JUDAS
Esta epístola está dirigida a todos los creyentes del evangelio. Su
intención es resguardar a los
creyentes contra los falsos maestros que habían empezado a infiltrarse
en la Iglesia cristiana, y a
diseminar preceptos peligrosos para reducir todo el Cristianismo a una
fe sólo de nombre y a una
profesión externa del evangelio. Habiendo negado así las obligaciones de
la santidad personal,
enseñaban a sus discípulos a vivir en sendas pecaminosas y, al mismo
tiempo, los halagaban con la
esperanza de la vida eterna. Se demuestra el vil carácter de estos
seductores y se pronuncia su
sentencia, y la epístola concluye con advertencias, amonestaciones y
consejos para los creyentes.
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Versículos 1—4. El apóstol exhorta
a la constancia en la fe. 5—7. El peligro de ser infectado por
falsos maestros, y el castigo temible que les será infligido y a sus
seguidores. 8—16. Una
descripción espantosa de los seductores y de su final deplorable. 17—23. Se advierte a los
creyentes a no dejarse sorprender por los engañadores que surgen de
entre ellos. 24, 25. La
epístola concluye con una alentadora doxología, o palabras de alabanza.
Vv. 1—4. Los cristianos son llamados del mundo,
de su mal espíritu y temperamento; son llamados
a ponerse por sobre el mundo, para cosas más elevadas y mejores, para el
cielo, para las cosas
invisibles y eternas; llamados del pecado a Cristo, de la vanidad a la
seriedad, de la inmundicia a la
santidad; y esto conforme al propósito y la gracia divino. Si somos
santificados y glorificados, todo
el honor y la gloria deben atribuirse a Dios y a Él solo. Como es Dios
quien empieza la obra de
gracia en las almas de los hombres, así es Él quien la ejecuta y la
perfecciona. No confiemos en
nosotros ni en nuestra cuota de gracia ya recibida, sino en Él y sólo en
Él. La misericordia de Dios
es el manantial y la fuente de todo lo bueno que tenemos o esperamos; la
misericordia, no sólo para
el miserable, sino para el culpable. Luego de la misericordia está la
paz, que recibimos del sentido
de haber obtenido misericordia. De la paz brota el amor; el amor de
Cristo a nosotros, nuestro amor
a Él, y nuestro amor fraternal de los unos a los otros. El apóstol ruega
no que los cristianos se
contenten con poco, sino que su alma y sus asociados puedan estar llenas
de estas cosas. Nadie es
excluido de la oferta e invitación del evangelio, sino los que obstinada
y malvadamente se excluyen
a sí mismos. Pero la aplicación es para todos los creyentes y sólo para
ellos. Es para el débil y para
el fuerte. —Los que han recibido la doctrina de esta salvación común
deben contender por ella,
eficazmente no furiosamente. Mentir en favor de la verdad es malo; castigar en nombre de la
verdad, no es mejor. Los que han recibido la verdad deben contender por
ella como hicieron los
apóstoles; sufriendo con paciencia y valor por ella, no haciendo sufrir
a los demás, si ellos no
aceptan cada noción de lo que llamamos fe o juzgamos importante. Debemos
contender eficazmente
por la fe oponiéndonos a los que la corrompen o depravan; los que se
infiltran sin ser notados; los
que reptan como sierpes. Ellos son los peores impíos, los que toman tan
atrevidamente la
exhortación a pecar porque la gracia de Dios abundó y aún abunda tan
maravillosamente, y los que
están endurecidos por la magnitud y plenitud de la gracia del evangelio,
cuyo designio es librar al
hombre del pecado y llevarlo a Dios.
Vv. 5—7. Los privilegios externos, la profesión y
la conversión aparente no pueden guardar de
la venganza de Dios contra los que se desvían volviéndose a la
incredulidad y a la desobediencia.
La destrucción de los israelitas incrédulos en el desierto demuestra que
nadie debe presumir de sus
privilegios. Ellos tuvieron milagros como su pan diario, pero aún así,
perecieron en la incredulidad.
Un gran número de ángeles no se agradó con los puestos que Dios les
asignó; el orgullo fue la causa
principal y directa de su caída. Los ángeles caídos están reservados
para el juicio del gran día; ¿y
los hombres caídos quieren escapar de este? Con toda seguridad que no.
Considérese esto en el
momento debido. La destrucción de Sodoma es una advertencia a toda voz
para todos, para que le
prestemos atención, y huyamos de las concupiscencias carnales que
batallan contra el alma, 1 Pedro
ii, 11. Dios es el mismo Ser puro, justo y santo ahora que entonces. Por
lo tanto, temblad y no
pequéis, Salmo iv, 4. No descansemos en nada que no someta al alma a la
obediencia de Cristo,
porque nada sino la renovación de nuestra alma conforme a la imagen
divina, que obra el Espíritu
Santo, puede impedir que seamos destruidos entre los enemigos de Dios.
Considérese el caso de los
ángeles y nótese que ninguna dignidad ni valor de criatura sirve.
¡Entonces, cómo debe temblar el
hombre que bebe la iniquidad como si fuese agua! Job xv, 16.
Vv. 8—16. Los falsos maestros son soñadores;
mancillan grandemente y hieren penosamente el
alma. Estos maestros son de mente perturbada y espíritu sedicioso;
olvidan que las potestades que
hay han sido ordenadas por Dios, Romanos xiii, 1. —En cuanto a la
disputa por el cuerpo de
Moisés, parece que Satanás deseaba dar a conocer el lugar de su sepulcro
a los israelitas para
tentarlos a adorarle, pero se le impidió y descargó su furor con
blasfemias desesperadas. Esto debe
recordar a todos los que discuten, que nunca se hagan acusaciones con
lenguaje ofensivo. Además,
de aquí aprendan que debemos defender a los que Dios reconoce. Difícil,
si no imposible, es hallar
enemigos de la religión cristiana que no vivan, ni hayan vivido, en
abierta o secreta oposición a los
principios de la religión natural. Aquí son comparados con las bestias
aunque a menudo se jactan de
ser los más sabios de la humanidad. Ellos se corrompen en las cosas más
sencillas y abiertas. La
falta reside, no en sus entendimientos sino en sus voluntades depravadas
y en sus apetitos y afectos
desordenados. —Gran reproche es para la religión, aunque injusto, que
los que la confiesen, se
opongan a ella de corazón y vida. El Señor remediará esto a su tiempo y
a su modo, no a la manera
ciega de los hombres que arrancan las espigas de trigo junto con la
cizaña. Triste es que los hombres
que empezaron en el Espíritu terminen en la carne. Dos veces muertos:
ellos estuvieron muertos en
su estado natural caído, pero ahora están muertos de nuevo por las
pruebas evidentes de su
hipocresía. Árboles muertos, ¡por qué cargan al suelo! ¡Fuera con ellos,
al fuego! Las olas rugientes
son el terror de los pasajeros que navegan, pero cuando llegan a puerto,
el ruido y el terror terminan.
Los falsos maestros tienen que esperar el peor castigo en este mundo y
en el venidero. Brillan como
meteoros o estrellas errantes que caen, y luego, se hunden en la negrura
de las tinieblas para
siempre. —No hay mención de la profecía de Enoc en otra parte de la
Escritura; sin embargo, un
texto claro de la Escritura prueba cualquier punto que tengamos que
creer. De este descubrimos que
la venida de Cristo a juzgar fue profetizada tan al principio como
fueron los tiempos anteriores al
diluvio. El Señor viene: ¡qué tiempo glorioso será! —Fijaos cuán a
menudo se repite la palabra
“impío”. Ahora, muchos no se refieren a los vocablos pío o impío a menos
que sea para burlarse aun
de las palabras; pero no es así en el lenguaje que nos enseña el
Espíritu Santo. Las palabras duras de
unos a otros, especialmente si están mal fundamentadas, ciertamente
serán tomadas en cuenta en el
día del juicio. —Los hombres malos y seductores se enojan con todo lo
que sucede, y nunca están
contentos con su propio estado y condición. Su voluntad y su fantasía
son su única regla y ley. Los
que complacen sus apetitos pecaminosos tienden más a rendirse a las
pasiones ingobernables. Los
hombres de Dios, desde el comienzo del mundo, han declarado la condena
que se les denunció.
Evitemos a los tales. Tenemos que seguir a los hombres que sólo siguen a
Cristo.
Vv. 17—23. Los hombres sensuales se separan de
Cristo y de su Iglesia, y se unen al diablo, al
mundo y a la carne, con prácticas impías y pecaminosas. Esto es
infinitamente peor que separarse
de cualquier rama de la iglesia visible por cuestión de opiniones o
modos y circunstancias de
gobierno externo o de la adoración. Los hombres sensuales no tienen el
espíritu de santidad, y
quienquiera no lo tenga, no pertenece a Cristo. La gracia de la fe es
santa hasta lo sumo, porque
obra por amor, purifica el corazón y vence al mundo por lo cual se
distingue de la fe falsa y muerta.
Muy probablemente prevalezcan nuestras oraciones cuando oramos en el
Espíritu Santo, bajo su
dirección y poder, conforme a la regla de su palabra, con fe, fervor y
anhelo; esto es orar en el
Espíritu Santo. La fe en la expectativa de vida eterna nos armará contra
las trampas del pecado: la fe
viva en esta bendita esperanza nos ayudará a mortificar nuestras
concupiscencias. —Debemos
vigilarnos los unos a los otros; fielmente, pero con prudencia para
reprobarnos los unos a los otros,
y a dar buen ejemplo a todos los que nos rodean. Esto debe hacerse con
compasión, diferenciando
entre el débil y el soberbio. Debemos tratar a algunos con ternura. A
otros, salvar con temor;
enfatizando los terrores del Señor. Todas los esfuerzos deben realizarse
con aborrecimiento decidido
de los delitos, cuidándonos de evitar todo lo que lleve a la comunión
con ellos, o que haya estado
conectado con ellos, en obras de tinieblas, manteniéndonos lejos de lo
que es malo o parece serlo.
Vv. 24, 25. Dios es poderoso, y tan dispuesto como
poderoso, para impedir que caigamos y para
presentarnos sin defecto ante la presencia de su gloria. No como quienes
nunca hubiesen faltado,
sino como quienes, por la misericordia de Dios, y los sufrimientos y los
méritos de un Salvador,
hubieran sido, en su gran mayoría, justamente condenados hace mucho
tiempo. Todos los creyentes
sinceros le fueron dados por el Padre; y de todos los así dados, Él no
perdió a ninguno, ni perderá a
ninguno. Ahora, nuestras faltas nos llenan de temores, dudas y tristeza,
pero el Redentor se ha
propuesto que su pueblo sea presentado sin defecto. Donde no hay pecado,
no habrá pena; donde
hay perfección de santidad, habrá perfección de gozo. Miremos con más
frecuencia a Aquel que es
capaz de impedir que caigamos, de mejorar y de mantener la obra que ha
empezado en nosotros
hasta que seamos presentados sin culpa delante de la presencia de su
gloria. Entonces, nuestros
corazones conocerán un gozo más allá del que puede permitir la tierra;
entonces Dios también se
regocijará por nosotros y se completará el gozo de nuestro compasivo
Salvador. Al que ha formado
el plan tan sabiamente, y que lo cumplirá fiel y perfectamente, a Él sea
la gloria y la majestad,
imperio y potencia, ahora y por todos los siglos. Amén.
Henry, Matthew