MALAQUÍAS

MALAQUÍAS
Malaquías fue el último de los profetas y se supone que profetizó en el 420 a. C. Reprende a los
sacerdotes y al pueblo por las malas costumbres en que habían caído, y les invita al arrepentimiento
y a la reforma, con promesas de bendiciones que serán impartidas cuando venga el Mesías. Ahora
que la profecía iba a cesar, habla claramente del Mesías, como que está muy cerca, y manda al
pueblo de Dios que siga recordando la ley de Moisés mientras esperan el evangelio de Cristo.
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CAPÍTULO I
Versículos 1—5. Ingratitud de Israel. 6—14. Son negligentes con las instituciones de Dios.
Vv. 1—5. Todas las ventajas, sean circunstancias externas, o privilegios espirituales, vienen del
gratuito amor de Dios, que hace que una difiera de la otra. Todos los males que sienten y temen los
pecadores, son la justa recompensa de sus delitos, mientras todas sus esperanzas y consuelos vienen
de la misericordia inmerecida del Señor. Él escogió a su pueblo para que fuera santo. Si le amamos,
es porque Él nos amó primero; pero todos tendemos a subvalorar las misericordias de Dios y a
disculpar nuestras ofensas.
Vv. 6—14. Podemos cargarnos con lo que aquí se carga a los sacerdotes. Nuestro parentesco
con Dios, como Padre y Señor nuestro, nos obliga poderosamente a temerle y honrarle. Pero ellos se
mofaban tanto que desdeñaban el reproche. Los pecadores se destruyen tratando de ahogar su
convicción de pecado. —Los que viven en negligente descuido de las santas ordenanzas, los que
asisten a ellas sin reverencia, y se van de ellas sin preocupación, dicen en efecto: La mesa de Jehová
es despreciable. Ellos despreciaron el nombre de Dios en lo que hicieron. Evidente es que éstos no
entendieron el significado de los sacrificios, como sombras del inmaculado Cordero de Dios; ellos
reclaman por el gasto, pensando que todo era desperdicio si no les daba ganancia. Si adoramos a
Dios con ignorancia y sin entendimiento, ofrecemos animal ciego como sacrificio; si lo hacemos
despreocupadamente, si somos fríos, torpes y muertos en esto, llevamos la enferma; si nos
apoyamos en el ejercicio corporal y no lo hacemos obra de corazón, llevamos el cojo; y si toleramos
que se alojen en nosotros vanos pensamientos y distracciones, llevamos al despedazado. ¿Y esto no
es malo? ¿No es una gran afrenta a Dios y un gran mal y lesión para nuestra propia alma? Para la
aceptación de nuestras acciones por parte de Dios, no basta hacer lo bueno sólo por hacerlo, sino
que debemos hacerlo por un principio bueno, en la manera buena y para un fin bueno. Nuestras
constantes misericordias de parte de Dios, empeoran la pereza y tacañería de nuestra respuesta de
deber a Dios. Será establecida la adoración espiritual. Se ofrecerá incienso al nombre de Dios, lo
que significa oración y alabanza. Y ser una ofrenda pura. —Cuando llegó la hora en que los
verdaderos adoradores adorarían al Padre en espíritu y en verdad, entonces se ofrendó el incienso, la
ofrenda pura. —Podemos reposar en la misericordia de Dios por el perdón para lo pasado, pero no
como indulgencia para el pecado en el futuro. Si hay una mente dispuesta, será aceptada, aunque
esté defectuosa pero si hay un engañador dedicando lo mejor suyo a Satanás y a sus lujurias, está
bajo maldición. Ahora los hombres profanan el nombre del Señor, aunque en manera diferente,
contaminan su mesa, y muestran desprecio por su adoración.
CAPÍTULO II
Versículos 1—9. Los sacerdotes reprendidos por rechazar el pacto. 10—17. El pueblo reprobado
por sus malas costumbres.
Vv. 1—9. Lo que aquí se dice del pacto del sacerdocio vale para el pacto de gracia hecho con todos
los creyentes como sacerdotes espirituales. Es un pacto de vida y paz; asegura toda dicha a todos los
creyentes en este mundo y en el venidero. Honra para los siervos de Dios es ser empleados como
sus mensajeros. Los labios del sacerdote no deben retener conocimiento de su pueblo, sino
guardarlo para ellos. Todo el pueblo está preocupado por saber la voluntad del Señor. No sólo
debemos consultar la palabra escrita, sino desear instrucción y consejo de los mensajeros de Dios,
en los asuntos de nuestra alma. Los ministros deben emplearse a fondo para la conversión de los
pecadores, y hasta entre los llamados israelitas, hay muchos que deben ser convertidos de la
iniquidad. Los ministros y sólo los que predican la sana doctrina y llevan vidas santas conforme a la
Escritura, probablemente, hagan volverse a los hombres del pecado. Muchos se apartaron de este
camino y, así, guiaron mal al pueblo. Honran a Dios los que caminan con Dios en paz y justicia, y
convierten a los demás del pecado; Él los honrará; en cambio, los que le desprecian serán
ligeramente estimados.
Vv. 10—17. Las costumbres corrompidas son fruto de principios corruptos; y el que es falso con
su Dios no será veraz con sus congéneres mortales. Despreciando el pacto del matrimonio que Dios
instituyó, los judíos despedían a la esposa que tenían de su nación, probablemente para dar lugar a
esposas extranjeras. Ellas les amargaron la vida, pero a la vista de los demás pretendían ser tiernas
con ellos. Considere a ella como esposa tuya; la tuya propia; la relación más cercana que uno tiene
en el mundo. La esposa tiene que ser mirada, no como sierva, sino como compañera del marido.
Hay un voto de Dios entre ellos, que no debe tomarse a la ligera. El marido y la esposa debieran
continuar hasta el final de sus vidas en santo amor y paz. ¿No hizo Dios una, una Eva para un
Adán? Pero Dios podría haber hecho otra Eva. ¿De dónde hizo Dios sólo una mujer para un
hombre? Fue para que los hijos pudieran ser hechos una semilla que le sirviera a Él. Los maridos y
las esposas deben vivir en el temor de Dios, para que su simiente sea una simiente buena. El Dios
de Israel dijo que Él odiaba eliminar. Aquellos que serán resguardados del pecado deben tener
cuidado de sus espíritus pues ahí empieza todo pecado. Los hombres hallarán que su mala conducta
en sus familias brota del egoísmo que no toma en cuenta el bienestar y la dicha de los demás,
cuando se opone a sus propias pasiones y fantasías. Cansador para Dios es oír que la gente justifica
sus malas costumbres. Los que piensan que Dios puede ser amigo del pecado, lo insultan y se
engañan. Los burladores dijeron: ¿Dónde está el Dios del juicio? Pero el día del Señor llegará.
CAPÍTULO III
Versículos 1—6. La venida de Cristo. 7—12. Los judíos reprobados por sus corrupciones. 13—18.
El cuidado de Dios por su pueblo.—La distinción entre el justo y el injusto.
Vv. 1—6. Las primeras palabras de este capítulo parecen respuesta para los escarnecedores de
aquella época. Hay aquí una profecía de la aparición de Juan el Bautista. Es el heraldo de Cristo. Le
preparará el camino, llamando a los hombres al arrepentimiento. El Mesías ha sido llamado desde
hace mucho tiempo, “El que debe venir” y ahora vendrá dentro de poco. Él es el Mensajero del
pacto. —Quienes buscan a Jesús, encontrarán placer en Él a menudo cuando no lo esperan. El Señor
Jesús prepara el corazón de los pecadores para que sean su templo, por el ministerio de su palabra y
las convicciones de su Espíritu, y Él entra como el Mensajero de paz y consuelo. —Ningún
hipócrita o formalista puede soportar su doctrina o comparecer ante su tribunal. Cristo vino a
distinguir entre los hombres, a separar entre lo precioso y lo vil. Se sentará como un refinador.
Cristo, por su evangelio, purificará y reformará su Iglesia, y por su Espíritu obrando con ella,
regenerará y limpiará las almas. Quitará la escoria de ellas. Apartará sus corrupciones que invalidan
e inutilizan sus facultades. El creyente no tiene que temer la prueba feroz de las tentaciones y
aflicciones por la cual afina su oro el Salvador. Él cuidará que no sea más fuerte ni más larga que lo
necesario para su bien. La prueba terminará en forma muy diferente de la del impío. Cristo los hará
aceptos intercediendo por ellos. Donde no hay temor de Dios no se debe esperar nada bueno. El mal
persigue a los pecadores. Dios es inmutable. Aunque la sentencia contra las malas obras no sea
ejecutada pronto, será ejecutada; el Señor es tan enemigo del pecado como siempre. Todos nos
podemos aplicar esto. Porque tenemos que ver con un Dios que no cambia, es que no somos
consumidos; porque sus misericordias no fallan.
Vv. 7—12. Los hombres de esa generación se apartaron de Dios y no guardaron sus ordenanzas.
Dios les hace un llamado de gracia. Pero ellos dijeron: ¿En qué hemos de volvernos? Dios nota las
respuestas que nuestros corazones dan a las llamadas de su palabra. Muestra gran perversidad en
pecado cuando los hombres hacen excusas de las aflicciones para pecar, las cuales son enviadas
para separar entre ellos y sus pecados. —Aquí hay una ferviente exhortación a la reforma. Dios
debe ser servido en primer lugar; y debe preferirse el interés de nuestras almas antes que el de
nuestros cuerpos. Que ellos confíen en Dios que provee para su consuelo. Dios tiene bendiciones
preparadas para nosotros, pero por la debilidad de nuestra fe y la estrechez de nuestros deseos, no
tenemos lugar para recibirlas. —El que hace la prueba encontrará que nada se pierde honrando al
Señor con su sustancia.
Vv. 13—18. Entre los judíos de esta época, algunos descubrieron sencillamente que eran hijos
del maligno. El yugo de Cristo es liviano. Pero quienes obran el mal, tientan a Dios con pecados
presuntuosos. Juzgad las cosas como se manifestarán cuando llegue la condenación de los
pecadores orgullosos para ser ejecutada. —Los que temieron al Señor, que hablaron buenamente,
para preservar y fomentar el amor mutuo, cuando el pecado así abundaba. Ellos se hablaron unos a
otros en el lenguaje de los que temen al Señor y piensan en su nombre. Como las malas
comunicaciones corrompen las mentes y los buenos modales, así las buenas comunicaciones las
confirman. —Un libro de recordatorios fue escrito ante Dios. Él cuidará que sus hijos no perezcan
con los que no creen. Ellos serán vasos de misericordia y de honra, cuando el resto sea hecho vasos
de ira y deshonra. Los santos son joyas de Dios; son caros para Él. Los preservará como sus joyas,
cuando la tierra sea quemada como escoria. Quienes ahora reconocen a Dios como suyo, entonces
Él los reconocerá suyos. —Nuestro deber es servir a Dios con la disposición de hijos; y Él no tendrá
a sus hijos entrenados en la ociosidad; ellos deben servirle con un principio de amor. Hasta los hijos
de Dios tienen necesidad de la misericordia que salva. Todos son justos o injustos, los que sirven a
Dios o los que no le sirven: todos van al cielo o al infierno. A menudo nos engañamos con nuestras
opiniones acerca de uno y otro; pero en el tribunal de Cristo, se conocerá el carácter de cada
hombre. En cuanto a nosotros, tenemos que pensar entre cuales tendremos nuestra suerte; y, en
cuanto a los demás, nada debemos juzgar antes de tiempo. Pero al final todo el mundo confesará
que fueron sabios y felices solo quienes que sirvieron al Señor y confiaron en Él.
CAPÍTULO IV
Versículos 1—3. Los juicios de los impíos, y la dicha de los justos. 4—6. Consideración debida a
la ley; Juan el Bautista prometido como el precursor del Mesías.
Vv. 1—3. Aquí hay una referencia a la primera y segunda venida de Cristo: Dios ha fijado el día de
ambas. Los que hacen el mal, los que no temen la ira de Dios, la sentirán. Ciertamente esto debe
aplicarse al día del juicio en que Cristo será revelado en fuego llameante para ejecutar el juicio del
orgulloso y de todos los que hacen el mal. En ambos, Cristo es luz de regocijo para los que le sirven
fielmente. —Por el Sol de Justicia entendemos a Jesucristo. Por medio de Él los creyentes son
justificado y santificados y, así, llevados a ver la luz. Sus influencias hacen santo, gozoso y
fructífero al pecador. Es aplicable a las gracias y consolaciones del Espíritu Santo, llevadas a las
almas de los hombres. Cristo dio el Espíritu a los que son suyos para que brillen como la mañana;
es lo que ellos esperan, más que los que esperan la mañana. Cristo vino como el Sol a traer, no sólo
luz a un mundo oscuro, sino salud a un mundo enfermo. —Las almas aumentarán en conocimiento
y fuerza espiritual. Su crecimiento es como el de los terneros del establo, no como el de la flor del
campo, que es esbelta y débil, y pronto se marchita. Los triunfos de los santos se deben, todos, a las
victorias de Dios; no es que ellos hagan esto, sino que es Dios quien lo hace por ellos. He aquí, otro
día llega, mucho más temible para todos los que hacen el mal que cualquiera de antes. ¡Qué grande
entonces la dicha del creyente, cuando vaya de la oscuridad y miseria del mundo a regocijarse por
siempre jamás en el Señor!
Vv. 4—6. Aquí hay una solemne conclusión, no sólo de esta profecía, sino del Antiguo
Testamento. La conciencia nos pide que recordemos la ley. Aunque no tenemos profetas, no
obstante, en la medida que tenemos Biblias, podemos mantener nuestra comunión con Dios. Que
los demás se jacten en su razonamiento orgulloso, y lo llame iluminación, pero mantengámonos
nosotros cerca de esa palabra sagrada, por medio de la cual brilla este Sol de Justicia en las almas de
su pueblo. —Ellos deben mantener la expectativa fiel del evangelio de Cristo, y deben esperar el
comienzo de este. Juan el Bautista predicó arrepentimiento y reforma, como lo hizo Elías. El
volverse de las almas a Dios y a su deber, es el mejor preparativo de ellos para el grande y temible
día de Jehová. Juan predicará una doctrina que alcanzará los corazones de los hombres, y obrará un
cambio en ellos. Así, él preparará el camino para el reino del cielo. La nación judía, por maldad, se
abrió a la maldición. Dios estaba listo para ocasionarles ruina, pero, una vez más, probará si se
arrepienten y vuelven a Él; por tanto, envió a Juan el Bautista para predicarles el arrepentimiento.
—Que el creyente espere con paciencia su liberación y jubilosamente espere el gran día cuando
Cristo venga por segunda vez a completar nuestra salvación. Pero los que no se vuelven al que los
golpea con una vara, deben esperar ser golpeados con una espada, con una maldición. Nadie puede
tener la expectativa de escapar de la maldición de la ley quebrantada de Dios, ni disfrutar la
felicidad de su pueblo escogido y redimido, a menos que sus corazones se vuelvan del pecado y del
mundo hacia Cristo y la santidad. La gracia de nuestro Señor Jesucristo sea con todos nosotros.
Amén.

Henry, Matthew