir
alivio, no a nadie más. Nuestros caminos y nuestros hechos nos meten en
dificultades, y somos azotados con una vara de nuestra propia confección.
¡Qué cosa pobre es la belleza! ¡y qué necios son quienes se enorgullecen de
ella cuando será ciertamente consumida, y que lo sea rápido! El cuerpo del
hombre es la vestidura del alma. En esa vestidura el pecado ha puesto una
polilla que desgasta, primero la belleza, luego la fuerza y, finalmente la
sustancia de sus partes. Quien haya observado el progreso de una
enfermedad prolongada, o solo la obra del tiempo en la estructura del
hombre, sentirá de inmediato la fuerza de esta comparación, y que
ciertamente todo hombre es vanidad. —Las aflicciones son enviadas para
estimular la oración. Si tienen ese efecto, podemos esperar quie Dios oiga
nuestra oración. El creyente espera cansancio y malos tratos en su camino al
cielo, pero no permanecerá en ello por mucho tiempo: andando por fe con
Dios, prosigue su viaje, sin apartarse de su rumbo, sin ser derribado por las
dificultades que encuentra. ¡Cuán bienaventurado es soltarse de las cosas
de aquí abajo, para que mientras vamos a la casa de nuestro Padre,
podamos usar el mundo sin mal usarlo! Que siempre busquemos la ciudad
cuyo arquitecto y constructor es Dios.
SALMO XL
Versículos 1—5. Confianza de ser librado. 6—10. La obra redentora de
Cristo. 11—17. Oración por misericordia y gracia.
Vv. 1—5. Las dudas y los temores sobre el estado eterno son un pozo
horrible y lodo cenagoso, y eso han sido para muchos amados hijos de Dios.
Hay suficiente poder en Dios para ayudar al más débil y suficiente gracia
para ayudar al más indigno de todos los que confían en Él. El salmista
esperó pacientemente; siguió creyendo, esperando y orando. Esto es
aplicable a Cristo. Su agonía en el huerto y en la cruz fue un pozo de
desesperación y lodo cenagoso. Pero quienes esperan pacientemente a
Dios, no esperan en vano. —Los que han estado en depresión religiosa, y
por la gracia de Dios han sido librados, pueden aplicarse el versículo 2 con
mucho sentimiento; han sido sacados de un pozo de desesperación. Cristo
es la única Roca sobre la cual la pobre alma puede estar firme. Donde Dios
ha dado una esperanza sólida, quiere ver un andar y una conducta regular y
constante. —Dios llenó con gozo y paz al salmista cuando creyó. Hay
multitudes que por fe han contemplado los sufrimientos y la gloria de Cristo, y
han aprendido a temer la justicia, y a confiar en la misericordia de Dios por
medio de Él. Muchos son los beneficios con que nos carga diariamente la
providencia y la gracia de Dios.
Vv. 6—10. El salmista anuncia la maravillosa obra, la redención hecha por
nuestro Señor Jesucristo. La sustancia debe llegar, la cual es Cristo, que da
gloria a Dios y gracia al hombre que era imposible lograr por medio de los
sacrificios. —Obsérvese la separación de nuestro Señor Jesús para la obra y
el oficio de Mediador. En el rollo del libro estaba escrito de Él. En los rollos
sellados de los decretos y consejos divinos, está registrado el pacto de
redención. También en todos los libros del Antiguo Testamento había algo
escrito de Él, Juan xix, 28. Ahora la compra de nuestra salvación ha sido
hecha, ha salido la proclama, llamándonos a ir y aceptarla. Se predicó libre y
ampliamente. Quienquiera que emprendiera la predicación del evangelio de
Cristo estaría sometido a la gran tentación de ocultarlo; pero Cristo y los que
llama a la obra, son llevados adelante en ella. Creamos su testimonio,
confiemos en su promesa y sometámonos a su autoridad.
Vv. 11—17. Los mejores santos se ven destrozados a menos que la
gracia de Dios los preserve continuamente. Pero obsérvese la espantosa
visión que el salmista tuvo del pecado. Esto hizo que fuera tan bien acogido
el descubrimiento del Redentor. En todas sus reflexiones sobre cada paso de
su vida, descubría que faltaba algo. La vista y el sentir nuestros pecados en
sus propios colores, debe distraernos, si no tenemos al mismo tiempo una
visión de un Salvador. —Si Cristo ha triunfado sobre nuestros enemigos
espirituales, entonces nosotros, por medio de Él, seremos más que
vencedores. Esto puede animar a todos los que buscan a Dios y aman su
salvación, para que se regocijen en Él y le alaben. Ni el pesar ni la pobreza
que puedan hacer miserables a los que temen al Señor. Su Dios y todo lo
que Él tiene o hace es la base del gozo de ellos. La oración de fe pueden
abrir su abundancia, que sea a todas sus necesidades. Las promesas son
seguras, el momento de su cumplimiento se acerca con rapidez. El que antes
vino con gran humildad, vendrá de nuevo en gloriosa majestad.
SALMO XLI
Versículos 1—4. El cuidado de Dios por su pueblo. 5—13. La traición de los
enemigos de David.
Vv. 1—4. El pueblo de Dios no está libre de pobreza, enfermedad ni aflicción
externa, pero el Señor considera el caso de ellos y envia las necesarias
provisiones. Del ejemplo de su Señor, el creyente aprende a considerar a sus
hermanos pobres y afligidos. Esta rama de la santidad suele ser
recompensada con bendiciones temporales. Pero nada es tan angustiante
para el creyente contrito como el temor o sentido del descontento divino, o de
pecado en su corazón. El pecado es la enfermedad del alma; la misericordia
que perdona la sana, la gracia que renueva la sana y debemos anhelar más
esta sanidad espiritual que la salud corporal.
Vv. 5—13. Nos quejamos, y justamente, de la falta de sinceridad, y de que
escasamente se puede hallar una amistad verdadera entre los hombres; pero
los días pasados no fueron mejores. En particular uno en quien David había
puesto gran confianza tomó parte con sus enemigos. Y no pensemos que es
extraño si recibimos mal de los que suponemos amigos. ¿No hemos
quebrantado de esa manera nuestras palabras ante Dios? Comemos
diariamente de su pan pero levantamos el calcañar contra Él. Pero aunque
no nos complazcamos en la caída de nuestros enemigos, podemos
complacernos en que sus designios se vuelven vanidad. —Cuando podemos
discernir el favor del Señor en cualquier misericordia, sea personal o pública,
eso la dobla. Si la gracia de Dios no tuviera constante cuidado de nosotros,
no seríamos sustentados. Pero mientras estemos en la tierra asintamos de
todo corazón a las alabanzas que los redimidos de la tierra y del cielo rinden
a su Dios y Salvador.
SALMO XLII
El conflicto del alma del creyente.
Vv. 1—5. El salmista miraba al Señor como su sumo bien, y puso de manera
coherente su corazón en Él; echada al comienzo el ancla, capea la
tempestad. El alma bajo la gracia halla poca satisfacción en los atrios de
Jehová, si no se encuentra ahí con Dios mismo. Las almas vivas nunca
pueden descansar en otra parte que no sea el Dios vivo. Comparecer ante el
Señor es el deseo del justo y es el terror del hipócrita. —Nada es más
penoso para el alma creyente que lo que se concibe para quitarle su
confianza en el Señor. No era el recuerdo de los placeres de la corte lo que
afligía a David, sino el recuerdo de la entrada libre que tenía a la casa de
Dios, y su deleite de estar en ella. —Los que conversan mucho con su propio
corazón, a menudo tendrán que reprenderlo. Nótese la cura de la tristeza.
Cuando el alma reposa en sí misma se hunde; si se aferra del poder y la
promesa de Dios, mantiene la cabeza por encima de las grandes olas. Y qué
apoyo tenemos en los ayes del presente, sino que tengamos consuelo en Él.
Tenemos grandes causas para llorar por el pecado, pero la depresión
procede de la incredulidad y de una voluntad rebelde; por tanto, debemos
esforzarnos y orar en contra de ella.
Vv. 6—11. El camino para olvidar nuestras miserias es recordar al Dios de
nuestras misericordias. David vio aflicciones procedentes de la ira de Dios y
eso lo desanimó. Pero si un problema sigue al otro, si todo parece
combinarse para arruinarnos, recordemos que todos son planificados y
gobernados por el Señor. David considera el favor divino como la fuente de
todo el bien que él espera. En el nombre del Salvador esperamos y oramos.
Una palabra suya calma toda tormenta y vuelve en luz de mediodía las
tinieblas de la medianoche, cambia las quejas más amargas en alabanzas de
regocijo. Nuestra expectativa de fe en la misericordia debe avivar nuestras
oraciones. —A la larga, su fe salió vencedora, animándolo a confiar en el
nombre del Señor y a permanecer en su Dios. Agrega: Y Dios mío; este
pensamiento le capacitó para triunfar sobre todas sus penas y temores.
Nunca pensemos que el Dios de nuestra vida y la Roca de nuestra salvación,
se ha olvidado de nosotros si hemos establecido nuestro refugio en su
misericordia, verdad y poder. Así, el salmista luchó contra su desencanto; por
fin, obtuvieron la victoria su fe y esperanza. Aprendamos a controlar todas las
dudas y los temores incrédulos. Apliquemos la promesa primero a nosotros y,
luego, pidámosla a Dios.
SALMO XLIII
David procura acallar su espíritu con esperanza y confianza en Dios.
David ora en cuanto a la contienda que Dios tuvo con él por el pecado: No
me juzgues, porque si lo haces, seré condenado; en cuanto a la lucha de sus
enemigos con él, David ora: Júzgame, oh Dios; en tu providencia, comparece
a mi favor. —Si no podemos consolarnos en Dios, podemos permanecer en
Él y tener apoyo espiritual cuando queremos las delicias espirituales. Él
nunca echa a alguien que confía en Él, cualesquiera sean los temores que
pudiese tener en cuanto a su propio estado. No necesitamos desear más
para ser felices, que lo bueno que fluye del favor de Dios, y que está incluido
en su promesa. Los que son guiados por Dios, los guía a su santo monte; en
consecuencia, quienes pretenden ser dirigidos por el Espíritu y, no obstante,
dan la espalda a sus ordenanzas, se engañan a sí mismos. Aún tenemos que
orar por el Espíritu de luz y verdad que suple la falta de la presencia corporal
de Cristo, para que nos guíe en el camino al cielo. —Cualquiera sea el
motivo por el que nos regocijemos o triunfemos, el Señor debe ser el gozo de
esto. David recurre a Dios en cuanto su esperanza que nunca falla. Oremos
fervorosamente que el Señor envíe la verdad de su palabra y la luz de su
Espíritu para guiarnos en el camino de la santidad, la paz y la salvación. El
deseo del cristiano, como el del profeta en dificultades, es ser salvado del
pecado y del dolor; ser enseñado en el camino de la justicia por la luz de la
sabiduría divina, que brilla en Jesucristo, y ser guiado por esta luz y verdad a
la Nueva Jerusalén.
SALMO XLIV
Pedido de socorro y alivio.
Vv. 1—8. Las experiencias anteriores del poder y la bondad de Dios son
fuerte apoyo para la fe y poderosos argumentos al orar cuando se está
sometido a las calamidades presentes. Las muchas victorias que obtuvo
Israel no se debieron a su propia fuerza o mérito, sino al favor y a la libre
gracia de Dios. Mientras menos nuestro sea el mérito, mayor el consuelo que
proporciona para que veamos que todo viene del favor de Dios. —Él peleó
por Israel, porque de lo contrario Israel hubiera luchado en vano. Esto se
aplica a plantar la Iglesia cristiana en el mundo, cosa que no fue por política
humana ni poder humano alguno. Cristo, por su Espíritu, salió venciendo y
para vencer; y puesto que planta una iglesia en el mundo para sí, la
sostendrá por su mismo poder y bondad. Ellos confiaron y triunfaron en Él y
por medio de Él. El que se gloría, gloríese en el Señor. Pero si tienen el
consuelo de su nombre, den a Él la gloria debida a su nombre.
Vv. 9—16. El creyente debe tener tiempos de tentación, aflicción y
desaliento; la iglesia debe tener temporadas de persecución. En tales
momentos el pueblo de Dios estará dado a temer que Él los haya
desechado, y que su nombre y su verdad serán deshonrados. Pero ellos
deben mirar hacia arriba a los instrumentos de sus problemas, a Dios,
sabiendo bien que sus peores enemigos no tienen poder contra ellos, sino el
que se les concede de lo alto.
Vv. 17—26. No debemos buscar alivio de las aflicciones por ninguna
pecaminosa sumisión; tenemos que meditar continuamente en la verdad, la
pureza y el conocimiento de nuestro Dios que escudriña el corazón. El
corazón peca y los pecados secretos son conocidos por Dios y deben ser
reconocidos. Conoce los secretos del corazón, por tanto juzga las palabras y
los actos. Mientras nuestros problemas no nos separen de nuestro deber
para con Dios, no debemos tolerar que nos aparten de nuestro consuelo en
Dios. Cuidemos que la prosperidad y la comodidad no nos hagan negligentes
ni tibios. —La iglesia de Dios no puede inclinarse a olvidar a Dios en la
persecución; el corazón del creyente no se aparta de Dios. El Espíritu de
profecía se refería a los que sufrieron hasta morir por el testimonio de Cristo.
—Obsérvese los argumentos usados, versículos 25, 26. No su propio mérito,
ni su justicia, sino los ruegos del pobre pecador. Nadie que pertenezca a
Cristo será echado fuera; cada uno de ellos será salvado, y eso es para
siempre. La misericordia de Dios, adquirida, prometida y derramada
constantemente, y ofrecida a los creyentes, aleja toda duda que surja de
nuestros pecados; mientras oramos en fe: Redímenos por amor a tus
misericordias.
SALMO XLV
Este salmo es una profecía del Mesías Príncipe, y lo señala como el Esposo
que desposa consigo a la iglesia, y como Rey que reina en ella y por ella.
Vv. 1—5. La lengua del salmista era guiada por el Espíritu de Dios como la
pluma por la mano de un ágil escritor. Este salmo se refiere al Rey Jesús, su
reinado y gobierno. Es vergonzoso que esta excelente materia no sea más el
tema de nuestro hablar. Hay más en Cristo para despertar nuestro amor, que
lo que hay o puede haber en una criatura. Este mundo y sus encantos están
dispuestos a alejar nuestros corazones de Cristo; por tanto, nos corresponde
entender cuánto más digno de nuestro amor es Él. La buena voluntad de
Dios nos es dada a conocer por su palabra, su promesa, su evangelio, y la
buena obra de Dios comienza y es llevada a cabo en nosotros. El salmista,
versículos 3—5, anuncia con regocijo, el progreso y éxito del Mesías. Las
saetas agudas de la condenación son muy terribles en el corazón de los
pecadores, hasta que son humillados y reconciliados; pero las saetas de la
venganza lo serán mucho más para sus enemigos que se niegan a
someterse. Todos los que han visto su gloria, y gustado su gracia, se
regocijan al verlo poner, por medio de su palabra y su Espíritu, bajo su
dominio a enemigos y extranjeros.
Vv. 6—9. El trono de este Rey todopoderoso está establecido para
siempre. Mientras el Espíritu Santo guía al pueblo de Cristo a mirar su cruz,
Él les enseña a ver la maldad del pecado y la belleza de la santidad, para
que ninguno de ellos pueda sentirse animado a continuar en pecado. —El
Mediador es Dios, de lo contrario no hubiera sido capaz de hacer la obra del
Mediador, ni hubiera sido apto para llevar la corona del Mediador. Dios
Padre, como su Dios, en cuanto a su naturaleza humana y oficio de
mediación, le ha dado sin medida el Espíritu Santo. Así ungido para ser
Profeta, Sacerdote y Rey, Cristo tiene la preeminencia de los dones y gracias
del Espíritu que alegran, y desde su plenitud los comunica a sus hermanos
de naturaleza humana. —El Espíritu es llamado óleo de gozo por la delicia
con que fue lleno Cristo al ejecutar su empresa. La salvación de los
pecadores es el gozo de los ángeles, mucho más del Hijo. Y en la proporción
en que somos conformados a su santa imagen, podemos tener la expectativa
de la influencia grata del Consolador. Las excelencias del Mesías, la
propiedad de sus oficios y la suficiencia de su gracia, parecen estar figuradas
por la fragancia de sus vestidos. —La Iglesia formada por los creyentes
verdaderos se compara aquí con el lino fino, por su pureza; al oro, por su
costo: porque como debemos nuestra redención, también debemos nuestro
ornato a la sangre preciosa del Hijo de Dios.
Vv. 10—17. Si deseamos compartir estas bendiciones, hemos de
obedecer la palabra de Cristo. Debemos olvidar nuestra búsqueda e
inclinación carnal y pecaminosa. Él debe ser nuestro Señor y nuestro
Salvador; debemos arrojar fuera a todos los ídolos para darle todo nuestro
corazón. Y aquí hay un buen aliento para liberarnos de previas alianzas. —
La belleza de la santidad, de la iglesia y de los creyentes en particular, es de
gran precio y muy afable a los ojos de Cristo. La obra de la gracia es hechura
del Espíritu, es la imagen de Cristo en el alma, una participación de la
naturaleza divina. Está limpia de todo pecado, no lo hay en ella, ni viene de
ella. Nada glorioso hay en el viejo hombre o naturaleza corrupta; pero todo
es glorioso en el nuevo hombre, u obra de la gracia en el alma. El manto de
la justicia de Cristo, que ha elaborado para su iglesia, el Padre se lo imputa a
ella la viste con Él. —Nadie es llevado a Cristo sino los que el Padre lleva.
Esto destaca la conversión de las almas a Él. —El manto de justicia y las
vestiduras de la salvación, el cambio de atavío que Cristo ha puesto en ella.
—Los que se aferran estrictamente a Cristo, y lo aman con todo su corazón
son los miembros de la esposa, que participan de la misma gracia, disfrutan
de los mismos privilegios, y comparten la común salvación. Cada uno de
ellos será llevado al Rey; ninguno se perderá, ni será dejado atrás. En lugar
de la iglesia del Antiguo Testamento, habrá una iglesia del Nuevo
Testamento, una iglesia gentil. — En la esperanza que cree en nuestra
felicidad eterna en el otro mundo, siempre mantengamos el recuerdo de
Cristo como nuestro único camino hacia allá; y transmitamos el recuerdo de
Él a las siguientes generaciones, para que su nombre perdure por siempre.
SALMO XLVI
Versículos 1—5. Confianza en Dios. 6—11. Exhortación a darse cuenta.
Vv. 1—5. Este salmo exhorta a esperar y confiar en Dios, su poder y
providencia, y en la gracia de su presencia en su Iglesia en los peores
momentos. Podemos aplicar esto a los enemigos espirituales, y tenemos el
estímulo que seremos vencedores por medio de Cristo. Él es auxilio, el
auxilio siempre presente, el auxilio pronto, alguien que se caracteriza por ser
así: auxilio oportuno, amparo que siempre está cerca; no podemos desear
algo mejor, ni hallaremos algo semejante en criatura alguna. Que las aguas
turbulentas confundan a quienes edifican su confianza sobre un fundamento
flotante; pero, no se alarmen los que son guiados a la Roca y en ella
encuentran base firme. —Aquí hay gozo para la Iglesia aun en los tiempos
penosos. El río alude a las gracias y consolaciones del Espíritu Santo que
fluyen por todas las partes de la Iglesia, y alegra el corazón de cada creyente
por medio de las sagradas ordenanzas de Dios. —Se promete que la Iglesia
no será conmovida. Si Dios está en nuestros corazones, por su palabra que
habita ricamente en nosotros, seremos establecidos, seremos ayudados;
confiemos, y no tengamos miedo.
Vv. 6—11. Venid y ved los efectos de los juicios desoladores, y venerad a
Dios. Esto muestra la seguridad perfecta de la Iglesia, y es una seguridad de
paz perdurable. Oremos por la aproximación rápida de esos días gloriosos y,
en silenciosa sumisión, adoremos y confiemos en nuestro Soberano
omnipotente. Que todos los creyentes triunfen con esto: Jehová de los
ejércitos, el Dios de Jacob, ha estado, está y estará con nosotros; será
nuestro amparo. Marcad esto, recibid el consuelo y decid: Si Dios es por
nosotros, ¿quién contra nosotros? Con esto en la vida y en la muerte,
respondamos al temor.
SALMO XLVII
El pueblo es exhortado a alabar a Dios.
Vv. 1—4. El Dios con quien tenemos que ver es un Dios de majestad digna
de reverencia. La soberanía universal y absoluta de un Dios santo sería
demasiado terrible para siquiera pensarla, si no fuera ejercida por su Hijo
desde un trono de gracia; pero ahora es terrible sólo para los hacedores de
iniquidad. Mientras su pueblo expresa confianza y gozo, y se animan unos a
otros a servirle, sométanse los pecadores a su autoridad y acepten su
salvación. —Jesucristo someterá a los gentiles; los llevará al redil como
ovejas, no para matarlas, sino para guardarlas. Someterá su afecto, y los
hará ofrecerse voluntarios en el día de su poder. También dice que les da
reposo y satisfacción. Aplíquese espiritualmente: el mismo Señor se ha
propuesto ser la heredad de su pueblo. Muestra la fe y sumisión de los
santos. Es el lenguaje de toda alma en la gracia. Jehová escogerá lo que
será mi heredad; Él sabe mejor que yo lo que es bueno para mí.
Vv. 5—9. La alabanza es un deber que debemos cumplir frecuentemente
y con abundancia. Pero aquí hay una regla necesaria: Cantad con
inteligencia, como quienes entienden por qué y cuáles razones tienen para
alabar a Dios, y cuál es el significado del culto. No es servicio aceptable si no
es culto racional. —Nunca debemos olvidar el objetivo de la exaltación del
Mesías, porque los profetas continuamente insisten en la conversión de las
naciones al evangelio de Cristo. ¿Por qué imaginar vanamente que le
pertenecemos, a menos que el Espíritu reine en nuestros corazones por la
fe? —Señor, ¿no es tu gloria y delicia dar arrepentimiento y remisión de
pecados a Israel, ahora que eres ensalzado como Príncipe y Salvador?
Establece tu reino en nuestros corazones. Lleva cautivo todo pensamiento a
la obediencia a Cristo. Y así constriñe dulcemente todos los poderes y
facultades del alma de tus redimidos, en amor, temor y santa complacencia
en ti, que pueda brotar para ti, Dios nuestro, la alabanza inteligente de todo
corazón, aquí y para siempre.
SALMO XLVIII
Las glorias de la Iglesia de Cristo.
Vv. 1—7. Jerusalén es la ciudad de nuestro Dios: nadie en la tierra le rinde
los honores que le son debidos, salvo los ciudadanos de la Jerusalén
espiritual. Feliz es el reino, la ciudad, la familia, el corazón en que Dios es
grande, donde Él es todo. Ahí Dios es conocido. Mientras más claro nos sea
revelado el Señor y su grandeza, más se espera que abundemos en
alabanzas a Él. Por causa del pecado, la tierra está cubierta de deformidad,
en consecuencia, con justicia se puede llamar el gozo de toda la tierra a ese
punto de suelo embellecido por la santidad; en lo que tiene razón de
regocijarse toda la tierra, puesto que indudablemente Dios morará con el
hombre en la tierra en toda buena obra. —Los reyes de la tierra le tenían
temor. Nada de la naturaleza puede representar mejor la derrota del
paganismo por el Espíritu del evangelio que los restos del naufragio de una
flota en la tormenta. Ambos se deben al poder de la fuerza del Señor.
Vv. 8—14. Aquí tenemos la mejoría que el pueblo de Dios debe hacer de
sus gloriosas y gratas apariciones. Sea confirmada nuestra fe en la palabra
de Dios. Sea alentada nuestra esperanza en la estabilidad de la Iglesia.
Nuestra mente se llene con buenos pensamientos de Dios. —Todos los
arroyos de misericordia que fluyen hacia nosotros, debemos atribuirlos al
manantial de su benignidad. Demos a Dios la gloria por las cosas grandiosas
que ha hecho por nosotros. Consuélense todos los miembros de la Iglesia en
lo que el Señor hace por ella. Observemos la belleza, la fuerza y la seguridad
de la Iglesia. Consideremos su fuerza; veámosla fundada en Cristo, la Roca,
fortificada por el poder divino, resguardada por Aquel que no se adormece ni
se duerme. Observad qué ordenanzas preciosas son sus palacios, qué
promesas preciosas son sus muros, para que os animéis a uniros a ella, y
decid esto a los demás. Este Dios, que ahora ha hecho cosas tan grandes
por nosotros, es inmutable en su amor por nosotros y su cuidado de
nosotros. Si Él es nuestro Dios, nos guiará y nos guardará hasta el último.
Nos guiará como para establecernos más allá del alcance de la muerte, de
modo que ésta no nos inflija ningún daño real. Él nos guiará a una vida en
que no habrá más muerte.
SALMO XLIX
Versículos 1—5. Un llamado de atención. 6—14. La necedad de lo mundano.
15—20. Contra el miedo a la muerte.
Vv. 1—5. Rara vez nos encontramos con una presentación más solemne; no
hay verdad de mayor importancia. Todos oigamos esto y apliquémoslo a
nosotros mismos. Los pobres corren peligro por el deseo indebido de la
riqueza del mundo, y los ricos por tener su gozo en ellas. El salmista
empieza aplicándolo a sí mismo, y ese es el método correcto de tratar las
cosas divinas. Antes de presentar la necedad de la seguridad carnal, él
expone, por propia experiencia, el beneficio y el consuelo de la seguridad
santa en la gracia, que disfrutan quienes confían en Dios y no en su riqueza
mundana. —En el día del juicio, la iniquidad de nuestros talones, o de
nuestros pasos, de nuestros pecados pasados nos acosarán. En esos días la
gente perversa, mundana, tendrá temor, pero ¿de dónde debiera temer la
muerte el hombre que tiene a Dios con él?
Vv. 6—14. Aquí hay una descripción del espíritu y del modo de ser de los
mundanos. Un hombre puede tener riqueza y su corazón ensanchado en
amor, agradecimiento y obediencia, y hacer el bien con su riqueza. Por tanto,
no es que los hombres tengan riquezas lo que los demuestra como
mundanos, sino poner su corazón en ellas, como si fueran lo supremo. Los
hombres mundanos sólo tienen pensamientos pasajeros de las cosas de
Dios, mientras sus pensamientos fijos, sus pensamientos interiores, son del
mundo; esto está más cerca de su corazón. Pero con toda su riqueza no
pueden salvar la vida del amigo más querido que tengan. Esto mira más allá,
mira a la redención eterna obrada por el Mesías. La redención del alma
costará muy cara; pero, una vez obrada, no tendrá que ser repetida. Y Él, el
Redentor, resucitará y no verá corrupción y, entonces, vivirá para siempre,
Apocalipsis i, 18. —Esto muestra igualmente la necedad de la gente del
mundo que vende su alma por lo que nunca la pagará. Con toda su riqueza
no pueden asegurarse del golpe de la muerte. Sin embargo, una generación
tras otra aplauden sus máximas; y el carácter del necio, como si fuera hecho
por la mismísima sabiduría celestial, Lucas xii, 16–21, se sigue emulando
aun entre los que se profesan cristianos. La muerte pregunta al pecador
orgulloso: ¿Dónde está tu riqueza, tu pompa? Y en la mañana de la
resurrección, cuando despierten todos los que duermen en el polvo, el justo
será elevado a la honra más alta, cuando el malo se llene de vergüenza y
confusión perpetua, Daniel xii, 2. Juzguemos ahora las cosas según se
manifestarán en aquel día. La belleza de la santidad es lo único que la tumba
no puede tocar ni dañar.
Vv. 15—20. Los creyentes no deben temer la muerte. La honra de la
condición externa del hombre, lo grande que fue en vida, no sirve de nada en
la muerte; pero la diferencia del estado espiritual de los hombres, aunque
parezca de poca monta en esta vida, sin embargo, es muy grande en la
muerte y después de ella. —El alma es a menudo juzgada por la vida. El
Dios de la vida, que fue su Creador primero, puede ser y será su Redentor al
fin. Incluye la salvación del alma de su destrucción eterna. —Los creyentes
estarán sometidos a la fuerte tentación de envidiar la prosperidad de los
pecadores. Los hombres te alabarán y clamarán a ti, como si hubieran hecho
bien al desarrollar un patrimonio y una familia. Pero, ¿de qué servirá ser
aprobados por los hombres, si Dios nos condena? Quienes son ricos en la
gracia y las consolaciones del Espíritu, tienen algo de lo cual la muerte no
puede despojarlos, más bien dicho, algo que la muerte mejorará; pero, en
cuanto a las posesiones mundanas, como nada trajimos al mundo, así de
seguro es que nada llevaremos; debemos dejar todo a los demás. —El
resumen de todo el asunto es que de nada aprovecha al hombre si gana todo
el mundo, llega a ser poseedor de toda su riqueza y todo su poder, si pierde
su alma y es desechado por falta de la sabiduría santa y celestial que
distingue al hombre de las bestias, en su vida y en su muerte. —¿Hay
hombres que puedan preferir la suerte del rico pecador a la del pobre Lázaro,
en la vida y la muerte, y para la eternidad? Con toda seguridad que los hay.
¡Entonces, cuánto necesitamos la enseñanza del Espíritu Santo, si con todos
nuestros poderes ostentados, somos tan dados a tal necedad en el asunto
más importante de todos!
SALMO L
Versículos 1—6. La gloria de Dios. 7—15. Cambio de sacrificios por
oraciones. 16—23. Necesidad de la obediencia sincera.
Vv. 1—6. Este es un salmo de instrucción. Habla de la venida de Cristo y del
día del juicio en que Dios llamará a los hombres a rendir cuentas; el Espíritu
Santo es el Espíritu de juicio. Corresponde a todos los hijos de los hombres
conocer la manera justa de adorar al Señor en espíritu y en verdad. Nuestro
gran Dios vendrá en el gran día y hará oír su juicio a quienes no escucharon
su ley. Dichosos los que entran en el pacto de gracia por fe en el sacrificio
expiatorio del Redentor, y muestran la sinceridad de su amor por sus frutos
de justicia. —Cuando Dios rechace los servicios de los que descansan en
logros externos, aceptará por gracia a quienes lo buscan con rectitud. Sólo
podemos ser aceptados por Dios por un sacrificio, por Cristo, el gran
sacrificio, de quien derivan su validez los sacrificios de la ley. —Verdaderos y
justos son sus juicios; hasta las conciencias de los pecadores serán forzadas
a reconocer la justicia de Dios.
Vv. 7—15. Obedecer es mejor que los sacrificios, y amar a Dios y a
nuestro prójimo es mejor que todos los holocaustos. Aquí se nos advierte que
no debemos descansar en tales obras. Cuidémonos de descansar en ellas
en ninguna forma. Dios pide el corazón, ¿cómo podrían complacerlo las
invenciones humanas, cuando se desprecia el arrepentimiento, la fe y la
santidad? —En el día de tribulación, debemos acudir al Señor en oración
ferviente. Nuestros problemas deben llevarnos a Él, y no alejarnos de Él,
aunque veamos que vienen de la mano de Dios. Debemos reconocerle en
todos nuestros caminos, confiar en su sabiduría, poder y bondad, y
remitirnos completamente a Él y, así, darle gloria. De esta manera debemos
mantener la comunión con Dios; reunirnos con Él mediante la oración cuando
estamos en pruebas, y con alabanzas cuando somos liberados. El que
suplica con fe no sólo tendrá la respuesta por gracia para su pedido y, tendrá
motivos para alabar a Dios, también tendrá gracia para alabarle.
Vv. 16—23. La hipocresía es iniquidad que Dios juzgará. Es muy común
que los que declaran los estatutos del Señor a los demás, vivan en
desobediencia. Este engaño surge de abusar de la paciencia de Dios y de
errar voluntariamente en cuanto a su carácter y a la intención de su
evangelio. —Los pecados de los pecadores les serán plenamente probados
en el gran día del juicio. Viene el día en que Dios pondrá en orden sus
pecados, los pecados de la infancia y de la juventud, de la edad madura y de
la vejez, para vergüenza y terror eternos de ellos. Los que hasta ahora
olvidan a Dios, que están entregados a la maldad o de alguna manera
desprecian la salvación, consideren su urgente peligro. La paciencia del
Señor es muy grande. Es por demás maravillosa, porque los pecadores
hacen tan mal uso de ella; pero si no se vuelven, hará que vean su error
cuando sea demasiado tarde. Quienes olvidan a Dios, se olvidan a sí
mismos; y nunca estarán bien consigo mismos hasta que recapaciten. —El
fin principal del hombre es glorificar a Dios: quien ofrezca alabanza, le
glorifica, y sus sacrificios espirituales serán aceptados. Debemos alabar a
Dios, sacrificar alabanza, ponerla en las manos del sacerdote, nuestro Señor
Jesús, que también es el altar: debemos ser fervientes de espíritu, alabando
al Señor. Aceptemos agradecidos la misericordia de Dios y dedíquemonos a
glorificarle por palabra y obra.
SAL