MATEO
Mateo, apellidado Levi, antes de su conversión era un publicano o
cobrador de impuestos
sometido a los romanos en Capernaum. Por lo general, se reconoce que él
escribió su evangelio
antes que cualquiera de los demás evangelistas. El contenido de este
evangelio y la prueba de los
escritores antiguos, muestran que fue escrito primordialmente para el
uso de la nación judía. El
cumplimiento de la profecía era considerado por los judíos como una
prueba firme, por tanto San
Mateo usa este hecho en forma especial. Aquí hay partes de la historia y
de los sermones de nuestro
Salvador, particularmente seleccionados por adaptarse mejor para
despertar a la nación a tener
conciencia de sus pecados; para eliminar sus expectativas erróneas de un
reino terrenal; para
derribar su orgullo y engaño consigo mismos; para enseñarles la
naturaleza y magnitud espiritual
del evangelio; y para prepararlos para admitir a los gentiles en la
Iglesia.
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CAPÍTULO I
Versículos 1—17. La genealogía de
Jesús. 18—25. Un ángel se le
aparece a José.
Vv. 1—17. Acerca de esta genealogía de nuestro
Salvador, obsérvese la intención principal. No es
una genealogía innecesaria. No es por vanagloria como suelen ser las de
los grandes hombres.
Demuestra que nuestro Señor Jesús es de la nación y familia de la cual
iba a surgir el Mesías. La
promesa de la bendición fue hecha a Abraham y su descendencia; la del
dominio, a David y su
descendencia. Se prometió a Abraham que Cristo descendería de él,
Génesis xii, 3; xxii, 18; y a
David que descendería de él, 2 Samuel vii, 12; Salmo lxxxix, 3, y
siguientes; cxxxii, 11; por tanto, a
menos que Jesús sea hijo de David, e hijo de Abraham, no es el Mesías.
Esto se prueba aquí con
registros bien conocidos. —Cuando plugo al Hijo de Dios tomar nuestra
naturaleza, Él se acercó a
nosotros en nuestra condición caída, miserable; pero estaba
perfectamente libre de pecado: y
mientras leamos los nombres de su genealogía no olvidemos cuán bajo se
inclinó el Señor de la
gloria para salvar a la raza humana.
Vv. 18—25. Miremos las circunstancias en que entró
el Hijo de Dios a este mundo inferior,
hasta que aprendamos a despreciar los vanos honores de este mundo,
cuando se los compara con la
piedad y la santidad. —El misterio de Cristo hecho hombre debe ser
adorado; no es para inquirir en
esto por curiosidad. Fue así ordenado que Cristo participara de nuestra
naturaleza, pero puro de la
contaminación del pecado original, que había sido comunicado a toda la
raza de Adán. —Fíjese que
es al reflexivo a quien Dios guiará, no al que no piensa. El tiempo de
Dios para llegar con
instrucción a su pueblo se da cuando están perdidos. Los consuelos
divinos confortan más al alma
cuando está presionada por pensamientos que confunden. —Se dice a José
que María debía traer al
Salvador al mundo. Tenía que darle nombre, Jesús, Salvador. Jesús es el
mismo nombre de Josué.
La razón de este nombre es clara, porque aquellos a quienes Cristo
salva, los salva de sus pecados;
de la culpa del pecado por el mérito de su muerte y del poder del pecado
por el Espíritu de Su
gracia. Al salvarlos del pecado, los salva de la ira y de la maldición,
y de toda desgracia, aquí y
después. Cristo vino a salvar a su pueblo no en sus pecados, sino de sus pecados; y, así, a redimirlos
de entre los hombres para sí, que es apartado de los pecadores. —José
hizo como le ordenó el ángel
del Señor, rápidamente y sin demora, jubilosamente, sin discutir.
Aplicando las reglas generales de
la palabra escrita, debemos seguir la dirección de Dios en todos los
pasos de nuestra vida,
particularmente en sus grandes cambios, que son dirigidos por Dios, y
hallaremos que esto es
seguro y consolador.
CAPÍTULO II
Versículos 1—8. Los magos buscan a
Cristo. 9—12. Los
magos adoran a Jesús. 13—15. Jesús
llevado a Egipto. 16—18. Herodes hace que maten a los infantes de Belén. 19—23. Muerte de
Herodes.—Jesús traído a Nazaret.
Vv. 1—8. Los que viven completamente alejados de
los medios de gracia suelen usar la máxima
diligencia y aprenden a conocer lo máximo de Cristo y de su salvación.
Pero ningún arte curioso ni
el puro aprendizaje humano pueden llevar a los hombres a Él. Debemos
aprender de Cristo
atendiendo a la palabra de Dios, como luz que brilla en un lugar oscuro,
y buscando la enseñanza
del Espíritu Santo. Aquellos en cuyo corazón se levanta la estrella de
la mañana, para darles el
necesario conocimiento de Cristo, hacen de su adoración su actividad
preferente. —Aunque
Herodes era muy viejo, y nunca había mostrado afecto por su familia, y
era improbable que viviera
hasta que el recién nacido llegara a la edad adulta, empezó a turbarse
con el temor de un rival. No
comprendió la naturaleza espiritual del reino del Mesías. Cuidémonos de
la fe muerta. El hombre
puede estar persuadido de muchas verdades y aun puede odiarlas, porque
interfieren con su
ambición o licencia pecaminosa. Tal creencia le incomodará, y se
decidirá más a oponerse a la
verdad y la causa de Dios; y puede ser suficientemente necio para
esperar tener éxito en eso.
Vv. 9—12. Cuánto gozo sintieron estos sabios al
ver la estrella, nadie lo sabe tan bien como
quienes, después de una larga y triste noche de tentación y abandono,
bajo el poder de un espíritu de
esclavitud, al fin reciben el Espíritu de adopción, dando testimonio a
sus espíritus que son hijos de
Dios. Podemos pensar qué desilusión fue para ellos cuando encontraron
que una choza era su
palacio, y su propia y pobre madre era la única servidumbre que tenía.
Sin embargo, estos magos no
se creyeron impedidos, porque habiendo hallado al Rey que buscaban, le
ofrecieron sus presentes.
Quien busca humilde a Cristo no tropezará si lo halla a Él y a sus
discípulos en chozas oscuras,
después de haberlos buscado en vano en los palacios y ciudades
populosas. —¿Hay un alma
ocupada en buscar a Cristo? ¿Querrá adorarlo y decir, ¡sí!, yo soy una
criatura pobre y necia y nada
tengo que ofrecer? ¡Nada! ¿No tienes un corazón, aunque indigno de Él,
oscuro, duro y necio?
Dáselo tal como es, y prepárate para que Él lo use y disponga como le
plazca; Él lo tomará, y lo
hará mejor, y nunca te arrepentirás de habérselo dado. Él lo modelará a
su semejanza, y Él mismo se
te dará y será tuyo para siempre. —Los presentes de los magos eran oro,
incienso, y mirra. La
providencia los mandó como socorro oportuno para José y María en su
actual condición de pobreza.
Así, nuestro Padre celestial, que sabe lo que necesitan sus hijos, usa a
algunos como mayordomos
para suplir las necesidades de los demás y proveerles aun desde los
confines de la tierra.
Vv. 13—15. Egipto había sido una casa de esclavitud
para Israel, y particularmente cruel para
los infantes de Israel; pero va a ser un lugar de refugio para el santo
niño Jesús. Cuando a Dios
agrada, puede hacer que el peor de los lugares sirva al mejor de los
propósitos. Esta fue una prueba
de la fe de José y María. Pero la fe de ellos, siendo probada, fue
hallada firme. Si nosotros y
nuestros infantes estamos en problemas en cualquier tiempo, recordemos
los apremios en que
estuvo Cristo cuando era un infante.
Vv. 16—18. Herodes mató todos los niños varones, no
sólo de Belén, sino de todas las aldeas de
esa ciudad. La ira desenfrenada, armada con un poder ilícito, a menudo
lleva a los hombres a
crueldades absurdas. No fue cosa injusta que Dios permitiera esto; cada
vida es entregada a su
justicia tan pronto como empieza. Las enfermedades y las muertes de los
pequeños son prueba del
pecado original. Pero el asesinato de estos niños fue su martirio. ¡Qué
temprano empezó la
persecución contra Cristo y su reinado! —Herodes creía que había
obstruido las profecías del
Antiguo Testamento, y los esfuerzos de los magos para hallar a Cristo;
pero el consejo del Señor
permanecerá por astutas y crueles que sean las artimañas del corazón de
los hombres.
Vv. 19—23. Egipto puede servir por un tiempo como
estadía o refugio, pero no para quedarse a
vivir. Cristo fue enviado a las ovejas perdidas de la casa de Israel, y
a ellas debe retornar. Si
miramos al mundo como a nuestro Egipto, el lugar de nuestra esclavitud y
exilio, y sólo al cielo
como nuestro Canaán, nuestro hogar, nuestro reposo, deberemos
levantarnos rápido y partir de aquí
cuando seamos llamados, como José salió de Egipto. —La familia debe
establecerse en Galilea.
Nazaret era lugar tenido en pobre estima, y Cristo fue crucificado con
esta acusación, Jesús
Nazareno. Donde quiera nos asigne la providencia los límites de nuestra
habitación, debemos
esperar compartir el reproche de Cristo; aunque podemos gloriarnos en
ser llamados por su nombre,
seguros de que si sufrimos con Él también seremos glorificados con Él.
CAPÍTULO III
Versículos 1—6. Juan el Bautista.—Su
predicación, su estilo de vida, y el bautismo. 7—12.
Juan
reprueba a los fariseos y a los saduceos. 13—17.
El bautismo de Jesús.
Vv. 1—6. Después de Malaquías no hubo profeta
hasta Juan el Bautista. Apareció primero en el
desierto de Judea. No era un desierto deshabitado, sino parte del país,
no densamente poblado ni
muy aislado. Ningún lugar es tan remoto como para excluirnos de las
visitas de la gracia divina. —
Predicaba la doctrina del arrepentimiento: “Arrepentíos”. La palabra
aquí usada implica un cambio
total de modo de pensar: un cambio de juicio, de la disposición, y de
los afectos, una inclinación
diferente y mejor del alma. Consideren sus caminos, cambien sus sus
pensamientos: han pensado
mal; piensen de nuevo y piensen bien. Los penitentes verdaderos tienen
pensamientos de Dios y de
Cristo, del pecado y de la santidad, de este mundo y del otro,
diferentes de los que que tuvieron. El
cambio del pensamiento produce un cambio de camino. Este es el
arrepentimiento del evangelio, el
cual se produce al ver a Cristo, al captar su amor, y de la esperanza de
perdón por medio de Él. Es
un gran estímulo para que nosotros nos arrepintamos; arrepentíos, porque
vuestros pecados serán
perdonados si os arrepentís. Volveos a Dios por el camino del deber, y
Él, por medio de Cristo, se
volverá a vosotros por el camino de la misericordia. Ahora es tan
necesario que nos arrepintamos y
nos humillemos para preparar el camino del Señor, como lo era entonces.
Hay mucho que hacer
para abrir camino para Cristo en un alma, y nada más necesario que el
descubrimiento del pecado, y
la convicción de que no podemos ser salvados por nuestra propia
justicia. El camino del pecado y
de Satanás es un camino retorcido, pero para preparar un camino para
Cristo es necesario enderezar
las sendas, Hebreos xii, 13. —Quienes tienen por actividad llamar a los
demás a lamentar el pecado
y a mortificarlo, deben llevar una vida seria, una vida de abnegación y
desprecio del mundo. Dando
a los demás este ejemplo, Juan preparó el camino para Cristo. —Muchos
fueron al bautismo de
Juan, pero pocos mantuvieron la profesión que hicieron. Puede que haya
muchos oyentes
interesados, pero pocos creyentes verdaderos. La curiosidad y el amor de
la novedad y variedad
pueden llevar a muchos a oír una buena predicación, siendo afectados
momentaneamente, a muchos
que nunca se someten a su autoridad. Los que recibieron la doctrina de
Juan, testificaron su
arrepentimiento confesando sus pecados. Están listos para recibir a
Jesucristo como su justicia sólo
los que son llevados con tristeza y vergüenza a reconocer su culpa. Los
beneficios del reino de los
cielos, ahora ya muy cerca, les fueron sellados por el bautismo. Juan
los purificó con agua, en señal
de que Dios los limpiaría de todas sus iniquidades, dando a entender con
esto que, por naturaleza y
costumbre, todos estaban contaminados y no podían ser recibidos en el
pueblo de Dios a menos que
fueran lavados de sus pecados en el manantial que Cristo iba a abrir,
Zacarías xiii, 1.
Vv. 7—12. Dar aplicación para las almas de los
oyentes es la vida de la predicación; así fue la
de Juan. Los fariseos ponían el énfasis principal en observancias
externas, descuidando los asuntos
de más peso de la ley moral, y el significado espiritual de sus
ceremonias legales. Otros eran
hipócritas detestables que hacían con sus pretensiones de santidad un
manto de la iniquidad. Los
saduceos estaban en el extremo opuesto, negando la existencia de los
espíritus y el estado futuro.
Ellos eran los infieles burladores de esa época y ese país. —Hay una
gran ira venidera. Gran interés
de cada uno es huir de la ira. Dios, que no se deleita en nuestra ruina,
nos ha advertido; advierte por
la palabra escrita, por los ministros, por la conciencia. No son dignos
del nombre de penitentes, ni
de sus privilegios, los que dicen que lamentan sus pecados, pero siguen
en ellos. Conviene a los
penitentes ser humildes y bajos a sus propios ojos, agradecer la mínima
misericordia, ser pacientes
en las grandes aflicciones, estar alerta contra toda apariencia de mal,
abundar en todo deber, y ser
caritativos al juzgar al prójimo. —Aquí hay una palabra de cautela, no
confiar en los privilegios
externos. Hay muchos cuyos corazones carnales son dados a seguir lo que
ellos mismos dicen
dentro de sí y dejan de lado el poder de la palabra de Dios que convence
de pecado y su autoridad.
Hay multitudes que no llegan al cielo por descansar en los honores y las
simples ventajas de ser
miembros de una iglesia externa. —He aquí una palabra de terror para el
negligente y confiado.
Nuestros corazones corruptos no pueden dar buen fruto a menos que el
Espíritu regenerador de
Cristo implante la buena palabra de Dios en ellos. Sin embargo, todo
árbol, con muchos dones y
honores, por verde que parezca en su profesión y desempeño externo, si
no da buen fruto, frutos
dignos de arrepentimiento, es cortado y echado al fuego de la ira de
Dios, el lugar más apto para los
árboles estériles; ¿para qué otra cosa sirven? Si no dan fruto, son
buenos como combustible. —Juan
muestra el propósito y la intención de la aparición de Cristo, la cual
ellos ahora esperaban con
prontitud. No hay formas externas que puedan limpiarnos. Ninguna
ordenanza, sea quien sea el que
la administre, o no importa la modalidad, puede suplir la necesidad del
bautismo del Espíritu Santo
y de fuego. Sólo el poder purificador y limpiador del Espíritu Santo
puede producir la pureza de
corazón, y los santos afectos que acompañan a la salvación. Cristo es
quien bautiza con el Espíritu
Santo. Esto hizo con los extraordinarios dones del Espíritu enviados a
los apóstoles, Hechos ii, 4.
Esto hace con las gracias y consolaciones del Espíritu, dados a quienes
le piden, Lucas xi, 13; Juan
vii, 38, 39; ver Hechos xi, 16. —Obsérvese aquí, la iglesia externa en
la era de Cristo, Isaías xxi, 10.
Los creyentes verdaderos son el trigo, sustanciosos, útiles y valiosos;
los hipócritas son paja,
livianos y vacíos, inútiles, sin valor, llevados por cualquier viento;
están mezclados, bueno y malo,
en la misma comunión externa. Viene el día en que serán separados la
paja y el trigo. El juicio final
será el día que haga la diferencia, cuando los santos y los pecadores
sean apartados para siempre.
En el cielo los santos son reunidos, y no más esparcidos; están a salvo
y ya no más expuestos;
separados del prójimo corrompido por fuera y con afectos corruptos por
dentro, y no hay paja entre
ellos. El infierno es el fuego inextinguible que ciertamente será la
porción y el castigo de los
hipócritas e incrédulos. Aquí la vida y la muerte, el bien y el mal, son
puestos ante nosotros: según
somos ahora en el campo, seremos entonces en la era.
Vv. 13—17. Las condescendencias de la gracia de
Cristo son tan asombrosas que aun los
creyentes más firmes apenas pueden creerlas al principio; tan profundas
y misteriosas que aun
quienes conocen bien su mente, están prontos a ofrecer objeciones contra
la voluntad de Cristo.
Quienes tienen mucho del Espíritu de Dios, mientras están aquí ven que
necesitan pedir más de
Cristo. No niega que Juan tenía necesidad de ser bautizado por Él, pero
declara que debe ser
bautizado por Juan. Cristo está ahora en estado de humillación. Nuestro Señor Jesús consideró
conveniente, para cumplir toda justicia, apropiarse de cada institución
divina, y mostrar su
disposición para cumplir con todos los preceptos justos de Dios. —En
Cristo y por medio de Él, los
cielos están abiertos para los hijos de los hombres. Este descenso del
Espíritu sobre Cristo
demuestra que estaba dotado sin medida con sus poderes sagradas. El
fruto del Espíritu Santo es
amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre,
templanza. —En el bautismo de
Cristo hubo una manifestación de las tres Personas de la Santa Trinidad.
El Padre confirmando al
Hijo como Mediador; el Hijo que solemnemente se encarga de la obra; el
Espíritu Santo que
desciende sobre Él para ser comunicado al pueblo por su intermedio. En
Él son aceptables nuestros
sacrificios espirituales, porque Él es el altar que santifica todo don,
1 Pedro ii, 5. Fuera de Cristo
Dios es fuego consumidor; en Cristo, un Padre reconciliado. Este es el
resumen del evangelio, el
cual debemos abrazar jubilosamente por fe.
CAPÍTULO IV
Versículos 1—11. La tentación de
Cristo. 12—17. El
comienzo del ministerio de Cristo en Galilea.
18—22. El llamado de Simón y los otros. 23—25. Jesús enseña y hace milagros.
Vv. 1—11. Con referencia a la tentación de Cristo
obsérvese que fue tentado inmediatamente
después de ser declarado Hijo de Dios y Salvador del mundo; los grandes
privilegios y las señales
especiales del favor divino no aseguran a nadie que no va a ser tentado.
Pero si el Espíritu Santo da
testimonio que hemos sido adoptados como hijos de Dios, eso contestará
todas las sugerencias del
espíritu malo. —Cristo fue llevado al combate. Si hacemos gala de
nuestra propia fuerza, y
desafiamos al diablo a tentarnos, provocamos a que Dios nos deje
librados a nosotros mismos.
Otros son tentados, cuando son desviados por su propia concupiscencia, y
son seducidos, Santiago
i, 14; pero nuestro Señor Jesús no tenía naturaleza corrupta, por tanto
Él fue tentado sólo por el
diablo. Se manifiesta en la tentación de Cristo que nuestro enemigo es
sutil, mal intencionado y
muy atrevido, pero se le puede resistir. Consuelo para nosotros es que
Cristo sufrió siendo tentado,
porque, así, se manifiesta que nuestras tentaciones, mientras no cedamos
a ellas, no son pecado y
sólo son aflicciones. En todas sus tentaciones Satanás atacaba para que
Cristo pecara contra Dios.
—1. Lo tentó a desesperarse de la bondad de su Padre, y a desconfiar del
cuidado de su Padre. Una
de las tretas de Satanás es sacar ventaja de nuestra condición externa;
y los que son puestos en
apreturas tienen que redoblar su guardia. Cristo respondió todas las
tentaciones de Satanás con un
“Está escrito” para darnos el ejemplo al apelar a lo que está escrito en
la Biblia. Nosotros debemos
adoptar este método cada vez que seamos tentados a pecar. Aprendamos a
no seguir rumbos
equivocados a nuestra provisión, cuando nuestras necesidades son siempre
tan apremiantes: el
Señor proveerá en una u otra forma. —2. Satanás tentó a Cristo a que
presumiera del poder y
protección de su Padre en materia de seguridad. No hay extremos más
peligrosos que la
desesperación y la presunción, especialmente en lo referido a los
asuntos de nuestra alma. Satanás
no objeta lugares sagrados como escenario de sus asaltos. No bajemos la
guardia en ningún lugar.
La ciudad santa es el lugar donde, con la mayor ventaja, tienta a los
hombres al orgullo y la
presunción. Todos los altos son lugares resbalosos; el avance en el
mundo hace al hombre un blanco
para que Satanás le dispare sus dardos de fuego. ¿Satanás está tan bien
versado en las Escrituras que
es capaz de citarlas fácilmente? Sí, lo está. Es posible que un hombre
tenga su cabeza llena de
nociones de las Escrituras, y su boca llena de expresiones de las
Escrituras mientras su corazón está
lleno de enconada enemistad con Dios y contra toda bondad. Satanás citó
mal las palabras. Si nos
salimos de nuestro camino, fuera del camino de nuestro deber,
abandonamos la promesa y nos
ponemos fuera de la protección de Dios. Este pasaje, Deuteronomio viii,
3, hecho contra el tentador,
por tanto él omitió una parte. Esta promesa es firme y resiste bien.
¿Pero seguiremos en pecado para
que la gracia abunde? No. —3. Satanás tentó a Cristo a la idolatría con
el ofrecimiento de los reinos
del mundo y la gloria de ellos. La gloria del mundo es la tentación más
encantadora para quien no
piensa y no se da cuenta; esto es lo que más fácilmente vence a los
hombres. Cristo fue tentado a
adorar a Satanás. Rechazó con aborrecimiento la propuesta. “¡Vete de
aquí Satanás!” Algunas
tentaciones son abiertamente malas; y no son para ser simplemente
resistidas, sino para ser
rechazadas de inmediato. Bueno es ser rápido y firme para resistir la
tentación. Si resistimos al
diablo, éste huirá de nosotros. Pero el alma que delibera está casi
vencida. Encontramos sólo unos
pocos que pueden rechazar resueltamente tales carnadas, como las que
ofrece Satanás aunque, ¿de
qué le aprovecha a un hombre si gana a todo el mundo y pierde su alma? —Cristo
fue socorrido
después de la tentación para estimularlo a seguir en su esfuerzo, y para
estimularnos a confiar en Él,
porque supo, por experiencia, lo que es sufrir siendo tentado, de modo
que sabía lo que es ser
socorrido en la tentación; por tanto, podemos esperar no sólo que sienta
por su pueblo tentado, sino
que venga con el oportuno socorro.
Vv. 12—17. Justo es que Dios quite el evangelio y
los medios de gracia de quienes los
desprecian y los arrojan de sí. Cristo no se quedará mucho tiempo donde
no sea bienvenido. Los
que están sin Cristo están en las tinieblas. Están instalados en esa
condición, una postura contenta;
la eligen antes que la luz; son voluntariamente ignorantes. Cuando viene
el evangelio, viene la luz;
cuando llega a cualquier parte, cuando llega a un alma, ahí se hace de
día. La luz revela y dirige; así
lo hace el evangelio. —La doctrina del arrepentimiento es buena doctrina
del evangelio. No sólo el
austero Juan el Bautista, sino el bondadoso Jesús predicó el arrepentimiento.
Aún existe la misma
razón para hacerlo así. —No se reconoció por completo que el reino de
los cielos había llegado
hasta la venida del Espíritu Santo después de la ascensión de Cristo.
Vv. 18—22. Cuando Cristo empezó a predicar empezó a
reunir discípulos que debían ser
oyentes, y luego predicadores, de su doctrina, que debían ser testigos
de sus milagros, y luego
testificar acerca de ellos. No fue a la corte de Herodes, ni fue a
Jerusalén a los sumos sacerdotes ni a
los ancianos, sino al mar de Galilea, a los pescadores. El mismo poder
que llamó a Pedro y a Andrés
podría haber traído a Anás y a Caifás, porque nada es imposible con
Dios. Pero Cristo elige lo necio
del mundo para confundir a lo sabio. —La diligencia es un llamado
honesto a complacer a Cristo, y
no es un obstáculo para la vida santa. La gente ociosa está más abierta
a las tentaciones de Satanás
que a los llamados de Dios. Es cosa feliz y esperanzadora ver hijos que
cuidan a sus padres y
cumplen su deber. Cuando Cristo venga es bueno ser hallado haciendo así.
¿Estoy en Cristo? Es una
pregunta muy necesaria que nos hagamos, y luego de esa, ¿estoy en mi
llamado? —Habían seguido
antes a Cristo como discípulos corrientes, Juan i, 37; ahora deben dejar
su oficio. Los que siguen
bien a Cristo deben, a su mandato, dejar todas las cosas para seguirle a
Él, deben estar dispuestos a
separarse de ellas. Esta instancia del poder del Señor Jesús nos exhorta
a depender de su gracia. Él
habla y está hecho.
Vv. 23—25. Donde iba Cristo confirmaba su misión
divina por medio de milagros, que fueron
emblema del poder sanador de su doctrina y del poder del Espíritu que lo
acompañaban. Ahora no
encontramos en nuestros cuerpos el milagroso poder sanador del Salvador,
pero si somos curados
por la medicina, la alabanza es igualmente suya. Aquí se usan tres
palabras generales. Él sanó toda
enfermedad o dolencia; ninguna fue demasiado mala, ninguna demasiado
terrible, para que Cristo
no la sanara con una palabra. Se nombran tres enfermedades: la parálisis
que es la suprema
debilidad del cuerpo; la locura que es la enfermedad más grande de la
mente; y la posesión
demoníaca que es la desgracia y calamidad más grandes de todas; pero
Cristo sanó todo y, así, al
curar las enfermedades del cuerpo demostró que su gran misión al mundo
era curar los males
espirituales. El pecado es enfermedad, dolencia y tormento del alma:
Cristo vino a quitar el pecado
y, así, curar el alma.
CAPÍTULO V
Versículos 1, 2. El sermón del
monte. 3—12. Quienes son
bienaventurados. 13—16. Exhortaciones
y advertencias. 17—20. Cristo vino a confirmar la ley. 21—26. El sexto mandamiento. 27—32.
El séptimo mandamiento. 33—37. El tercer mandamiento. 38—42. La ley del Talión. 43—48.
La ley de amor, explicada.
Vv. 1, 2. Nadie hallará felicidad en este mundo o
en el venidero si no la busca en Cristo por el
gobierno de su palabra. Él les enseñó lo que era el mal que ellos debían
aborrecer, y cual es el bien
que deben buscar y en el cual abundar.
Vv. 3—12. Aquí nuestro Salvador da ocho
características de la gente bienaventurada que para
nosotros representan las gracias principales del cristiano. —1. Los
pobres en espíritu son
bienaventurados. Estos llevan sus mentes a su condición cuando es baja.
Son humildes y pequeños
según su propio criterio. Ven su necesidad, se duelen por su culpa y
tienen sed de un Redentor. El
reino de la gracia es de los tales; el reino de la gloria es para ellos.
—2. Los que lloran son
bienaventurados. Parece ser aquí se trata esa tristeza santa que obra
verdadero arrepentimiento,
vigilancia, mente humilde y dependencia continua para ser aceptado por
la misericordia de Dios en
Cristo Jesús, con búsqueda constante del Espíritu Santo para limpiar el
mal residual. El cielo es el
gozo de nuestro Señor; un monte de gozo, hacia el cual nuestro camino
atraviesa un valle de
lágrimas. Tales dolientes serán consolados por su Dios. —3. Los mansos
son bienaventurados. Los
mansos son los que se someten calladamente a Dios; los que pueden tolerar
insultos; son callados o
devuelven una respuesta blanda; los que, en su paciencia, conservan el
dominio de sus almas,
cuando escasamente tienen posesión de alguna otra cosa. Estos mansos son
bienaventurados aun en
este mundo. La mansedumbre fomenta la riqueza, el consuelo y la
seguridad, aun en este mundo. —
4. Los que tienen hambre y sed de justicia son bienaventurados. La
justicia está aquí puesta por
todas las bendiciones espirituales. Estas son compradas para nosotros
por la justicia de Cristo,
confirmadas por la fidelidad de Dios. Nuestros deseos de bendiciones
espirituales deben ser
fervientes. Aunque todos los deseos de gracia no son gracia, sin
embargo, un deseo como este es un
deseo de los que son creados por Dios y Él no abandonará a la obra de
Sus manos. —5. Los
misericordiosos son bienaventurados. Debemos no sólo soportar nuestras
aflicciones con paciencia,
sino que debemos hacer todo lo que podamos por ayudar a los que estén
pasando miserias.
Debemos tener compasión por las almas del prójimo, y ayudarles;
compadecer a los que estén en
pecado, y tratar de sacarlos como tizones fuera del fuego. —6. Los
limpios de corazón son
bienaventurados, porque verán a Dios. Aquí son plenamente descritas y
unidas la santidad y la
dicha. Los corazones deben ser purificados por la fe y mantenidos para
Dios. Crea en mí, oh Dios,
un corazón limpio. Nadie sino el limpio es capaz de ver a Dios, ni el
cielo se promete para el
impuro. Como Dios no tolera mirar la iniquidad, así ellos no pueden
mirar su pureza. —7. Los
pacificadores son bienaventurados. Ellos aman, desean y se deleitan en
la paz; y les agrada tener
quietud. Mantienen la paz para que no sea rota y la recuperan cuando es
quebrantada. Si los
pacificadores son bienaventurados, ¡ay de los que quebrantan la paz! —8.
Los que son perseguidos
por causa de la justicia son bienaventurados. Este dicho es peculiar del
cristianismo; y se enfatiza
con mayor intensidad que el resto. Sin embargo, nada hay en nuestros
sufrimientos que pueda ser
mérito ante Dios, pero Dios verá que quienes pierden por Él, aun la misma vida, no pierdan
finalmente por causa de Él. —¡Bendito Jesús, cuán diferentes son tus máximas de las de los
hombres de este mundo! Ellos llaman dichoso al orgulloso, y admiran al
alegre, al rico, al poderoso
y al victorioso. Alcancemos nosotros misericordia del Señor; que podamos
ser reconocidos como
sus hijos, y heredemos el reino. Con estos deleites y esperanzas,
podemos dar la bienvenida con
alegría a las circunstancias bajas o dolorosas.
Vv. 13—16. Vosotros sois la sal de la tierra. La
humanidad, en la ignorancia y la maldad, era
como un montón enorme, listo para podrirse, pero Cristo envió a sus
discípulos, para sazonarla, por
sus vidas y doctrinas, con el conocimiento y la gracia. Si no son como
debieran ser, son como sal
que ha perdido su sabor. Si un hombre puede adoptar la confesión de
Cristo, y, sin embargo,
permanecer sin gracia, ninguna otra doctrina, ningún otro medio lo hace
provechoso. Nuestra luz
debe brillar haciendo buenas obras tales que los hombres puedan verlas.
Lo que haya entre Dios y
nuestras almas debe ser guardado para nosotros mismos, pero lo que, de
sí mismo, queda abierto a
la vista de los hombres, debemos procurar que se conforme a nuestra
profesión y que sea
encomiable. Debemos apuntar a la gloria de Dios.
Vv. 17—20. Que nadie suponga que Cristo permite que
su pueblo juegue con cualquiera de los
mandamientos de la santa ley de Dios. Ningún pecador participa de la
justicia justificadora de
Cristo hasta que se arrepiente de sus malas obras. La misericordia
revelada en el evangelio guía al
creyente a un aborrecimiento de sí mismo aún más profundo. La ley es la
regla del deber del
cristiano, y éste se deleita en ella. Si alguien que pretende ser
discípulo de Cristo se permitirse
cualquier desobediencia a la ley de Dios, o enseña al prójimo a hacerlo,
cualquiera sea su situación
o reputación entre los hombres, no puede ser verdadero discípulo. La
justicia de Cristo, que nos es
imputada por la sola fe, es necesaria para todos los que entran al reino
de la gracia o de la gloria,
pero la nueva creación del corazón para santidad produce un cambio
radical en el temperamento y
la conducta del hombre.
Vv. 21—26. Los maestros judíos habían enseñado que
nada, salvo el homicidio, era prohibido
por el sexto mandamiento. Así, eliminaban su significado espiritual.
Cristo mostró el significado
completo de este mandamiento; conforme al cual debemos ser juzgados en
el más allá y, por tanto,
debiera ser obedecido ahora. Toda ira precipitada es homicidio en el
corazón. Por nuestro hermano,
aquí escrito, debemos entender a cualquier persona, aunque muy por
debajo de nosotros, porque
somos todos hechos de una sangre. “Necio” es una palabra de burla que
viene del orgullo; “Tú eres
un necio” es palabra desdeñosa que viene del odio. La calumnia y las
censuras maliciosas son
veneno que mata secreta y lentamente. Cristo les dijo que por ligeros
que consideraran estos
pecados, ciertamente serían llamados a juicio por ellos. Debemos
conservar cuidadosamente el
amor y la paz cristianas con todos nuestros hermanos; y, si en algún
momento, hay una pelea,
debemos confesar nuestra falta, humillarnos a nuestro hermano, haciendo
u ofreciendo satisfacción
por el mal hecho de palabra u obra: y debemos hacer esto rápidamente
porque hasta que lo
hagamos, no seremos aptos para nuestra comunión con Dios en las santas
ordenanzas. Cuando nos
estamos preparando para algún ejercicio religioso bueno es que nosotros
hagamos de esto una
ocasión para reflexionar y examinarnos con seriedad. —Lo que aquí se
dice es muy aplicable a
nuestro ser reconciliados con Dios por medio de Cristo. Mientras estemos
vivos, estamos en camino
a su trono de juicio, después de la muerte, será demasiado tarde. Cuando
consideramos la
importancia del caso, y la incertidumbre de la vida, ¡cuán necesario es
buscar la paz con Dios sin
demora!
Vv. 27—32. La victoria sobre los deseos del corazón
debe ir acompañada con ejercicios
dolorosos, pero debe hacerse. Toda cosa es dada para salvarnos de nuestros pecados, no en ellos.
Todos nuestros sentidos y facultades deben evitar las cosas que conducen
a transgredir. Quienes
llevan a los demás a la tentación de pecar, por la ropa o en cualquiera
otra forma, o los dejan en
ello, o los exponen a ello, se hacen culpables de su pecado, y serán
considerados responsables de
dar cuentas por ello. Si uno se somete a las operaciones dolorosas, para
salvarnos la vida, ¿de qué
debiera retenerse nuestra mente cuando lo que está en juego es la
salvación de nuestra alma? Hay
tierna misericordia tras todos los requisitos divinos, y las gracias y
consuelos del Espíritu nos
facultarán para satisfacerlos.
Vv. 33—37. No hay razón para considerar que son
malos los votos solemnes en un tribunal de
justicia o en otras ocasiones apropiadas, siempre y cuando sean
formulados con la debida
reverencia. Pero todos los votos hechos sin necesidad o en la
conversación corriente, son
pecaminosos, como asimismo todas las expresiones que apelan a Dios,
aunque las personas piensen
que por ello evaden la culpa de jurar. Mientras peores sean los hombres,
menos comprometidos
están por los votos; mientras mejores sean, menos necesidad hay de los
votos. Nuestro Señor no
indica los términos precisos con que tenemos que afirmar o negar, sino
que el cuidado constante de
la verdad haría innecesarios los votos y juramentos.
Vv. 38—42. La sencilla instrucción es: Soporta
cualquier injuria que puedas sufrir por amor a la
paz, encomendando tus preocupaciones al cuidado del Señor. El resumen de
todo es que los
cristianos deben evitar las disputas y las querellas. Si alguien dice
que carne y sangre no pueden
pasar por tal afrenta, que se acuerden que carne y sangre no heredarán
el reino de Dios, y los que
actúan sobre la base de los principios justos tendrán suma paz y
consuelo.
Vv. 43—48. Los maestros judíos entendían por “prójimo”
sólo a los que eran de su propio país,
nación y religión, a los que les complacía considerar amigos. El Señor
Jesús enseña que debemos
hacer toda la bondad verdadera que podamos a todos, especialmente a sus
almas. Debemos orar por
ellos. Mientras muchos devolverán bien por bien, hemos de devolver bien
por mal; y esto hablará de
un principio más noble en que se basa la mayoría de los hombres para
actuar. Otros saludan a sus
hermanos, y abrazan a los de su propio partido, costumbre y opinión pero
nosotros no debemos
limitar así nuestro respeto. —Deber de los cristianos es desear y
apuntar a la perfección, y seguir
adelante en gracia y santidad. Allí debemos tener la intención de
conformarnos al ejemplo de
nuestro Padre celestial, 1 Pedro i, 15, 16. Seguramente se espera más de
los seguidores de Cristo
que de los demás; seguramente se hallará más en ellos que en los demás.
Roguemos a Dios que nos
capacite para demostrarnos como hijos suyos.
CAPÍTULO VI
Versículos 1—4. Contra la
hipocresía de dar limosna. 5—8. Contra la hipocresía al orar. 9—15.
Cómo orar. 16—18. Respetar
el ayuno. 19—24. El
mal de pensar mundanalmente. 25—34. Se
manda confiar en Dios.
Vv. 1—4. En seguida, nuestro Señor advirtió
contra la hipocresía y la simulación exterior en los
deberes religiosos. Lo que hay que hacer, debemos hacerlo a partir de un
principio interior de ser
aprobados por Dios, no la búsqueda del elogio de los hombres. En estos
versículos se nos advierte
contra la hipocresía de dar limosna. Atención a esto. Es pecado sutil; y
la vanagloria se infiltra en lo
que hacemos, antes de darnos cuenta. Pero el deber no es menos necesario
ni menos excelente
porque los hipócritas abusan de él para servir a su orgullo. La condena
que Cristo dicta parece
primero una promesa, pero es su recompensa; no es la recompensa que promete Dios a los que
hacen el bien, sino la recompensa que los hipócritas se prometen a sí
mismos, y pobre recompensa
es; ellos lo hicieron para ser vistos por los hombres, y son vistos por
los hombres. Cuando menos
notamos nuestras buenas obras, Dios las nota más. Él te recompensará; no
como amo que da a su
siervo lo que se gana, y nada más, sino como Padre que da abundantemente
a su hijo lo que le sirve.
Vv. 5—8. Se da por sentado que todos los que son
discípulos de Cristo oran. Puede que sea más
rápido hallar un hombre vivo que no respire que a un cristiano vivo que
no ore. Si no hay oración,
entonces no hay gracia. Los escribas y los fariseos eran culpables de
dos grandes faltas en la
oración: la vanagloria y la vana repetición. —“Verdaderamente ellos
tienen su recompensa”; si en
algo tan grande entre nosotros y Dios, cuando estamos orando, podemos
tener en cuenta una cosa
tan pobre como el halago de los hombres, justo es que eso sea toda
nuestra recompensa. Pero no hay
un musitar secreto y repetido en busca de Dios que Él no vea. Se le
llama recompensa, pero es de
gracia, no por deuda; ¿qué mérito puede haber en mendigar? Si no da a su
pueblo lo que piden, se
debe a que sabe que no lo necesitan y que no es para su bien. Tanto
dista Dios de ser convencido
por el largo o las palabras de nuestras oraciones, que las intercesiones
más fuertes son las que se
emiten con gemidos indecibles. Estudiemos bien lo que muestra la actitud
mental en que debemos
ofrecer nuestras oraciones, y aprendamos diariamente de Cristo cómo
orar.
Vv. 9—15. Cristo vio que era necesario mostrar a
sus discípulos cuál debe ser corrientemente el
tema y el método de su oración. No se trata que estemos atados sólo a
usar la misma oración
siempre, pero, indudablemente, es muy bueno orar según un modelo. Dice
mucho en pocas
palabras; se usa en forma aceptable no más de lo que se usa con
entendimiento y sin vanas
repeticiones. —Seis son las peticiones: las primeras tres se relacionan
más expresamente a Dios y
su honra; las otras tres, a nuestras preocupaciones temporales y
espirituales. Esta oración nos enseña
a buscar primero el reino de Dios y su justicia, y todas las demás cosas
serán añadidas. —Después
de las cosas de la gloria, del reino y de la voluntad de Dios, oramos
por el sustento y el consuelo
necesario en la vida presente. Aquí cada palabra contiene una lección.
Pedimos pan; eso nos enseña
sobriedad y templanza: y sólo pedimos pan, no lo que no necesitamos.
Pedimos por nuestro pan;
eso nos enseña honestidad y trabajo; no tenemos que pedir el pan de los
demás ni el pan del engaño,
Proverbios xx, 17. Ni el pan del ocio, Proverbios xxxi, 27, sino el pan
honestamente obtenido.
Pedimos por nuestro pan diario, lo que nos enseña a depender constantemente de la providencia
divina. Rogamos a Dios que nos los dé; no que lo venda ni lo preste, sino que lo dé. El más grande
de los hombres debe dirigirse a la misericordia de Dios para su pan
diario. Oramos, dánoslo.
Esto
nos enseña compasión por el pobre. También que debemos orar con nuestra
familia. Oramos que
Dios nos lo dé este día, lo
que nos enseña a renovar los deseos de nuestras almas en cuanto a Dios,
como son renovadas las necesidades de nuestros cuerpos. Al llegar el día
debemos orar a nuestro
Padre celestial y reconocer que podríamos pasar muy bien el día sin
comida, pero no sin oración. —
Se nos enseña a odiar y aborrecer el pecado mientras esperamos
misericordia, a desconfiar de
nosotros, a confiar en la providencia y la gracia de Dios para
impedirnos pecar, a estar preparados
para resistir al tentador, y no volvernos tentadores de los demás. —Aquí
hay una promesa: Si
perdonas tu Padre celestial también te perdonará. Debemos perdonar
porque esperamos ser
perdonados. Los que desean hallar misericordia de Dios deben mostrar
misericordia a sus
hermanos. Cristo vino al mundo como el gran Pacificador no sólo para
reconciliarnos con Dios sino
los unos con los otros.
Vv. 16—18. El ayuno religioso es un deber requerido
a los discípulos de Cristo pero no es tanto
un deber en sí mismo, sino como medio para disponernos para otros deberes.
Ayunar es humillar el
alma, Salmo xxxv, 13; esta es la faz interna del deber; por tanto, que
sea tu principal interés, y en
cuanto a la externa, no permitas que se vea codicia. Dios ve en lo
secreto, y te recompensará en
público.
Vv. 19—24. La mentalidad mundana es síntoma fatal y
corriente de la hipocresía, porque por
ningún pecado puede Satanás tener un soporte más seguro y más firme en
el alma que bajo el manto
de una profesión de fe. Algo tendrá el alma que mirar como lo mejor
aquello en lo cual se complace
y confía por encima de todas las demás cosas. Cristo aconseja que
hagamos como nuestras mejores
cosas a los goces y las glorias del otro mundo, las cosas que no se ven,
que son eternas y que
pongamos nuestra felicidad en ellas. Hay tesoros en el cielo. Sabiduría
nuestra es poner toda
diligencia para asegurar nuestro derecho a la vida eterna por medio de
Jesucristo, y mirar todas las
cosas de aquí abajo como indignas de ser comparadas con aquellas y a
estar contentos con nada
menos que ellas. Es felicidad superior y más allá de los cambios y
azares del tiempo, es herencia
incorruptible. —El hombre mundano se equivoca en su primer principio;
por tanto, todos sus
razonamientos y acciones que de ahí surgen deben ser malos. Esto se
aplica por igual a la falsa
religión; lo que es considerado luz es la oscuridad más densa. Este es
un ejemplo espantoso, pero
corriente; por tanto, debemos examinar cuidadosamente nuestros
principios directrices a la luz de la
palabra de Dios, pidiendo con oración ferviente la enseñanza de su
Espíritu. —Un hombre puede
servir un poco a dos amos, pero puede consagrarse al servicio de no más
que uno. Dios requiere
todo el corazón y no lo compartirá con el mundo. Cuando dos amos se
oponen entre sí, ningún
hombre puede servir a ambos. Él se aferra y ama al mundo, y debe
despreciar a Dios; el que ama a
Dios debe dejar la amistad del mundo.
Vv. 25—34. Escasamente haya otro pecado contra el
cual advierta más nuestro Señor Jesús a
sus discípulos que las preocupaciones inquietantes, distractoras y
desconfiadas por las cosas de esta
vida. A menudo esto entrampa al pobre tanto como el amor a la riqueza al
rico. Pero hay una
despreocupación por las cosas temporales que es deber, aunque no debemos
llevar a un extremo
estas preocupaciones lícitas. —No os afanéis por vuestra vida. Ni por la
extensión de ella, sino
referidla a Dios para que la alargue o acorte según le plazca; nuestros
tiempos están en su mano y
están en buena mano. Ni por las comodidades de esta vida; dejad que Dios
la amargue o endulce
según le plazca. Dios ha prometido la comida y el vestido, por tanto
podemos esperarlos. —No
penséis en el mañana, en el tiempo venidero. No os afanéis por el
futuro, cómo viviréis el año que
viene, o cuando estéis viejos, o qué dejaréis detrás de vosotros. Como
no debemos jactarnos del
mañana, así tampoco debemos preocuparnos por el mañana o sus
acontecimientos. Dios nos ha
dado vida y nos ha dado el cuerpo. ¿Y qué no puede hacer por nosotros el
que hizo eso? Si nos
preocupamos de nuestras almas y de la eternidad, que son más que el
cuerpo y esta vida, podemos
dejarle en manos de Dios que nos provea comida y vestido, que son lo
menos. —Mejorad esto
como exhortación a confiar en Dios. Debemos reconciliarnos con nuestro
patrimonio en el mundo
como lo hacemos con nuestra estatura. No podemos alterar las
disposiciones de la providencia, por
tanto debemos someternos y resignarnos a ellas. El cuidado considerado
por nuestras almas es la
mejor cura de la consideración cuidada por el mundo. Buscad primero el
reino de Dios y haced de
la religión vuestra ocupación: no digáis que este es el modo de
hambrearte; no es la manera de estar
bien provisto, aun en este mundo. —La conclusión de todo el asunto es
que es la voluntad y el
mandamiento del Señor Jesús, que por las oraciones diarias podamos
obtener fuerza para
sostenernos bajo nuestros problemas cotidianos, y armarnos contra las
tentaciones que los
acompañan y no dejar que ninguna de esas cosas nos conmuevan. —Bienaventurados
los que toman
al Señor como su Dios, y dan plena prueba de ellos confiándose
totalmente a su sabia disposición.
Que tu Espíritu nos dé convicción de pecado en la necesidad de esta
disposición y quite lo mundano
de nuestros corazones.
CAPÍTULO VII
Versículos 1—6. Cristo reprueba el
juicio apresurado. 7—11. Exhortaciones
a la oración. 12—14.
El camino angosto y el ancho. 15—20. Contra los falsos profetas. 21—29. Sed hacedores de la
palabra, no sólo oidores.
Vv. 1—6. Debemos juzgarnos a nosotros mismos, y
juzgar nuestros propios actos, pero sin hacer de
nuestra palabra una ley para nadie. No debemos juzgar duramente a
nuestros hermanos sin tener
base. No debemos hacer lo peor de la gente. Aquí hay una reprensión
justa para todos los que pelean
con sus hermanos por faltas pequeñas, mientras ellos se permiten las
grandes. Algunos pecados son
como motas, mientras otros son como vigas; algunos son como un mosquito,
y otros son como un
camello. No es que haya pecado pequeño; si es como mota o una astilla,
está en el ojo; si es un
mosquito está en la garganta; ambos son dolorosos y peligrosos, y no
podemos estar bien ni
cómodos hasta que salgan. Lo que la caridad nos enseña a llamar no más
que paja en el ojo ajeno, el
arrepentimiento y la santa tristeza nos enseñará a llamarlo viga en el
nuestro. Extraño es que un
hombre pueda estar en un estado pecaminoso y miserable, y no darse
cuenta de eso, como un
hombre que tiene una viga en su ojo y no la toma en cuenta; pero el dios
de este mundo les ciega el
entendimiento. —Aquí hay una buena regla para los que juzgan: primero
refórmate a ti mismo.
Vv. 7—11. La oración es el medio designado para
conseguir lo que necesitamos. Orad; orad a
menudo; haced de la oración vuestra ocupación, y sed serios y fervientes
en ello. Pedid, como un
mendigo pide limosna. Pedid como el viajero pregunta por el camino.
Buscad como se busca una
cosa de valor que perdimos; o como el mercader que busca perlas buenas.
Llamad como llama a la
puerta el que desea entrar en casa. El pecado cerró y echó llave a la puerta
contra nosotros; por la
oracióñ llamamos. —Sea lo que sea por lo que oréis, conforme a la
promesa, os será dado si Dios ve
que es bueno para vosotros, y ¿qué más querrías tener? Esto está hecho
para aplicarlo a todos los
que oran bien; todo el que pide, recibe, sea judío o gentil, joven o
viejo, rico o pobre, alto o bajo,
amo o sirviente, docto o indocto, todos por igual son bienvenidos al
trono de la gracia, si van por fe.
—Se explica comparándolo con los padres terrenales y su aptitud para dar
a sus hijos lo que piden.
Los padres suelen ser neciamente afectuosos, pero Dios es omnisciente;
Él sabe lo que necesitamos,
lo que deseamos, y lo que es bueno para nosotros. Nunca supongamos que
nuestro Padre celestial
nos pediría que oremos y, luego, se negaría oír o darnos lo que nos
perjudica.
Vv. 12—14. Cristo vino a enseñarnos, no sólo lo que
tenemos que saber y creer, sino lo que
tenemos que hacer; no sólo para con Dios, sino para con los hombres; no
sólo para con los que son
de nuestro partido y denominación, sino para con los hombres en general,
con todos aquellos que
nos relacionemos. Debemos hacer a nuestro prójimo lo que nosotros mismos
reconocemos que es
bueno y razonable. En nuestros tratos con los hombres debemos ponernos
en el mismo caso y en las
circunstancias que aquellos con quienes nos relacionamos, y actuar en
conformidad con ello. —No
hay sino dos caminos: el correcto y el errado, el bueno y el malo; el
camino al cielo y el camino al
infierno; todos vamos caminando por uno u otro: no hay un lugar
intermedio en el más allá; no hay
un camino neutro. Todos los hijos de los hombres somos santos o
pecadores, buenos o malos. —
Fijaos en que el camino del pecado y de los pecadores que la puerta es
ancha y está abierta. Podéis
entrar por esta puerta con todas las lujurias que la rodean; no frena
apetitos ni pasiones. Es un
camino ancho; hay muchas sendas en este; hay opciones de caminos
pecaminosos. Hay multitudes
en este camino. Pero, ¿qué provecho hay en estar dispuesto a irse al
infierno con los demás, porque
ellos no irán al cielo con nosotros? El camino a la vida eterna es
angosto. No estamos en el cielo tan
pronto como pasamos por la puerta angosta. Hay que negar el yo, mantener
el cuerpo bajo control, y
mortificar las corrupciones. Hay que resistir las tentaciones diarias;
hay que cumplir los deberes.
Debemos velar en todas las cosas y andar con cuidado; y tenemos que
pasar por mucha tribulación.
No obstante, este camino nos invita a todos; lleva a la vida; al
consuelo presente en el favor de
Dios, que es la vida del alma; a la bendición eterna, cuya esperanza al
final de nuestro camino debe
facilitarnos todas las dificultades del camino. Esta simple declaración
de Cristo ha sido descartada
por muchos que se han dado el trabajo de hacerla desparecer con
explicaciones pero, en todas la
épocas el discípulo verdadero de Cristo ha sido mirado como una
personalidad singular, que no está
de moda; y todos los que se pusieron del lado de la gran mayoría, se han
ido por el camino ancho a
la destrucción. Si servimos a Dios, debemos ser firmes en nuestra
religión. —¿Podemos oír a
menudo sobre la puerta estrecha y el camino angosto y que son pocos los
que los hallan, sin
dolernos por nosotros mismos o sin considerar si entramos al camino
angosto y cuál es el avance
que estamos haciendo ahí?
Vv. 15—20. Nada impide tanto a los hombres pasar
por la puerta estrecha y llegar a ser
verdaderos seguidores de Cristo, como las doctrinas carnales,
apaciguadoras y halagadoras de
quienes se oponen a la verdad. Estos pueden conocerse por el arrastre y
los efectos de sus doctrinas.
Una parte de sus temperamentos y conductas resulta contraria a la mente
de Cristo. Las opiniones
que llevan a pecar no vienen de Dios.
Vv. 21—29. Aquí Cristo muestra que no bastará
reconocerlos como nuestro Amo sólo de
palabra y lengua. Es necesario para nuestra dicha que creamos en Cristo,
que nos arrepintamos de
pecado, que vivamos una vida santa, que nos amemos unos a otros. Esta es
su voluntad, nuestra
santificación. —Pongamos cuidado de no apoyarnos en los privilegios y
obras externas, no sea que
nos engañemos y perezcamos eternamente con una mentira a nuestra
derecha, como lo hacen
multitudes. Que cada uno que invoca el nombre de Cristo se aleje de todo
pecado. Hay otros cuya
religión descansa en el puro oír, sin ir más allá; sus cabezas están
llenas de nociones vacías. Estas
dos clases de oidores están representados por los dos constructores.
Esta parábola nos enseña a oír y
hacer los dichos del Señor Jesús: algunos pueden parecer duros para
carne y sangre, pero deben
hacerse. Cristo está puesto como cimiento y toda otra cosa fuera de
Cristo es arena. Algunos
construyen sus esperanzas en la prosperidad mundanal; otros, en una
profesión externa de religión.
Sobre estas se aventuran, pero esas son todo arena, demasiado débiles
para soportar una trama como
nuestras esperanzas del cielo. —Hay una tormenta que viene y probará la
obra de todo hombre.
Cuando Dios quita el alma, ¿dónde está la esperanza del hipócrita? La
casa se derrumbó en la
tormenta, cuando más la necesitaba el constructor, y esperaba que le
fuera un refugio. Se cayó
cuando era demasiado tarde para edificar otra. El Señor nos haga
constructores sabios para la
eternidad. Entonces, nada nos separará del amor de Cristo Jesús. —Las
multitudes se quedaban
atónitas ante la sabiduría y el poder de la doctrina de Cristo. Este
sermón, tan a menudo leído,
siempre es nuevo. Cada palabra prueba que su Autor es divino. Seamos
cada vez más decididos y
fervientes, y hagamos de una u otra de estas bienaventuranzas y gracias
cristianas, el tema principal
de nuestros pensamientos, por semanas seguidas. No descansemos en deseos
generales y confusos
al respecto, por los cuales podemos captar todo, pero sin retener nada.
CAPÍTULO VIII
Versículos 1. Multitudes siguen a Cristo. 2—4. Sana a un leproso. 5—13. Sanidad del siervo de un
centurión. 14—17. Sanidad
de la suegra de Pedro. 18—22. La promesa entusiasta del escriba.
23—27. Cristo en una tempestad. 28—34. Sana a dos endemoniados.
V. 1. Este versículo se refiere al final del
sermón anterior. Aquellos a quienes Cristo se ha dado a
conocer, desean saber más de Él.
Vv. 2—4. En estos versículos tenemos el relato de
la limpieza de un leproso hecha por Cristo; el
leproso se acercó a Él y lo adoró como a Uno investido de poder divino.
Esta purificación no sólo
nos guía a acudir a Cristo, que tiene poder sobre las enfermedades
físicas, para la sanidad de ellas;
también nos enseña la manera de apelar a Él. Cuando no podemos estar
seguros de la voluntad de
Dios, podemos estar seguros de su sabiduría y misericordia. Por grande
que sea la culpa, en la
sangre de Cristo hay aquello que la expía; ninguna corrupción es tan
fuerte que no haya en su gracia
lo que puede someterla. Para ser purificados debemos encomendarnos a su
piedad; no podemos
demandarlo como deuda; debemos pedirlo humildemente como un favor. —Quienes
por fe apelan a
Cristo por misericordia y gracia, pueden estar seguros de que Él les
está dando libremente la
misericordia y la gracia que ellos así procuran. Benditas sean las
aflicciones que nos llevan a
conocer a Cristo, y nos hacen buscar su ayuda y su salvación. —Quienes
son limpios de su lepra
espiritual, vayan a los ministros de Cristo y expongan su caso, para ser
aconsejados, consolados y
para que oren por ellos.
Vv. 5—13. Este centurión era pagano, un soldado
romano. Aunque era soldado, no obstante, era
un buen hombre. Ninguna vocación ni posición del hombre será excusa para
la incredulidad y el
pecado. Véase cómo expone el caso de su siervo. Debemos interesarnos por
las almas de nuestros
hijos y siervos, espiritualmente enfermos, que no sienten los males
espirituales, y no conocen lo que
es espiritualmente bueno; debemos llevarlos a Cristo por fe y por la oración.
—Obsérvese su
humillación. Las almas humildes se hacen más humildes por la gracia de
Cristo en el trato con ellos.
Obsérvese su gran fe. Mientras menos nos fiemos de nosotros mismos, más
fuerte será nuestra
confianza en Cristo. Aquí el centurión le reconoce mando con poder
divino y pleno sobre todas las
criaturas y poderes de la naturaleza, como un amo sobre sus siervos.
Este tipo de siervos debemos
ser todos para Dios; debemos ir y venir, conforme a los mandatos de su
palabra y las disposiciones
de su providencia. —Pero cuando el Hijo del Hombre viene, encuentra poca
fe, por tanto, halla
poco fruto. Una profesión externa hace que se nos llame hijos del reino,
pero si descansamos en eso,
y nada más podemos mostrar, seremos desechados. —El siervo obtuvo la
sanidad de su enfermedad
y el amo obtuvo la aprobación de su fe. Lo que se le dijo a él, se dice
a todos: Cree y recibirás; sólo
cree. Véase el poder de Cristo y el poder de la fe. La curación de
nuestras almas es, de inmediato, el
efecto y la prueba de nuestro interés en la sangre de Cristo.
Vv. 14—17. Pedro tenía una esposa aunque era
apóstol de Cristo, lo que demuestra que
aprobaba el estado del matrimonio, siendo bondadoso con la madre de la
esposa de Pedro. La
iglesia de Roma, que prohíbe que sus ministros se casen, contradice a
este apóstol, sobre el cual
tanto se apoyan. Tenía a su suegra consigo en su familia, lo que es
ejemplo de ser bueno con
nuestros padres. En la sanidad espiritual, la Escritura dice la palabra,
el Espíritu da el toque, toca el
corazón, toca la mano. Aquellos que se recuperan de una fiebre suelen
estar débiles por un tiempo;
pero para mostrar que esta curación estaba por sobre el poder de la
naturaleza, la mujer estuvo tan
bien que de inmediato se dedicó a los quehaceres de la casa. —Los
milagros que hizo Jesús fueron
publicados ampliamente, de modo que muchos se agolparon viniendo a Él, y
sanó a todos los que
estaban enfermos, aunque el paciente estuviera muy débil y el caso fuera
de lo peor. Muchas son las
enfermedades y las calamidades del cuerpo a las que estamos propensos; y
hay más en esas palabras
del evangelio que dicen que Jesucristo llevó nuestras enfermedades y
nuestros dolores, para
sostenernos y consolarnos cuando estamos sometidos a ellos, que en todos
los escritos de los
filósofos. No nos quejemos por el trabajo, el problema o el gasto al
hacer el bien al prójimo.
Vv. 18—22. Uno de los escribas se apresuró a
prometer; se dice cercano seguidor de Cristo.
Parece muy resuelto. Muchas decisiones religiosas son producidas por una
súbita convicción de
pecado, y asumidas sin una debida reflexión; estas llegan a nada. Cuando
este escriba ofreció seguir
a Cristo, se podría pensar que Jesús debió sentirse animado; un escriba
podía dar más crédito y
servicio que doce pescadores; pero Cristo vio su corazón, y respondió a
sus pensamientos, y, enseña
a todos cómo ir a Cristo. Su resolución parece surgir de un principio
mundano y codicioso; pero
Cristo no tenía dónde reclinar su cabeza, y si él lo seguía, no debía
esperar que le fuera mejor.
Tenemos razón para pensar que este escriba se alejó. —Otro era demasiado
lento. La demora en
hacer es, por un lado, tan mala como la prisa para resolver por el otro.
Pidió permiso para ocuparse
de enterrar a su padre, y luego se pondría al servicio de Cristo. Esto
parecía razonable aunque no era
justo. No tenía celo verdadero por la obra. Enterrar al muerto,
especialmente a un padre muerto, es
una buena obra, pero no es tu obra en este momento. Si Cristo requiere
nuestro servicio, debe
cederse aun el afecto por los parientes más cercanos y queridos, y por
las cosas que no son nuestro
deber. A la mente sin disposición nunca le faltan las excusas. Jesús le
dijo: Sígueme, y, sin duda,
salió poder con esta palabra para él como para los otros; siguió a
Cristo y se aferró de Él. El escriba
dijo, yo te seguiré; a este otro hombre Cristo le dijo: Sígueme;
comparándolos, se ve que somos
llevados a Cristo por la fuerza de su llamado personal, Romanos ix, 16.
Vv. 23—27. Consuelo para quienes se hacen a la mar
en barcos, y suelen peligrar allí, es
reflexionar que tienen un Salvador en quien confiar y al cual orar, que
sabe qué es estar en el agua y
estar en tormentas. Quienes están pasando por el océano de este mundo
con Cristo, deben esperar
tormentas. —Su naturaleza humana, semejante a nosotros en todo, pero sin
pecado, estaba fatigada
y se durmió en ese momento para probar la fe de sus discípulos. Ellos
fueron a su Maestro en su
temor. Así es en el alma; cuando las lujurias y las tentaciones se
levantan y rugen, y Dios está, al
parecer, dormido a lo que ocurre, esto nos lleva al borde de la
desesperación. Entonces, se clama
por una palabra de su boca: Señor Jesús, no te quedes callado o estoy
acabado. Muchos que tienen
fe verdadera son débiles en ella. Los discípulos de Cristo eran dados a
inquietarse con temores en
un día tempestuoso; se atormentaban a sí mismos con que las cosas
estaban mal para ellos, y con
pensamientos desalentadores de que vendrá algo peor. Las grandes
tormentas de la duda y temor en
el alma, bajo el poder del espíritu de esclavitud, suelen terminar en
una calma maravillosa, creada y
dirigida por el Espíritu de adopción. —Ellos quedaron estupefactos.
Nunca habían visto que una
tormenta fuera de inmediato calmada a la perfección. El que puede hacer
esto, puede hacer
cualquier cosa, lo que estimula la confianza y el consuelo en Él, en el
día más tempestuoso de
adentro o de afuera, Isaías xxvi, 4.
Vv. 28—34. Los demonios nada tienen que ver con Cristo
como Salvador; ellos no tienen ni
esperan ningún beneficio de Él. ¡Oh, la profundidad de este misterio del
amor divino: que el
hombre caído tenga tanto que ver con Cristo, cuando los ángeles caídos
nada tienen que ver con Él!
Hebreos ii, 16. Seguramente que aquí sufrieron un tormento, al ser
forzados a reconocer la
excelencia que hay en Cristo, y aún así, no tener parte con Él. Los
demonios no desean tener nada
que ver con Cristo como Rey. Véase qué lenguaje hablan quienes no tendrán nada que ver con el
evangelio de Cristo. Pero no es verdad que los demonios no tengan nada
que ver con Cristo como
Juez, porque tienen que ver, y lo saben; así
es para con todos los hijos de los hombres. —Satanás y
sus instrumentos no pueden ir más allá de lo que el Señor permita; ellos
deben dejar la posesión
cuando Él manda. No pueden romper el cerco de protección en torno a su
pueblo; ni siquiera
pueden entrar en un cerdo sin su permiso. —Recibieron el permiso. A menudo
Dios permite, por
objetivos santos y sabios, los esfuerzos de la ira de Satanás. Así,
pues, el diablo apresura a la gente a
pecar; los apura a lo que han resuelto en contra, de lo cual saben que
será vergüenza y pena para
ellos: miserable es la condición de los que son llevados cautivos por él
a su voluntad. —Hay
muchos que prefieren sus cerdos al Salvador y, así, no alcanzan a Cristo
y la salvación por Él. Ellos
desean que Cristo se vaya de sus corazones, y no soportan que Su Palabra
tenga lugar en ellos,
porque Él y su palabra destruirían sus concupiscencias brutales, eso que
se entrega a los cerdos
como alimento. Justo es que Cristo abandone a los que están cansados de
Él; y después diga:
Apartaos, malditos, a quienes ahora le dicen al Todopoderoso: Véte de
nosotros.
CAPÍTULO IX
Versículos 1—8. Jesús regresa a
Capernaum y sana a un paralítico. 9. Llamado a Mateo. 10—13.
Mateo, o la fiesta de Leví. 14—17. Objeciones de los discípulos de Juan. 18—26.
Cristo
resucita a la hija de Jairo.—Sana el flujo de sangre. 27—31. Sana a dos ciegos. 32—34. Cristo
echa fuera un espíritu mudo. 35—38. Envía a los apóstoles.
Vv. 1—8. La fe de los amigos del paralítico al
llevarlo a Cristo era una fe firme; ellos creían
firmemente que Jesucristo podía y querría sanarlo. Una fe fuerte no
considera los obstáculos al ir en
busca de Cristo. Era una fe humilde; ellos lo llevaron a esperar en
Cristo. Era una fe activa. El
pecado puede ser perdonado, pero no ser eliminada la enfermedad; la
enfermedad puede ser quitada,
pero no perdonado el pecado: pero si tenemos el consuelo de la paz con
Dios, con el consuelo de la
recuperación de la enfermedad, esto hace que, sin duda, la sanidad sea
una misericordia. Esto no es
exhortación para pecar. Si tú llevas tus pecados a Jesucristo, como tu
enfermedad y tu desgracia
para ser curados de esto, y librados de aquello, es bueno; pero ir con
ellos, como tus amores y
deleites, pensando aún en retenerlos y recibirlo a Él, es un tremendo
error, un engaño miserable. La
gran intención del bendito Jesús en la redención que obró, es separar
nuestros corazones del pecado.
—Nuestro Señor Jesús tiene perfecto conocimiento de todo lo que decimos
dentro de nosotros
mismos. Hay mucho mal en los pensamientos pecaminosos, que es muy
ofensivo para el Señor
Jesús. A Cristo le interesa mostrar que su gran misión al mundo era
salvar a su pueblo de sus
pecados. Dejó el debate con los escribas y pronunció las palabras de
salud al enfermo. No sólo no
tuvo más necesidad de que lo llevaran en su lecho, sino que tuvo fuerzas
para llevarlo él. Dios debe
ser glorificado en todo el poder que se da para hacer el bien.
Vv. 9. Mateo fue en su llamado, como los demás
a los que Cristo llamó. Como Satanás viene
con sus tentaciones al ocioso, así viene Cristo con sus llamados a los
que están ocupados. Todos
tenemos natural aversión a ti, oh Dios; llámanos a seguirte; atráenos
por tu poderosa palabra y
correremos en pos de ti. Habla por la palabra del Espíritu a nuestros
corazones, el mundo no puede
retenernos, Satanás no puede detener nuestro camino, nos levantaremos y
te seguiremos. Cristo
como autor, y su palabra como el medio, obra un cambio salvador en el
alma. Ni el cargo de Mateo
ni sus ganancias, pudieron detenerlo cuando Cristo lo llamó. Él lo dejó
todo, y aunque después,
ocasionalmente, a los discípulos que eran pescadores los hallamos
pescando otra vez, nunca más
encontramos a Mateo en sus ganancias pecaminosas.
Vv. 10—13. Algún tiempo después de su llamado,
Mateo procuró llevar a sus antiguos socios a
que oyeran a Cristo. Sabía por experiencia lo que podía hacer la gracia
de Cristo y no se desesperó
al respecto. Los que son eficazmente llevados a Cristo no pueden sino
desear que los demás
también sean llevados a Él. —Aquellos que suponen que sus almas están
sin enfermedad no
acogerán al Médico espiritual. Este era el caso de los fariseos; ellos
despreciaron a Cristo porque se
creían íntegros; pero los pobres publicanos y pecadores sentían que les
faltaba instrucción y
enmienda. Fácil es, y también corriente, poner las peores
interpretaciones sobre las mejores palabras
y acciones. Puede sospecharse con justicia que los que no tienen la
gracia de Dios, no se complacen
con que otros la consigan. Aquí se llama misericordia que Cristo
converse con los pecadores,
porque fomentar la conversión de las almas es el mayor acto de
misericordia. —El llamado del
evangelio es un llamado al arrepentimiento; un llamado para que
cambiemos nuestro modo de
pensar y cambiemos nuestros caminos. Si los hijos de los hombres no
fueran pecadores no hubiera
sido necesario que Cristo viniera a ellos. Examinemos si hemos investigado nuestra enfermedad
y si
hemos aprendido a seguir las órdenes de nuestro gran Médico.
Vv. 14—17. En esta época Juan estaba preso; sus
circunstancias, su carácter, y la naturaleza del
mensaje que fue enviado a dar, guió a los que estaban peculiarmente
afectos a él, a realizar ayunos
frecuentes. Cristo los refirió al testimonio que Juan da de Él, Juan
iii, 29. Aunque no cabe duda de
que Jesús y sus discípulos vivieron en forma frugal y económica, sería
impropio que sus discípulos
ayunaran mientras tenían el consuelo de su presencia. Cuando está con
ellos, todo está bien. La
presencia del sol hace el día, y su ausencia produce la noche. —Nuestro
Señor les recuerda luego
las reglas comunes de la prudencia. No se acostumbraba tomar un pedazo
de tela de lana cruda, que
nunca había sido preparada, para coserla a un traje viejo, porque no se
uniría bien con el ropaje
viejo y suave, sino que lo desgarraría aún más, y la rasgadura sería
peor. Ni tampoco los hombres
echaban vino nuevo en odres viejos, que iban a podrirse y se reventarían
por la fermentación del
vino; al poner el vino nuevo en odres nuevos y fuertes, ambos serían
preservados. Se requiere gran
prudencia y cautela para que los nuevos convertidos no reciban ideas
sombrías y prohibitorias del
servicio de nuestro Señor; antes bien serán estimulados en los deberes a
medida que sean capaces de
soportarlos.
Vv. 18—26. La muerte de nuestros familiares debe
llevarnos a Cristo que es nuestra vida. Gran
honor para los reyes más grandes es esperar en el Señor; y los que
reciban misericordia de Cristo
deben honrarle. La variedad de métodos que Cristo usó para hacer sus
milagros quizá se debió a las
diferentes disposiciones mentales y temperamentos con que venían los que
a Él acudían; todo esto
lo conocía perfectamente Aquel que escudriña los corazones. —Una pobre
mujer apeló a Cristo y
recibió de Él misericordia, al pasar por el camino. Si sólo tocásemos,
como si así fuera, el borde de
la túnica de Cristo por fe viva, serán sanados nuestros peores males; no
hay otra cura verdadera ni
tenemos que temer que sepa cosas que son dolor y carga para nosotros, y
que no las contaríamos a
ningún amigo terrenal. —Cuando Cristo entró a la casa del hombre
principal dijo: Apartaos. A
veces, cuando prevalece el dolor del mundo, es difícil que entren Cristo
y sus consolaciones. La hija
del principal estaba realmente muerta, pero no para Cristo. La muerte
del justo, de manera especial,
debe ser considerada sólo un dormir. —Las palabras y las obras de Cristo
pueden no ser entendidas
al comienzo, aunque por eso no deben ser despreciadas. La gente fue
fortalecida. Los
escarnecedores que se ríen de lo que no entienden no son testigos
apropiados de las maravillosas
obras de Cristo. Las almas muertas no son resucitadas a la vida
espiritual, a menos que Cristo las
tome de la mano: está hecho en el día de su poder. Si este solo caso en
que Cristo resucitó a un
muerto reciente, aumentó tanto su fama, ¡qué será su gloria cuando todos
los que están en los
sepulcros oigan su voz y salgan; los que hicieron bien a resurrección de
la vida, y los que hicieron
mal, a resurrección de condenación!
Vv. 27—31. En esa época los judíos esperaban que
apareciera el Mesías; estos ciegos supieron y
proclamaron en las calles de Capernaum que había venido, y que era
Jesús. Los que, por la
providencia de Dios, han perdido la vista física, por gracia de Dios,
pueden tener plenamente
iluminados los ojos de su entendimiento. Sean las que sean nuestras
necesidades y cargas, no
necesitamos más provisión y apoyo que participar en la misericordia de
nuestro Señor Jesús. En
Cristo hay suficiente para todos. —Ellos lo siguieron gritando en voz
alta. Iba a probar su fe, y nos
enseñaría a orar siempre y no desmayar, aunque la respuesta no llegue de
inmediato. Ellos siguieron
a Cristo y lo siguieron clamando, pero la gran pregunta es: ¿Crees tú?
La naturaleza puede hacernos
fervorosos, pero es sólo la gracia la que puede obrar la fe. —Cristo
tocó sus ojos. Él da vista a las
almas ciegas por el poder de su gracia que va unida a su palabra, e
imparte la cura sobre la fe de
ellos. Los que apelan a Jesucristo serán tratados, no conforme a sus
fantasías ni a su profesión, sino
conforme a su fe. —A veces Cristo ocultaba sus milagros porque no quería
dar pie al engaño que
prevalecía entre los judíos de que su Mesías sería un príncipe temporal,
y así, dar ocasión a que el
pueblo intentara tumultos y sediciones.
Vv. 32—34. De ambos, mejor es un demonio mudo que
uno que blasfeme. Las curas de Cristo
van a la raíz, y eliminan el efecto quitando la causa; abren los labios
rompiendo el poder de Satanás
en el alma. —Nada puede convencer a quienes están bajo el poder del
orgullo. Creerán cualquier
cosa, por falsa o absurda que sea, antes que las Sagradas Escrituras;
así, muestran la enemistad de
sus corazones contra el santo Dios.
Vv. 35—38. Jesús visitó no sólo las ciudades
grandes y ricas, sino las aldeas pobres y oscuras, y
allí predicó, y sanó. Las almas de los más viles del mundo son tan
preciosas para Cristo, y deben
serlo para nosotros, como las almas de los que más figuren. Había
sacerdotes, levitas, y escribas en
toda la tierra; pero eran pastores de ídolos, Zacarías xi, 17; por
tanto, Cristo tuvo compasión del
pueblo como ovejas desamparadas y dispersas, como hombres que perecen
por falta de
conocimiento. A la fecha hay multitudes enormes que son como ovejas sin
pastor, y debemos tener
compasión y hacer todo lo que podamos para ayudarles. Las multitudes
deseosas de instrucción
espiritual formaban una cosecha abundante que necesitaba muchos obreros
activos; pero pocos
merecían ese carácter. Cristo es el Señor de la mies. Oremos que muchos
sean levantados y
enviados a trabajar para llevar almas a Cristo. Es señal de que Dios
está por conceder alguna
misericordia especial a un pueblo cuando los invita a orar por ello. Las
misiones encomendadas a
los obreros como respuesta a la oración, son las que más probablemente
tengan éxito.
CAPÍTULO X
Versículos 1—4. Llamado a los
apóstoles. 5—15. Los
apóstoles son instruidos y enviados. 16—42.
Instrucciones para los apóstoles.
Vv. 1—4. La palabra “apóstol” significa
mensajero; ellos eran los mensajeros de Cristo enviados a
proclamar su reino. Cristo les dio poder para sanar toda clase de
enfermedades. En la gracia del
evangelio hay un bálsamo para cada llaga, un remedio para cada dolencia.
No hay enfermedad
espiritual si no hay poder en Cristo para curarla. Sus nombres están
escritos y eso es su honra; pero
ellos tenían más razón para regocijarse en que sus nombres estuvieran
escritos en el cielo, mientras
los nombres altos y poderosos de los grandes de la tierra están
enterrados en el polvo.
Vv. 5—15. No se debe llevar el evangelio a los
gentiles hasta que los judíos lo hayan rechazado.
Esta limitación a los apóstoles fue sólo para su primera misión. —Doquiera
fueran debían
proclamar: El reino de los cielos se ha acercado. Ellos predicaron para establecer la fe; el reino para
animar la esperanza; de los cielos para inspirar el amor a las cosas celestiales y el desprecio por las
terrenales; que se ha acercado, para que los hombres se preparen sin tardanza. —Cristo dio poder
para hacer milagros como confirmación de su doctrina. Esto no es
necesario ahora que el reino de
Dios vino. Muestra que la intención de la doctrina que predicaban era
sanar almas enfermas y
resucitar a los que estaban muertos en pecado. —Al proclamar el
evangelio de la gracia gratuita
para sanidad y salvación de las almas de los hombres, debemos por sobre
todo evitar la aparición
del espíritu del asalariado. —Se les dice qué hacer en las ciudades y
pueblos desconocidos. El
siervo de Cristo es embajador de la paz en cualquier parte donde sea
enviado. Su mensaje es hasta
para los pecadores más viles, aunque les corresponde buscar a las
mejores personas de cada lugar.
Nos conviene orar de todo corazón por todos y conducirnos cortésmente
con todos. —Se les da
instrucciones sobre cómo actuar con los que les rechacen. Todo el
consejo de Dios debe ser
declarado y a los que no escuchen el mensaje de gracia, se les debe
mostrar que su estado es
peligroso. Esto debe ser tomado muy en serio por todos los que oyen el
evangelio, no sea que sus
privilegios les sirvan sólo para aumentar su condena.
Vv. 16—42. Nuestro Señor advierte a sus discípulos
que se preparen para la persecución. Ellos
tenían que evitar todas las cosas que den ventaja a sus enemigos, toda
intromisión en los afanes
políticos o mundanos, toda apariencia de mal o egoísmo, y todas las
medidas clandestinas. Cristo
predice dificultades no sólo para que los trastornos no sean sorpresa
sino para que ellos puedan
confirmar su fe. Les dice que deben sufrir y de quiénes. Así, Cristo nos
ha tratado fiel y
equitativamente, diciéndonos lo peor que podemos hallar en su servicio;
y quiere que así nos
tratemos a nosotros mismos, al sentarnos a calcular el costo. —Los
perseguidores son peores que
las bestias, porque hacen presa de los mismos de su especie. Los lazos
de amor y deber más sólidos
a menudo se han roto por enemistad contra Cristo. Los sufrimientos de
parte de amistades y
parientes son muy dolorosos; nada hiere más. Simplemente parece que
todos los que quieren vivir
piadosamente en Cristo Jesús padecerán persecución; y debemos esperar
que a través de muchas
tribulaciones entremos en el reino de Dios. —En esta predicción de
problemas, hay consejos y
consuelo para los momentos de prueba. Los discípulos de Cristo son
odiados y perseguidos como
serpientes, y se procura su ruina, y necesitan la sabiduría de la
serpiente, pero la sencillez de las
palomas. No sólo no dañen a nadie sino que no le tengan mala voluntad a
nadie. Debe haber
cuidado prudente, pero no deben dejarse dominar por pensamientos de
angustia y confusión; que
esta preocupación sea echada sobre Dios. Los discípulos de Cristo deben
pensar más en hacer el
bien que en hablar bien. En el caso de gran peligro, los discípulos de
Cristo pueden salirse del
camino peligroso, aunque no deben salirse del camino del deber. No se
deben usar medios
pecaminosos e ilícitos para escapar; porque entonces, no es una puerta
que Dios ha abierto. El temor
al hombre le pone una trampa, una trampa de confusión que perturba
nuestra paz; una trampa que
enreda, por la cual somos atraídos al pecado; y, por tanto, se debe
luchar y orar en su contra. La
tribulación, la angustia y la persecución no pueden quitarles el amor de
Dios por ellos o el de ellos
por Él. Temed a aquel que puede destruir cuerpo y alma en el infierno. —Ellos
deben dar su
mensaje públicamente, porque todos están profundamente preocupados de la
doctrina del evangelio.
Hay que dar a conocer todo el consejo de Dios, Hechos xx, 27. Cristo les
muestra por qué deben
estar de buen ánimo. Sus sufrimientos testifican contra los que se
oponen a su evangelio. Cuando
Dios nos llama a hablar por Él, podemos depender de Él para que nos
enseñe qué decir. Una
perspectiva fiel del final de nuestras aflicciones será muy útil para
sostenernos cuando estemos
sometidos a ellas. El poder será conforme al día. De gran aliento para
los que están haciendo la obra
de Dios es que sea una obra que ciertamente será hecha. —Véase cómo el
cuidado de la providencia
se extiende a todas las criaturas, aun a los gorriones. Esto debe
acallar todos los temores del pueblo
de Dios: Vosotros valéis más que muchos gorriones. Los mismos cabellos
de vuestra cabeza están
todos contados. Esto denota la cuenta que Dios hace y mantiene de su
pueblo. Nuestro deber es no
sólo creer en Cristo, sino profesar esa fe, sufriendo por Él, cuando
somos llamados a ello, como
asimismo a servirlo. Aquí sólo se alude a la negación de Cristo que es
persistente, y esa confesión
sólo puede tener la bendita recompensa aquí prometida, que es el
lenguaje verdadero y constante del
amor y la fe. La religión vale todo; todos los que creen su verdad,
llegarán al premio y harán que
todo lo demás se rinda a ello. Cristo nos guiará a través de los
sufrimientos para gloriarnos con Él.
Los mejores preparados para la vida venidera son los que están más
libres de esta vida presente. —
Aunque la bondad hecha a los discípulos de Cristo sea sumamente pequeña,
será aceptada cuando
haya ocasión para ella y no haya capacidad de hacer más. Cristo no dice
que merezcan recompensa,
porque no podemos merecer nada de la mano de Dios; pero recibirán un
premio de la dádiva
gratuita de Dios. Confesemos osadamente a Cristo y mostremos nuestro
amor por Él en todas las
cosas.
CAPÍTULO XI
Versículos 1. La prédica de Cristo. 2—6. La respuesta de Cristo a los discípulos
de Juan. 7—15. El
testimonio de Cristo acerca de Juan el Bautista. 16—24. La perversidad de los judíos. 25—30.
El evangelio revelado al simple.—Invitación a los cargados.
V. 1. Nuestro divino Redentor nunca se cansó
de su obra de amor; y nosotros no debemos agotarnos
de hacer el bien, porque a su debido tiempo cosecharemos si no
desfallecemos.
Vv. 2—6. Algunos piensan que Juan envió a
preguntar esto para su satisfacción. Donde hay
verdadera fe, puede aún haber una mezcla de duda. La incredulidad
remanente en los hombres
buenos puede, en la hora de tentación, cuestionar a veces las verdades
más importantes. Pero
esperamos que la fe de Juan no fallara en este asunto, y que él sólo
deseara verla fortalecida y
confirmada. Otros piensan que Juan envió a sus discípulos a Cristo para
satisfacción de ellos. —
Cristo les señala lo que han oído y visto. La condescendencia y la
compasión de la gracia de Cristo
por los pobres muestran que Él era quien debía traer al mundo las
tiernas misericordias de nuestro
Dios. —Las cosas que los hombres ven y oyen, comparadas con las
Escrituras, dirigen el camino en
que se debe hallar la salvación. Cuesta vencer prejuicios, y peligroso
es no vencerlos, pero los que
creen en Cristo, verán que su fe será hallada mucho más para la alabanza,
honra y gloria.
V. 7—15. Lo que Cristo dijo acerca de Juan no
sólo fue para elogiarlo, sino para provecho del
pueblo. Los que oyen la palabra serán llamados a dar cuenta de su
provecho. ¿Pensamos que se
termina el cuidado cuando se termina el sermón? No, entonces empieza el
mayor de los cuidados.
—Juan era un hombre abnegado, muerto para todas las pompas del mundo y
los placeres de los
sentidos. Conviene que la gente, en todas sus apariencias, sea coherente
con su carácter y situación.
—Juan era hombre grande y bueno, pero no perfecto; por tanto, no alcanzó
la estatura de los santos
glorificados. El menor en el cielo sabe más, ama más, y hace más
alabando a Dios y recibe más de
Él que el más grande de este mundo. Pero por el reino de los cielo aquí se
debe entender más bien al
reino de la gracia, la dispensación del evangelio en su poder y pureza.
¡Cuánta razón tenemos para
estar agradecidos que nuestra suerte esté echada en los días del reino
de los cielos, bajo tales
ventajas de luz y amor! —Hay multitudes que fueron traídas por el
ministerio de Juan y llegaron a
ser discípulos suyos. Y hubo quienes lucharon por un lugar en este
reino, que nadie pensaría que
tenían derecho ni título para eso, y parecieron ser intrusos. Nos
muestra cuánto fervor y celo se
requiere de todos. Hay que negar el yo; hay que cambiar la inclinación,
la disposición y el
temperamento de la mente. Los que tengan un interés en la salvación
grandiosa, lo tendrán a
cualquier costo, y no pensarán que es difícil ni la dejarán ir sin una
bendición. Las cosas de Dios
son de preocupación grande y común. Dios no requiere más de nosotros que
el uso justo de las
facultades que nos ha dado. La gente es ignorante porque no quiere
aprender.
Vv. 16—24. Cristo reflexiona en los escribas y
fariseos que tenían un orgulloso concepto de sí.
Compara la conducta de ellos con el juego de los niños que, enojándose
sin razón, rebaten todos los
intentos de sus compañeros por complacerlos, o para que se unan a los
juegos para los cuales
acostumbraban reunirse. —Las objeciones capciosas de los hombres
mundanos son a menudo muy
burlonas y demuestran gran malicia. Algo tienen que criticar de todos
por excelente y santo que sea.
Cristo, que era inmaculado, y apartado de los pecadores, aquí se
presenta junto con ellos y
contaminado por ellos. La inocencia más inmaculada no siempre será
defensa contra el reproche. —
Cristo sabía que los corazones de los judíos eran más enconados y
endurecidos contra sus milagros
y doctrinas que los de Tiro y Sidón; por tanto, su condenación será
mayor. El Señor ejerce su
omnipotencia, pero no castiga más de lo que merecen y nunca retiene el
conocimiento de la verdad
de aquellos que lo anhelan.
Vv. 25—30. Corresponde a los hijos ser agradecidos.
Cuando vamos a Dios como Padre,
debemos recordar que Él es el Señor de cielo y tierra, lo cual nos
obliga a ir a Él con reverencia en
cuanto es Señor soberano de todo; aunque con confianza como a Quien es
capaz de defendernos del
mal y proporcionarnos todo bien. —Nuestro bendito Señor agregó una
declaración notable: que el
Padre había puesto en Sus manos todo poder, autoridad y juicio. Estamos
endeudados con Cristo
por toda la revelación que tenemos de la voluntad y el amor de Dios
Padre, aun desde que Adán
pecó. —Nuestro Salvador ha invitado a todos los que trabajan fuerte y
están muy cargados que
vayan a Él. En algunos sentidos, todos los hombres están así. Los
hombres mundanos se recargan
con preocupaciones estériles por la riqueza y los honores; el alegre y
sensual se esfuerza en pos de
los placeres; el esclavo de Satanás y sus propias lujurias es el siervo
más esclavizado de la tierra.
Los que trabajan duro por establecer su propia justicia, también
trabajan en vano. El pecador
convicto está muy cargado de culpa y terror; y el creyente tentado y
afligido tiene trabajos duros y
cargas. Cristo los invita a todos a que vayan a Él en pos de reposo para
sus almas. Él solo da esta
invitación: los hombres van a Él cuando, sintiendo su culpa y miseria, y
creyendo su amor y poder
para socorrer, lo buscan con oración ferviente. Así, pues, es deber e
interés de los pecadores
trabajados y cargados, ir a Jesucristo. Este es el llamado del
evangelio: quienquiera que quiera,
venga. Todos los que así van recibirán reposo como regalo de Cristo, y
obtendrán paz y consuelo en
su corazón. Pero al ir a Él deben tomar su yugo y someterse a su
autoridad. Deben aprender de Él
todas las cosas acerca de su consuelo y obediencia. Él acepta al siervo
dispuesto, por imperfectos
que sean sus servicios. Aquí podemos hallar reposo para nuestras almas,
y sólo aquí. —Ni tenemos
que temer su yugo. Sus mandamientos son santos, justos y buenos.
Requiere negarse a sí mismo y
trae dificultades, pero esto es abundatemente recompensado, ya en este
mundo, por la paz y el gozo
interior. Es un yugo forrado con amor. Tan poderosos son los socorros
que nos da, tan adecuadas las
exhortaciones, y tan fuertes las consolaciones que se encuentran en el
camino del deber, que
podemos decir verdaderamente, que es un yugo grato. El camino del deber
es el camino del reposo.
Las verdades que enseña Cristo son tales que podemos aventurar por ellas
nuestra alma. —Tal es la
misericordia del Redentor, y ¿por qué debe el pecador laborioso y
cargado buscar reposo en alguna
otra parte? Vamos diariamente a Él en busca de la liberación de la ira y
de la culpa, del pecado y de
Satanás, de todas nuestras preocupaciones, temores y dolores. Pero la
obediencia forzada, lejos de
ser fácil y liviana, es carga pesada. En vano nos acercamos a Jesús con
nuestros labios mientras el
corazón esté lejos de Él. Entonces, venid a Jesús para hallar reposo
para vuestras almas.
CAPÍTULO XII
Versículos 1—8. Jesús defiende a
sus discípulos por espigar en el día de reposo. 9—13.
Jesús sana
en el día de reposo al hombre de la mano seca. 14—21. Malicia de los fariseos. 22—30. Jesús
sana a un endemoniado. 31, 32. Blasfemia de los fariseos. 33—37. Las malas palabras
proceden de un corazón malo. 38—45. Escribas y fariseos reprendidos por pedir señales. 46—
50. Los discípulos de Cristo son sus
hermanos más cercanos.
Vv. 1—8. Estando en los campos de trigo, los
discípulos empezaron a sacar trigo: la ley de Dios lo
permitía, Deuteronomio xxiii, 25. Esta era una magra provisión para
Cristo y sus discípulos, pero se
contentaban con eso. Los fariseos no discutieron con ellos por cortar el
trigo de otro hombre, sino
por hacerlo el día de reposo. Cristo vino a libertar a sus seguidores,
no sólo de las corrupciones de
los fariseos, sino de sus reglas antibíblicas, y justificó lo que ellos
hicieron. El más grande no verá
satisfechas sus concupiscencias, pero el menor verá que hay
consideración por sus necesidades. Los
trabajos en el día de reposo son legítimos si son necesarios, y el día
de reposo es para fomentar, y
no para obstaculizar la adoración. Se debe hacer la provisión necesaria
para la salud y la comida,
pero el caso es muy diferente cuando se tienen sirvientes en casa, y las
familias se vuelven
escenario de apresuramientos y confusión en el día del Señor, para dar
un festín a los visitantes o
para darse un gusto. Cabe condenar cosas como esas y muchas otras que
son comunes entre los
profesantes. El descanso del día de reposo fue ordenado para bien del
hombre, Deuteronomio, v, 14.
No se debe entender ninguna ley en forma tal que contradiga su propia
finalidad. Como Cristo es el
Señor del día de reposo, es apropiado que dedique para sí el día y su
obra.
Vv. 9—13. Cristo demuestra que las obras de
misericordia son lícitas y propias para hacerlas en
el día del Señor. Hay otras maneras de hacer el bien en los días de
reposo además de los deberes de
la adoración: atender al enfermo, aliviar al pobre, ayudar a los que
necesitan alivio urgente, enseñar
a los jóvenes a cuidar sus almas; estas obras hacen el bien: y deben
hacerse por amor y caridad, con
humildad y abnegación, y serán aceptadas, Génesis iv, 7. —Esto tiene un
significado espiritual,
como otras sanidades que obró Cristo. Por naturaleza nuestras manos
están secas y por nosotros
mismos somos incapaces de hacer nada que sea bueno. Sólo Cristo nos cura
por el poder de su
gracia; Él sana la mano seca poniendo vida en el alma muerta; obra en
nosotros tanto el querer
como el hacer: porque, con el mandamiento, hay una promesa de gracia
dada por la palabra.
Vv. 14—21. Los fariseos hicieron consulta para
hallar alguna acusación contra Jesús para
condenarlo a muerte. Consciente de la intención de ellos, Él se retiró
de ese lugar, porque su tiempo
no había llegado. —El rostro no corresponde más exactamente al rostro
reflejado en el agua, que el
carácter de Cristo esbozado por el profeta con su temperamento y
conducta descrito por los
evangelistas. Encomendemos con alegre confianza nuestras almas a un
Amigo tan bueno y fiel.
Lejos de romperla, fortalecerá la caña quebrada; lejos de apagar el
pábilo humeante, o casi
extinguido, más bien Él soplará para avivar la llama. Desechemos las
contiendas y los debates
airados; recibámonos unos a otros como Cristo nos recibe. Y mientras
estemos animados por la
bondad de la gracia de nuestro Señor, debemos orar que su Espíritu
repose en nosotros y nos haga
capaces de imitar su ejemplo.
Vv. 22—30. Un alma sometida al poder de Satanás, y
cautivada por él, está ciega a las cosas de
Dios y muda ante el trono de la gracia; nada ve y nada dice a propósito.
Satanás ciega los ojos con
la incredulidad; y sella los labios de la oración. Mientras más gente
magnificaba a Cristo, más
deseosos de injuriarlo estaban los fariseos. Era evidente que si Satanás
ayudaba a Jesús a expulsar
demonios, ¡el reino del infierno estaba dividido contra sí mismo,
entonces, cómo podría resistir! Y
si decían que Jesús echaba fuera demonios por el príncipe de los
demonios, no podían probar que
sus hijos los echaran por algún otro poder. Hay dos grandes intereses en
el mundo; y cuando los
espíritus inmundos son expulsados por el Espíritu Santo, en la
conversión de los pecadores a una
vida de fe y obediencia, ha llegado a nosotros el reino de Dios. Todos
los que no ayudan, ni se
regocijan con esa clase de cambio, están contra Cristo.
Vv. 31, 32. He aquí una bondadosa seguridad del
perdón de todo pecado en las condiciones del
evangelio. Cristo sienta aquí el ejemplo para que los hijos de los
hombres estén dispuestos para
perdonar las palabras que se dicen contra ellos. Pero los creyentes
humildes y conscientes son
tentados, a veces, para que piensen que han cometido el pecado
imperdonable, mientras los que más
se aproximan a eso, rara vez tienen algún temor por ello. Podemos tener
la seguridad de que los que
indudablemente se arrepienten y creen el evangelio, no han cometido este
pecado o algún otro de la
misma clase; porque el arrepentimiento y la fe son dones especiales de
Dios que no otorgaría a
ningún hombre si estuviera decidido a no perdonarle; los que temen haber
cometido este pecado,
dan una buena señal de que no. El pecador tembloroso y contrito tiene en
sí mismo el testimonio de
que no es así en su caso.
Vv. 33—37. El idioma del hombre descubre de qué
país procede, igualmente de qué clase de
espíritu es. El corazón es la fuente, las palabras son los arroyos. Una
fuente turbia y una corriente
corrupta deben producir arroyos barrosos y desagradables. Nada sanará
las aguas, sazonará el habla,
ni purificará la comunicación corrupta sino la sal de la gracia, echada
en la corriente. El hombre
malo tiene un mal tesoro en su corazón, del cual el pecador saca las
malas palabras y las malas
acciones para deshonrar a Dios y herir al prójimo. Velemos continuamente
sobre nosotros mismos
para que podamos hablar plabras conformes al carácter cristiano.
Vv. 38—45. Aunque Cristo siempre está listo para
oír y responder los deseos y las oraciones
santas, los que piden mal, piden y, sin embargo, no tienen. Se dieron
señales a los que las deseaban
para confirmar su fe, como Abraham y Gedeón; pero se negaron a los que
las exigían para excusar
su incredulidad. La resurrección de Cristo de entre los muertos por su
poder, aquí se llama señal de
Jonás el profeta, y es la gran prueba de que Cristo era el Mesías. Como
Jonás estuvo tres días y tres
noches en el pez grande, y luego volvió a salir vivo, así estaría Cristo
ese tiempo en la tumba y
resucitaría. —Los ninivitas avergonzarían a los judíos por no
arrepentirse; la reina de Saba los
avergonzaría por no creer en Cristo. Nosotros no tenemos esos
impedimentos, no vamos a Cristo
con esas inseguridades. Esta parábola representa el caso de la iglesia y
nación judía. También es
aplicable a todos los que oyen la palabra de Dios y, se reforman en
parte, pero no se convierten de
verdad. El espíritu inmundo se va por un tiempo, pero cuando vuelve,
encuentra que Cristo no está
ahí para impedirle entrar; el corazón está barrido por la reforma
externa, pero adornado por los
preparativos para cumplir las malas sugerencias, y el hombre se vuelve
enemigo más decidido de la
verdad. Todo corazón es la residencia de espíritus inmundos, salvo los
que son templo del Espíritu
Santo, por fe en Cristo.
Vv. 46—50. La prédica de Cristo era simple, y
familiar, y adecuada para sus oyentes. Su madre
y sus hermanos estaban dentro, deseando oírle. Frecuentemente los que
están más cerca de los
medios de conocimiento y de gracia son los más negligentes. Somos buenos
para descuidar lo que
pensamos que podemos tener un día, olvidando que el mañana no es
nuestro. A menudo nos
topamos con obstáculos a nuestra obra, de parte de amigos que nos
rodean, y sacados de los
cuidados por las cosas de esta vida, de las preocupaciones de nuestra
alma. —Cristo estaba tan
dedicado a su obra que ningún deber natural o de otra índole lo apartaba
de ella. No se trata que, so
pretexto de la religión, seamos insolentes con los padres o malos con
los padres, sino que el deber
menor debe quedar a la espera mientras se hace el mayor. Dejemos a los
hombres y aferrémonos a
Cristo; miremos a todo cristiano, en cualquier condición de vida, como
hermano, hermana, o madre
del Señor de la gloria; amemos, respetemos y seamos amables con ellos
por amor a Él y siguiendo
su ejemplo.
CAPÍTULO XIII
Versículos 1—23. La parábola del
sembrador. 24—30. 36—43. La parábola de la cizaña. 31—35.
Las parábolas de la semilla de mostaza y la levadura. 44—52. Las parábolas del tesoro
escondido, la perla preciosa, la red arrojada al mar, y el dueño de
casa. 53—58. Jesús es
nuevamente rechazado en Nazaret.
Vv. 1—23. Jesús se embarcó en una barca para ser
menos presionado y para que la gente escuchara
mejor. Con esto nos enseña en las circunstancias externas de la
adoración a no desear lo que es
majestuoso, sino hacer lo mejor de las facilidades que Dios nos asigna
en su providencia. Cristo
enseñaba con parábolas. Por medio de ellas simplificaba y hacía más
fáciles las cosas de Dios para
los dispuestos a ser enseñados, y más difíciles y oscuras para los
dispuestos a ser ignorantes. —La
parábola del sembrador es clara. La semilla sembrada es la palabra de
Dios. El sembrador es nuestro
Señor Jesucristo, por sí o por sus ministros. Predicar a una multitud es
sembrar el grano; no
sabemos dónde brotará. Una clase de terreno, aunque nos demos mucho
trabajo, no da fruto
adecuado mientras la buena tierra da fruto con abundancia. Así ocurre en
los corazones de los
hombres, cuyos diferentes caracteres están aquí descritos como cuatro
clases de terreno. —Los
oyentes negligentes y frívolos son presas fáciles para Satanás que, como
el gran homicida de las
almas, es el gran ladrón de sermones, y con seguridad estará presto para
robarnos la palabra si no
tenemos el cuidado de obedecerla. —Los hipócritas, como el terreno
pedregoso, suelen tener el
comienzo de los cristianos verdaderos en su muestra de profesión de fe.
Muchos de los que se
alegran de oír un buen sermón, son los que no se benefician. Se les
habla de la salvación gratuita, de
los privilegios de los creyentes, y la felicidad del cielo; y, sin
cambio de corazón, sin convicción
permanente de su propia depravación, de su necesidad del Salvador o de la
excelencia de la
santidad, pronto profesan una seguridad sin fundamentos. Pero cuando una
prueba pesada los
amenaza o pueden tener una ventaja pecaminosa, se rinden u ocultan su
profesión o se vuelven a un
sistema más fácil. —Los afanes del mundo son apropiadamente comparados
con las espinas, porque
vinieron con el pecado y son fruto de la maldición; son buenos en su
lugar para llenar un vacío, pero
debe estar bien armado el hombre que tenga mucho que ver con ellos;
enredan, afligen, arañan y su
fin es ser quemados, Hebreos vi, 8. Los afanes del mundo son grandes
obstáculos para tener
provecho de la palabra de Dios. Lo engañoso de las riquezas obra el mal;
no se puede decir que nos
engañamos a menos que depositemos nuestra confianza en ellas, entonces
ahogamos la buena
semilla. —Lo que distinguió al buen terreno fue la fructificación. Por
esto se distinguen los
cristianos verdaderos de los hipócritas. Cristo no dice que la buena
tierra no tenga piedras y espinas,
sino que nada puede impedir que dé fruto. Todos no son iguales; debemos
apuntar más alto para dar
más fruto. El sentido del oído no puede ser mejor usado que para oír la
palabra de Dios; y
mirémonos a nosotros para que sepamos que clase de oyente es.
Vv. 24—30. 36—43. Esta parábola
representa el estado presente y el futuro de la Iglesia del
evangelio; el cuidado de Cristo por ella, la enemistad del diablo contra
ella; la mezcla de buenos y
malos que tiene en este mundo, y la separación entre ellos en el otro
mundo. Tan proclive a pecar es
el hombre caído que si el enemigo siembra, puede seguir su camino, y la
cizaña brotará y hará daño;
mientras cuando se siembra buena semilla, debe cuidarse, regarse y
protegerse. Los siervos se
quejan a su amo: Señor ¿no sembraste buena semilla en tu campo? Sin duda
que sí; lo que sea que
esté mal en la iglesia tengamos la seguridad que no es de Cristo. Aunque
los transgresores groseros,
y otros que se oponen abiertamente al evangelio, debieran ser separados
de la sociedad de los fieles,
sin embargo, no hay, destreza humana que pueda efectuar una separación
precisa. Los que se
oponen no deben ser sacados sino instruidos, y con mansedumbre. Y aunque
los buenos y los malos
estén juntos en este mundo, sin embargo, en el día grande del juicio
serán separados; entonces serán
claramente conocidos el justo y el impío; a veces aquí cuesta mucho
distinguir entre ellos. No
hagamos iniquidad si conocemos el temor del Señor. —En la muerte los
creyentes brillarán por sí
mismos; en el día grande, brillarán ante todo el mundo. Brillarán por
reflejo, con luz prestada de la
Fuente de luz. La santificación de ellos será perfeccionada y su
justificación, publicada. Que
seamos hallados en ese feliz número.
Vv. 31—35. El alcance de la parábola de la semilla de mostaza es mostrar
que los comienzos
del evangelio es pequeño pero su final será grande; de este modo será
ejecutada la obra de gracia en
el corazón, el reino de Dios dentro de nosotros. En el alma donde
verdaderamente está la gracia,
crecerá en realidad, aunque, quizá al comienzo, no sea discernida, pero
al final tendrá gran fuerza y
utilidad. —La predicación del evangelio obra como levadura en el corazón
de los que lo reciben. La
levadura obra ciertamente, así lo hace la palabra, pero gradualmente.
Obra silenciosamente y sin ser
vista, pero sin fallar. Así fue en el mundo. Los apóstoles, predicando el evangelio, escondieron un
puñado de levadura en la gran masa de la humanidad. Fue hecho poderoso
por el Espíritu de Jehová
de los ejércitos, que obra y nada puede impedirlo. En el corazón es así. Cuando el evangelio llega al
alma, obra un cambio radical; se expande a todos los poderes y
facultades del alma, y altera la
propiedad aun de los miembros del cuerpo, Romanos vi, 13. De estas
parábolas se nos enseña
esperar un progreso gradual; por tanto, preguntemos, ¿estamos creciendo
en gracia y en los santos
principios y costumbres?
Vv. 44—52. He aquí cuatro parábolas: —1. La del
tesoro escondido en el campo. Muchos
toman a la ligera el evangelio porque miran sólo la superficie del
campo. Pero todos los que
escudriñan las Escrituras, para hallar en ellas a Cristo y la vida
eterna, Juan v, 39, descubrirán tal
tesoro que a este campo lo hace indeciblemente valioso; se aprpopian de
él a cualquier costo.
Aunque nada pueda darse como precio por la salvación, sin embargo, mucho
debe darse por amor a
ella. —2. Todos los hijos de los hombres están ocupados; uno será rico,
otro será honorable, aun
otro será docto; pero la mayoría está engañada y toman las
falsificaciones por perlas legítimas.
Jesucristo es la Perla de gran precio; teniéndolo a Él tenemos
suficiente para hacernos dichosos aquí
y para siempre. El hombre puede comprar oro muy caro, pero no esta Perla
de gran precio. Cuando
el pecador convicto ve a Cristo como el Salvador de gracia, todo lo
demás pierde valor para sus
pensamientos. —3. El mundo es un mar ancho, y en su estado natural, los
hombres son como los
peces. Predicar el evangelio es echar una red en este mar para pescar
algo para gloria de Quien tiene
la soberanía sobre este mar. Los hipócritas y los cristianos verdaderos
serán separados: desgraciada
es la condición de quienes, entonces, serán echados fuera. —4. El fiel y
diestro ministro del
evangelio es un escriba bien versado en las cosas del evangelio y capaz
de enseñarlas. Cristo lo
compara con un buen dueño de casa, que trae los frutos de la cosecha del
año anterior y lo recogido
este año, abundante y variado, para tratar a sus amigos. Todas las
experiencias antiguas y las
observaciones nuevas tienen su utilidad. Nuestro lugar está a los pies
de Cristo, y debemos aprender
diariamente de nuevo las viejas lecciones y, también, las nuevas.
Vv. 53—58. Cristo repite su ofrecimiento a los que
lo han rechazado. Ellos le reprochan: ¿No es
éste el hijo del carpintero? Sí, es cierto que tenía la fama de serlo; y
no es desgracia ser el hijo de un
comerciante honesto; debieron respetarle más porque era uno de ellos
mismos, pero, por eso lo
despreciaron. —No hizo muchas obras poderosas ahí debido a la
incredulidad de ellos. La
incredulidad es el gran estorbo para los favores de Cristo.
Mantengámonos fieles a Él como el
Salvador que hizo nuestra paz con Dios.
CAPÍTULO XIV
Versículos 1—12. La muerte de Juan
el Bautista. 13—21. Cinco
mil personas son alimentadas
milagrosamente. 22—33. Jesús camina sobre el mar. 34—36. Jesús sana al enfermo.
Vv. 1—12. El terror y el reproche de la conciencia
que Herodes, como otros ofensores osados, no
pudo quitarse, son prueba y advertencia de un juicio futuro y de su
miseria futura. Pero puede haber
terror por la convicción de pecado donde no está la verdad de la
conversión. Cuando los hombres
pretenden favorecer el evangelio, pero viven en el mal, no debemos
permitir que se engañen a sí
mismos, sino librar nuestra conciencia como hizo Juan. El mundo puede
decir que esto es rudeza y
celo ciego. Los profesantes falsos o los cristianos tímidos pueden
censurarlo como falta de
civilización, pero los enemigos más poderosos no pueden ir más allá de
donde al Señor le place
permitir. —Herodes temía que mandar matar a Juan pudiera levantar una
revuelta en el pueblo, lo
que éste no hizo; pero nunca temió que pudiera despertar su propia
conciencia en su contra, lo que
sí ocurrió. Los hombres temen ser colgados por lo que no temen ser
condenados. Las épocas de
alegría y júbilo carnal son temporadas convenientes para ejecutar malos
designios contra el pueblo
de Dios. —Herodes recompensó profusamente una danza indigna, mientras la
prisión y la muerte
fueron la recompensa para el hombre de Dios que procuraba salvarle su
alma. Pero había una
verdadera maldad contra Juan tras su consentimiento o, de lo contrario,
Herodes hubiera hallado
formas de librarse de su promesa. —Cuando los pastores de abajo son
derribados, las ovejas no
tienen que dispersarse mientras tengan al Gran Pastor al cual acudir. Es
mejor ser llevado a Cristo
por necesidad y por pérdida que dejar de ir a Él completamente.
Vv. 13—21. Cuando se retiran Cristo y su palabra,
es mejor para nosotros seguirlo, procurando
los medios de gracia para nuestra alma antes que cualquiera ventaja
mundanal. La presencia de
Cristo y de su evangelio, no sólo hacen soportable el desierto, sino
también deseable. —La pequeña
provisión de pan fue aumentada por el poder creador de Cristo, hasta que
toda la multitud se
satisfizo. Al buscar el bienestar para el alma de los hombres, debemos
tener compasión igualmente
de sus cuerpos. También recordemos de anhelar siempre una bendición para
nuestra comida, y
aprendamos a evitar todo desperdicio, porque la frugalidad es la fuente
apropiada de la generosidad.
Véase en este milagro un emblema del Pan de vida que descendió del cielo
para sustentar nuestra
alma que perecía. Las providencias del evangelio de Cristo parecen
magras y escasas para el
mundo, pero satisfacen a todos los que por fe se alimentan de Él en sus
corazones con acción de
gracias.
Vv. 22—33. No son seguidores de Cristo los que no
pueden disfrutar el estar a solas con Dios y
sus corazones. En ocasiones especiales, y cuando hallamos ensanchados
nuestros corazones, es
bueno continuar orando secretamente por largo tiempo, y derramar
nuestros corazones ante el
Señor. —No es cosa nueva para los discípulos de Cristo toparse con tormentas
en el camino del
deber, pero, por eso Él se muestra con más gracia a ellos y a favor de
ellos. Él puede tomar el
camino que le plazca para salvar a su pueblo. Pero hasta las apariencias
de liberación ocasionan a
veces problemas y perplejidad al pueblo de Dios por los errores que
tienen acerca de Cristo. Nada
debiera asustar a los que tienen a Cristo junto a ellos y que saben que
es suyo; ni la misma muerte.
—Pedro caminó sobre el agua, no por diversión ni por jactancia, sino
para ir a Jesús, y en eso fue
sostenido maravillosamente. Se promete sustento especial, y deben
esperarse, pero sólo en las
empresas espirituales; tampoco podemos siquiera ir a Jesús a menos que
seamos sostenidos por su
poder. Cristo le dijo a Pedro que fuera a Él, no sólo para que pudiera
andar sobre el agua, y así
conocer el poder de su Señor, sino para que conociera su propia
debilidad. A menudo el Señor
permite que Sus siervos tengan lo que eligen, para humillarlos y
probarlos, y para mostrar la
grandeza de su poder y su gracia. —Cuando dejamos de mirar a Cristo para
mirar la grandeza de las
dificultades que se nos oponen, empezamos a desfallecer, pero cuando le
invocamos, Él extiende su
brazo y nos salva. Cristo es el gran Salvador; quienes serán salvados
deben ir a Él y clamar
pidiendo salvación; nunca somos llevados a este punto, sino hasta que
nos hallamos zozobrando: el
sentido de la necesidad nos lleva a Él. —Reprendió a Pedro. Si
pudiéramos creer más, sufriríamos
menos. La debilidad de la fe y el predominio de nuestras dudas,
desagradan a nuestro Señor Jesús,
porque no hay buena razón para que los discípulos de Cristo tengan
dudas. Aun en un día
tempestuoso, Él es para ellos una ayuda muy presente. —Nadie sino el
Creador del mundo podía
multiplicar los panes, nadie sino su Gobernador podría andar sobre las
aguas del mar: los discípulos
se rindieron a la evidencia y confesaron su fe. Ellos fueron
apropiadamente afectados y adoraron a
Cristo. El que va a Dios debe creer; y el que cree en Dios, irá a Él,
Hebreos xi, 6.
Vv. 34—36. Dondequiera que fuera, Cristo hacía el
bien. Ellos llevaban a Él a todos los que
estaban enfermos. Acudían humildemente implorándole su ayuda. Las
experiencias del prójimo
pueden guiarnos y estimularnos a buscar a Cristo. A tantos como tocó,
hizo perfectamente íntegros.
A los que Cristo sana, los sana perfectamente. Si los hombres estuvieran
más familiarizados con
Cristo y con el estado enfermo de sus almas, se apiñarían para recibir
su poder sanador. La virtud
sanadora no estaba en el dedo, sino en la fe de ellos; o, más bien,
estaba en Cristo a quien se aferró
la fe de ellos.
CAPÍTULO XV
Versículos 1—9. Jesús habla de las
tradiciones humanas. 10—20. Advierte
contra las cosas que
realmente contaminan. 21—28. Sana a la hija de una mujer siriofenicia. 29—39.
Jesús sana al
enfermo y alimenta milagrosamente a cuatro mil.
Vv. 1—9. Las adiciones a las leyes de Dios
desacreditan su sabiduría, como si Él hubiera dejado
fuera algo necesario que el hombre puede suplir; de una u otra manera
llevan siempre a que los
hombres desobedezcan a Dios. ¡Cuán agradecidos debemos estar por la
palabra escrita de
Dios!
Nunca pensemos que la religión de la Biblia pueda ser mejorada por algún
agregado humano, sea en
doctrina o práctica. —Nuestro bendito Señor habló de sus tradiciones
como inventos propios de
ellos, y señaló un ejemplo en que esto era muy claro: las transgresiones
del quinto mandamiento.
Cuando se les pedía ayuda para las necesidades de un padre, ellos
alegaban que habían dedicado al
templo todo lo que podían disponer, aunque no se separaran de ello, y
por tanto, sus padres no
debían esperar nada de ellos. Esto era anular la efectividad del
mandamiento de Dios. —El sino de
los hipócritas es meter un pequeño paréntesis: “En vano me adoran”. No
complacerá a Dios ni les
aprovechará a ellos; ellos confían en vanidad, y la vanidad será su
recompensa.
Vv. 10—20. Cristo muestra que la contaminación que
debían temer no era la que entraba por la
boca como alimento, sino lo que salía de sus bocas, que demostraba la
maldad de sus corazones.
Nada durará en el alma, sino la gracia regeneradora del Espíritu Santo;
y nada debe ser admitido en
la iglesia, sino lo que es de lo alto; por tanto, no debemos
perturbarnos por quien se ofenda por la
afirmación clara y oportuna de la verdad. —Los discípulos piden que se
les enseñe mejor sobre esta
materia. Donde una cabeza débil duda de una palabra de Cristo, el
corazón recto y la mente
dispuesta buscan instrucción. —El corazón es perverso, Jeremías xvii, 9,
porque no hay pecado en
palabra y obra que no esté primero en el corazón. Salen todos del hombre
y son fruto de la maldad
que hay en el corazón y allí obra. Cuando Cristo enseña, muestra a los
hombres el engaño y la
maldad de sus corazones; les enseña a humillarse y buscar ser
purificados de sus pecados y de su
inmundicia en el manantial abierto.
Vv. 21—28. Los más remotos y oscuros rincones del
país reciben las influencias de Cristo;
después, los confines de la tierra verán su salvación. —La angustia y el
trastorno de su familia llevó
a una mujer a Cristo; aunque es la necesidad la que nos empuja a Cristo,
sin embargo, no seremos
desechados por él. Ella no limitó a Cristo a ningún caso particular de
misericordia, pero
misericordia, misericordia, es lo que ella rogó: ella no aduce mérito,
sino que depende de la
misericordia. Deber de los padres es orar por sus hijos, y ser
fervorosos para orar por ellos,
especialmente por sus almas. ¿Tenéis un hijo, una hija, dolorosamente
afligida con un demonio del
orgulloso, un demonio inmundo, un demonio de maldad, que está cautivo
por su voluntad? Este es
un caso más deplorable que el de la posesión corporal, y debéis
llevarlos por fe y oración a Cristo,
que Él solo es capaz de sanarlos. —Muchos métodos de la providencia de Cristo,
especialmente de
su gracia, para tratar con su pueblo, que son oscuros y confunden, se
pueden explicar por este
relato, que enseña que puede haber amor en el corazón de Cristo aunque
su rostro tenga el ceño
fruncido; y nos anima a confiar aún en Él aunque parezca listo para
matarnos. A quienes Cristo
piensa honrar más, los humilla para que sientan su indignidad. Un
corazón orgulloso sin humillar no
soportaría esto; ella lo convirtió en argumento para validar su
petición. —El estado de esta mujer es
un emblema del estado del pecador, profundamente consciente de la
miseria de su alma. Lo mínimo
de Cristo es precioso para un creyente, hasta las mismas migajas del Pan
de vida. De todas las
gracias, es la fe la que más honra a Cristo; por tanto, de todas las
gracias, Cristo honra más a la fe.
Él le sanó a la hija. Él habló y fue hecho. De aquí los que buscan ayuda
del Señor, y no reciben
respuesta de gracia, aprendan a convertir aun su indignidad y desaliento
en ruegos de misericordia.
Vv. 29—39. Cualquiera sea nuestro caso, la única
manera de encontrar bienestar y alivio es
dejarlo a los pies de Cristo, someterlo a Él y referirlo a su
disposición. Los que quieren salud
espiritual de Cristo, deben ser gobernados como a Él le agrada. Véase el
trabajo que ha hecho el
pecado: a cuanta variedad de enfermedades están sometidos los cuerpos
humanos. Aquí había tales
enfermedades que la fantasía no podía siquiera suponer su causa ni su
curación; sin embargo,
estaban sujetas al mando de Cristo. Las curas espirituales que obra
Cristo son maravillosas. Cuando
hace que las almas ciegas vean por fe, el mudo hable por la oración, el
rengo y el manco anden en
santa obediencia, es para maravillarse. —Su poder también fue mostrado a
la multitud en la
abundante provisión que hizo para ellos: la manera es muy semejante a lo
anterior. Todos comieron
y quedaron satisfechos. Cristo llena a quienes alimenta. Con Cristo hay
pan suficiente y para
guardar; provisiones de gracia para más de los que la buscan, y para
quienes buscan más. —Cristo
despidió a la gente. Aunque los había alimentado dos veces, no deben
esperar milagros para
encontrar su pan diario. Vuelvan a casa a sus ocupaciones y a sus mesas.
Señor, aumenta nuestra fe,
y perdona nuestra incredulidad, enseñándonos a vivir de tu plenitud y tu
abundancia para todas las
cosas que pertenecen a esta vida y a la venidera.
CAPÍTULO XVI
Versículos 1—4. Los fariseos y los
saduceos piden señal. 5—12. Jesús
advierte contra la doctrina
de los fariseos. 13—20. El testimonio de Pedro de que Jesús era el Cristo. 21—23. Cristo
predice sus sufrimientos y reprende a Pedro. 24—28. La necesidad de negarse a sí mismo.
Vv. 1—4. Los fariseos y los saduceos se oponían
unos a otros en principios y conducta, pero se
unieron contra Cristo. Pero deseaban una señal de su propia elección:
despreciaron las señales que
aliviaban la necesidad del enfermo y angustiado, y pidieron otra cosa
que gratificara la curiosidad
del orgulloso. Gran hipocresía es buscar señales de nuestra propia
invención, cuando pasamos por
alto las señales ordenadas por Dios.
Vv. 5—12. Cristo habla de cosas espirituales con
un símil y los discípulos lo entienden mal,
como de cosas carnales. Tomó a mal que ellos pensaran que Él se
preocupaba tanto del pan como
ellos; que estuvieran tan poco familiarizados con su manera de predicar.
Entonces entendieron ellos
lo que quería decir. Cristo enseña por el Espíritu de sabiduría en el
corazón, abriendo el
entendimiento al Espíritu de revelación en la palabra.
Vv. 13—20. Pedro dijo, por sí mismo y por sus
hermanos, que estaban seguros de que nuestro
Señor era el Mesías prometido, el Hijo del Dios vivo. Esto muestra que
creían que Jesús era más
que hombre. Nuestro Señor afirma que Pedro era bienaventurado, porque la
enseñanza de Dios lo
hacía diferente de sus compatriotas incrédulos. —Cristo agrega que lo
llama Pedro, aludiendo a su
estabilidad o firmeza para profesar la verdad. La palabra traducida “roca”
no es la misma palabra
“Pedro”, sino una de significado similar. Nada puede ser más erróneo que
suponer que Cristo
significó que la persona de Pedro era la roca. Sin duda que el mismo Cristo es la Roca, el
fundamento probado de la Iglesia; y ¡ay de aquel que intente poner otro!
La confesión de Pedro es
esta roca en cuanto doctrina. Si Jesús no fuera el Cristo, los que Él
posee no son de la Iglesia, sino
engañadores y engañados. Nuestro Señor declara luego la autoridad con
que Pedro sería investido.
Él habló en nombre de sus hermanos y esto lo relacionaba a ellos con Él.
Ellos no tenían
conocimiento certero del carácter de los hombres, y estaban propensos a
errores y pecados en su
conducta; pero ellos fueron guardados libres de error al establecer el
camino de aceptación y de
salvación, la regla de la obediencia, el carácter y la experiencia del
creyente, y la condenación final
de los incrédulos e hipócritas. En tales materias su decisión era recta
y confirmada en el cielo. Pero
todas las pretensiones de cualquier hombre, sean de desatar o atar los
pecados de los hombres, son
blasfemas y absurdas. Nadie puede perdonar pecados sino solamente Dios.
Y este atar y desatar en
el lenguaje corriente de los judíos, significaba prohibir y permitir, o
enseñar lo que es legal o ilegal.
Vv. 21—23. Cristo revela paulatinamente su
pensamiento a su pueblo. Desde esa época, cuando
los apóstoles hicieron la confesión completa de Cristo, que era el Hijo
de Dios, empezó a hablarles
de sus sufrimientos. Dijo esto para corregir los errores de sus
discípulos sobre la pompa y poder
externos de su reino. Quienes sigan a Cristo no deben esperar cosas
grandes ni elevadas en este
mundo. Pedro quería que Cristo aborreciera el sufrimiento tanto como él,
pero nos equivocamos si
medimos el amor y la paciencia de Cristo por los nuestros. No leemos de
nada que haya dicho o
hecho alguno de sus discípulos, en algún momento, que dejara ver que
Cristo se resintió tanto como
al oír esto. Quienquiera que nos saque de lo que es bueno y nos haga
temer que hacemos demasiado
por Dios, habla el lenguaje de Satanás. Lo que parezca ser tentación a
pecar debe ser resistido con
horror y no ser considerado. Los que renuncian a sufrir por Cristo,
saborean más las cosas del
hombre que las cosas de Dios.
Vv. 24—28. Un verdadero discípulo de Cristo es
aquel que lo sigue en el deber y lo seguirá a la
gloria. Es uno que anda en el mismo camino que anduvo Cristo, guiado por
su Espíritu, y va en sus
pasos, dondequiera que vaya. —“Niéguese a sí mismo”. Si negarse a sí
mismo es lección dura, no
es más de lo que aprendió y practicó nuestro Maestro, para redimirnos y
enseñarnos. “Tome su
cruz”. Aquí se pone cruz por todo problema que nos sobrevenga. Somos
buenos para pensar que
podemos llevar mejor la cruz ajena que la propia; pero mejor es lo que
nos está asignado, y
debemos hacer lo mejor de ello. No debemos, por nuestra precipitación y
necedad, acarrearnos
cruces a nuestras cabezas, sino tomarlas cuando estén en nuestro camino.
—Si un hombre tiene el
nombre y crédito de un discípulo, siga a Cristo en la obra y el deber
del discípulo. Si todas las cosas
del mundo nada valen cuando se comparan con la vida del cuerpo, ¡qué
fuerte el mismo argumento
acerca del alma y su estado de dicha o miseria eterna! Miles pierden sus
almas por la ganancia más
frívola o la indulgencia más indigna, sí, a menudo por solo pereza o
negligencia. Cualquiera sea el
objeto por el cual los hombres dejan a Cristo, ese es el precio con que
Satanás compra sus almas.
Pero un alma es más valiosa que todo el mundo. Este es el juicio de
Cristo para la materia; conocía
el precio de las almas, porque las rescató; ni hubiera subvalorado al
mundo, porque lo hizo. El
transgresor moribundo no puede comprar una hora de alivio para buscar
misericordia para su alma
que perece. Entonces, aprendamos justamente a valorar nuestra alma, y a
Cristo como el único
Salvador de ellas.
CAPÍTULO XVII
Versículos 1—13. La transfiguración
de Cristo. 14—21. Jesús
expulsa un espíritu sordomudo. 22,
23. Nuevamente predice sus sufrimientos. 24—27. Él obra un milagro para pagar el dinero
del
tributo.
Vv. 1—13. Ahora, los discípulos contemplaron algo
de la gloria de Cristo, como del unigénito del
Padre. Tenía el propósito de sostener la fe de ellos cuando tuvieran que
presenciar su crucifixión; les
daría una idea de la gloria preparada para ellos, cuando fueran
transformados por su poder y fueran
hechos como Él. —Los apóstoles quedaron sobrecogidos por la visión
gloriosa. Pedro pensó que
era más deseable seguir allí, y no volver a bajar para encontrarse con
los sufrimientos, de los cuales
tenía tan poca disposición para oír. En esto no sabía lo que decía. Nos
equivocamos si esperamos un
cielo aquí en la tierra. Sean cuales sean los tabernáculos que nos
propongamos hacer para nosotros
en este mundo, siempre debemos acordarnos de pedirle permiso a Cristo.
Aún no había sido
ofrecido el sacrificio sin el cual las almas de los hombres pecadores no
pueden ser salvadas; había
servicios importantes que Pedro y sus hermanos debían cumplir. —Mientras
Pedro hablaba, una
nube brillante los cubrió, señal de la presencia y gloria divina. Desde
que el hombre pecó, y oyó la
voz de Dios en el huerto, las apariciones desacostumbradas de Dios han
sido terribles para el
hombre. Cayeron postrados en tierra hasta que Jesús les dio ánimo;
cuando miraron alrededor
vieron sólo a su Señor como lo veían corrientemente. Debemos pasar por
diversas experiencias en
nuestro camino a la gloria, y cuando regresamos al mundo después de
participar en un medio de
gracia, debemos tener cuidado de llevar a Cristo con nosotros, y
entonces que sea nuestro consuelo
que Él está con nosotros.
Vv. 14—21. El caso de los hijos afligidos debe
presentarse a Dios con oración ferviente y fiel.
Cristo curó al niño. Aunque la gente era perversa y Cristo era
provocado, de todas maneras, atendió
al niño. Cuando fallan todas las demás ayudas y socorros, somos
bienvenidos a Cristo, podemos
confiar en Él y en su poder y bondad. —Véase aquí una señal del esfuerzo
de Cristo como nuestro
Redentor. Da aliento a los padres a llevar sus hijos a Cristo, cuyas
almas están bajo el poder de
Satanás; Él es capaz de sanarlos y está tan dispuesto como poderoso es.
No sólo llevadlos a Cristo
con oración, sino llevadlos a la palabra de Cristo; a los medios por los
cuales se derriban las
fortalezas de Satanás en el alma. —Bueno es que desconfiemos de nosotros
mismos y nuestra
fuerza, pero es desagradable para Cristo cuando desconfiamos de
cualquier poder derivado de Él u
otorgado por Él. También había algo en la enfermedad que dificultaba la
curación. El poder
extraordinario de Satanás no debe desalentar nuestra fe, sino
estimularnos a un mayor fervor al orar
a Dios para que sea aumentada. ¡Nos maravillamos al ver que Satanás
tenía la posesión corporal de
este joven, desde niño, cuando tiene la posesión espiritual de todo hijo
de Adán desde la caída!
Vv. 22, 23. Cristo sabía perfectamente todas las
cosas que le ocurrirían, pero emprendió la obra
de nuestra redención, lo cual demuestra fuertemente su amor. ¡Qué
humillación exterior y gloria
divina fue la vida del Redentor! Toda su humillación terminó en su
exaltación. Aprendamos a
soportar la cruz, a despreciar las riquezas y los honores mundanos y a
estar contentos con su
voluntad.
Vv. 24—27. Pedro estaba seguro de que su Maestro
estaba listo para hacer lo justo. Cristo habló
primero de darle pruebas de que no se podía esconder de Él ningún
pensamiento. Nunca debemos
renunciar a nuestro deber por temor a ofender, pero a veces tenemos que
negarnos a nosotros
mismos en nuestros intereses mundanos para no ofender. —Sin embargo, el
dinero estaba en el pez;
el único que sabe todas las cosas podía saberlo y sólo el poder
omnipotente podía llevarlo al
anzuelo de Pedro. —El poder y la pobreza de Cristo deben mencionarse
juntos. Si somos llamados
por la providencia a ser pobres como nuestro Señor, confiemos en su
poder y nuestro Dios satisfará
toda nuestra necesidad, conforme a sus riquezas en gloria por Cristo
Jesús. En la senda de la
obediencia, en el curso, quizá, de nuestra vocación habitual, como ayudó
a Pedro, así nos ayudará.
Si se presentara una emergencia repentina, que no estamos preparados
para enfrentar, no recurramos
al prójimo sin antes buscar a Cristo.
CAPÍTULO XVIII
Versículos 1—6. La importancia de
la humildad. 7—14. Advertencia
contra las ofensas. 15—20.
La remoción de las ofensas. 21—35. Conducta para con los hermanos.—La parábola del siervo
sin misericordia.
Vv. 1—6. Cristo habló muchas palabras sobre sus
sufrimientos, pero sólo una de su gloria; sin
embargo, los discípulos se aferraron de esta y olvidaron las otras. A
muchos que les gusta oír y
hablar de privilegios y de gloria están dispuestos a soslayar los
pensamientos acerca de trabajos y
problemas. Nuestro Señor puso ante ellos un niñito, asegurándoles con
solemnidad que no podrían
entrar en su reino si no eran convertidos y hechos como los pequeñuelos.
Cuando los niños son muy
pequeños no desean la autoridad, no consideran las distinciones
externas, están libres de maldad,
son enseñables y dispuestos a confiar en sus padres. Verdad es que
pronto empiezan a mostrar otras
disposiciones y a edad temprana se les enseñan otras ideas, pero son
características de la infancia
las que los convierten en ejemplos adecuados de la mente humilde de los
cristianos verdaderos.
Ciertamente necesitamos ser renovados diariamente en el espíritu de
nuestra mente para que
lleguemos a ser simples y humildes como los pequeñuelos, y dispuestos a
ser el menor de todos.
Estudiemos diariamente este tema y examinemos nuestro espíritu.
Vv. 7—14. Considerando la astucia y maldad de
Satanás, y la debilidad y depravación de los
corazones de los hombres, no es posible que no haya sino ofensas. Dios
las permite para fines
sabios y santos, para que sean dados a conocer los que son sinceros y
los que no lo son.
Habiéndosenos dicho antes que habrá seductores, tentadores,
perseguidores y malos ejemplos,
permanezcamos de guardia. Debemos apartarnos, tan lícitamente como
podamos, de lo que puede
enredarnos en el pecado. Hay que evitar las ocasiones externas de
pecado. —Si vivimos conforme a
la carne, debemos morir. Si mortificamos, a través del Espíritu, a las
obras de la carne, viviremos.
Cristo vino al mundo a salvar almas y tratará severamente a los que
estorban el progreso de otros
que están orientando su rostro al cielo. ¿Y, alguno de nosotros rehusará
atender a los que el Hijo de
Dios vino a buscar y salvar? Un padre cuida a todos sus hijos, pero es
particularmente tierno con los
pequeños.
Vv. 15—20. Si alguien hace mal a un cristiano
confeso, éste no debe quejarse a los demás,
como suele hacerse, sino ir en forma privada a quien le ofendió, tratar
el asunto con amabilidad, y
reprender su conducta. Esto tendrá en el cristiano verdadero, por lo
general, el efecto deseado y las
partes se reconciliarán. Los principios de estas reglas pueden
practicarse en todas partes y en todas
las circunstancias, aunque son demasiado descuidados por todos. ¡Cuán
pocos son los que prueban
el método que Cristo mandó expresamente a todos sus discípulos! —En todos nuestros
procedimientos debemos buscar la dirección orando; nunca podremos
apreciar demasiado las
promesas de Dios. en cualquier tiempo o lugar que nos encontremos en el
nombre de Cristo,
debemos considerar que Él está presente en medio nuestro.
Vv. 21—35. Aunque vivamos totalmente de la
misericordia y el perdón, nos demoramos para
perdonar las ofensas de nuestros hermanos. Esta parábola señala cuánta
provocación ve Dios de su
familia en la tierra y cuán indóciles somos sus siervos. —Hay tres cosas
en la parábola: —1. La
maravillosa clemencia del amo. La deuda del pecado es tan enorme que no
somos capaces de
pagarla. Véase aquí lo que merece todo pecado; esta es la paga del
pecado, ser vendido como
esclavo. Necedad de muchos que están fuertemente convictos de sus
pecados es fantasear que
pueden dar satisfacción a Dios por el mal que le han hecho. —2. La
severidad irracional del siervo
hacia su consiervo, a pesar de la clemencia de su señor con él. No se
trata de que nos tomemos a la
ligera hacerle mal a nuestro prójimo, puesto que también es pecado ante
Dios, sino que no debemos
agrandar el mal que nuestro prójimo nos hace ni pensar en la venganza.
Que nuestras quejas, tanto
de la maldad del malo y de las aflicciones del afligido, sean llevadas
ante Dios y dejadas con Él. —
3. El amo reprobó la crueldad de su siervo. La magnitud del pecado
acrecienta las riquezas de la
misericordia que perdona; y el sentido consolador de la misericordia que
perdona hace mucho para
disponer nuestros corazones a perdonar a nuestros hermanos. —No tenemos
que suponer que Dios
perdona realmente a los hombres y que, después, les reconoce sus culpas
para condenarlos. La
última parte de esta parábola muestra las conclusiones falsas a que
llegan muchos en cuanto a que
sus pecados están perdonados, aunque su conducta posterior demuestra que
nunca entraron en el
espíritu del evangelio ni demostraron con su vivencia la gracia que
santifica. No perdonamos
rectamente a nuestro hermano ofensor si no lo perdonamos de todo
corazón. Pero esto no basta;
debemos buscar el bienestar hasta de aquellos que nos ofenden. ¡Con
cuánta justicia serán
condenados los que, aunque llevan el nombre de cristianos, persisten en
tratar a sus hermanos sin
misericordia! El pecador humillado confía solo en la misericordia
abundante y gratuita a través del
rescate de la muerte de Cristo. Busquemos más y más la gracia de Dios
que renueva, para que nos
enseñe a perdonar al prójimo como esperamos perdón de Él.
CAPÍTULO XIX
Versículos 1, 2. Jesús entra en
Judea. 3—12. La pregunta de los
fariseos sobre el divorcio. 13—15.
Los pequeños llevados a Jesús. 16—22. La indagatoria que hace el joven rico. 23—30.
La
recompensa de los seguidores de Cristo.
Vv. 1, 2. Grandes multitudes seguían a Cristo.
Cuando Cristo parte, lo mejor para nosotros es
seguirlo. En todas partes lo hallaban tan capaz y dispuesto a ayudar,
como había sido en Galilea;
dondequiera que salía el Sol de Justicia, era con salud en sus alas.
Vv. 3—12. Los fariseos deseaban sorprender a Jesús
en algo que pudieran presentar como
ofensa a la ley de Moisés. Los casos matrimoniales eran numerosos y, a
veces, paradójicos; hecho
así, no por la ley de Dios, sino por las lujurias y necedades de los
hombres y, la gente suele resolver
lo que quiere hacer antes de pedir consejo. Jesús replicó preguntando si
no habían leído el relato de
la creación, y el primer ejemplo de matrimonio; de ese modo, señala que
toda desviación en esto era
mala. —La mejor condición para nosotros, que debemos elegir y mantener
en forma coherente, es
lo mejor para nuestras almas, y es la que tienda a prepararnos y
preservarnos mejor para el reino del
cielo. —Cuando se abraza en realidad al evangelio, hace buenos padres y
amigos fieles de los
hombres; les enseña a llevar la carga y a soportar las enfermedades de
aquellos con quienes están
relacionados, a considerar la paz y la felicidad de ellos más que las
propias. En cuanto a las
personas impías, es propio que sean refrenadas por leyes para que no
rompan la paz de la sociedad.
Aprendemos que el estado del matrimonio debe asumirse con gran seriedad
y con oración
fervorosa.
Vv. 13—15. Es bueno cuando acudimos a Cristo y
llevamos a nuestros hijos. Los pequeños
pueden ser llevados a Cristo porque necesitan y pueden recibir
bendiciones de Él, y por tener un
interés en su intercesión. Nosotros no podemos sino pedir una bendición
para ellos: Sólo Cristo
puede mandar la bendición. Bueno para nosotros es que Cristo tenga más
amor y ternura en sí que
las que tiene el mejor de sus discípulos. —Aprendamos de Él a no
desechar ningún alma dispuesta y
bien intencionada en su búsqueda de Cristo, aunque no sean sino débiles.
A los que se dan a Cristo,
como parte de su compra, no los echará fuera de ninguna manera. Por
tanto, no le gustan los que
prohíben y tratan de dejar a fuera a los que Él ha recibido. Todos los
cristianos deben llevar sus
hijos al Salvador para que los bendiga con bendiciones espirituales.
Vv. 16—22. Cristo sabía que la codicia era el
pecado que más fácilmente incomodaba a este
joven; aunque había obtenido honestamente lo que poseía, no podía, sin
embargo, separarse de ello
con alegría, y así demostraba su falta de sinceridad. Las promesas de
Cristo facilitan sus preceptos y
hacen que su yugo sea ligero y muy consolador; pero esta promesa fue
tanto un juicio de la fe del
joven, como el precepto lo fue de su caridad y desprecio del mundo. Se
nos requiere seguir a Cristo
atendiendo debidamente sus ordenanzas, siguiendo estrictamente su patrón
y sometiéndonos
alegremente a sus disposiciones; y esto por amor a Él y por depender de
Él. Vender todo y darlo a
los pobres no servirá si no vamos a seguir a Cristo. —El evangelio es el
único remedio para los
pecadores perdidos. Muchos de los que se abstienen de vicios groseros
son los que no atienden su
obligación para con Dios. Miles de casos de desobediencia de
pensamiento, palabra y obra se
registran contra ellos en el libro de Dios. Así, pues, son muchos los
que abandonan a Cristo por
amar a este mundo presente: ellos se sienten convictos y deseosos, pero
se alejan tristes, quizá
temblando. Nos conviene probarnos en estos asuntos porque el Señor nos
juzgará.
Vv. 23—30. Aunque Cristo habló con tanta fuerza,
pocos de los que tienen riquezas confían en
sus palabras. ¡Cuán pocos de los pobres no se tientan a envidiar! Pero
el fervor del hombre en este
asunto es como si se esforzaran por edificar un muro alto para
encerrarse a sí mismos y a sus hijos
lejos del cielo. Debe ser satisfactorio para los que estamos en
condición baja el no estar expuestos a
la tentación de una situación próspera y elevada. Si ellos viven con más
dureza que el rico en este
mundo, si van con mayor facilidad a un mundo mejor, no tendrán razón de
quejarse. —Las palabras
de Cristo muestran que cuesta mucho que un rico sea un buen cristiano y
sea salvo. El camino al
cielo es camino angosto para todos, y la puerta que ahí conduce, es
puerta estrecha; particularmente
para la gente rica. Se esperan más deberes de ellos que de los demás, y
los pecados los acosan con
más facilidad. Cuesta no ser fascinado por un mundo sonriente. La gente
rica tiene por sobre los
demás una gran cuenta que pagar por sus oportunidades. Es absolutamente
imposible que un
hombre que pone su corazón en sus riquezas vaya al cielo. —Cristo usó
una expresión que denota
una dificultad absolutamente insuperable por el poder del hombre. Nada
menos que la todopoderosa
gracia de Dios hará que un rico supere esta dificultad. Entonces, ¿quién
podrá ser salvo? Si las
riquezas estorban a la gente rica, ¿no se hallan el orgullo y las
concupiscencias pecaminosas en los
que no son ricos y son tan peligrosas para ellos? ¿Quién puede ser
salvo? Dicen los discípulos.
Nadie, dice Cristo, por ningún poder creado. El comienzo, la profesión y
el perfeccionamiento de la
obra de salvación depende enteramente de la omnipotencia de Dios, para
el cual todas las cosas son
posibles. No se trata de que la gente rica sea salva en su mundanalidad, sino que sean salvos de su
mundanalidad. —Pedro dijo: Nosotros lo hemos dejado todo. ¡Ay! No era
sino todo un pobre, sólo
unos pocos botes y redes, pero, obsérvese cómo habla Pedro, como si
hubieran sido una gran cosa.
Somos demasiado capaces de dar el valor máximo a nuestros servicios y
sufrimientos, nuestras
pérdidas y gastos por Cristo. Sin embargo, Cristo no los reprocha porque
era poco lo que habían
dejado, era todo lo suyo, y tan caro para ellos como si hubiera sido
más. Cristo tomó a bien que
ellos lo dejaran todo para seguirlo; acepta según lo que tenga el
hombre. —La promesa de nuestro
Señor para los apóstoles es que cuando el Hijo del hombre se siente en
el trono de su gloria, hará
nuevas todas las cosas, y ellos se sentarán con Él en juicio contra los
que serán juzgados conforme a
su doctrina. Esto establece el honor, la dignidad y la autoridad del
oficio y ministerio de ellos.
Nuestro Señor agrega que cualquiera que haya dejado casa o posesiones o
comodidades por Él y el
evangelio, sería recompensado al final. Que Dios nos de fe para que
nuestra esperanza descanse en
esta promesa suya; entonces, estaremos dispuestos para todo servicio o
sacrificio. —Nuestro
Salvador, en el último versículo, elimina el error de algunos. La
herencia celestial no es dada como
las terrenales, sino conforme al beneplácito de Dios. No confiemos en
apariencias promisorias, ni
en la profesión externa. Otros pueden llegar a ser eminentes en fe y
santidad, hasta donde nos toca
saber.
CAPÍTULO XX
Versículos 1—16. La parábola de los
trabajadores de la viña. 17—19. Jesús vuelve a anunciar sus
sufrimientos. 20—28. La
ambición de Santiago y Juan. 29—34. Jesús da la vista a dos ciegos
cerca de Jericó.
Vv. 1—16. El objeto directo de esta parábola
parece ser demostrar que, aunque los judíos fueron
llamados primero a la viña, en el largo plazo el evangelio será
predicado a los gentiles que deben
ser recibidos con los privilegios y ventajas en igualdad con los judíos.
La parábola puede aplicarse
también en forma más general y muestra, que: —1. Dios no es deudor de
ningún hombre. —2.
Muchos que empiezan al final, y prometen poco en la religión, a veces,
por la bendición de Dios,
llegan a mucho conocimiento, gracia y utilidad. —3. La recompensa será
dada a los santos, pero no
conforme al tiempo de su conversión. Describe el estado de la iglesia
visible y explica la
declaración de que los últimos serán los primeros, y los primeros,
últimos, en sus diversas
referencias. —Mientras no seamos contratados en el servicio de Dios
estamos todo el día de
ociosos: un estado pecaminoso, aunque para Satanás sea un estado de
esclavitud, puede llamarse
estado de ociosidad. El mercado es el mundo y de él fuimos llamados por
el evangelio. Venid, salid
de ese mercado. El trabajo para Dios no admite bagatelas. El hombre
puede irse ocioso al infierno,
pero quien vaya al cielo debe ser diligente. —El centavo romano era
siete centavos, medio penique
del dinero inglés, pagaba entonces suficiente para el sostén diario.
Esto no prueba que la
recompensa de nuestra obediencia a Dios sea de obras o de deuda; cuando
hemos hecho todo,
somos siervos inútiles; significa que hay una recompensa puesta ante nosotros,
pero que nadie, por
esta suposición, postergue el arrepentimiento hasta su vejez. Algunos
fueron enviados a la viña en la
hora undécima, pero nadie los había contratado antes. Los gentiles
entraron a la hora undécima; el
evangelio no había sido predicado antes a ellos. Quienes han tenido la
oferta del evangelio en la
hora tercera o sexta, y la han rechazado, no tendrán que decir en la
hora undécima, como éstos:
Nadie nos contrató. —Por tanto, no para desanimar a nadie sino para
despertar a todos, es que se
recuerda que ahora es el
tiempo aceptable. —Las riquezas de la gracia divina son objetadas en voz
alta por los fariseos orgullosos y por los cristianos nominales. Hay en
nosotros una gran inclinación
a pensar que tenemos demasiado poco, y los demás mucho de las señales
del favor de Dios; y que
hacemos demasiado y los demás muy poco en la obra de Dios. Pero si Dios
da gracia a otros, es
bondad para ellos, y no injusticia para nosotros. Las criaturas mundanas
carnales están de acuerdo
con Dios en cuanto a su riqueza en este mundo, y optan por su porción en
esta vida. Los creyentes
obedientes están de acuerdo con Dios en cuanto a su riqueza en el otro
mundo, y deben recordar que
estuvieron de acuerdo. ¿No acordaste tú tomar el cielo como porción
tuya, como tu todo, y buscas
tu felicidad en la criatura? Dios no castiga más de lo merecido, y
premia cada servicio hecho por Él
y para Él; por tanto, no hace mal a ninguno al mostrar gracia
extraordinaria a otros. —Véase aquí la
naturaleza de la envidia. Es una avaricia descontenta por el bien de los
demás y que desea su mal.
Es un pecado que no tiene placer, provecho ni honor. Dejemos irse todo
reclamo orgulloso y
procuremos la salvación como dádiva gratuita. No envidiemos ni murmuremos;
regocijémonos y
alabemos a Dios por su misericordia hacia los demás y con nosotros.
Vv. 17—19. Aquí Cristo es más detallado que antes
para predecir sus sufrimientos. Aquí, como
antes, agrega la mención de su resurrección y su gloria, a la de su
muerte y sus sufrimientos, para
dar ánimo a sus discípulos, y consolarlos. Una manera de ver a nuestro
Redentor una vez
crucificado y ahora glorificado con fe, es buena para humillar la
disposición orgullosa que se
justifica a sí misma. Cuando consideramos la necesidad de la humillación
y sufrimientos del Hijo de
Dios, para la salvación de los pecadores perecederos, ciertamente
debemos darnos cuenta de la
liberalidad y de las riquezas de la gracia divina en nuestra salvación.
Vv. 20—28. Los hijos de Zebedeo usaron mal lo que
Cristo decía para consolar a los discípulos.
Algunos no pueden tener consuelo; los transforman para un mal propósito.
El orgullo es el pecado
que más fácilmente nos acosa; es una ambición pecaminosa de superar a
los demás en pompa y
grandeza. Para abatir la vanidad y la ambición de su pedido, Cristo los
guía a pensar en sus
sufrimientos. Copa amarga es la que debe beberse; copa de temblor, pero
no la copa del impío. No
es sino una copa, pero seca y amarga quizá, pero pronto se vacía; es una
copa en la mano del Padre,
Juan xviii, 11. El bautismo es una ordenanza por la cual somos unidos al
Señor en pacto y
comunión; y así es el sufrimiento por Cristo, Ezequiel xx, 37; Isaías
xlviii, 10. El bautismo es señal
externa y visible de una gracia espiritual interior; así es el
padecimiento por Cristo, que a nosotros
es concedido, Filipenses i, 29. Pero no sabían qué era la copa de
Cristo, ni qué era su bautismo.
Comúnmente los más confiados son los que están menos familiarizados con
la cruz. Nada hace más
mal entre los hermanos que el deseo de grandeza. Nunca encontramos
disputando a los discípulos
de Cristo sin que algo de esto se halle en el fondo de la cuestión. El
hombre que con más diligencia
labora, y con más paciencia sufre, buscando hacer el bien a sus
hermanos, y fomentar la salvación
de las almas, más evoca a Cristo, y recibirá más honra de Él para toda
la eternidad. —Nuestro Señor
habla de su muerte en los términos aplicados a los sacrificios de
antaño. Es un sacrificio por los
pecados de los hombres, y es aquel sacrificio verdadero y esencial, que
los de la ley representaban
débil e imperfectamente. Era un rescate de muchos, suficiente para
todos, obrando sobre muchos; y,
si por muchos, entonces la pobre alma temblorosa puede decir, ¿por qué
no por mí?
Vv. 29—34. Bueno es que los sometidos a la misma
prueba o enfermedad del cuerpo o de la
mente, se unan para orar a Dios por alivio, para que puedan estimularse
y exhortarse unos a otros.
Hay suficiente misericordia en Cristo para todos los que piden. Ellos
oraban con fervor. Clamaban
como hombres apremiados. Los deseos fríos mendigan negaciones. Fueron
humildes para orar,
poniéndose a merced de la misericordia del mediador y refiriéndose
alegremente a ella. Muestran fe
al orar por el título que dieron a Cristo. Seguro que fue por el
Espíritu Santo que trataron de Señor a
Jesús. Perseveraron en oración. Cuando iban en busca de la misericordia
no había tiempo para la
timidez o la vacilación: clamaban con fervor. —Cristo los animó. Nos
sensibilizamos rápidamente
ante las necesidades y las cargas del cuerpo, y nos podemos relacionar
con ellas con prontitud. ¡Oh,
que nos quejásemos con tanto sentimiento de nuestras dolencias espirituales,
especialmente de
nuestra ceguera espiritual! Muchos están espiritualmente ciegos, pero
dicen que ven. Jesús curó a
estos ciegos y cuando hubieron recibido la vista, lo siguieron. Nadie
sigue ciegamente a Cristo.
Primero, por gracia Él abre los ojos de los hombres, y así atrae hacia
Él sus corazones. Estos
milagros son nuestro llamamiento a Jesús; podemos oírlo y hacerlo
nuestra oración diaria para
crecer en gracia y en el conocimiento del Señor y Salvador Jesucristo.
CAPÍTULO XXI
Versículos 1—11. Cristo entra en
Jerusalén. 12—17. Echa
del templo a los que lo profanaban. 18
—22. Maldición de la higuera estéril. 23—27. El sermón de Jesús en el templo 28—32. La
parábola de los dos hijos 33—46. La parábola del padre de familia.
Vv. 1—11. Esta venida de Cristo fue descrita por
el profeta Zacarías, ix, 9. Cuando Cristo aparezca
en su gloria, es en mansedumbre, no en majestad, en misericordia para
obrar salvación. Como la
mansedumbre y la pobreza externa fueron vistas plenamente en el Rey de
Sion, y marcaron su
entrada triunfal en Jerusalén, ¡cuán equivocados estaban la codicia, la
ambición y la soberbia de la
vida en los ciudadanos de Sion! Ellos llevaron el pollino, pero Jesús no
lo usó sin el consentimiento
del dueño. Los aperos fueron los que había a mano. No debemos pensar que
son muy caras las ropas
que vestimos para abandonarlas por el servicio de Cristo. Los sumos
sacerdotes y los ancianos
después se unieron a la multitud que lo trató mal en la cruz; pero
ninguno de ellos se unió a la
multitud que le rindió honores. Los que toman a Cristo como Rey de ellos
deben poner a sus pies
todo lo que tienen. Hosanna significa: ¡Salva ahora te rogamos! ¡Bendito
el que viene en el nombre
del Señor! ¡Pero de cuán escaso valor es el aplauso de la gente! La
multitud inestable se une al
clamor del día, sea ¡Hosanna! o ¡crucifícalo! A menudo, las multitudes
parecen aprobar el
evangelio, pero pocos llegan a ser discípulos coherentes. —Cuando Jesús
iba a entrar en Jerusalén,
toda la ciudad se conmovió; quizá algunos fueron movidos por el gozo,
los que esperaban el
Consuelo de Israel; otros, de los fariseos, fueron movidos por la
envidia. Así de variadas son las
motivaciones de la mente de los hombres en cuanto a la cercanía del
reino de Cristo.
Vv. 12—17. Cristo encontró parte del atrio del
templo convertido en mercado de ganado y de
cosas que se usaban en los sacrificios, y parcialmente ocupados por los
cambistas de dinero.
Nuestro Señor los echó del lugar, como había hecho al iniciar su
ministerio, Juan ii, 13–17. Sus
obras testificaban de Él más que los Hosannas, y las curaciones que hizo
en el templo fueron
cumplimiento de la promesa de que la gloria de la última casa sería más
grande que la gloria de la
primera. Si Cristo viniera ahora a muchas partes de su iglesia visible,
¡cuántos males secretos
descubriría y limpiaría! ¡Cuántas cosas que se practican a diario bajo
el manto de la religión,
demostraría Él que son más adecuadas para una cueva de ladrones que para
una casa de oración!
Vv. 18—22. La maldición de la higuera estéril
representa el estado de los hipócritas en general,
y así nos enseña que Cristo busca el poder de la religión en quienes la
profesan, y el sabor de ella en
quienes dicen tenerla. Sus justas expectativas de los profesos que
florecen suelen frustrarse; viene a
muchos buscando fruto y encuentra sólo hojas. Una profesión falsa se
marchita corrientemente en
este mundo, y es el efecto de la maldición dada por Cristo. La higuera
que no tenía fruto pronto
perdió sus hojas. Esto representa en particular el estado de la nación y
pueblo judío. Nuestro Señor
Jesús no encontró en ellos nada sino hojas. Después que rechazaron a
Cristo, la ceguera y la dureza
se acrecentaron en ellos hasta que fueron deshechados, y desarraigados
de su lugar y de su nación.
El Señor fue justo en eso. Temamos mucho la condenación pronunciada para
la higuera estéril.
Vv. 23—27. Como ahora nuestro Señor se manifestó
abiertamente como el Mesías, los sumos
sacerdotes y los escribas se ofendieron mucho, en especial porque expuso
y eliminó los abusos que
ellos estimulaban. Nuestro Señor preguntó qué pensaban ellos del
ministerio y bautismo de Juan.
Muchos se asustan más de la vergüenza que produce la mentira que del
pecado, y, por tanto, no
tienen escrúpulos para decir lo que saben que es falso, como sus propios
pensamientos, afectos e
intenciones o sus recuerdos y olvidos. Nuestro Señor rehusó responder su
pregunta. Mejor es evitar
las disputas innecesarias con los impíos oponentes.
Vv. 28—32. Las parábolas que reprenden, se dirigen
claramente a los ofensores y los juzgan por
sus propias bocas. La parábola de los dos hijos enviados a trabajar en
la viña es para mostrar que los
que no sabían que el bautismo de Juan era de Dios, fueron avergonzados
por los que lo sabían y lo
reconocen. Toda la raza humana es como niños a quienes el Señor ha
criado, pero ellos se han
rebelado contra Él, sólo que algunos son más convincentes en su
desobediencia que otros. A
menudo sucede que el rebelde atrevido es llevado al arrepentimiento y
llega a ser siervo del Señor,
mientras el formalista se endurece en orgullo y enemistad.
Vv. 33—46. Esta parábola expresa claramente el
pecado y la ruina de la nación judía; y lo que
se dice para acusarles, se dice para advertir a todos los que gozan los
privilegios de la iglesia
externa. Así como los hombres tratan al pueblo de Dios, tratarían al
mismo Cristo si estuviera con
ellos. ¡Cómo podemos, si somos fieles a su causa, esperar una recepción
favorable de parte de un
mundo impío o de los impíos que profesan el cristianismo! Preguntémonos
si nosotros que tenemos
la viña y todas sus ventajas damos fruto en la temporada debida, como
pueblo, familia o individuos.
Nuestro Salvador declara, en su pregunta, que el Señor de la viña
vendrá, y que cuando venga
destruirá a los malos con toda seguridad. —Los sumos sacerdotes y los
ancianos eran los
constructores y no reconocían su doctrina ni su leyes; lo desecharon
como piedra despreciada. Pero
el que fue desechado por los judíos, fue abrazado por los gentiles.
Cristo sabe quién dará frutos del
evangelio en el uso de los medios del evangelio. La incredulidad de los
pecadores será su ruina,
aunque Dios tienen muchas maneras de refrenar los remanentes de la ira,
como los tiene para hacer
que eso que quebranta redunde en alabanza suya. Que Cristo llegue a ser
más y más precioso para
nuestras almas, como firme Fundamento y Piedra angular de su Iglesia.
Sigámosle aunque seamos
odiados y despreciados por amor a Él.
CAPÍTULO XXII
Versículos 1—14. La parábola de la
fiesta de bodas. 15—22. Los
fariseos preguntan a Jesús sobre
el impuesto. 23—33. La
pregunta de los saduceos sobre la resurrección. 34—40.
La esencia de
los mandamientos. 41—46. Jesús interroga a los fariseos.
Vv. 1—14. La provisión hecha para las almas
perecederas en el evangelio, está representada por una
fiesta real hecha por un rey, con prodigalidad oriental, en ocasión del
matrimonio de su hijo.
Nuestro Dios misericordioso no sólo ha provisto el alimento, sino un
festejo real para las almas que
perecen de sus rebeldes criaturas. En la salvación de su Hijo Jesucristo
hay suficiente y de sobra de
todo lo que se pueda agregar a nuestro consuelo presente y dicha eterna.
—Los primeros invitados
fueron los judíos. Cuando los profetas del Antiguo Testamento no
prevalecieron, ni Juan el Bautista,
ni el mismo Cristo, que les dijo que el reino de Dios estaba cerca,
fueron enviados los apóstoles y
ministros del evangelio, después de la resurrección de Cristo, a
decirles que iba a venir y
persuadirlos para que aceptaran la oferta. La razón del por qué los
pecadores no van a Cristo y a la
salvación por Él no es que no puedan, sino que no quieren. Tomarse a la
ligera a Cristo y la gran
salvación obrada por Él, es el pecado que condena al mundo. Ellos fueron
indiferentes. Las
multitudes perecen para siempre por pura indiferencia sin mostrar
aversión directa, pero son
negligentes acerca de sus almas. Además, las actividades y el provecho
de las ocupaciones
mundanas estorban a muchos para cerrar trato con el Salvador. Campesinos
y mercaderes deben ser
diligentes, pero cualquiera sea la cosa del mundo que tengamos en
nuestras manos, debemos poner
cuidado en mantenerla fuera de nuestros corazones, no sea que se interponga
entre nosotros y
Cristo. —La extrema ruina sobrevenida a la iglesia y a la nación judía
está representada aquí. La
persecución de los fieles ministros de Cristo llena la medida de la
culpa de todo pueblo. No se
esperaba la oferta de Cristo y la salvación de los gentiles; fue tanta
sorpresa como sería que se
invitara a una fiesta de boda real al caminante. El designio del
evangelio es recoger almas para
Cristo; a todos los hijos de Dios esparcidos por todos lados, Juan x,
16; xi, 52. —El ejemplo de los
hipócritas está representado por el invitado que no tenía traje de boda.
Nos concierne a todos
prepararnos para el juicio; y los que, y sólo los que se vistan del
Señor Jesús, que tengan el
temperamento mental cristiano, que vivan por fe en Cristo y para quienes
Él es el todo en todo,
tienen la vestimenta para la boda. La justicia de Cristo que nos es
imputada y la santificación del
Espíritu son, ambas, por igual necesarias. Nadie tiene el ropaje de boda
por naturaleza ni puede
hacérselo por sí mismo. Llega el día en que los hipócritas serán
llamados a rendir cuentas de todas
sus intrusiones presuntuosas en las ordenanzas del evangelio y de la
usurpación de los privilegios
del evangelio. Echadlo a las tinieblas de afuera. Los que andan en forma
indigna del cristianismo,
abandonan toda la dicha que proclaman presuntuosamente. —Nuestro
Salvador pasa aquí desde la
parábola a su enseñanza. Los hipócritas andan a la luz del evangelio
mismo camino a la extrema
oscuridad. Muchos son llamados a la fiesta de boda, esto es, a la
salvación, pero pocos tienen el
ropaje de la boda, la justicia de Cristo, la santificación del Espíritu.
Entonces, examinémonos si
estamos en la fe y procuremos ser aprobados por el Rey.
Vv. 15—22. Los fariseos enviaron sus discípulos a
los herodianos, un partido de los judíos, que
apoyaba la sumisión total al emperador romano. Aunque eran contrarios
entre sí, se unieron contra
Cristo. Lo que dijeron de Cristo estaban bien; sea que lo supieran o no,
bendito sea Dios que
nosotros lo sabemos. Jesucristo fue un maestro fiel, uno que reprueba
directamente. —Cristo vio su
iniquidad. Cualquiera sea la máscara que se ponga el hipócrita, nuestro
Señor Jesús ve a través de
ella. Cristo no intervino como juez en materias de esta naturaleza,
porque su reino no es de este
mundo, pero insta a sujetarse pacíficamente a los poderes que hay.
Reprobó a sus adversarios y
enseñó a sus discípulos que la religión cristiana no es enemiga del
gobierno civil. —Cristo es y será
la maravilla no sólo de sus amigos, sino de sus enemigos. Ellos admiran
su sabiduría, pero no serán
guiados por ella, y su poder, pero no se someterán.
Vv. 23—33. Las doctrinas de Cristo desagradan a los
infieles saduceos y a los fariseos y
herodianos. Él lleva las grandes verdades de la resurrección y el estado
futuro más allá de lo que se
había revelado hasta entonces. No hay modo de deducir del estado de
cosas en este mundo lo que
acontecerá en el más allá. La verdad sea puesta a la luz clara y se manifieste
con toda su fuerza.
Habiéndolos silenciado de este modo, nuestro Señor procedió a mostrar la
verdad de la doctrina de
la resurrección a partir de los libros de Moisés. Dios le declaró a
Moisés que era el Dios de los
patriarcas que habían muerto hacía mucho tiempo; esto demuestra que
ellos estaban entonces en un
estado del ser capaz de disfrutar su favor y prueba que la doctrina de
la resurrección es claramente
enseñada en el Antiguo Testamento y en el Nuevo. Pero esta doctrina
estaba reservada para una
revelación más plena después de la resurrección de Cristo, primicia de
los que durmieron. Todos los
errores surgen de no conocer las Escrituras y el poder de Dios. —En este
mundo la muerte se lleva a
uno tras otro y así, termina con todas las esperanzas, los goces, las
penas y las relaciones terrenales.
¡Qué desgraciados son los que no esperan nada mejor más allá de la
tumba!
Vv. 34—40. Un intérprete de la ley preguntó algo a
nuestro Señor para probar no tanto su
conocimiento como su juicio. El amor de Dios es el primer y gran
mandamiento, y el resumen de
todos los mandamientos de la primera tabla. Nuestro amor por Dios debe
ser sincero, no sólo de
palabra y lengua. Todo nuestro amor es poco para dárselo, por tanto
todos los poderes del alma
deben comprometerse con Él y ejecutados para Él. —Amar a nuestro prójimo
como a nosotros
mismos es el segundo gran mandamiento. Hay un amor propio que es
corrompido y raíz de los
pecados más grandes y debe ser dejado y mortificado; pero hay un amor
propio que es la regla del
deber más grande: hemos de tener el debido interés por el bienestar de
nuestra alma y nuestro
cuerpo. Debemos amar a nuestro prójimo tan verdadera y sinceramente como
nos amamos a
nosotros mismos; en muchos casos debemos negarnos a nosotros por el bien
del prójimo. Por estos
dos mandamientos moldeen, nuestro corazón.
Vv. 41—46. Cuando Cristo dejó perplejos a sus
enemigos, preguntó qué pensaban del Mesías
prometido. ¿Cómo podía Él ser el Hijo de David y, sin embargo, ser su
Señor? Cita el Salmo cx, 1.
Si el Cristo iba a ser un simple hombre, que sólo existiría mucho tiempo
después de la muerte de
David, ¿cómo podía su antepasado tratarlo de Señor? Los fariseos no
pudieron contestar eso. Ni
tampoco resolver la dificultad, a menos que reconozcan que el Mesías sea
el Hijo de Dios y el
Señor de David igualmente que el Padre. Él tomó nuestra naturaleza
humana y, así, se manifestó
Dios en la carne; en este sentido es el Hijo del hombre y el Hijo de
David. —Nos conviene sobre
todo indagar seriamente: “¿qué pensamos de Cristo?” ¿Es Él completamente
glorioso a nuestros
ojos y precioso a nuestros corazones? Que Cristo sea nuestro gozo,
nuestra confianza, nuestro todo.
Que diariamente seamos hechos más como Él, y más dedicados a su
servicio.
CAPÍTULO XXIII
Versículos 1—12. Jesús reprende a
los escribas y a los fariseos. 13—33. Delitos de los fariseos. 34
—39. La culpa de Jerusalén.
Vv. 1—12. Los escribas y los fariseos explicaban
la ley de Moisés y obligaban a obedecerla. Son
acusados de hipocresía en la religión. Sólo podemos juzgar conforme a
las apariencias externas,
pero Dios escudriña el corazón. Ellos hacían filacterias que eran rollos
de papel o pergamino donde
escribían cuatro artículos de la ley, para atarlos a la frente o al
brazo izquierdo, Éxodo xiii, 2–10;
Éxodo xiii, 11–16; Deuteronomio vi, 4–9; Deuteronomio xi, 13–21. Hacían
estas filacterias
extensas para que se pensara que eran más celosos de la ley que los
demás. Dios mandó a los judíos
que se pusieran franjas sobre sus vestiduras, Números xv, 38, para
recordarles que son un pueblo
peculiar, pero los fariseos las hacían más grandes que lo corriente,
como si por eso fueran más
religiosos que los demás. El orgullo era el pecado amado reinante en los
fariseos, el pecado que más
fácilmente los asaltaba, y contra el cual el Señor Jesús habla
aprovechando todas las ocasiones. Para
aquel que es enseñado en la palabra, es digno de elogio que honre al que
enseña; pero para el que
enseña es pecaminoso exigir esa honra e hincharse por eso. —¡Cuán
contrario al espíritu del
cristianismo es esto! Al discípulo coherente de Cristo le es penoso ser
puesto en los lugares
principales, pero cuando se mira alrededor en la iglesia visible, ¿quién
pensara que este es el
espíritu requerido? Claro es que alguna medida de este espíritu
anticristiano predomina en toda
sociedad religiosa y en el corazón de cada uno de nosotros.
Vv. 13—33. Los escribas y los fariseos eran
enemigos del evangelio de Cristo y, por tanto, de la
salvación de las almas de los hombres. Malo es mantenernos alejados de
Cristo, pero peor es
mantener a los demás lejos de Él. —Sin embargo, no es novedad que la
apariencia y la forma de la
piedad se usen como manto para las mayores enormidades. Pero la piedad
hipócrita será
considerada como doble iniquidad. —Estaban muy ocupados en ganar almas
para su partido. No
para la gloria de Dios, ni para bien de las almas, sino para tener el
mérito y la ventaja de hacer
prosélitos. Siendo la ganancia su piedad ellos con miles de estratagemas
hicieron que la religión
cediera su lugar a sus intereses mundanos. Eran muy estrictos y precisos
en materias mínimas de la
ley, pero negligentes y consecuentes en las materias de mayor peso. No
es el escrúpulo de un
pecadillo que reprueba aquí Cristo; si fuera un pecado, aun como un
mosquito, había que filtrarlo,
pero hacían eso y, luego, se tragaban un camello, es decir, cometían un
pecado mayor. —Aunque
parecían ser santos, no eran sobrios ni justos. Realmente somos lo que
somos por dentro. Los
motivos externos pueden mantener limpio lo de afuera mientras el
interior está inmundo; pero si el
corazón y el espíritu son hechos nuevos, habrá vida nueva; aquí debemos
empezar con nosotros
mismos. La justicia de los escribas y los fariseos era como los adornos
de una tumba o el vestido de
un cadáver, sólo para el espectáculo. Lo engañoso de los corazones de
los pecadores se manifiesta
en que navegan corriente abajo por los torrentes de los pecados de su
propio tiempo, mientras se
jactan de haberse opuesto a los pecados de días anteriores. A veces
pensamos que si nosotros
hubiésemos vivido cuando Cristo estuvo en la tierra, no lo hubiésemos
despreciado ni rechazado,
como entonces hicieron los hombres; pero Cristo en su Espíritu, en su
palabra, en sus ministros aún
no es tratado mejor. Justo es que Dios entregue a la lujuria de sus
corazones a éstos que se obstinan
en satisfacerse a sí mismos. Cristo da a los hombres su carácter
verdadero.
Vv. 34—39. Nuestro Señor declara las miserias que
estaban por acarrearse a sí mismos los
habitantes de Jerusalén, pero no se fija en los sufrimientos que Él iba
a pasar. Una gallina que junta
a sus pollos bajo sus alas, es un emblema adecuado del tierno amor del
Salvador por aquellos que
confían en Él, y su fiel cuidado por ellos. Él llama a los pecadores a
que se refugien en su tierna
protección, los mantiene a salvo, y los nutre para la vida eterna. —Aquí
se anuncian la dispersión y
la incredulidad presente de los judíos, y su futura conversión a Cristo.
Jerusalén y sus hijos tenían
gran parte de culpa y su castigo ha sido una señal. Pero no antes de
mucho, la venganza merecida
caerá sobre cada iglesia que es cristiana sólo de nombre. Mientras
tanto, el Salvador está listo para
recibir a todos los que vayan a Él. Nada hay entre los pecadores y la
dicha eterna, sino su orgullo y
su incrédula falta de voluntad.
CAPÍTULO XXIV
Versículos 1—3. Cristo anuncia la
destrucción del templo. 4—28. Desastres previos a la
destrucción de Jerusalén. 29—41. Cristo anuncia otras señales y desgracias del fin del mundo.
42—51. Exhortaciones a velar.
Vv. 1—3. Cristo predice la total ruina y la
destrucción futura del templo. Una crédula visión en fe
de la desaparición de toda gloria mundanal, nos servirá para que
evitemos admirarla y
sobrevalorarla. El cuerpo más bello será pronto comida para los gusanos,
y el edificio más
magnífico, un montón de escombros. ¿No ve estas cosas? Nos hará bien que
las miremos como
viendo a través de ellas y viendo el fin de ellas. —Nuestro Señor,
habiéndose ido con sus discípulos
al Monte de los Olivos, puso ante ellos el orden de los tiempos en
cuanto a los judíos, hasta la
destrucción de Jerusalén, y en cuanto a los hombres en general hasta el
fin del mundo.
Vv. 4—28. Los discípulos preguntaron acerca de los
tiempos, ¿Cuándo serán
estas cosas?
Cristo no les contestó eso, pero ellos también habían preguntado: ¿Cuál será la señal? Esta pregunta
la contestó plenamente. La profecía trata primero los acontecimientos
próximos, la destrucción de
Jerusalén, el fin de la iglesia y del estado judíos, el llamado a los
gentiles, y el establecimiento del
reino de Cristo en el mundo; pero también mira al juicio general; y al
cercano, apunta más en
detalle a este último. Lo que dijo aquí Cristo a sus discípulos, tendía
más a fomentar la cautela que a
satisfacer su curiosidad; más a prepararlos para los acontecimientos que
sucederían que a darles una
idea clara de los hechos. Este es el buen entendimiento de los tiempos
que todos debemos codiciar,
para de eso inferir lo que Israel debe hacer. —Nuestro Salvador advierte
a sus discípulos que estén
en guardia contra los falsos maestros. Anuncia guerras y grandes
conmociones entre las naciones.
Desde el tiempo en que los judíos rechazaron a Cristo y Él dejó su casa
desolada, la espada nunca se
ha apartado de ellos. Véase lo que pasa por rechazar el evangelio. A los
que no oigan a los
mensajeros de la paz, se les hará oír a los mensajeros de la guerra.
Pero donde esté puesto el
corazón, confiando en Dios, se mantiene en paz y no se asusta. Contrario
a la mente de Cristo es
que su pueblo tenga corazones perturbados aun en tiempos turbulentos. —Cuando
miramos
adelante a la eternidad de la miseria que está ante los obstinados que
rechazan a Cristo y su
evangelio, podemos decir en verdad: Los juicios terrenales más grandes
sólo son principio de
dolores. Consuela que algunos perseveren hasta el fin. —Nuestro Señor
predice la predicación del
evangelio en todo el mundo. El fin del mundo sólo vendrá cuando el
evangelio haya hecho su obra.
—Cristo anuncia la ruina que sobrevendrá al pueblo judío; y lo que dice
aquí, servirá a sus
discípulos para su conducta y para consuelo. Si Dios abre una puerta de
escape, debemos escapar,
de lo contrario no confiamos en Dios, sino lo tentamos. En tiempos de
trastorno público
corresponde a los discípulos de Cristo estar orando mucho: eso nunca es
inoportuno, pero se vuelve
especialmente oportuno cuando estamos angustiados por todos lados.
Aunque debemos aceptar lo
que Dios envíe, aún podemos orar contra los sufrimientos; y algo que
prueba mucho al hombre
bueno es ser sacado por una obra de necesidad del servicio y adoración
solemnes de Dios en el día
de reposo. Pero he aquí una palabra de consuelo, que por amor a los
elegidos esos días serán
acortados en relación a lo que concibieron sus enemigos, que los
hubieran cortados a todos, si Dios,
que usó a esos enemigos para servir sus propósitos, no hubiera puesto
límite a la ira de ellos. —
Cristo anuncia la rápida difusión del evangelio en el mundo. Es visto
simplemente como el rayo.
Cristo predicó abiertamente su evangelio. Los romanos eran como águila y
la insignia de sus
ejércitos era el águila. Cuando un pueblo, por su pecado, se hace como
asquerosos esqueletos, nada
puede esperarse, sino que Dios envíe enemigos para destruirlo. Esto es
muy aplicable al día del
juicio, la venida de nuestro Señor Jesucristo en ese día, 2
Tesalonicenses ii, 1, 2. Pongamos
diligencia para hacer segura nuestra elección y vocación; entonces
podremos saber que ningún
enemigo ni engañador prevalecerá contra nosotros.
Vv. 29—41. Cristo predice su segunda venida. Es
habitual que los profetas hablen de cosas
cercanas y a la mano para expresar la grandeza y certidumbre de ellas.
En cuanto a la segunda
venida de Cristo, se anuncia que habrá un gran cambio para hacer nuevas
todas las cosas. Entonces
verán al Hijo del hombre que viene en la nubes. En su primera venida fue
puesto como señal que
sería contradicha, pero en su segunda venida, una señal que debe ser
admirada. —Tarde o temprano,
todos los pecadores se lamentarán, pero los pecadores arrepentidos miran
a Cristo y se duelen de
manera santa; y los que siembran con lágrimas cosecharán con gozo dentro
de poco. Los pecadores
impenitentes verán a Aquel que traspasaron y, aunque ahora ríen,
entonces lamentarán y llorarán
con horror y desesperación interminable. —Los elegidos de Dios están
dispersos en todas partes;
los hay en todas partes y en todas las naciones, pero cuando llegue ese
gran día de reunión no habrá
uno solo de ellos que falte. La distancia del lugar no dejará a nadie
fuera del cielo. Nuestro Señor
declara que los judíos nunca cesarán de ser un pueblo distinto hasta que
se cumplan todas las cosas
que había predicho. Su profecía llega al día del juicio final; por
tanto, aquí, versículo 34, anuncia
que Judá nunca dejará de existir como pueblo distinto, mientras dure
este mundo. —Los hombres
del mundo complotan y planean de generación en generación, pero no
planean con referencia al
hecho más seguro de la segunda venida de Cristo, que se acerca
sobrecogedor, el cual terminará con
toda estratagema humana, y echará a un lado por siempre todo lo que Dios
prohíbe. Ese será un día
tan sorpresivo como el diluvio para el mundo antiguo. —Aplíquese esto,
primero, a los juicios
temporales, particularmente el que entonces llegaba apresuradamente a la
nación y pueblo de los
judíos. Segundo, al juicio eterno. Aquí Cristo muestra el estado del
mundo antiguo cuando llegó el
diluvio; y ellos no creían. Si nosotros supiéramos correctamente que
todas las cosas terrenales
deben pasar dentro de poco, no pondríamos nuestros ojos y nuestro
corazón en ellas tanto como lo
hacemos. ¡Qué palabras pueden describir con más fuerza lo súbito de la
llegada de nuestro
Salvador! Los hombres estarán en sus respectivas ocupaciones y,
repentinamente se manifestará el
Señor de gloria. Las mujeres estarán en sus tareas domésticas, pero en
ese momento toda otra obra
será dejada de lado, y todo corazón se volverá adentro y dirá, ¡es el
Señor! ¿Estoy preparado para
encontrarlo? ¿Puedo estar ante Él? Y de hecho ¿qué es el día del juicio
para todo el mundo, si no el
día de la muerte de cada uno?
Vv. 42—51. Velar por la venida de Cristo es
mantener el temperamento mental en que deseamos
que nos halle nuestro Señor. Sabemos que tenemos poco tiempo para vivir,
no podemos saber si
tenemos largo tiempo para vivir; mucho menos sabemos el tiempo fijado
para el juicio. —La venida
de nuestro Señor será feliz para los que estén preparados, pero será muy
espantosa para quienes no
lo estén. Si un hombre, que profesa ser siervo de Cristo, es incrédulo,
codicioso, ambicioso o
amante del placer, será cortado. Quienes escogen por porción el mundo en
esta vida, tendrán el
infierno como porción en la otra. Que nuestro Señor, cuando venga, nos
sentencie bienaventurados
y nos presente ante el Padre, lavados en su sangre, purificados por su
Espíritu, y aptos para ser
partícipes de la suerte de los santos en luz.
CAPÍTULO XXV
Versículos 1—13. Parábola de las
diez vírgenes. 14—30. Parábola
de los talentos. 31—46. El
juicio.
Vv. 1—13. Las circunstancias de la parábola de las
diez vírgenes fueron tomadas de las costumbres
nupciales de los judíos y explica el gran día de la venida de Cristo.
Véase la naturaleza del
cristianismo. Como cristianos profesamos atender a Cristo, honrarlo, y
estar a la espera de su
venida. Los cristianos sinceros son las vírgenes prudentes, y los
hipócritas son las necias. Son
verdaderamente sabios o necios los que así actúan en los asuntos de su
alma. Muchos tienen una
lámpara de profesión en sus manos, pero en sus corazones no tienen el
conocimiento sano ni la
resolución, que son necesarios para llevarlos a través de los servicios
y las pruebas del estado
presente. Sus corazones no han sido provistos de una disposición santa
por el Espíritu de Dios que
crea de nuevo. Nuestra luz debe brillar ante los hombres en buenas
obras; pero no es probable que
esto se haga por mucho tiempo, a menos que haya un principio activo de
fe en Cristo y amor por
nuestros hermanos en el corazón. —Todas cabecearon y se durmieron. La
demora representa el
espacio entre la conversión verdadera o aparente de estos profesantes y
la venida de Cristo, para
llevarlos por la muerte o para juzgar al mundo. Pero aunque Cristo tarde
más allá de nuestra época,
no tardará más allá del tiempo debido. Las vírgenes sabias mantuvieron ardiendo sus lámparas, pero
no se mantuvieron despiertas. Demasiados son los cristianos verdaderos
que se vuelven remisos y
un grado de negligencia da lugar a otro. Los que se permiten cabecear,
escasamente evitan
dormirse; por tanto tema el comienzo del deterioro espiritual. —Se oye
un llamado sorprendente,
Salid a recibirle; es un llamado para los que están preparados. La
noticia de la venida de Cristo y el
llamado a salir a recibirle, los despertará. Aun los que estén
preparados en la mejor forma para la
muerte tienen trabajo que hacer para estar verdaderamente preparados, 2
Pedro iii, 14. Será un día
de búsqueda y de preguntas; nos corresponde pensar cómo seremos hallados
entonces. —Algunas
llevaron aceite para abastecer sus lámparas antes de salir. Las que no
alcanzan la gracia verdadera
ciertamente hallarán su falta en uno u otro momento. Una profesión
externa puede alumbrar a un
hombre en este mundo, pero las humedades del valle de sombra de muerte
extinguirán su luz. Los
que no se preocupan por vivir la vida, morirán de todos modos la muerte
del justo. Pero los que
serán salvos deben tener gracia propia; y los que tienen más gracia no
tienen nada que ahorrar. El
mejor necesita más de Cristo. Mientras la pobre alma alarmada se dirige,
en el lecho de enfermo, al
arrepentimiento y la oración con espantosa confusión, viene la muerte,
viene el juicio, la obra es
deshecha, y el pobre pecador es deshecho para siempre. Esto viene de
haber tenido que comprar
aceite cuando debíamos quemarlo, obtener gracia cuando teníamos que
usarla. Los que, y
únicamente ellos, irán al cielo del más allá, están siendo preparados
para el cielo aquí. Lo súbito de
la muerte y de la llegada de Cristo a nosotros entonces, no estorbará
nuestra dicha si nos hemos
preparado. —La puerta fue cerrada. Muchos procurarán ser recibidos en el
cielo cuando sea
demasiado tarde. La vana confianza de los hipócritas los llevará lejos
en las expectativas de
felicidad. La convocatoria inesperada de la muerte puede alarmar al
cristiano pero, procediendo sin
demora a cebar su lámpara, sus gracias suelen brillar más fuerte;
mientras la conducta del simple
profesante muestra que su lámpara se está apagando. Por tanto, velad,
atended el asunto de vuestras
almas. Estad todo el día en el temor del Señor.
Vv. 14—30. Cristo no tiene siervos para que estén
ociosos: ellos han recibido su todo de Él y
nada tienen que puedan llamar propio, salvo pecado. Que recibamos de
Cristo es para que
trabajemos por Él. La manifestación del Espíritu es dada a todo hombre
para provecho. El día de
rendir cuentas llega por fin. Todos debemos ser examinados en cuanto a
lo bueno que hayamos
logrado para nuestra alma y para nuestro prójimo, por las ventajas que
disfrutamos. No significa
que el realce de los poderes naturales pueda dar mérito a un hombre para
la gracia divina. Es
libertad y privilegio del cristiano verdadero ser empleado como siervo
de su Redentor, fomentando
su gloria, y el bien de su pueblo: el amor de Cristo le constriñe a no
vivir más para sí, sino para
aquel que murió y resucitó por él. —Los que piensan que es imposible
complacer a Dios, y es en
vano servirle, nada harán para el propósito de la religión. Se quejan de
que Él exige de ellos más de
lo que son capaces, y que los castiga por lo que no pueden evitar.
Cualquiera sea lo que pretendan,
el hecho es que no les gusta el carácter ni la obra del Señor. —El
siervo perezoso está sentenciado a
ser privado de su talento. Esto puede aplicarse a las bendiciones de
esta vida, pero más bien a los
medios de gracia. Los que no conocen el día de su visitación, tendrán
ocultas de sus ojos las cosas
que convienen a su paz. Su condena es ser arrojados a las más profundas
tinieblas. Es una manera
acostumbrada de expresar las miserias de los condenados en el infierno.
Aquí, en lo dicho a los
siervos fieles, nuestro Salvador pasa de la parábola a la cosa
significada por ella, y eso sirve como
clave para el todo. No envidiemos a los pecadores ni codiciemos nada de
sus posesiones
perecederas.
Vv. 31—46. Esta es una descripción del juicio
final. Es una explicación de las parábolas
anteriores. Hay un juicio venidero en que cada hombre será sentenciado a
un estado de dicha o
miseria eterna. Cristo vendrá, no sólo en la gloria de su Padre sino en
su propia gloria, como
Mediador. El impío y el santo habitan aquí juntos en las mismas
ciudades, iglesias, familias y no
siempre son diferenciados unos de otros; tales son las debilidades de
los santos, tales las hipocresías
de los pecadores; y la muerte se los lleva a ambos: pero en ese día
serán separados para siempre.
Jesucristo es el gran Pastor; Él distinguirá dentro de poco tiempo entre
los que son suyos y los que
no. Todas las demás distinciones serán eliminadas; pero la mayor entre
santos y pecadores, santos e
impíos, permanecerá para siempre. —La dicha que poseerán los santos es
muy grande. Es un reino;
la posesión más valiosa en la tierra; pero esto no es sino un pálido
parecido del estado
bienaventurado de los santos en el cielo. Es un reino preparado. El Padre lo proveyó para ellos en la
grandeza de su sabiduría y poder; el Hijo lo compró para ellos; y el
Espíritu bendito, al prepararlos
a ellos para el reino, está preparándolo para ellos. Está preparado para ellos: en todos los aspectos
está adaptado a la nueva naturaleza del alma santificada. Está preparado
desde la fundación del
mundo. Esta felicidad es para los santos, y
ellos para ella, desde toda la eternidad. Vendrán y la
heredarán. Lo que heredamos no lo logramos por
nosotros mismos. Es Dios que hace los herederos
del cielo. —No tenemos que suponer que actos de generosidad dan derecho
a la dicha eterna. Las
buenas obras hechas por amor a Dios, por medio de Jesucristo, se
comentan aquí como marcas del
carácter de los creyentes hechos santos por el Espíritu de Cristo, y
como los efectos de la gracia
concedida a los que las hacen. —El impío en este mundo fue llamado con
frecuencia a ir a Cristo en
busca de vida y reposo, pero rechazaron sus llamados; y justamente son
los que prefirieron alejarse
de Cristo quienes no irán a Él. Los pecadores condenados ofrecerán
disculpas vanas. El castigo del
impío será un castigo eterno; su estado no puede ser cambiado. Así, la
vida y la muerte, el bien y el
mal, la bendición y la maldición, están puestas ante nosotros para que
podamos escoger nuestro
camino, y como nuestro camino, así será nuestro fin.
CAPÍTULO XXVI
Versículos 1—5. Los gobernantes
conspiran contra Cristo. 6—13. Cristo ungido en Betania. 14—
16. Judas negocia para traicionar a Cristo. 17—25. La Pascua. 26—30. Cristo instituye la
Santa Cena. 31—35. Advertencia
a sus discípulos. 36—46. Agonía
en el huerto. 47—56.
Traicionado. 57—68. Cristo
ante Caifás. 69—75. Negación
de Pedro.
Vv. 1—5. Nuestro Señor habló frecuentemente de
Sus sufrimientos como distantes; ahora habla de
ellos como inmediatos. Al mismo tiempo, el concilio judío consultaba
cómo podían matarlo en
forma secreta. Pero agradó a Dios derrotar la intención de ellos. Jesús,
el verdadero cordero pascual,
iba a ser sacrificado por nosotros en ese mismo momento, y su muerte y
resurrección serían
públicas.
Vv. 6—13. El ungüento derramado sobre la cabeza de
Cristo era una señal del mayor respeto.
Donde hay amor verdadero por Jesucristo en el corazón, nada se
considerará como demasiado
bueno para dárselo a Él. Mientras más se ponga reparos a los siervos de
Cristo y a sus servicios,
más manifiesta Él su aceptación. Este acto de fe y amor fue tan notable
que sería registrado como
monumento a la fe y amor de María para todas las eras futuras, y en
todos los lugares donde se
predicara el evangelio. Esta profecía se cumple.
Vv. 14—16. No hay sino doce apóstoles llamados, y
uno de ellos era como un diablo; con toda
seguridad nunca debemos esperar que ninguna sociedad sea absolutamente
pura a este lado del
cielo. Mientras más grandiosa sea la profesión de la religión que hagan
los hombres, más grande
será la oportunidad que tengan de hacer el mal si sus corazones no están
bien con Dios. Obsérvese
que el propio discípulo de Cristo, que conocía tan bien su doctrina y
estilo de vida, fue falso con Él,
y no lo pudo acusar de ningún delito, aunque hubiera servido para
justificar su traición. ¿Qué quería
Judas? ¿No era bien recibido donde quiera fuera su Maestro? ¿No le iba
como le iba a Cristo? No es
la falta de sino
el amor al dinero lo que es la
raíz de todo mal. Después que hizo esa malvada
transacción, Judas tuvo tiempo para arrepentirse y revocarla; pero
cuando la conciencia se ha
endurecido con actos menores de deshonestidad, los hombres hacen sin
dudar lo que es más
vergonzoso.
Vv. 17—25. Obsérvese que el lugar para comer la
pascua fue señalado por Cristo a los
discípulos. Él conoce a la gente que, escondida, favorece su causa y
visita por gracia a todos los que
están dispuestos a recibirlo. Los discípulos hicieron como indicó Jesús.
Los que desean tener la
presencia de Cristo en la pascua del evangelio, deben hacer lo que Él
dice. —Corresponde que los
discípulos de Cristo sean siempre celosos de sí mismos, especialmente en
los tiempos de prueba. No
sabemos con cuánta fuerza podemos ser tentados, ni cuánto puede Dios
dejarnos librados a nosotros
mismos; por tanto, tenemos razón para no ser altivos, sino para temer.
El examen que escudriña el
corazón y la oración ferviente son especialmente apropiadas antes de la
cena del Señor, para que,
puesto que Cristo, nuestra pascua, es ahora sacrificado por nosotros,
podemos guardar esta fiesta, y
renovar nuestro arrepentimiento, nuestra fe en su sangre y rendirnos a
su servicio.
Vv. 26—30. La ordenanza de la cena del Señor es
para nosotros la cena de la pascua, por la cual
conmemoramos una liberación mucho mayor que la de Israel desde Egipto. “Tomad,
comed”;
acepta a Cristo como te es ofrecido; recibe la expiación, apruébala,
sométete a su gracia y mando.
La carne que sólo se mira, por muy bien presentada que esté el plato, no
alimenta; debe comerse: así
debe pasar con la doctrina de Cristo. “Esto es mi cuerpo” esto es, que
significa y representa
espiritualmente su cuerpo. Participamos del sol no teniendo al sol
puesto en nuestras manos, sino
sus rayos lanzados para abajo sobre nosotros; así, participamos de
Cristo al participar de su gracia y
de los frutos benditos del partimiento de su cuerpo. La sangre de Cristo
está significada y
representada por el vino. Él dio gracias, para enseñarnos a mirar a Dios
en cada aspecto de la
ordenanza. Esta copa la dio a los discípulos con el mandamiento de: “Bebed
de ella todos”. El
perdón de pecado es la gran bendición que se confiere en la cena del
Señor a todos los creyentes
verdaderos; es el fundamento de todas las demás bendiciones. —Él
aprovecha la comunión para
asegurarles la feliz reunión de nuevo al final: “Hasta aquel día en que
lo beba de nuevo con
vosotros”, lo que puede entenderse como las delicias y las glorias del
estado futuro, del cual
participarán los santos con el Señor Jesús. Ese será el reino de su
Padre; el vino del consuelo será
siempre nuevo allí. Mientras miramos las señales externas del cuerpo de
Cristo partido y su sangre
derramada por la remisión de nuestros pecados, recordemos que la fiesta
le costó tanto que tuvo que
dar, literalmente, su carne como comida y su sangre como nuestra bebida.
Vv. 31—35. La confianza impropia en sí mismo, como
la de Pedro, es el primer paso hacia una
caída. Todos somos proclives a ser demasiado confiados, pero caen más
pronto y más mal los que
más confiados están en sí mismos. Los que se piensan más seguros son los
que están menos a salvo.
Satanás está activo para descarriar a los tales; ellos son los que están
menos en guardia: Dios los
deja a sí mismos para humillarlos.
Vv. 36—46. El que hizo expiación por los pecados de
la humanidad, se sometió en el huerto del
sufrimiento a la voluntad de Dios, contra la cual se había rebelado el
hombre en un huerto de
placeres. Cristo llevó consigo, a esa parte del huerto donde sufrió su
agonía, sólo a los que habían
presenciado su gloria en su transfiguración. Están mejor preparados para
sufrir con Cristo los que,
por fe, han contemplado su gloria. Las palabras usadas denotan el
rechazo, asombro, angustia y
horror mental más completos; el estado de uno rodeado de penas, abrumado
con miserias, y casi
consumido por el terror y el desánimo. —Ahora comenzó a entristecerse y
nunca dejó de estar así
hasta que dijo: Consumado es. Él oró que, si era posible, la copa pasara
de Él. Pero también mostró
su perfecta voluntad de llevar la carga de sus sufrimientos; estaba
dispuesto a someterse a todo por
nuestra redención y salvación. Conforme a este ejemplo de Cristo,
debemos beber de la copa más
amarga que Dios ponga en nuestras manos; aunque nuestra naturaleza se
oponga, debe someterse.
Debemos cuidar más de hacer que nuestras tribulaciones sean
santificadas, y nuestros corazones se
satisfagan sometidos a ellas, que lograr que los problemas sean
eliminados. —Bueno es para
nosotros que nuestra salvación esté en la mano de Uno que no se adormece
ni se duerme. Todos
somos tentados, pero debemos tener gran temor de meternos en tentación.
Para estar a salvo de esto
debemos velar y orar y mirar continuamente al Señor, para que nos
sostenga y estemos a salvo. —
Indudablemente nuestro Señor tenía una visión completa y clara de los
sufrimientos que aún tenía
que soportar y, aun así, habló con la mayor calma hasta este momento.
Cristo es el garante que
decidió ser responsable de rendir las cuentas por nuestros pecados. En
consecuencia, fue hecho
pecado por nosotros, y sufrió por nuestros pecados, el Justo por el
injusto; y la Escritura atribuye
sus sufrimientos más intensos a la mano de Dios. Él tenía pleno
conocimiento del infinito mal del
pecado y de la inmensa magnitud de la culpa por la cual iba a hacer
expiación; con visiones
horrorosas de la justicia y santidad divina, y del castigo merecido por
los pecados de los hombres,
tales que ninguna lengua puede expresar ni mente concebir. Al mismo
tiempo, Cristo sufrió siendo
tentado; probablemente Satanás sugirió horribles pensamientos todos
tendientes a sacar una
conclusión sombría y espantosa: estos deben de haber sido los más
difíciles de soportar por su
perfecta santidad. ¿Y la carga del pecado imputado pesó tanto en el alma
de Aquel, de quien se dijo:
Sustenta todas las cosas con la palabra de su poder? ¡En qué miseria
entonces deben hundirse
aquellos cuyos pecados pesan sobre sus propias cabezas! ¿Cómo escaparán
los que descuidan una
salvación tan grande?
Vv. 47—56. No hay enemigos que sean tan
aborrecibles como los discípulos profesos que
traicionan a Cristo con un beso. —Dios no necesita nuestros servicios,
mucho menos nuestros
pecados, para realizar sus propósitos. Aunque Cristo fue crucificado por
debilidad, fue debilidad
voluntaria; se sometió a la muerte. Si no hubiera estado dispuestos a
sufrir, ellos no lo hubiesen
vencido. —Fue un gran pecado de quienes dejaron todo para seguir a Jesús
dejarlo ahora por lo que
no sabían. ¡Qué necedad huir de Él, al cual conocían y reconocían como
el Manantial de la vida, por
miedo a la muerte!
Vv. 57—68. Jesús fue llevado apresuradamente a
Jerusalén. Luce mal, y presagia lo peor, que
los dispuestos a ser discípulos de Cristo no estén dispuestos a ser
conocidos como tales. Aquí
empieza la negación de Pedro: porque seguir a Cristo desde lejos es
empezar a retirarse de Él. Nos
concierne más prepararnos para el fin, cualquiera sea, que preguntar
curiosos cuál será el fin. El
hecho es de Dios, pero el deber es nuestro. —Ahora fueron cumplidas las
Escrituras que dicen: Se
han levantado contra mí testigos falsos. Cristo fue acusado, para que
nosotros no fuéramos
condenados; y, si en cualquier momento nosotros sufrimos así, recordemos
que no podemos tener la
expectativa de que nos vaya mejor que a nuestro Maestro. Cuando Cristo
fue hecho pecado por
nosotros, se quedó callado y dejó que su sangre hablara. Hasta entonces
rara vez había confesado
Jesús, expresamente, ser el Cristo, el Hijo de Dios; el tenor de su
doctrina lo dice y sus milagros lo
probaban, pero, por ahora omitiría hacer una confesión directa. Hubiera
parecido que renunciaba a
sus sufrimientos. Así confesó Él, como ejemplo y estímulo para que sus
seguidores, lo confiesen
ante los hombres, cualquiera sea el peligro que corran. El desdén, la
burla cruel y el aborrecimiento
son la porción segura del discípulo, como lo fueron del Maestro, de
parte de los que deseaban
golpear y reírse con burla del Señor de la gloria. En el capítulo
cincuenta de Isaías se predicen
exactamente estas cosas. Confesemos el nombre de Cristo y soportemos el
reproche, y Él nos
confesará delante del trono de su Padre.
Vv. 69—75. El pecado de Pedro es relatado con
veracidad, porque las Escrituras tratan con
fidelidad. Las malas compañías llevan a pecar: quienes se meten
innecesariamente en eso pueden
hacerse la expectativa de ser tentados y atrapados, como Pedro. Apenas
pueden desprenderse de
esas compañías sin culpa o dolor, o ambas. Gran falta es tener vergüenza
de Cristo y negar que lo
conocemos cuando somos llamados a reconocerlo y, en efecto, eso es
negarlo. El pecado de Pedro
fue con agravantes; pero él cayo en pecado por sorpresa, no en forma
intencional, como Judas. La
conciencia debiera ser para nosotros como el canto del gallo para
hacernos recordar los pecados que
habíamos olvidado. —Pedro fue así dejado caer para abatir su confianza
en sí mismo y volverlo
más modesto, humilde, compasivo y útil para los demás. El hecho ha
enseñado, desde entonces,
muchas cosas a los creyentes y si los infieles, los fariseos y los
hipócritas tropiezan en esto o abusan
de ello, es a su propio riesgo. Apenas sabemos cómo actuar en
situaciones muy difíciles, si
fuésemos dejados a nosotros mismos. Por tanto, que el que se cree firme,
tenga cuidado que no
caiga; desconfiemos todos de nuestros corazones y confiemos totalmente
en el Señor. —Pedro lloró
amargamente. La pena por el pecado no debe ser ligera sino grande y
profunda. Pedro, que lloró tan
amargamente por negar a Cristo, nunca lo volvió a negar, sino que lo
confesó a menudo frente al
peligro. El arrepentimiento verdadero de cualquier pecado se demostrará
por la gracia y el deber
contrario; esa es señal de nuestro pesar no sólo amargo, sino sincero.
CAPÍTULO XXVII
Versículos 1—10. Cristo entregado a
Pilato. 11—25. Cristo
ante Pilato. 26—30. Barrabás
liberado.—Cristo escarnecido. 31—34. Cristo llevado a ser crucificado. 35—44. Crucificado.
45—50. La muerte de Cristo. 51—56. Hechos de la crucifixión. 57—61. El entierro de Cristo.
62—66. El sepulcro sellado.
Vv. 1—10. Los impíos poco ven de las consecuencias
de sus delitos cuando los perpetran, pero
deben rendir cuentas por todo. Judas reconoció de la manera más completa
ante los principales
sacerdotes que él había pecado y traicionado a una persona inocente.
Este fue un testimonio total
del carácter de Cristo; pero los gobernantes estaban endurecidos. Judas
se fue, tirando al suelo el
dinero, y se ahorcó por ser incapaz de soportar el terror de la ira
divina, y la angustia de la
desesperación. Poca duda cabe de que la muerte de Judas fue anterior a
la de nuestro bendito Señor.
—Pero, ¿fue nada para ellos haber tenido sed de esta sangre, y haber
contratado a Judas para
traicionarlo, y que la hubieran condenado a ser derramada injustamente?
Así hacen los necios que se
burlan del pecado. Así hacen muchos que toman a la ligera a Cristo
crucificado. Y es caso corriente
de lo engañoso de nuestros corazones tomar a la ligera nuestro propio
pecado insistiendo en los
pecados del prójimo. Pero el juicio de Dios es según verdad. —Muchos
aplican este pasaje de la
compra del campo con el dinero que Judas devolvió para significar el
favor concebido por la sangre
de Cristo para con los extraños y los pecadores gentiles. Eso cumplió
una profecía, Zacarías xi, 12.
—Judas avanzó mucho en el arrepentimiento, pero no fue para salvación.
Confesó, pero no a Dios;
él no acudió a Él y dijo: Padre he pecado contra el cielo. Nadie se
satisfaga con las convicciones
parciales que pueda tener un hombre, si sigue lleno de orgullo,
enemistad y rebeldía.
Vv. 11—25. No teniendo maldad contra Jesús, Pilato
le instó a aclarar las cosas, y se esforzó por
declararlo sin culpa. El mensaje de su esposa fue una advertencia. Dios
tiene muchas maneras de
advertir a los pecadores sobre sus empresas pecaminosas, siendo una gran
misericordia tener tales
restricciones de parte de la Providencia, de parte de amigos fieles y de
nuestras propias conciencias.
¡Oh, no hagas esta cosa abominable que el Señor odia! Es algo que
podemos oír que se nos dice
cuando estamos entrando en tentación, si queremos considerarlo. —Siendo
dominado por los
sacerdotes, el pueblo optó por Barrabás. Las multitudes que eligen al
mundo más que a Dios, como
rey y porción de ellos, eligen así su propio engaño. Los judíos
insistían tanto en la muerte de Cristo
que Pilato pensó que rehusar sería peligroso, y esta lucha muestra el
poder de la conciencia aun en
los peores hombres. Pero todo estaba ordenado para dejar en evidencia
que Cristo sufrió no por
faltas propias sino por los pecados de su pueblo. ¡Qué vano fue que
Pilato esperara librarse de la
culpa de la sangre inocente de una persona justa, a la cual estaba
obligado a proteger por su oficio!
—La maldición de los judíos contra ellos mismos ha sido espantosamente
contestada en los
sufrimientos de su nación. Nadie puede llevar el pecado de otros salvo
aquel que no tenía pecado
propio por el cual responder. ¿Y no estamos todos interesados? ¿No fue
Barrabás preferido a Jesús
cuando los pecadores rechazaron la salvación para conservar sus amados
pecados, que roban su
gloria a Dios, y asesinan las almas de ellos? Ahora la sangre de Cristo
está sobre nosotros, para
siempre por medio de la misericordia, dado que los judíos la rechazaron.
¡Oh, huyamos a ella para
refugiarnos!
Vv. 26—30. La crucifixión era una muerte empleada
sólo por los romanos; muy terrible y
miserable. Se ponía en el suelo la cruz, a la cual se clavaban manos y
pies, entonces la levantaban y
afirmaban en forma vertical, de modo que el peso del cuerpo colgara de
los clavos hasta que el
sufriente muriera con tremendo dolor. Cristo corresponde así al tipo de
la serpiente de bronce
levantada en el palo del estandarte. Cristo pasó por toda la miseria y
vergüenza aquí relatada para
adquirir para nosotros vida eterna, gozo y gloria.
Vv. 31—34. Cristo fue llevado como Cordero al
matadero, como Sacrificio al altar. Hasta las
misericordias de los impíos son realmente crueles. Quitándole la cruz,
ellos obligaron a llevarla a un
tal Simón. Prepáranos Señor para llevar la cruz que tú nos has asignado,
para tomarla diariamente
con júbilo, y seguirte. ¿Hubo alguna vez dolor como su dolor? Cuando
contemplamos su tipo de
muerte con que murió, en eso contemplemos con qué tipo de amor nos amó.
Como si la muerte, una
muerte tan dolorosa, no fuera suficiente, ellos agregaron varias cosas a
su amargura y terror.
Vv. 35—44. Se acostumbraba a avergonzar a los
malhechores con un letrero que notificara el
delito por el cual sufrían. Así pusieron uno sobre la cabeza de Cristo.
O concibieron para reproche
suyo, pero Dios lo pasó por alto, porque aun la acusación fue para su
honra. —Había dos ladrones
crucificados con Él al mismo tiempo. En su muerte, fue contado con los
pecadores para que, en
nuestra muerte, seamos contados con los santos. Las burlas y afrentas
que recibió están registradas
aquí. Los enemigos de Cristo trabajan fuerte para hacer que los demás
crean cosas de la religión y
del pueblo de Dios, que ellos mismos saben que son falsas. —Los
principales sacerdotes y escribas,
y los ancianos, se mofaron de Cristo por ser el Rey de Israel. Mucha
gente podría gustar mucho del
Rey de Israel, si se hubiera bajado de la cruz; si ellos pudieran tener
su reino sin la tribulación a
través de la cual deben entrar ahora. Pero si no hay cruz, no hay Cristo
ni corona. Los que van a
reinar con Él deben estar dispuestos a sufrir con Él. Así, pues, nuestro
Señor Jesús, habiendo
emprendido la satisfacción de la justicia de Dios, lo hizo sometiéndose
al peor castigo de los
hombres. Y en cada registro minuciosamente detallado de los sufrimientos
de Cristo, encontramos
cumplida alguna predicción de los profetas o los salmos.
Vv. 45—50. Durante las tres horas que continuaron
las tinieblas, Jesús estuvo en agonía,
luchando con las potestades de las tinieblas y sufriendo el desagrado de
su Padre contra el pecado
del hombre, por el cual ahora hacía ofrenda su alma. Nunca hubo tres
horas como esa desde el día
en que Dios creó al hombre en la tierra, nunca hubo una escena tan
tenebrosa y espantosa; fue el
punto sin retorno de ese gran asunto, la redención y salvación del
hombre. Jesús expresó una queja
en el Salmo xxii, 1. Ahí nos enseña lo útil que es la palabra de Dios
para dirigirnos en oración y nos
recomienda usar las expresiones de las Escrituras para orar. El creyente
puede haber saboreado
algunas gotas de amargura, pero sólo puede formarse una idea muy débil
de la grandeza de los
sufrimientos de Cristo. Sin embargo, de ahí aprende algo del amor del
Salvador por los pecadores;
de ahí obtiene una convicción más profunda de la vileza y mal del
pecado, y de lo que él le debe a
Cristo, que lo libra de la ira venidera. Sus enemigos ridiculizaron
perversamente su lamento.
Muchos de los reproches lanzados contra la palabra de Dios y al pueblo
de Dios, surgen, como aquí,
de errores groseros. —Cristo habló con toda su fuerza, justo antes de
expirar, para demostrar que su
vida no se la quitaban, sino la entregaba libremente en manos de su
Padre. Tuvo fuerzas para
desafiar a las potestades de la muerte; y para mostrar que por el
Espíritu eterno se ofreció a sí
mismo, siendo el Sacerdote y Sacrificio, y clamó a gran voz. Entonces,
entregó el espíritu. El Hijo
de Dios, en la cruz, murió por la violencia del dolor a que fue
sometido. Su alma fue separada de su
cuerpo y, así, su cuerpo quedó real y verdaderamente muerto. Fue cierto
que Cristo murió porque
era necesario que muriera. Se había comprometido a hacerse ofrenda por
el pecado y lo hizo cuando
entregó voluntariamente su vida.
Vv. 51—56. La rasgadura del velo significó que
Cristo, por su muerte, abrió un camino hacia
Dios. Ahora tenemos el camino abierto a través de Cristo al trono de
gracia, o trono de misericordia,
y al trono de gloria del más allá. Cuando consideramos debidamente la
muerte de Cristo, nuestros
corazones duros y empedernidos debieran rasgarse; el corazón, no la
ropa. El corazón que no se
rinde, que no se derrite donde se presenta claramente a Jesucristo
crucificado, es más duro que una
roca. Los sepulcros se abrieron, y se levantaron muchos cuerpos de
santos que dormían. No se nos
dice a quiénes se aparecieron, en qué manera y cómo desaparecieron; y no
debemos desear saber
más de lo que está escrito. —Las apariciones aterradoras de Dios en su
providencia a veces obran
extrañamente para la convicción y el despertar de los pecadores. Esto
fue expresado en el terror que
cayó sobre el centurión y los soldados romanos. Podemos reflexionar con
consuelo en los
abundantes testimonios dados del carácter de Jesús; y procurando no dar
causa justa de ofensa, dejar
en manos del Señor que absuelva nuestros caracteres si vivimos para Él.
Nosotros, con los ojos de
la fe, contemplemos a Cristo, y éste crucificado, y seamos afectados con
el gran amor con que nos
amó. Pero sus amigos no pudieron dar más que unas miradas; ellos lo
contemplaron, pero no
pudieron ayudarlo. Nunca fueron desplegados en forma tan tremenda la
naturaleza y los efectos
horribles del pecado que en aquel día, en que el amado Hijo del Padre
colgó de la cruz, sufriendo
por el pecado, el Justo por el injusto, para llevarnos a Dios.
Rindámonos voluntariamente a su
servicio.
Vv. 57—61. Nada de pompa ni de solemnidades hubo en
el entierro de Cristo. Como no tuvo
casa propia, donde reclinar su cabeza, mientras vivió, tampoco así tuvo
tumba propia, donde
reposara su cuerpo cuando estuvo muerto. Nuestro Señor Jesús, que no
tuvo pecado propio, no tuvo
tumba propia. Los judíos determinaron que debía tener su tumba con los
malos, que debía ser
enterrado con los ladrones con quienes fue crucificado, pero Dios pasó
por alto eso, para que
pudiera estar con los ricos en su muerte, Isaías liii, 9. Aunque al ojo
humano pueda causar terror
contemplar el funeral, debiera causarnos regocijo si recordamos cómo
Cristo, por su sepultación, ha
cambiado la naturaleza de la tumba para los creyentes. Debemos imitar
siempre el entierro de Cristo
estando continuamente ocupados en el funeral espiritual de nuestros
pecados.
Vv. 62—66. Los principales sacerdotes y fariseos
estaban en tratos con Pilato para asegurar el
sepulcro, cuando debieran haber estado dedicados a sus devociones por
ser el día de reposo judío.
Esto fue permitido para que hubiera prueba cierta de la resurrección de
nuestro Señor. Pilato les dijo
que podían asegurar el sepulcro tan cuidadosamente como pudieran.
Sellaron la piedra, pusieron
guardias y se satisficieron con que todo lo necesario fuera realizado.
Pero era necio resguardar así el
sepulcro contra los pobres y débiles discípulos, por innecesario;
mientras era necedad pensar en
resguardarlo contra el poder de Dios por fútil e insensato; sin embargo,
ellos pensaron que actuaban
sabiamente. El Señor prende al sabio en su sabiduría. Así se hará que
toda la ira y los planes de los
enemigos de Cristo fomenten su gloria.
CAPÍTULO XXVIII
Versículos 1—8. La resurrección de
Cristo. 9, 10. Aparece
a las mujeres. 11—15. Confesión
de los
soldados. 16—20. La
comisión de Cristo para sus discípulos.
Vv. 1—8. Cristo se levantó al tercer día después
de su muerte; ese era el tiempo del cual había
hablado frecuentemente. El primer día de la primera semana Dios mandó
que de las tinieblas
brillara la luz. En este día el que es la Luz del mundo, salió
resplandeciendo desde las tinieblas de la
tumba; y este día es, desde entonces, mencionado a menudo en el Nuevo
Testamento como el día en
que los cristianos celebraron religiosamente asambleas solemnes para
honrar a Cristo. —Nuestro
Señor Jesús podría haber quitado la piedra por su poder, pero optó por
hacerlo por medio de un
ángel. —La resurrección de Cristo es el gozo de sus amigos y el terror y
la confusión de sus
enemigos. El ángel exhorta a las mujeres contra sus temores. Los
pecadores de Sion teman. No
temáis porque su resurrección será vuestro consuelo. Nuestra comunión
con Él debe ser espiritual,
por fe en su palabra. Cuando estemos listos para hacer de este mundo
nuestro hogar, y a decir, es
bueno estar aquí, recordemos entonces que nuestro Señor Jesús no está
aquí, Ha resucitado; por
tanto, que nuestros corazones se eleven, y busquen las cosas de arriba. —Ha
resucitado, como dijo.
Nunca pensemos que es raro lo que la palabra de Cristo nos ha dicho que
esperemos; sean los
sufrimientos de este tiempo presente o la gloria que va a ser revelada.
Puede tener buen efecto en
nosotros mirar por fe el lugar donde yace el Señor. —Id pronto. Fue
bueno estar ahí, pero los
siervos de Dios tienen asignada otra obra. La utilidad pública tiene
prioridad sobre el placer de la
comunión secreta con Dios. Decid a los discípulos que ellos pueden ser
consolados en sus tristezas.
—Cristo sabe donde habitan sus discípulos y los visitará. Él se
manifestará, por gracia, aun a
aquellos que están lejos de la abundancia de los medios de gracia. —El
temor y el gozo unidos
aceleraron su paso. Los discípulos de Cristo deben ser estimulados a
darse a conocer mutuamente
sus experiencias de comunión con su Señor, y deben contar a los demás lo
que Dios ha hecho por
sus almas.
Vv. 9, 10. Las visitas de la gracia de Dios suelen
hallarnos en el camino del deber; y más será
dado a los que usan lo que tienen para provecho del prójimo. Esta
entrevista con Cristo era
inesperada, pero Cristo estaba cerca de ellos y aún está cerca de
nosotros en la palabra. El saludo
habla de la buena voluntad de Cristo para con el hombre, aun desde que
entró a su estado de
exaltación. Es la voluntad de Cristo que su pueblo sea un pueblo alegre
y jubiloso, y su resurrección
da abundante material para el gozo. —No temáis. Cristo resucitó de entre
los muertos para acallar
los temores de su pueblo y hay suficiente en ello para acallarlos. Los
discípulos lo habían
abandonado, vergonzosamente en sus sufrimientos, pero para mostrar que
puede perdonar, y para
enseñarnos a hacerlo así, los llama hermanos. A pesar de su majestad y
pureza, y de nuestra bajeza e
indignidad, Él aun condesciende a llamar sus hermanos a los creyentes.
Vv. 11—15. ¡Qué maldad es la que los hombres no
cometerán por amor al dinero! Aquí se dio
mucho dinero a los soldados por decir a sabiendas una mentira, pero
muchos refunfuñan porque es
poco el dinero por decir lo que saben que es la verdad. Nunca dejemos
morir una buena causa
cuando vemos a los malos tan generosamente sostenidos. Los sacerdotes se
dedicaron a protegerse
de la espada de Pilato, pero no protegieron a los soldados de la espada
de la justicia de Dios, que
pende sobre las cabezas de quienes aman y hacen una mentira. Prometen
más de lo que pueden
hacer los que tratan de sacar inerme a un hombre que comete pecado
voluntario. —Pero esta
falsedad se refuta a sí misma. Si todos los soldados hubieran estado
dormidos, no hubieran podido
saber lo que pasó. Si alguno hubiera estado despierto, hubiera
despertado a los otros e impedido el
robo; si hubieran estado dormidos, por cierto que nunca se hubieran
atrevido a confesarlo; porque
los gobernantes judíos hubieran sido los primeros en pedir su castigo.
De nuevo, si hubiera habido
algo de verdad en el informe, los dirigentes hubieran juzgado con
severidad a los apóstoles por eso.
El todo muestra que la historia era falsa por completo. No debemos
culpar de tales cosas a la
debilidad del entendimiento, sino a la maldad del corazón. Dios los dejó
delatar su propio curso. —
El gran argumento para probar que Cristo es el Hijo de Dios es su
resurrección; y nadie podía dar
pruebas más convincentes de la verdad que aquella de los soldados; pero
ellos aceptaron el soborno
para impedir que otros creyeran. La evidencia más clara no afectará a
los hombres, sin la obra del
Espíritu Santo.
Vv. 16—20. Este evangelista pasa por alto otras
apariciones de Cristo registradas por Lucas y
Juan, y se apresura a relatar la más solemne; una establecida desde
antes de su muerte, y después de
su resurrección. Todos los que miran al Señor Jesús con los ojos de la
fe, lo adorarán. Pero la fe del
sincero puede ser muy débil e inestable. Pero Cristo dio pruebas tan
convincentes de su
resurrección, para hacer que su fe triunfara sobre las dudas. Ahora
encarga solemnemente a los
apóstoles y a sus ministros que vayan a todas las naciones. La salvación
que iban a predicar es
salvación común; quien la quiera, que venga y tome el beneficio; todos
son bienvenidos a Cristo
Jesús. —El cristianismo es la religión de un pecador que pide salvación
de la merecida ira y del
pecado; recurre a la misericordia del Padre por medio de la expiación
hecha por el Hijo encarnado y
por la santificación del Espíritu Santo, y se entrega a ser adorador y
siervo de Dios, como Padre,
Hijo y Espíritu Santo, tres Personas, pero un solo Dios, en todas sus
ordenanzas y mandamientos.
—El bautismo es una señal externa del lavamiento interno o santificación
del Espíritu, que sella y
demuestra la justificación del creyente. Examinémonos si realmente
poseemos la gracia espiritual
interna de la muerte al pecado y el nuevo nacimiento a la justicia, por
los cuales los que eran hijos
de ira llegan a ser los hijos de Dios. —Los creyentes tendrán siempre la
presencia constante de su
Señor; todos los días, cada día. No hay día, ni hora del día en que
nuestro Señor Jesús no esté
presente en sus iglesias y con sus ministros; si lo hubiera, en ese día,
en esa hora, ellos serían
deshechos. El Dios de Israel, el Salvador, es a veces un Dios que se
esconde, pero nunca es un Dios
lejano. A esas preciosas palabras se añade el Amén. Aun así, Señor
Jesús, sé con nosotros y con
todo tu pueblo; haz que tu rostro brille sobre nosotros, que tu camino
sea conocido en la tierra, tu
salud salvadora entre todas las naciones.
Henry, Matthew